La danza del amor de las hadas - Rosetta Forner - E-Book

La danza del amor de las hadas E-Book

Rosetta Forner

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Beschreibung

Tener cualidades maravillosas debería ser suficiente para poder soñar con una vida plena. Entonces ¿por qué buscar la felicidad a través de otras personas, cuando la magia está en tu interior? Quizás tan solo necesites una pequeña ayuda para dar el paso definitivo de tener fe ciega en ti. Aquí tienes un hada madrina que te susurrará historias y consejos para sentirte al fin libre.

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Seitenzahl: 375

Veröffentlichungsjahr: 2013

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© Rosetta Forner Veral, 2004.

© de esta edición digital: RBA Libros, S.A., 2013.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

REF.: OEBO318

ISBN: 978-84-9006-791-8

Conversión a libro electrónico: Víctor Igual, S. L.

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.

Índice

Dignidad y agradecimientos

Prólogo por Jesús Callejo

Km 0, preludio a la primera edición

Preludio a la segunda edición

La danza de amor de las hadas

Capítulo 1: El faro de luz mágica

Capítulo 2: De mujer maravillosa a faro de luz

Capítulo 3: El último sapo al que besé

Capítulo 4: La danza del corazón

Capítulo 5: La princesa triste que no se amaba a sí misma

Capítulo 6: De oruga a mariposa

Capítulo 7: El rey que recuperó su carisma

Capítulo 8: ¿Qué fue de la Reina que había olvidado su lado femenino?

Capítulo 9: ¿Y quién se comió el pastel?

Capítulo 10: El efecto colibrí

Capítulo 11: El faro de Alejandría

Capítulo 12: ¿Alguien quiere a alguien?

Capítulo 13: El proceso de autoamor

Capítulo 14: El amante que recuperó sus emociones

Capítulo 15: El bufón de la corte que olvidó quién era

Capítulo 16: Y si me quedo soltera, ¿qué?

Capítulo 17: Esclava o libre, tú decides

Capítulo 18: Hechizos varios

Capítulo 19: «Yo, la mujer, estoy al mando de lo emocional»

Capítulo 20: Y de los hombres, ¿qué?

Capítulo 21: La danza «tradicional» de amor de las hadas

Capítulo 21/21: La danza de amor de un hada libre, o el final más apropiado para alguien que ha aprendido a no esperar otro premio que ella misma o él mismo

Coaching: La recuperación de la dignidad

1. El cuestionario

2. Despertar

3. Dignidad

4. Sentido común

5. Magia

6. Reconciliación

7. Discernimiento

8. Responsabilidad

9. Singularidad

10. Reconocimiento

11. Liderazgo del alma

La receta para amasar sueños

Los sueños se convierten en realidad cuando te los crees

El aroma de la receta

Notas

DIGNIDADYAGRADECIMIENTOS

Mis libros suelen estar dedicados a alguien, y éste lo está a la gente más significativa de mi vida: a mis padres Eliseo y Rosita; a mi abuelo Vicent, maravilloso y ángel como ninguno; a mi hermano, amigo y compañero de viaje del alma Sergio; a mi dicharachera —y natural born NLP person— abuela María Rosetta; a mi hermana Mariola y a su mágica Yaiza (mi sobrina especial y «copia mía», y el alma que para cuando este libro se publique, ya habrá aterrizado); a mi tío y padrino, Vicentet; a mi abuela Lola, cuya esencia me quedé al venir, y a mi amiga y «hermanita» Ingrid Weiner. Todos ellos forman mi familia de almas gemelas aquí en la Tierra. ¡Es de agradecer tener gente en la vida que me quiera tanto!

A Jesús Callejo, porque hace posible la amistad entre colegas, y por el mágico prólogo digno del «rey de los gnomos» que él es.

A mi amiga y maestra Judy DeLozier, por la magia que me ayudó a descubrir en mí y que animó a dejar salir y a esponsorizar —she is my favorite awakener and also my favorite NLP trainer—, cuyo prólogo para mi libro Cuentos de hadas para aprender a vivir (RBA, julio 2003), es divino. A Robert Dilts, amigo, mentor y profesor de PNL, junto con Judy en la NLP University (California, Estados Unidos). To my soulsister Pat Ryle. A José Carlos Gutiérrez, amigo del alma.

Y, en general, a todos mis amigos del alma.

A los ángeles en forma humana y sin traje físico que pueblan mi vida y que me ayudan a llevar a cabo mi misión.

Especialmente, en esta segunda edición, a Marta Sevilla (my magic & special MF) que, a modo de premonición, escribió unas mágicas palabras para la primera edición de este libro allá por el año 2000, y que me ha ayudado —y sigue en ello— a expandir mi misión hadada por el mundo.

También a Angela Reynolds, otra hada que el destino ha traído de nuevo a mi vida (nos conocimos hace veinte años: yo creaba, en la agencia de publicidad Y&R, las estrategias de medios para la campaña publicitaria del producto del cual ella era la directora de marketing), y ahora es mi hada madrina o agente literario.

A todos, gracias desde mis alas de luz.

Madrid, mayo de 2004

PRÓLOGO

POR JESÚS CALLEJO

Hace ya unos cuantos años, conocí a Rosetta Forner durante la Feria del Libro de Zaragoza y la vi como una aparición: de aspecto radiante, con una sonrisa electrizante y unos ojos profundos, cuya mirada te hipnotizaba. Vi a una mujer vitalista, soñadora y feérica que contagiaba su entusiasmo a todo y a todos. La vi, además, disfrazada como una auténtica reina de las hadas, con su gorro de cucurucho y su varita mágica incluida. Una varita que impartía bendiciones y otorgaba deseos a aquellos que se acercaban por la caseta donde estábamos. Acababa de publicar una novela —La reina de las hadas— y esta mujer respondía al nombre de Rosetta, derivado de las aromáticas rosas tan apreciadas por las propias hadas. Yo le dediqué uno de mis libros y ella me dedicó el suyo. «Que la luz bendiga nuestra senda vital», escribió, y me atribuyó el nombramiento de rey de los gnomos.

