El último sapo que besé - Rosetta Forner - E-Book

El último sapo que besé E-Book

Rosetta Forner

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Beschreibung

Existen tantos tipos de relaciones de pareja que no es fácil elegir bien. Algunas de esas relaciones no son amorosas. Incluso algunas son desdeñosas. No todas las personas saben lo que quieren los demás, a veces ni siquiera ellas mismas saben lo que quieren. Por eso, Rosetta Forner se adentra en el laberinto de las relaciones. Con su estilo genuino, divertido y sabio, descifra los tipos de hombres y mujeres que uno puede encontrarse en la vida y desvela cómo saber interpretar las señales y cómo acertar de lleno con la pareja.

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Seitenzahl: 462

Veröffentlichungsjahr: 2013

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© del texto, 2009, Rosetta Forner

© de esta edición digital: RBA Libros, S.A., 2013.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

REF.: OEBO321

ISBN: 978-84-9006-794-9

Conversión a libro electrónico: Víctor Igual, S. L.

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.

Índice

Prólogo

1. El príncipe azul no existe y, además, destiñe

2. Responsabilidades

3. Introducción a la edición de 2005: En busca del hombre metroemocional

a) Cuando las mujeres dominen el mundo

b) Männer, männer... Hombres, hombres...

Primera parte: El origen de todo informe

1. Una publicista en busca del hombre metroemocional

2. Cenando a la luz del coaching

3. Los primeros pasos de toda búsqueda

4. Primeras citas

5. Primeras sorpresas

6. Más citas, más sorpresas, más de lo mismo

7. Reencuentros en la tercera fase

8. Sabias reflexiones emocionales

9. El príncipe azul destiñe. Y ellas... usan tinte malo

10. La reconversión femenina de los hombres

11. Conversando con hombres emocionales y emocionables

12. El triunfo de la emoción y la rebeldía

13. Cuerpos con alma humana

Segunda parte: El informe

Prólogo

1. La pareja desparejada

2. El amor en los tiempos de Internet

3. Preconclusiones antes de la redacción del informe

4. Las tipologías de Homos «sapos-sapetes-sapones» que nunca se convertirán en príncipes por más que les besen y con ello a las damiselas se les aflojen sus diademas

1. Homo Escapatus

2. Homo Atrapatus

3. Homo Casatus

4. Homo Asustatus

5. Homo Mariposatus

6. Homo Florerusatus

7. Homo Sacrificatus

8. Homo Amantisatus

9. Homo Modernitatus

10. Homo Damiselatus

11. Homo Rebelatis

5. Hombre metroemocional

Tercera parte: Postinforme de la autora

1. Creencias alimentadoras de la brecha «infinita» existente entre el anima (lo femenino) y el animus (lo masculino) en todos los seres humanos

2. Reflexiones para los hombres con aspiraciones a rango de metroemocionales, o sea, en fase de adaptación emocional a la época en la que han escogido vivir

3. La guía que toda mujer debería consultar si quiere adentrarse en el universo del hombre metroemocional

4. Preguntas que toda alma debería plantearse con el fin de averiguar si el hombre candidato es un Vulgarus, Clasicus, Discolus, Originalis, Genialis o Metroemocional del siglo XXI

Epílogo

Reflexiones (y confesiones) a propósito del «Informe: En busca del hombre metroemocional»

Referencias bibliográficas

NOTA

No hay una masculinidad universal, sino múltiples masculinidades, al igual que existen múltiples femineidades. Las categorías binarias son peligrosas porque diluyen la complejidad de lo real a favor de esquemas simplistas y forzados. Malestar también por la condena «en bloque» de un sexo que se parece mucho al sexismo. Malestar, en suma, por la voluntad de «reeducar» a los hombres, lo que desempolva recuerdos vergonzantes. El eslogan implícito o explícito de «cambiar al hombre», más que el de «luchar contra los abusos de ciertos hombres», revela una utopía totalitaria. La democracia sexual, siempre imperfecta, se gana paso a paso. A fin de cuentas, uno se puede preguntar si la noción simplificadora y unificadora de «dominación masculina» no es un concepto obstáculo. Este concepto globalizador, que constriñe a hombres y mujeres en dos campos opuestos, cierra la puerta a toda esperanza de comprender su influencia recíproca y de medir su común pertenencia a la humanidad.

El dualismo de oposición produce una nueva jerarquía de los sexos de la que nos pretendemos libres. A la jerarquía del poder que se combate se opone una jerarquía moral. El sexo dominador se identifica con el mal, y el oprimido con el bien. Esta sustitución se ve reforzada por el nuevo estatuto dado a la víctima...

... Se impone una evidencia más general: la víctima siempre tiene la razón. Como señala Paul Bensousan: «La corriente dominante impone la creencia de que la víctima dice forzosamente la verdad porque es la víctima».

En un texto de 1989, Luce Irigaray hace explícita la oposición entre hombres y mujeres y la idealización de estas últimas. «El pueblo de los hombres hace la guerra en todas partes. Es tradicionalmente carnívoro, a veces, caníbal. Tiene, pues, que matar para comer y dominar cada vez más la naturaleza.» El pueblo de las mujeres, movidas por su virtud materna, representa lo contrario. Este feminismo hace causa común con la ecología y la filosofía vegetariana. (Se trata de la primera consecuencia del maniqueísmo sexual: el separatismo.)

Otra corriente del nacionalismo femenino (MLF, 1970), expresa un segundo aspecto del maniqueísmo sexual. Tras afirmar: «Nosotras somos el pueblo» (lo que significa el verdadero pueblo, el de los proletarios), «las mujeres están investidas de misiones en otro tiempo propias del pueblo en armas o del proletariado: la revolución, la erradicación de todas las opresiones, el advenimiento de la nueva humanidad».

Si se piensa, como hacen algunas, que no hay nada que esperar de los hombres enfrascados en su cultura de la dominación, la salvación sólo puede provenir de las mujeres, sus víctimas, que son por naturaleza bienhechoras y pacíficas.

ELISABETH BADINTER, Por mal camino

1

ELPRÍNCIPEAZULNOEXISTEY, ADEMÁS, DESTIÑE

En opinión de muchas mujeres, no existen hombres buenos, de fiar, que sepan amar, comprometidos, esto es, que no huyan ante la menor insinuación de la temida palabra compromiso.

Demasiados cuentos de hadas.

Demasiadas milongas antifeministas.

Demasiados remilgos y cuentos chinos.

A las niñas se les sigue inculcando que son princesas y que deben esperar, aguardar, soñar, o alelar (versión del siglo XXI del anhelar de siglos anteriores) a un príncipe azul que las saque de su despiste emocional y les dé el rango de mujeres triunfadoras en lo sentimental.

Tanto esperar al príncipe azul... cuando en verdad éste no sólo no existe sino que encima destiñe.

Es mentira que la mujer deba poner su destino emocional al ralentí, en espera de un hombre que sólo es posible en un cuento antihadas (porque los verdaderos cuentos de hadas no fomentan flojera de la diadema sino solidez y dignidad de corona regia).

