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La producción de embriones humanos y su destrucción en la investigación biomédica se realizará en laboratorios públicos y su trabajo estará financiado con fondos estatales. Nadie pondría objeciones al uso de células madre embrionarias si se pudiesen obtener sin matar o dañar embriones, o si procediesen de embriones perdidos en abortos espontáneos. Pero ¿es ético destruir deliberadamente embriones humanos en beneficio de los que ya han nacido? Este libro, de gran impacto en los Estados Unidos, aborda con rigor y claridad este crucial debate.
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Veröffentlichungsjahr: 2012
ROBERT P. GEORGE
CHRISTOPHER TOLLEFSEN
EMBRIÓN
Una defensa de la vida humana
EDICIONES RIALP, S.A.
MADRID
Título original: Embryo. A Defense of Human Life
© 2012 by ROBERT P. GEORGE y CHRISTOPHER TOLLEFSEN, publicado de acuerdo con Whiterspoon Institute
© 2012 de la versión española, realizada por JAVIER NOVO, by EDICIONES RIALP, S. A.
Alcalá, 290 - 28027 Madrid (www.rialp.com)
Fotografía de cubierta: © dimedrol68 - Fotolia.com
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Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN: 978-84-321-4237-6
A John Finnis
ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
DEDICATORIA
AGRADECIMIENTOS
1. LO QUE ESTÁ EN JUEGO EN EL DEBATE SOBRE LA EXPERIMENTACIÓN CON EMBRIONES
Noé y el diluvio
Moraleja
Tecnologías embrionarias presentes y futuras
¿Hay alternativas?
Religión y razón
Discurso del argumento
2. LOS DATOS DE LA EMBRIOLOGÍA
Gametogénesis
La fecundación
La primera semana: segmentación e implantación
La segunda semana
La tercera semana: gastrulación y neurulación
¿Qué es el embrión humano inicial?
3. DUALISMO Y PERSONAS
Dualismo
Dualismo cuerpo-mente y cuerpo-alma
El dualismo de Locke
Dualismo cerebro-cuerpo
Constitutivismo
Dualismo moral
El problema del dualismo
Nuestra vida animal
¿Cómo son las personas animales?
Conclusión
4. FILOSOFÍA MORAL Y EL SER HUMANO INCIPIENTE
Bentham, Mill y Sidgwick
Utilitarismo y consecuencialismo
Kant y la deontología
Ley natural y realización humana
Derechos humanos
Dignidad humana
Conclusión
5. DUALISMO MORAL
La escuela del desarrollo
La escuela de la atribución
Muerte cerebral
Medir la pena
Pérdida natural de embriones
¿A quién rescatar?
A modo de conclusión
6. NUEVAS OBJECIONES A LA HUMANIDAD DEL EMBRIÓN INICIAL
Individuos, organismos y personas
La unidad del embrión humano inicial
El embrión no parece humano
¿Son los embriones como las células somáticas?
¿Son los embriones como las células madre?
Vida vegetativa frente a vida sentiente
7. RETOS PARA EL FUTURO
Bellotas y embriones
¿Clonotos?
«Nada se pierde» y «no cooperar con el mal»
8. CONCLUSIÓN
La cuestión política
La cuestión tecnológica
La cuestión cultural
EPÍLOGO
Células madre con pluripotencialidad inducida
La elección del presidente Barack Obama: una nueva era para la investigación con embriones
APÉNDICE
El intercambio con Saletan
AGRADECIMIENTOS
Los autores han contado con la ayuda, el consejo, las críticas y el apoyo de muchas personas. En concreto, les gustaría expresar su agradecimiento a: el Instituto Whiterspoon; Ryan Anderson; Patrick Lee, PhD; Luis Tellez; Carlos Cavallé; Herbert W. Vaughan, Esq.; Roger y Carol Naill; Howard y Roberta Ahmanson de Fieldstead y Co.; Joe y Debbie Duffy; William Saunders, Esq.; Edward Smith, Esq.; Ward Kischer, PhD; William Hurlbut, MD; Maureen Condic, PhD; Richard Doerflinger; Markus Grompe, MD; Rev. Thomas Berg, PhD; Alfonso Gomez-Lobo, PhD; Gilbert Meilaender, PhD; Mary Ann Glendon, LLM; Leon Kass, MD, PhD; Edward Furton, PhD; Eric Cohen; Yuval Levin, PhD; John Finnis, DPhil; Germain Grisez, PhD; Christian Brugger, DPhil; Hadley Arkes, PhD; Daniel N. Robinson, PhD; Kevin Flannery, SJ, DPhil; Nicanor Austriaco, OP, PhD; Jane Hale; Bradford Wilson, PhD; Laurie Tollefsen, PhD; y Susan Carstensen.
1. LO QUE ESTÁ EN JUEGO EN EL DEBATE SOBRE LA EXPERIMENTACIÓN CON EMBRIONES
Noé y el diluvio
El 16 de enero de 2007 culminó en Convington (Louisiana) un viaje extraordinario. Dieciséis meses antes, la vida de Noé Benton Markham había sido amenazada por los vientos y la lluvia del huracán Katrina. Atrapado en un hospital inundado de Nueva Orleáns, Noé dependía del trabajo contra-reloj de siete agentes de la policía de conservación de Illinois y de tres agentes de la policía del Estado de Lousiana, que utilizaron barcazas para rescatarlo y dejarlo fuera de peligro.