Desde entonces, ambos sabemos que los duendes propiciaron aquel encuentro y que los hilos dorados del destino se entrecruzan caprichosamente en nuestros caminos de vez en cuando para compartir vivencias o para contarnos nuestras confidencias y nuestras inquietudes personales y profesionales.

Como dice Rosetta en este nuevo libro que estoy prologando: «Cada uno de nosotros conforma su propia realidad y es dueño de su destino». Y no le falta razón, porque esa realidad que creamos nosotros mismos, cada día, es la que condiciona todos nuestros actos. Por eso, «encuentros casuales» en una Feria del Libro, en un restaurante o en una conferencia están determinando giros y guiños futuros e insospechados en los que esos hilos dorados se entrecruzan una y mil veces para formar lazos eternos.

Las reinas de las hadas

Cuando estaba leyendo el libro, capítulo tras capítulo, disfrutando de las historias que le cuenta esa maravillosa hada madrina a la protagonista de la novela, recordaba a algunas hadas famosas de la mitología mundial que han tenido un papel destacado. Pensé en Maeve, una reina élfica y guerrera de Irlanda; en Titania, la reina de las hadas de Sueño de una noche de verano que inmortalizó Shakespeare; en Mab, la otra reina de las hadas diminutas de Gales; e incluso en Mari, la figura principal y auténtica de toda la mitología vasca, la genuina reina de las hadas y de todos los genios de formas y especialidades diversas que se ocupan de las cosas de la Tierra y de la Naturaleza en general.

Y me recordaba a ellas porque Maeve, Titania, Mab o Mari son unos pocos de los muchos nombres que reciben las reinas de sus respectivos territorios fantásticos, las más sabias, las más poderosas, las más encantadoras y las más inmutables. Aquellas que dan consejos útiles y prácticos a todos los que quieran recibirlos y que forman parte de la consciencia planetaria, de cada uno de los elementos de la Naturaleza y de cada uno de los seres vivos que habitan en ella. Su vida y su presencia en nuestras vidas son palpables, aunque no siempre nos demos cuenta de ello. Son prácticamente eternas y conocen la sabiduría que alberga la Tierra y los secretos del corazón de cada hombre, conocen su vulnerabilidad, sus proezas, sus miserias y el rayo de luz que cada uno proyecta en el cosmos.

Recordé que, una vez, un duende malhumorado le preguntó a la reina de las hadas por qué en el País de la Gente Menuda todo el mudo era feliz menos él. «Porque han aprendido a ver la bondad y la belleza en todas las cosas», respondió la reina. «¿Y por qué no veo yo la bondad y la belleza en todas las cosas?», siguió preguntando el duende insatisfecho. «Porque no puedes ver fuera de ti lo que no ves en tu interior.»

La moraleja de este cuentecillo sería también aplicable al género humano. No hay que ir muy lejos para darse cuenta de que nuestra mente entierra a veces nuestras emociones y sentimientos. Habría que acuñar la expresión de «ponga un hada en su vida» o «haga que su vida sea la continua maravilla de existir». Pero en el fondo eso ya lo sabemos. Rosetta Forner nos lo recuerda en cada uno de sus libros y especialmente en este.

Los diálogos del alma

Al ir leyendo el libro de Rosetta, al ir saboreando estos continuos diálogos que mantienen el hada y la mujer, me he ido dando cuenta de algunos aspectos que se me escaparon en sus obras anteriores. Me ha servido para reencontrar unas verdades y una sabiduría interior dormidas que se han despertado ante los susurros de un hada arquetípica y ante los movimientos de una danza sagrada. Sus diálogos llegan directamente al corazón.

No sé si es una novela, un cuento, un libro filosófico, un viaje iniciático o un poema sinfónico, pero sé que está dedicado a la mujer, a sus dudas, a sus insatisfacciones, a sus anhelos, a sus miedos y al importante papel que desempeña en su entorno. Está escrito por una mujer que habla de mujeres, pero también es un brindis al amor, a la amistad y a la luz. En definitiva, es una «danza de amor de las hadas» que nos hace bailar a su son, con un ritmo armonioso, dirigido con una batuta mágica.

Es un libro de encuentros y desencuentros, de esperanzas y decepciones, de luces y de sombras, de metáforas y de anécdotas, de vivencias y de leyendas, de hombres y de mujeres que buscan su identidad. Es un libro de ida, no de vuelta. Un libro que nos habla de dos bandos, de dos comportamientos y de dos trajes físicos diferentes: el femenino y el masculino. Del mundo ilusorio de las formas y de las creencias y de cómo nos complicamos la vida intentando encontrar diferencias en aquello que realmente nos une.

Disfruté leyéndolo porque es una obra que nos muestra, utilizando el arte de la metáfora, el desarrollo personal que debe realizar cada ser humano, que nos señala los muros que hay que derribar para que dejen de ser fronteras, que nos habla de la recuperación de la dignidad perdida y de cómo desterrar nuestros miedos mundanos para que aflore la luz que se esconde en el fondo de nuestra alma infinita.

Así que, una vez dicho esto, no nos debe extrañar que un hada madrina haga el papel de terapeuta y consejera. ¿Qué mejor personaje para hacerlo? Rosetta Forner es un hada con vocación de princesa que ya está cansada de besar a sapos que sólo son eso, sapos miopes y sin aspiraciones. «¡Se acabaron los falsos príncipes y los mendigos emocionales!», nos dice Rosetta en una de sus páginas.

