El resurgir español 1713-1748 - Christopher Storrs - E-Book

El resurgir español 1713-1748 E-Book

Christopher Storrs

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La historiografía no ha sido clemente con Felipe V, el primer Borbón en reinar en España, de 1700 a 1746. Motejado de incapaz, indolente y de estar dominado por su segunda esposa, Isabel de Farnesio, lo cierto es que bajo su cetro la Monarquía Hispánica volvió a ser una potencia dinámica y expansionista, en particular en el teatro mediterráneo, con campañas en Italia y en el norte de África. El resurgir español 1713-1748 incide en el profundo cambio que la instauración de los Borbones supuso respecto a las actitudes y prácticas de los Habsburgo, subrayando el papel que este monarca tuvo en el reverdecer del poderío español a partir de 1713, tanto en la reconstrucción del Ejército y de la Armada como, en el plano diplomático, en su capacidad de tejer una nueva red de alianzas. Además, cuestiona el paradigma tradicional acerca de la orientación atlántica de la Monarquía en la primera mitad del siglo XVIII, haciendo énfasis en el control hispánico sobre el Mediterráneo occidental, teatro de operaciones donde se desarrollaron las campañas españolas durante la Guerra de la Cuádruple Alianza (1717-1720) y las guerras de sucesión polaca (1733-1738) y austriaca (1740-1748), y las posturas tanto en España como en Italia ante el intento de Felipe V, insatisfecho con las cláusulas del Tratado de Utrecht, de reconstruir el Imperio español, y en este sentido nos hace repensar la narrativa habitual acerca de la historia de Europa. Christopher Storrs, hispanista y profesor de la Universidad de Dundee, bebe de un amplísimo caudal de fuentes primarias para documentar las innovaciones políticas, financieras y militares que pusieron los cimientos del moderno Estado español y se coadyuvaron así hacia el surgimiento de una identidad nacional, haciendo especial énfasis en la contribución personal del propio Felipe V en la consecución de este resurgir español.

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EL RESURGIR ESPAÑOL1713-1748

El resurgir español, 1713-1748

Storrs, Christopher

El resurgir español, 1713-1748 / Storrs, Christopher [traducción de Javier Romero].

Madrid: Desperta Ferro Ediciones, 2022 – 352 p., 16 de lám. :il. ; 23,5 cm – (Historia de España) – 1.ª ed.

D.L.: M-5242-2022

ISBN: 978-84-123817-8-8

94(460) “1713/1748”

94(460).051

 

 

 

 

EL RESURGIR ESPAÑOL, 1713-1748

Christopher Storrs

Título original:

The Spanish Resurgence, 1713-1748.

Originally published by Yale University Press.

Publicado en origen por Yale University Press.

© 2017 by Christopher Storrs

ISBN: 978-0-300-21689-9

© de esta edición:

El resurgir español, 1713-1748

Desperta Ferro Ediciones SLNE

Paseo del Prado, 12, 1.º derecha

28014 Madrid

www.despertaferro-ediciones.com

ISBN: 978-84-123817-8-8

Traducción: Javier Romero Muñoz

Diseño y maquetación: Raúl Clavijo Hernández

Coordinación editorial: Isabel López-Ayllón MartínezCartografía: Carlos de la Rocha Prieto

Primera edición: abril 2022

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados © 2022 Desperta Ferro Ediciones. Queda expresamente prohibida la reproducción, adaptación o modificación total y/o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento ya sea físico o digital, sin autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo sanciones establecidas en las leyes.

Producción del ePub: booqlab

 

 

 

Para todos los españoles, amigos y colegas con los que no hemos podido reunirnos en estos años de pandemia, mientras esperamos ver pronto un nuevo resurgimiento de España.

Para mi mujer, Anne-Marie, sin duda la mejor compañera de confinamiento; y, sobre todo, en memoria de mi madre que falleció a causa de la covid-19 en mayo de 2021.

ÍNDICE

Agradecimientos

Nota acerca de la moneda

Mapas

Prólogo

Introducción

1EL EJÉRCITO

2LA ARMADA

3LAS FINANZAS

4GOBIERNO Y POLÍTICA

5LA ESPAÑA FORAL

6ITALIA E IDENTIDAD

7EL RESURGIR ESPAÑOL, 1713-1748

Nota sobre las fuentes

Bibliografía

AGRADECIMIENTOS

Dar a imprenta el presente libro conlleva la agradable tarea de dar las gracias a todos los que han contribuido, de un modo u otro, a completar algo que me ha llevado tanto tiempo. Debo agradecer primero el apoyo del Arts and Humanities Research Council [Consejo de Investigación de Artes y Humanidades], que me concedió un permiso de estudios retribuido, de acuerdo con el hoy difunto procedimiento de financiar proyectos próximos a finalizar, y también a la University of Dundee, por igualar la beca. Por desgracia, mi idea de que el libro era fruta madura a punto de ser recogida estaba muy lejos de la realidad. También han sido importantes las muchas becas de pequeña cuantía recibidas todos estos años del Carnegie Trust para las Universidades de Escocia, que agradezco todas por igual. Mis colegas de la Universidad de Dundee han contribuido con su espíritu de grupo y, en general, con su buen humor, lo cual me ha sido de gran ayuda. Debo citar en particular a Jim Livesey porque fue él quien, tras tener la amabilidad de leer mi original, me sugirió remitirlo a Yale University Press. ¡Bingo! Fue una gran idea. En Yale, Chris Rogers respondió con rapidez y entusiasmo a mis propuestas y capítulos y Erica Hanson prestó una ayuda de valor incalculable durante todo el proceso de publicación del presente libro; gracias a los dos. De igual modo, también estoy en deuda con los lectores anónimos de Yale: es indudable que sus sugerencias han mejorado la versión final del libro. Mi editor en Yale University Press, Lawrence Kenney, hizo el abrumador trabajo inicial mucho más fácil de lo esperado, al igual que Jeff Schier; gracias también a los dos. Numerosos colegas hispanistas y muchos otros se han interesado por el presente libro. Son demasiados para enumerarlos de uno en uno, pero debo agradecer a Julio Muñoz por regalarme su excelente volumen acerca de Murcia en la Guerra de Sucesión española. El club de Oropesa sigue activo. También me veo en la obligación de expresar mi gratitud a todos aquellos cuya amistad y ocasional hospitalidad contribuyeron a la conclusión exitosa de este proyecto, entre ellos Lorraine Goodhew, Nick McGill y Richard Beville de Londres, así como a mi antigua estudiante y actualmente colega –hoy doctora– Nicola Cowmeadow. Buena parte de la introducción fue publicada en 2012 en el artículo titulado «The Spanish Risorgimento in the Western Mediterranean and Italy 1707-1748», publicado en el volumen 42 de la European History Quarterly y que reproducimos aquí con permiso de SAGE publications. Por último, pero en realidad primero, y por encima de todo, quiero agradecer a mi mejor –y más amable– lectora, crítica y editora, mi esposa y ahora también mi colega, Anne-Marie, –hoy doctora– Storrs. Sin su notable generosidad, amabilidad, afecto y paciencia es posible que este libro nunca hubiera visto la luz. Muchos autores aprovechan esta oportunidad para remarcar que sus hijos les revelan cuáles son las cosas importantes de la vida; para mí, es Anne-Marie.

NOTA ACERCA DE LA MONEDA

En general

11 reales= 1 ducado

FUENTES

Aparicio, J. I., 1741: Norte fixo y promptuario seguro para la más clara y breve inteligencia del valor de todas las monedas usuales y corrientes del continente de España, Madrid, Juan de San Martín.

Bernal, A. M., 2005: España, proyecto inacabado. Los costes/beneficios del Imperio, Madrid, Marcial Pons, 297.