Aunque muchos habitantes de Nueva Orleáns perdieron trágicamente sus vidas durante el Katrina y los días posteriores, el relato del rescate de Noé es una de las muchas historias de heroísmo en medio de ese desastre nacional. ¿Qué es lo que lo hace único? Y ¿por qué terminó esta historia dieciséis meses después de los sucesos de septiembre de 2005? La respuesta es que Noé tiene el honor de ser uno de los habitantes más jóvenes de Nueva Orleáns que fueron rescatados del Katrina: cuando los agentes de policía entraron en el hospital donde estaba atrapado, Noé era un embrión, un ser humano en los estadios iniciales del desarrollo, congelado en recipientes de nitrógeno líquido junto con otros mil cuatrocientos embriones.
La historia de Noé tuvo un final feliz, y sus padres estaban rebosantes de alegría cuando —dieciséis meses más tarde— Noé salió a la luz del ancho mundo por medio de una cesárea. El nombre que le pusieron sus padres hacía referencia al laborioso superviviente de un diluvio ocurrido muchos años antes. Su abuela inmediatamente se puso a telefonear a todos los parientes para comunicarles la noticia: «¡es niño!» Pero si los agentes de policía no hubiesen podido llegar al hospital, o si hubiesen abandonado los recipientes de nitrógeno líquido, es indudable que el Katrina habría causado mil cuatrocientas bajas humanas más, y Noé, por desgracia, habría perecido sin la oportunidad de conocer a su familia.
Digámoslo otra vez: Noé hubiera perecido. Porque el que estaba congelado en uno de esos recipientes era Noé; el mismo que fue transportado a Nueva Orleáns en barca; el mismo que fue después implantado en el útero de su madre; el mismo que nació el 16 de enero de 2007.
Comenzó este increíble viaje como embrión, o blastocisto (el nombre que se da a una forma muy temprana del desarrollo de un ser humano). Noé continuó su larga marcha dentro de su madre, creciendo hasta convertirse en un feto, primero, y finalmente en un bebé. Y estamos seguros de que llegará a hacerse adolescente, en su camino hacia la vida adulta.
Los progresos de Noé es este sentido no son muy diferentes a los de cualquier otro miembro de la raza humana, excepto por las acciones que fueron necesarias para salvarle al inicio de su vida. Pero si alguna vez, dentro de unos años, Noé mira hacia atrás, hacia aquellos difíciles días en Nueva Orleáns, y se pregunta si realmente fue a él a quien rescataron, si fue su vida la que salvaron aquellos policías, estamos convencidos de que Noé solo podría responder: «¡Por supuesto!»
Moraleja
Puede que esta respuesta conste de tan solo dos palabras, pero contiene la clave para entender uno de los asuntos más difíciles al que nos enfrentamos en nuestros días, tanto desde un punto de vista moral como político. ¿Es moralmente aceptable producir y experimentar en embriones humanos? ¿Es moralmente aceptable destruir embriones humanos para obtener células madre con fines curativos? ¿Es moralmente aceptable tratar los embriones humanos como material de investigación desechable, utilizarlos y destruirlos para el beneficio de otros? De algún modo, la respuesta a todas estas preguntas está incoada en esas dos palabras. Porque lo que Noé estaría diciendo con esas dos palabras (y su respuesta viene respaldada por los hallazgos más sólidos de la ciencia actual) es que los embriones humanos son, desde su mismo inicio, seres humanos con la misma identidad —aunque más jóvenes— que los seres humanos más viejos en los que se convertirán al crecer.
Es decir, que los embriones humanos no son algún otro tipo de organismo animal, un perro o un gato. Ni son tampoco parte de otro organismo, como un corazón, un riñón o una célula de la piel. Ni son siquiera un grumo desorganizado de células a la espera de sufrir una mágica transformación. Al contrario, un embrión humano es, plenamente, un miembro vivo de la especie Homo sapiens que se encuentra en los momentos más iniciales de su desarrollo natural. A no ser que sufra daños serios, o se vea privado de un ambiente adecuado, un ser humano en la fase embrionaria es capaz de dirigir su propio funcionamiento como un organismo integral, desarrollarse y madurar hasta alcanzar la siguiente fase de ese desarrollo, es decir, la fase fetal. Las fases embrionaria, fetal, infantil y adolescente son etapas en el desarrollo de una entidad concreta y perdurable, un ser humano, que comienza su existencia como un organismo de una sola célula (llamado cigoto) y que, si todo va bien, llega a adulto muchos años después.
Pero ¿significa esto que el embrión humano es una persona humana merecedora de un respeto moral total? ¿Debemos evitar siempre la utilización de un embrión inicial para el beneficio de otros, simplemente porque es un ser humano? La respuesta que proponemos, y defendemos con argumentos filosóficos a lo largo de los próximos capítulos de este libro es «¡Sí!»