El amor es real

Cada frase de este libro tiene su miga y cada capítulo nos descubre algo nuevo, pero siempre encaminado a un mismo fin: encontrar o recuperar el amor, esa sustancia etérea inalcanzable para unos o esa fuerza que nos une y que da sentido a nuestras vidas para otros. El amor es el que mueve el sol y las estrellas, es el aliento del Universo, es el motor que permite que esa hermosa danza de las Hadas se ejecute a la perfección, que nos hace vibrar al unísono con sus acordes, que nos hace «volar la vida» sin límites, que ilumina el faro de la luz mágica, que otorga unas alas angélicas a nuestro entumecido espíritu, que provoca el milagro de la metamorfosis de orugas a mariposas, que da libertad a nuestros actos y que nos hechiza con su eterna melodía mágica.

El amor es la Luz... En cierta ocasión preguntaron a un gurú cuándo terminaba la noche y empezaba el día, y él respondió: «Cuando miras a un hombre al rostro y reconoces en él a tu hermano; cuando miras a la cara de una mujer y reconoces en ella a tu hermana. Si no eres capaz de esto, entonces, sea la hora que sea, aún es de noche».

Este libro de Rosetta es un buen ejemplo que nos muestra que la noche es tan sólo una circunstancia pasajera —y hasta necesaria en nuestras vidas— si sabemos encender a tiempo la luz de nuestro corazón.

JESÚS CALLEJO[1]

KM 0

PRELUDIOALAPRIMERAEDICIÓN

A lo largo de los años he conocido a muchas mujeres que tenían, a mi modo de entender, dones y cualidades maravillosas que, por alguna extraña razón que escapa a mi entendimiento, parecían ignorarse a sí mismas, viviendo por esa causa al margen de ellas. Dicha exclusión ignorante daba lugar a las más variadas estrategias para tratar de recuperar, o de restituirse a sí mismas, lo que ellas consideraban que les había sido arrebatado, robado, negado o ultrajado por los hombres y/o la sociedad. Víctimas de sí mismas —sin reconocer que nadie les hubiese hecho nada si ellas no lo hubiesen permitido—, suelen exclamar: «¡Las circunstancias no me fueron favorables!». Al parecer, siempre hay alguien a quien culpar o hacer responsable de nuestras desdichas como mujeres, ya que nosotras, las que llevamos traje físico del modelo femenino, al parecer poseemos y carecemos de ciertos dones que, mire usted por dónde, suelen poseer los hombres. Y viceversa, los que nosotras ofrecemos ellos suelen haberlos perdido. Así las cosas, mal podríamos llegar a un acuerdo si nuestros dones son mutuamente excluyentes y sólo sirven, al parecer, para echarnos un pulso sin fin los unos a los otros, donde nadie es vencedor y todos somos vencidos. Y en el amor, qué les voy a decir, ocurre tres cuartos de lo mismo.

Muchas de las mujeres que conozco se empeñan, una y otra vez, en escribir libros, poemas, artículos, o en arengar e idear la manera de demostrar que ellas, las mujeres, son mejores que los hombres, que han de ser tenidas en cuenta porque hacen esto y lo otro que, por supuesto, no hacen los hombres... Y ellos se defienden, claro. ¿Qué haría usted en su lugar? Ellos opinan que las mujeres son menos, seres de inferior intelecto y hundido espíritu, sin más adorno que el cabello y las joyas que disfrazan su maquillaje de seres bellos sin alma alguna. Pero ¿quiénes los criaron? Mujeres, por supuesto. Mujeres que se creyeron el cuento chino de ser inferiores. Mujeres que se apropiaron del reducto del hogar que, cual migajas de compasión, les arrojaron los hombres para tenerlas entretenidas. Y es que a ellos no les interesa tener mujeres compitiendo en su terreno de guerra, el cual actualmente no es otro que el reino de la empresa o del territorio de lo profesional. Al parecer, ha existido una perenne lucha entre hombres y mujeres, esfuerzo baldío por tratar de alejarlas de territorios de clara apropiación masculina. Recordemos como ejemplo que hace unos cuatro siglos en España a la mujer le estaba prohibido escribir, ¡válgame Dios! No obstante, a pesar de semejante prohibición, algunas se atrevieron a hacerlo. Pero lo que más me asombra es que actualmente muchas mujeres no se atreven a transgredir la prohibición tácita de carecer de pareja, negándose a sí mismas la elección de vivir independientes por temor al rechazo social, por miedo a exponerse a la «seudoletra escarlata» que más o menos significa «nadie la quiere; no debe merecer la pena cuando ningún hombre la ha escogido».

Prohibiciones, amenazas silenciosas que siguen tolerando para ser aceptadas y amadas, y es que cualquiera tiene más ascendencia sobre ellas que ellas mismas. Mientras se nieguen a sí mismas ciertos recursos, habilidades y capacidades, no les quedará otra opción que mendigarlas a un hombre, tratando de unirse a él para así crear una ilusión virtual de ser completo, de dotarse de sentido a través de otro que parece poseer lo que a ellas les ha sido negado. Madurar, crecer como ser humano, es una tarea que muchas mujeres no quieren asumir. Quizá por ello siguen empecinadas en hacerse trizas el corazón a base de sumirse, y hasta humillarse, en relaciones disfuncionales, degradantes de la autoestima y silenciadoras de los dones. Todo antes que erguir la cabeza orgullosas y proclamar la nueva raza emergente: ¡personas! Una raza libre de la dicotomización esquizoide de «bueno versus malo», «mujer versus hombre», «mejor versus peor». Una raza libre de esa creencia que dice —el título de un famoso libro— «los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus».

