El sueño del tío - Fiódor Dostoyevski - E-Book

El sueño del tío E-Book

Fiódor Dostoyevski

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Beschreibung

El sueño del tío se inscribe dentro de la producción del Dostoyevski sarcástico y burlón que, al igual que en novelas como La aldea de Stepánchikovo y sus moradores o El eterno marido, ambas publicadas en esta colección, satiriza segmentos sociales y tipos corrientes en la sociedad de su tiempo. Situada en una pequeña ciudad de provincias, la acción gira en torno a la despótica María Alexándrovna, una de sus principales "señoras", quien, con motivo de la inesperada aparición en sus dominios de un noble senil y grotesco -el "tío" al que hace referencia el título de la obra- y la arbitraria relación que entabla con el simple pretendiente de su hija, ve la oportunidad de ascender social y económicamente y hacerse un lugar en la alta sociedad de San Petersburgo. Dostoyevski retrata con humor una sociedad mediocre que rigen como principales motores la intriga, el cotilleo, el mezquino afán de revancha, el ansia de poder y la hipocresía.

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Seitenzahl: 270

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Fiódor Dostoyevski

El sueño del tío

Traducción del rusode Esther Gómez Parro

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Créditos

Capítulo 1

María Alexándrovna Moskaliova es, desde luego, la primera dama de Mordásov, y sobre esto no puede caber duda alguna. Se comporta como si no necesitara a nadie y, por otro lado, como si todos la necesitaran a ella. Cierto es que casi nadie le tiene cariño, muchos incluso la odian con todo su corazón, pero a pesar de ello todos la temen, y esto es algo que ella necesita. Tal necesidad es ya en sí un signo de la alta política. ¿Cómo si no es posible, por ejemplo, que María Alexándrovna, que goza infinitamente con los cotilleos y puede pasar en vela toda la noche si la víspera no se ha enterado de algo nuevo, cómo es posible que, a pesar de esto, tenga la facultad de comportarse de tal forma que al mirarla ni se le pasa a uno por la cabeza que esta honorable dama sea la mayor cotilla del mundo, o al menos de Mordásov? En apariencia sucede todo lo contrario, ya que no está permitido cotillear en su presencia; los cotillas se sonrojan y tiemblan como escolares ante el señor profesor y la conversación debe orientarse solamente a las más elevadas materias. Ella está al tanto de las cosas más importantes y escandalosas de cualquier mordasovita y, en cuanto se le presenta la ocasión, las cuenta y las demuestra de una manera como sólo ella sabe hacer, como consecuencia de lo cual Mordásov temblará como si lo sacudiera el terremoto de Lisboa1. Entretanto, las contará, ya en último extremo, como no puede ser de otra forma, a las amigas más íntimas. Se limita a dar largas, insinúa que sabe algo, y le encanta mantener a la persona o a la señora en concreto en una tensión insoportable antes de dar el golpe final. ¡Eso sí que es inteligencia! ¡A eso se le llama táctica! María Alexándrovna siempre se ha distinguido de nosotros por su impecable comme il faut2, del que todos toman ejemplo. En lo referente al comme il faut, no tiene rival en Mordásov. Baste decir que tiene la capacidad de destrozar, triturar, destruir con una sola palabra cualquiera a su oponente, de lo cual somos testigos; y además finge que ni siquiera se ha dado cuenta de haber pronunciado esa palabra. Y se sabe que ese rasgo ya es un atributo de la clase más alta. En general, con este tipo de trucos aventaja al mismísimo Pinetti3. Tiene una cantidad enorme de contactos. Muchos de los visitantes de Mordásov se han marchado encantados por su hospitalidad e incluso después siguen manteniendo correspondencia con ella. Alguien llegó a escribirle unos versos, y María Alexándrovna se los mostró a todos con orgullo. Un literato que pasó por allí le dedicó su novela –que yo leí en su casa por la noche–, lo cual produjo un efecto extremadamente agradable. Un científico alemán, que había venido a propósito desde Karlsruhe para estudiar un tipo especial de gusanillo con cuernos que sólo existe en nuestra provincia, y que escribió sobre él cuatro tomos in-quarto4, quedó tan encantado con la acogida y la amabilidad de María Alexándrovna que hasta el día de hoy sigue manteniendo con ella una correspondencia respetuosa moralmente desde la misma ciudad de Karlsruhe. A María Alexándrovna llegaron a compararla incluso en algunos aspectos con Napoleón. Se entiende que esto fue una broma de sus enemigos, más por caricaturizarla que por reflejar la realidad. No obstante, aceptando totalmente la absoluta rareza de tal comparación, me atrevo, sin embargo, a plantearles una simple pregunta: ¿Por qué Napoleón acabó finalmente mareado cuando se vio en lo más alto? Los defensores del antiguo régimen lo achacaron a que Napoleón no sólo no pertenecía a la realeza, sino que ni siquiera era un gentilhomme5 de alta cuna. Por eso mismo acabó teniendo naturalmente miedo de su propia altura y recordó cuál era su verdadero sitio. Independientemente de la evidente agudeza de esta suposición, que trae a la memoria los esplendorosos tiempos de la antigua realeza francesa, yo, a mi vez, me atrevo a añadir otro interrogante: ¿Cómo es posible que a María Alexándrovna jamás se le vaya la cabeza en ninguna circunstancia y siga siendo siempre la primera dama de Mordásov? Hubo casos, por ejemplo, en los que todos decían: «¿Cómo va a comportarse ahora María Alexándrovna en tan difíciles circunstancias?». Pues llegaron esas difíciles circunstancias y pasaron, ¡nada más! Todo continuó felizmente, como antes, incluso casi mejor que antes. Por ejemplo, nadie ha olvidado cómo su marido, Afanasii Matvéich6, perdió su buen empleo por incompetencia y necedad al provocar la ira del inspector que había llegado a Mordásov. Todos creyeron que María Alexándrovna se vendría abajo, que se humillaría, rogaría, suplicaría, en una palabra, se doblegaría. Pues no, no ocurrió nada de eso. María Alexándrovna comprendió que ya no valía la pena pedir favor alguno para su marido y arregló sus asuntos de tal manera que no perdió nada de su influencia en la sociedad, y su casa sigue siendo la más principal de Mordásov. La mujer del fiscal, Anna Nikoláievna Antípova, enemiga jurada de María Alexándrovna –aunque aparentemente son íntimas–, estaba ya a punto de cantar victoria sobre ella. Pero cuando los demás vieron que era difícil turbarla, adivinaron, pues, que se había afianzado con mucha más firmeza de la que tenía antes.