Dicho «sí» lleva consigo numerosas implicaciones, porque hoy en día la vida humana, en su forma más inicial y desvalida, está amenazada como nunca antes lo había estado en la historia. Los Estados Unidos, así como muchos países europeos y asiáticos desarrollados, tras la experiencia de los últimos treinta años de aborto prácticamente libre, están en los albores de un nuevo régimen de producción masiva y experimentación sobre embriones humanos. Y esto exige nuevos razonamientos. Si en el pasado se ignoró la humanidad y el valor moral del feto, a favor de un supuesto derecho a la intimidad o de consideraciones sobre las tragedias personales de mujeres con embarazos no deseados, lo que ahora se propone es algo bastante distinto.
La producción de embriones humanos, y su destrucción en la investigación biomédica, se hará en laboratorios públicos por equipos de científicos. Si esos científicos y todos los que los apoyan se salen con la suya, su trabajo estará financiado (como ya lo está o lo estará pronto en California, Nueva Jersey y otros lugares) con fondos estatales; en cualquier caso, con dinero de los contribuyentes. Y si ese trabajo da fruto, las consecuencias de esta investigación alcanzarán todos los rincones de la medicina y la industria farmacéutica1. Para aquellos que tengan serios reparos morales a este tipo de experimentación, será prácticamente imposible no verse involucrados en ella: su dinero ayudará a pagar esos laboratorios, y sus médicos citarán constantemente los resultados de investigaciones que destruyen embriones.
Por ejemplo, en el año 2004 se aprobó en California un referéndum conocido como Proposición 71. Esta iniciativa fue apoyada por Arnold Schwarzenegger, el gobernador republicano de ese estado. Sus partidarios pusieron una gran cantidad de dinero y mucha propaganda para asegurar su aprobación. La ley promete una inversión de 3.100 millones de dólares en investigación sobre embriones en los próximos diez años. Hasta los mismos que apoyan este tipo de investigación han hecho notar que la Proposición 71 amenaza con generar una actividad empresarial carente de regulación legal que inevitablemente llenará los bolsillos de unos pocos2. Pero tales objeciones, siendo importantes, ignoran la auténtica naturaleza de esta industria: la producción y destrucción de seres humanos en la fase más inicial de su desarrollo. Esta verdad básica queda oculta en medio de la discusión sobre la «clonación terapéutica» o la «transferencia nuclear de células somáticas» (SCNT), eufemismos y tecnicismos que pretenden oscurecer la cuestión, más que aclararla. Y en medio de las promesas de que esta investigación generará beneficios sin fin para la salud, podemos caer en el error de perder de vista todo lo que realmente está en juego. Por tanto, parémonos un momento a pensar en la siguiente analogía.
Supongamos que surge un movimiento que pretende obtener órganos para trasplantes acabando con la vida de niños con retraso mental. La controversia que esto inevitablemente generaría ¿se centraría en un debate sobre el trasplante de órganos? ¿Aceptaría alguien la frase «recogida de órganos terapéuticos» como una descripción legítima de los hechos? Sin duda que no. La discusión debería centrarse (y en cualquier sociedad decente sería así) sobre un debate en torno a la ética de matar niños con retraso mental para obtener sus órganos. De hecho, en una sociedad verdaderamente decente, semejante cuestión nunca se plantearía…
Queremos pensar que el público tampoco aceptaría argumentos a favor de tal práctica basados en el gran número de personas enfermas (pero sin retraso mental) que podrían salvar su vida si extraemos el corazón, los riñones, el hígado, etc. de niños discapacitados. La cuestión central sería si es injusto relegar una cierta clase de seres humanos, los discapacitados, al estatus de objetos sacrificables en beneficio de otros. Asimismo, habría algo casi obsceno en la preocupación de que estos procedimientos no estuviesen regulados por la ley.
Por el mismo razonamiento no deberíamos estar hablando, como sucede en California, de un debate en torno a la investigación sobre células madre embrionarias. Ni es la falta de correcto control gubernamental el problema moral principal que se plantea. Nadie pondría objeciones al uso de células madre embrionarias en la investigación biomédica si se pudiesen obtener sin matar o dañar embriones. Nadie pondría tampoco objeciones si esas células pudieran obtenerse de embriones perdidos en abortos espontáneos. La controversia se centra en si es ético destruir deliberadamente embriones humanos con la intención de obtener células madre. La pregunta crucial es si sería injusto matar cierta clase de seres humanos (los que están en las fases iniciales de desarrollo) para el beneficio de otros. Lo que nos remite de nuevo a la historia de Noé y el diluvio.
Tecnologías embrionarias presentes y futuras
¿Qué se hace, pues, con los embriones, o qué puede hacerse, o qué podría hacerse en un futuro? En este apartado, describiremos varias tecnologías embrionarias, algunas ya posibles y otras que podrían serlo en un futuro próximo. Pero antes hemos de distinguir entre lo que llamamos ciencia embrionaria, tecnología embrionaria y ética embrionaria.