En esta vida llevo traje de mujer, pero exhibo cualidades de ambos lados. Me refiero a que, como traje femenino, igual tengo la capacidad de determinación, arrojo, seguridad, acción, coraje, valor, proyección, análisis, lógica, etcétera, que posee un traje masculino. Y conozco hombres, ¡que no son homosexuales!, que poseen la capacidad de ternura, comprensión, diálogo, empatía, compasión, intuición, etcétera, catalogadas habitualmente como femeninas, es decir, patrimonio exclusivo de las féminas o portadoras del traje estilo hembra. Muchas mujeres se sienten inferiores y buscan desesperadamente vincularse a un hombre creyendo que así —vana ilusión— su vida cobrará sentido. De este modo se enredan en relaciones que no las ayudan a crecer ni les aportan nada constructivo. Muy al contrario, se someten a sí mismas en relaciones que les denigran el alma, y todo con tal de tener a un hombre en su vida, no importa quién, tan sólo un hombre. Pero no todos esos hombres son malos, no. A algunas mujeres —afortunadamente no a todas— les gusta pasarse la vida quejándose de sus parejas, ya sean novios, amantes o maridos. Todo menos tomar una determinación y hacer algo diferente para cambiar la situación. A veces, el hombre «malvado» lo es porque no ha accedido a someterse a los caprichos o deseos de su amada, por ejemplo, casarse con ella porque se ha quedado embarazada (a veces lo hace para ver si así le «pesca, o le hace comprometerse ya de una vez»), o porque ella ya lleva mucho tiempo invertido en la relación, es decir, haciéndole ver que ella es la mujer ideal para él, y claro está, ella espera un premio a su esfuerzo. Ella no se implica en la relación de verdad, puesto que lo único que quiere es un compromiso legal que le dé valor frente a la sociedad. Al no lograrlo, le es más fácil culpabilizar, manipular, coaccionar, insultar al otro que plantearse a sí misma la temible pregunta: «¿Cómo estaré yo contribuyendo a ésta situación?». Una mujer medianamente madura no se esfuerza en demostrarle al hombre que ella es maravillosa, sino todo lo contrario: emplea el tiempo y el esfuerzo en averiguar si ese hombre es digno de ella. Por lo tanto, no se dedica a ser elegida sino a elegir, que no es lo mismo que quedarse con lo que se le ofrece, cosa bien diferente. Hombres y mujeres harían bien en «entrevistar»a esas personas que les atraen, y puesto que hacemos muchas preguntas cuando vamos a comprarnos un electrodoméstico, una casa, o un coche, ¿cómo no hacerlo con esos seres que nos atraen? Pero, ¿por qué no preguntamos nada cuando queremos involucrarnos en una relación romántico-amorosa con alguien? ¿Cómo puedo saber si alguien es digno, apropiado y compatible conmigo y con mi idea de la pareja, si para empezar carezco de un perfil definido? Y, por lo tanto, no hago una entrevista de selección. ¿Cómo puedo despejar interrogantes? ¿Cómo? Parece obvio, pero la verdad es que no seleccionamos. Simplemente, nos quedamos con lo primero que aparece y parece —galimatías psicológico— ser el príncipe de nuestros sueños, aunque todo ello se trueque en pesadilla de la que es difícil despertar. Por esto y otras varias razones, muchas mujeres aspiran a hombres de elevada posición social, famosos, ricos, con carrera, ya que «creen firmemente»que de esta forma ellas «merecerán la pena, serán importantes»(silogismo categórico: si él merece la pena, y el que merece la pena me escoge, yo merezco la pena), puesto que un hombre importante sólo escoge mujeres acordes. Asimismo, la mujer se frustra sobremanera si el hombre que escogió desciende en la escala social con los años, o tiene que enfrentarse a una dura época laboral y/o social. Su identidad se viene abajo, se hace añicos, y la identidad es algo muy serio para un ser humano, razón de más para no darle sentido mediante el vínculo con otra persona.

En este libro he querido, a través de una historia en clave de metáfora, narrar las ventajas de ser un ser auténtico, comprometido con el crecimiento personal (el auténtico) de uno mismo, en la construcción de una identidad sólida, firme y a prueba de terremotos existenciales, que vive su vida en libertad escuchando tanto a su corazón como a su mente, y escribiendo su propio guión vital a cada momento: vivir la vida en función de uno mismo y no de lo que nos indican otros. La historia es a veces un diálogo chispeante, otras se convierte en un pleno de tristeza o de alegría, entre una mujer y un hada madrina —que fue terapeuta en otra vida—, si bien ambas son «personas». Y con ello quiero decir que no son dos típicas mujeres despellejando a los hombres, no. Todo lo contrario. Son dos seres sensatos, maduros y comprometidos en ayudar a la gente a entender que no somos tan diferentes, que podemos entendernos si cada uno asume la responsabilidad de crecer y madurar por sí mismo, y al mismo tiempo respetamos al otro su espacio y su libertad de ser como le dé la gana; y que escogemos desde la libertad y el amor, y no desde el vacío existencial o la desesperación (hambruna emocional de que «alguien dé sentido a nuestra vida»).

Existen hombres maravillosos, tiernos, amables, humildes, sensatos, coherentes, afables, buenos padres, buenos maridos: no son una raza extinguida o que sólo ha podido existir en la imaginación de escritoras de novelas románticas. Yo, personalmente, conozco a unos cuantos, de alguno he tenido el privilegio de ser nieta, hija, hermana, discípula, amiga. Por lo tanto, doy fe de su existencia, lo mismo que la doy acerca de la existencia de mujeres valientes, auténticas, que llevan el timón de su vida, no le echan las culpas a nadie de sus dificultades o de lo mucho que hay que luchar para conseguir algo, ni le imponen a nadie la imposible tarea de hacerlas felices. Les parecerán hadas, pero son reales, y además guapas y guapos. Son seres espirituales comprometidos en su experiencia humana.