Por cierto, ya que ha sido mencionado, diremos algunas palabras sobre Afanasii Matvéich, marido de María Alexándrovna. En primer lugar, a juzgar por su aspecto exterior, es un hombre de lo más respetable y hasta tiene modales finos, pero en los momentos críticos como que se pierde y se queda mirando cual cordero viendo visiones. Su aspecto es extraordinariamente honorable, especialmente en las celebraciones de cumpleaños, para las que se pone una corbata blanca. Pero toda esta honorabilidad y representatividad desaparecen en el mismo instante en que abre la boca. Le entran a uno, y perdonen que lo diga así, ganas de taparse los oídos. Definitivamente, no es digno de ser el cónyuge de María Alexándrovna; ésa es la opinión general. Alcanzó ese gran puesto de trabajo gracias solamente a la genialidad de su esposa. A mi juicio, de no haber sido por eso, hace tiempo que debería estar en el huerto haciendo de espantapájaros. Allí, y solamente allí, podría prestar una ayuda auténtica e indudable a sus compatriotas. De ahí que María Alexándrovna procediera muy acertadamente al mandar a Afanasii Matvéich a una aldea de las afueras, situada a tres verstas7 de Mordásov, donde ella posee ciento veinte almas8, que, dicho sea de paso, representa todo su patrimonio, su fuente de ingresos con la que tan dignamente mantiene la nobleza de su casa. Todos se dieron cuenta de que mantuvo a Afanasii Matvéich a su lado única y exclusivamente porque el puesto que ocupaba le permitía percibir un buen sueldo y… otros ingresos. En el momento en que dejó de percibir unos y otros, inmediatamente le apartaron de todo por inepto e inútil. Y todos elogiaron a María Alexándrovna por su claridad de juicio y su carácter decidido. En la aldea Afanasii Matvéich vive feliz. Me acerqué una vez a visitarlo y pasé con él una hora entera de lo más agradable. Se prueba sus corbatas blancas, se limpia las botas con sus propias manos, no por necesidad, sino por simple amor al arte, porque le encanta verlas relucientes; toma té tres veces al día y adora darse un buen baño ruso. Con todo eso se siente satisfecho.

