Ella es la muerte - Luisa Noguera - E-Book

Ella es la muerte E-Book

Luisa Noguera

0,0

Beschreibung

Una historia basada en las aventuras de dos niños que por una serie de equívocos "construyen" toda una trama de terror y de muerte, Un niño aficionado a los cuentos de terror, se obsesiona con palabras que no entiende, pero que están relacionadas con la muerte, a quien teme por encima de todas las cosas. Crea un enredo lleno de humor e inocencia, en el cual involucra a su enigmática vecina.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 79

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Luisa Noguera Arrieta

Luisa Noguera Arrieta

Luisa Noguera Arrieta

Primera edición,mayo de 2014© Luisa Noguera Arrieta © 2014 Panamericana Editorial Ltda.Calle 12 No. 34-30, Tel.: (57 601) 3649000Fax: (57 601) 2373805www.panamericanaeditorial.com.coBogotá D.C., Colombia

ISBN DIGITAL: 978-958-30-6640-5

Prohibida su reproducción total o parcialpor cualquier medio sin permiso del Editor.Impreso por Panamericana Formas e Impresos S.A.Calle 65 No. 95-28, Tels.: (57601) 4302110-4300355Fax: (571) 2763008Bogotá D.C., Colombia.Quien solo actúa como impresor.Impreso en Colombia - Printed in Colombia

Editor Panamericana Editorial Ltda. Edición Raquel Mireya Fonseca Leal Ilustraciones Rocío Parra Parra Diseño y diagramaciónRocío Parra Parra

Luisa Noguera Arrieta

Ilustraciones

Rocío Parra Parra

Luisa Noguera Arrieta

Cuentos que no te dejan dormir.................11

Una vecina siniestra....................................19

La vida secreta de Ella................................25

¡Desahucio!..................................................27

Un trabajo detestable..................................33

Un plan arriesgado.....................................39

El abuelo y “El siniestro docor Mortis”......47

Cartas desde China.....................................55

¿Y qué culpa tuvo la vaca?..........................61

Luisa Noguera Arrieta

La Parca, La Pelona, La Guadaña y El Ángel del Abismo.................................67

Un gato la visita..........................................83

Confrontando a La Muerte.........................89

La boca del lobo no tenía dientes.............101

Y... ¿cuántas muertes hay?.........................111

Serenata de amor......................................115

Una horrible idea hizo que la sangrese agolpara a torrentes en mi corazón,y por un breve instante recaí en la insensibilidad.Cuando me repuse, temblando convulsivamente,me levanté y tendí desatinadamente los brazosen todas direcciones. No sentí nada,pero no me atrevía a dar un solo paso,por temor de que me lo impidieranlas paredes de una tumba...

Cuentos que no te dejan dormir

Luisa Noguera Arrieta

Felipe puso el separador entre las hojas y cerró de golpe el libro. Se sintió incapaz de seguir con la lectura. Ya era muy tarde; no oía las voces de sus padres, ni música en el cuarto de Ania. Adoraba a Edgar Allan Poe, pero una cosa era leerlo de día, y, otra muy distinta, hacerlo de noche, cuan-do todo estaba en silencio. El más profundo si-lencio. ¿Cuántas horas llevaba leyendo? Miró su reloj despertador, “¡casi dos!”, se dijo asombra-do. No se había dado cuenta del paso del tiempo, y habría querido seguir con la lectura, pues esa atracción masoquista por el miedo le encantaba, pero obviamente también le aterraba. Puso el li-bro sobre la mesa de noche y se metió entre las cobijas. Su cama estaba helada, tan helada como él mismo; tan helada como la tumba que atormentaba al personaje de El pozo y el péndulo.

La lectura lo había absorbido al punto de olvi-dar cubrirse con una manta mientras devoraba Los clásicos del terror,que había pedido presta-do en la biblioteca del colegio. Afuera, el vien-to volaba desenfrenado y trataba de colarse en su habitación, chiflando por entre el marco de la ventana. Un escalofrío lo recorrió desde los pies y sintió cómo se le paraban los pelos de la cabeza, cortados casi al rape —por el frío se-guramente, pero también por el miedo—. Sus pies eran dos bloques de hielo y no podía sacar de su mente el par de medias que había dejado entre los tenis, junto a su cama.

Luisa Noguera Arrieta

Unos rasguños en su puerta, casi impercepti-bles, le hicieron contener la respiración. Escu-chó en silencio, atento. Ahí estaban otra vez, ahora impacientes, imperiosos. De un brinco salió de la cama y se apresuró a abrir la puerta de su cuarto, mientras su mamá gritaba desde el otro lado del corredor: “¡Felipe, el gato está dañando la puerta, ábrele ya!”.

