El síndrome de la impostura - Valerie Young - E-Book

El síndrome de la impostura E-Book

Valerie Young

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Beschreibung

«Es solo porque les caigo bien». «Estaba en el lugar correcto en el momento adecuado». «Simplemente trabajo más duro que los demás». Si eres una mujer trabajadora, es probable que este monólogo interno te resulte familiar. Un sorprendente número de mujeres de éxito en todos los ámbitos profesionales sienten como si estuvieran fingiendo, como impostoras en sus propias vidas y carreras. Si bien El síndrome de la impostura no es exclusivo de las mujeres, estas son más propensas a angustiarse por pequeños errores, a ver incluso las críticas constructivas como evidencia de sus deficiencias y a atribuir sus logros a la suerte en lugar de la habilidad. A menudo, inconscientemente, tratan de compensarlo con el perfeccionismo, la sobrepreparación, mantener un perfil bajo, no expresar sus opiniones o nunca completar proyectos importantes. En este libro, la periodista científica Valerie Young ofrece a estas mujeres la solución que han estado buscando. Combinando un análisis perspicaz con consejos efectivos y anécdotas, explica qué es el síndrome del impostor, por qué los temores a ser un fraude son más comunes en las mujeres y cómo puedes reconocer la forma en que se manifiesta en tu vida.

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Valerie Young

El síndrome de la impostura

Cómo identificarlo y superarlo

Traducción del inglés de Elsa Gómez

© Valerie Young, 2011, 2023

Edición publicada por acuerdo con Currency,

un sello de Crown Publishing Group, de Penguin Random House LLC

© de la edición en castellano:

2024 Editorial Kairós, S.A.

Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España

www.editorialkairos.com

© traducción del inglés al castellano de Elsa Gómez

Diseño cubierta: Katrien Van Steen

Composición: Pablo Barrio

Primera edición en papel: Marzo 2024

Primera edición en digital: Marzo 2024

ISBN papel: 978-84-1121-238-0

ISBN epub: 978-84-1121-265-6

ISBN kindle: 978-84-1121-266-3

Todos los derechos reservados.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

Este libro está dedicado a las dos descubridoras del fenómeno de la impostura, las doctoras Pauline Clance y Suzanne Imes. Al poner nombre a los sentimientos, liberaron a innumerables personas –yo entre ellas– de una innecesaria falta de confianza en sí mismas y en sus capacidades.

Sumario

Introducción1. ¿Te sientes una impostora, un impostor? Únete al club2. En busca del origen3. No todo está en tu cabeza4. A salvo en tu escondite5. ¿Qué tienen que ver realmente la suerte, el don de la oportunidad, los contactos y la simpatía con el éxito?6. Reglamento de la competencia para simples mortales7. La respuesta al fracaso, los errores y las críticas8. El éxito en las mujeres y su instinto de conexión afectiva9. ¿Es «miedo» al éxito o es otra cosa?10. Tres razones por las que a una mujer le cuesta más «fingir hasta conseguirlo» y por qué lo debes hacer11. Reconsidera la posibilidad de ser audaz y asumir riesgos12. Lo que realmente supone hacer realidad tus sueñosApéndice: Me pasó algo gracioso cuando estaba a punto de empezar a escribir este libroNotasAgradecimientosNota de la autora

Introducción

Cuando una mujer es capaz de hacer algo, piensa que no tiene demasiado mérito. Lo veo en las estudiantes de veintiún años que acaban de licenciarse, en las que han terminado los estudios de posgrado y están a punto de recibir el grado de doctoras, y lo veo en las profesionales que llevan diez, quince o veinte años trabajando.

Directora de asuntos de minorías estudiantiles en una prestigiosa universidad femenina

Son innumerables los libros que prometen revelar los «secretos» del éxito. Este no es uno de ellos. Ya eres una persona de éxito, solo que no sientes que haya sido obra tuya. Y de eso trata este libro: de ayudar a personas como tú, que ya han alcanzado cierto éxito académico o profesional, a sentirse orgullosas por lo que han conseguido. Este libro expone los miedos e inseguridades ocultos que conocen bien millones de mujeres –y hombres– de consumada valía, e indaga en las mil razones por las que secretamente sienten que no merecen el éxito que han conseguido con tanta determinación y esfuerzo.

Dicho sea de paso, no hace falta que te sientas una persona particularmente «triunfadora» para que puedas detectar una contradicción entre la aparente confianza y competencia que muestras de cara al público y la voz secreta que te hace dudar de tus capacidades reales. Probablemente, si diriges una pequeña empresa, o estás en los inicios de tu carrera profesional, o eres estudiante de secundaria, no te consideres todavía una «persona de éxito» –al menos no en el sentido en que la sociedad la define–, y creas que el síndrome de la impostura que te acosa en secreto desaparecerá para siempre el día que consigas un éxito rotundo. Si es tu caso, más vale que vayas asimilando que no será así.

Ni más ni menos que entre el ochenta y el ochenta y uno por ciento de quienes ocupan puestos de dirección general y ejecutiva en empresas del Reino Unido aseguran que, a veces, sienten que no tienen la preparación necesaria para hacer frente a una situación dada, o que no están a la altura de las responsabilidades de su cargo.1 Así que, en vez de acabarse para siempre el sentimiento de que eres un fraude, lo único que cambia cuando llegas a lo más alto es que ahora tienes la sensación de estar engañando a más gente aún y desde más arriba. Podrías ganar el Premio Nobel de Física o un Óscar de la Academia y seguir preguntándote: ¿Y si descubren que no soy tan inteligente como creen? ¿De verdad puedo engañar a todo el mundo? o ¿Quién me he creído que soy?

De ahí que al principio me resistiera a titular este libro The Secret Thoughts of Successful Women And Men [en la edición original], pero a mi agente, a la editora y al director de la editorial les gustaba tanto que cedí. A mí, sin embargo, no me decía nada, no tenía nada que ver conmigo ni con la gente de la que hablaba el libro. Me evocaba la imagen de alguien que dirigía una empresa o un país o que había llegado a la cima en algún campo. Y, como supe después, no me pasaba solo a mí. Varias profesionales de prestigio me contaron que se habían quedado desconcertadas cuando alguien había visto el libro encima de su mesa y les había preguntado: «Y dime, ¿cuáles son tus pensamientos secretos?». Me dijeron que habían tardado unos instantes en asimilar que esa persona se refería a ellas. Está claro que esas mujeres habían dado pasos importantes en su vida y habían alcanzado objetivos, y yo también: tengo un título superior, dirigí una empresa, puse en marcha dos negocios muy prósperos… Y con todo, si viera este libro en un escaparate, lo primero que me vendría a la mente al leer el título [original] sería: Me pregunto qué pensarán en secreto esas mujeres.