Kamen, H., 1969: The War of Succession in Spain 1700-1715, London, Weidenfeld & Nicolson, 168-169, 398 [ed. en esp.: La Guerra de Sucesión en España, 1700-1715, E. de Obregón (trad.), Barcelona, Grijalbo, 1974].

Larruga y Boneta, E., 1787: Memorias políticas y económicas sobre los frutos, comercio, fábricas y minas de España: con inclusión de los reales decretos, órdenes, cédulas, aranceles y ordenanzas expedidas para su gobierno y fomento, 45 vols., Madrid, Imprenta de Benito Cano, vol. 1, 73.

McCusker, J. J., 1978: Money and Exchange in Europe and America, 1600-1775. A Handbook, Chapel Hill, The University of North Carolina Press, Omohundro Institute of Early American History and Culture.

Mur Raurell, A. (ed.), 2011: Diplomacia Secreta y Paz: La correspondencia de los embajadores españoles en Viena Juan Guillermo Ripperda y Luis Ripperda (1724-1727) / Geheimdiplomatie und Friede; Die Korrespondenz der spanischen Botschafter in Wien Johan Willem Ripperda und Ludolf Ripperda (1724-1727), 2 vols., Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, vol. 1, 161; y, vol. 2, 333, 367.

Santiago Fernández, J. de, 2000: Política monetaria en Castilla durante el siglo XVII, Valladolid, Junta de Castilla y León, 249-261.

Uztáriz, G. de, 1751: The Theory and Practice of Commerce and Maritime Affairs, John Kippax (trad.), 2 vols., London, John & James Rivington (St. Paul’s Church-yard; John Crofts (Bookseller in Bristol), vol. 1, 88, 164 [ed. or. en esp.: Theorica y practica de comercio, y de marina: en diferentes discursos y calificados exemplares, que, con específicas providencias, se procuran adaptar a la monarchia Española, para su prompta restauración, Madrid, Antonio Sanz, 1742].

Ejemplos

_______________

NOTAS

1. Uztáriz, G. de, 1752, vol. I, 88.

2. Mur Raurell, A. (ed.), 2011, vol. II, 333.

3. Arvillars a CEIII, 14 de marzo de 1732, AST, LM Spagna/64.

4. Revenus Annuels du Roy d’Espagne [1737], enviado junto a Trevor a [?], 18 de marzo de 1738, NA, SP/94/130.b.

PRÓLOGOSUPERAR LOS SPAIN’S DARK AGES

Rafael Torres-Sánchez

Es un hecho indiscutible que hacía falta este libro. Sin ninguna duda, desde su aparición en inglés en el año 2016, es uno de los trabajos que más ha contribuido a redimensionar la historia de España en el siglo XVIII. Y su autor, Christopher Storrs, es uno de los autores que más ha estimulado el actual debate sobre qué significó el desarrollo y construcción de una monarquía imperial española en este siglo. Su traducción es una nueva oportunidad para valorar el motivo por el que esta obra es tan importante para la historiografía y para todo aquel que quiera acercarse al siglo XVIII.

Conozco al profesor Storrs desde hace muchos años. Nos conocimos por primera vez en Valladolid, compartiendo días de investigación en el Archivo General de Simancas y tardes de tertulia, tapas y vino. Después vinieron proyectos, congresos, publicaciones, y más agradables conversaciones en torno a una mesa. Fue en ese largo recorrido cuando tuve la fortuna de descubrir el principal rasgo del autor: es un apasionado de la historia de España. Es un escocés que ha estudiado en profundidad la realidad de la construcción de la monarquía española y lo ha hecho desde la historia comparada internacional, imprescindible para deshacerse de tópicos y fobias. Pero, como sabemos, para innovar en los planteamientos es necesario conocer la tradición. El profesor Storrs construye sus ideas sobre un sorprendente dominio de los clásicos españoles, al tiempo que aporta un impresionante manejo de las fuentes tanto españolas como italianas, francesas e inglesas. El resultado es una interpretación fresca y provocativa, en la que se deja entrever a cada paso la pasión y el respeto de este historiador escocés por la historia de nuestro país.

Los mejores libros son aquellos que ofrecen claves para avanzar en el conocimiento, ya sea cuestionando la validez de las interpretaciones disponibles o aportando ideas y argumentos con los que estimular nuevos debates. El problema que atrajo a Storrs desde el principio fue el conocido en la historiografía internacional como la decadencia de España entre mediados del siglo XVII y mediados del siglo XVIII, lo que los ingleses llaman los Spain’s Dark Ages. Según esta interpretación, la monarquía española perdió en esos momentos su posición como gran poder europeo e imperial y pasó a ser un estado débil y sin la capacidad de recuperar esa posición imperial. A esta interpretación se le ha añadido la creencia de que esa decadencia no fue coyuntural, sino más bien la prueba de un declive más amplio y permanente. Para algunos historiadores y para buena parte del gran público subsiste todavía hoy la idea de que esa decadencia, en realidad, fue algo inherente a la propia España y a la monarquía imperial española. Combatir esta tradicional percepción del declive de la monarquía española requería enfrentarse a la raíz del problema, si de verdad existieron unos Spain’s Dark Ages. Dar respuesta a este interrogante ha sido el principal motor de la investigación y publicaciones del profesor Christopher Storrs y uno de los resultados es el libro que podemos ahora disfrutar en castellano. Al preguntarse por la verdadera naturaleza de esa crisis, este historiador escocés ha logrado abrir enormes posibilidades de reinterpretación de una etapa crucial en la historia de España.

Su experiencia investigadora en las relaciones internacionales entre España e Italia le llevó a centrarse en el estudio de las bases del poder político. Es decir, se centró en resolver cuál fue en realidad la capacidad de la monarquía española para movilizar recursos humanos y militares y utilizar su influencia en la arena política, para así valorar cómo la monarquía española renovó realmente sus estructuras políticas y económicas. Con esos objetivos, Storrs comenzó a revisar la interpretación de los Spain’s Dark Ages y a descubrir una historia muy diferente, en la que ciertamente sí hubo posibilidades de modificar los factores que incidían sobre la crisis, pudiendo limitarla e incluso revertirlos hasta lograr palancas de riqueza y progreso.

El resurgir español ofrece una reinterpretación fundamentada y expuesta de un modo exquisito para comprender por qué la monarquía española sobrevivió y resurgió, alcanzando de nuevo una posición destacada entre los poderes imperiales. Frente a la tradicional idea de que en este tiempo pasó de ser un poder imperial a un mero estado nacional, Storrs demuestra que sí hubo un proyecto claro de reconstrucción de la autoridad imperial con una firme voluntad de proyectarla en el Mediterráneo, tanto en Italia como en el norte de África. Los éxitos militares y territoriales conseguidos en las décadas de 1730 y 1740 solo se pueden explicar porque se lograron revisar las estructuras internas y los mecanismos de poder (militares y diplomáticos). Para Storrs, sin ese resugir español no se podría entender el éxito imperial conseguido durante la segunda mitad de siglo, cuando el imperio territorial alcanzó el máximo de la Edad Moderna y cuando también se llegó a disponer de la segunda armada del mundo.

Su tesis es que fue un proceso amplio, de varias generaciones, en el que la sociedad española del último tercio del siglo XVII y las primeras décadas del siglo XVIII fue capaz de reinventarse, de una manera no siempre valorada por los historiadores y el gran público. La monarquía y la sociedad española mostraron un sobresaliente vigor a la hora de movilizar los recursos disponibles para mantener la posición imperial, al tiempo que una extraordinaria capacidad para iniciar nuevas formas de crecimiento. El profesor Storrs pone el énfasis en la continuidad del cambio y la mejora continua entre los siglos XVII y XVIII, hasta el punto, concluye, de que las políticas y los progresos en la España de Felipe V no pueden entenderse sin la resiliencia de la España de Carlos II. En lugar de limitar los cambios a la influencia catalizadora de la nueva dinastía borbónica, una especie de afrancesamiento precoz, Storrs subraya que las transformaciones ya se habían iniciado con anterioridad, algo que no siempre se ha valorado de una forma correcta. Cualquiera de los grandes mecanismos de acción política del reinado de Felipe V cuenta con un claro precedente de revisión y reforma en el reinado anterior, ya sea fiscal, militar, naval, laboral o incluso de relaciones de poder. Equipos de expertos españoles y legisladores trabajaron en esa revisión, antes incluso de la llegada de los nuevos aliados franceses.

