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Aunque es internacionalmente conocida y por su ficción, Ursula K. Le Guin comenzó a escribir poesía en 1959 y nunca dejó de hacerlo. En busca de mi elegía reúne el trabajo de su vida, ofrece una selección de lo mejor de sus seis volúmenes anteriores de poesía y presenta un poderoso grupo de poemas, a la vez terrenales y trascendentes, escritos en la primera década del siglo XXI. Fruto de más de medio siglo de escritura, los setenta poemas seleccionados y los setenta y siete nuevos consideran la guerra y la creatividad, la maternidad y el mundo natural, y brillan con humor y vívida belleza. Estas conmovedoras obras de arte son un ajuste de cuentas con toda una vida.
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Seitenzahl: 196
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Ursula K. Le Guin
En busca de mi elegía
Poesía 1960-2010
I
DESENFRENADA FORTUNA
Poemas escogidos, 1960-2005
De Ángeles desenfrenados (1960-1975)
OFRENDA
Se me ocurrió un poema al quedarme
dormida anoche, me desperté
con el sol, no me acordaba de nada.
Si era bueno, dioses
de las grandes tinieblas
donde acaba el sueño y acaba
también la muerte, los sin nombre,
como una sincera ofrenda
aceptadlo.
ELEGÍA A RHEGED
Espino helado,
norte gris, colina blanca.
El invierno envuelve
los juncos, los ríos. Todo
está detenido.
¿Quién ha regresado
en la cruda estación
a la tierra natal?
El fuego ardía
aquí. Bajo la tierra helada
y la blanca escarcha,
aquí estaba el hogar.
De todos los hijos
perdidos solo yo logré
regresar. ¡No lo elegí
yo! Yo elegí cantar.
El papel de la alondra,
del bardo. El ala, la voz,
deben bajar, detenerse.
La alondra a la tierra,
yo al hogar
bajo la colina helada.
Mi sangre no es la de un noble
sino la de un siervo
ligado a la tierra.
Detente. Detente.
El viento del invierno
envuelve el ojo, la mano.
¿Quién recordará?
La tierra natal,
la tierra conyugal,
la casa del verano.
¿Quién alabará
el trabajo, la bondad,
la mesa puesta,
el hogar de piedra?
En los días fríos
de finales de diciembre
en el muerto Rheged
solo quedo yo.
El viento del invierno
envuelve la mano, la lengua.
Las canciones se cantan.
No arde ningún fuego.
Pero regreso
a la tierra invernal
tras haber elegido
el arte tosco,
el vínculo de las cosas,
de la piedra, la tierra.
Estoy obligada a quedarme
bajo el espino
helado, junto al hogar
apagado, y cantar.
ALLÍ
Plantó los olmos, los eucaliptus,
el pequeño ciprés, y los regaba
en los largos anocheceres del verano,
de manera que en la tierra seca
el crepúsculo era un ruido de agua. Hace años.
Los amarilis siguen desplegando sus rígidas
trompetas que arrojan ráfagas de rosa brillante
entre la avena silvestre, que nadie
riega, incontable, impávida.
¿Lo ves?: allí donde su ausencia
aguarda junto a cada árbol el anochecer,
donde las sombras son su ser ausente, allí
donde los pinos grises que nadie plantó
crecen y mueren, y el grano que nadie segó
tiñe de blanca sazón las colinas de agosto,
y se alza una vieja casa solitaria,
allí
el conjurado rostro de la ausencia
se vuelve. Allí el silencio responde. Allí
los años pueden seguir incontables, mientras veo
el atardecer ascender como el agua por las hojas,
y como siempre sobre el olmo más alto Vega
abriéndose como una blanca amapola silvestre.
En el país del dolor
solo nace realmente
(una estrella blanca, una flor blanca,
una vieja tubería que conduce el agua
hasta la raíz de los árboles
en una tierra seca)
el pequeño manantial de la paz.
ARS LUNGA
No dejo nunca de inventarme nueva gente
como si no fuera suficiente la explosión demográfica
ni tuviéramos sabe Dios cuántos terrores
y problemas, pero yo también lo sé,
de eso se trata. Nunca hay suficiente miedo
que iguale el placer, ni abismos suficientemente hondos,
ni tiempo suficiente, y siempre hay algunas
estrellas que faltan.
No es que quiera un nuevo cielo y una nueva tierra,
solo los viejos.
Viejo cielo, vieja tierra, nueva hierba.