Podemos distinguir entre ciencia embrionaria, por un lado, y tecnología o tecnologías embrionarias, por otro. La ciencia embrionaria nos dice dos cosas muy importantes sobre los embriones humanos: qué son y cuándo comienzan. Nos dice que son seres humanos que se encuentran en un momento concreto, muy inicial, de su desarrollo, y que en la inmensa mayoría de los casos esos seres humanos comienzan en la concepción: el inicio de un nuevo organismo humano unicelular tras la fecundación de un óvulo por un espermatozoide. Dedicamos un capítulo entero de este libro a la ciencia de los embriones. Pero la ciencia, por sí misma, no nos proporciona una guía para tomar decisiones morales sobre el trato debido a esos embriones o a cualquier ser humano, sea cual sea la fase de desarrollo en la que se encuentre.
Las tecnologías embrionarias representan lo que los investigadores son capaces de hacer con los embriones o a los embriones. Y los investigadores pueden hacer multitud de cosas. Pueden crear embriones en el laboratorio mediante fecundación in vitro o por clonación. Pueden mantener embriones vivos en el laboratorio en una placa de cultivo, o criopreservarlos (congelarlos) indefinidamente. Los investigadores pueden también manipular esos embriones cambiando un poco su ADN o introduciendo un ADN extraño (de un animal, por ejemplo) en su constitución genética. Y, finalmente, los investigadores pueden destruir esos embriones y extraer de ellos algunas células con el fin de obtener células madre pluripotenciales.
Al igual que la ciencia embrionaria, la tecnología embrionaria (incluida la investigación sobre embriones) es incapaz de dar una guía moral acerca del trato que merecen esos embriones. La ciencia nos dice que esos embriones son seres humanos en desarrollo, y gracias a la tecnología sabemos que podemos manipularlos haciendo sobre ellos distintas maniobras de carácter destructivo. Pero ¿es moralmente correcta tal manipulación? ¿Es justa? Es esta una cuestión que ha de resolver la filosofía moral o, tal y como la denominamos en esta obra, la ética embrionaria.
Es absolutamente imprescindible hoy en día hablar de ética embrionaria con seriedad, ya que no es infrecuente escuchar a los que apoyan la investigación con embriones que únicamente la ciencia está en situación de enjuiciar lo que la ciencia hace, y que la ética, la religión y la política no tienen nada que decir sobre lo que cae dentro de los dominios de la ciencia. Esta idea le sonará familiar a todo aquel que haya escuchado a los que promueven la investigación con embriones en su defensa de la libertad de la investigación científica.
Pero tales afirmaciones son ciertas en un sentido y falsas en otro. Es verdad que la filosofía moral no puede decir lo que es un embrión, ni tiene nada que decir sobre lo que puede hacerse con un embrión. Estas cuestiones se refieren a la realidad de lo que son las cosas, mientras que la filosofía moral se ocupa de lo que debemos hacer, o evitar hacer. Pero por la misma razón la ciencia no nos puede decir qué debemos hacer, incluso en el propio ámbito de la ciencia.
Más aún, es claramente falso decir que si algo puede hacerse, entonces debe hacerse, o que sería bueno hacerlo. Esto ha quedado claro en nuestra hipotética historia sobre los trasplantes de niños deficientes, que hemos mencionado antes. Por desgracia, ha quedado todavía más claro en la historia del siglo XX. Los experimentos realizados por los nazis sobre discapacitados, judíos y otras personas que eran consideradas «indeseables»; los experimentos de Tuskegee con negros indigentes; los experimentos con radiaciones llevados a cabo por el ejército de los Estados Unidos sin conocimiento de los interesados… todo esto muestra la necesidad de una ciencia que vaya acompañada por una reflexión moral, no de una ciencia libre de condicionantes morales3. La breve exposición que sigue, sobre lo que es y pronto podría ser la investigación con embriones, pone de manifiesto que ahora es el momento de llevar a cabo esa reflexión.
A veces se dice que la era de la tecnología embrionaria comenzó en 25 de julio de 1978 con el nacimiento de Louise Brown, el primer «bebé probeta», en Inglaterra. Para ser más exactos, la era de la tecnología embrionaria comenzó nueve meses antes, cuando la misma Louise vino a la existencia en una placa de Petri bajo la guía de los doctores Patrick Steptoe y Robert Edwards4. Desde entonces, la fecundación in vitro (FIV) se ha convertido en un instrumento de importancia en la lucha contra la infertilidad, originando casi un 1% de los niños nacidos vivos en los Estados Unidos.
Las técnicas actuales de FIV son fáciles de comprender. En la reproducción natural, un espermatozoide masculino entra en un óvulo procedente del ovario de la madre y lo fecunda. (En el capítulo 2 daremos una explicación más detallada de lo que tiene lugar en este proceso). Si la fecundación tiene éxito, el resultado es un nuevo organismo humano de una sola célula, el cigoto.