En ese proceso de mejora casi continua, las posibilidades de aplicar cambios se aceleraron con el incremento de la autoridad. En realidad, no fue la consecuencia inmediata de la llegada de un nuevo rey, sino más bien el resultado de la Guerra de Sucesión. La victoria de Felipe V facilitó la implementación de reformas, que antes habían sido más difíciles de aplicar por el continuo desgaste en las negociaciones con otras autoridades y por la falta de colaboración de la sociedad. Para Storrs, más que hablar de «nuevas reformas» durante el reinado de Felipe V, lo que habría que subrayar es una mayor capacidad política para aplicarlas. Lo más importante de esta tesis es que la razón última no fue tanto una imposición despótica del gobierno como la alineación de la sociedad junto a la nueva monarquía. Individuos y poderes públicos encontraron grandes beneficios en participar y colaborar con la nueva autoridad y se convirtieron, a su vez, en los principales catalizadores del cambio. Según Storrs, si el estado de Felipe V llegó a ser más eficaz fue, sobre todo, porque la sociedad española participó con más intensidad en su construcción. Esta participación de la sociedad en el triunfo del estado de Felipe V es esencial en términos historiográficos porque abre el debate a por qué la sociedad quería contribuir en este resurgimiento. La España de Felipe V que analiza Storrs es un excelente y provocativo ejemplo de la relación, descuidada por lo general por los historiadores, entre estado y sociedad.

Junto a la continuidad del proceso de cambio y de colaboración entre el estado y la sociedad, el profesor Storrs introduce otra interesante explicación, como es el papel de la guerra. Si el gasto militar puede ser un elemento de distorsión de cualquier estado y etapa, también puede actuar en el sentido opuesto, como factor positivo, al convertirse en un catalizador del cambio. Esto parece que fue lo que ocurrió durante el reinado de Felipe V, cuando la imposición política de volver al escenario internacional aceleró el ritmo y el alcance de cambios estructurales. Esta idea es atractiva porque explicaría la urgencia con la que se emprendieron algunas reformas, se desempolvaron otros proyectos y hasta se facilitaron canales de colaboración de la sociedad. El estado necesitaba más ejércitos, más armadas, pero también más impuestos, más soldados y más funcionarios, y todo eso solo se podía obtener y asegurar mediante la colaboración de otros agentes públicos y privados. No es casualidad, por ejemplo, que todos los suministros militares, principal gasto del estado, pasaran en pocos años de estar en manos de empresarios extranjeros a solo españoles; es decir, el gasto militar comenzó a quedar dentro de la economía y la sociedad española.

Por último, si la guerra fue para Storrs un catalizador de reformas, el motor último fue una firme voluntad política de volver a recuperar el estatus de poder imperial. El extraordinario análisis que nos ofrece el autor sobre cómo España desplegó en Italia y en el norte de África una intensa labor diplomática y militar ilustra a la perfección el compromiso político con esa idea de recuperación imperial. El autor se aleja de planteamientos manidos, como la decisiva influencia de su esposa, Isabel de Farnesio, para demostrar que en la aspiración de recuperación imperial hubo también otros factores, tales como la influencia de los vínculos entre grupos españoles e italianos, animados por la llegada de exiliados italianos, o como la fragilidad en los acuerdos entre otros beligerantes internacionales, todo ello acompañado del vigor y eficacia de las armas españolas. Es decir, para lograr volver a ser una potencia imperial no solo hubo que modificar alianzas, sino también ofrecer unas capacidades reales de presión internacional. España quiso resurgir y lo logró. En definitiva, Christopher Storrs nos ofrece un marco de reflexión original y fresco, en el que se cuestiona de forma concluyente la interpretación tradicional sobre los Spain’s Dark Ages.

INTRODUCCIÓN

Parece más probable que la guerra que tenemos con España se decida en Italia, más que en América.

Vizconde de Bolingbroke, septiembre de 17431

La primera mitad del XVIII fue un periodo decisivo de la historia de España y de su monarquía o imperio global. En 1700 murió el último Habsburgo español, Carlos II, quien fue sucedido por el primer Borbón español, Felipe V, nieto de Luis XIV. España se vio arrastrada a una guerra de sucesión como no se había visto en más de doscientos años. Felipe se impuso, pero perdió territorios en Flandes y en Italia que habían estado bajo control español durante más de doscientos años, en algunos casos más, lo cual trajo profundas consecuencias para la historia de España. La presencia española en el norte de África también se redujo a causa de la pérdida de Orán y Mazalquivir en 1708. La contienda, además de una reducción del imperio, también trajo notables cambios internos.2 Los territorios aragoneses (Aragón, Cataluña, Mallorca y Valencia) que habían reconocido al rival de Felipe, el austriaco «Carlos III» (el futuro emperador del Sacro Imperio Carlos VI) sufrieron la pérdida de su autogobierno, apenas alterado desde la unificación de «España» obrada por los Reyes Católicos en las postrimerías del siglo XV.

Como cabía esperar, la Guerra de Sucesión española ha suscitado un gran interés entre los historiadores, al igual que el mismo Felipe V y, en particular, los aspectos más extraños de su conducta: sus cambios de humor y su notoria sumisión a su esposa. Por desgracia, tales estudios han soslayado otros acontecimientos del prolongado reinado de Felipe (1700-1746), a pesar del considerable volumen de estudios dedicados a este periodo en décadas recientes. La observación de Henry Kamen, pronunciada hace más de una generación, de que los años 1665 a 1746 representan una «edad oscura» de la historiografía hispana moderna no ha perdido del todo su vigencia.3 Uno de los muchos aspectos del reinado de Felipe que no han sido abordados de forma adecuada es el impresionante resurgir del poder español iniciado en 1713, sobre todo en el norte de África y en Italia, donde en las décadas de 1730 y 1740 pareció que los ejércitos de Felipe resucitarían los extensos dominios italianos conquistados por Fernando e Isabel y por Carlos V.

Las exitosas ofensivas en el Mediterráneo formaron parte de un resurgir español general. Este resurgir, o risorgimento, como describió con acierto el informe de fin de misión o relazione de un diplomático veneciano, también fue palpable en el Atlántico y en el Caribe. Felipe V detestaba el Tratado de Utrecht, que se había visto forzado a aceptar para poner fin a la contienda sucesoria con Gran Bretaña y con todos los aliados salvo el emperador, con el cual no cesarían las hostilidades hasta la Paz de Viena de 1725. Utrecht ratificaba el desmembramiento de la monarquía española en Europa, confirmaba la posesión británica de Gibraltar y Menorca, y concedía a los británicos acceso privilegiado al imperio español en América por medio del asiento, o contrato de concesión a la Compañía del Mar del Sur del suministro de esclavos africanos a la América española. Felipe quería anular todas estas concesiones, por lo que centrarse en el Mediterráneo, como hace el presente estudio, no debe hacernos perder de vista el Atlántico o la determinación de Felipe de impedir la penetración británica en las Indias españolas. Esta política culminó con la guerra de asiento, iniciada en octubre de 1739, un conflicto que a partir de 1741 se subsumió en la Guerra de Sucesión austriaca, a cuya conclusión se logró al fin suprimir el tratado de asiento.4