Amorosamente levantó a Miyayo y lo puso sobre su almohada, luego se calzó el desea-do par de medias y regresó a la cama. El gato se acurrucó entre el hombro y el cuello de Felipe y co-menzó a ronronear ruidosamente. “Aho-ra sí”, suspiró el niño, “ahora sí, a dormir”.

Felipe acababa de cumplir diez años; era tímido, callado, muy inteligente y poco sociable. Amaba los libros, pero especialmente los de terror; no sentía ningún interés por las aventuras de Tom Sawyer, ni por las novelas de Julio Verne, que sus familiares le regalaban en su cumpleaños, com-placidos por su avidez literaria. Deliberadamente evitaban regalarle libros de misterio, pues cono-cían su elevada tendencia a impresionarse, su-gestionarse y complicarse la vida. Así era Felipe, imaginativo, brillante e inquieto. Muy inquieto; cuando estaba sentado, siempre movía una pier-na de arriba abajo con frenesí, apoyándose en los dedos del pie, y sacaba de quicio a sus com-pañeros de clase al imprimir su movimiento a los pupitres vecinos. Si lo obligaban a dejar quieta la pierna, entonces los dedos de su mano derecha comenzaban a tamborilear y, cuando tenía que exponer un tema en clase o cuando se sentía ner-vioso, intercalaba cada tres palabras un pues,en todo lo que decía.

Luisa Noguera Arrieta

Una mañana de domingo, Manolo, su mejor amigo o, para ser más preciso, el único, fue a buscarlo para que salieran a patinar.

—No puedo salir; si quieres ven —gritó Felipe desde la puerta de su cuarto— y se encerró, dando un portazo.

Cuando Manolo entró a la habitación del niño encontró a Felipe mirando a hurtadillas por la ventana, y se acercó gritando:

—¿Qué pasa, es la vecina otra vez? ¿Sucedió algo que no me has contado?

—¡Agáchate, que puede verte! —susurró Felipe, hi-pernervioso como siempre, jalando a Manolo del suéter, haciendo que se apartara de la ventana—. ¡Miró hacia acá, ya sabe que la vigilamos!

—¡Cómo va a saberlo! —respondió pacientemen-te Manolo, acomodándose la manga que le había quedado dos palmos por fuera del brazo—, no sabe que existimos; ¿acaso no me has dicho que ella nun-ca mira a nadie, que no habla con nadie?

—Claro que sabe que existimos; cómo no lo va a saber. ¿Se te olvidó quién es? —susurró aún más bajo Felipe.

Cuentos que no te dejan dormir

Luisa Noguera Arrieta

Ella había llegado a aquel vecindario el año anterior. Al principio nadie notó su presen-cia. Vivía sola en un pequeño apartamento frente al edificio que habitaban Felipe y su fami-lia. Salía muy temprano cada mañana; se cruzaba con el niño cuando él esperaba la ruta de su cole-gio, pero no lo saludaba; no levantaba la mirada de la acera. Regresaba a su casa con la puesta del sol o a veces un poco más tarde, a la hora en que el siamés de Felipe pedía que le abrieran la puerta para salir a hacer sus rondas nocturnas y, de vez en cuando, se cruzaban cuando él sacaba al gato. Nunca la había visto los fines de semana.

Era una mujer común y corriente, ni bonita ni fea, con un aire de permanente melancolía acen-tuado por los colores oscuros que siempre usaba en su ropa; en realidad, pasaba desapercibida. Ninguno de los vecinos la conocía, ella no recibía visitas, parecía no tener parientes ni amigos.

Una vecina siniestra

Luisa Noguera Arrieta

Sin embargo, un incidente ocurrido unas se-manas atrás había despertado la curiosidad del niño. Un sábado, muy temprano, gritos en la calle arrancaron a Felipe de su sueño. No era habitual escuchar gritos en aquel vecindario. Era un lugar tranquilo, alejado del casco urba-no. Era silencioso y especialmente frío, porque estaba muy cerca de los cerros y de las nubes de lluvia. El sol brillaba allí un poco más tarde que en el resto de la ciudad, mientras lograba abrirse paso entre la bruma y la neblina.

Aquella mañana, envuelta aún en la penumbra, un grito agudo rompió el silencio: “¡Aahh! ¡Lo mató. Ella lo mató!”. Eso fue lo que