Ni una vida después de la tumba,
que Dios me ayude, o me ayudaré yo sola
viviendo todas estas vidas
de nueve en nueve o de noventa en noventa
para que la muerte me encuentre siempre
desprotegida por los cuatro costados,
desguarnecida, indefensa,
inviolable, vulnerable, viva.
CANCIÓN
Oh, cuando era una desastrada virgencita
me sentaba a arrancarme las costras de las rodillas
y soñaba con algún treintañero
y sin hacer nada hacía lo que quería.
Una mujer se hace mayor y engendra,
tener y recibir es el femenino de vivir.
Lo sabía, lo sabía incluso entonces:
¿qué tenía yo que pudiera dar?
Un cáliz rebosante, un cuerno de abundancia
lleno de más cosas de las que puede contener,
pero la leche y la miel se acabarán,
se quedará vacío, según se hace mayor.
Más dentro que el sexo o incluso el vientre,
en lo más íntimo sigue la niña intacta,
la desastrada virgencita que se sienta y sueña
y no tiene nada que ver con la realidad.
CANCIÓN DEL TAO
Oh lento pez
muéstrame el camino
Oh verde hierba
lléname el camino
El camino que tomas
el camino que llenas
es el camino
sin duda
Oh sol brillante
ilumíname el camino
el camino correcto
el único
que nadie conoce
Si se puede elegir
es el equivocado
Cántame el camino
oh canción:
Nadie puede perderlo
demasiado tiempo
De Palabras duras (1975-1980)
INVOCACIÓN
Devuélveme mi idioma,
déjame hablar la lengua que me enseñaste.
Diré las mentiras más grandes en tu honor,
te alabaré sin pronunciar tu nombre,
obedeceré las leyes de la oscuridad y la métrica.
¡Permíteme tan solo hablar mi idioma
en tu alabanza, silencio de los valles,
orilla norte de los ríos,
tercer rostro evitado,
vacío!
Permíteme hablar mi lengua nativa
y cantaré tan alto
que las recién casadas y las viejas
bailarán al oír mi canto
y las ovejas dejarán de pastar y las máquinas
se acercarán a escuchar
en las ciudades enmudecidas
como si formaran un anillo de menhires.
¡Oh, déjame derribar cantando las murallas, Madre!
LA MENTE ESTÁ EN CALMA
La mente está en calma. Los galantes libros de mentiras
no son nunca suficientes.
Las ideas son un remolino de confusas moscas
sobre el abrevadero de los cerdos.
Las palabras son lo mío. He tallado una piedra
durante treinta años y aún no está acabada,
soy incapaz de ver esa imagen de la cosa.
No soy capaz de acabarla y liberarla,
transformada en energía.
Tallo y tartamudeo pero no canto
la verdad, como cualquier ave.
Me presento a diario al Juicio balbuciendo
la misma palabreja.
Así que ¿qué sucede? Puedo entender
que esa piedra pesa en la mano.
Las ideas revolotean como moscas sobre la bazofia.
Me apiño con otros cerdos para atiborrarme.
La mente está en calma.
LA MÉDULA
Había una palabra dentro de una piedra.
Traté de extraerla de ella,
mazo y cincel, pico y punzón,
hasta que la piedra goteó sangre,
pero aún no podía oír la palabra
que la piedra había pronunciado.
La arrojé a un lado del camino
entre un millar de piedras
y según me alejaba me gritó
bien alto la palabra al oído
y la médula de mis huesos
la escuchó, y respondió.
LA ESCRITORA AL BAILARÍN
Furtivo Señor déjame que sea franca
Déjame que sea franca furtivo Señor
Déjame que vaya de lado de lado
Déjame que vaya de lado furtivo Señor
hay puertas Señor puertas
que se abren de lado
De El baile en Tillai
EL CENTRO
Cuando el acto puro es mercería
y el anhelo incesante
es tan solo un salario,
cuando llega el día de paga:
la ridícula alma que gimotea
habría hecho mejor en correr
totalmente desnuda hacia el bosque
y bailar al ritmo del tambor.
Girando, girando,
convoca a la danza, maestro,
convoca al alma ridícula.
Haz una reverencia a tu pareja,
espalda contra espalda.
Convoca a las cometas, hermana,
y baila durante todo el Gran Año.
El único acto que es su final
es la combustión de las estrellas.
Haz dar a tu pareja vueltas y vueltas,
girando, girando.
