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Este libro trata de un resultado de investigación que propone un programa para el trabajo de cuidados desde la perspectiva familiar y su atención por las políticas públicas con el cual se logra deconstruir categorías y conceptos claves para el estudio del tema desde un enfoque decolonial, de género y de derechos. Igualmente, se logra la caracterización del trabajo de cuidados en familias seleccionadas, a partir de las principales modalidades, actores, prácticas e imaginarios sociales. Con este programa se logra producir conocimiento actualizado sobre el tema de estudio y un mapa temático de las investigaciones y programas desarrollados en Cuba desde el 2010 hasta el 2017 en materia de cuidados familiares y su atención por las políticas públicas.
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Seitenzahl: 257
Veröffentlichungsjahr: 2023
EL TRABAJO DE CUIDADOS
DESDE LA PERSPECTIVA FAMILIAR
EN DIÁLOGO CON LAS POLÍTICAS PÚBLICAS
EL TRABAJO DE CUIDADOS
DESDE LA PERSPECTIVA FAMILIAR
EN DIÁLOGO CON LAS POLÍTICAS PÚBLICAS
Autores/as
Dra. C. Rosa Campoalegre Septien (coord.)
M. Sc. Yanel Manreza Paret
M. Sc. Odalys González Collazo Dra. C. Felicitas R. López Sotolongo
Lic. Ernesto Chávez Negrín
M. Sc. Milagros Samón Quiala Lic. Yudelsy Barriel Díaz
Colaboradores/as
Xiomara Leyva Romero Rachel Palma Saint-Juste
Geidy Caridad Hernández Iglesias
“Voy a hacer ciertos cambios en mi casa como hicieron mis padres en su tiempo al cabo esta será la misma casa
los que no son iguales son los tiempos”.
“Mi casa punto cu” (Tony Ávila, 2012)
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Edición y corrección
Maylen Gesen Gallinal
Diseño interior y cubierta
Salvador González García
©Todos los derechos reservados, 2021
©Rosa Campoalegre Septien, 2021
©Yanel Manreza Paret, 2021
©Odalys González Collazo, 2021
©Felicitas R. López Sotolongo, 2021
©Ernesto Chávez Negrín, 2021
©Milagros Samón Quiala, 2021
©Yudelsy Barriel Díaz, 2021
©Xiomara Leyva Romero, 2021
©Rachel Palma Saint-Juste, 2021
©Geidy Caridad Hernández Iglesias, 2021
©Publicaciones Acuario, 2021
©Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, CIPS, 2021
ISBN: 9789598500840
Índice
Prólogo
Introducción
Capítulo I. El trabajo de cuidados: apreciando el contexto teórico y político
1.1 Contexto teórico del trabajo de cuidados
1.2 El trabajo de cuidados y las políticas públicas: enfoques y debates contemporáneos
Capítulo II. Aspectos metodológicos
2.1 Problema, objetivos, preguntas científicas y categorías de análisis
2.2 Diseño muestral
2.3 Métodos y técnicas
Capítulo III. Mapa temático: investigaciones y programas desarrollados en Cuba acerca del trabajo de cuidados en las familias y su atención por las políticas públicas (2010-2017)
3.1 Datos generales y enfoques teóricos de las investigaciones mapeadas
3.2 Metodologías empleadas
3.3 Principales resultados, problemas identificados y recomendaciones en las investigaciones analizadas
3.4 Políticas y programas vinculados al trabajo de cuidados desde la perspectiva familiar en Cuba
Capítulo IV. Resultados. El trabajo de cuidados: modalidades, prácticas, actores sociales e imaginarios
4.1 Caracterización sociodemográfica de cuidadores/as, personas que requieren cuidados y jefes/as de hogar
4.2 El trabajo de cuidados: modalidades y prácticas
4.3 Actores sociales vinculados al trabajo de cuidados
4.4 Imaginarios en torno al trabajo de cuidados
4.4.1 Imaginarios de niños/as y adolescentes acerca del trabajo de cuidados
Capítulo V. Programa para el trabajo de cuidados desde la perspectiva familiar y su atención por las políticas públicas
5.1 Las recomendaciones desde las familias: un punto de partida clave
5.2 Componentes del Programa para la atención al trabajo de cuidados desde la perspectiva familiar: Parte General
