En busca de mi elegía - Ursula K. Le Guin - E-Book

En busca de mi elegía E-Book

Ursula K. Le Guin

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Beschreibung

Aunque es internacionalmente conocida y por su ficción, Ursula K. Le Guin comenzó a escribir poesía en 1959 y nunca dejó de hacerlo. En busca de mi elegía reúne el trabajo de su vida, ofrece una selección de lo mejor de sus seis volúmenes anteriores de poesía y presenta un poderoso grupo de poemas, a la vez terrenales y trascendentes, escritos en la primera década del siglo XXI. Fruto de más de medio siglo de escritura, los setenta poemas seleccionados y los setenta y siete nuevos consideran la guerra y la creatividad, la maternidad y el mundo natural, y brillan con humor y vívida belleza. Estas conmovedoras obras de arte son un ajuste de cuentas con toda una vida.

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Veröffentlichungsjahr: 2023

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Ursula K. Le Guin

En busca de mi elegía

Poesía 1960-2010

I

DESENFRENADA FORTUNA

Poemas escogidos, 1960-2005

De Ángeles desenfrenados (1960-1975)

OFRENDA

Se me ocurrió un poema al quedarme

dormida anoche, me desperté

con el sol, no me acordaba de nada.

Si era bueno, dioses

de las grandes tinieblas

donde acaba el sueño y acaba

también la muerte, los sin nombre,

como una sincera ofrenda

aceptadlo.

ELEGÍA A RHEGED

Espino helado,

norte gris, colina blanca.

El invierno envuelve

los juncos, los ríos. Todo

está detenido.

¿Quién ha regresado

en la cruda estación

a la tierra natal?

El fuego ardía

aquí. Bajo la tierra helada

y la blanca escarcha,

aquí estaba el hogar.

De todos los hijos

perdidos solo yo logré

regresar. ¡No lo elegí

yo! Yo elegí cantar.

El papel de la alondra,

del bardo. El ala, la voz,

deben bajar, detenerse.

La alondra a la tierra,

yo al hogar

bajo la colina helada.

Mi sangre no es la de un noble

sino la de un siervo

ligado a la tierra.

Detente. Detente.

El viento del invierno

envuelve el ojo, la mano.

¿Quién recordará?

La tierra natal,

la tierra conyugal,

la casa del verano.

¿Quién alabará

el trabajo, la bondad,

la mesa puesta,

el hogar de piedra?

En los días fríos

de finales de diciembre

en el muerto Rheged

solo quedo yo.

El viento del invierno

envuelve la mano, la lengua.

Las canciones se cantan.

No arde ningún fuego.

Pero regreso

a la tierra invernal

tras haber elegido

el arte tosco,

el vínculo de las cosas,

de la piedra, la tierra.

Estoy obligada a quedarme

bajo el espino

helado, junto al hogar

apagado, y cantar.

ALLÍ

Plantó los olmos, los eucaliptus,

el pequeño ciprés, y los regaba

en los largos anocheceres del verano,

de manera que en la tierra seca

el crepúsculo era un ruido de agua. Hace años.

Los amarilis siguen desplegando sus rígidas

trompetas que arrojan ráfagas de rosa brillante

entre la avena silvestre, que nadie

riega, incontable, impávida.

¿Lo ves?: allí donde su ausencia

aguarda junto a cada árbol el anochecer,

donde las sombras son su ser ausente, allí

donde los pinos grises que nadie plantó

crecen y mueren, y el grano que nadie segó

tiñe de blanca sazón las colinas de agosto,

y se alza una vieja casa solitaria,

allí

el conjurado rostro de la ausencia

se vuelve. Allí el silencio responde. Allí

los años pueden seguir incontables, mientras veo

el atardecer ascender como el agua por las hojas,

y como siempre sobre el olmo más alto Vega

abriéndose como una blanca amapola silvestre.

En el país del dolor

solo nace realmente

(una estrella blanca, una flor blanca,

una vieja tubería que conduce el agua

hasta la raíz de los árboles

en una tierra seca)

el pequeño manantial de la paz.

ARS LUNGA

No dejo nunca de inventarme nueva gente

como si no fuera suficiente la explosión demográfica

ni tuviéramos sabe Dios cuántos terrores

y problemas, pero yo también lo sé,

de eso se trata. Nunca hay suficiente miedo

que iguale el placer, ni abismos suficientemente hondos,

ni tiempo suficiente, y siempre hay algunas

estrellas que faltan.