Es falso que toda mujer es princesa hasta que un hombre —eso sí, guapo, alto, joven, exitoso, carismático, etc. etc. etc. de memeces...— llegue a su vida y la haga sentir mujer.

Tantas tonterías han acabado por marearles la diadema. Si bien es cierto que algunas se bastan para mareársela hasta la náusea... Es ver u oler la presencia de un macho de la especie humana y ponerse a babear tonterías. Entornan los ojitos, hacen mohines y despachan sin contemplaciones todas sus neuronas.

En una ocasión, una famosilla de tres al cuarto comentó que ella se hubiese acostado con el fallecido John John Kennedy sin preservativo.

La razón: ante semejante (sic) pedazo de hombre, a ella le hubiese traído todo al pairo.

En dos palabras: In-dignante. O sea, que quita la dignidad.

No existen los príncipes azules, eso es cierto. Asimismo, es cierto que existen hombres buenos que saben amar y comprometerse, que no ningunean ni mienten, ni dejan tirada a una mujer cual colilla.

«¿Dónde están?», te oigo gritar.

En sus vidas, te respondo yo.

Están en sus vidas cotidianas. Eso sí, algunos de ellos no llaman la atención porque ni son guapos, ni altos, ni esbeltos, ni triunfadores al uso del Club del Redil (¡superejecutivos con superdeportivo y supertraje caro!). Algunos son simplemente seres humanos que se esfuerzan por ser felices, mejorar cada día como seres humanos, evolucionar, aprender... No van por ahí de ligue en ligue, ni de pareja en pareja y tiro porque me toca. No todos son altos ejecutivos, ni falta que hace. No todos tienen un montón de amigas (con derecho a roce, eso sí) mientras hallan a la mujer de su vida, a la que desposarán y llenarán de niñitos. Sin embargo, las damiselas de diadema floja los prefieren única y exclusivamente supertriunfadores con la cartera llena de pasta —y no precisamente italiana—.

¿Y qué pasa con los demás?

¡Que les den!

Ellas, las damiselas, por un momento masculino, esto es, una relación amorosa de un ratito —aunque sólo sea eso—, están dispuestas a mirar para otro lado, o no mirar, taparse la nariz y amarrarse los brazos para no tenerle que dar un sopapo en caso de que al caballerete le dé por pasarse de la raya. Que pasarse, se pasará, seguro.

¡Pobres hombres normales!

No hay quien les defienda, ni defina ni agrupe.

Muchos de ellos, después de haber sufrido el acoso y derribo de una diadema floja, han optado por disfrutar de su soltería y serenidad recuperadas y viajar, estudiar, holgazanear, trabajar en sus metas y, sobre todo, disfrutar de su vida humana.

Están «fuera de mercado», esto es, se han largado del mercado de la carne y han puesto a buen recaudo sus dignidades y vidas.

¿Y del amor, qué?

Mejor dejar que la sorpresa del destino actúe que ir de caza de damiselas que lo único que harán será desgarrarles el corazón además de inundarles la mente con imposiciones, alegaciones y peticiones de imposible resolución.

«¡Eres de lo más machista!», te imagino barruntando.

Si lo quieres ver así... No seré yo la que te lleve la contraria.

Ahora bien, te invito a reflexionar acerca de lo siguiente: «¿Crees que todas las mujeres son buenas, honestas, de fiar, saben comprometerse, son maduras emocionalmente...?».

Yo sé que NO todas lo son.

Las reinas, sí.

Lo cierto es que NO todas las mujeres quieren ser reinas, esto es, asumir las riendas emocionales de sus vidas. Muchas, desgraciadamente para ellas y, de paso, para los hombres y las reinas, prefieren ser damiselas de aflojada diadema.

Hace tiempo leí en un libro de Robin Norwood (la autora del clásico Las mujeres que aman demasiado) que ella había descubierto por qué las mujeres se liaban con tipos indeseables cuando lo que, aparentemente, deseaban sus corazones era vincularse con hombres honestos. Lo averiguó en uno de sus seminarios con mujeres. Les presentó dos perfiles de hombre, a saber: uno describía a la perfección ese hombre ideal (Mister Perfecto, le llaman en inglés); el otro describía al canalla con el que, supuestamente, ninguna mujer quería toparse. Las mujeres asistentes al seminario votaron unánimemente el perfil del hombre bueno. Sin discusión. Estaban todas de acuerdo en que ÉSE era el hombre que debían encontrar, el verdadero «príncipe azul»... Ahora bien, éste no tenía carroza ni paje ni perrito que le ladrase...

Me explico.

Robin Norwood (doctora en Psicología) obvió intencionalmente un dato, en realidad obvió dos, a saber: la profesión, y el estatus socioeconómico representado por el coche en posesión.

El canalla era un alto ejecutivo con un Porsche o similar, y residencia de alto standing en un barrio chic y caro.

El bueno era albañil o similar con coche utilitario y domicilio en un barrio normal, proletario, de clase media (la habitual).

¿Quién ganó esta segunda vuelta electoral?

¿Lo adivinas?

«Mmmmm... ¿El canalla?»

¡Bingoooooooo!

Y no sobran las explicaciones.

Robin Norwood les comentó que ésa era la razón, o más bien la explicación de por qué, anhelando sus corazones un hombre bueno, acababan siempre liándose con canallas: en realidad el interior de un hombre les traía al pairo. Lo que de verdad les importaba, y determinaba su elección, era el exterior, esto es, la profesión, el coche... Por tanto, era cierto que el estatus socioeconómico era primordial y primaba más que ninguna otra variable. Ellas, las mujeres, los preferían exitosos aunque fuesen canallas: si es rico y exitoso, se le perdona que sea canalla. Si es menos rico y menos exitoso de lo que ellas desean, se le pasa por el microscopio para buscarle defectos, y si no, se inventan los defectos o los contras, claro.

No todas las mujeres quieren hombres buenos.

A muchas les importa más la apariencia, lo externo, que un buen corazón.

A muchas, los hombres buenos les aburren.

Eso sí, se quejan de que sólo encuentran canallas que les raspan el corazón con un papel de lija.

¡Como si todas ellas fuesen superexitosas, fantásticas, maravillosas, guapísimas y súper en todo!

Ni falta que les hace, porque los falsos cuentos de hadas les han hecho creer que ellas, a lo único que tienen que dedicarse es a ser monas y tontas. El éxito, etcétera, queda para el hombre. Por eso, probablemente están tan desesperadas por «cazar a uno». Seamos ImpInc (Impolíticamente Incorrectos), y digámoslo claro y alto: algunas son arpías de armas tomar, dispuestas a vender su alma al diablo —y no hablemos de la dignidad— por atrapar a un buen ejemplar de Homo Sapiens.

Muchas de ellas piensan que los hombres inteligentes y triunfadores no se casan con mujeres ídem a ellos. Por consiguiente, «si no te quieres quedar soltera, hazte la tonta y ponte tetas y mona», podría ser la consigna. De hecho, así lo es para las mujeres que van de damisela entendedora.