5.3 Parte Especial: plan de acción y servicios
Capítulo VI. Conclusiones y Recomendaciones
6.1 Conclusiones
6.2 Recomendaciones
Anexos
Anexo 1. Relación de expertos/as entrevistados/as
Anexo 2. Mapa de la provincia La Habana y sus municipios
Anexo 3.Técnica ZOCODIS
Anexo 4. Guía de entrevista a expertos/as
Anexo 5. Guía de encuesta a cuidadores/as
Anexo 6. Guía de encuesta al jefe o jefa de hogar
Anexo 7. Guía de encuesta a la persona cuidada
Anexo 8. Guía de observación a la familia
Anexo 9.Técnica de Dibujo de la familia
Anexo 10.Técnica de la Composición “Mi familia…”
Anexo 11. Diseño del Taller de reflexión y validación del Programa para el trabajo de cuidados desde la perspectiva familiar y su atención por las políticas públicas
Anexo 12. Relación de instituciones en las que se gestionó información relativa a la búsqueda bibliográfica
Anexo 13. Modelo de ficha de contenido utilizada
Anexo 14. Datos sociodemográficos de la muestra estudiada
Anexo 15. Condiciones materiales de vida de las familias de la muestra
Anexo 16. Equipos para la ayuda de la persona cuidada (Tabla Multirrespuesta)
Anexo 17.Temas sugeridos para abordar en la capacitación a cuidadores/as (Tabla Multirrespuesta)
Anexo 18. Personas que ayudan al cuidador (Tabla Multirrespuesta)
Anexo 19. Miembro que más aporta económicamente al hogar (Tabla Multirrespuesta)
Anexo 20. Cambios en el estado de salud de los/as cuidadores/as (Tabla Multirrespuesta)
Anexo 21. Descripción del estado de salud de la persona cuidada (Tabla Multirrespuesta)
Anexo 22. Explicación de las relaciones cuidador/a- persona cuidada (Tabla Multirrespuesta)
Anexo 23. Conocimientos sobre actos de violencia hacia otra persona necesitada de cuidados (Tablas Multirrespuesta)
Anexo 24.Tipo de violencia hacia el/la cuidador/a, jefe/a de hogar y persona cuidada (Tabla Multirrespuesta)
Anexo 25. Actos de violencia que fueron ejercidos hacia el/la cuidador/a, jefe/a de hogar y persona cuidada (Tabla Multirrespuesta)
Anexo 26.Tiempo en que el/la cuidador/a, jefe/a de hogar y persona cuidada fueron víctimas de violencia (Tabla Multirrespuesta)
Anexo 27. Persona que ejerció los actos violentos hacia al cuidador/a, el/la cuidador/a, jefe/a de hogar y persona cuidada (Tabla Multirrespuesta)
Anexo 28. Instituciones y/u organizaciones que apoyan al trabajo de cuidados según criterio de personas cuidadas (Tabla Multirrespuesta)
Anexo 29. Razones para cuidar (Tablas Multirrespuesta)
Anexo 30. Argumentos de los/as encuestados/as para identificar al cuidador/a con cualidades y características mencionadas (Tablas Multirrespuesta)
Anexo 31. Dibujos infantiles de la Familia
Anexo 32. Composiciones elaboradas por adolescentes
Anexo 33. Programa analítico sobre cuidados
Referencias Bibliográficas
De los/las autores
El envejecimiento demográfico1es una verdad irrebatible. En el caso de Cuba, desde el año 1978, el país se encuentra por debajo del nivel de reemplazo de la fecundidad, hay un bajo nivel de mortalidad y una alta esperanza de vida. Al concluir el año de 2017, las mujeres con edades entre 15 y 49 años concluyeron su periodo reproductivo con 1,61 hijos como promedio. Se prevé que para el año 2030 el 33.3 % de la población cubana superará los 60 años, de modo que se situará entre los países más envejecidos del mundo. Este grupo de personas va a crecer hasta los 3.3 millones de habitantes, constituyendo un verdadero desafío para un país como Cuba, en vías de desarrollo. En cuanto a la relación de masculinidad, si hoy es de 1 003 por cada 1 000 mujeres, se va a invertir para el año 2030 y entonces tendremos 993 hombres por cada 1 000 mujeres, producto de la feminización del enve- jecimiento, según lo expresa Enrique González Galván, investigador del Centro de Estudios de Población y Desarrollo (CEPDE), de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI).
