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Veröffentlichungsjahr: 2024
Adrienne von Speyr
© Saint John Publications (an imprint of The Community of St. John, Inc.), 2023
Original alemán: Elija, 1972 (© Johannes Verlag Einsiedeln)Con licencia eclesiástica para el original alemánTraducción de Juan Manuel Sara sobre la base de la traducción de Gerald Cresta (Fundación San Juan, 2005)ISBN 978-1-63674-029-4https://doi.org/10.56154/vyEsta publicación se distribuye gratuitamente en balthasarspeyr.org y puede ser compartida libremente sin ánimo de lucroVisite balthasarspeyr.org para conocer todas nuestras publicaciones en formato digital y en papelPrimer libro de los Reyes
Anuncio de la sequía
1 Reyes 17,1
Junto al torrente Querit
17,2
17,4
17,5-6
17,7
La viuda en Sarepta
17,8-9
17,10-12
17,13-16
17,17-24
Encuentro de Elías con Abdías
18,1-2a
18,2b-6
18,7-15
Elías y Ajab
18,16
18,17-19
El sacrificio en el Monte Carmelo
18,20-22a
18,22b-24
18,25-29
18,30a
18,30b-35
18,36-40
El fin de la sequía
18,41-46
De camino al monte Horeb
19,1-8
El encuentro con Dios
19,9-13a
19,13b-18
La vocación de Eliseo
19,19-21
Después del asesinato de Nabot
21,17-24
21,27-29
Segundo libro de los Reyes
Ocozías y Elías
2 Reyes 1,1-8
1,9-17a
Elías es arrebatado a los cielos
2,1-6
2,7-12a
2,12b-18
Title Page
Cover
Table of Contents
Así habló Elías el tesbita, de Tisbé en Galaad, a Ajab: «Como es verdad que Yahveh vive, el Dios de Israel, a quien yo sirvo, no habrá estos años rocío ni lluvia, a menos que yo lo diga».
Elías se presenta con dos palabras que para él forman una unidad: verdad y servicio. Como es verdad que Yahveh vive y Yahveh es el Dios de Israel. La verdad pertenece a Dios, pero ella se ha convertido para Elías en una exigencia: él debe darle su vida, ponerse al servicio de ella, de una verdad que no conoce principio ni fin. El servidor surge desde el trasfondo de esta verdad como una figura individual que remite a la verdad de su Dios y, por lo tanto, a la verdad eterna. Y él, al mismo tiempo, sirve a su Dios. Podemos representarnos este servicio como un servicio limitado por la duración de la vida del servidor, pero también como el servicio absoluto que Dios ha elegido para el servidor de su verdad y que, por lo tanto, Él necesitará eternamente. Es tan poco probable que Elías deje de servir a Dios, como que Dios deje de ser verdadero.
Y cuando el servidor comienza a lanzar amenazas en nombre de su Dios, que dispone soberanamente sobre el rocío y la lluvia, esto ocurre como algo consubstancial a una misión que él apenas explica. Elías cumple con su deber. Debe hacerlo. Tan importante es este deber que no tiene necesidad de disculparse ante nadie ni hacer referencia a un mandato particular de Dios ni esgrimir prueba alguna con la que Dios haya querido favorecerlo. Se encuentra, pues, en el punto donde verdad y servicio conforman una unidad, de tal manera que él puede dar testimonio de este hecho en cualquier momento, tanto a través de su propia existencia como a través de sus palabras.
Cristo será la Palabra del Padre y su palabra siempre incluirá y revelará la acción que Él realiza. Así ampliará en la tierra el ámbito de su Padre, glorificará al Dios trino. Elías debe tomar otro camino. Debe encarnar el poder de Dios: su omnipotencia, su omnisciencia. Al mismo tiempo, debe encarnar la misión, en un sentido siempre nuevo y actual. Lo importante es que el rocío y la lluvia cesen y que vuelvan a presentarse cuando así lo disponga la palabra de Elías: solo de esta forma podrá verse que Dios ha puesto su poder en manos del hombre que Él envía. Al hacer uso de este poder, el enviado ofrece un doble testimonio: el del poder de Dios y el de su propia misión. En su misión, un hombre se convierte en una grandeza absoluta, en un canon.
La aparición y el actuar de Elías son, en todo su aplomo, su simple acto de existir, de estar-ahí. La verdad de Dios y su permanencia y el profeta y su servicio: ambas realidades juntas conforman lo que está ahí, lo que existe, lo que es dado. Dado a aquellos que viven en el pecado y que han olvidado a Dios. A ellos se les manifestará el hombre puro, su poder, y el castigo que impone este poder. La gloria de Dios permanece en el trasfondo, ya que si Elías hablara solo de Dios y de su grandeza, los pecadores no lo escucharían. El acceso a Dios está cerrado por el pecado, que bloquea la comprensión y hace imposible el amor.