EN THREE RIVERS, ABRIL DEL 80
Un árbol que florece en la espesura
en algún abril más allá de la historia
y más al oeste que todos los pioneros
no es para nada poca cosa
aunque no haya nadie a quien bendecir
y ninguna mujer derrame lágrimas
bajo las flores blancas.
Solo las lágrimas eran nuestras.
SLICK ROCK CREEK, SEPTIEMBRE
Mi piel
acaricia el viento.
Una crisopa acaricia mi mano.
Hablo demasiado lento
para que me entienda.
La roca está caliente bajo mi mano.
Habla demasiado lento
para que la entienda.
Bebo agua iluminada por el sol.
COLINAS INVERNALES
para Barbara
Los ojos te miran.
Los espinos te atrapan.
El corazón se asusta y gime.
Las miradas son rocas
con círculos blancos de tiza,
ojos de pez de pedernal de antiguos mares,
la mirada de oscuro pedernal de las ovejas.
La tiza es blanca como las ovejas.
Las nubes asumen la forma
y la tranquilidad de las ovejas.
Las manos del espino sujetan vellones robados.
Las piedras duermen con los ojos abiertos.
Vigila. No tengas miedo.
CUMBRE
¿Cuánto se tarda en subir la montaña?
Cuarenta años. Los guías nativos
son oscuros, pequeños, valientes, esquivos.
No aceptan los sobornos.
¿Aconsejarías
la Cara Norte?
Todas las caras
fruncen el ceño, así que elige. Los viajeros
describen su viaje, no el tuyo.
Los asideros no duran en el hielo.
Lee las rocas, su palabra perdura.
¿Y en la cima?
Te detienes.
Dicen que se alcanza a ver
la Ciudad.
No sé.
Miras abajo. Es raro
no mirar arriba, difícil estar seguro
de qué es lo que estás viendo.
Algunos dicen que la Ciudad, otros vislumbran
una lejana cordillera. Los guías se dan la vuelta.
Échate al hombro la mochila, ponte el abrigo.
Desde aquí hasta abajo no hay más rutas,
no hay objetivo, no hay caminos.
En el inmenso descenso de la tarde
puede que haya lejos entre la bruma dorada
un movimiento o un resplandor: ¿olas,
torres, cerros? Distantes, distantes.
El idioma de las piedras ha cambiado.
Una vez supe lo que significaba.
¿Cuánto se tarda en descender?
LA NIÑA EN LA ORILLA
Viento, viento, devuélveme mi pluma
Mar, mar, devuélveme mi anillo
Muerte, muerte, devuélveme a mi madre
Para que me oiga cantar
Canción, canción, ve y habla con mi hija
Dile que llevo puesto el anillo
Di que vuelo con la pluma
Caída del ala del halcón
TUI
La vida es fácil para la hija menor.
Se llama Tui, pececito en el agua.
Sus hermanos la hacen rabiar y la elogian.
Ella es obstinada y perezosa
e impulsiva. Ella y su madre
se pasan horas hablando.
«Voy a atrapar ese pececillo
—dice su padre— y freírlo en la sartén
con perejil». Ella ríe y sale corriendo.
Su vida es fácil y su nombre significa Alegría.
De Avena silvestre y adelfilla (1980-1987)
AVENA SILVESTRE Y ADELFILLA
Sueño con vosotros,
sueño con vuestros saltos,
conejo, liebre y codorniz.
Estúpida hija de inmigrantes,
pródiga, híbrida,
yo era promiscua.
Las hierbas junto a la carretera
esparcen por doquier sus semillas.
Ayuda a cruzar las grandes aguas.
Vieja, soy solo
esta tierra, de regreso
a este suelo,
una aparcera.
¡Oh mi América! ¡Mi recién fundada tierra!
Hasta las avenas silvestres
son extranjeras.
Hierbas y pirita de las colinas
de mi niñez, mi California,
permitidme ser digna
de la piedra: del polen:
la palabra pronunciada donde surge el agua:
los cuatro colores de la tierra.
Permitidme en vida sostener
y entregar antes de morir
la bolsa de las cosas silenciosas
de las seis direcciones.
Permitidme soñar,
permitidme soñar con vuestros saltos,
conejo, liebre y codorniz.
La hierba roja de las cunetas
florece, en las zonas taladas y quemadas
y los yermos de Santa Helena,
una alta, emplumada bailarina
que esparce sus semillas cenicientas.
¡Oh mi América!
Desde el hielo del norte, hogar del cuervo,
por las tierras del color del coyote
y las alturas del Sol y los imperios
del hielo del sur, la tierra de fuego,
se levantan, las Rocosas, los Andes,
el espinazo del buitre negro
clavado en una pared del granero,
la sabandija, la alimaña.