Cuba es en la actualidad el segundo país de mayor índice de personas adultas mayores, después de Uruguay. Las estadísticas reflejan además que, en gran parte de Europa, Norteamérica y en algunos países de América Latina, amén de otros situados en otros lares de la geografía mundial, hay un incremento considerable de las personas adultas mayores e incluso de personas mayores de 85 años, a lo cual también habría que adicionar el número de personas en situación de discapacidad, las que no necesariamente coinciden con aquellas que arriban a dicha franja etaria. En Cuba, aproximadamente el 18.3 % de la totalidad de sus habitantes tiene más de 60 años, según los datos reflejados,2 por Hidalgo Martinola, Diana Rosa, Larissa Turtós Carbonell, Ángela Caballero Batista, Juana Rosa Martinola Meléndez. Si bien no puede dudarse de que la senectud es una de las causas que incrementa el número de personas con discapacidades, sobre todo intelectuales, sensoriales y físico-motoras, no puede dejarse de tomar en cuenta tampoco el aumento de la cronicidad de las enfermedades, como las neurodegenerativas, que llevan a largos periodos de tiempo en que la persona las padece, dado incluso, en algunas ocasiones, su prematuro diagnóstico. Todos estos factores conducen al aumento de personas necesitadas de cuidados, donde las mujeres son el principal soporte de dichos cuidados al resultar en una alta proporción las cuidadoras principales.3
Si bien la necesidad de cuidados no es un fenómeno nuevo en cuanto siempre han existido personas requirentes de ellos, la convergencia de diferentes factores como son, entre otros, el envejecimiento demográfico, el aumento de la esperanza de vida y los cambios en la estructura familiar, han propiciado que se convierta en un fenómeno que necesita respuestas urgentes y adecuadas para hacerle frente des- de diferentes ámbitos como el político, el tecnológico, el social, el sanitario, el psi- cológico, el familiar y el económico y por supuesto también el jurídico. La persona en situación de cuidado requiere recibir una asistencia por parte de otros durante un periodo prolongado.
No se trata del cuidado de una enfermedad puntual, sino que la cronicidad propia del mal estado de salud limita la autonomía de la persona. Todo ello implica la necesidad de asistencia para aquellas actividades que una persona realiza diariamente, al ser el cuidado de naturaleza prolongada. Estos cuidados, constantes y perdurables, durante un largo lapso han sido denominados cuidados de larga duración, los que suponen una provisión de la asistencia con una intensidad progresiva, en la medida misma en la que se incrementa el grado de necesidad de la persona receptora del cuidado.
No puede perderse de vista que las enfermedades crónicas y las discapacidades pueden ir acompañadas de limitaciones funcionales y cognitivas, que resultan en la imposibilidad de realizar o dificultades para realizar las actividades de la vida diaria, necesarias para el cuidado personal, o las actividades instrumentales de la vida diaria, necesarias para una vida independiente.
