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María en la redención E-Book

Juan M. Sara

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Beschreibung

En contraste con el más sencillo  Ancilla Domini , las meditaciones de este libro se adentran en el misterio de la participación de María en la obra de redención de su Hijo –lo que se suele expresar en las palabras «pre⁠-⁠redención» y «co⁠-⁠redención»–.

Hans Urs von Balthasar, su editor, aconseja no apresurarse en la lectura, sino ponderar atentamente cada frase de estos textos, sacados de la obra póstuma   El libro de Todos los Santos.

En efecto, María representa la quintaesencia de la   communio sanctorum  y su total disponibilidad es la realización perfecta de la actitud de la Iglesia inmaculada. Lo que por una parte es «privilegio» exclusivo de María, por otra es un camino que quiere incluir hoy a todos en la única obra redentora de su Hijo.

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Veröffentlichungsjahr: 2024

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Adrienne von Speyr

María en la redención

© Saint John Publications, un sello editorial de The Community of St. John, Inc., 2023

Original alemán editado por Hans Urs von Balthasar: Maria in der Erlösung, 1979 (© Johannes Verlag Einsiedeln)Con licencia eclesiástica para el original alemánTraducción de Juan Manuel SaraSegunda edición enteramente revisada (1ª ed.: Fundación San Juan, 2005)ISBN 978-1-63674-027-0https://doi.org/10.56154/vkEsta publicación se distribuye gratuitamente en balthasarspeyr.org y puede ser compartida libremente sin ánimo de lucroVisite balthasarspeyr.org para conocer todas nuestras publicaciones en formato digital y en papelEste libro electrónico ha sido generado el 03-09-2024

Contenido

Introducción

Ecce ancilla

Pre⁠-⁠redención – co⁠-⁠redención

Pre⁠-⁠redención de María desde la creación (María como primera Eva)

Sobre la pre⁠-⁠redención

María corredentora

La unidad de María en la unidad de Cristo

El modo de mediar de María

Madre de los vivientes: Eva y María

María y los profetas

La dimensión mariana en la historia de la salvación

La misión de María durante la Pasión

Co⁠-⁠redención junto a la cruz

Co⁠-⁠redención junto con los pecadores

María y el Espíritu Santo junto a la cruz

La Iglesia como Eva y María

María y el ministerio

María y Pentecostés

María y el cuerpo de Cristo

María y la eucaristía

Maternidad de María

Title Page

Cover

Table of Contents

Introducción

En contraste con el sencillo Ancilla Domini, los fragmentos aquí presentados, nacidos en su mayoría una década más tarde, se adentran en las profundidades últimas de la mariología. Cada uno de ellos representa una contemplación autónoma. La disposición general de los textos proviene del editor. Sin embargo, todos ellos giran en torno al mismo centro saturado de misterio que puede ser caracterizado por las palabras «pre⁠-⁠redención» y «co⁠-⁠redención». La autora no se deja distraer por reparos superficiales contra estos conceptos. Conoce muy bien la infinita distancia entre el actuar del Dios hecho hombre y el de su Madre «que deja hacer». (Adrienne siempre se expresa de un modo muy prudente. Y si ciertas expresiones, en su brevedad, dan la impresión de ser equívocas, se aclaran gracias a exposiciones más amplias dadas en otras obras: lo que es conocido y familiar a veces solo es aludido; lo que es notorio, se da por supuesto). Pero ella ve la unidad necesaria –⁠fundada tanto en el orden de la naturaleza como en el de la gracia⁠– de Madre e Hijo, y sigue las huellas de esa unidad hasta sus fundamentos más profundos y ocultos: la eterna decisión de salvación del Dios trinitario, el decurso de la historia de salvación antes y después de la encarnación de Cristo, sin por esto perder nunca de vista la concreción absoluta de la relación entre madre y niño, entre esta Madre y este Niño, ni tampoco la personalidad única y del todo concreta de María. Plenamente consciente del resto insoluble ínsito en el Misterio, lo cual se subraya una y otra vez, la autora gira siempre alrededor del Misterio, contemplándolo desde sus diversos ángulos e iluminándolo con una fuerza especulativa tan asombrosa que será difícil encontrar algo semejante en la literatura sobre María. Las contemplaciones son tan densas que el lector ha de ir tentando el camino frase por frase sin saltarse ninguna. Y ya que la meditación siempre se mueve en el ámbito ilimitado del misterio divino de salvación, a veces puede surgir la impresión de que algunos aspectos determinados están en contradicción con otros. Pero si se contempla más de cerca, entonces los contrarios se reconcilian sin la menor dificultad. Estos ayudan a erradicar una falsa simplicidad que consiste en creer que ya se ha comprendido lo suficiente: en verdad, el mismo centro está siendo visto desde perspectivas contrapuestas. Pocos autores actuales, con toda la exactitud y sutileza de su pensar, pueden despertar tanto como Adrienne von Speyr la consciencia de estar ante el Dios incomparable e irrecuperablemente más grande.