Mi cuerpo es clavo
y cóndor.
Mi aliento es bala
y pluma.
Me revuelvo, me vuelvo, me vuelvo sin moverme.
Soy mi herencia.
Al pie de la montaña una nube se posa
y mi corazón
mi corazón
se posa con ella.
Tarde he aprendido la última indicación.
Ojalá antes de morir
aprenda algunas palabras de mi idioma.
De En la zona roja. Monte Santa Helena, octubre de 1981
CAMINAR POR AQUÍ
Caminar por aquí es dejar de fingir.
¿Qué es real? El polvo gris,
un bosque muerto.
La entropía se aproxima rápidamente a su final.
¡Oh desolación!
¿Qué es real?,
dice la adelfilla al lanzar levemente
sus palabras al viento.
Caminar por aquí es dejar de fingir
que lo que hacemos tiene
alguna importancia. Menos a largo plazo
que la adelfilla, para los demás.
Para nosotros tenemos una importancia
enorme.
Que haya verano
siempre
es responsabilidad de otros
más atentos que nosotros.
No nos miran a la cara.
Los abismos de aire
están llenos de ráfagas de lluvia
entre nosotros y el cráter,
la ligera, fría lluvia del otoño.
MIENTRAS LOS ANCIANOS SE
PREPARAN PARA MATAR
La Vida Eterna está posada en la hoja
limpiándose con sus patas diminutas las alas verdes.
La Vida Eterna, un excremento de carnero,
sube enroscándose por el tallo de la cicuta.
La Vida Eterna con ojos biselados de granate
se posa en una hoja y luego en otra
de la Vida Eterna que crece de cada raíz.
Y sin embargo nos quejamos del cielo
y lo inhalamos y escupimos veneno.
La serpiente es inocente y sabia: desdeñamos
la Vida Eterna bajo el zapato.
Te ruego, hierba, regresa, borra.
Os ruego, babosa y gusano, si podéis
comer cicuta, ¿tenéis estómago para nosotros?
Te ruego, aire, perdónanos.
Te ruego, vida, olvida…
Basta.
Hay un dedo sobre mis labios
no más largo que la pata de un escarabajo.
Hay un gusanito en el vientre de mi hija
que inocente y sabio
me dice basta y no deja que haga profecías.
Casandra debe ser virgen,
como son todas las mujeres, esto lo sé,
pero en la definición del hombre; ha de hablar
a los hombres en el idioma de los hombres con la
lengua de un hombre,
y luego se negarán a escucharla
porque son capaces de entenderla.
Pero yo hablo ahora en la lengua torpe de una mujer
a un bebé que aún no ha nacido.
En ese lenguaje no existen profecías.
Dos veces engendré muerte, tres engendré vida,
sé hablar bien este lenguaje.
Sé cómo se aprende.
Bebé, bebé, que quizás nazcas,
pequeñuelo, nada temas.
Puedes oírme, niño.
Duerme y nace,
la mañana llegará,
la hierba crece verde, las mosquitas cantan,
sé bienvenido y nunca temas.
Eres la Vida Eterna,
bebé, bebé, que quizás nazcas.
Dulce hijo invernal de la hija del verano,
ve con ella, ven conmigo, ven.
PARA LA CASA NUEVA
Que se llene esta casa de olores de comida
y de sombras y juguetes y de nidos de ratones
y de rugidos de rabia y de cascadas de llanto
y de profundos silencios sexuales y sonidos
cuyo origen siempre será un misterio
y de tesoros ocultos y recuerdos y cacharros
y de corrientes como un viento cálido solo que más lentas
que agiten las hojas de los árboles y de libros y de los años de pez
de la vida de un niño, centelleando plateados
en veloces destellos, en la lenta ráfaga constante
que hace ondear un segundo las cortinas
desde ahora a todos aquellos años de entonces.
Que los alféizares y los dinteles
ofrezcan su bendición a los que pasen.
Que el tejado conozca la lluvia, no los cuartos.
Que las ventanas conozcan con nitidez
la rama y la flor del manzano.
Y que vosotros estéis en esta casa
como la música está en el instrumento.