Antes de que me lo digas, te lo diré yo: ellos también son como ellas, canallas, tramposos, mentirosos, aprovechados, interesados y... las prefieren monas, tontas y con tetas de silicona o simplemente tetonas. Pertenecen o forman un club al que no pertenecería si me admitiesen como socia (parafraseando a Groucho Marx). Ellos, los canallas, los Homo Escapatus, Mariposatus, Atrapatus, Florerosatus, Amantisatusatus..., prefieren damiselas de floja diadema.

Por consiguiente, no busques príncipes azules sino hombres metroemocionales.

¿La prueba del algodón?

Si destiñe, no es metroemocional.

No obstante, las mujeres, para poder hacerle la prueba del algodón, antes tendrán que coger las riendas emocionales de su vida, asumir la responsabilidad de lidiar con sus destinos, saber quiénes son y aprender a amarse de verdad a sí mismas. Porque sólo una reina se atreve y es capaz de averiguar si un caballero está o no a la altura de su corona.

Muchas damiselas han contribuido al desprestigio de los hombres: no todos son malos ni canallas.

Los hay buenos y muchos.

No todo «sapo» lo es.

¿Cómo lo sé yo?

Muchas damiselas califican de «sapo, sapete, sapón» a todo hombre que no se adaptó a sus caprichos o se plegó a sus exigencias.

Si las damiselas fueran más sensatas, cuerdas, maduras y dignas... se hubiesen largado de la vida de un hombre que o bien no las amaba como les hubiese gustado o no las quería amar en absoluto. Las personas estamos en nuestro derecho de amar a quien nos dé la real gana, donde, como, cuando y a pesar de todo, ¡faltaría más!

«Cuando un hombre no te ama, lárgate de su vida», debería ser la consigna.

Sin embargo, las damiselas se empecinan en forzar la situación y en obligar al hombre a que las ame, actitud que muestra claramente que ellas, y nadie salvo ellas, son las que NO saben amarse a sí mismas.

Toda persona que se ama a sí misma cuida de ella, se respeta y se hace respetar.

No todos son sapos. Algunos son simplemente hombres que cayeron en las garras de las damiselas de diademas flojas.

Muchos más de los que las damiselas se imaginan y quieren aceptar, son buenas personas, un poco inocentes, eso sí, porque de haber tenido más picardía tal vez no hubiesen caído en la trampa damiseril.

Y ¿qué hay de los canallas?

Ah..., a ésos se les ve venir, o deberíase.

En este libro doy cuenta de unas cuantas tipologías de Homo «sapus-sapetes-sapones». No obstante diré que basta con averiguar la trayectoria amorosa de un hombre para saber si es cretino, canalla, sapo, inmaduro, tontainas, caguetis o algo parecido.

Me explicaré:

— Un hombre que, antes de finalizar una relación amorosa, anda ya a la caza y tirada de tejos a otra mujer, no es metroemocional sino príncipe desteñidor. Cabe resaltar que ésta es una práctica habitual en muchos especímenes canallienses.

— Otra pista: tiene pareja, dice que le va bien, pero va tirando los tejos a todo lo que lleva falda o pantalón femenino.

— Otra pista: habla mal de su madre.

— Otra pista: te llama churri u otros diminutivos, o se permite familiaridades a los cinco minutos, como quien dice, de haberos conocido.

— Otra pista: confiesa estar prendado de ti apenas han transcurrido unos instantes desde que os habéis conocido.

— Otra pista: tiene muchas amigas mientras anda en busca de su mujer ideal a la que convertir en esposa y madre de sus futuros churumbeles.

— Otra pista: todas sus ex son unas memas, locas, empalagosas, pilinguilosas y muchas otras -osas.

— Otra pista: tiene siempre que quedar por encima de ti, esto es, él ha de ser más listo, más exitoso, más fuerte, más de todo que tú.

— Otra pista: te lanza señales de claro e inequívoco interés pero a la hora de la verdad se escaquea, esto es, se comporta como si no le importases ni gustases lo más mínimo. O sea, que es un perfecto caguetis, ¿o tendría que llamarle tiralostejos atontasyalocas...? Lo dicho, les encanta el flirteo porque en verdad no buscan sino eso, flirtear. Lo cual no implica, ni de lejos, compartirse.

Recuérdese que vivimos en una época de individualismo feroz, que viene a ser la forma políticamente correcta de referirnos al miedo a la intimidad que existe. A mi modo de entender, es un síntoma inequívoco de una causa llamada «olvido del alma». Los que han cortado los hilos que les unen con su alma, han modificado su escala de valores y son fácilmente identificables: lo más importante de su vida es su profesión, su coche, su estatus, sus juergas, su cuenta bancaria, la churri que se han ligado, su cuota de poder social, su fama o todo ello y mucho más. Los hombres, y las mujeres, que viven su vida en modo externo desconectado del alma no valoran el interior de la persona, carecen de argumentos aunque tengan muchas opiniones, adoran toda actividad social (incluida el ligoteo) que les permita llenar o distraer el vacío existencial, se burlan de los que no tienen su poder adquisitivo o estatus (baremo basándose en el cual valoran y desvaloran a la gente) socioculturalfamoserilpoderosil. Se da el caso, cada día más extendido, de hombres y de mujeres (valiosos especímenes del Club del Redil) que sólo se juntan, pegan, arriman o lapean (del verbo lapear,o sea, apegarse como unalapa) si él o la churri son famosos, conocidos, ricos, rumbosos o con algo que aprovechar. El resto, los humanos, son despreciados o ignorados, lo cual no deja de ser una suerte. Porque, vamos a ver, ¿quién, en su sano juicio, quiere que le usen cual vulgar Kleenex, trampolín, trofeín, pasarelín, comodín o algún otro usín...?

Si rascamos un poco, esto es, preguntamos, preguntamos, y más preguntamos, además de escuchar, ver y observar si hay congruencia y coherencia entre lo que dicen y lo que hacen los especímenes con que nos topamos, podremos concluir si son humanos u humanoides dignos de ser enviados al reciclaje. La hora de la humanidad ha llegado. Hemos de recuperar la conexión con el alma so pena de pagar con la infelicidad el peaje de entrada al Club del Redil.

Lo dicho, el príncipe azul, además de no existir, destiñe.

2

RESPONSABILIDADES

«Ha llegado el momento de la “re-Evolución emocional”. Las mujeres se deben a sí mismas mostrarle al mundo que se puede ser reina, digna, amar y ser amada sin necesidad de pasar por calvarios o humillaciones sentimentales o sociales. Es una labor de equipo, porque sólo si unimos nuestros esfuerzos y nuestras almas humanas podremos darle a la humanidad la esperanza de un mundo donde la verdadera igualdad reine. Algún día cesarán las guerras. Algún día no habrá hombres que maltraten a las mujeres. Algún día no habrá mujeres que se humillen a sí mismas en pro de cazar marido o tener novio. Algún día las mujeres dejarán de contarse milongas sentimentaloides. Algún día hombres y mujeres entenderán que el alma no juega en bolsa, ni es patrimonio de ningún género la dignidad, que no hay superiores ni inferiores, sólo seres en diferentes puntos de la evolución espiritual.»

La maldición de Eva

Desde que escribí En busca del hombre metroemocional, he reflexionado mucho sobre temas relacionados directamente con este libro —los reflejados en La maldición de Eva —, y otros indirectos, incluidos en diversos artículos publicados en la revista Única.