No es que quiera un nuevo cielo y una nueva tierra,

solo los viejos.

Viejo cielo, vieja tierra, nueva hierba.

Ni una vida después de la tumba,

que Dios me ayude, o me ayudaré yo sola

viviendo todas estas vidas

de nueve en nueve o de noventa en noventa

para que la muerte me encuentre siempre

desprotegida por los cuatro costados,

desguarnecida, indefensa,

inviolable, vulnerable, viva.

CANCIÓN

Oh, cuando era una desastrada virgencita

me sentaba a arrancarme las costras de las rodillas

y soñaba con algún treintañero

y sin hacer nada hacía lo que quería.

Una mujer se hace mayor y engendra,

tener y recibir es el femenino de vivir.

Lo sabía, lo sabía incluso entonces:

¿qué tenía yo que pudiera dar?

Un cáliz rebosante, un cuerno de abundancia

lleno de más cosas de las que puede contener,

pero la leche y la miel se acabarán,

se quedará vacío, según se hace mayor.

Más dentro que el sexo o incluso el vientre,

en lo más íntimo sigue la niña intacta,

la desastrada virgencita que se sienta y sueña

y no tiene nada que ver con la realidad.

CANCIÓN DEL TAO

Oh lento pez

muéstrame el camino

Oh verde hierba

lléname el camino

El camino que tomas

el camino que llenas

es el camino

sin duda

Oh sol brillante

ilumíname el camino

el camino correcto

el único

que nadie conoce

Si se puede elegir

es el equivocado

Cántame el camino

oh canción:

Nadie puede perderlo

demasiado tiempo

De Palabras duras (1975-1980)

INVOCACIÓN

Devuélveme mi idioma,

déjame hablar la lengua que me enseñaste.

Diré las mentiras más grandes en tu honor,

te alabaré sin pronunciar tu nombre,

obedeceré las leyes de la oscuridad y la métrica.

¡Permíteme tan solo hablar mi idioma

en tu alabanza, silencio de los valles,

orilla norte de los ríos,

tercer rostro evitado,

vacío!

Permíteme hablar mi lengua nativa

y cantaré tan alto

que las recién casadas y las viejas

bailarán al oír mi canto

y las ovejas dejarán de pastar y las máquinas

se acercarán a escuchar

en las ciudades enmudecidas

como si formaran un anillo de menhires.

¡Oh, déjame derribar cantando las murallas, Madre!

LA MENTE ESTÁ EN CALMA

La mente está en calma. Los galantes libros de mentiras

no son nunca suficientes.

Las ideas son un remolino de confusas moscas

sobre el abrevadero de los cerdos.

Las palabras son lo mío. He tallado una piedra

durante treinta años y aún no está acabada,

soy incapaz de ver esa imagen de la cosa.

No soy capaz de acabarla y liberarla,

transformada en energía.

Tallo y tartamudeo pero no canto

la verdad, como cualquier ave.

Me presento a diario al Juicio balbuciendo

la misma palabreja.

Así que ¿qué sucede? Puedo entender

que esa piedra pesa en la mano.

Las ideas revolotean como moscas sobre la bazofia.

Me apiño con otros cerdos para atiborrarme.

La mente está en calma.

LA MÉDULA

Había una palabra dentro de una piedra.

Traté de extraerla de ella,

mazo y cincel, pico y punzón,

hasta que la piedra goteó sangre,

pero aún no podía oír la palabra

que la piedra había pronunciado.

La arrojé a un lado del camino

entre un millar de piedras

y según me alejaba me gritó

bien alto la palabra al oído

y la médula de mis huesos

la escuchó, y respondió.

LA ESCRITORA AL BAILARÍN

Furtivo Señor déjame que sea franca

Déjame que sea franca furtivo Señor

Déjame que vaya de lado de lado

Déjame que vaya de lado furtivo Señor

hay puertas Señor puertas

que se abren de lado

De El baile en Tillai

EL CENTRO

Cuando el acto puro es mercería

y el anhelo incesante

es tan solo un salario,

cuando llega el día de paga:

la ridícula alma que gimotea

habría hecho mejor en correr

totalmente desnuda hacia el bosque

y bailar al ritmo del tambor.