Por otra parte, la atención prestada, durante las últimas décadas, por los historiadores al mundo atlántico de comienzos de la Edad Moderna y el olvido del mundo mediterráneo no deben oscurecer el hecho de que los intentos de Felipe de anular el tratado de 1713 en el Atlántico no son comparables, ni en tipo, ni en escala ni en impacto, con los que llevó a cabo en el Mediterráneo. Una vez iniciada la guerra, el imperio americano de España era básicamente invulnerable: véanse los fracasos de todas las ofensivas británicas tras su éxito inicial de 1739 en Portobelo, derrotas que facilitaron centrarse en Italia a partir de ese momento. La corte hispana valoraba la América española sobre todo por los recursos que le proporcionaba para sus ambiciones en el Mediterráneo, que fue donde el resurgir español logró sus mayores éxitos. Como observó Steve Pincus acerca de una entidad diferente, Inglaterra, y en un periodo anterior, la década de 1690, debemos cuidarnos de centrarnos en exclusiva en el Atlántico.5

Resulta sorprendente que Felipe V hiciera tan pocos intentos de recuperar Flandes y restaurar la antigua Monarquía Hispánica en Europa septentrional. El propio Felipe no había visitado Flandes, que fue entregada a Max Emanuel de Baviera a comienzos de la Guerra de Sucesión española y conquistada por los aliados a partir de 1706. Sin embargo, Felipe no renunció en absoluto a recuperar parte o todo Flandes después de 1713 (vid. Capítulo 5). Pero la prioridad de Felipe, ya mucho antes de su segundo matrimonio, era Italia, sobre todo los territorios que habían formado parte de la vieja monarquía. Hablaremos más de Felipe (vid. Capítulo 4) pero debemos dejar claro desde un principio que esta política italiana era suya, no de Isabel Farnesio, su segunda esposa. El matrimonio de Felipe con Isabel confirmó y solo modificó en parte sus ambiciones italianas, que ahora incluían también la reinstauración de sus aliados, los duques de Guastalla y Mirandola. El primer Borbón ya tenía dos hijos de su primer matrimonio con María Luisa de Saboya, Luis y Fernando, por lo que era muy improbable que ninguno de los hijos de Isabel, don Carlos, Felipe o Luis, le sucedieran en España. Dado que, en España, al contrario que los príncipes de la casa real francesa, los infantes no recibían dotes sustanciales o appanages, Isabel trató de situarles en los estados italianos sobre los que tenía derechos dinásticos: el ducado de Parma (y Piacenza) de los Farnesio y el gran ducado de Toscana de los Médici. Isabel, en tanto que sobrina del duque de Parma, Francesco (1694-1727), quien no tenía hijos y tan solo un hermano de edad avanzada, poseía muchos derechos dinásticos sobre ese ducado. En Toscana, el gran duque Cosme III (1670-1723) tenía un hijo, Juan Gastón (1723-1737), pero este último no tenía herederos varones. Isabel, descendiente de la hermana del gran duque Fernando II, era una más de las diversas pretendientas, entre las que se contaba la hija de Cosme, la electora palatina.6

Con respecto al norte de África, los historiadores de la España de comienzos de la Edad Moderna suelen ignorar la atención hispana hacia esta región, que motivó las expediciones de Carlos V contra Túnez (1535) y Argelia (1541), así como las intervenciones de Felipe II y Felipe III. Esta inquietud, compartida por Felipe V, se debía a una suma de preocupaciones seculares, estratégicas y religiosas. Los historiadores del siglo XX solían poner en duda el grado de influencia de la religión en la política exterior de la mayoría de soberanos después de 1648. Este punto de vista, algo simplista, está siendo cuestionado. El enfoque revisionista resulta especialmente adecuado en el caso de Felipe V, para quien el título de rey católico parece muy indicado, puesto que era muy devoto (vid. Capítulo 5). Su victoria en la contienda sucesoria se debió en gran parte a su caracterización como guerrero de la religión, que combatía a los musulmanes y a los príncipes protestantes aliados de sus rivales, los Habsburgo austriacos. Felipe tuvo algunos encontronazos con Roma y solía recurrir a argumentos religiosos para justificar unas políticas en esencia seculares. Pero no podemos ignorar el elemento religioso, de cruzada incluso, de la política española en el norte de África, en la cual resultaría difícil, engañoso incluso, tratar de separar lo religioso de lo secular. La herencia africana de Felipe –cierto número de puestos fortificados, o presidios, desperdigados a lo largo de la costa norteafricana– había mermado a causa del conflicto sucesorio. Al mismo tiempo, Felipe no pudo dedicar las fuerzas necesarias para socorrer Ceuta, bajo asedio desde 1694 y que, una vez heredó el trono, afirmó que sería su principal prioridad. Sin embargo, en 1714 la ciudad todavía seguía estando sitiada. Al año siguiente, Felipe envió a todos los obispos españoles una memorable circular en la que les invitaba a aconsejarle sobre la mejor forma de apaciguar la ira divina y liberar a España de sus tribulaciones. En su respuesta, el cardenal Luis Antonio de Belluga y Moncada, obispo de Cartagena y uno de los principales partidarios clericales de Felipe en la contienda sucesoria, urgió al rey a priorizar la reconquista de Orán e intervenir en África antes que en Italia.7

Además de subrayar los beneficios religiosos de tal política, Belluga, cuya diócesis era una de las más amenazadas por los corsarios berberiscos, argumentaba que ello pondría fin al citado peligro. También afirmo que una serie de conquistas en África proporcionaría grano y madera para las escuadras reales, lo cual compensaría la pérdida de Sicilia. En opinión del obispo, la expansión por África compensaría la pérdida de Flandes e Italia, que de todos modos habían sido una carga. Por último, pero no por ello menos importante, la Iglesia financiaría en parte esta expansión por el norte de África. Pocos años más tarde, en 1717, otro eclesiástico, el cardenal Giulio Alberoni, ministro principal de Felipe, apremió a que se llevara a cabo una expedición norteafricana antes que el desembarco en Nápoles que reclamaba el duque de Popoli. Alberoni sostenía que sería más fácil de organizar, cumpliría las promesas que el rey había hecho al papa, defendería los intereses de España y sería motivo de honor o gloria para el rey.8

El proceder de Felipe sugiere que no era insensible a los argumentos de Belluga y de Alberoni, que defendían con sólidos alegatos una estrategia que no era ni atlántica ni italiana. En la Europa cristiana posterior a 1713, ya no era tan evidente que el rey católico tuviera que ser el campeón de la fe. Esto era evidenciado por su continua disputa con el emperador, pues no se apartó para permitir a Carlos VI que combatiera a los otomanos en los Balcanes. Aun así, el impulso religioso continuó atrayendo a Felipe, al igual que a sus predecesores Habsburgo, hacia África. También le impelían preocupaciones más seculares, como la poderosa presencia marroquí al otro lado del estrecho (existía el riesgo de que los moros volvieran a cruzarlo e invadieran España como en el siglo VIII) y la posibilidad de que un avance en el norte de África pudiera facilitar un ataque, o quizá aislar, la guarnición británica de Gibraltar, que a menudo era abastecida desde el norte de África. También es posible que Felipe, al igual que su predecesor Fernando de Aragón, considerase África como una base desde la que intervenir en Italia. Al final, cabe la posibilidad de que Felipe no tuviera más opciones: existe un marcado contraste entre su política norteafricana, en la que en algunos aspectos España estaba a la defensiva contra la yihad islámica iniciada hacia 1680, y la política italiana, en la que adoptó una postura claramente ofensiva.9