En la mayoría de los casos, por supuesto, el medio por el que el espermatozoide alcanza el ambiente que rodea al óvulo es el acto sexual entre un hombre y una mujer. Pero en la FIV, el encuentro entre espermatozoide y óvulo se produce «in vitro», es decir, en una placa de Petri en un laboratorio (aunque «in vitro» significa «en un cristal», en realidad una placa de Petri está hecha de plástico). Habitualmente, a la futura madre se le dan unos fármacos que estimulan la ovulación, y se inserta una aguja en uno de sus ovarios (con la ayuda de ultrasonidos) para obtener sus óvulos. Se recoge el esperma del padre y después se ponen muchos espermatozoides en el líquido que rodea un óvulo, o bien se introduce directamente un espermatozoide en uno de los óvulos. Tras la entrada del espermatozoide, el proceso de fecundación sigue adelante del mismo modo que lo haría dentro de la madre. Después de tres días, o un poquito más, el embrión o embriones que se han formado son transferidos al útero materno. La madre también recibe un tratamiento hormonal para asegurar que su útero experimente los cambios necesarios para la correcta implantación del embrión.
En el típico procedimiento de FIV, especialmente en los Estados Unidos, se fecundan más óvulos de los que se insertan en la madre. Esto, que se hace pensando en futuros embarazos, tiene como consecuencia que los embriones «sobrantes» son congelados en nitrógeno líquido (proceso que se denomina criopreservación), ya que ahí se pueden mantener en un estado de animación suspendida durante mucho tiempo. La existencia de estos embriones «sobrantes» está íntimamente relacionada con el origen de la controversia que rodea la experimentación con embriones.
Dicha controversia se remonta, en los Estados Unidos, a los primeros días de la FIV. Tras el nacimiento de Louise Brown, un Comité Asesor Ético (CAE) nombrado por el ministro de Salud, Educación y Bienestar, Joseph Califano, concluyó que «la investigación con embriones muy iniciales, en los primeros quince días del desarrollo, era aceptable para desarrollar técnicas de fecundación in vitro»5. En ese momento, la administración Carter dejó que el mandato del CAE llegase a su fin y no lo renovó, lo que en la práctica bloqueó la investigación con embriones porque la Comisión Nacional para la Protección de Sujetos Humanos había establecido que no se podía investigar sobre embriones obtenidos por FIV a no ser que fuese aprobado por un CAE6. Ni la administración Reagan ni la primera administración Bush mostraron intención alguna de restablecer dicho Comité.
El tema de la investigación con embriones, con la cuestión concreta de cómo obtener embriones para investigación, fue retomado por dos comités asesores durante la administración Clinton. En 1994, el Panel sobre la Investigación con Embriones Humanos (cuyas siglas en inglés son HERP) nombrado por Harold Varmus, director del Instituto Nacional de la Salud (NIH), recomendó que se permitiese la investigación sobre embriones para desarrollar técnicas de FIV y para estudiar células madre embrionarias. Estas investigaciones se realizarían sobre los embriones sobrantes de FIV, siempre y cuando los padres hubiesen otorgado consentimiento informado. El panel también recomendó que se estudiase con más detalle el tema de la creación de embriones para obtener células madre, aunque apoyó el uso de fondos federales para la creación de embriones con ciertos fines concretos de investigación. Sin embargo, poco después el presidente Clinton anunció que prohibía el uso de fondos federales para la creación de embriones7.
El Congreso de los Estados Unidos también respondió a estas propuestas del NIH añadiendo una disposición adicional al decreto de provisión de fondos para Trabajo, Salud y Servicios Humanos. La enmienda Dickey prohíbe el uso de fondos federales para cualquier tipo de investigación en la que se creen, dañen o destruyan embriones humanos con fines de investigación8.
En 1998, otro comité (la Comisión Asesora Nacional en Bioética, NBAC) recomendó de nuevo que se permitiese la investigación destructiva sobre embriones sobrantes de la FIV. Pero, en contra de lo que el HERP había recomendado en 1994, la NBAC dice en su «recomendación tercera» que «las agencias federales no deberían destinar fondos a investigaciones que impliquen la obtención o el uso de células ES (células madre embrionarias) a partir de embriones que se hayan creado mediante FIV únicamente con fines de investigación». La «recomendación cuarta» de esta comisión también era contraria a la creación de embriones para la investigación mediante técnicas de clonación: «las agencias federales no deberían destinar fondos a investigaciones que impliquen la derivación o el uso de células ES humanas a partir de embriones creados por SCNT en óvulos»9.
Sin embargo, cuando la NBAC hizo sus recomendaciones el panorama tecnológico, moral y político del mundo de la tecnología embrionaria había cambiado radicalmente debido a dos avances que han jugado un papel crucial en todos los debates posteriores sobre el embrión humano. Estos avances fueron la clonación de un mamífero (una oveja) por Ian Wilmut, y el aislamiento de células madre embrionarias humanas por James Thomson.
Ya nos hemos referido varias veces en este libro a las «células madre embrionarias». El lector habrá oído hablar, sin duda, de sus extraordinarias cualidades. Pero ¿qué son las células madre embrionarias y por qué se consideran tan importantes en la investigación biomédica? Para responder a esta pregunta, antes hemos de comprender la naturaleza del embrión humano.