En Cuba, si bien los éxitos de la salud han logrado una vida más prolongada de las personas, la realidad muestra que ni la sociedad ni las familias están preparadas para que un porcentaje elevado de la población tuviera edades tan avanzadas, por ello “mientras la esperanza de vida aumenta, el número de cuidadores potenciales se verá reducido por el sostenido descenso de la fecundidad, y cada vez serán más las personas que deban afrontar el tener que cuidar a un familiar de edad avanzada y también a uno o varios en la infancia. Es importante destacar el papel de las mujeres en este rol. La tradición, la socialización y las relaciones económicas sitúan a las mujeres en el centro de las tareas de cuidado”.4
El cuidado familiar generalmente incluye elementos asociados con aquellas actividades que proveen de atención y asistencia a terceras personas vinculadas en el orden familiar. Se ha definido como “el proceso de ayudar a otra persona que no es capaz de actuar por sí misma de una manera ‘integral’ (física, mental, emocional y social) […] facilitado por ciertos rasgos, emociones, habilidades, conocimientos, tiempo y una conexión emocional con la persona”.5
La clave del cuidado familiar está en la disponibilidad física y emocional de una persona para dedicarse con regularidad a la atención de un familiar, llegando incluso a renunciar o disminuir sensiblemente sus capacidades productivas o laborables, en función de satisfacer los requerimientos o demanda del destinatario de sus servicios asistenciales.
En Cuba, las tres cuartas partes de la población de la tercera edad que se encuentra en situación de cuidado reciben un apoyo de tipo informal, siendo la familia la que más contribuye al mismo. De esas tres cuartas partes, el 85 % del cuidado informal se presta en el domicilio.6
A los cuidadores familiares también se les denomina cuidadores informales, porque a diferencia de los cuidadores profesionales, que se han especializado en razón de que el cuidado es su propia profesión, los primeros se dedican al cuidado por un motivo circunstancial, sin conocimientos especializados en el tema y sin compensación alguna. Por el contrario, los cuidadores profesionales son contratados, de manera que reciben una compensación económica por su servicio, mientras que los cuidadores informales lo hacen por altruismo, sobre la base del deber moral que sienten cumplir con sus familiares, muchas veces sus propios padres; deber moral que aun en la sociedad actual, patriarcal y androcéntrica, suele ser atribuido su cumplimiento a las mujeres —como lo demuestra el texto que me honro prologar— bien como hijas, como esposas o como hermanas. Se sostiene que “los cuidados informales representan alrededor del 75 % de toda la ayuda que reciben las personas mayores dependientes en los países desarrollados, correspondiendo el resto a los cuidados de larga duración provistos formalmente por los organismos públicos y privados”.7Investigaciones realizadas en otros campos ajenos al Derecho demuestran que las personas prefieren los cuidadores informales y solo en última instancia se acude a cuidadores profesionales.8
Según exponen Pinto Afanador y Sánchez Herrera “entre las familias hay diversas formas de cuidar a sus enfermos en las que se incluyen el cuidado anticipatorio, la protección, la prevención, la supervisión y el cuidado instrumental”.9
Sin embargo, a pesar de las redes de apoyo con las que en ocasiones puede contarse, ya integren estas redes instituciones, organizaciones y la propia familia, el peso mayor lo llevan los cuidadores familiares, quienes experimentan “con frecuencia un sentimiento de carga generado por la responsabilidad de cuidar a otra persona, dependiente en muchos aspectos de la vida diaria y por el estrés de tomar constantemente decisiones que afectan la propia vida y la del ser querido, lo que resulta muchas veces agobiante”.10Entiéndase que el cuidador familiar, según expresa la Sociedad española de Geriatría y Gerontología, es “la persona que asume la responsabilidad en la atención, apoyo y cuidados diarios de cualquier tipo de persona enferma. Es quien además le acompaña la mayor parte del tiempo y quien, aparte del enfermo, sufre un mayor peligro de agresión sobre su salud, convirtiéndose en sujeto de alto riesgo”.11Este cuidador familiar muchas veces se apoya en otros familiares, que colaboran en menor escala en el cuidado del adulto mayor o de la persona en situación de discapacidad.