Fuera cual fuese la fuente de inspiración, lo cierto es que estas prioridades dieron lugar a un notable resurgir español en el Mediterráneo. Tras recuperar Aragón, Valencia y Cataluña entre 1707 y 1714, las fuerzas de Felipe V reconquistaron las islas de Mallorca e Ibiza. En 1716, a petición del papa, el rey envió una flotilla de cinco navíos de guerra y cinco galeras a defender Corfú de los turcos. En 1717 desembarcó en Cerdeña una fuerza expedicionaria española formada por 9000 efectivos embarcados en 100 transportes y escoltados por 12 buques de guerra de diversos tipos. Para sorpresa de todos, la expedición conquistó la isla en poco menos de dos meses. En 1718 una escuadra mucho más numerosa, 439 naves de las cuales 276 eran transportes que llevaban a 36 000 hombres, emprendió la conquista de la gran isla de Sicilia. El temor a que la corte española desmantelase el Tratado de Utrecht en el sur provocó la respuesta concertada de otras potencias, que formaron la Cuádruple Alianza. En la guerra que siguió (1718-1720) la flota española en Sicilia fue destruida casi por completo, lo cual dejó a las fuerzas de Felipe aisladas en Cerdeña y Sicilia, mientras los ejércitos británicos y franceses invadían el norte de España. En enero de 1720, Felipe, a regañadientes, se unió a la Cuádruple Alianza y evacuó Sicilia y Cerdeña. Más tarde, dirigió su atención al norte de África y envió a Ceuta un convoy de 16 000 hombres que puso fin al sitio iniciado más de veinte años antes.10

Felipe esperaba explotar el éxito de Ceuta con la ocupación de Tetuán y Tánger, pero, por desgracia para sus ambiciones africanas, el jefe de la expedición ceutí, el marqués de Lede (quien también comandó los desembarcos de Cerdeña y Sicilia) consideraba que no disponía de fuerzas adecuadas para ello. De hecho, la corte española mostró una curiosa inactividad en la década de 1720, a pesar de que la revolución diplomática que supuso la paz y la alianza con la corte de Viena en 1725 provocó primero una guerra fría y luego una guerra de verdad, eso sí, breve, con Inglaterra, durante la cual las fuerzas de Felipe sitiaron Gibraltar en 1727. La paz con Gran Bretaña y el Tratado de Sevilla (1729) facilitaron nuevas intervenciones en Italia. En octubre de 1731, en cumplimiento del Tratado de Sevilla, una fuerza expedicionaria angloespañola, que incluía 23 buques de guerra, 7 galeras y 48 transportes españoles llevó a unos 7500 soldados españoles a Italia para instaurar al infante don Carlos en los ducados centrales.11

Una vez reinstaurada la presencia hispana en la Italia central, Felipe dirigió de nuevo su atención al norte de África, donde se implicó en las pugnas locales por el poder. En 1731, un príncipe marroquí solicitó el apoyo de Felipe en su disputa con el rey de Marruecos con la promesa de que, de imponerse, le restituiría Orán. Además, el antiguo ministro jefe de Felipe, caído en desgracia, el barón neerlandés Juan Guillermo de Ripperdá, estaba predisponiendo al rey de Marruecos contra Felipe. Fuera cual fuese el motivo del rey Felipe, en junio de 1732 una fuerza expedicionaria de más de 600 naves –buques de guerra y galeras que escoltaban a centenares de transportes con casi 27 000 hombres a bordo– zarpó de Alicante y reconquistó Orán primero y, más tarde, Mazalquivir. Al igual que muchas otras aventuras exteriores de España durante el periodo, esta expedición suscitó un interés generalizado en el extranjero.12

Los presidios norteafricanos de España continuaron preocupando a Felipe V y a sus ministros. En 1740, por ejemplo, tras el estallido de la guerra contra Gran Bretaña, se temió que los británicos incitasen a los argelinos a atacar Orán. El año 1732 fue testigo de la última gran expedición de Felipe al otro lado del estrecho: a partir de ese momento, los esfuerzos españoles en el Mediterráneo se centraron casi en exclusiva en Italia. En el otoño de 1733, Felipe, en alianza con la corte francesa (primer pacto de familia) intervino en la Guerra de Sucesión polaca, con el envío a Italia de un convoy de 16 naves de guerra, 150 transportes y casi 36 000 soldados. La afirmación de José Patiño en enero de 1735 de que Felipe tenía en Italia 56 000 efectivos es, sin duda, una exageración, aunque a finales de 1735 tenía a su servicio en Italia casi 50 000 soldados. Para entonces había conquistado Nápoles, Sicilia (en otra ambiciosa operación anfibia que supuso el traslado de 18 000 soldados en más de 200 transportes escoltados por buques de guerra y galeras) y las fortalezas de Piombino, Orbetello, Porto Ercole, Santo Stefano y Tellemone, en los presidios toscanos, que habían formado parte de la Italia española. Después de 1713 Felipe cedió estas conquistas, junto con Porto Longone [hoy Puerto Azzurro], la única parte del complejo de presidios que retuvo y su única posesión en la Italia continental, a don Carlos, quien en julio de 1735 fue coronado rey de las Dos Sicilias en Palermo.13

Victoriosas en la Italia central y meridional, las fuerzas españolas se dirigieron a Lombardía para culminar la expulsión de los austriacos de Italia. Sin embargo, el desacuerdo por Mantua, que la corte española pretendía que formase parte de los estados milaneses asignados a otro de los hijos de la Farnesio, el infante Felipe, así como el temor de la corte de Turín a un predominio español en Italia, provocaron división entre los aliados. La corte francesa negoció por separado con el emperador un tratado que descartaba nuevos avances españoles en Italia, acuerdo que fue impuesto a los aliados de Luis XV. La Paz de Viena (1738), por tanto, puso fin al conflicto y confirmó a don Carlos la posesión de Nápoles, Sicilia y de los presidios toscanos, pero le obligó a ceder Parma, Piacenza y Toscana a los Habsburgo austriacos, que también conservaron Mantua y Milán.14

A pesar de estos triunfos italianos, la corte española no estaba en absoluto satisfecha. Tras la muerte, en octubre de 1740, del antiguo rival de Felipe, el emperador Carlos VI, sus ambiciones italianas volvieron a llevar la Guerra de Sucesión austriaca a Italia. España, que estaba en guerra con Gran Bretaña desde octubre de 1739, entre noviembre de 1741 y marzo de 1742 despachó a Italia tres expediciones con unos 40 000 soldados. Las dos primeras navegaron en convoy con la armada de Felipe hasta Italia central, donde se unieron a los 10 000 hombres ofrecidos por don Carlos, mientras que la tercera expedición marchó por tierra a través de Francia bajo el mando del infante Felipe. Esta intervención en Italia, en alianza con los reyes de Francia (segundo pacto de familia, 1743), con el rey de las Dos Sicilias, el duque de Módena y, más tarde, con la República de Génova, obtuvo éxitos considerables. También hizo que la guerra contra Gran Bretaña en el Caribe, que languidecía desde el fracaso británico en Cartagena de Indias en 1741, fuera eclipsada por la contienda en Europa y, en particular, por los combates en Italia. Hacia finales de 1745 las fuerzas borbónicas habían ocupado Parma, Piacenza y, por fin, Milán, donde el infante Felipe entró triunfal en diciembre de 1745. También habían ocupado Niza y el ducado de Saboya, lo cual suscitó la alarma de la protestante Suiza y de buena parte del Piamonte. A comienzos de 1746, momento en el que Felipe podía tener unos 56 000 hombres en Italia, había recuperado casi por completo la Italia española que había heredado en 1700, con lo que había revertido el Tratado de Utrecht.15