Ya hemos afirmado (y continuaremos argumentándolo) que el embrión humano inicial es un ser humano completo, aunque todavía en un estado inmaduro de desarrollo. Pero a nadie se le escapan las enormes diferencias entre un embrión humano y un ser humano adulto. El humano adulto, si bien está compuesto por células que son idénticas a la primera célula o a las células que lo formaban cuando era un embrión, está constituido por células que se pueden describir de acuerdo con sus funciones concretas: células de la sangre, del cerebro, del corazón, del hígado, etc. El embrión de pocos días, en cambio, está constituido por células que todavía no se han diferenciado en cuanto a la función que tendrán más tarde en ese organismo. Más bien, está constituido por células que pueden dar lugar a cualquier tipo de célula del cuerpo. De hecho, ciertos datos sugieren que alguna de esas células, si se separa del resto del embrión, podría a su vez desarrollarse en un organismo humano completo, madurando del mismo modo que lo hace un cigoto humano. Esta propiedad se conoce con el nombre de totipotencia.
Pocos días después de la fecundación, a medida que la división celular avanza, el embrión adopta la forma de una bola llena de líquido, llamada blastocisto, que está formado por una masa celular interna y por una capa externa de células. Esta capa externa dará lugar a la estirpe celular que formará la placenta (un órgano necesario para el desarrollo intrauterino del embrión); la masa celular interna es el origen de las células, tejidos y órganos del cuerpo humano adulto. Las células de esta masa interna, si se extraen y se cultivan en el laboratorio, conserva una propiedad llamada pluripotencia, es decir, la capacidad de formar cualquiera de los distintos tipos de tejidos que hay en un ser humano maduro10.
Tal y como sugiere el nombre, una célula madre es el origen de otras células. Una célula madre de la sangre, por ejemplo, puede dividirse y dar dos células: una de ellas será una célula de la sangre y la otra será una célula madre de la que, a su vez, pueden originarse nuevas células sanguíneas. Maureen Condic, una notable catedrática de neurobiología y anatomía, lo resume así:
El término «célula madre» se aplica de modo general a cualquier célula que tiene la capacidad de dividirse generando dos progenies (o «células hijas»), una de las cuales está destinada a convertirse en algo nuevo y otra que reemplaza a la célula madre original… Hay muchas poblaciones de células madre en el cuerpo, en distintos estadios de desarrollo. Por ejemplo, todas las células del cerebro surgen de una población de células madre neurales en la que cada célula, cada vez que se divide, produce una neurona y otra copia de sí misma11.
Las células madre embrionarias, tal y como se considera en la actualidad, no solo tienen el potencial de convertirse en células sanguíneas, nerviosas o hepáticas, sino que tienen el potencial de convertirse en cualquier tipo celular.
No hace falta mucha imaginación para vislumbrar los posibles usos de tales células. Si pudiésemos obtenerlas y dirigirlas en la dirección correcta, entonces sería posible producir células sanguíneas, o células nerviosas, o células del hígado, o incluso un día órganos enteros para trasplantarlos a personas enfermas. En un artículo científico de 1998, el Dr. Thomson anunció que había dado un primer paso en esa dirección, produciendo células madre a partir de células tomadas de la masa interna de un blastocisto humano12.
Sin embargo, esto tiene un coste: la muerte de un ser humano embrionario. Pero incluso dejando de lado esta obvia consideración moral, hay muchos problemas a la hora de dirigir las células madre embrionarias hacia funciones concretas. Por ejemplo, se desconoce cuáles «elementos estructurales o mecánicos asociados con el complejo ambiente embrionario» son responsables de los patrones de diferenciación de las células madre embrionarias13. Aunque al menos uno de los problemas pareció encontrar esperanzas de solución gracias al otro gran avance de la tecnología embrionaria, la clonación de mamíferos.
El problema que se plantea con los trasplantes de tejidos derivados de células madre embrionarias (células ES) es el peligro de que sufran los mismos problemas que tienen otros tipos de trasplantes. ¿Rechazará el organismo huésped el trasplante, que procede de un organismo ajeno? Si es así, las expectativas que ofrece la terapia basada en células madre se verán muy reducidas. En Dolly, la oveja clonada, los que apoyan esta investigación creyeron que habían encontrado una solución viable.
Antes de Dolly, los intentos de clonar mamíferos no habían dado otro resultado que el fracaso, y muchos científicos dudaban incluso que la clonación fuera posible. Pero la nueva tecnología del Dr. Wilmut, llamada transferencia nuclear de células somáticas, fue un éxito inesperado. El Dr. Wilmut extrajo el núcleo (que contiene los cromosomas) del óvulo de una oveja. A continuación tomó el núcleo de una célula de uno de los progenitores de Dolly y lo introdujo en ese óvulo sin núcleo, que después recibió un estímulo para que comenzase a dividirse como lo hace un embrión normal. El embrión de Dolly fue uno de los veintinueve embriones que el Dr. Wilmut intentó transferir a úteros de ovejas, y fue el único que sobrevivió. Como clon, Dolly era, desde el punto de vista genético, prácticamente idéntica a la oveja de la que se había tomado el núcleo original, una especie de gemelo idéntico de su progenitor14.