Desde el género como perfil, no cabe duda de que la mujer siempre ha estado destinada a tales menesteres. La labor de cuidado, ya sea en episodios propios de enfermedades o padecimientos que suponen un internamiento hospitalario, sea breve o extenso, ha sido atribuido por “razones naturales”12a ella, sin percibir remuneración alguna ni tan siquiera reconocimiento familiar o social. Es una labor “propia de su sexo”, que ha llevado incluso a que la mujer lo haga sin condicionamiento alguno, expresión de su gratitud respecto de quien recibe el cuidado, ya sean parientes directos consanguíneos, o afines. Tómese en consideración que, en esa concepción androcéntrica y patriarcal, es “lógico” que sean las mujeres de los hijos las que cuiden a los suegros o suegras, máxime cuando estos no tuvieron descendientes femeninas, como se aprecia en un estudio,13 descriptivo, analítico y correlacional, realizado en México (Estado de Tamaulipas), cuyo objetivo fue identificar el bienestar del cuidador familiar del adulto mayor con dependencia funcional, desde una perspectiva de género. Se aplicó un cuestionario a una muestra por conveniencia de 300 cuidadores principales de adultos mayores y arrojó como resultados que el 85 % de ellos eran mujeres, en tanto que la mitad no tenía trabajo o en todo caso percibía bajos ingresos. Las mujeres tienden a cuidar con un sentido de responsabilidad, aunque en ello renuncien a su propia realización personal, de modo que en la medida en que la enfermedad de la persona que recibe su cuidado se haga más intensa y progresiva, ello le implica la consagración de más tiempo y esfuerzo y mayores erogaciones económicas, casi nunca compensadas. “Son las mujeres quienes mayoritariamente se acogen a las medidas de suspensión temporal, reducción o flexibilización del tiempo de trabajo, reforzando así formas de familia en las que el hombre es quien desarrolla una actividad laboral continua y a tiempo completo, mientras que la mujer combina trabajo y cuidado, con elevado coste para su promoción profesional e incluso para su mantenimiento en el empleo”.14
Sin dudas, son muchos y variados los riesgos que asumen los cuidadores, sin dejar de perder de vista que las mujeres son en este orden, mayoría. Tal actividad les supone en el orden personal, una renuncia a desarrollar una vida adecuada o querida, conllevando no en pocas ocasiones angustia, estrés, depresión, ansiedad, así como el deterioro progresivo de su nivel de intimidad; en el orden social les implica un aislamiento, con el respectivo costo afectivo, pérdida de amistades y de proyección pública; y en el orden profesional, una renuncia a su capacidad productiva, el abandono total y en el mejor de los casos, parcial, de su proyecto de vida, de la profesión en la que se formó, con la pérdida además de habilidades y la desactualización de conocimientos técnicos. Y ni qué decir en el orden económico, por las erogaciones que muchas veces tiene que asumir y la pérdida de oportunidades laborales.
Según nos informa desde los Estados Unidos el profesor TATE, “algunos hijos adultos optan por dejar atrás carreras productivas y dedicar su tiempo al cuidado de los padres ancianos. Otros hijos permanecen en el lugar de trabajo, pero dedican una cantidad significativa de tiempo a ayudar a sus padres con el manejo de medicamentos, el transporte y otras necesidades. Estas actividades pueden afectar negativamente el desempeño laboral del hijo cuidador y pueden conducir a un mayor estrés, incluso si el cuidador puede equilibrar con éxito las responsabilidades laborales y familiares”.15
A ello súmese también las consecuencias que una larga e intensa labor de cuidado le supone al cuidador en el ámbito psicológico y físico; así, v. gr., síntomas inespecíficos como la astenia y el malestar general, pasando por otros como alteraciones del sueño, cefaleas, diabetes, úlcera gastroduodenal, anemia y alteraciones osteomusculares. Incluso también inmunodepresión. Igualmente, suelen sentirse enojados, culpables o desesperanzados, cansados o deprimidos ante la realidad. El estrés emocional es lógico y comprensible. Las personas se asustan de las emociones fuertes, de lo que experimentan al tener sentimientos contradictorios: sentir rechazo y afecto al mismo tiempo o sentimientos negativos hacia el enfermo.