Ya hablaremos más adelante de la relación, a veces complicada, que establecemos con el éxito. Pero, por ahora, traigo buenas noticias: este libro va a mostrarte de verdad la manera de –como dice el famoso anuncio de Apple– «pensar diferente». Vas a aprender a pensar de manera nueva no solo en lo que significa ser competente, en la suerte, el fingimiento, el fracaso y, por supuesto, el éxito, sino también en ti. ¿Significa esto que a continuación tendrás más éxito en la vida? Indudablemente. En cuanto dispongas de las herramientas para transformar tu forma de pensar, empezarás a alcanzar nuevas cotas. Ten por seguro que este libro te ayudará a prosperar.

Si te soy sincera, este es el libro que me hubiera gustado tener en 1982. Llevaba cuatro años haciendo un programa de posgrado en pedagogía y postergando de un modo ya preocupante el momento de redactar la tesis. Un día, en clase, una compañera empezó a leer en voz alta un artículo de un par de psicólogas de la Universidad Estatal de Georgia, las doctoras Pauline Rose Clance y Suzanne Imes, titulado «El fenómeno de la impostura en mujeres de consumada valía».a2 En cada una de las ciento cincuenta mujeres a las que habían tratado en situaciones diversas, Clance e Imes habían detectado una tendencia a desestimar invariablemente cualquier logro que hubieran conseguido, convencidas además de que su éxito dejaría de serlo en cuanto se descubriera el terrible secreto de que, en realidad, eran unas «impostoras».

Me di cuenta de que llevaba un rato asintiendo como uno de esos perritos de cabeza basculante que lleva la gente en el salpicadero. Dios mío, pensé, ¡está hablando de mí! Pero cuando miré a mi alrededor, vi que el resto de la clase –la profesora incluida– asentían también. No me podía creer lo que estaba viendo. Conocía a aquellas mujeres. Había estudiado con ellas, habíamos dado clases juntas, había leído sus trabajos. No tenía duda de que eran personas sumamente inteligentes, elocuentes y competentes. Enterarme de que hasta ellas tenían la sensación de estar engañando a todo el mundo me dejó de piedra.

Varias de nosotras empezamos a reunirnos como una especie de grupo informal de «apoyo a la impostora»; nos sentábamos y hacíamos lo que las mujeres suelen hacer cuando están bajo tensión: desnudar nuestras almas. Hablábamos de lo intimidadas que nos sentíamos cuando teníamos que dar explicaciones de nuestra investigación al director o directora de nuestra tesis. De que en la mayoría de los casos, salíamos de la sesión confundidas y sintiéndonos unas ineptas. De que sin duda habíamos conseguido engañar a todo el departamento de admisión, pero cualquiera que nos mirara de cerca se daría cuenta de que, en realidad, no teníamos madera de eruditas. Algunas estábamos convencidas de que ciertas profesoras y profesores habían hecho la vista gorda con nuestras evidentes carencias intelectuales simplemente porque les caíamos simpáticas. Todas coincidíamos en que la sensación de ser un fraude estaba impidiéndonos terminar la tesis en el tiempo previsto, o, en mi caso, empezarla.

El crítico literario inglés del siglo XIX John Churton Collins tenía razón al decir que «Conocer nuestros respectivos secretos nos proporcionaría un gran alivio». El solo hecho de estar en compañía de mujeres que tenían las mismas inseguridades que yo me tranquilizaba enormemente. Y todo iba bien hasta la tercera reunión. Fue entonces cuando empecé a tener la sensación bastante angustiosa de que, aunque todas decían que se sentían unas impostoras… ¡Yo sabía que la única verdadera impostora era yo!

Así que vi que tenía dos opciones: podía dejar que mis miedos secretos siguieran interponiéndose entre mis objetivos y yo, o podía canalizar la energía para intentar comprenderlos. Elegí lo segundo. El fenómeno de la impostura, o síndrome de la impostora o del impostor, como se conoce más comúnmente fuera del ámbito académico, fue el impulso para la investigación doctoral, en la que indagué en la realidad, al parecer tan extendida, de que tantas mujeres a todas luces inteligentes y capaces sientan que son cualquier cosa menos eso.

En mi búsqueda de respuestas, entrevisté en profundidad a quince mujeres, de las que algo más de la mitad eran mujeres de color. Hablé con ejecutivas, profesionales sanitarias, trabajadoras de los servicios sociales y orientadoras académicas. Quería que me contaran qué tipo de barreras personales habían observado en las mujeres que trabajaban bajo su dirección o que acudían a ellas en busca de asesoramiento. Lo que averigüé en aquellas entrevistas me sirvió de base para un taller de un día de duración que llevaba por título «Superar el síndrome de la impostora: la falta de confianza de las mujeres en sí mismas y en sus capacidades» y que dirigimos conjuntamente mi compañera de posgrado Lee Anne Bell y yo.

Reservamos una pequeña sala de reuniones en un hotel de la zona, colocamos algunos folletos a la vista y cruzamos los dedos, esperando que vinieran al menos unas cuantas personas. Después de aquel, organizamos varios talleres más, con la sala a rebosar en todos ellos, antes de que Lee se mudara a otra ciudad para dedicarse a la enseñanza universitaria. Yo seguí hablando sobre el síndrome de la impostora en charlas y talleres, y en 2019 cambié el nombre del programa, lo llamé: «Repensar el síndrome de la impostura».

Sacar del ámbito de la psicoterapia los sentimientos de impostura y llevarlos al terreno de la educación ha tenido un efecto formidable. Hasta la fecha, más de medio millón de personas han asistido a este taller. El simple hecho de haberles ofrecido una forma alternativa de considerarse a sí mismas y valorar su competencia ha tenido resultados asombrosos. Las mujeres han pedido –y conseguido– aumentos de sueldo. Ejecutivas de empresa que habían participado en el taller como estudiantes me contaban años más tarde que la transformación había sido tan radical que querían que ahora me dirigiera a sus empleadas. Escritoras y escritores que durante años habían dudado de la calidad de sus escritos empezaron a publicar un libro detrás de otro. Hombres y mujeres que hasta entonces no habían tenido la confianza y el coraje para poner en marcha un negocio o dar un paso empresarial se atrevieron a hacerlo. Una cirujana me contó que tenía tal seguridad en sí misma que incluso había empezado a encargarse de intervenciones más complicadas.

Lo que expongo en este libro nace fundamentalmente de mi investigación inicial. De vez en cuando, me baso en la experiencia profesional y de gestión adquirida durante los siete años que ocupé un puesto directivo en una destacada empresa estadounidense (incluida en la lista de las doscientas empresas de capital abierto más prósperas de Estados Unidos que publica anualmente la revista Forbes) y los veinticinco años que he trabajado como empresaria y pionera del coaching profesional fuera del entorno laboral. Sin embargo, la mayor parte de lo que descubrirás en estas páginas procede de la experiencia y comprensión colectivas de quienes han participado en mis talleres a lo largo de cuatro décadas.