LAS MÉNADES
Leí en algún lado
que cuando al final bajaron de la montaña
y se adentraron en una ciudad extraña, borrachas,
afónicas, medio desnudas, los ojos empañados,
con sangre seca bajo las uñas rotas
y en sus muslos jóvenes,
no dejaban de burlarse y de bromear, no dejaban
de bailar, tambaleándose y gritando, pero el sueño
las venció junto a los puestos del mercado,
cayeron allí sin poder evitarlo, agotadas, y entonces
las mujeres maduras,
respetables amas de casa,
se acercaron y se quedaron toda la noche en el ágora
en silencio
juntas
como las ovejas y las vacas en los campos al anochecer,
vigilando, observándolas
como sus madres
las habían vigilado.
Y ningún hombre
se atrevió a desafiar
ese feroz decoro.
INVENTARIO
El mapa de los afluentes del Amazonas
dibujado en azul, en el muslo derecho;
otras redes fluviales menores
en la pantorrilla izquierda.
Extremidades mucho más extremas:
huesudas, enjutas, torcidas y nudosas.
Alguna nube parduzca
se desliza por los colores del ojo,
ese viejo polluelo en su nido abolsado,
aún ávido, aún insaciable.
Sustitución de mandíbula por papada,
de las curvas por cualquier otra cosa.
Lunares, verrugas, lobanillos, tumorcitos,
un acabado desgastado, constelaciones,
aquí Géminis, aquí el Cúmulo,
las rollizas Pléyades
que salen en tropel en la noche de la piel,
una belleza variopinta: no hay nadie
que no tenga alguna Rareza en la Proporción.
Así la columna que era la cintura
encaja en la base acolchada
de las caderas y las nalgas. Faltan partes. Hay cicatrices
que sonríen suaves y pequeñas entre los pliegues
y los montículos de esa vasta campiña.
Ay, ¿acaso no tengo mis ríos y mis estrellas,
mis arrugadas cordilleras bajo el sol poniente?
Ay, ¿acaso no tengo mi Rareza?
Soy este continente,
que sigo explorando sin encontrarle límites,
hacia las lejanas playas de arena de mi mente
donde el suave oleaje y el viento borran
las palabras, los rostros… Esto
sigue siendo incesante, incesante.
Soy ese viento, ese océano.
REFLEXIÓN EN TORNO A UN MATRIMONIO
Desde mi California, mi gran país
de oro y dificultades, naturaleza,
enormes ciudades construidas sobre fallas,
sobrios, insólitos e inagotables
viñedos, valles abarrotados de visiones,
a tu Georgia de campos de tierra roja
donde todos los árboles son del mismo verde,
un arenoso silencio de huesudos pinos,
a tu Georgia de lentos ríos, tumbas,
islas, ese lugar tranquilo,
¿cómo llevar conmigo toda mi California?
Los veo llegar con los brazos abiertos,
transparentes, dispuestos a compartirlo todo,
generosos y fieles, sin guardarse nada,
los emigrantes que dejan su patria
por amor y nunca miran atrás.
Pero aunque quisiera, ¿como podría darte
California? Y tengo que vivir
allí, desgastando mis vetas de oro los arroyos.
O tú, ¿podrías tú dejar Georgia,
dejar atrás tus huesos,
y ofrecerme algo más que silencio?
Así que hemos creado estas tierras sin dueño
a base de encontrarnos donde nunca sabemos
si nos encontraremos o no,
como espías o pioneros,
a base de contarnos las novedades en voz baja
en los hondos barrancos de los sauces
en una tarde gris, en tierra adentro.
Nos conocimos en el mar, nos casamos
en un idioma extranjero: sería maravilloso
si cruzáramos a pie cada vez un continente
para encontrarnos el uno al otro
en fronteras secretas, llevando
de todos mis arroyos y oscuridades de oro
y de tus profundas tumbas e islas
una pluma
una lámina de mica
una hoja de sauce
ese es nuestro país,
y es solo nuestro.
De Las chicas de Buffalo y otras presencias animales (1987)
LA CORONA DE LAUREL
Le gustaba sentir mis dedos en su pelo.
Así que me los arrancó, se hizo una guirnalda,
y se la pone en los desfiles y concursos,
mis moribundos dedos que huelen a cocina
entrelazados en sus resplandecientes rizos.
A veces se apoya en mí durante un rato.
Aparte de eso, parece haber perdido el interés.
¡No corrí porque quisiera preservar mi virtud!
¿Qué tiene una ninfa como yo
que ver con algo que es cosa de los hombres?
Es simplemente que no estaba de humor.
Y a él le daba igual. Y me dio miedo.
