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Juan M. Sara

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Beschreibung

Adrienne von Speyr nos presenta en este pequeño libro sus meditaciones sobre los primeros capítulos del Génesis. Con su visión trinitaria, la autora ilumina el misterio del origen así como nos fue revelado en las Sagradas Escrituras: la creación del mundo en el orden de sus siete días, donde resalta especialmente la creación del hombre como varón y mujer, la caída del pecado original, la redención ya operante, etc. Todo está centrado en el Hijo, en quien y por quien el Padre creador, en el Espíritu de amor de ambos, ha creado, redimido y llamado a la glorificación al mundo entero.

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Veröffentlichungsjahr: 2024

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Adrienne von Speyr

La creación

© Saint John Publications, un sello editorial de The Community of St. John, Inc., 2022

Original alemán editado por Hans Urs von Balthasar: Die Schöpfung, 1972 (© Johannes Verlag Einsiedeln)Con licencia eclesiástica para el original alemánTraducción de Juan M. SaraSegunda edición revisada (1ª ed.: Fundación San Juan, 2005)ISBN 978-1-63674-011-9https://doi.org/10.56154/v5Esta publicación se distribuye gratuitamente en balthasarspeyr.org y puede ser compartida libremente sin ánimo de lucroVisite balthasarspeyr.org para conocer todas nuestras publicaciones en formato digital y en papelEste libro electrónico ha sido generado el 03-09-2024

Contenido

Nota preliminar

Creación en vista del Hijo. Y Dios dijo, … y fue

(1,1⁠-⁠2)

Nostalgia de la tierra hacia el cielo. La Cruz

Creación en vista del hombre

(1,3)

Indiferencia y decisión

Día y noche

Existencia entre el día y la noche

La división de las aguas de arriba respecto de las aguas de abajo

(1,6⁠-⁠8)

División entre mar y tierra

(1,9⁠-⁠10)

Creación y Cruz

Adán – Cristo

Dios vio que era bueno

Las plantas

(1,11⁠-⁠13)

Fecundidad y Cruz

Los animales del aire y del agua

(1,20⁠-⁠21a)

Los animales de la tierra

(1,24⁠-⁠25

La creación del hombre

(1,26⁠-⁠27)

La bendición

(1,28a)

La oración trinitaria

Fecundidad y señorío

(1,28b⁠-⁠30)

El séptimo día

(1,31)

Adán y Dios

El pecado original

Entre bendición y pecado

Mirada de conjunto

Title Page

Cover

Table of Contents

Nota preliminar

Las visiones y las meditaciones de Adrienne sobre la creación del mundo son, en muchos aspectos, una pieza complementaria de su participación real en el Apocalipsis. Así como esta experiencia no era una visión calma de imágenes, sino una incorporación efectiva en los acontecimientos escatológicos,1 tampoco las visiones del Génesis surgieron de un modo continuo, sino a empujones, en «una atmósfera de cataclismo», tal como A. se expresaba.2 Por tanto, si bien es cierto que estas contemplaciones no carecen de una relación interna, sí, muchas veces, de una externa. Los puntos de vista se desplazan y entrecruzan a medida que las perspectivas cambian. Tomando siempre como punto de partida problemas difíciles e incomprensibles de la Iglesia de hoy (por ejemplo, cuando ella debía secundar en sus «viajes» a un penitente en su confesión), A. fue arrojada hacia los problemas incomprensibles e imperceptibles del origen de todas las cosas. «Igual que en una muerte súbita toda relación con el difunto se hace impenetrable, incluso sin sentido, y todo debe ser reconstruido de nuevo desde la raíz». Constantemente A. se maravilla de la paradoja que ella misma experimenta de un modo penetrante: tener que percibir algo que existía antes de la aparición de los primeros ojos humanos.

Una visión tal es posible, finalmente, porque en la previsión de Dios el mundo fue creado en vista de la encarnación de Cristo, en vista de algo que el cristiano conoce y para lo cual fue preparado como un primer bosquejo o cuadro.

Las primeras visiones eran un mero ver sin comprender. «En cierto modo brutal, blanco⁠-⁠negro, como la desnuda contraposición de conceptos, de sistemas filosóficos representados de un modo puramente esquemático», es decir, las grandes divisiones. En visiones posteriores le fue dada una percepción más profunda de las relaciones entre las partes divididas, hasta llegar a afirmar junto con Dios Su visión de que todo es muy bueno: ahora los «sistemas filosóficos» son vistos desde dentro y se pueden descubrir sus relaciones mutuas.

El comentario tiene lugar en una esfera que está más allá de la cuestión de la realidad «histórica» del relato, lo que es evidente para una narración de acontecimientos anteriores al hombre. Se trata, en cada situación, de relaciones esenciales que siguen siendo tan válidas para el hombre «moderno» como para un lector hebreo o medieval. Una lectura tal no debería ser denominada «alegórica». Ella no quiere comunicar ningún sentido figurado, sino el sentido propio del relato.