Durante ese tiempo he dirigido talleres para miles de estudiantes y el personal docente y administrativo de más de cien universidades y escuelas universitarias de Estados Unidos, Canadá, Europa, Japón y el Reino Unido, entre ellas Harvard, Stanford, Smith, el Centro Tecnológico de Massachusetts (MIT), Meharry y Oxford. Por desgracia, el síndrome de la impostura no termina cuando recibimos un certificado de estudios. Parte de lo que leerás se basa en los testimonios de personas que trabajan en organizaciones tan diversas como Google, Pfizer, Moody’s, Hello Fresh, Procter & Gamble, la NASA, la Sociedad Internacional de Mujeres Ingenieras, la Asociación de Mujeres Camioneras, el Instituto Nacional del Cáncer y numerosas organizaciones de mujeres empresarias de todo Canadá.

Además, he organizado seminarios para grupos de personal médico y de enfermería, psicoterapeutas, optómetras, auxiliares de administración de empresas, profesionales de la joyería, de los servicios sociales, del asesoramiento financiero, de la abogacía, escritores y escritoras de novelas románticas…, todo lo cual se ha incorporado a este libro. Por diversas que fueran sus respectivas ocupaciones y situaciones personales, las mujeres y hombres con los que he trabajado tienen algo importante en común: no son impostoras ni impostores. Y, como pronto descubrirás, tampoco tú lo eres.

El síndrome de la impostura antes y ahora

Está claro que hay cantidad de cosas que han cambiado en la vida de las mujeres desde 1982. Ojalá pudiera decir que la presencia del síndrome de la impostura es una de ellas. Lamentablemente, de los cuatro temas generales que trata este libro, los tres que surgieron de mi investigación inicial no tienen menos vigencia hoy que entonces:

1. La forma en que defines y experimentas la competencia, el éxito y el fracaso depende por entero de lo competente que te sientas y de la seguridad que tengas en ti. Modificar tu forma de entender la competencia, el fracaso y el éxito es la vía más rápida para superar el síndrome de la impostura.

2. Las barreras que las mujeres se autoimponen con su actitud y comportamiento limitadores deben considerarse en el marco de las expectativas y realidades socioculturales. Si hay situaciones en las que te resulta difícil considerarte suficientemente cualificada o competente, puede ser porque también a la sociedad le cuesta a veces verte de esa manera. A pesar de todos los progresos sociales, lo cierto es que los prejuicios inconscientes, por parte de las mujeres tanto como de los hombres, pueden hacer que, por el hecho de ser mujer, se te considere menos competente y menos merecedora de un contrato, un ascenso o una subvención. Por supuesto, las mujeres no somos las únicas a las que en la sociedad y en la mayoría de las organizaciones se nos subestima debido a los estereotipos aún vigentes sobre la aptitud y la inteligencia. Lo mismo hace treinta años que ahora, el racismo, el capacitismo, el edadismo, el clasismo y cualquier otra actitud discriminadora por el motivo que sea, puede dar al traste con nuestros más serios esfuerzos por avanzar.

3. Es imposible separar lo que supone para una mujer triunfar en el mundo –en lo cual se incluye el «miedo al éxito»– de su instinto básico de conexión afectiva. Mudarte a otra ciudad para estudiar o para ocupar un nuevo puesto de trabajo, conseguir un importante ascenso o prepararte para trabajar en un campo predominantemente masculino son solo algunas de las situaciones en las que puedes sentirte insegura. Podría ser porque el síndrome de la impostura hace su aparición. Pero, en algunos casos, eso que das por sentado que es miedo al éxito es en realidad una hipersensibilidad a cómo repercutirá el éxito en tu relación con las personas cercanas.

Hay un aspecto de la seguridad en una misma que no estaba presente en 1980 y del que te hablaré en estas páginas. En aquel tiempo, las mujeres se esforzaban por derribar las barreras culturales, educativas y legales que les impedían acceder a profesiones y ocupaciones mejor remuneradas y que históricamente habían sido exclusivas de los hombres. En la actualidad, las barreras estructurales han desaparecido en gran medida, por lo cual, en el caso de muchas mujeres, los esfuerzos van dirigidos a integrar trabajo y vida personal y a encontrar satisfacción y motivación en el trabajo, en lugar de a la búsqueda unidireccional de igualdad de sueldo, estatus y poder. En general, es un cambio favorable. Sin embargo, a la vez ha complicado las cosas, porque hace que en ocasiones no sepas si lo que te frena a la hora de dar un paso es la falta de confianza en tus capacidades o que tus prioridades son otras.

¿Pueden los hombres sentirse unos impostores?

Cuando la psicología empezó a estudiar el fenómeno de la impostura, se pensaba que era algo que afectaba sobre todo a las mujeres. Pero se ha demostrado que no es así. De hecho, es uno de los pocos problemas psicológicos que de entrada se pensó que afectaba principalmente a las mujeres, y que con el tiempo se ha visto que afecta a todo el mundo.3 Cada vez son más los hombres que asisten a mis seminarios, y entre estudiantes de posgrado la proporción de hombres y mujeres que sufren el síndrome es más o menos la misma.

Quizá te preguntes: si también hay hombres que se sienten unos impostores, ¿cómo es que este libro se centra tanto en las mujeres? Es una pregunta legítima y, francamente, en un principio tampoco yo sabía con claridad la respuesta. He conocido a innumerables hombres que sufrían terriblemente a causa del miedo a ser un fraude, entre ellos un miembro de la policía montada de Canadá, un abogado que había interpuesto un recurso de casación ante el Tribunal Supremo, un beneficiario de la prestigiosa beca MacArthur, conocida popularmente como «la subvención para genios», y todo un equipo de ingenieros aeroespaciales, uno de los cuales me habló del «terror» que siente cada vez que recibe un encargo importante. Al final, sin embargo, encontré más razones a favor que en contra para poner de relieve los elementos por los que las mujeres sufren el fenómeno de la impostura de un modo diferente a como lo experimentan otros grupos marginados.

Para empezar, pese al creciente interés de los hombres por el tema, sería inexacto suponer que han empezado a buscar desesperadamente una solución. Según las últimas cifras, casi el noventa por ciento de las tesis sobre el fenómeno de la impostura estaban escritas por mujeres. Y, salvo raras excepciones, cuando se me invita a dar una charla, las peticiones provienen de grupos de recursos para empleadas, o de asociaciones de mujeres, o de iniciativas universitarias, empresariales o de otro tipo cuya misión es atraer, motivar, retener y apoyar a las trabajadoras o a estudiantes o miembros del sexo femenino.

Y lo que es más importante, este libro va dirigido a las mujeres porque a nosotras el síndrome de la impostura nos frena más. Betty Rollin, corresponsal de la cadena de televisión NBC durante muchos años, lo expresó inmejorablemente cuando escribió: «Me sé la teoría esa de que los hombres tienen el mismo miedo que nosotras, solo que ellos lo reprimen. Vale, entonces debe de ser que lo de la represión funciona. Porque, cuando miro a mi alrededor en la oficina, veo a un montón de hombres que son bastante menos competentes de lo que creen ser y a un montón de mujeres a las que les pasa justo lo contrario: son mucho más competentes de lo que piensan y, si siguen así, más de lo que nadie pensará jamás».