Este aspecto de la clonación es lo que genera gran optimismo entre los partidarios de la investigación con células madre embrionarias (ES), porque la clonación se presenta como la respuesta al problema del rechazo que tiene lugar en los trasplantes. Si pudiéramos obtener células ES de embriones clonados a partir del paciente que necesita el trasplante, el problema de la incompatibilidad estaría resuelto.
La convergencia de estos dos avances tecnológicos (la producción de células ES y la clonación de Dolly) es en gran medida la causa de la ola de entusiasmo en torno a la utilización de embriones humanos como materiales de investigación, que ha configurado el debate en torno a este tema en los últimos diez años. Entre promesas de que se curarán terribles enfermedades, se extenderá la longevidad, o incluso se mejorará la especie humana, las nuevas tecnologías han alimentado la imaginación de muchos que quizás no han examinado con suficiente detalle lo que estos procedimientos llevan consigo: la inclinación a tratar los miembros más jóvenes y vulnerables de la familia humana como objetos desechables que pueden ser producidos y destruidos para el beneficio de otros.
Por tanto, el «progreso» tecnológico ha ido a paso más rápido que la reflexión moral. En vez de entrar en un debate serio sobre la naturaleza y el valor de los embriones humanos, los gobiernos se han empeñado en autorizar y financiar la investigación con embriones humanos desoyendo las protestas de muchos. Empeños que hasta el momento no se han distinguido por su éxito. En Nueva Jersey, los votantes rechazaron en 2007 un referéndum que habría dado casi quinientos millones de dólares a la investigación con células ES. Y la creación en California de un Instituto de Medicina Regenerativa, con 3.000 millones de dinero público, ha generado más controversia que tratamientos curativos. A nivel internacional, las noticias más sonadas en relación con las células ES ha sido el descubrimiento de que el investigador surcoreano Huwang Woo Suk falsificó datos para su investigación.
Al mismo tiempo, los profetas de la nueva revolución de la clonación y de la revolución genética han visto una oportunidad para cambiar nuestra especie, por ejemplo nuestra dependencia natural en la reproducción sexual. Lee Silver, un biólogo de Princeton a quien nos encontraremos de nuevo en estas páginas, prevé un tiempo en que los avances genéticos habrán hecho posible humanos más fuertes, más inteligentes, «engrandecidos», y en el que los avances de la biotecnología permitan producir niños con dos padres biológicos del mismo sexo o incluso con tres o más progenitores15. Ninguno de estos «avances» será posible sin una considerable cantidad de investigación que se lleve por delante vidas humanas. Pero, como veremos, la actitud que muestran los paladines del «progreso» hacia el valor de la vida humana en sus etapas más tempranas es, moralmente, problemática.
¿Hay alternativas?
El principal objetivo de este libro es defender el estatus moral del embrión humano, es decir, argumentar que es moralmente erróneo e injusto matar dicho embrión incluso cuando con eso se pretenda hacer avanzar la ciencia o desarrollar tratamientos o productos terapéuticos. En este contexto, es importante resaltar dos puntos que a menudo se pasan por alto en este debate.
El primero es que las promesas de los que defienden la investigación con embriones son un tanto teóricas. Más aún, a menudo dichas promesas están exageradas y son poco realistas. Cuando el actor Christopher Reeve murió, unos años después de su trágico accidente a caballo, algunos dijeron que los opositores a la investigación con embriones eran de algún modo responsables de su muerte. Algo similar sucedió cuando el presidente Reagan finalmente sucumbió a la enfermedad de Alzheimer. Dichos comentarios son, en el mejor de los casos, un ejercicio de retórica indebidamente exagerada y, en el peor, intentos poco honrados de manipular el debate público.
No solo se exageran los beneficios, sino que también se esconden bajo la alfombra los peligros que dicha investigación lleva consigo. Como se ha dicho antes, aún estamos lejos de comprender satisfactoriamente la manera en que se diferencian las células ES16. Pero incluso si se pudiese lograr el desarrollo «normal» en el laboratorio, nada garantiza que eso se podrá repetir exactamente en medio de las complejidades del cuerpo humano. Entre tanta incertidumbre, cualquier posible beneficiario de esta investigación está expuesto a riesgos que pocas veces se mencionan.
El segundo punto es que se está trabajando en alternativas a algunos o quizás a todos los usos terapéuticos de las células ES. Las terapias con células madre adultas tienen varias ventajas claras sobre los posibles tratamientos con células ES. En primer lugar, tienen una historia bien documentada de éxito terapéutico. Los trasplantes de médula ósea son utilizados rutinariamente para tratar algunas formas de cáncer. Y algunos científicos están convencidos de que las células madre adultas podrían ser reprogramadas a un estado pluripotente, a partir del cual podrían ser dirigidas hacia múltiples funciones. Otros científicos han encontrado evidencias de que algunas células madre ya son, al menos, multipotentes (capaces de formar múltiples tejidos) y podrían ser llevadas a un estado pluripotente (capaz de formar todos los tipos celulares del cuerpo adulto). Como las células madre adultas habitualmente proceden del mismo paciente que va a ser tratado, el problema del rechazo inmunológico desaparece. Por último, la investigación con células madre adultas está libre del aspecto más controvertido, inevitable, de la investigación con células ES: no requiere la destrucción de embriones humanos.