En su diario, aún no publicado, aparece la relación marcadamente personal de Adrienne con María, a la que tuvo la gracia de frecuentar con una familiaridad extraordinaria. Esta intimidad es el trasfondo presupuesto, si bien no hecho explícito, de las presentes meditaciones. Este trasfondo puede y debería ser sentido a partir de lo expuesto. Tachar su exposición de «abstracta» no sería sensato.

La presente obra no solo puede ayudar en general a dar nueva vida a la mariología, hoy decaída y poco floreciente, sino también en particular a señalar caminos –⁠en parte nuevos⁠– por los que puede ser proseguida de un modo fecundo.

Hans Urs von Balthasar

Ecce ancilla

«Ecce ancilla». Con esta palabra, María pone a todos en el servicio. María es la elegida, la agraciada con la visita del ángel, pero ella quisiera comprender su servicio de modo de poder incluir en él a todos los creyentes. Pronunciando esa palabra, espera poder decirla en nombre de todos los que están dispuestos a creer. Ella es la llena de gracia, pero respondiendo según esa gracia quisiera retirarse en el anonimato del servicio: ¡ser solo sierva, pura ancilla! Como la elegida única y extraordinaria, ella le regala al servicio ese carácter anónimo. Su disponibilidad quiere incluir todo, realmente todo lo que Dios pueda llegar a exigir, para que en su disponibilidad sea incluida también la disponibilidad de toda mujer frente a todo lo que se exija de ellas.

Cuando Adrienne vio esto, también comprendió claramente esto otro: María sabe que aquí está en juego lo más íntimo y que el suyo será un misterio de fecundidad sumamente personal. Su sí contiene una especie de mirada previa en sus repercusiones infinitas. Sin embargo, donándose, ella pronuncia la palabra y cumple la acción de la disponibilidad servicial ya en nombre de toda la Iglesia, de todos los que pertenecen a la Comunión de los Santos. Adrienne ve un gesto de la Madre: cómo se dona femeninamente al Espíritu Santo para que Él la cubra con su sombra, y cómo, en el mismo gesto, ella dona y abre a todos su propia donación.

María no marca ningún límite en ninguna parte. El servicio, para el que está pronta, toca tanto lo más íntimo como lo más exterior. Será parte de su tarea en obediencia al ángel y en atención a su Niño que ella, por ejemplo, se siente con toda simplicidad a la mesa con sus parientes. No hace ninguna diferencia entre su nueva obediencia a Dios y su perseverar en la obediencia hasta ahora habitual; del mismo modo como hasta ahora le era familiar todo el mundo de los ángeles (de manera que el ángel se le aparece casi como un amigo) y, sin embargo, como una simple creyente, no ha esperado a que vengan ángeles o visiones. Todo límite es superado, todo entra en la unidad de su servicio, en el que ella es Madre de Dios y esposa de José, en el que no hace diferencia alguna entre sí misma y los demás creyentes, en el que incluso las barreras entre cielo y tierra desaparecen. El ángel viene desde el cielo con su mensaje, pero asumiendo la tarea del ángel en su propia tarea, María acoge en sí el cielo para regalarlo a los demás en la tierra.

Gracias a esto abre doblemente el cielo a los habitantes de la tierra. Pues, quien la contempla ve que ella tiene en sí un pedazo de cielo, pero también ve que lleva en sí al Hijo de Dios, quien a su manera también tiene el cielo en sí: y estos dos cielos son, naturalmente, solo un único cielo. Así, también la obediencia del Hijo en su encarnación se hace una sola y única obediencia junto con la obediencia de la Madre que dice sí al ángel. Y de esta obediencia, que interiormente se presenta doble y mutuamente condicionada, procede toda unidad de la obediencia de un hombre en Dios. La obediencia ahora aparece como un movimiento que conduce a la unidad: así, se conforman una a la otra la obediencia del Hijo y la de la Madre en y para la permanente donación común a Dios Padre.