¿Y recuerdan la abominable historia que circuló por aquí, hace cosa de año y medio, sobre Zinaída9 Afanásievna, la hija única de María Alexándrovna y Afanasii Matvéich? Indudablemente Zinaída es toda una belleza, con una educación exquisita, pero tiene veintitrés años y sigue estando soltera. Entre las razones que explican por qué Zina no se ha casado todavía, una de las principales se cree que fueron unos maliciosos rumores sobre su extraño contacto, hace año y medio, con un maestrillo de escuela local –rumores que por cierto no han cesado hasta ahora–. La gente sigue comentando acerca de cierta cartita de amor que Zina escribió y que parece que ha ido pasando de mano en mano por todo Mordásov. Pero, díganme, ¿quién ha visto dicha cartita? Si estuvo circulando de mano en mano, ¿adónde ha ido a parar? Todos han oído hablar de ella, pero nadie la ha visto. Yo al menos no conozco a nadie que haya visto esa nota con sus propios ojos. Pero si mencionan algo de esto a María Alexándrovna, simplemente no les entenderá. Supongan ahora que realmente hubo algo de eso y Zina escribió esa notita (de hecho, yo creo rotundamente que lo hizo). ¡Qué habilidad de parte de María Alexándrovna! ¡Cómo se las ingenió para acallar ese difícil y escandaloso asunto! ¡No queda rastro ni huella de aquello! María Alexándrovna ya ni siquiera presta atención a toda esa burda calumnia. Aparte de eso, sólo Dios sabe cómo se las arregló para conservar inmaculado el honor de su única hija. Y el hecho de que Zina siga soltera es de lo más comprensible. ¿Qué pretendientes puede tener aquí? Ella sólo le concedería su mano a un príncipe heredero. ¿Dónde se puede ver una belleza mayor entre las bellas? Cierto que es orgullosa, demasiado orgullosa. Se dice que Mozgliakov bebe los vientos por ella, pero dudo de que haya boda. ¿Y quién es ese tal Mozgliakov? Pues en realidad es un joven de Petersburgo que posee ciento cincuenta almas, que no está mal físicamente, pero es un petimetre. Para empezar, algo no está bien en su cabeza. Además, es un veleta, charlatán, ¡y con ideas de lo más novedosas! Al fin y al cabo, ¿qué son ciento cincuenta almas, sobre todo con esas ideas? ¡No, no habrá boda!

* * *

Todo lo que el honrado lector ha leído hasta ahora lo escribí hace ya cinco meses, y todo por pura admiración y ternura. Debo admitir de antemano que siento cierta predilección por María Alexándrovna. Me hubiera gustado escribir algo al estilo de un panegírico de esa gran dama y reflejar todo eso en forma de una carta humorística a un amigo, como se escribían, por ejemplo, esas epístolas que se publicaban en los antiguos y dorados tiempos –que gracias a Dios no volverán– en La Abeja del Norte10y en otras revistas de la época. Pero como no tengo ni un solo amigo, y además tengo de nacimiento cierta cobardía literaria, pues mi escrito se quedó encima de mi mesa a modo de intento con la pluma y como recuerdo de apacible entretenimiento en horas de ocio y placer. Pasaron cinco meses y de pronto tuvo lugar en Mordásov un gran suceso: un día, por la mañana temprano, entró en la ciudad en su carruaje el duque K., y se alojó en casa de María Alexándrovna. Las consecuencias de esta llegada resultan incontables. El duque pasó en Mordásov solamente tres días, pero estos tres días dejaron en la memoria de todos recuerdos fatales e indelebles. Diré aún más: en cierto sentido, el duque provocó una especie de revolución en nuestra ciudad. El relato de esta revolución, por supuesto, es una de las más destacadas páginas de las crónicas de Mordásov. Finalmente, después de ciertas dudas, me decidí a escribir esa página y darle forma literaria con el fin de someterla al juicio del respetadísimo público. Mi relato comprende toda la detallada y extraordinaria historia de la exaltación, gloria y solemne caída de María Alexándrovna y toda su casa de Mordásov, un tema muy digno y tentador para un literato.