En el caso de Cuba, el notorio envejecimiento poblacional alcanzado “pone sobre la mesa la importancia, y por qué no, la urgencia de diseñar políticas de cuidado que apoyen tanto a las personas que requieren los mismos como a los proveedores de atención. No se trata de una empresa fácil, es un reto multifactorial y requiere de un enfoque con sentido amplio que involucre a esferas tan importantes como la salud, educación, servicios, producción material y seguridad social, por solo citar unos pocos. De otro lado requiere de un alto nivel de compromiso, de comprensión y solidaridad por parte de las personas que se comprometen con esta noble tarea”.16De este modo, el tema rebasa cualquier elucubración teórica para situarse en la cabecera de la agenda de los más altos funcionarios del Estado y del gobierno -como se constata en los resultados de esta investigación- en aras de trazar pautas, en las que el Derecho tiene un rol importante, para atender, priorizar e incentivar la labor de cuidado familiar.
La investigación contenida en este libro -de la que se hablará por tiempo al convertirse en uno de los estudios referentes sobre el tema, y no solo en suelo patrio- precisamente se sitúa en esa tesitura, al dejar clara la tridimensionalidad del trabajo de cuidado, ya sea como un “derecho humano inalienable”, como “una de las funciones familiares para proveer de bienestar a los/as miembros de las familias” y a la vez como “un sistema de organización societal en función del bienestar de las personas”. Este tríptico se hace imprescindible para entender el cuidado y visualizar los actores protagónicos de esta labor, en la que las familias, la sociedad y el Estado tienen una inescindible corresponsabilidad.
Se trata de un resultado de investigación que propone un programa para el trabajo de cuidados desde la perspectiva familiar y su atención por las políticas públicas con el cual se logra deconstruir categorías y conceptos claves para el estudio del tema desde un enfoque decolonial, de género y de derechos. Igualmente, se logra la caracterización del trabajo de cuidados en familias seleccionadas, a partir de las principales modalidades, actores, prácticas e imaginarios sociales. Con este programa se logra producir conocimiento actualizado sobre el tema de estudio y un mapa temático de las investigaciones y programas desarrollados en Cuba desde el 2010 hasta el 2017 en materia de cuidados familiares y su atención por las políticas públicas.
Los resultados de esta investigación tienen tres escenarios fundamentales de impacto: en política pública, en producción científica y en producción de capacidades con actores implicados. Tales resultados tendrán una innegable impronta en el nuevo Código de las familias el cual deberá reflejar la realidad socio-familiar cubana de la contemporaneidad en la que los cuidados familiares juegan un papel importante porque inciden en un por ciento significativo de las familias cubanas y se convierte en una labor que tiene alcance afectivo, pero también sin dudas económico.
La investigación, cuyos resultados se socializan también en este libro, ha sido realizada por un equipo multidisciplinario del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, dirigido por la prestigiosa investigadora Dra. Rosa Campoalegre Septien, traza pautas no solo para visualizar el cuidado sino para intentar dar respuesta a las innumerables interrogantes que los cientistas sociales nos formulamos ante lo que los investigadores llaman la “crisis del cuidado”, que como toda crisis supone un tránsito evolutivo del fenómeno, en tanto que la alerta demográfica nos hace pensar en quién o quiénes pueden asumir los cuidados familiares en una sociedad que avanza hacia un número cada vez mayor de personas que requieren cuidados y un número menor de personas que pueden asumirlos, dada la innegable reducción de la población de niños y jóvenes en el país, situación que de seguir comportándose de esa manera se agudizaría en las próximas décadas. De ahí la certeza de quienes investigan en este texto en el sentido de que “la población cubana viene experimentando en el presente siglo un rápido proceso de envejecimiento demográfico”, en el que no siempre la corresponsabilidad sale a flote quedando tan solo en las márgenes de los preceptos constitucionales. El cuidado sigue teniendo en Cuba aroma de mujer. La cultura androcéntrica y adultocéntrica ha situado a la mujer que pasa los 50 años como la máxima responsable de los cuidados de la familia en un momento de su vida en que ya ha concluido la labor de cuidado de sus hijos en las edades tempranas y de adolescencia, de modo que el deber ahora como hija o como nuera corresponde frente a sus padres o suegros. Por ello como expresan los investigadores, apoyados en los estudios de la profesora Reina Fleitas “la falta de tiempo y la sobrecarga de roles que experimentan las mujeres cuidadoras en las edades de 50 años y más, son determinantes directas de los problemas de salud que ellas viven”, muchas veces padecidos en silencio en aras de no perturbar el proyecto de vida de los hijos o angustiar aún más a las personas a la que cuidan. El síndrome del cuidador se instala, se agudiza sin que muchas veces las instituciones respondan en la manera en que la labor del cuidador, reclama.