Todo esto radica en el «ecce ancilla»: servicio como decisión, como ofrecimiento, como acto que la Madre cumple para el Hijo, quien a su vez se decide por el servicio al Padre: un movimiento que permanece eternamente vivo. Del sí ofrecido y cumplido al inicio surge todo ofrecimiento y cumplimiento posterior; el sí dicho una vez es garantía de la permanente vitalidad de la palabra en la Madre. Y siempre lo más cotidiano y lo más extraordinario están exactamente en el mismo nivel, porque todos los límites desaparecen. No tiene sentido buscar la más mínima división, pues la Madre es, íntegramente y hasta el fondo, sierva. Todo en ella es el esfuerzo por corresponder a las expectativas del Señor divino. Cada gesto requerido en obediencia puede contener tanto lo más sublime cuanto lo más mínimo, sin que la sierva siquiera lo note. Es su «genialidad» haberse caracterizado a sí misma como sierva, y no como madre o esposa o compañera o hija…, y así incluir cualquier servicio que pueda ser justo y recto a los ojos de Dios. Él puede plasmarla para hacer de ella todo lo que le plazca.

La tarea de la sierva es cumplir todo lo que su señor desea. Todo lo que es encomendado y confiado a su cuidado, ella lo considera e incluye en su servicio. Y dado que el señor es Dios mismo, aquí reina una relación de confianza sin límites. Todo lo que el Señor le muestra y pone en sus manos, pertenece al ámbito de sus responsabilidades y ella no puede olvidarlo. Quien guía y exige este servicio tiene y da la máxima seguridad, por tanto, permaneciendo en el servicio, ya no cabe ninguna pregunta.

La Madre encuentra en el ángel lo sobrenatural, pero el ángel ha despertado en ella la disponibilidad del servicio virginal. Su respuesta está dada, desde ahora y hasta la hora de su muerte: al ángel, y en el ángel al Hijo que se hace hombre. Ambos, el ángel y el Hijo, se encuentran de cara al Padre en el mismo servicio de redención. Si bien cada uno tiene su misión, su servicio es el mismo. Entre ambos es puesta la Madre con su propia misión, y de nuevo se trata del mismo servicio. Y cuando dice «Ecce ancilla», se hace manifiesto que ella contempla este servicio omnicomprensivo como lo decisivo.

Cuando una nueva persona de servicio entra en una casa, el señor de la casa le muestra todas las habitaciones, todos los cajones, etcétera. Y si le tiene confianza, le enseñará todos los secretos de la casa: Aquí está la ropa blanca, allí los utensilios de cocina… De esto resulta directamente todo el cuidado que la servidora tiene que tener de todas estas cosas. Y cuanto mejor se familiarice con el servicio, tanto menos necesitará ser guiada extrínsecamente. Pero esto solo significa que la dirección y las directivas han sido perfectamente interiorizadas, que ella se ha adaptado totalmente al pensamiento del señor de la casa. Es así como María es dirigida interiormente por el Hijo, porque desde el inicio ella trae consigo y aporta la mentalidad de la servidora perfecta.

Y el ángel es el primer director espiritual cristiano, porque dirige a un alma que quiere dejarse guiar sin reservas, que no quiere vivir para otra cosa que para el servicio del Señor, sea cual sea la forma que este asuma. Pero María está más acá de cualquier elección de estado de vida. El ángel ha elegido para ella el perfecto servicio del Señor, tan perfecto que ella habrá de servir del mismo modo con su cuerpo y con su alma. No existe para ella la alternativa entre estado matrimonial y estado de los consejos, sino únicamente la misión.

De una persona que sirve, por lo general, se exige un servicio limitado y fijado de antemano. Pero el servicio de María puede cambiar cada vez y asumir cualquier forma, porque en sus exigencias el Hijo muestra un ilimitado siempre⁠-⁠más del querer y del exigir, y así el servicio cambia de acuerdo con la edad y las necesidades del Hijo. Él exige siempre de nuevo de su Madre las cosas más diversas, las cuales no tienen en cuenta las necesidades y la edad de ella, sino que se adaptan únicamente a las necesidades y a la edad de Él. Estando en edad nupcial, es su madre; en una edad más avanzada que ya no es nupcial, deviene su esposa, sin por eso dejar de ser su madre.

En resumen: 1. Su servicio puro es, en apariencia, puramente accidental, anónimo, de manera que abre el espacio (en vez de ocuparlo y cerrarlo) a todo aquel que también quiera servir; todo lo que en María es «privilegio», todo lo que nosotros no poseemos es para ella, medido con su ser sierva, totalmente secundario. 2. Ella persevera en una obediencia constante frente al ángel, frente al Señor; es más, su obediencia entra en la obediencia del Señor y forma una unidad con esta. 3. Su servicio no tiene límites, no acentúa ningún aspecto en particular. Todo en ella, cuerpo y alma, juventud y vejez, maternidad y esponsalidad, etcétera, es intercambiable según el deseo del Señor.