Se entiende que, antes que nada, es necesario explicar por qué fue un gran acontecimiento la llegada del duque K. y el hecho de que se alojara en casa de María Alexándrovna, y para eso, sin lugar a dudas, debo dedicar unas palabras al mencionado duque, que es lo que me dispongo a hacer. Además, la biografía de este personaje es absolutamente necesaria para comprender todo lo que viene después en nuestro relato. Así pues, pongo manos a la obra.

1. El autor se refiere al terremoto de Lisboa de 1755, también llamado el «Gran Terremoto», que causó la muerte de entre 60.000 y 100.000 personas. (N. de la T.)

2. Francés: Buen tono. (N. de la T.)

3. Giuseppe Pinetti. Su verdadero nombre era Giuseppe Giovanni Bartolomeo Vincenzo Merci y nació en Orbetello (Toscana) en 1750. Conde de Willedal por su nacimiento, fue físico, matemático, prestidigitador y sin duda el mago más importante del siglo XVIII, bien conocido y bien recibido en todas las cortes europeas de la época, en las que solía impresionar adjudicándose títulos rimbombantes y, en su mayoría, falsos. (N. de la T.)

4. En tamaño cuartilla. (N. de la T.)

5. Francés: Noble. (N. de la T.)

6. Matvéich es el diminutivo del patronímico Matviéievich. (N. de la T.)

7. Antigua medida de longitud rusa, actualmente en desuso, equivalente a 1068,66 metros. (N. de la T.)

8. Forma con que se denominaba a los siervos. (N. de la T.)

9. Zina, Zínochka: Diminutivos de Zinaída. (N. de la T.)

10. Revista literaria y política rusa que se publicó en San Petersburgo entre los años 1825 y 1864. (N. de la T.)

Capítulo 2

Empezaré diciendo que el duque K. todavía no era muy viejo, bien lo sabe Dios, pero al mirarlo se le venía a uno a la cabeza sin querer la idea de que en cualquier momento se iba a caer en pedazos; hasta tal punto había envejecido o, mejor dicho, se había desgastado. Sobre este duque siempre corrieron por Mordásov comentarios sumamente extraños con un contenido rayano en lo más fantasioso que se pueda uno imaginar. Decían incluso que el viejo se había vuelto loco. A todos les llamaba la atención que, siendo dueño de cuatro mil almas, persona de noble linaje, que podría tener, si lo quisiera, una influencia considerable en el gobierno de la provincia, viviera en su magnífica hacienda totalmente solo como un perfecto anacoreta. Muchos que conocieron al duque hace seis o siete años, durante su estancia en Mordásov, aseguraban que en aquel entonces no podía soportar estar solo y que en nada se parecía a un ermitaño.

Así pues, les voy a relatar todo lo que he podido averiguar sobre él de fuentes fidedignas.