Los chicos con patas de cabra ni siquiera hablan,
pero aun así saben esperar hasta que intuyen
que te apetece fornicar con un sátiro en los bosques,
revolcarte y arañar y reír… ¡Vaya si ríen!
Pobres pequeños peluditos, los echo de menos.
Cuando nos cansábamos de ese tipo de cosas
mis hermanas ninfas y yo nos poníamos a hablar,
a bromear, a pegarnos, a perseguirnos y a tumbarnos
a la espera de seguir hablando, y dormíamos
en las sombras calientes unas junto a otras
bajo las hojas, y todo era como queríamos que fuera.
Y luego los mortales cazadores de ciervos,
los furtivos, los caducifolios pastorcillos:
se detenían boquiabiertos, los ojos como platos,
siempre sin esperanzas, incluso si decidía sonreírles.
Nuevos cada primavera, como narcisos, esos chicos.
Pero por primera vez en cuarenta años conocí a un hombre
en lo alto de las colinas donde pastan las ovejas de la Arcadia.
Besé sus arrugas, los desfiladeros del tiempo en donde
tengo vedado el paso, mientras miraba sus ojos, cuya
oscuridad se nublaba y crecía, cada vez con menos vista,
hasta que murió. Fui a su entierro. Entre los aldeanos
caminé detrás de su esposa de pelo gris.
Podía haber sido la esposa del Tiempo, mi abuela.
Y luego estaban mis hermanos de los arroyos,
ay, mis amantes del río, con sus lenguas de plata,
¡tan dulces a la sed! ¡La fresca, prolongada delicia
de un río moviéndose en mí, de su fluir, fluir, fluir!
Envían a mis raíces su ternura, incluso ahora,
y lentamente la bebo de las manos de mi madre.
Eso era lo único que conocía, hasta que llegó
insensible, brillante, ardiente, seco, decidido:
una sola voluntad en vez de dos deseos que se encuentran:
sin más centro que él mismo, el Sol. Un dios
es así, supongo; ha de serlo. Pero lo cierto
es que nunca pedí conocer a un dios,
y mucho menos hacer el amor con uno. ¿Por qué pensó
que yo quería? Y cuando le dije que no,
¿cuál fue mi agravio? No puede ser difícil
encontrar a una muchacha boquiabierta
dispuesta a amar a un gran dios rubio de ojos garzos.
Eso dijo. Dijo: «Sois todas iguales».
Nos ha visto a todas; lo sabe. Así que ¿por qué yo?
Supongo que tal vez ya me tocaba
dejar de ir desnuda por ahí, y vestirme.
E hizo falta un dios para obligarme.
Madre no lo logró jamás. Así que me puse
mis medias nervadas y marrones, y mi ropa interior
de sedoso cámbium, y mi vestido verde.
Y me convertí en mi ropa, al ser lo que llevo puesto.
Dejé de correr; los vientos me hacían bailar.
Mi hermana, costurera, sube soberana
desde la profunda oscuridad bajo las raíces
y me remienda la ropa en abril. Y yo me quedo
con mi verde paciencia bajo la lluvia en invierno.
Me honra, dice él, llevando puestos
mis dedos cada vez más marrones y frágiles,
ceñidos a su brillante cabellera. Y canta.
Mi silencio corona la canción.
De Salir con pavos reales (1988-1994)
LA VERTIENTE DEL PACÍFICO
Me encanta eso, «la vertiente del Pacífico», veo
el atigrado granito gris de las Sierras
y el pedregal plateado de las Cascadas, vastas curvas
y descensos hacia el oeste hasta la avena y los robles
de los valles, llegando a lo más alto en la Cadena Costera,
enmarañada luego en ceanothus y gaultherias, y por fin
cayendo a pico en riscos, dunas, laderas
agradables bajo la niebla o el sol hacia el mar.
A BORDO DEL TREN «ESTRELLA COSTERA»
Vi cómo se elevaban los blancos pelícanos
desde las aguas de la mañana
en el ancho valle, en la ida.
Vi cómo los árboles blancos de nieve
se elevaban en silencio sobre las nubes
en las profundas montañas, en la vuelta.
Pesado, noble, solemne el gesto
de las alas, las ramas,
un texto blanco sobre la destrucción.
DORMIR CON GATOS
En la suavidad de la oscuridad son
cálidos bultos de silencio.
No hay especies.
El ronroneo se repite.
DESPERTAR. DOS POEMAS
I
A la deriva por el río de los frescos
y oscuros vientos de abril
que interrumpen las cascadas de los trinos
de los pájaros, llego a la luz del día.