La siguiente pregunta obvia es: ¿puede este libro serles de ayuda a los hombres que sufren el síndrome de la impostura? ¡Por supuesto que sí! En especial, si eres un hombre de color, si vienes de una familia de clase trabajadora, eres estudiante o te identificas con cualquiera de los demás grupos «de riesgo» de los que hablo en el libro. Y si eres orientador, mentor, profesor, director, padre o entrenador, es decir, si estás en una posición de responsabilidad hacia otras personas, este libro te será igualmente de enorme provecho.

Aunque algunos aspectos del libro se dirigen más directamente a las mujeres, los mensajes esenciales le serán de utilidad a cualquiera que los lea. Por un lado, verás que he incluido varias voces masculinas. Debes saber también que, cuando hago referencia a los hombres o a diferencias de género más generales en relación con el síndrome, a menos que indique lo contrario, no es que esté haciendo distinciones entre «impostores» e «impostoras». En otras palabras, cuando hablo de la experiencia de la impostura, incluyo a los hombres también.

Y ya que hablamos de esto, llevo suficiente tiempo haciendo este trabajo como para saber que hablar de diferencias sociales no solo da pie al debate, sino también a posibles malentendidos. Hay quienes sostienen que poner de relieve las diferencias refuerza los estereotipos. Hay quienes prefieren no mencionar en absoluto las diferencias de género, por considerar que cualquier diferencia es sinónimo de conflicto. Y habrá tal vez quienes tergiversen mis explicaciones y concluyan que, a mi entender, los hombres son una panda de fanfarrones a los que les sobra seguridad; o lo contrario: que los hombres tienen claro lo que quieren y las mujeres son tan tímidas e inseguras que dan pena. Por supuesto, ni lo uno ni lo otro es verdad.

Tú y yo sabemos que ni todas las mujeres son de una manera ni todos los hombres son de otra. Aun así, cuando se habla de diferencias de género, es imposible no hacer ciertas «generolizaciones», y admito que este libro no es una excepción.

Con esto, te pido permiso para utilizar aquí los términos «hombres» y «mujeres» en sentido genérico, consciente de que las diferencias que se establezcan entre grupos de cualquier tipo son siempre afirmaciones sobre los términos medios.

Cómo sacarle el máximo provecho a este libro

Aunque sé que parece un tópico, cuanto más inviertas en este libro, más provecho le sacarás. Pensarás que es obvio, pero he oído a mucha gente quejarse de que habían leído todos los «libros de consejos» imaginables y «nada funcionaba». Mi pregunta es siempre la misma: «¿Aplicaste los consejos?». La respuesta es invariablemente «no». Siempre es más fácil continuar leyendo que pararse a hacer los ejercicios, y es cierto que probar a comportarte de una manera nueva puede resultar de entrada bastante incómodo. Sin embargo, solo cuando nos comprometemos activamente en el proceso, se produce un cambio.

Sé que el síndrome de la impostura puede causar una gran angustia, y precisamente por eso he intentado aportar un poco de ligereza a un tema que contiene a menudo una fuerte carga emocional. Aunque quizá en este momento te parezca imposible, créeme que, para cuando llegues al final del libro, te reirás de lo absurdo que resulta que personas plenamente capaces –incluida tú– se sientan unas impostoras, unas farsantes, un fraude. Como dijo el genial Bugs Bunny: «No te tomes la vida demasiado en serio. No saldrás con vida».

Por último, que estés leyendo este libro es señal de que estás en disposición de «pensar diferente». Me dice que has decidido, de una vez por todas, que ha llegado el momento de verte como la persona inteligente y competente que realmente eres.

1.¿Te sientes una impostora, un impostor? Únete al club

El problema de la humanidad es que

las personas estúpidas y fanáticas están seguras de todo,

y las inteligentes están llenas de dudas.

BERTRAND RUSSELL

No hay que esforzarse demasiado para encontrar a personas de talento, inteligentes y competentes que se sienten cualquier cosa menos eso. Joyce Roché, al volver la vista atrás a la época en la que era una de las pocas mujeres, y de las poquísimas personas de raza negra, en triunfar en el mundo empresarial, recuerda lo que sentía al verse convertida en ejecutiva de alto nivel tanto en Revlon como en Avon: «En lo más hondo de tu ser, no te crees lo que dicen. Estás convencida de que es cuestión de tiempo que tropieces y “todo el mundo” descubra la verdad, y te digan: “Este no es tu sitio. Sabíamos que no valías para esto. Ha sido un error lamentable apostar por ti”».1

Cuando la empresaria Liz Ryan, fundadora y directora ejecutiva de la comunidad de debate empresarial y tecnológico en línea WorldWIT, de la que forman parte mujeres de todo el mundo, ganó el premio Stevie, el equivalente empresarial de un Óscar, no se sintió una ganadora. Al subir al escenario para recoger el premio, lo único que pensaba Ryan era: ¿A quién demonios están premiando? Yo no soy más que una madre que tiene el cuarto de la lavadora a rebosar y un niño de dos años con el pelo pegoteado de papilla de frutas.2

No es la única en pensar cosas de este tipo. Cualquiera habría imaginado que, tras una rápida serie de ascensos, Kevin estaría feliz.b Sin embargo, no lo está, siente que es un fraude. Admite que desde que ha empezado a trabajar en la nueva empresa ha tenido un éxito tras otro, pero lo que cuenta en secreto es: «Me cago de miedo, [porque] estoy fuera de lugar, y tarde o temprano todos se van a dar cuenta». Dawn, desesperada por dejar de vivir al ritmo acelerado que le imponía su trabajo, invirtió miles de dólares y una considerable cantidad de tiempo en formarse para trabajar de coach empresarial. Al cabo de dos años y un centenar de horas de coaching, aún no se atrevía a crear su propio negocio: «Es que no puedo quitarme de encima la sensación de que conseguí el título solo porque engañé a todo el mundo».

En esto se traduce en la práctica el síndrome de la impostura. ¿Y tú, qué es lo que te dices en secreto cada vez que logras un objetivo?

Compruébalo

¿Atribuyes tu éxito a la suerte, o a que llegaste en el momento oportuno, o a un error informático?¿Te dices: Si yo he podido hacerlo, puede hacerlo cualquiera?¿Te torturas por haber cometido hasta el más mínimo fallo en tu trabajo?¿Te hundes en la miseria al oír cualquier crítica, por constructiva que sea, porque la consideras prueba fehaciente de tu ineptitud?Cuando tienes éxito, ¿sientes secretamente que has vuelto a engañar a todo el mundo?¿Te angustias pensando que es cuestión de tiempo que te «descubran»?