Por lo tanto, éste no es un libro de «autoayuda en el sentido de sustituir a una terapia, pero sí lo es en el de abrirse a la conciencia para mejorar nuestra vida y atrevernos a ser lo mejor de nosotros mismos». Tampoco se trata de una «historia de ficción», porque, a pesar de usar la fórmula de narrativa metafórica, es real como la vida misma, acontece cada día. La única diferencia puede estribar en que aquí la protagonista dialoga con su hada madrina, mientras que en el «mundo real» solemos hacerlo con el/la coach, el/la terapeuta, el mentor/a, el amigo/a, el/la guía espiritual... Por consiguiente, estamos ante una historia real contada en clave de metáfora, lo cual abre un campo de posibilidades de alcance inmenso por serle ésta accesible y propia del Alma, hablar el lenguaje de los sueños, el del inconsciente y el espiritual. De este modo, llega ampliamente a un mayor número de personas, no importando su sexo, ni su edad, ni su condición social. La metáfora es un lenguaje universal del alma que permite adaptarse al «nivel»de cada persona con suma facilidad, llegando a lo más profundo de su ser, a la vez que entretiene. Se trata de«la sabiduría de los cuentos de hadas»,parafraseando a Rudolf Steiner (uno de sus libros lleva por título dicha frase), que «nos gustan tanto por hablar el lenguaje del alma y el de la infancia».

Me siento comprometida en la misión de «enseñarle a la gente a descubrir la magia que habita en su corazón, a descubrirles quiénes son, a derribar muros de diferencia e incomprensión».Estoy comprometida con la igualdad, aunque sea más difícil ser igual que sentirse inferior o superior; nos diferencia el traje físico, si bien disponemos del mismo software, y es tarea de cada uno el decidir dónde, cuándo, cómo, con quién y por qué ponemos en marcha determinados programas o no. Nuestras creencias determinan la utilización de ciertos «programas».En Programación Neuro Lingüística (PNL) se le concede mucha importancia a la creencia que sobre algo tenemos, puesto que el«mapa de esa realidad» determina cómo experimentamos un hecho, recurso, capacidad o habilidad. El psicólogo-escritor americano Wayne Dyer comenta en uno de sus libros: «Así pensamos, así somos (what you think about, is what you expand)». Personalmente, estoy de acuerdo con él, por experiencia propia. Por lo tanto, ya es hora de que despertemos, nos sintamos personas plenas y vivamos nuestras vidas desde esa plenitud, aspirando tan sólo a ser lo mejor de nosotros mismos. Hemos de cesar en nuestro empeño por «encontrar a alguien que nos quiera y dé sentido a nuestra vida, que nos proporcione la identidad perdida, que nos otorgue sentido y nos llene el alma de dicha, que nos haga feliz...». A lo que de verdad deberíamos comprometernos es a amarnos a nosotros mismos, a hacernos felices, y a valorar y apreciar el maravilloso ser espiritual que somos.

Dado que profesionalmente ejerzo de coach personal y, asimismo, soy entrenadora de Programación Neuro Lingüística, en el libro utilizo esta técnica como hilo conductor de la historia, de manera que cualquier lector no conocedor de la PNL pueda impregnarse igualmente del sentido del mensaje. No obstante, un profesional PNL podrá reconocer a lo largo del libro algunos modelos entretejidos entre esta historia de despertar a la leyenda mágica que todos llevamos en nuestro corazón.

Podría ser un libro de PNL, puesto que utiliza la metáfora y ésta es muy usada en esta técnica, al menos por Robert Dilts y Judy DeLozier. Como lo es, asimismo, por David Gordon, Stephen Gilligan (discípulo de Milton Erickson), Robert McDonald, de los que he tenido el privilegio de ser alumna también. Sobre todo la utilizaba Milton Erickson, de quien se dice que era un verdadero maestro y mago usando la metáfora, creando historias mediante las cuales ayudaba a sus pacientes a pasar de un estado no deseado (problema) a uno de solución.

Podría ser tan sólo un libro. Pero es algo más, es una sesión mágica de entrenamiento, muy efectiva y provechosa para despertar capacidades, talentos y magias humanas en todo aquel y aquella que decida hacerse un regalo.

ROSETTA FORNER

PRELUDIOALASEGUNDAEDICIÓN

Desde que escribí este libro han pasado muchas cosas, alguna que otra tormenta existencial, tres o cuatro libros más y, lo más imporante, el vislumbramiento de que había luz al final del túnel.

Me explico.

Siempre he escrito mis libros desde la ilusión de compartir la luz, la magia, la originalidad, la convicción, la necesidad, la misión, la certeza de que es posible alcanzar las metas, lograr lo que nos proponemos, liderar nuestra vida y ser nosotros mismos sin por ello tener que morir en el intento. La convicción de que tenemos el deber de ser nosotros mismos, brillar nuestra luz y compartir con el mundo el alma tan fantástica que somos, me ha mantenido en el camino aun cuando llovían «chuzos de punta».

Y esto viene a colación con el contenido del libro, pues la dignidad y la convicción de que el destino de uno ha de ser forzosamente mágico, alegre, coherente con el alma que uno es, dichoso, pleno y responsable, me ha servido de «brújula vital» y de alimento luminoso en noches oscuras, cuando todo parecía perdido o extraviado. La dignidad de ser yo, la que le debía a mi alma por ser la que es, es la que me ha permitido no perderme y seguir aferrada a mi identidad, a mi singularidad única. Por eso lo he seguido intentando una y otra vez, siempre sin menoscabo de mi dignidad, siempre cuidando de que mi unique among unique talento quedase a salvo de toda intromisión ajena.