Como jurista y teniendo en cuenta el llamado que en varias oportunidades se hace en esta valiosa investigación al Derecho, que llega incluso a volcarse con pulcritud en las recomendaciones, no cabe dudas que tenemos una larga deuda – como otras con otros tantos- para con los cuidadores. Los juristas hemos llegado con bastante retraso a buscar alternativas plausibles para la protección, desde el Derecho, de los cuidadores principales, que constituyen el soporte de un núcleo familiar con personas adultas mayores o en situación de discapacidad que reclaman cuidado. No puede perderse de vista la tradición histórica de la que proviene el cuidado y el contexto social actual en el que se inserta nuestro modo de afrontarlo. Por este motivo, dado el envejecimiento poblacional que en algunos países, entre los cuales se ubica Cuba, es significativo y con ello el considerable ascenso de personas requirentes de cuidados, la protección a los cuidadores no solo debe ser transversal en el ámbito del Derecho público (a través de incentivos fiscales o el reconocimiento constitucional o de entes administrativos destinado a este fin), sino también desde el Derecho privado, el que puede ofrecer herramientas útiles que compensen el desequilibrio patrimonial que supone el desempeño de la labor de cuidador (por ejemplo incentivos sucesorios), y donde las normas del Derecho de sucesiones17pueden ser una herramienta útil a tal fin. Pensar en alternativas que sin menguar el altruismo, el afecto, la solidaridad, la entrega, el amor que informan la labor de los cuidadores familiares, esencialmente mujeres de mediana edad, que han renuncia- do a sus capacidades productivas y a su proyecto de vida personal y profesional, a su vez incentiven el cuidado, compensen el silencio, la invisibilización, el estrés, la sobrecarga emocional y física y faciliten una redistribución equitativa y justa del caudal hereditario. Es necesario poner la mira hacia aquellas personas que como cuidadores, social y económicamente han quedado desprotegidas a la muerte del receptor de los cuidados por haber dedicado su vida a procurar dichos cuidados, como a aquellas personas que exigen seguir compatibilizando en su trayectoria vital los cuidados y el acceso a un empleo o su mantenimiento (el incentivo que puede propiciar el Derecho del Trabajo al reconocerle como un empleo con posibilidad de una jubilación posterior). Por este motivo cualquier regulación que pretenda proteger esta figura ha de ser capaz no solo de regular cómo queremos que sea de ahora en adelante la protección de las personas que se ocupan de los cuidados, sino que también ha de ser capaz de proteger a un colectivo que no ha tenido la oportunidad de protegerse a sí mismo y que ni siquiera se ha visibilizado.18Urge un reconocimiento infraconstitucional del cuidado que desarrolle lo previsto en los artículos 84, 87 y 88 de la Constitución en los que implícitamente está inserto el cuidado familiar, de modo que el Derecho actúe como lo que es, un sistema protector, garante de derechos y deberes de contenido jurídico, no solo a modo de enunciado normativo sino vinculante en sus efectos, coactivo, coercitivo, que permita cumplir su cometido, a saber: la eficacia de la norma.
Para ello es necesario ante todo concientizar a los entes públicos, incluido el Estado, a los de carácter comunitario, vecinal y sobre todo a las familias, buscando resortes que permitan la necesaria cohesión y corresponsabilidad ante el cuidado de los más necesitados; sólo así estaremos transitando en pos de una efectividad en el ejercicio del derecho humano al cuidado.