Si has respondido afirmativamente a alguna de estas preguntas, entonces sabes mejor que nadie que en realidad importa poco cuántos elogios hayas recibido en tu vida, cuántos títulos tengas o lo alto que hayas llegado. Es cierto que mucha gente piensa que tienes talento, que eres inteligente o incluso brillante. Pero tú no. No es solo que no lo pienses, sino que tienes serias dudas sobre tus capacidades. Da igual lo que hayas conseguido o lo que crean otros, en el fondo tienes el convencimiento de que eres una impostora, una farsante, un fraude (y si eres hombre, un fraude, un farsante, un impostor).

Bienvenida y bienvenido al club

Aunque no nos conocemos, sospecho que sé ya muchas cosas de ti. De entrada, probablemente intentas dar la imagen de persona sumamente capaz y preparada, pero en realidad crees que te consideran solo medianamente competente. Cuando haces una presentación que deja impresionado a todo el mundo, o sacas un sobresaliente en un examen, o consigues el trabajo que quieres –como suele suceder–, piensas que has tenido suerte, o que es porque le has dedicado horas sin fin, no porque seas en verdad excelente en lo que haces. Quienes te conocen o trabajan contigo no tienen ni idea de que te pasas las noches en vela preguntándote en qué momento descubrirán que, en realidad, eres un fraude.

Sé además que eres inteligente. A pesar de que a ti no siempre te lo parezca, hay una parte de ti que también lo sabe. Lo que pasa es que no consideras que tu agudeza sea una constante; no en todas las situaciones te da de verdad la impresión de ser una persona inteligente. Y por inteligente no me refiero necesariamente a «intelectual», aunque es muy probable que tengas al menos un título universitario, o incluso dos o tres.

Por si fuera poco, eres alguien que suele conseguir lo que se propone; es decir, lo que según la mayoría de los criterios se considera una persona de éxito, pese a que quizá tampoco en este caso sea esa la imagen que tienes de ti. No hablo exclusivamente de que hayas conseguido fama o estatus o una posición económica desahogada (aunque es muy posible que lo hayas hecho). No hace falta que hayas sido número uno de tu promoción ni que hayas llegado a lo más alto en ningún terreno. Pero algo tienes que haber conseguido si sientes que eres un fraude. Por lo general, se trata de algo que no esperabas de ti, o que aún no dominas, al menos no hasta el punto que satisfaría a tu ridículo nivel de exigencia. ¿He acertado? Lo imaginaba.

El Club de la Impostura tiene millones de miembros en todo el mundo. Está compuesto por mujeres y hombres de todas las razas, religiones y clases socioeconómicas, con una formación académica que va desde quienes ni siquiera terminaron la educación secundaria hasta quienes tienen varios doctorados. Hombres y mujeres que provienen de campos tan diversos como el derecho, la música y la medicina, y cuyos puestos de trabajo van desde el nivel más básico hasta el de dirección de empresas.

¡Por fin, alguien ha puesto nombre a los sentimientos!

Puede que ni siquiera sepas que esos sentimientos de inseguridad y ansiedad, difusos pero abrumadores, tienen nombre. Yo tampoco lo sabía, hasta llegar a la escuela de posgrado y encontrarme con aquel artículo de 1978 titulado «El fenómeno de la impostura en mujeres de consumada valía», escrito por Pauline Clance y Suzanne Imes. Por aquel entonces, ambas psicólogas clínicas trabajaban en la Universidad Estatal de Georgia, y en las sesiones de asesoramiento observaron que muchas estudiantes aventajadas y profesionales competentes admitían tener la sensación de que su éxito era inmerecido.

En esencia, el síndrome de la impostora o del impostor, como más comúnmente se conoce, hace referencia a la convicción persistente que tienen muchas personas de no poseer la inteligencia, las capacidades o la preparación que se les atribuyen. Están convencidas de que los elogios que reciben en reconocimiento a sus logros son inmerecidos, y que si consiguen algo es por casualidad, o gracias a su simpatía, sus contactos o cualquier otro factor externo. Como no se sienten merecedoras de sus éxitos ni se permiten interiorizarlos, dudan continuamente de si serán capaces de repetir los logros pasados. Cuando lo consiguen, sienten más alivio que alegría.

A veces esa inseguridad y ansiedad se van desvaneciendo a medida que adquieres conocimientos y experiencia. Y a veces, como le ocurre a tanta gente, sientes que eres un fraude desde el día que empiezas tu primer trabajo hasta el día que te jubilas. Además, hay personas en las que la sensación de fingimiento se extiende a otros aspectos de la vida, como las relaciones de pareja o la crianza. Por ejemplo, están las madres que trabajan fuera de casa y, el día de la fiesta del colegio, llevan una tarta que han comprado en la pastelería y cuentan que la han hecho ellas, para no sentirse juzgadas por las madres que se han quedado en casa haciendo repostería. O las personas que aceptan tener una cita con alguien que no les interesa lo más mínimo.

De todos modos, los sentimientos fraudulentos de los que habla este libro tienen que ver con inseguridades relacionadas con los conocimientos o las habilidades y, por tanto, se dan sobre todo en los ámbitos académico y profesional. Y no es de extrañar que afloren sobre todo en épocas de transición, o cuando nos enfrentamos al reto de llevar a cabo una tarea de alto nivel o en la que no tenemos experiencia.

Nadie sabe con certeza desde cuándo existe el síndrome de la impostura. Bien podría ser que el primer o la primera artista rupestre rechazara los gruñidos de admiración de su grupo con un «Bah, ¿esta pintura? ¡Cualquier neandertal podría haberla hecho!». Lo que sí se sabe es que el fenómeno es muy común. ¿Cómo de común? En un estudio sobre personas de éxito realizado por la psicóloga Gail Matthews, ni más ni menos que el setenta por ciento afirmaron haber experimentado sentimientos de impostura en algún momento de su vida.3

A propósito, el «síndrome» de la impostura no es, ni ha sido nunca, un trastorno psicológico diagnosticable. Para consternación del mundo académico y de la psicología y demás profesionales del campo de la salud mental, la denominación «fenómeno de la impostura» empezó a transformarse ya en 1983 en «síndrome de la impostora». (Yo misma lo utilicé en 1985 en un artículo que escribí para la revista Executive Female).

La confusión es comprensible. La Asociación Estadounidense de Psicología define el término «síndrome» como «conjunto de síntomas y signos que atienden por lo general a una única causa (o a un conjunto de causas relacionadas) y que, en conjunto, indican un trastorno físico o mental o enfermedad concreta». Fuera del mundo académico y de la psicología, suele entenderse por «síndrome» la segunda definición, no clínica, que da del término el diccionario Merriam-Webster: «Conjunto de fenómenos concurrentes (como emociones o acciones) que suelen formar un patrón identificable».c

Y el síndrome de la impostura no quiere decir en absoluto que te hagas pasar intencionadamente por quien no eres. Ni que te comportes como una auténtica o un auténtico «trepa», y vayas trampeando a base de artimañas tu ascenso hasta la cima. Es más, en el contexto académico se ha visto que aquellas personas que se identifican con el síndrome de la impostura son precisamente las menos propensas a utilizar ningún tipo de engaño deliberado, como plagiar un trabajo o copiar en un examen.4

También es fácil pensar que «síndrome de la impostura» no es más que una manera sofisticada de referirse a la baja autoestima. No es así. Algunos estudios han establecido paralelismos entre uno y otra, pero el hecho de que en otros estudios no se haya encontrado una relación significativa entre ambas cosas indica que una persona puede sentirse insegura sin sentir que es un fraude. Esto no quiere decir que a veces no tengas problemas de autoestima (¡y quién no!). Sin embargo, el que te identifiques con este síndrome da a entender que tu autoestima es, al menos, lo bastante sólida como para que puedas fijarte objetivos y conseguirlos. Como has hecho hasta ahora.