En algún momento de sus años jóvenes –es decir, hace muchos, muchos años– el duque fue presentado en sociedad con toda brillantez. Había sido un vividor, mujeriego, había viajado varias veces al extranjero, cantaba romances, hacía juegos de palabras, pero nunca se distinguió por sus grandes capacidades intelectuales. Fue así como gastó todo su capital y al llegar a la vejez se dio cuenta de pronto de que no le quedaba casi ni un cópec. Alguien le aconsejó que se fuera a su enorme finca, que ya empezaba a venderse en subasta pública. El hombre se puso en camino y llegó a Mordásov, donde pasó exactamente seis meses. La vida provinciana le resultó de lo más agradable, y durante ese medio año acabó de gastarse lo último que le quedaba, pues continuó jugando y manteniendo relaciones íntimas con mujercillas provincianas. Aparte de todo eso, era un buen hombre, aunque, por descontado, no estaba exento de algunas malas rarezas ducales, que en Mordásov, por cierto, se consideraban propias de la alta sociedad y que, en lugar de producir enojo, causaban incluso un gran efecto. En especial las señoras estaban siempre encantadas de contar con tal gentil huésped. Se conservaban muchos recuerdos curiosos. Entre ellos contaban que el duque se pasaba la mitad del día tras su tocador y, al parecer, todo él estaba compuesto de determinadas piezas. Nadie sabía dónde ni cuándo había ido perdiendo las partes del cuerpo que le faltaban. Usaba peluquín, bigote, patillas y perilla postizas, y todo, hasta el último pelo, lo llevaba pegado y teñido de un extraordinario color negro. Se empolvaba la cara de blanco y se daba colorete en las mejillas todos los días. Aseguraban que se estiraba las arrugas del rostro con unos muelles, y que estos muelles estaban ocultos entre su pelo de alguna manera especial. Aseguraban asimismo que utilizaba corsé, porque le faltan algunas costillas como consecuencia de un torpe salto por la ventana durante una de sus aventuras amorosas en Italia. Cojeaba de la pierna izquierda, y se afirmaba que era falsa, y que la suya se la habían roto por alguna otra aventura amorosa en París, tras lo cual le habían implantado una nueva, especial, de corcho. En resumen, no les faltaba de que hablar. Pero ciertamente su ojo derecho era de cristal, y aun así resultaba una verdadera obra de artesanía. Los dientes también eran postizos. Se pasaba días enteros lavándose con diversas aguas de tocador, se perfumaba y se daba pomadas. Recuerdan, no obstante, que ya en aquel entonces el duque empezó a marchitarse notablemente y se volvió insoportablemente parlanchín. Parecía que su futuro se presentaba muy negro. Todos sabían que estaba totalmente arruinado. Y de repente en ese momento, de una forma absolutamente inesperada, una pariente cercana suya, una vieja decrépita que vivía en París y de la que ni en sueños podría esperar que le dejara una herencia, dejó este mundo tras haber enterrado exactamente un mes antes a su heredero legal. Y el duque, sin verlo ni olerlo, se convirtió de repente en su heredero universal. Le quedaron cuatro mil almas en una propiedad espléndida, a sesenta verstas exactas de Mordásov, sólo para él, sin tener que compartir con nadie. De inmediato se preparó para irse a Petersburgo con el fin de arreglar allí sus asuntos. Para despedir a su huésped, nuestras damas le ofrecieron un almuerzo extraordinario que pagaron entre todas mediante suscripción voluntaria. Recuerdan que en esta última comida el duque estuvo de lo más divertido, gastaba bromas, se reía, contaba anécdotas de lo más increíbles, prometía ir a Dujánovo (su recién adquirida propiedad) lo antes posible y daba su palabra de que al volver iba a celebrar continuamente fiestas, meriendas y bailes con fuegos artificiales. Un año entero después de su partida las señoras seguían comentando estas fiestas prometidas, esperando a su adorado viejito con total impaciencia. Durante la espera incluso llegaron a organizarse excursiones a Dujánovo, donde se levantaba la antigua casa señorial y el jardín con sus acacias recortadas en forma de león, con montículos artificiales, estanques por los que pasaban barcas con sillones otomanos de madera en los que alguien tocaba la dulzaina, con sus cenadores, pabellones, pequeños palacetes y otros entretenimientos parecidos.