Hace tres años ya opinaba lo siguiente:

a)  No todos los hombres son malos. Algunas mujeres a las cuales bauticé como «damiselas de diadema floja» —bastantes más de las que se quiere imaginar e incluso aceptar— son malas, malísimas.

b)  Algunos hombres son buenos y saben amar. Algunas mujeres son reinas, dignas de confianza, amables, buenas de corazón y de amor de verdad.

Las damiselas les han pillado la medida a los hombres

Esto es, saben cómo hacer que se sientan miserables, culpables e inferiores, amén de arrojarles al infierno de la ineptitud emocional. Según las damiselas, ellos son malos, incompetentes en lo relativo al tema del amor y de la expresión de las emociones, lo cual no es impedimento para que ellas, damiselas cautivas de la flojera de su diadema, sigan insistiendo y persistiendo en tratar de echarles el lazo y hacerles socios del club de la pareja amorosa. No sé muy bien con qué noble fin ya que, según ellas, están incapacitados, esto es, son unos borricos emocionales, insensibles y machistas que no las entienden ni aman como ellas quieren (aunque no tengan ni la más remota idea de cómo les gusta que las amen y de lo que significa amar...). Por consiguiente, ¿por qué insisten en ligar con ellos? ¿Acaso son memas? No lo creo. Asumo que les asiste una suerte de cruzada emocional mediante la cual tratan de redimir a los hombres de una suerte de hechizo malvado que les condenó a no expresar sus emociones.

¿Cómo es que no lo han conseguido hasta ahora? Puede que se deba a que están siguiendo una estrategia equivocada. No se puede convencer, ni convertir, al supuesto infiel a base de insultos, menosprecios, ninguneos, amenazas y manipulaciones de cualquier índole. Las damiselas han equivocado el camino de la reconversión emocional de los hombres. Sin ellas darse cuenta, están fomentando tanto la proliferación como el recrudecimiento de la existencia de hombres «sapos que nunca se convertirán en príncipes». Aunque, en honor a la verdad, los príncipes azules no existen y, además, destiñen.

Muchas mujeres se empecinan en relacionarse con hombres que sólo les pasarán un papel de lija por el corazón o, en el mejor de los casos, les darán unas cuantas tardes de llanto y otras tantas noches de insomnio inciertas.

Escucho constantemente a muchas mujeres lamentarse de la falta de existencia de hombres que merezcan la pena.

A esta letanía lamentativa suelo responder con una pregunta: «¿Y tú, mereces la pena?».

Se me quedan mirando perplejas.

¿Por qué?

Esperan que me una a su causa de victimismo y desilusión desanimosa. Según su mapa de la realidad, es impensable que otra mujer —suelo insistir en que soy un hada en cuerpo femenino, que no mujer, ergo, mi identidad no se basa en el género de mi cuerpo físico sino en características de, digámoslo así, mi alma— no se una a su causa incondicional, ciega y fanáticamente.

No se puede aspirar a conducir un Fórmula 1 si no se tiene carné de conducir ni jamás se ha pilotado coche alguno.

Seré más explícita: piden lo que no ofrecen.

Algunas no es que tengan el listón muy alto y sean muy exigentes —ojalá lo fueran y tuvieran el listón a la altura del Empire State como poco, mejor les iría—, simplemente, no muestran su verdadero yo. Por consiguiente, si lo que atraemos no nos gusta, haríamos bien en preguntarnos acerca de qué emitimos: ¿qué información expandimos hacia el exterior, empezando por nuestras propias ideas?

En PNL (Programación Neurolingüística) suele decirse que «comunicación es la respuesta que recibes. Ergo, si no te gusta la respuesta, cambia la comunicación».

Si sólo se tratase de ser un poco más prácticas, el tema estaría pronto y fácilmente resuelto. No obstante, mucho me temo que hay más factores y variables que condicionan la no solución fácil y factible del tema en breve.

A muchas mujeres, en concreto a las damiselas con flojera diademeril, no les interesa que los hombres dejen de ser malos..., ¿a quién culparían, si no, de sus males?

Admito que esto resultará muy fuerte para muchas mujeres, sobre todo a ésas cuya responsabilidad parece haber emigrado al país de Nunca Jamás. Las mujeres a las que bauticé como damiselas de diadema floja se revolverán contra mi afirmación y me tacharán de sacrílega y traidora a la causa. Están en su derecho. Como yo lo estoy en mi atrevimiento a aportar humildemente un poco de luz sobre este tema y tratar de ayudar a ambos bandos a reconciliarse y a tener relaciones sanas, sensibles, maduras y provechosas para el alma, además de dichosas y generosas para el corazón.

Nada me gusta más que el amor: es el aliento del universo y, sin él, la vida se queda fría y nuestras almas desnutridas. Además, soy un hada a la cual le gusta la armonía, la felicidad, el buen humor, la cordialidad y la no conflictividad.

Volvamos al tema polémico y espinoso.

Por qué a algunas mujeres, damiselas de diadema floja, no les interesa que los hombres dejen de ser malos y sepan expresar sus emociones

Posibles respuestas:

1.   No lo admiten, porque es la revancha femenina, o sea, el hembrismo —machismo en cuerpo de mujer— campando a sus anchas: «Ahora nos toca a nosotras darles en los morros y vengarnos de ellos».

2.   Algunas están convencidas de su superioridad moral, perdón, emocional, por lo que no pueden ni quieren admitir que ellos también saben amar y sentir. Si lo admitiesen, ¿qué les haría, a ellas, superiores a ellos? Obviamente, se trata de un complejo de inferioridad que se disfraza de superioridad.

3.   No se puede ir contra natura: demasiados estudios científicos avalan las diferencias entre hombres y mujeres y eso sigue dando munición para la guerra de los sexos. A los humanoides no les gusta ser iguales ni vivir en armonía. Por consiguiente hay que perpetuar la guerra; caso contrario, no sabrían qué hacer con sus vidas. Y está demostrado científicamente que el cerebro de una mujer es emocional, y el de un hombre no lo es. Es más, el cerebro masculino no registra el tono de voz femenino por lo que... ¡ésa es la razón de que no les presten atención cuando ellas hablan...! Vamos, ¡la pera en patinete!

4.   Les gusta tener inferiores a los que maltratar porque ellas, las damiselas de diadema floja, se sienten inferiores y quieren hacer catarsis con alguien. ¿A quién si no culparían de todos sus males y tendrían como «cubos de su basura emocional»?

5.   La base del victimismo. Mientras alguien tenga la culpa de sus males, no tendrán que buscar en su interior, instrospeccionarse ni asumir responsabilidad alguna.

6.   La libertad de ser una misma es demasiado intensa para las damiselas de diadema floja que asumen que «ser femenina es sinónimo de tonta, lerda, inferior, mala, tetada, sexy, pendón...». A las damiselas no les gusta la igualdad, prefieren las desigualdades porque éstas les proporcionan coartadas socialmente aceptadas y de amplio espectro.