«Sí, he tenido algunos éxitos, pero puedo explicar por qué»

Hay muchas pruebas concretas de tu éxito: buenas notas, comentarios elogiosos, ascensos, aumentos de sueldo, estatus, reconocimiento, quizá incluso premios y otros galardones. Lo que pasa es que, desde tu punto de vista, eso no demuestra nada. Como cualquier «impostora» e «impostor» dominas el arte de ingeniar razones que expliquen cada uno de tus logros. A ver si te reconoces en alguna de estas.

He tenido suerte. Una de las explicaciones más socorridas es la de atribuir los logros al azar. Piensas: En esta ocasión, la suerte me ha sonreído, pero puede que la próxima vez no tenga la misma fortuna.

Simplemente, tuve el don de la oportunidad o Se alinearon los astros. La candidata seleccionada para ocupar un importante puesto ejecutivo cree que la razón de que la eligieran a ella es que el comité de selección había bebido demasiado durante la cena y el alcohol les nubló el juicio.

Es porque les he caído bien. Crees que tu simpatía es otra de las claves de tu éxito. Podrías ser número uno de tu promoción y seguir pensando que es porque al tribunal examinador le has caído en gracia.

Si yo lo he conseguido, puede hacerlo cualquiera. Tienes el convencimiento de que tu éxito se debe a la simplicidad de la tarea en cuestión. Una estudiante de posgrado que acababa de defender su tesis doctoral en astrofísica en el Instituto Tecnológico de California me dijo: «Supongo que, si yo soy capaz de doctorarme en astrofísica por el Cal Tech, puede hacerlo cualquiera que se lo proponga». (Tuve que explicarle que la mayoría de la gente, incluida yo, tiene dificultades hasta para hacer operaciones matemáticas básicas).

Debe de ser que admiten a todo el mundo. Secretamente, crees que, si de entre la larga lista de aspirantes te han admitido a ti, es porque el nivel de conocimientos del resto era ínfimo. Una administradora universitaria me dijo que, cuando se enteró de que la habían aceptado para un programa de posgrado en el Smith College, dudó si quería aceptar: «Pensé, “¿qué nivel tan vergonzoso debe de haber en ese sitio?”». Es la versión impostora de la famosa frase de Groucho Marx: «Nunca me haría socio de un club que admitiera a gente como yo».

Alguien ha debido de cometer un lamentable error. María Rodríguez y Linda Brown estudiaron en universidades distintas en décadas diferentes. A pesar de que no tuvieron el gusto de conocerse, su explicación fue exactamente la misma: «Tengo un nombre bastante común. En el fondo, creo que en la oficina de admisiones confundieron mi solicitud con la de otra chica que se llamaba igual, y acabé entrando yo en vez de ella».

He tenido mucha ayuda. No hay nada de malo en compartir el mérito. Lo que pasa es que, desde tu punto de vista, cualquier colaboración o cooperación o apoyo anula automáticamente tu propia contribución.

Tenía contactos. En lugar de entender que conocer a determinada persona puede darte cierta ventaja, tienes el convencimiento de que conocer a esa determinada persona es la única razón por la que entraste en la universidad, conseguiste el trabajo o te hicieron un contrato.

Lo dicen solo por amabilidad. La creencia de que quienes hablan bien de tu trabajo lo hacen exclusivamente por educación está tan arraigada en las mujeres que, cada vez que llego a este punto en una presentación, basta con que pronuncie las primeras palabras, «Lo dicen solo…», para que las voces del público femenino, todas a una, terminen la frase: «por amabilidad».

Les daba lástima. Cuando una persona «impostora» vuelve a la universidad en la edad madura, es frecuente oírla preguntarse en voz alta si el profesorado no estará apiadándose de ella. Sospecha que, conscientes de los esfuerzos que tiene que hacer para compaginar la vida doméstica, el trabajo y los estudios, la tratan con una indulgencia excepcional.

Excusas y más excusas

Un estudiante que ha terminado el curso de posgrado con un currículum impresionante insiste en que «parece excelente en teoría».Una estudiante estadounidense de posgrado que entra en un programa de investigación para el que las pruebas de selección son extraordinariamente difíciles, dado que solo se hace una nueva admisión por año, está convencida de que la eligieron porque la facultad buscaba diversidad… y ella es de la región del Medio Oeste.Una estudiante que está haciendo la especialidad de ingeniería microbiológica aclara rápidamente, cada vez que a alguien le impresiona su campo de estudio, que «suena impresionante solo porque tiene un nombre largo».

He vuelto a engañar a todo el mundo

Por un lado, tendrás que admitir que solo una mente excepcional puede idear tantas excusas y tan ingeniosas para «justificar» el éxito. Así que, ahora mismo, párate un momento y date unas palmaditas en la espalda. Vale. No te congratules en exceso, porque por otro lado tienes un problema, ¿no? Si no eres capaz de reivindicar esencialmente como tuya la autoría de tus logros, cada vez que te encuentres ante una prueba manifiesta de tus capacidades, te preguntarás con desconcierto cómo lo has hecho. Aunque tus logros emanan claramente de ti, tienes la extraña sensación de que no están conectados contigo. Y si no sientes que hay una conexión entre tú y tus logros, la única explicación posible es que estás engañando a todo el mundo.

Parecería lógico pensar que el éxito mitigaría esa sensación de ser un fraude. Cuantos más objetivos consigues, más evidente debería ser para ti que sabes de verdad lo que haces. Sin embargo, ocurre justo lo contrario; en lugar de reducir la presión, el éxito la empeora porque ahora tienes, además, una reputación que defender. En lugar de ser motivo de celebración, los elogios, las primas y el estatus pueden resultarte opresivos. Piensas: A partir de ahora esperarán que haga todos los trabajos igual de bien que este, y este no tengo ni idea de cómo lo he hecho.

En vez de estimularte, el éxito puede hacerte abandonar por completo. Especialmente si ha sido un éxito fulminante: el ascenso a la cima ha sido tan rápido que te encuentras de repente en territorio desconocido y te preguntas: ¿Cómo ha ocurrido? ¿Qué he hecho para ganarme esto? ¿Merezco de verdad estar aquí? En cualquiera de los casos, tanto si el éxito llega en los comienzos como tras una larga trayectoria profesional, la sensación de la impostora o el impostor es: Dan por hecho que serécompetente ya siempre, y no tengo claro que pueda serlo. Piensas esto porque, a tu modo de ver, un éxito no está relacionado con el siguiente. En lugar de ser acumulativo, cada logro es un hecho aislado, y la sensación de éxito es, por tanto, muy tenue. Piensas: Sí, me ha ido bien hasta ahora…

Pero ¡a saber lo que ocurrirá la próxima vez!