«Nadie cree en ti como tú misma/o», suelo repetirle a la gente.

«No le permitas a nadie que te diga que eres o no eres esto o lo otro...», suelo añadir.

Como canta Eilaine Silver:

How could anyone ever tell you

that you were anything less than beautiful.

How could anyone ever tell you

You were less than whole.

How could anyone fail to notice

that your loving is a miracle.

How deeply you are connected to my soul.[2]

La alegría, la ilusión, el positivismo, la autenticidad son poderosos imanes. Por consiguiente, si quieres atraer la LUZ, tendrás que abrirte a ella.

Suelo recordar a la gente que los ángeles vuelan porque se toman a sí mismos a la ligera. Y pueden tomarse a la ligera porque son simplemente ellos mismos.

No nos han enseñado a ser nosotros, no. En vez de ello, se nos ha forzado a tratar de ser quienes nunca seremos, aborreciendo, además de otros desaguisados vitales, al ser tan maravilloso que somos.

Hemos de empeñarnos en ser el ser tan magnífico que somos.

Hemos de hacer brillar la luz de nuestra alma.

Tanto buscar fuera el amor y está tan cerca que ni nos percatamos de su calidez y hechizo eterno.

Con mi libro La reina que dio calabazas al caballero de la armadura oxidada (RBA, abril de 2004), abrí las majestuosas alas de mi alma y mostré la veracidad de mi rostro, esa convicción que tengo de que ha llegado el momento de reevolucionar como seres humanos o como almas viviendo nuestra experiencia humana.

Le toca el turno a la autenticidad.

Hemos de recuperar la dignidad de ser nosotros mismos, ponernos la corona y mostrarle al mundo la majestuosidad de nuestra alma.

Sinceramente creo que le toca a las mujeres liderar esta reevolución que el ser humano tiene pendiente.

¿Por qué?

Se me ocurren varias razones, a saber:

1.   Nos lo debemos.

2.   Hemos de asumir la responsabilidad de mostrar al mundo el liderazgo verdadero del alma.

3.   Será una buena terapia o catarsis, o ambas, tanto para hombres como para mujeres, aunque en diferentes sentidos.

4.   Hemos de aprender a creer en la igualdad de alma.

5.   Hemos de aprender a creer en la dignidad verdadera.

6.   Hemos de aprender a reconocer el poder del alma, un poder que va más allá de la identidad de género.

7.   Hemos de mostrar el verdadero rostro de la diosa, de Gaia.

8.   El planeta entero está deseando ser sanado, por consiguiente, hemos de restituir el flujo energético del femenino auténtico.

9.   El mundo entero adolece de creatividad, y ésta no es posible si lo femenino está enfermo, ausente, desnutrido, abandonado, vilipendiado, errado, acosado, mentido, encerrado, huido, denostado...

10. Lo masculino en la Tierra está claramente enfermo: guerras sin sentido, hambruna, depresión, desesperación, vacío, soledad afectiva, desconexión del alma.

11. Gaia ya no puede más: el alma femenina de la Tierra necesita recuperar su dignidad. Hemos de restituirle su corona.

12. Gaia ya no aguanta más: el alma masculina de la Tierra está moribunda y necesita el aliento divino de la diosa.

13. Sin amor moriremos todos: hemos de volver a danzar la danza del AMOR.

En este año cuatro del siglo XXI, el Amor sigue siendo objeto de canciones, películas, libros y otros menesteres. La humanidad está enfermando de desolación, de indignidad, de hambre del alma, de desconcierto vital... Un mundo donde hay gente que se muere de hambre, donde cada día muere más y más gente de modo infame por las guerras de todo tipo, un planeta que se está empezando a rebelar contra tanta desconexión espiritual...

¿Existe solución?

Sí.

Hay solución.

Todavía estamos a tiempo.

Aún podemos recuperar la dignidad.

Aún podemos aplacar el hambre del planeta.

Aún podemos darnos amor y alimentar el alma de Gaia.

Aún estamos a tiempo de coger las riendas y recuperar la conexión con la identidad verdadera.

En mi opinión, Gaia refleja lo que está aconteciendo en el interior de cada ser humano de los que poblamos actualmente el planeta: estamos en guerra con nosotros mismos, esto es, competimos contra nosotros.

¿Competimos contra nosotros?

Sí. Toda vez que no nos amamos, no nos aceptamos tal y como somos, estamos compitiendo contra nosotros mismos.

Si uno se siente digno de amor, de respeto, de cariño, de sinceridad, de prestigio, de aceptación incondicional, de buenas palabras, de esponsorización positiva, de apoyo incondicional, de alegría, de serenidad, de coherencia, de salud, de oportunidades, de derechos y de responsabilidades... entonces uno NO compite contra sí mismo.

Lo opuesto es cierto, es decir: si yo compito contra mí misma, todo lo descrito anteriormente (amor, respeto, serenidad, etcétera) no es posible, se ausenta, es mutuamente excluyente.

Dese dignidad, y déjese de tanta competición. Nadie es mejor ni peor que nadie, sólo somos diferentes, y punto.

De ahora en adelante, deseche de su vida toda persona, situación, idea, creencia o comportamiento que le impulse a competir en contra del ser más importante de su vida.

Atrévase a vestirse de dignidad todas y cada una de las mañanas de su vida.

Respétese y la Vida le respetará.