Sin embargo, el invierno de 1745-1746 fue el momento decisivo de la campaña española en Italia, que se desmoronó poco después, una vez que María Teresa abandonó momentáneamente sus intentos de recuperar Silesia de Federico el Grande y dio prioridad a la reconquista de Italia. A finales de 1745, María Teresa envió 30 000 hombres a la península. Los refuerzos hicieron efecto. Las fuerzas españolas fueron expulsadas de Milán y Parma, y sufrieron, junto a sus aliados franceses, una aplastante derrota en Piacenza el 2 de julio de 1746. Es posible que esta derrota contribuyera a la muerte de Felipe V en julio de ese mismo año.16 Las fuerzas hispanofrancesas solo pudieron escapar a un desastre completo retirándose a la Riviera siguiendo la costa hasta Francia tras dejar abandonada a su suerte a su aliada, la República de Génova. Solo Saboya continuó ocupada por las fuerzas de Felipe, y María Teresa buscaba recuperar Nápoles y Sicilia. En el verano de 1746, Fernando VI ascendió al trono. El nuevo monarca estaba mucho menos comprometido con la política italiana que su padre y estaba decidido a poner fin a una guerra tan dañina para sus súbditos españoles, lo cual amenazaba las aspiraciones borbónicas en Italia, con la salvedad de que Fernando deseaba establecer en Italia al infante Felipe para así tenerle alejado de España. Por tanto, España continuó combatiendo. El tratado de paz que concluyó el conflicto, firmado en Aquisgrán en octubre de 1748, confirmó a don Carlos la posesión de Nápoles y cedió Parma y Piacenza al infante Felipe. Cuatro años más tarde, los Habsburgo austriacos y los Borbones españoles firmaron el Tratado de Aranjuez en el que reconocían sus posesiones respectivas en Italia. Esto puso fin a un ciclo de intervenciones militares españolas en Italia, que se había prolongado una generación, y garantizó que el país viviera en paz durante las cuatro décadas siguientes.17

Por espacio de más de treinta años, durante unas décadas en las que se cree que Europa había vivido en paz, el resurgir español rompió o amenazó dicha tranquilidad. Durante este tiempo España organizó operaciones comparables a expediciones anfibias como la invasión de Inglaterra de Guillermo de Orange en 1688 o el fracasado asalto británico contra Cartagena en 1741, «la más formidable fuerza jamás reunida en el Caribe». Las cortes europeas se sentían alarmadas por las constantes aventuras y ofensivas españolas en un periodo durante el cual la corte hispana constituyó la mayor amenaza a la paz en Europa. Resulta comprensible que los historiadores de las relaciones internacionales, y, más en concreto, de las relaciones internacionales de España, hayan pasado por alto este notable resurgir y, sobre todo, las aventuras africanas e italianas de Felipe V. Por un lado, la diplomacia del periodo era sinónimo de negociaciones complejas, indulgentes y a veces casi inútiles, si bien muchas no eran más que la respuesta de las demás potencias al revanchismo de la corte de Madrid. Por otro lado, existe la sensación de que el ascenso de Prusia y Rusia en la Europa central, septentrional y oriental fue considerada, tanto en la época como más tarde, un acontecimiento de mucha mayor relevancia que otros sucesos como el resurgir español en el sur, que solo tuvo éxito en parte. Existe también la creencia generalizada, tanto dentro como fuera de España, de que el colapso del antiguo régimen de comienzos del XIX supuso un hecho mucho más importante para la historia moderna de España y que la clave de este reside en la era inmediatamente precedente, esto es, finales del siglo XVIII, y el fracaso del intento de Carlos III, el antiguo don Carlos de Nápoles, de salvar la monarquía borbónica con sus alardes de «despotismo ilustrado».18

Con esto no queremos negar la importancia que los historiadores han atribuido al reinado de Felipe, que caracterizan como un periodo que fue testigo de los primeros pasos hacia la necesaria creación, tras la crisis y el declive sostenido del XVII, de una España moderna, centralizada, unitaria y nacional, en la que Felipe V desempeñó el papel de «rey patriota». Esta supuesta unidad nacional centralizada era en gran parte consecuencia de la contienda sucesoria y de la supresión del particularismo aragonés, un hecho que ha engendrado una historiografía «aragonesa» en su mayor parte negativa (vid. supra). Uno de los puntos flacos de la citada historiografía es su incapacidad de ver que la recuperación de los reinos aragoneses por parte de Felipe debe comprenderse dentro de una coyuntura histórica diferente: la del resurgir español en el Mediterráneo occidental. Visto desde una estricta perspectiva española, las aventuras italianas y norteafricanas de Felipe han sido criticadas por ser una distracción, irrelevante respecto a la creación, al parecer más importante, de un estado español moderno. Esta distracción se ha atribuido con frecuencia a las egoístas ambiciones de la segunda esposa de Felipe, la «arpía de España» según la lapidaria frase de Thomas Carlyle. Y, como ya hemos visto, pese a que logró ciertos triunfos e impresionó a los contemporáneos, estas aventuras no fueron del todo exitosas. Desde luego, no se cumplieron ni las promesas de 1735, momento en que los Borbones españoles parecían imparables en Italia, ni las de 1745. En consecuencia, en 1748 España obtuvo menos de lo que antes había parecido posible. Tal vez no deba sorprendernos que, después de 1748, los ministros españoles dieran la espalda al Mediterráneo y se centrasen en lo que muchos españoles consideraban que debía ser su principal misión: el imperio americano y una explotación de sus recursos, por y para España, más efectiva.19

Sin embargo, esto supone subestimar los triunfos mediterráneos de los españoles posteriores a 1713. Felipe V recuperó terreno perdido y reimpuso su presencia en el norte de África, hecho indebidamente ignorado por la historiografía. Respecto a Italia, hacia 1748 había una dinastía de borbones españoles instalada en Italia, la cual se mantendría en el trono hasta la expedición siciliana de Giuseppe Garibaldi de 1860 y la creación del reino de Italia en 1861. Esto mismo también puede decirse de la otra dinastía de borbones españoles instalada en Parma y Piacenza. Italia, que en 1713 parecía destinada a quedar bajo el dominio los Habsburgo austriacos y la casa de Saboya, volvió a ser en su mayoría española. Este viraje puede verse en los temores de los Saboya después de 1720. La nueva distribución de poder en Italia posterior a 1748 fue uno de los factores que llevaron al rey Carlos Manuel III de Cerdeña a desposar con una infanta española a su hijo y heredero, el futuro rey Víctor Amadeo III. Los éxitos militares que dieron lugar a esta nueva situación, en particular los de la Guerra de Sucesión polaca, supusieron un punto de inflexión militar tras décadas de fracasos españoles en las postrimerías del siglo XVII y parecían repetir los triunfos de los Reyes Católicos y de Carlos V (vid. supra). La presencia británica en Gibraltar y Menorca era, sin duda, motivo de irritación, pero el refuerzo de la presencia española en la orilla opuesta del estrecho suponía un cierto contrapeso a Gibraltar, que incluso podía ser intercambiado por el primero.20

Estos hechos son muy importantes para nuestra comprensión de las relaciones internacionales, no solo en Italia sino también para toda la generación posterior a la Guerra de Sucesión española, momento en que el revisionismo español constituyó una de las principales fuerzas impulsoras de la diplomacia europea. Los años que van de 1713 a 1739 fueron un periodo en el que los dos grandes rivales del XVIII, Gran Bretaña y Francia, experimentaron una debilidad relativa a causa de problemas internos, dinásticos y financieros, entre otros. Estos problemas, y su decisión de no ofender a la corte española, la cual podía proyectar su hostilidad contra el comercio de los súbditos británicos y franceses, ya fuera de forma directa o indirecta, con la América española, reforzó su reticencia a entrar en la guerra después de la Guerra de Sucesión española e incluso llevó a los dos estados a establecer una alianza. La corte hispana explotó con éxito dicha reticencia, por medio de una combinación de amenazas y guerras. En algunas ocasiones fue apaciguada, como ocurrió en el Tratado de Sevilla (1729) y la expedición angloespañola a Italia de 1731. Cuando, en la década de 1730 y 1740, Gran Bretaña y Francia se distanciaron, España se benefició del valioso apoyo de la armada y del ejército francés. Es evidente que Felipe V e Isabel Farnesio, fuera cual fuera su motivación, lograron avanzar hacia sus objetivos: en 1735, tras la conquista de Nápoles, el representante de Felipe en Londres, el conde de Montijo, declaró, con justificable hipérbole, que el Tratado de Utrecht estaba muerto.21