Sabes que la buena fortuna no puede durar para siempre, así que, en lugar de disfrutar de tus logros, vives con el temor constante a que finalmente se descubra tu ineptitud y todo el mundo te humille, o cosas peores. Y como tienes el convencimiento de que cada nueva prueba será tu perdición, cuando ves acercarse la fecha del examen, o de la entrevista, o de la presentación, empieza a invadirte la ansiedad y te entran toda clase de inseguridades. Piensas: Un paso en falso y estoy fuera. Esta aprensión suele ir seguida de un éxito y, a continuación, de un alivio escéptico. Es un patrón que se repite sin fin.

Por supuesto, te dices que será «la próxima vez» cuando te desenmascaren. Como Deb, socia de un despacho jurídico que, a pesar de su sólida trayectoria, se enfrentaba a cada nuevo caso con un miedo cada vez más angustioso. Un día se sorprendió buscando distraídamente trabajos de camarera en internet. Mientras se esforzaba por comprender aquel comportamiento, se dio cuenta de que, cuando trabajaba de camarera en la época de la universidad, al menos sabía lo que hacía.

Puede que haya días en los que la idea de que te desenmascaren de una vez te dé cierto alivio. A pesar de lo humillante que sería que todo el mundo descubriera que eres un fraude, no puedes evitar imaginar cuánto más fácil sería tu vida si pudieras abandonar la farsa y no tuvieras que esforzarte más por dar esa imagen de profesional respetable y competente. Además, sabes que aprenderías muy rápido a preguntar: ¿Quiere patatas fritas de guarnición, señor? o a hacer cualquier otra cosa que esté más a tu nivel.

Incluso aunque no albergues fantasías de ese tipo, sabes lo que es vivir siempre temiendo que suceda lo inevitable. A Jodie Foster le ocurrió; la primera vez, cuando dejó en suspenso su carrera de actriz y se matriculó en la universidad, y después en 1988 cuando ganó el Óscar a la mejor actriz por Acusados. «Pensé que había sido por accidente –contó en el programa de información periodística de la CBS 60 Minutes–, lo mismo que cuando me admitieron en Yale. Pensaba que un día se darían cuenta y me quitarían el Óscar. Que vendrían a mi casa, llamarían a la puerta y me dirían: “Perdona, ha sido una equivocación. El Óscar estaba destinado a otra persona. En realidad, era para Meryl Streep”».5

El temor y la ansiedad causados por el síndrome de la impostura pueden tener efectos a nivel fisiológico. Una directora de empresa, poco después de su nombramiento, estaba tan obsesionada con la idea de que había conseguido el puesto con engaños que empezó a sentir un fuerte dolor en el pecho. Temiendo lo peor, su ayudante llamó a una ambulancia. Afortunadamente, resultó ser un ataque de ansiedad. Es poco probable que el temor a que te pongan en evidencia sea tan fuerte que acabes en el hospital, pero el estrés tiene sus consecuencias.

Es muy triste que cada día haya estudiantes excepcionales que abandonan los estudios; personas que aceptan trabajos que están muy por debajo de sus capacidades o aspiraciones, o que no se permiten acceder a oportunidades más enriquecedoras, desde el punto de vista mental y económico; personas que abandonan su sueño de escribir un libro, o de dedicarse a la fotografía, o de crear su propia empresa, todo ello en un intento por evitar que se las detecte como fraudes.

Estos son, por supuesto, casos extremos. Lo cierto es que la gran mayoría de quienes batallan con el síndrome de la impostura no se rinden. Como tú, siguen adelante a pesar de las dudas. Consiguen el título, avanzan en su profesión, aceptan el reto y triunfan, a veces de forma espectacular. Aun así, la ansiedad persiste. Afortunadamente, tú no tendrás que sufrirla mucho más.

De la «impostura» a la confianza

Ahora que estás a punto de iniciar este viaje para sentirte tan brillante y capaz como realmente eres, hay algunas cosas que conviene que sepas. La primera y más importante es que no eres una persona trastornada ni enferma. Es cierto que tus sentimientos de ser un fraude están bastante desajustados, pero a ti no te pasa nada. No voy a intentar disuadirte de ellos, al menos por ahora. Te conozco lo suficiente como para saber que, de todos modos, no me creerías. Y, principalmente, porque es innecesario, ya que muy pronto vas a ser tú quien lo haga. Todas las herramientas, conocimientos e información que necesitas para superar el síndrome de la impostura están a tu disposición en estas páginas.

Hasta ahora, la vergüenza, acompañada de la creencia falsa de que eres el único ser humano del mundo que se siente un fraude, te ha impedido hablar. Sin embargo, por el solo hecho de que hayas escogido este libro, has reconocido algo que tal vez habías mantenido oculto durante años, y al romper el silencio, has dado un paso esencial para salir del síndrome más rápidamente. Así, en lugar de tener una vida entera de impostura, podrás tener algún que otro momento aislado.

A lo largo de estas páginas te animaré a que des tu apoyo a miembros del Club de la Impostura que lo necesiten, y a que te abras a tu vez a recibirlo. Si menciono esto aquí es porque posiblemente hayas aprendido, por las malas, que contarles tus temores a personas que no te entienden suele ser una pérdida de tiempo. Tu familia, tus amistades o tus colegas de trabajo, que de verdad te aprecian, se burlan de tus dudas y te repiten que «te preocupas por nada», o se impacientan si ven que siempre ignoras o rechazas de plano las palabras con que intentan tranquilizarte y hacerte ver lo genial que eres. No es que no te quieran comprender; hacen todo lo posible. Pero si te ven angustiarte a cada momento por tu supuesta ineptitud y conseguir luego un éxito detrás de otro, por más comprensión que quisieran ofrecerte, acabarán no haciéndote ni caso cuando te quejas.

Lo bueno es que ahora sabes que no eres un bicho raro, o al menos que no eres el único que se siente así. Y tengo una noticia mejor aún: te aseguro que es realmente posible desaprender el modelo de pensamiento que te limita y que alimenta en ti el sentimiento de impostura. ¿Cómo lo sé con tanta seguridad? Muy simple. La razón por la que te conozco tan bien es que yo soy tú. Permíteme que me presente oficialmente y te cuente mi secreto no tan secreto: soy una impostora en proceso de rehabilitación. ¡Ya te dije que estabas en buena compañía!

Resumiendo

Tienes una destreza extraordinaria para quitar importancia a las pruebas de tu éxito o explicar las circunstancias que han intervenido y, así, no sentirte nunca del todo artífice de tus logros. Como tienes el convencimiento de que has hecho creer a todo el mundo que eres más inteligente y competente de lo que «sabes» que eres, vives con miedo a que te desenmascaren y se revele que eres un fraude.