Mi amiga y mentora Judy DeLozier suele decir: «Si sales al mundo pensando que es un lugar hostil, hallarás muchas razones que confirmarán tu teoría».

Asimismo, ella me enseñó que sus amigos de la isla de Bali le dicen que «el cómo la vida nos trata es un reflejo de cómo nos tratamos a nosotros mismos».

Yo prefiero sentirme digna, respetarme y ofrecerme «piropos dignos de mi corona».

Usted tiene el derecho de ocuparse de su vida, de desarrollar las creencias que desee para usted y de llevar con dignidad su corona.

Usted tiene la obligación de cuidar de sí mismo/a, de cuidar del ser más importante de su vida, de establecer límites sanos, de escoger qué estado civil quiere y, lo más importante, decidir qué estado del alma desea para sí.

Ya es hora de recuperar la dignidad y comenzar a danzar la danza de amor de las hadas. Una danza repleta de notas armónicas, dignas, elevadas, sensatas, sanadoras, firmes, eternas, ancestrales, creativas, liberadoras, amorosas, valientes, decididas y alegres.

Hemos de lograr que el Amor sea asunto de todos. Hemos de conseguir, especialmente, que muchas de las almas enfundadas en traje masculino no sigan diciendo —o pensando— que los libros que versan sobre el amor, las emociones, las relaciones, así como eso de la «introspección y análisis del inconsciente» son cosas más propias de mujeres o que interesan más a las mujeres.

La dignidad y su recuperación es cuestión de todos.

ROSETTA FORNER

Madrid, mayo de 2004

LA DANZA DE AMOR DE LAS HADAS

CAPÍTULO 1

ELFARODELUZMÁGICA

«Érase una vez una sirena que había recuperado la fe en sí misma, razón por la cual estaba muy contenta. Érase una vez la historia feliz de un corazón que, dichoso, bailaba la danza de la autenticidad, el coraje, el amor y la magia.»

Así deberían comenzar todas las historias. Así debería sentirse toda mujer y todo hombre en el planeta Tierra.

Ésta es la historia de cómo una sirena se encontró a sí misma —aunque, en un principio, a quien quería encontrar era a su amado—, a través de hacer brillar con toda intensidad su propia luz, lo cual propició la paradoja de que acabase por convertirse en faro y, de este modo, se guiase hasta ella misma.

Érase una vez una bella mujer de ojos color miel al atardecer del verano, piel de azahar, que sueña abrazada a la nostalgia de la luna llena, y risas con aroma de canela y rumor de alas, que soñaba con hallar a su alma gemela. Esta hermosa mujer, sirena en su alma, se sentía sola y estaba harta de viajar por el Universo mundial sin su amado. Ella, la sirena, mujer en su corazón, era muy independiente, aunque añoraba la compañía de otro ser que hiciese eco con su risa, que cantase y bailase con ella la danza de amor de las hadas.

Nuestra bella mujer, sirena en su alma, estaba hasta las narices de besar a sapos que nunca se convertirían en príncipes. Y también estaba harta de ver puestas de sol abrazada al viento, con la única compañía del silencio. Su independencia la tenía un poco mareada. Ansiaba poder abrazarse a alguien para así sentir el cálido susurro del latir de un corazón enamorado. Tan harta estaba que ideó un plan para poder hallarle: «Dado que se me da muy bien escribir e imaginar historias —pensó para sí misma—, voy a comenzar un relato mágico que me irá acercando a él a medida que lo escriba. Pondré por escrito cómo me lo imagino, cómo he llegado hasta aquí, hasta evolucionar y convertirme en un faro de luz exquisita... ¡Vaya metáfora más apropiada que se me acaba de ocurrir para describir lo que he hecho en los últimos años! Eso es lo que soy ahora: un faro de luz que lo puede guiar hasta mí. ¡Sí, le enviaré señales, le iluminaré la noche oscura para que pueda llegar hasta mi alma sin extraviar el rumbo en los mares de incierta niebla y así acercarse hasta mis costas!».

Nuestra mujer era una de las muchas mujeres magníficas que pueblan el planeta, pero, durante cierto tiempo, había escondido su luz, pues quería que la amasen.

¡Craso error!

Tan sólo consiguió hacerse trizas el corazón, emponzoñar su alma y llenar sus arcas de relaciones vacías de sentido y plenas de ruido. Nuestra protagonista, al igual que otras muchas mujeres maravillosas, creía que no mostrar su auténtico poder era igual a ser femenina. Asimismo, creía que nunca había que dar a entender que una mujer puede ser más que un hombre, es decir: más inteligente, más elocuente, más sagaz, más decidida, más divertida, más valiente, más brillante, más libre, más audaz, más genial, más capaz, más contestataria... Porque, si no, el castigo por hacerlo era... ¡estar sola!

Cierto era: ella estaba sola. Y no porque fuese fea, lerda, tonta o maltrecha...

No, ¡qué va!

Era realmente hermosa, elegante, inteligente, librepensadora, talentosa, además de divertida y muy, muy creativa. En honor a la verdad, incluso tenía unos ojos que quitaban el sentido... Y no por el color sino por la luz que brillaba en ellos. Aunque bien es verdad que todo esto estaba dentro de ella, y que fue asomando poco a poco a lo largo del camino que decidió un buen día recorrer en busca de su luz olvidada. Asumió que negarse a sí misma sólo le había destrozado el alma y congelado el corazón. Por consiguiente, un buen día se hizo la firme promesa de «no pasar hambre de sí misma nunca más. Y no volver a besar a ningún otro sapo».

«Tengo que idear una manera de averiguar si el chico es príncipe o rana antes de besarle», se dijo para sí misma.