7.   Si los hombres supiesen amar y fuesen emocionales, ¿qué les quedaría a ellas? Algunas no saben que son un universo maravilloso repleto de capacidades, dones y demás maravillas, amén de un alma divina por descubrir y honrar.

8.   Falta espiritualidad. Hemos asumido que somos nuestros cuerpos e identidades humanas exentas de una conexión espiritual o almista, es decir, carentes de alma y de su consiguiente responsabilidad extensiva a otras «encarnaciones terrenas» (en la línea que preconizan las culturas orientales, en concreto la budista), o de la relativa al alma en sí misma (religión católica). No somos meros cuerpos que respiran sin mayor implicación ni repercusión de sus actos en dicha vida terrena. Somos seres espirituales viviendo una experiencia humana. Si bien esto último lo saben los humanos, y lo ignoran los humanoides, a juzgar por sus comportamientos muy congruentes con su modo de pensar políticamente correcto, según el cual «la religión es el opio del pueblo y ha de ser sustituida por la religión laica del consumismo feroz, devoradora de todo sentido común y alienador de toda singularidad». Por cierto, las damiselas pertenecen al club de los humanoides.

9.   Falta humanidad. Porque si vivimos al margen de nuestra realidad divina vivimos, asimismo, de espaldas a nuestra emocionalidad. Mucho me temo que ese consumismo despepitado y adictivo haya extendido sus tentáculos hasta el ámbito de la pareja y les haya hecho creer a los humanoides (los cuales son de credulidad fácil) que el «amor se termina cual colonia en frasco» y, además, ¿para qué aguantar con un mismo modelo de hombre o de mujer cuando es tan fácil cambiar, y encima te financian el cambio en cómodos plazos? El consumismo adictivo basa su fuerza en un marketing devastador del sentido común y espantador del análisis racional. «No pensar» es la consigna del mundo consumista. No hay que pensar, sólo imaginar. Imaginar que cualquier ítem material nos proporcionará alegría, estima, seguridad, serenidad, prestigio, compañía, éxito, amor. A las damiselas, estas consignas mercantilistas les encantan, por aquello de que les atontan la diadema y les aíslan del dolor emocional que habita en el remoto latido de sus psiques.

10.   Se fomenta la infidelidad a uno mismo. No hay que ser fiel a los principios que uno/a lleva en el alma, no. En su lugar hay que seguir los preceptos del Club del Redil, ser un redilero aborregado que se someta a las normas y abomine de sus valores. Se ha convencido a la gente (los humanoides) de que «ir de flor en flor», pasarse por el arco de triunfo a cualquiera, meterse de hoz y de coz en cualquier cama de olvidable y resacoso despertar... es «ser IN», o sea, que lo progre es apuntarse al pendoneo, aunque ello suponga llenarse de bazofia el alma y de mierda el corazón. La liberación femenina aún no ha tenido lugar, como tampoco ha tenido lugar la liberación masculina. Las mujeres/damiselas son las que más han mordido el anzuelo de la falsa liberación: pueden acostarse con quien quieran sin que se las señale con el dedo, ¡tal y como hacen esos hombres a las que ellas tanto odian porque les rompen el corazón y les denigran la estima! Las damiselas querían ser iguales, y la flojera de su diadema les impidió ver que copiaban lo peor de los comportamientos masculinos, unos ciertamente misóginos. Quizá muchas no sepan que misógino significa que odia a las mujeres. Lo moderno es irse al catre con cualquiera, exhibir las tetas y mover el tantam para llevarse al huerto al primer pelele masculino que cruce su territorio de liberación femenina... Ahora bien, esto ya lo hizo Eva... O sea, que es más viejo que la tos... Que se sepa, no nos aportó mucho a las mujeres en general que nuestra denostada Eva se comportase con semejante ligereza en el paraíso... ¿O acaso nos han contado mal la historia?

11.   Liberación sexual no es igual a liberación emocional. Por consiguiente, las mujeres deberían aprender a protegerse, cuidar de su psique, respetar su alma y no tirarse de cabeza a la primera piscina que pillen sin pararse a pensar si hay agua... ¡Elemental comprobación! (Que conste en acta que no considero que haya que casarse para acostarse con alguien. El único matrimonio que vale, o debería valer, es el del alma.) Por eso, siempre que una mujer se pierda el respeto a sí misma, no cuide de su integridad moral, espiritual ni psicológica, no es liberación sino tontismo en lo que está incurriendo, lo cual es válido para los hombres, exactamente igual.

12.   Ah, lo olvidaba. Muchas damiselas siguen aferradas a un hombre que les ningunea el alma, desvalija el corazón y hace trizas la cuenta de la dignidad y todo porque: a) está mal visto no tener churri, b) el matrimonio proporciona caballero acompañante para ir de compras, al cine, etc., c) dos economías son mejor que una, d) la soledad es muy mala, e) las separadas son unas fracasadas emocionales, f) a partir de los 40, las mujeres se vuelven invisibles, g) todos son iguales, ergo, para qué cambiar, h) está rico, rico (potentado), i) los hombres son así...

13.   Es una forma indirecta (y retorcida, además de inoperante) de vengarse del padre que nunca supo reconocer su valía, inteligencia, sensibilidad, emocionalidad y/o trató mal a su madre (la de ellas), ninguneándola como esposa y como mujer: una mujer venga a otra mujer. O sea, solidaridad femenina contra los hombres malos. Lo malo de todo esto es que la supuesta venganza no repara el daño emocional y suele generar a su vez más destrozos...

Llegamos a la esclavitud masculina

Los hombres, pobre de ellos... Aunque haberlos sapos, haylos, y muchos. No obstante no creo que todos sean sapos-sapos. Muchos son simplemente hombres que tuvieron la desgracia de dar con una damisela de diadema floja a cuyo perfil ideal no se ajustaban ni por casualidad. En vez de largarse rápidamente a la primera bronca de cambio o a la enésima... se acostumbraron a que les vapulearan el alma en y la cena del viernes les obsequiaran, a modo de aperitivo, con una ensalada preparada a base de reproches e insultos varios para abrir boca e ir trazando las líneas maestras de lo que será el fin de semana o la relación en sí misma. Como fuera que los hombres malvados, sapos-sapetes-sapones, existen de verdad, me dediqué a buscar al hombre metroemocional con tal de entenderles mejor. Pretendía, por un lado, enseñar a las mujeres a distinguir a los sapos de los metroemocionales, y, por otro, mostrar a los hombres que no todos son malos y que harían bien en desculpabilizarse, esto es, que cada uno asuma la cuota de responsabilidad que le corresponda. Porque si un hombre es sapo de verdad, ¿qué sentido tiene que una mujer siga con él, empeñándose en redimirle a besos que lo único que lograrán es hincharle más y más los morros a ella...?

¡Basta de sapos que nunca se convierten en príncipes!

¡Basta de empeñarse en una reconversión saperil!

¡Basta de aflojarse la diadema hasta darle rango de felpudo en el que se limpian las garras todos esos desalmados misóginos después de desgarrarle el corazón a una mujer de inocente sentido o a una de damiseriles entendederas!

Ni todos son sapos ni todas son damiselas.

Existen los hombres metroemocionales y también las reinas que saben reconocerles, respetarles y relacionarse con ellos.