Por fin regresó el duque, pero, para sorpresa y decepción general, ni siquiera pasó por Mordásov y se instaló en su propiedad de Dujánovo como un auténtico eremita. Empezaron a difundirse extraños rumores y, en general, a partir de ese momento la historia del duque se tornó confusa y misteriosa. En principio decían que no todo le salió bien en Petersburgo, que algunos de sus parientes, sus futuros herederos, querían, debido a la debilidad mental del duque, ponerle a alguien que le tutelara, probablemente por miedo a que volviera a quedarse en la ruina. Más aún: otros añadieron que incluso querían internarlo en un manicomio, pero que alguno de sus parientes, un noble muy importante, al parecer intercedió por él, demostrando con suma claridad a todos ellos que el pobre duque, medio muerto y con un cuerpo lleno de falsificaciones, seguramente no tardaría en morir del todo, y entonces sus propiedades pasarían a manos de ellos y por eso no hacía falta recurrir al manicomio. Y vuelvo a repetir: ¿Quedará algo por chismorrear, sobre todo en nuestro Mordásov? Como decían, todo esto asustó terriblemente al duque, hasta el punto de que cambió totalmente su carácter y se transformó en un ermitaño. Algunos mordasovitas, movidos por pura curiosidad, se acercaron a felicitarle, pero, o no les recibieron, o les dispensaron una acogida de lo más extraña. El duque no reconoció siquiera a algunos de sus antiguos conocidos. Otros dijeron que el duque fingió no reconocerlos. Hasta nuestro gobernador fue a visitarle, y regresó con la noticia de que, en su opinión, el duque estaba realmente un poco aturdido, y después, cada vez que alguien le recordaba su viaje a Dujánovo, el mandatario adoptaba una expresión amarga.

Las damas mostraban su ira a voces. Finalmente averiguaron una cosa de trascendental importancia, a saber: que el duque estaba sometido a una tal Stepánida Matviéyevna, que a saber de dónde habría salido, y que había venido con él desde San Petersburgo; una mujer gorda y entrada en años, que andaba de acá para allá vestida siempre de percal y con un manojo de llaves en las manos; que el duque la obedecía en todo como un niño y no se atrevía a dar un paso sin su permiso; que ella incluso le lavaba con sus propias manos, le mimaba, le llevaba en brazos y le entretenía como a un chiquillo; que era ella quien realmente apartaba a cualquier visitante de él, especialmente a sus parientes, los cuales empezaron a ir poco a poco a Dujánovo para investigar lo que allí se cocía. En Mordásov rumiaban mucho sobre esta incomprensible relación, en especial las señoras. A todo esto, añadieron que la tal Stepánida Matviéyevna era la que administraba todas las propiedades del duque, sin limitación alguna y con plenos poderes. Despedía a los capataces, administradores y siervos y recogía ella misma todos los ingresos monetarios; pero lo hacía tan bien, que los labriegos alababan la suerte que les había caído por tenerla. En lo que se refiere al propio duque, se enteraron de que pasaban los días casi enteros en su tocador, probándose pelucas y fracs; y el resto del tiempo lo pasaba en compañía de Stepánida Matviéyevna, con la que jugaba a las cartas con su propia baraja, que utilizaba también para adivinar el futuro, y, muy de vez en cuando, salía a pasear montado en una mansa yegua inglesa. Cuando lo hacía, Stepánida Matviéyevna se disponía de inmediato a acompañarlo, por si acaso, en una pequeña calesa cubierta –porque el duque iba montado más bien por presumir, ya que apenas se sujetaba en la silla–. A veces alguien lo vio andando a pie, con abrigo y con un gorro de ala ancha de paja, un pañuelito femenino de color rosa al cuello, un monóculo y una cesta en la mano izquierda para recoger setas, flores silvestres y acianos. En estos casos Stepánida Matviéyevna siempre iba con él, y detrás les seguían dos lacayos bien plantados y, por lo que pudiera ocurrir, una pequeña carreta. Cuando se encuentra con algún hombre y éste, apartándose a un lado, se quita el gorro, se arrodilla ante él y le dice: «¡Salud, padrecito duque, Su Excelencia, sol que nos ilumina!», entonces el duque se apresura a mirarle con su anteojo, mueve la cabeza a modo de saludo y le contesta amablemente: «¡Bonjour, mon ami, bonjour!»11. Por Mordásov circulaban muchos rumores de ese estilo; nadie podía olvidarse del duque. ¡Vivía tan cerca de ellos! Así pues, ¡cuál no sería la sorpresa cuando una buena mañana empezó a divulgarse la noticia de que el duque, el ermitaño, aquel ser excéntrico, con todas sus peculiaridades, se había acercado a Mordásov y pasado a visitar a María Alexándrovna! Todos empezaron a agitarse y a hacer suposiciones. Todos esperaban una explicación y se preguntaban unos a otros qué significaba aquello. Algunos incluso se disponían a ir a casa de María Alexándrovna. A todos les pareció que la llegada del duque era todo un acontecimiento. Las damas se mandaban notitas entre ellas, se visitaban unas a otras, enviaban a sus sirvientas y maridos a hacer indagaciones. Lo que más les intrigaba era por qué el duque se había detenido precisamente en casa de María Alexándrovna y no de otro vecino. La que más sufría con esto era Anna Nikoláievna Antípova, porque, al parecer, el duque era pariente suyo muy lejano. Así pues, para dilucidar todas estas cuestiones es preciso que vayamos con premura a casa de la propia María Alexándrovna, a la cual invitamos a acompañarnos al muy respetado lector. Cierto es que son sólo las diez de la mañana, pero estoy seguro de que no le importará recibir a sus conocidos más cercanos. A nosotros, al menos, nos recibirá de inmediato.