Ahora que ya puedes poner nombre a esos sentimientos, y que te has enterado de que no eres el único ser humano del mundo que se siente así, al fin tienes la posibilidad de darle la vuelta a este asunto de la impostura y empezar a verte como la persona competente que en verdad eres.

Lo que puedes hacer

El síndrome de la impostura entraña una carga emocional demasiado fuerte como para que podamos resolverlo a base de razonamientos. Superarlo requiere también una buena dosis de reflexión. Ten a mano un cuaderno para anotar cualquier detalle importante que vayas descubriendo mientras lees, así como para escribir las respuestas a los ejercicios que encontrarás a lo largo del libro. Tenerlo todo en un mismo lugar te permitirá ver luego con más facilidad la trayectoria completa: desde la impostura, hasta la persona mucho más segura de sí misma a la que conocerás cuando llegues al final del libro.Si quieres que sea una experiencia compartida, podrías proponer el libro en un club de lectura o leerlo y comentarlo con una persona cercana.Si es la primera vez que oyes hablar del síndrome de la impostura, dedica ahora unos instantes a identificar los datos que te hayan resultado más reveladores hasta el momento. ¿Qué has leído en estas páginas que te haya sorprendido o que creas que puede serte de utilidad? ¿Qué pensamientos, sentimientos o comportamientos has reconocido como tuyos? ¿Qué preguntas tienes? Escríbelas ahora.

Lo que viene a continuación

La pregunta es: ¿por qué hay personas inteligentes, personas de mucho talento desde Kansas hasta Corea que caen víctimas de esta forma de pensar distorsionada? Para poder desaprender el síndrome de la impostura, necesitas saber de dónde viene. Empecemos por ahí.

2.En busca del origen

Muchas veces nos empeñamos en reparar los síntomas

cuando, si fuéramos a la raíz de los problemas,

podríamos resolverlos de una vez para siempre.

WANGARI MAATHAI, primera mujer africana en recibir el Premio Nobel de la Paz

Los sentimientos de impostura no son algo que empieza y termina en ti, no te los inventas de la nada. Hay un sinfín de circunstancias que pueden provocarte esa clase de sentimientos irracionales. Y en ese «momento de impostura», es una ayuda enorme darte cuenta de las posibles razones que lo provocan. Tomar cierta distancia de ti te permite poner tus respuestas en perspectiva con más rapidez, y hay una gran diferencia entre pensar: ¡Pero cómo puedo ser tan farsante e incompetente! y saber: Es totalmente comprensible que me sienta un fraude. Dadas las circunstancias, ¿quién no sentiría lo mismo?

Entonces, no solo deja de haber motivo para sentir la vergüenza que nacía de creer, equivocadamente, que eras la única persona del mundo que se sentía así, sino que, como estás a punto de descubrir, el sentimiento de ser un fraude no es solo normal, sino en determinadas situaciones resulta totalmente comprensible. Normalizar el síndrome de la impostura, contextualizando más y personalizando menos, puede reducir en buena medida la ansiedad y aumentar tu confianza.

Siete razones legítimas por las que podrías sentirte un fraude, y qué hacer al respecto

Estás a punto de descubrir siete razones legítimas por las que mujeres y hombres plenamente capaces, igual que tú, acaban sintiéndose impostoras e impostores. Aunque tal vez no te identifiques con cada una de las razones, te garantizo que comprender el panorama general te ayudará a personalizar menos y contextualizar más.

Ninguna de las siete razones es exclusiva de las mujeres, y la mayoría son situacionales. Por ello, es posible que te identifiques más con una o unas cuantas que con otras. Sin embargo, hay una con la que todo el mundo puede identificarse. Levanta la mano si…

1. Te criaron unos seres humanos

Como veo que la inmensa mayoría habéis levantado la mano, vamos a examinar lo que en algunos casos es el inicio de nuestra historia de impostura. Tu familia –con la ayuda de toda una diversidad de profesores, profesoras, entrenadores, instructoras y demás personas adultas que eran importantes en tu vida– posiblemente tuvo una influencia decisiva en que empezaras a crearte tus primeras expectativas de ti, lo cual a su vez ha determinado cuánto confías actualmente en tus capacidades, lo competente que te sientes, e incluso el que seas capaz o no de alcanzar tus objetivos y asumir la autoría de tus logros. Los mensajes desalentadores suelen ser los que más perduran, a veces durante años. En su autobiografía, el cantante de cálida y melodiosa voz Andy Williams cuenta que nunca había podido quitarse de la cabeza algo que su padre le dijo cuando era niño: «No tienes el talento que tienen los demás, así que vas a tener que esforzarte mucho más que el resto». Estas palabras le provocaron una «crisis de confianza en sí mismo» que le persiguió, éxito tras éxito, durante toda su larga trayectoria musical.1

El sentimiento de impostura puede nacer también de mensajes mucho más sutiles. Si cuando llegabas a casa del instituto con el boletín de notas lleno de sobresalientes, menos un notable, el único comentario de tu padre o de tu madre era: «¿Qué hace ese notable ahí?», es muy probable que hayas acabado siendo obsesivamente perfeccionista. Si lo único que parecía importarles de tu vida era qué notas sacabas, es posible que llegaras a la conclusión de que, para recibir amor, es imprescindible que demuestres lo inteligente que eres.

Hay muchas razones por las que una persona adulta presiona bienintencionadamente a su hijo o su hija para que destaque en el colegio. Si tu padre o tu madre tenían estudios superiores, probablemente querían que siguieras sus pasos. En las familias acomodadas, la excelencia académica se entendía como una obligación, porque era la manera de acceder a una universidad de prestigio. Si creciste en una familia negra en la que se sabía bien cuál era la realidad de los prejuicios raciales, es posible que recibieras el mensaje de que tenías que ser mejor que el resto para que se te considerara igual. En muchas familias de inmigrantes, la educación académica se considera que es, no solo el camino al éxito, sino un requisito esencial para la supervivencia. (La hija de una familia inmigrante me contó, bromeando, que la presión para que sacara buenas notas era tan grande que las primeras palabras que aprendió a decir en inglés fueron «Ivy League»).d

Comprender ahora lo que pudo motivar a tu familia a poner el listón tan alto es una ayuda. En aquellos momentos, sin embargo, las razones daban igual, porque para el niño y la niña los elogios son como el oxígeno. O también cabe la posibilidad de que crecieras en una familia que no daba la menor importancia a tus talentos y tus logros. Llegabas a casa con dos matrículas de honor y un trofeo y lo único que oías era: «Ah, mira qué bien» o, lo que es aún peor, no te decían nada. La ausencia de elogios durante la infancia puede hacer que, en la edad adulta, te resulte difícil asumir la autoría de tus logros y sentir que merezcas ningún reconocimiento. Si esto te suena, debes saber que hay muchas razones por las que un padre o una madre puede negar un elogio, y en ninguna de ellas está implícita la falta de amor.