No es oro todo lo que reluce, ni azul todo príncipe que destiñe.

En este libro, si eres mujer, encontrarás útil una clasificación aventurada de sapos-sapetes-sapones, que, como poco, te arrancará risas y te ayudará a «hacerles la prueba del sapo» cuando un caballero llame a la puerta de tu reino. Si eres hombre (y no va con segundas...), te documentarás y podrás reconocerte en los comportamientos de alguno de los Homos clasificados o, si estás muy evolucionado, cantarás ¡bingo!, lo cual querrá decir que eres un metroemocional y a partir de aquí podrás restregárselo por la diadema a toda damisela con flojera.

No los hay azules, y, además, destiñen.

Recuérdalo.

ROSETTA FORNER, 3 de junio de 2007

3

INTRODUCCIÓNALAEDICIÓNDE 2005: ENBUSCADELHOMBREMETROEMOCIONAL

«Existen muchas mujeres rebeldes, abrecaminos, olfateadoras de tendencias, rompedoras de moldes, renacentistas, generadoras de conceptos. Mujeres inteligentes, valientes, luchadoras y tenaces que se han ganado a pulso su triunfo profesional. Mujeres que dirigen los hilos de su destino y que, sin embargo, nunca jamás han renunciado a su dignidad de mujeres, ni se han sentido indignas por serlo. Tampoco se sienten ni se tienen por inferiores a los hombres en ningún sentido. Simplemente diferentes, como cualquier ser humano lo es de otro, lo cual no impide que seamos complementarios. Y, te diré más, esas mujeres nunca han adoptado los patrones disfuncionales de comportamiento (machistas y testosterónicos) de los hombres para manejarse en el mundo empresarial. No han perdido su esencia a diferencia de muchas mujeres que se han vuelto una suerte de marimachos porque pensaron que ésa era la única manera de sobrevivir en el mundo empresarial. Esas mujeres, como yo, nos sentimos muy orgullosas y contentas de ser mujer.»

La maldición de Eva

a)   Cuando las mujeres dominen el mundo

Un documental de la BBC lo predice para el año 2020

Artículo publicado en el diario El Mundo,

sección Ciencia, del 2 de abril de 2004. Autora: Ana Romero.

«La clonación les permitirá tener niños sin necesidad de semen. La congelación de óvulos les ofrecerá la posibilidad de quedarse embarazadas a los 40 años, tras haber consolidado sus carreras.

»En el programa de la BBC la historia se sitúa en el año 2020, y la escena es la siguiente: una familia inglesa sigue por televisión el viaje de Estado a Londres de la presidenta de EE UU, de apellido García. Dicha familia británica está compuesta por la madre, una exitosa empresaria de 55 años que acaba de recibir en su lap top, vía e-mail, la noticia de que el embrión que ha encargado para tener otro bebé ya está listo; la hija mayor, una agresiva diputada con un brillante currículo profesional; la segunda hija, una adolescente que cuenta la historia, y un hijo varón de 22 años, siempre irritado porque en la oficina donde trabaja las mujeres progresan más rápidamente que él. El deprimido padre, del que la madre se divorció hace años, forma parte de un grupo de hombres furiosos por su falta de derechos.»

Aquí termina la parte de ficción del creativo e imaginativo documental de la BBC, emitido el 31 de marzo de 2004. Todos los datos y las entrevistas del programa son reales. Existen hechos científicos que sustentan la hipótesis según la cual el futuro cercano es de las mujeres.

Según, por ejemplo, la profesora Greenfield, una de los expertos entrevistados en el programa de la BBC, actualmente en Inglaterra una de cada tres mujeres gana más que su pareja, y un tercio de las empresas británicas son fundadas por mujeres. Asimismo, Mike McClure, del University College de Londres, cuenta en el programa que las empresas del siglo XXI necesitan de las características femeninas, y es que, según él, tanto la flexibilidad como la tendencia a escuchar antes que imponer están naturalmente más desarrolladas en las mujeres. Y dado que las empresas están actualmente en perpetuo cambio, dichas habilidades son sumamente necesarias. La capacidad de las mujeres de combinar los quebraderos de cabeza de la casa con los de la empresa las convierte en empresarias idóneas. O sea, que son unas juggle (en inglés significa ‘hacer juegos malabares’) perfectas.

Al parecer, el siglo XXI ofrece a las mujeres la misma igualdad de oportunidades y posibilidades para desarrollar su potencial intelectual y humano, independientemente del sexo con el que nacieron.

b)Männer, männer... Hombres, hombres...

Éste era el título de una brillante película alemana de 1980, o sea, del siglo pasado.

«El ansia de ser deseado suele ser el camino del éxito»

Son palabras del escritor Mark Simpson, al que se le atribuye la creación del término metrosexual.

Mark opina en una entrevista publicada en el diario Las Provincias (10 de abril de 2004) que, en nuestra sociedad, el anhelo de ser deseado suele ser el camino del éxito. Ésa es la razón de que a David Beckham le paguen más de lo que merecería por su talento futbolístico, es decir, su caché hunde sus raíces en su condición de ser un hombre metrosexual.

Asimismo, cuenta que esta aparente «liberación masculina» no es sino un caso de esclavitud bien vestida. Y es que los hombres viven angustiados, como cualquier producto del marketing y la publicidad.

(Sic): «En cierto modo, los hombres metrosexuales son la consecuencia del posfeminismo castrador. Narcisistas, exhibicionistas y consumidores compulsivos, han hecho suyos los rasgos atribuidos al sexo opuesto.»

Como la rivalidad es brutal, el objetivo se centra en superar el atractivo de los contrincantes más que en acaparar la atención del sexo contrario. Por esa razón no escatiman esfuerzos ni gastos, recurriendo incluso a la cirugía estética si es necesario. Los metrosexuales son sucesores del dandy por sus formas pero no por su contenido: mientras los dandies (dandy) afirman con su elegancia la pertenencia a una determinada clase social o estilo de vida, los metrosexuales no saben existir de otro modo.

En realidad, esta tendencia sólo es progresista en su superficie, tratándose únicamente de un mero cambio a nivel de maquillaje, ya que en las capas más profundas las cosas no varían: si se ahonda se descubren los valores machistas de siempre. La tendencia metrosexual para el hombre del siglo XXI no supone, por el momento, un avance en la lucha por la dignidad y paridad de ambos sexos, según palabras de Antonio García (presidente de la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género, que tiene su sede en Málaga, España).

Mis comentarios

Dicha tendencia, que basa sus variables de cambio en el proceloso mar de la imagen externa, puede llegar a provocar cambios profundos, radicales y significativos en la sociedad. Al fin y al cabo, mientras que el inventor del término es un escritor, los aireadores son miembros de la comunidad publicitaria. La agencia RSCG se ha encargado de difundir, desde su sede de Nueva York (EE UU), los resultados de un estudio sociológico al respecto. Según dichas conclusiones, en el siglo XXI nos encontramos con hombres dispuestos a explotar sin miedo su lado femenino al igual que en el siglo XX las mujeres lucharon por lograr la igualdad. Al parecer, el varón del siglo XXI se preocupa por su imagen externa tal y como lo hace la mujer.