11. Francés: ¡Buenos días, amigo, buenos días! (N. de la T.)

Capítulo 3

Son las diez de la mañana. Estamos en casa de María Alexándrovna, en la Calle Mayor, en la habitación que su dueña, en las ocasiones solemnes, llama su salón. Aparte de él, hay también un recibidor para las visitas. Los suelos del salón están impecablemente pulidos y las paredes están cubiertas con un papel pintado que está bastante bien. En el mobiliario, bastante tosco, predomina el color rojo. Hay una chimenea y encima de ella cuelga un espejo, y delante del espejo hay un reloj de bronce con un Cupido de bastante mal gusto. En los entrepaños situados entre las ventanas cuelgan otros dos espejos, a los que acaban de quitar las fundas en el último momento. Delante de los espejos hay unas mesitas también con relojes. En la pared del fondo destaca un excelente piano comprado para Zina, que es muy aficionada a la música. Cerca de la chimenea encendida hay unos sillones colocados con un desorden pintoresco, y entre ellos han colocado otra mesita. En el otro extremo del salón hay una mesa grande cubierta con un mantel de una blancura cegadora; sobre la mesa hierve un samovar de plata y se halla dispuesto un bonito servicio de té. Del samovar y el té se ocupa una dama que vive en casa de María Alexándrovna en calidad de parienta lejana y que se llama Nastasia Petrovna Ziáblova. Diremos un par de palabras sobre esta señora. Es viuda, tendrá unos treinta y tantos años, de pelo castaño oscuro, rostro lozano y unos ojos negros muy vivos. En general se puede decir que no está mal. Tiene un carácter divertido, ríe a carcajadas, es bastante astuta, y, naturalmente, le gustan los cotilleos, pero se le da de maravilla ocultar sus asuntillos. Tiene dos hijos, que estudian en no se sabe qué lugar. En el fondo le encantaría volver a casarse otra vez, pero se comporta de manera muy independiente. Su esposo era oficial militar. En estos momentos María Alexándrovna está sentada junto a la chimenea, con un estado de ánimo excelente y un vestido verde claro que le sienta muy bien. Está increíblemente feliz con la llegada del duque, el cual, ahora mismo, está en el piso de arriba ocupado en arreglar su aspecto. Está tan contenta que ni siquiera se molesta en ocultarlo. Delante de ella, de pie, se dibuja un hombre joven que le cuenta algo muy entusiasmado. Por sus ojos se deduce fácilmente que intenta complacer a sus oyentes. Tiene veinticinco años, y sus modales serían aceptables de no ser porque cae frecuentemente en la euforia y, además, pretende presumir de su gran humor y agudeza. Vestido impecablemente, rubio, no está mal físicamente. Pero ya hemos hablado antes de él: es el señor Mozgliakov, que alberga grandes esperanzas. María Alexándrovna piensa para sus adentros que tiene la cabeza algo hueca, pero le acepta de buen grado. Él espera conseguir la mano de Zina, de la cual, según sus propias palabras, está locamente enamorado. Se dirige a ella a cada instante, intentando arrancar de sus labios una sonrisa con su agudeza y capacidad de divertir, pero ésta se muestra fría e indiferente con él. En este instante Zina está de pie, apartada a un lado junto al piano, y con sus finos dedos pasa las páginas de un calendario. Es una de esas mujeres que causan una admiración entusiasta cuando aparece en sociedad. Es bella hasta lo indecible: alta, morena, con unos asombrosos ojos totalmente negros, esbelta, con un pecho divino y prominente. Tanto sus hombros como sus brazos parecen los de una diosa antigua, sus piececitos son seductores y tiene un porte majestuoso. Hoy aparece un poco pálida, pero, aun así, aunque se la mire una sola vez de reojo, nadie dejará de soñar tres días seguidos con sus carnosos labios de color escarlata, artísticamente delineados, entre los cuales deslumbran, como perlas engarzadas, dos hileras de dientecillos perfectos. Tiene una expresión seria y casi adusta. Diríase que el señor Mozgliakov teme encontrarse con su atenta mirada; por lo menos no parece muy seguro de sí mismo cuando se atreve a posar sus ojos en ella. Zina se mueve con una indolencia altiva. Hoy viste un sencillo vestido de muselina blanca. El blanco le sienta de maravilla, aunque, a decir verdad, todo le queda bien. En uno de sus deditos lleva un aro trenzado con los cabellos de alguien, y, a juzgar por su color, no son precisamente los de su mamaíta. Mozgliakov nunca se atreve a preguntarle de quién son esos cabellos. Esta mañana Zina parece estar especialmente callada y hasta triste, como si algo le preocupara. En cambio, María Alexándrovna se muestra de lo más locuaz, si bien de cuando en cuando también mira de soslayo a su hija con una mirada distinta, suspicaz, pero lo hace furtivamente, como si ella también le tuviese miedo.