Cuando Adrienne quiere mostrar la profundidad de la relación trinitaria de Adán con Dios («La creación del hombre»), apela a la experiencia de oración mística que le fue regalada («La bendición», «La oración trinitaria»). Esto acontece, sin embargo, solo para pintar más vívidamente la relación con Dios que es válida para todos. La relación entre fecundidad paradisíaca y sexualidad («Fecundidad y señorío»), por lo demás expuesta a menudo por ella, quiere ser concebida como expresión de relaciones ontológicas igual que los rasgos particulares del relato del pecado original. La descripción de Eva en su decisión por o contra Dios («Pecado original», «Entre bendición y pecado») se halla elevada arquetípicamente sobre nuestra situación histórica, pero dándole a esta su orientación. Aquí se hace bien visible qué significa emancipación de Dios y qué caminos Él ha preparado para nuestro retorno y deben ser emprendidos.

Hans Urs von Balthasar

1. Los «Diarios» [Erde und Himmel, 3 voll.] darán pormenores sobre el tema. [N. del. E.]

2. En este libro, su editor, Hans Urs von Balthasar, se refiere a la autora, Adrienne von Speyr, mencionándola con la letra inicial de su nombre: A. [N. del. T.]

Creación en vista del Hijo. Y Dios dijo, … y fue (1,1⁠-⁠2)

Cada vez que Dios dice una palabra, sucede lo que esa palabra expresa. Su palabra es eficaz. Palabra y acción son en Él una sola cosa. La palabra que Dios pronuncia para dejar ser a la creación está comprendida en la palabra que pronuncia eternamente y que eternamente se presenta ante Él como su Hijo. El Padre dice eternamente su palabra y el Hijo es eternamente la realidad de esa palabra que se presenta ante Él, el hablar y el querer del Padre transformado en acción.

Ciertamente, el mundo no es el Hijo, pero es esencialmente en el Hijo, porque es el aparecer en la realidad de lo que fue hablado. Dios no crea, sino que genera al Hijo. Sin embargo, cuando el Hijo se haga hombre, tendrá en sí las características de lo creado. Lo creado no es extraño a lo generado. Y porque ser generado y ser creado serán una unidad en el Hijo encarnado, la creación está como recogida en la generación. Cuando el Padre envía al Hijo al mundo pecador para redimirlo, es como si de ahora en adelante generase al Hijo eterno en y desde el interior del mundo. Pero existe una diferencia entre la creación de una obra de arte por un artista y la generación de un hijo por un padre. En la creación del mundo, el Hijo generado por el Padre divino se hace realidad de un modo semejante al realizarse de una obra de arte: el Hijo está presente en el mundo como el proyecto, como el pensamiento último de Dios, el mundo en su totalidad es concebido en vista del Hijo. Pero el Hijo aún no se ha manifestado vivo en el mundo, por eso el mundo no vive todavía inmediatamente de su vida y de su Espíritu. Cuando el Hijo se haga hombre para redimir el mundo, le regalará al mundo el Espíritu del Padre y su propio Espíritu. Con otras palabras, en este Espíritu el Padre nos generará de nuevo como hijos suyos y, entonces, el mundo puede retornar al Padre como mundo creado que participa de la generación del Hijo en el Espíritu Santo.

1,1⁠-⁠2

En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era desierto y vacío. Tinieblas yacían sobre el abismo, y el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas.

La creación del mundo comienza con la división que Dios emprende, primero entre los cielos y la tierra, luego entre la parte seca y la líquida, tierra y mar. Se efectúa una división horizontal y una vertical, lo que da por resultado una cruz imperfecta:

Sin embargo, antes de que tengan lugar esas divisiones, la luz, el día, es separado de la oscuridad, de la noche: así el principio mismo de división se hace actual. La división de luz y oscuridad es la división por excelencia.

El caos que es dividido es todo y nada: la indivisibilidad indiferenciada de cada cosa respecto a otra, que, por lo tanto, como tal no existe en absoluto. No se puede decir del caos que sea creado del mismo modo que el mundo es creado. El caos es aquello a partir de lo cual Dios creará el mundo; es como la infinitud de posibilidades de Dios; como un montón desordenado e inmenso de «apuntes» para un posible libro del que aún todo puede ser. Lo líquido contiene lo seco y viceversa, como la luz contiene la oscuridad y viceversa. Dios no crea la luz, la separa; Dios no crea la parte seca, la separa. Y cuando Dios crea el cielo, entonces no lo crea, pues Dios era desde toda la eternidad en el cielo, pero ahora lo separa del mundo que va a crear. Él quiere crear un mundo bueno, quiere crear hombres buenos. Por eso le regala al mundo todo Su cielo. No traslada simplemente el mundo al cielo, sino que lo separa del cielo de tal modo que en el mundo haya accesos hacia el cielo. La tierra será aquello que está abierto hacia el cielo. Dios divide a causa de esta apertura y, al mismo tiempo, crea la relación: el orden.

A. ve claramente ese estado de compenetración, de ser «lo uno en lo otro» de todas las cosas y, acto seguido, el ser separados tajantemente de la luz y oscuridad. Este acto está primero como retenido, para solo posteriormente ser liberado. Pero, por la división, el caos cesa de ser. Lo mismo vale para el cielo y la tierra: por la división, la tierra es separada del cielo, para ser puesta en relación con el cielo. En la obra de separación, el cielo debe transformarse en un lugar, en el otro polo de cara a la tierra. Se puede decir que el cielo es separado, precisamente porque la tierra es separada de él. Algo del cielo pertenece ahora a la tierra. Pero el ser siempre más grande y más amplio del cielo no pertenece al mundo, porque desde el principio el cielo es el lugar de Dios. La «puerta del cielo», se podría decir, pertenece al mundo, como un noviciado separado del convento es parte de este.