Este último punto debería ser una consideración decisiva para cualquier sociedad que busque una solución moral seria a un conflicto que divide con tanta fuerza la opinión pública. Porque si se utilizan fondos federales para fomentar la investigación con embriones, millones de ciudadanos se sentirán profundamente marginados por una sociedad que les hace partícipes de una actividad que consideran moralmente repugnante y que solo reporta beneficios inciertos. Las células madre adultas, por el contrario, ofrecen una alternativa que aporta no solo beneficios para muchos que enfermos, sino también conocimiento para los investigadores y una conciencia tranquila para los ciudadanos.
Sin embargo, la mayoría de los científicos (incluyendo algunos que se oponen a matar embriones) consideran que la investigación con células ES constituye un área de investigación de gran interés científico y médico. Están convencidos de que las células ES o su equivalente serán cruciales para comprender las interacciones entre células y la formación de patrones corporales en el desarrollo de organismos multicelulares, incluidos los seres humanos. Más aún, el estado pluripotente de las células ES abre la posibilidad, si bien teórica, de una rango más amplio de terapias del que proporcionan las células madre adultas. Esto ha hecho que se hayan llevado a cabo intentos de obtener células madre embrionarias mediante vías alternativas que no destruyan el embrión. En el último capítulo de este libro volvemos a la cuestión de las alternativas a la investigación que destruye embriones, con el fin de ponderar la moralidad de algunas propuestas recientes.
Religión y razón
Una legislación moralmente recta debería prestar atención a los problemas éticos que los pensadores más responsables han planteado sobre la investigación con embriones. Y en cambio el argumento que se escucha con más frecuencia sobre cómo debería ser una legislación correcta y democrática en este campo apunta hacia algo totalmente distinto. Porque lo que afirman una y otra vez los que defienden este tipo de investigación es que los que se oponen lo hacen únicamente por sus convicciones religiosas. Y dichas convicciones no se consideran admisibles en la causa a favor del embrión.
En ocasiones, la sugerencia de que los contrarios a la investigación con embriones tienen motivos religiosos poco claros llega incluso a acusaciones de mala fe o falta de honradez intelectual, especialmente cuando el acusador utiliza evidencias de índole científico. Consideremos, por ejemplo, el siguiente pasaje de Lee Silver:
Los que equiparan los embriones humanos con seres humanos creen invariablemente que cada embrión humano inicial está dotado individualmente por Dios de un alma o espíritu. Para los que creen esto, es la posesión de un alma —y no la sentiencia— lo que define un ser humano. Pero no todas las religiones ni todas las personas religiosas aceptan tal creencia, por lo que las sofocantes discusiones de carácter religioso no sirven para conseguir metas políticas y legales en un país pluralista como el nuestro. Esto lleva a inventar argumentos que suenen a científicos, para conseguir respaldo político hacia lo que es básicamente una creencia religiosa17.
La afirmación del Profesor Silver de que aquellos que no comparten sus ideas sobre la humanidad del embrión están actuando no sobre la base de juicios científicos serios, sino por motivos políticos, «inventando» argumentos que simplemente «suenan a científicos», es un insulto a las muchas personas honradas, incluidas las que trabajan en embriología y campos afines de la ciencia que, después de analizar cuidadosamente los hechos, han llegado a conclusiones diferentes a las suyas. Que un académico haga estas acusaciones sin evidencia (o, como veremos en este libro, en contra de la evidencia) sugiere que quizás sean sus motivaciones las que no obedecen a criterios científicos. La utilización de expresiones como «motivaciones de carácter político» es una especie de insulto filosófico, y tiene el efecto de distraer del tema real que se está discutiendo: la pregunta científica sobre cuándo comienza la vida de un ser humano concreto, y las consecuencias morales de la respuesta que la ciencia da a esta pregunta.
Pero ¿no es cierto que la oposición a la destrucción de embriones iniciales descansa sobre dudosas afirmaciones religiosas en torno a la aparición del alma, o se apoya quizás en tradiciones religiosas históricamente opuestas al aborto y la contracepción? No.
De hecho, el concepto de «alma» no volverá a aparecer en este libro. Ni se invocará afirmación alguna de carácter revelado o religioso en los argumentos que se irán presentando. Es cierto que los dos autores de este libro ponen en duda que la religión sea una cuestión puramente privada que no debería influir para nada en los asuntos públicos ni en la participación de los ciudadanos en la vida pública (como votante, o ejerciendo un cargo público). Pero la postura que hemos adoptado al escribirlo es que las afirmaciones procedentes de la revelación o de las tradiciones religiosas simplemente no son necesarias (y quizás ni siquiera suficientes) para alcanzar una correcta compresión de la ciencia, la tecnología y la ética embrionarias.