–¡Estoy tan contenta, tan contenta, Pável Alexándrovich –exclama con gorgoritos–, que estoy dispuesta a gritarlo a los cuatro vientos desde la ventana a todo el que pase! Por no hablar de la agradable sorpresa que nos ha dado a Zina y a mí, al llegar dos semanas antes de lo acordado. ¡Es maravilloso! Pero el colmo de mi alegría es que haya usted traído a este querido duque. ¿Sabe cuánto quiero yo a este adorable viejecito? ¡No, claro que no, usted no puede comprenderlo! ¡Usted es un hombre joven, es imposible que lo comprenda por mucho que yo intente explicárselo! ¿Sabe lo que él fue para mí tiempo atrás, hace cosa de seis años? ¿Te acuerdas, Zina? Ah, no, lo había olvidado. Por aquel entonces tú estabas pasando una temporada en casa de la tita… ¡No se lo va a creer, Pável Alexándrovich, pero yo fui para él como su guía, su hermana, su madre! ¡Y él me obedecía en todo como un niño! Había algo de inocente, tierno y sublime en nuestra relación, algo incluso como pastoril… ¡No sé ni cómo describirlo! ¡Seguramente se debe a ese pasado el que ahora se haya acordado de venir precisamente a mi casa con toda gratitud ce pauvre prince!12 ¡Pável Alexándrovich, hasta es posible que usted le haya salvado trayéndolo a mi casa! Durante estos seis años he estado pensando en él con el corazón encogido. No se lo va a creer, pero hasta soñaba con él. ¡Se dice que esa bruja de mujer lo tenía hechizado y estaba dispuesta a acabar con él! ¡Pero gracias a usted finalmente ha conseguido librarse de esa piojosa! ¡No! ¡Ahora debemos aprovechar la ocasión y liberarlo por completo! Pero, cuénteme otra vez, ¿cómo ha podido lograr todo esto? Descríbame con todo lujo de detalles cómo tuvo lugar el encuentro, porque antes, cuando llegaron, sólo presté atención a lo fundamental, cuando en realidad los detalles son, por así decirlo, ¡la verdadera esencia de todo! Los detalles me vuelven loca. Hasta en las situaciones más importantes yo antes que nada me fijo en ellos… Por eso, mientras él sigue sentado recomponiendo su aspecto…