El diálogo comienza de forma abrupta; parece ser una mera conversación entre hombres, carente de solemnidad y ceremonial. La palabra de Dios que el Hijo dirá será preparada e introducida por la Anunciación, los tres Reyes, la presentación en el Templo, y así sucesivamente. Él aparecerá revestido de una plena autoridad, en la que desde siempre resplandecerá algo de la gloria del Padre. Aquí hablan entre sí dos hombres comunes: uno comisionado por la verdad, el otro un mentiroso; uno puro, el otro pecador. Dios necesita a Elías como hombre, le otorga el poder para hablar y obrar en nombre de Dios, pero en el ámbito donde los pecadores solo pueden ser encontrados: en el castigo.
Elías, dotado con este poder proveniente de Dios, parece un superhombre. La medida del hombre está distorsionada, deformada, ya no concuerda más con lo que el pecado ha hecho del hombre. Los pecadores ya no comprenden lo que en verdad es el hombre, lo fuerte que puede ser su relación con Dios, que fue creado para ser la imagen de Dios. En su ignorancia ya no pueden comprender las palabras del profeta. Pueden repetir las palabras: «Como es verdad que Yahveh vive…», pueden volver a contar lo que Elías realiza en su servicio, pero esto no les aporta una enseñanza nueva acerca del servicio y la verdad. Solo golpeados por el castigo se les abre el oído. La necesidad del rocío y de la lluvia les resulta evidente. Y su ausencia les hace visible, poco a poco, algo del servicio del profeta y de la verdad divina. El Dios al que se acercan, al que encontrarán porque Él los encuentra a ellos, es un Dios que castiga.
Elías tiene el poder en sus manos: a menos que yo lo diga. Lo primero es seguro: no habrá lluvias. Lo segundo es posible, una puerta de esperanza se abre en medio de la inexorabilidad: a menos que… El profeta encarna a ambos: el poder y la esperanza. La esperanza será más tarde también la esperanza de los pecadores, cuando lleguen al final de sus fuerzas porque la sequía ya dura demasiado. Entonces comenzarán a esperar que el profeta diga al fin su palabra. Para Elías, la esperanza es inseparable de la verdad y del servicio. Les muestra a los pecadores que este «a no ser que» está en su poder, pero no les dice cuándo ni cómo habrá de realizarse esta posibilidad. Ese es su misterio, que reserva exclusivamente para sí en el acto mismo de la comunicación de la verdad de Dios, al cual él sirve. Así ellos pueden comprender: tan pronto como admitan que este Dios es verdadero, tan pronto como vuelvan a ponerse a su servicio, se les revelará el misterio que encierra Elías. La profecía tiene un punto de inicio: Dios; y un punto de finalización: Elías y su palabra. Pero ellos no pueden tener a Elías como última referencia; no se puede intentar hablarle a fin de ablandar su corazón; todo depende del inicio: como vive en verdad Yahveh, el Dios de Israel. Sobre la base de la fe, Israel puede entenderse con Elías, es decir, no en el sentido de un acuerdo, sino solo en Dios, en el Dios que se hace visible mediante la fe. Elías con su misterio es una función de la verdad de Dios.
Para los oyentes, esto ya traza todo un camino. Pero un camino, sin embargo, en el que el hombre debe disponerse al servicio, a la entrega de sí mismo, a la fe. Y este camino –anuncio del castigo, experiencia de la sequía, conversión y retorno– es el camino de Elías. Y es un camino que puede ser recorrido, a pesar del misterio que envuelve a Elías, a pesar incluso del poder que le permite reinar sobre cosas que están reservadas solo a Dios; no es presentado como un camino imposible, sino que es expresamente mostrado y libremente ofrecido como un camino.
La profecía es, al mismo tiempo, un mensaje de Dios a través de Elías y una respuesta del profeta a Dios. Dios ve en esta respuesta que el profeta ha comprendido su misión, que sabe que se le ha entregado un poder y que se sirve de él. Y los pecadores reconocen que este poder está en una estrecha relación con la verdad de Dios. Que Elías expresa la verdad es un hecho que se demostrará; cada día se mostrará con mayor claridad que da órdenes a instancias de un poder que realmente posee, sin que llegue a ser nunca comprensible para los no creyentes cómo es que Dios, el Dios de Israel, no solo permite que un hombre particular exija, sino que se lo ordena.