Entonces, un hada que volaba por allí, se detuvo a charlar con ella y le dijo: «Es muy fácil, tan sólo tienes que entrevistarle antes de besarle».

—¿Entrevistarle? —preguntó con asombro nuestra protagonista maravillosa—. ¿Qué es eso de entrevistarle?

—Muy sencillo —respondió el hada—. Haz como si fueses una empresa y quisieses contratar a alguien para un puesto determinado, por ejemplo el de director, que es uno muy importante. Para ello tienes que saber antes que nada qué requisitos pides, cómo ha de ser el candidato, qué excelencias ha de reunir y qué características no ha de exhibir. Y luego, tendrás que entrevistarle para saber si lo que pides es lo que te ofrece. Se trata de que tú le elijas a él, no de que él se te cuele en el castillo. No has de contratar al primero que llegue ofreciéndose para el puesto, ni a ese que te da lástima, ni tampoco a ese que va de súper-súper... Vosotras, las mujeres, hacéis sólo una parte del trabajo, es decir, contáis quiénes sois, sobre todo lo guapas, fantásticas, tiernas y encantadoras que sois. ¡Pero no entrevistáis al otro! Por lo tanto, ¿cómo podéis saber si os conviene o no, si no le hacéis ningún tipo de pregunta? Luego os lamentáis de lo mucho que ha cambiado. ¡No ha cambiado! Tan sólo lo habéis descubierto, o lo empezáis a descubrir, y lo que halláis no os gusta nada de nada. No obstante, habéis invertido tiempo, esfuerzo, cariño y dedicación en la relación, y a veces algo más...

—¿Quién eres? —preguntó nuestra maravillosa protagonista.

—Un hada. Sencillamente un hada que en otra vida fue mujer. Por lo tanto, si quieres, puedo ser tu Hada Madrina de ahora en adelante.

—¡Estupendo! Me encanta la idea de tener un hada madrina.

—Pues hecho, ya soy tu HM por siempre jamás. Luego, cuéntame acerca de tus pesares mujeriles... —dijo con voz picarona el Hada Madrina.

—¡Oh!, querida HM, estoy harta de oír que soy maravillosa, y que por ello no se explica por qué estoy sola. Unos me dicen que es debido a que soy demasiado fuerte para el gusto de los hombres, esto es, que les asusto desde el principio. Por consiguiente, debería desarrollar alguna estrategia para conquistarlos, pues si sigo con este carácter y obrando del mismo modo nunca tendré a nadie...

—¿Y eso te importa? —preguntó con sorpresa y cierto aroma de ironía el Hada Madrina.

—Sí y no. No me quiero traicionar de nuevo, pues ya lo hice en otra ocasión... Pero tampoco quiero estar siempre sola, así, sin nadie a quien abrazar en noches de luna llena, cuando arrecie la calma de la brisa que le susurra al alma palabras de azúcar y versos de rosas. Quiero compartir la dicha de mi corazón con otro tan gozoso como el mío —confesó nuestra maravillosa protagonista.

—Nunca dejes de mostrar quién eres en verdad, nunca traiciones tu integridad. Es más, seguro que hay un hombre fantástico por ahí, en el mundo, buscando a alguien tan especial y tan excepcional como tú. Si escondes tu luz, si no muestras quién eres de verdad, pasará de largo, ya que creerá que eres una más —le dijo el Hada Madrina con plena convicción.

—Eso mismo me dijo mi mentor y maestro hace ya algunos años... Y, todavía no lo he hallado... —agregó con tristeza en la voz nuestra protagonista.

—¿Te has dado permiso para hallarle? —le preguntó el Hada Madrina.

—Creo que sí... Tal vez me dé un poco de miedo aún... Después de tantas desilusiones, de tantos sapos besados... Me da un poco de miedo abrirme al amor.

—Creo que puedo explicarte cómo acabaste besando tantos sapos —respondió el Hada Madrina con convicción y certeza en la voz.

—¿Cómo? ¿De verdad, tienes la explicación? —preguntó incrédula nuestra protagonista.

—¡No los entrevistaste! No te paraste a analizar nada en ellos, ni les preguntaste nada de nada, ni observaste el lenguaje de su cuerpo, manos, rostro y ojos, esto es, «la información no verbal» que te pudo ofrecer su inconsciente. Por consiguiente, carecías de la más mínima información sobre ellos, no sabías quiénes eran en absoluto. Y en vez de preguntar, te dedicaste a pensar que cada uno de ellos era tu última oportunidad, o al menos te comportaste como si lo pensases. Por lo tanto, te dedicaste a alucinar en vez de preguntar. Y, lo que es peor, te metiste en tu propia fantasía y te la creíste. Si alguien te iba detrás o mostraba signos de que le gustases, allá ibas tú a echarte en sus brazos. ¡Y no! Eso no trae sino dolor y muchas lágrimas. Ahora bien, sé que muchas mujeres se comportan como tú, no eres la única...

—Me consuela...

—¡Pues no! Porque sólo es consuelo de tontos, y eso no está bien para ti.

—De acuerdo...

—Déjame que te siga contando. Como te decía, a muchas mujeres les han dicho que estar solas es síntoma de fracaso, por lo que han de buscar a un hombre que las ame para que así puedan sentirse completas y útiles. Pero como siguen ocultando su luz, sólo hallan, a su vez, ocultación. Porque tal y como nos trata el mundo no es sino un reflejo de cómo nos estamos tratando a nosotros mismos. Así que ya lo sabes, si lo que hallas fuera de ti no te gusta, o no te complace cómo te trata el mundo, harás bien en preguntarte cómo te estás tratando tú a ti misma. Una vez tengas la respuesta, prepárate para modificar lo que hayas de modificar con tal de cambiar el resultado fuera de ti misma.