Fantástico.

También a ellos les han vendido la moto

Tanta lucha feminista, tanto intentar convencer al ser humano de volver la vista hacia su interior, tanto tratar de reconducir la escala de valores... Y como toda solución a la humanización del ser humano, hasta al hombre se le ha convencido de que ser mujer se reduce a pintarse los morros, estirarse las pestañas, ponerse lencería sexy de encaje y blonda, hacerse una liposucción que deje en buen lugar el culo y eleve la estima a su digno sitio, rellenarse los labios de una imbesable silicona, dibujarse pómulos eslavos (son esos altos y propios de la raza eslava) que disimulen una tristeza caída, de imaginación evadida no con los años sino con los sueños perdidos.

¿De verdad las mujeres sólo somos exterior y puro exterior?

¡No!

No. Y no.

La feminidad, el ser mujer, el potenciar la parte ánima de la psique no se reduce ni puede basarse jamás en lo externo. Una mujer no es más mujer por tener una talla 92 de sostén. Una mujer no es más sexy porque tenga los labios gruesos. Una mujer no es más exitosa o válida porque vista una talla 38 o tenga un pompis redondito y atlético. Una mujer no es más atractiva porque tenga unos labios gruesos (los naturales suelen ser carnosos y bellos, no así los artificiales, que parecen producto de un puñetazo propinado con mala leche...).

No.

Pero esta sociedad consumista, capitalista y esclavista está empeñada en confundirnos el sentido a propios y extraños, haciéndonos creer y reforzando dicha creencia con ahínco, que en el consumo de ciertos productos y en la posesión de otros radica nuestra felicidad, satisfacción humana y éxito.

Pero un deseo que liga su potencial de satisfacción a elementos externos de evaluación de grado altamente subjetivo, está abocado al fracaso. Sí, fracasará estrepitosamente en el logro de su ansiado éxito, en sentirse deseado, pues como el champán, su efecto dura lo que las burbujas en la boca, esto es, décimas de segundos... Y, para prolongar dicho efecto, sólo queda la adicción permanente a los suministros externos de dicho éxito o de su virtualidad.

La única manera de satisfacer el ansia de ser deseado es abrazar el camino del desarrollo personal

Éste no tiene nada que ver con el exterior, ni con el culto al cuerpo en detrimento del espíritu. Ya lo dijeron los sabios: «Mens sana in corpore sano». Un alma sana, una mente en estado de equilibrio dinámico, una felicidad trabajada y macerada al amparo de la madurez psicológica se refleja en un cuerpo sano, esto es, bello y saludable. Aunque la belleza de este cuerpo no se ajuste a los cánones de las pasarelas ni del código mercadotécnico de la publicidad. Un cuerpo sano no es un cuerpo Danone. Un cuerpo sano es uno donde su habitante, el alma, se siente a gusto con sus más y sus menos como ser humano, y basa el equilibrio de su psique en la relación dinámica con su alma y su espíritu.

Mientras seamos esclavos alienados y seguidores ciegos de las modas que impone la publicidad (voz de su amo el capitalismo), nos centraremos en ajustarnos al modelo de esclavitud reinante y nos sentiremos frustrados toda vez que (recuérdese: la mayoría de las veces fracasaremos) nuestros intentos de alcanzar la perfección ficticia se muestren inútiles y no logremos sino generar más y más desasosiego anímico.

Reconozco que vivimos en un mundo donde las variables que conforman nuestra psique son más de las que logramos manejar a nivel consciente. Es más, algunas de ellas actúan tan sigilosamente que apenas son perceptibles, si es que lo llegan a ser, por estar invisible y disimuladamente (forman parte del paisaje) almacenadas dentro de nuestro modelo del mundo. Me estoy refiriendo a la religión.

«Cito al antropólogo Marvin Harris (sic): “Todas las culturas poseen un repertorio de técnicas para obtener ayuda de sus dioses. ¿Qué menos que pedirles la resurrección y la vida eterna?”

Asimismo, el filósofo Gonzalo Puente Ojea sostiene que el hombre, desde hace miles de años, subjetivó acontecimientos naturales, como los huracanes u otros cataclismos naturales, e intentó exorcizarlos con rituales mágicos inventados: unos de protección frente a esas fuerzas incontrolables; otros, de súplica. De igual modo, las imágenes —como las que se pasean por las calles en Semana Santa— tienen sus precedentes en las pinturas rupestres, donde ya se representaba la magia de la imitación: si pinto una escena de caza exitosa, ocurrirá en la realidad. Esa ritualidad asegura el contacto con lo sagrado...

Asimismo, el antropólogo Tylor opina que los rituales religiosos son actos sociales en los que se pierde la individualidad y sirven para mantener un orden social determinado.»

Artículo «Sacrificarse por los dioses»,

publicado el 9 de abril de 2004 en el diario El Mundo

Opino como Tylor, y hago mías sus palabras, por lo que, parafraseándole, diré: «Los rituales publicitarios y consumistas de belleza y culto al cuerpo son actos sociales en los que se pierde la individualidad y sirven para mantener a la especie humana dentro del huevo, al tiempo que se mantiene ese orden social determinado, que no es otro que el del tontismo consumista que aliena las mentes y neutraliza la intervención salvadora del alma».

Asimismo, las palabras de Ojea cuando dice que «si pinto una escena de caza exitosa, ocurrirá en la realidad...», si me consigo un cuerpo Danone, unos labios como los de la modelo fulanita, un color de ojos como los de la actriz menganita, uso la misma ropa interior que la cantante sotanita... (lo mismo para los hombres pero sustituyendo los nombres femeninos por los de hombres famosos en el fútbol, etc.) lograré reproducir su éxito, esto es, seré deseada o deseado, y tendré a todo el mundo a mis pies, lo que equivale a algo así como: «todo el Olimpo a mi disposición».

Pero dicha aspiración se torna vana. La premisa se muestra vacía de realidad y de sentido, y no pudiendo sostenerse sobre su base, lo sensato sería deponer las armas de la estética externa y regresar al cálido hogar del alma...

Pues... ¡no!

Se lanzan más aún de cabeza al consumismo, en vez de recurrir al yoga o a la meditación trascendental o al coaching personal..., anhelando ser un perfecto hombre metrosexual del siglo XXI o una perfecta Barbie-tonta-de-labios-y-tetas-cerebro-silicona-siliconarum.

Es rematadamente fácil convencer al ser humano, en general, y más cuando se le aborda en clave grupal, esto es, como miembro de un club. Se trata de una premisa bien conocida en el mundo de las agencias publicitarias (variable que conozco muy bien, pues provengo profesionalmente de dicho sector). Yo misma, sin ir más lejos, diseñé estrategias para convencer al consumidor o usuario de que le convenía comprar tal o cual producto o llevar tal o cual marca (era sumamente fácil «comerles el coco», perdón por la confesión sin rubor ni remordimiento alguno), en los despachos de marketing de las empresas, y en los manuales sociológicos referidos al consumo.

Fascinante ver cómo se pueden mover los hilos del cambio, de las tendencias, de las modas...