Las relaciones internacionales de este periodo no han sido del todo descuidadas. En este sentido, el estudio en varios volúmenes de Alfred Baudrillart sobre Felipe V y la corte gala es, a pesar de los años transcurridos, tal vez la prueba más notable de ello. Sin embargo, las ambiciones y políticas españolas, así como su impacto, no han despertado la atención que merecen, en particular en décadas recientes. Así, a pesar del trabajo de Guido Quazza y otros, la Guerra de Sucesión polaca, en la que la monarquía Habsburgo austriaca estuvo cerca de desmoronarse y que dio lugar a la reestructuración de Italia, ha sido olvidada, al igual que el teatro de operaciones italiano durante la Guerra de Sucesión austriaca. Las inquietudes mediterráneas de los españoles y la respuesta de las demás potencias a las ambiciones españolas en la citada región también cuestionan el lugar común de que el Mediterráneo era una región secundaria. Todo lo contrario. Las ambiciones de España en Italia podían tener graves consecuencias en otros lugares: en 1745, algunos de los ministros de Felipe consideraban que la presencia de tropas españolas en Italia septentrional podría influir en la elección imperial en Fráncfort del Meno. Hasta que el resurgir militar español en el Mediterráneo occidental no asuma su verdadero lugar en la historia de los asuntos internacionales de Europa, no podremos comprender correctamente las relaciones internacionales entre las potencias europeas de esa generación.22

A la hora de explicar el resurgir español, aun sin dejar de reconocer la importancia de lo que se podría calificar como factores no españoles, no cabe ignorar la contribución de los recursos hispanos a la citada recuperación, ejemplificada por las aventuras mediterráneas de Felipe V, que tuvo un impacto mucho más duradero sobre sus súbditos que la defensa de las Américas. En consecuencia, el presente libro desoye en general las Américas, que son el principal interés de los historiadores anglófonos, los cuales se han ocupado sobre todo de los orígenes de la Guerra de la Oreja de Jenkins [Guerra de Asiento], con la salvedad de que sus riquezas sirvieron para financiar las operaciones en el Mediterráneo. Estas décadas testimoniaron cambios decisivos en España, los cuales no pueden separarse de las exigencias de la política exterior en África y en Italia. El estado casi constante de alerta en la España peninsular, sobre todo en las décadas de 1730 y 1740, es crucial para explicar la transformación de la España de comienzos del XVIII en lo que se ha calificado como «estado fiscal-militar», un estado modelado por las exigencias bélicas y, en particular, por sus políticas fiscales características. Las frecuentes guerras y preparativos bélicos de Felipe ocasionaron que, en algunos aspectos, la España de Felipe V encajara mejor en este modelo que la de su hijo Carlos III.23

Por desgracia, la historiografía no siempre ha reconocido como debiera tales hechos. Por un lado, como ya hemos señalado, los historiadores suelen adoptar el punto de vista de que las ambiciones italianas no tenían nada que ver con España o con los intereses de esta, sino que eran poco más que la apropiación de sus recursos por parte de la segunda esposa de Felipe V para asegurar tronos italianos para unos hijos con escasas perspectivas de futuro en España. También se asocia a esta idea la noción de que las expediciones eran poco más que aventurerismo. Por otra parte, las críticas de la política mediterránea de Felipe también reflejan otra corriente historiográfica: la que considera a la nueva dinastía borbónica sinónimo de ilustración, reforma y modernización del estado y de la sociedad de España y de la América española. Resulta poco menos que un cliché la idea de que el reinado de Felipe se caracterizó por la innovación y que el soberano era un modernizador, si bien los historiadores debaten la fuente de inspiración de sus innovaciones, si tenía origen español, o como argumentan muchos, era una importación extranjera, francesa, que hizo que la llegada de Felipe V constituyera la primera oleada de afrancesamiento que experimentó España.24

Las críticas contra la política mediterránea española del periodo se basan en el punto de vista de algunos historiadores, que sostienen que el imperio europeo había sido una carga de la cual España hizo bien en liberarse en 1713. Sin embargo, cabe afirmar que la política italiana de Felipe V tuvo mayor apoyo en España de lo que se cree. Tal vez la evaluación española más positiva de la política mediterránea de la corte española sea la de Antonio de Béthencourt Massieu, quien considera a Patiño el arquitecto del triunfo en Italia. Para Béthencourt, Patiño estaba impulsando una política nacional que perseguía el interés general del país y cuya concepción era mucho más amplia de lo que se le ha reconocido hasta ahora. La opinión de Béthencourt es saludable, en parte porque el punto de vista más antiguo y negativo persiste en las obras de Antonio Domínguez Ortiz y Didier Ozanam, y porque su encomio de Patiño ha recuperado a un coetáneo, injustamente olvidado, de Robert Walpole y André-Hercule de Fleury. Qué es lo que constituye con exactitud una política nacional y la españolidad de esta es también una cuestión que, aun cuando es motivo de encendidas polémicas en la España contemporánea, apenas había sido abordada, salvo en lo que respecta a la supresión de las instituciones particulares de la corona de Aragón. Desde hace mucho tiempo se sostiene la idea de que España constituía una pluralidad de nacionalidades, no una única nación, hasta bien entrado el siglo XVIII e incluso el XIX. Sin embargo, apenas se ha reconocido la posibilidad de que pudiera haber existido un sentimiento incipiente de identificación supranacional con Italia de los súbditos hispanos de Felipe, un sentimiento, heredado de la época de los Austrias, inseparable de la identificación con la dinastía reinante y arraigado en esta.25

Por otra parte, aunque Béthencourt ve la situación de forma más positiva, y es cierto que podía haber existido un consenso doméstico a favor de una política expansiva en África e Italia, no explora con suficiente detalle todos los aspectos de la movilización doméstica de recursos necesaria para esta política. Tampoco dedica un estudio apropiado al impacto en la España de Felipe: es posible que la movilización crease más tensión y problemas de lo que se cree. Debemos considerar el grado de resistencia provocado por la intervención en Italia, en particular en la década de 1740 y, en respuesta a esta, la imposición de la autoridad real que podríamos considerar la expresión arquetípica del absolutismo regio. El episodio no fue lo bastante serio como para socavar la «construcción de lealtad» lograda por Felipe en la Guerra de Sucesión española, pero desencadenó, o más bien reforzó, una reacción contra las ambiciones italianas del monarca. En este sentido, 1748 fue más importante para poner fin a los intereses italianos de España que la paz de 1713. Los desafíos de la década de 1740 revelarían que los historiadores no han explorado a fondo hasta qué punto la Guerra de Sucesión austriaca –al igual que la Guerra de Sucesión española que la precedió y la Guerra de los Siete Años que le siguió– pusieron a prueba a los contendientes.26

En lo que respecta a modernización y reforma, también aquí debemos ser cautelosos. Por un lado, hemos comprender ambos conceptos en un sentido dieciochesco, no decimonónico. En este sentido, modernizar podía querer decir introducir las instituciones y prácticas consideradas más actuales y efectivas, cuya eficacia había sido demostrada, por ejemplo, por los triunfos en el campo de batalla de estados contemporáneos, tanto aliados como enemigos. Pero quizá es más importante tener en cuenta que el objetivo principal de Felipe V, a saber, la preservación, construcción, o ambas cosas, de las posesiones españolas en Italia y en el norte de África, era en esencia conservadora, retrógrada incluso. Esto implica importantes elementos de continuidad con el periodo anterior a 1700, contrarios a la idea de ruptura transmitida por la mayoría de obras sobre el cambio dinástico. La España de comienzos de la era borbónica era un estado inequívocamente dinástico y patrimonial, en el que la política la determinaban sobre todo los derechos hereditarios, no las aspiraciones mercantilistas. En este sentido, cabe argumentar que tenía más afinidades con su predecesor de lo que han reconocido o aceptado los historiadores que suelen ser expertos en la España de los Austrias o de la España borbónica, pero rara vez en ambas. Felipe V no solo buscó resucitar a la Monarquía Hispánica Habsburgo en África, sino que también hizo un uso mucho mayor de sus instituciones y prácticas de lo que se ha admitido, como mi libro demostrará. En lo que respecta al impacto social de este notable esfuerzo bélico, España continuó siendo una sociedad de órdenes o estados: Felipe, en lugar de recompensar a la burguesía que le había apoyado, como han afirmado algunos, reforzó la vieja estructura, por medio de ascensos a la usanza tradicional para los que le servían.27