La Habana, 22 de marzo de 2021
Leonardo B. Pérez Gallardo
Profesor Titular de Derecho civil
Facultad de Derecho Universidad de La Habana
Presidente de la Sociedad de Derecho Civil y Familia de la Unión Nacional de Juristas de Cuba.
Los estudios y las realidades en torno a los cuidados confirman la tendencia a la compleja relación entre familias y políticas públicas en América Latina y el Cari- be, que ha sido evaluada como una historia de desencuentros (Arriagada, 2007). En este contexto, la transformación de las relaciones familiares y de género hace emerger como tema relevante lo concerniente al trabajo de cuidados, que rebasa el ámbito familiar hacia el análisis de su consideración en materia de políticas públicas.
De manera creciente, se plantean múltiples interrogantes desde la Academia, las familias y los escenarios de políticas públicas. Sin embargo, el cuidado en ocasiones tiende a ubicarse entre los puntos ciegos de las políticas (Grillo, 2014). El reconocimiento pleno del trabajo de cuidados implica el desmontaje del mito acerca de su invisibilidad, afianzado desde el modelo patriarcal, aún hegemónico en las relaciones familiares y de género, la organización social del trabajo y en los modelos de protección social.
El posicionamiento epistémico del tema parte de una perspectiva decolonial asumida desde el paradigma de la interseccionalidad, que permite apreciar la diversidad de los cuidados y la impronta de las desigualdades sociales en este campo. Sobre tales presupuestos, desde la Epistemología del Sur (De Sousa, 2009), este re- sultado de investigación polemiza en torno a deconstruir tales políticas públicas y el propio concepto de cuidados.
En relación a qué es trabajo de cuidados, aún el debate científico es intenso. Reconocidos/as autores/as han formulado definiciones (Batthyány, 2015; Paperman, 2005; CEPAL, 2006; Franco, 2014; Aguirre, 2014; Huenchan y Rodríguez 2015; Molinier, 2015; Borgeaud, 2018; Tronto, 1993). Como un aporte propio a esa polémica nuestro Grupo de Estudios sobre Familia del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), se posiciona planteando que, en primer lugar, la comple- jidad y la diversidad de los cuidados, conducen a un planteamiento epistémico en plural y con circularidad (Campoalegre, 2014a). En segundo lugar, arriba a la comprensión teórica del trabajo de cuidados visto tridimensionalmente, entendiéndolo como: derecho humano inalienable, una de las funciones familiares para proveer de bienestar a los/as miembros de las familias y un sistema de organización societal en función del bienestar de las personas.
El trabajo de cuidados, en calidad de función familiar, comprende no solo acciones/ actividades, sino además las relaciones que se establecen para desplegarlas y los efectos que estas generan en las personas cuidadas, en quienes las cuidan y en las familias en su conjunto. Al unísono, el sistema de organización social de cuidados tiene como actores principales al Estado, a las familias, al mercado y a la sociedad civil. Las modalidades del trabajo de cuidados son diversas; se destacan las denominadas: formal e informal, primaria y secundaria, que son las más empleadas en este libro.
En materia de trabajo de cuidados, el modelo cubano es sui generis y aún se encuentra en construcción, descansa en la interrelación Estado-familias como los principales actores responsables de su provisión social, entre transiciones y tensiones acentuadas por la diversidad y complejidad familiar en el nuevo contexto económico y social.
En Cuba la importancia del tema es crucial, debido a que el trabajo de cuidados es un asunto de emergencia social. El tamaño medio de las familias disminuye debido al poco número de hijos/as, se evidencia una mayor cantidad de miembros de la tercera edad, en correspondencia con el elevado grado de envejecimiento poblacional y sus implicaciones sociales (Chávez, 2018), en el contexto del incremento de las desigualdades sociales. Proporcionalmente hay un mayor índice de dependencia económica, existen más personas que cuidar que cuidadores/as, planteándose nuevas demandas desde las familias y otros ámbitos de la sociedad.