Fascinante observar cómo los creadores de opinión funcionan en orquestada maniobra maquiavélica al servicio del poder fáctico e invisible de la llamada eufemísticamente «sociedad de consumo».

Fascinante constatar cómo lo que ha descrito Gregg Easterbrook (periodista de Washington asociado de la Brookings Institution) en su libro La paradoja del progreso se muestra sin rubor en el vecino de despacho, sin ir más lejos, o en la colega, o en el presidente de la asociación de vecinos: los guionistas de Hollywood marcan el paso, ponen el listón, y deciden cuál es el oscuro objeto de deseo de la temporada. Y, ¡olé!, a sacarle humo a la tarjeta de crédito. A desear ser más que el vecino de la serie televisiva.

Cito textualmente a G. Easterbrook:

«La hipocondría social es la enfermedad de la nación más exitosa del planeta. Según la mayoría de los indicadores, la vida ha mejorado más allá de los sueños e, inclusive, las más recientes generaciones. Y, sin embargo, muchos americanos, indiferentes a la abundante información y las experiencias personales, insisten en que el progreso es una simple quimera.»

Easterbrook dice que la actual «discontinuidad entre la prosperidad y la felicidad» es tal que la «avalancha de buenas noticias nacionales» asusta a la gente, molesta a la prensa y no aumenta en nada la medida de la felicidad.

Las explicaciones de Easterbrook incluyen:

•    «La tiranía del cuadro pequeño.»La preferencia de las malas noticias produce una concentración en los problemas menores que quedan cuando se consigue una mejoría en las grandes. Malas noticias inventadas sirven para estimular las campañas de recaudación de «los grupos de intereses en los desastres». También hipertrofia la autoimportancia de las elites, que pierden estatus cuando la sociedad está funcionando bien. Las elites de los medios de comunicación tienen un interés en la «ansiedad ampliada de los titulares».

•    «La evolución nos ha condicionado a creer lo peor.» En la selección natural darwiniana, el pesimismo, la sospecha y el descontento pueden ser rasgos de supervivencia. Quizá nuestros relajados y optimistas progenitores fueron devorados por tigres de colmillos de sable. Sólo prosperaron los genes proclives a la ansiedad.

•    «La ansiedad inducida por los catálogos» y «la venganza de las tarjetas de crédito» ocasionan que la abundancia material acreciente la infelicidad. Mientras uno puede pedir y cargar más crédito, más conscientes somos de lo que poseemos. La «moderna tiranía de la opción» provoca en los consumidores una perpetua intranquilidad y una lamentación eterna...

•    El último síndrome es «la tiranía de lo innecesario», que lleva al «síndrome del décimo martillo».Tenemos tantas cosas innecesarias amontonadas que, en ese caos, no podemos encontrar ninguno de los nueve martillos. Así que compramos el décimo. Y la pila se hace más grande.

•    El cultivo —e incluso celebración— que los intelectuales, los abogados litigantes, los políticos y la prensa hacen de las víctimas es tanto causa como efecto en la actual cultura de la queja.

Easterbrook está escandalizado por la corrupción corporativa y por la pobreza en medio de tanta abundancia. Y hace muchas reflexiones sensatas acerca de cómo corregir el desequilibrio que siente mucha gente entre su abundancia material y la escasez de significado que encuentra en sus vidas. Lo esencial de su consejo es que debemos tomar una actitud más espiritual y ganar un significado haciendo el bien mientras disfrutamos de nuestra prosperidad material. Si tenemos más abundancia espiritual, seremos seres más sólidos, mejores humanos y estaremos más satisfechos a niveles más profundos.

Tanta frustración vital.

Tanta desolación existencial.

Tanto despiste espiritual.

Tanto vacío de corazón.

Tanto desamor relacional.

Hace que seamos presa fácil de todo aquello que nos distraiga de semejante fiasco. Por consiguiente, seguimos hincándole el diente a los elementos externos de éxito, tales como el coche, la pareja, la casa y el barrio donde está ubicada, y ¡cómo no!, el cuerpo en el que depositamos las posaderas de nuestra delicada y etérea alma.

Ya, ya me he dado cuenta..., soy consciente de que apunté que la pareja que uno tiene es un elemento externo definidor del éxito.

Cierto.

Dependiendo de la pareja que tengamos, así será nuestro éxito

Pongamos por caso que soy hombre, rondo los 45, dirijo empresa propia, tengo un divorcio en mi haber, poseo un coche de gama alta o lujo, chalé en la costa, yate o similar, y un gran disponible financiero en el banco. Lo propio será que me busque una esposa que luzca mi éxito. He aquí el perfil de la combinación ganadora: mujer (por supuesto); entre 30 y 40 años muy bien llevados, esto es, sin arrugas, sin flacidez, esbelta y en forma; elegante, con clase y educada; inteligente y de conversación interesante y brillante (recuérdese: ha de acompañarme a cenas de negocios y demás menesteres sociales en los que ha de dejarme a la altura de la Luna, no de las cloacas); con posición social y económica (he de poder presumir de ella); y si es famosa por algo y/o tiene posición —es una chica correcta—, mucho mejor. ¡Ah!, lo olvidaba, ha de seguirme a donde yo le diga, no ha de pretender tener más neuronas que yo, ni enmendarme la plana delante de otros, no importando si son propios o extraños; ha de mostrarse sumisamente cariñosa, y estar siempre de buen humor, chic, elegante y dispuesta a seguirme al fin del mundo, y que no se le ocurra envejecer porque en ese supuesto la cambiaré.

Obviamente, no existe este perfil de mujer.

¿Cierto?

No.

Existir existe, pero... la cuestión no es si existe o deja de existir.

La cuestión es si una mujer maravillosamente inteligente y bella está dispuesta a apartar de sí su corona para servir de comparsa a un señor en sus menesteres. Confieso que conozco a mujeres que lo hicieron, pero la mayoría volvió a buscar su corona para no quitársela nunca más. Ese tipo de mujeres reconquistó la dignidad de su realeza para no volver a perderla, intercambiarla, negociarla a la baja o encerrarla en el desván, a cambio del amor de un hombre. Ya he hablado largo y tendido sobre ello en mi anterior libro, La reina que dio calabazas al caballero de la armadura oxidada. Por consiguiente, una mujer de ese calibre sólo vuelve a considerar la opción de casarse o emparejarse con un hombre de su nivel, alguien de su estirpe, noble y libre que la ame precisamente por su singularidad y genuinidad, por ese rasgo que la hace diferente a esas otras mujeres que no usan su corona para reinar su vida. Un igual en todos los sentidos, alguien con quien compartir el reinado, esto es, una corregencia. Por eso hay tantas mujeres inteligentes, bellas de alma y de espíritu libre que siguen solteras después de haberse divorciado. Les trae al pairo lo que diga la sociedad. Por consiguiente, no se casan de nuevo a menos que hallen a su alma gemela, esto es, un rey para una reina.

Ya lo ha vaticinado la BBC en su programa: para el año 2020 (sólo faltan 16 años), las mujeres pasaremos de ellos, y a ellos sólo les quedará la opción de fundar un club para hombres cabreados.