Los capítulos siguientes tratarán de explicar el notable resurgir del poder español en la generación que siguió a la conclusión de la Guerra de Sucesión española, así como determinar qué impacto tuvo sobre España. Los capítulos exploran también la paradoja fundamental del reinado de Felipe V: en su intento de reconstruir en África y en Italia una monarquía fragmentaria dio lugar a un estado español más sólido. Las fuentes para explorar el resurgir español y sus consecuencias son muy extensas. Incluyen los archivos de las nuevas agencias administrativas centrales que surgieron durante este periodo. Algunos de los materiales generados por estos secretariados de guerra, marina, indias y finanzas perecieron en el incendio que consumió el antiguo palacio real de los Austrias, el alcázar de Madrid, en 1734.28 Aun así, se conservó en el Archivo General de Simancas y en el Archivo Histórico Nacional de Madrid documentación abundante relativa al ejército, la marina y las finanzas. Además de estos documentos, contamos también con los de las autoridades municipales, que recibieron orden de suministrar armas y dinero para las aventuras mediterráneas de Felipe. Asimismo, en el interior de España tenemos los documentos de los nobles y de otras familias, así como su correspondencia privada. No obstante, estas son las más problemáticas, en particular porque son escasas y, a menudo, de difícil acceso. Las publicaciones oficiales como la Gaceta de Madrid también son de cierta utilidad. Por último, pero no por ello menos importante, está la correspondencia en archivos no españoles de los numerosos diplomáticos extranjeros destacados en Madrid, y, entre 1729 y 1733, en Sevilla, cuya presencia convirtió de nuevo a la corte española en uno de los grandes centros de actividad diplomática. La labor de estos diplomáticos era indagar y reportar sobre la política y los recursos españoles a unos soberanos a menudo alarmados por los preparativos bélicos y la agresividad española. En lo referente a esto, resultan de gran valor los reportes de los sucesivos representantes de los duques de Saboya, de los reyes de Sicilia (1713-1720) y de Cerdeña (a partir de 1720), Víctor Amadeo II (fallecido en 1732) y Carlos Manuel III. La corte de Turín no solo era una de las víctimas más obvias del revanchismo español en el Mediterráneo, pues Víctor Amadeo era el abuelo (y Carlos Manuel el tío) del futuro Fernando VI, por lo que la casa de Saboya tenía un derecho de reversión en la sucesión española en caso de extinción del linaje de Felipe V, aspiración que quedó recogida en el Tratado de Utrecht. En consecuencia, los diplomáticos saboyanos siguieron con gran interés los acontecimientos de España durante esas décadas, al igual, por descontado, que los enviados de la mayoría de los demás estados, grandes y pequeños.

El capítulo 1 trata sobre el ejército de Felipe V, el capítulo 2 sobre su marina. El capítulo 3 examina la financiación de las aventuras exteriores de Felipe, mientras que el 4 explora los desafíos administrativos que estas planteaban y cómo afectaban a la vida política hispana. Al final, el capítulo 5 aborda cómo uno de los acontecimientos más centrales de España después de 1707, esto es, la integración en el estado español de Aragón, Cataluña y Valencia, se vio afectado por las intervenciones en África y en Italia, así como la naturaleza de las relaciones con los italianos y con los territorios italianos recuperados. También apunta a una posible conexión entre ambos, vinculados por la presencia en la antigua Italia española de exiliados austracistas de los territorios aragoneses, y aborda la cuestión de la identidad. De este modo, el capítulo busca relacionar el revanchismo mediterráneo de Felipe con el reciente debate español sobre patriotismo e identidad nacional en la España del siglo XVIII.29

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NOTAS

1. Bolingbroke al conde de Marchmont, [23] de septiembre de 1743, en A Selection from the Papers of the Earls of Marchmont…, vol. 2, 317.

2. Kamen, H., 1969, xi; Luis XIV temía que los marroquíes invadieran España si se perdía Orán. Luis XIV a Amelot, Fontainebleau, 3 de octubre de 1707, en Girardot, baron de (ed.), 1864, vol. 1, 239-241. Existe una abundantísima literatura sobre la supuesta decadencia de España en el siglo XVII. Según Stein, S. J. y Stein, B. H., 2000, 91, 101 y passim, la España de finales del XVII estaba sometida al «imperio (económico) no oficial» de británicos, neerlandeses y franceses.

3. Existe una extensísima bibliografía sobre la experiencia de los territorios aragoneses en la contienda sucesoria. Vid. Albareda i Salvadó, J., 2002. Felipe abdicó a comienzos de 1724 a favor de su hijo Luis, pero volvió al trono ese mismo año a causa de la muerte del mismo, lo cual ha llevado a algunos historiadores a hablar de los dos reinados de Felipe: Kamen, H., 2000; Id., 1969, xi; Eissa-Barroso, F. A. y Vázquez Varela, A., 2013, 1-8 se hacen eco de esta idea, pero también muestran el interés renovado de los historiadores por el periodo.

4. Preto, P., 1971: «Daniele Bragadin», en <https://www.treccani.it/enciclopedia/daniele-bragadin_(Dizionario-Biografico)/>. El Tratado de Utrecht también incluyó la renuncia de Felipe a todo derecho sobre la corona francesa, cosa que también detestaba, pues en varias ocasiones quiso reclamar el trono francés. Este es el tema de la obra de Alfred Baudrillart, Philippe V et la Cour de France, de 1890-1901; sobre el Atlántico hispano, vid. Vila Vilar, E., 2012; Scott, H. M., 2006, 73 (sobre el fin del asiento).

5.Vid. Tabak, F., 2008. La expedición de Anson al Pacífico (1740-1744) capturó el galeón de Manila con su fabuloso cargamento de metales preciosos, pero no provocó el colapso de la autoridad española en Chile y Perú como se esperaba en Londres. Williams, G., 1999, 13-14 y passim; Pincus, S., 2011, 29-54, en especial 54.

6. Kalken, F. van, 1907; Echevarría Bacigalupe, M. Á., 2008, 193-210; Grimaldi a Signori, 26 de septiembre de 1741, en Ciasca, R. (ed.), 1967, 265-267; Baudrillart, A., op. cit., vol. 4, 477; Armstrong, E., 1909, 122; Quazza, G., 1965, 61-71; Jones, G. H., 1998, 1-8. Felipe tenía aspiraciones dinásticas –que tenía presentes– sobre Toscana antes de su segundo matrimonio.

7.Vid. Storrs, Ch., 2009a, 25-46; Muñoz Rodríguez, J., 2014, passim; Martín Marcos, D., 2011; Béthencourt Massieu, A. de, 1998, 47; González Cruz, D., 2009, 19; Benito y Durán, Á., 1985, 137-210.

8. Sobre las importaciones españolas de grano de África, vid. Martín Corrales, E., 2013, 257-281; Coxe, W., 1818, vol. 2, 270 f.os.

9. Bernal, A. M., 2005, 54-55; acerca de la construcción de la África española, ca. 1500, vid