La palabra de Yahveh le llegó en estos términos: «Sal de aquí, encamínate hacia el Oriente y escóndete junto al torrente Querit, que está al este del Jordán».
Solo ahora llega la palabra de Yahveh. Dios habla después de que Elías se ha pronunciado, y esto hace que la relación entre Elías y el Dios de Israel resulte aún más misteriosa. No sabemos a través de qué sentidos, a través de qué órgano o en qué estado Elías comprende que debe exigir. Después de haber adquirido en cierto modo una estatura de señorío ante los demás y de haber dicho lo que debía decir, la voz de Dios lo toma a él bajo su soberanía divina y también le dice cosas a las que tiene que sujetarse. Ante el pueblo debe presentarse como aquel que está revestido de poder, como alguien que ha recibido este poder junto con su ministerio; ante Dios es alguien que a través del servicio ha sido puesto en la actitud de una disponibilidad absoluta. El mismo ministerio que le otorga poder ante los hombres, le quita toda posibilidad de poder ante Dios. Aquí se muestra cómo el hombre ha de administrar el poder que Dios le otorga. Dios no se lo da en vano, pero puede intervenir en cualquier momento y hacer que el poderoso parezca impotente. Todo acto de mandar cesa, tan solo es audible la voz. La voz del Señor: en su verdad objetiva en cuanto voz y en su verdad objetiva en cuanto contenido. Y el oyente es introducido en esta objetividad, es más, él mismo se transforma en su objeto.
El momento en que ha de resonar la voz está en las manos de Dios. A Elías puede parecerle extraño el hecho de que la voz resuene precisamente en este momento, cuando previamente le había sido anunciado que contaba con el poder. La voz no contiene reprimenda o amonestación alguna; considerada desde el punto de vista del servicio, suena con absoluta objetividad y perfecta coherencia. Elías ha hablado desde el poder que le fue concedido y la veracidad de sus palabras se confirmará: Dios no lo ha abandonado. Pero ahora la voz de Dios entra y habla en la propia vida del profeta. El diálogo con el pueblo se trasforma en un diálogo con Elías. Y él no necesita comunicarle al pueblo lo que en este diálogo acontece; es suficiente que Dios sepa sobre su relación con el profeta. Precisamente a causa de este saber, proclamado de nuevo por la voz, el profeta recibe la gran seguridad propia del que vive en obediencia, del que transita a lo largo del solitario y arduo sendero, y que se muestra agradecido de reconocer las señales que aparecen en ciertos recodos del camino. Ellas le indican que no se ha desorientado, que se encuentra en el camino correcto, el que conduce a los propósitos de Dios, propósitos que quizá el caminante aún desconoce por completo.
Sal de aquí, dice el Señor. Establece un punto final para todo lo que ha sucedido hasta el momento. Toma a Elías allí donde se encuentra, en medio de su obrar, que era consciente de su poder y de su conocimiento de la verdad de Dios. Elías no solo ha conocido por sí mismo esta verdad, sino que ha hecho uso de ella para invitar también al pueblo a hacerse consciente del poder de Dios que le fue dado a través de esa verdad. Dios lo aparta de todo este obrar: él debe continuar su marcha. No es el Señor quien lo toma y lo lleva a otro sitio, Elías mismo debe partir obedeciendo un mandato del Señor. En obediencia, él debe dar por terminado todo lo anterior, debe abandonar la posición considerada hasta ahora como segura. No existe ninguna posibilidad de instalarse en la omnipotencia de Dios, tampoco frente a su verdad. Solo cabe una única actitud para quien tiene que hablar en nombre de Dios: la de la obediencia, para que no se pierda la plenitud del poder. Dentro del poder, reconocer el poder de Dios; dentro de la verdad conquistada, aceptar una verdad que deviene siempre nueva. Tener, siempre de nuevo, la capacidad de terminar, de poner un punto final. Elías no puede esperar ahora el resultado de su intimidación al pueblo, ni detenerse a observar la reacción de la gente. Por el contrario, ha de salir de allí, terminar de una vez lo que parecía ser un comienzo.
Encamínate hacia el Oriente. La tarea radicalmente concluida recibe ahora una prosecución gracias a un compromiso nuevo y preciso. Resuena una directiva muy precisa. Elías no debe partir simplemente por el hecho de partir, para no estar más allí, sino para emprender algo nuevo. El delgado hilo de su misión lo envía allí donde Dios quiere tenerlo. Elías no busca por sí mismo el camino y la dirección: él es guiado.