Girando, girando,

convoca a la danza, maestro,

convoca al alma ridícula.

Haz una reverencia a tu pareja,

espalda contra espalda.

Convoca a las cometas, hermana,

y baila durante todo el Gran Año.

El único acto que es su final

es la combustión de las estrellas.

Haz dar a tu pareja vueltas y vueltas,

girando, girando.

EN THREE RIVERS, ABRIL DEL 80

Un árbol que florece en la espesura

en algún abril más allá de la historia

y más al oeste que todos los pioneros

no es para nada poca cosa

aunque no haya nadie a quien bendecir

y ninguna mujer derrame lágrimas

bajo las flores blancas.

Solo las lágrimas eran nuestras.

SLICK ROCK CREEK, SEPTIEMBRE

Mi piel

acaricia el viento.

Una crisopa acaricia mi mano.

Hablo demasiado lento

para que me entienda.

La roca está caliente bajo mi mano.

Habla demasiado lento

para que la entienda.

Bebo agua iluminada por el sol.

COLINAS INVERNALES

para Barbara

Los ojos te miran.

Los espinos te atrapan.

El corazón se asusta y gime.

Las miradas son rocas

con círculos blancos de tiza,

ojos de pez de pedernal de antiguos mares,

la mirada de oscuro pedernal de las ovejas.

La tiza es blanca como las ovejas.

Las nubes asumen la forma

y la tranquilidad de las ovejas.

Las manos del espino sujetan vellones robados.

Las piedras duermen con los ojos abiertos.

Vigila. No tengas miedo.

CUMBRE

¿Cuánto se tarda en subir la montaña?

Cuarenta años. Los guías nativos

son oscuros, pequeños, valientes, esquivos.

No aceptan los sobornos.

¿Aconsejarías

la Cara Norte?

Todas las caras

fruncen el ceño, así que elige. Los viajeros

describen su viaje, no el tuyo.

Los asideros no duran en el hielo.

Lee las rocas, su palabra perdura.

¿Y en la cima?

Te detienes.

Dicen que se alcanza a ver

la Ciudad.

No sé.

Miras abajo. Es raro

no mirar arriba, difícil estar seguro

de qué es lo que estás viendo.

Algunos dicen que la Ciudad, otros vislumbran

una lejana cordillera. Los guías se dan la vuelta.

Échate al hombro la mochila, ponte el abrigo.

Desde aquí hasta abajo no hay más rutas,

no hay objetivo, no hay caminos.

En el inmenso descenso de la tarde

puede que haya lejos entre la bruma dorada

un movimiento o un resplandor: ¿olas,

torres, cerros? Distantes, distantes.

El idioma de las piedras ha cambiado.

Una vez supe lo que significaba.

¿Cuánto se tarda en descender?

LA NIÑA EN LA ORILLA

Viento, viento, devuélveme mi pluma

Mar, mar, devuélveme mi anillo

Muerte, muerte, devuélveme a mi madre

Para que me oiga cantar

Canción, canción, ve y habla con mi hija

Dile que llevo puesto el anillo

Di que vuelo con la pluma

Caída del ala del halcón

TUI

La vida es fácil para la hija menor.

Se llama Tui, pececito en el agua.

Sus hermanos la hacen rabiar y la elogian.

Ella es obstinada y perezosa

e impulsiva. Ella y su madre

se pasan horas hablando.

«Voy a atrapar ese pececillo

—dice su padre— y freírlo en la sartén

con perejil». Ella ríe y sale corriendo.

Su vida es fácil y su nombre significa Alegría.

De Avena silvestre y adelfilla (1980-1987)

AVENA SILVESTRE Y ADELFILLA

Sueño con vosotros,

sueño con vuestros saltos,

conejo, liebre y codorniz.

Estúpida hija de inmigrantes,

pródiga, híbrida,

yo era promiscua.

Las hierbas junto a la carretera

esparcen por doquier sus semillas.

Ayuda a cruzar las grandes aguas.

Vieja, soy solo

esta tierra, de regreso

a este suelo,

una aparcera.

¡Oh mi América! ¡Mi recién fundada tierra!

Hasta las avenas silvestres

son extranjeras.

Hierbas y pirita de las colinas

de mi niñez, mi California,

permitidme ser digna

de la piedra: del polen:

la palabra pronunciada donde surge el agua:

los cuatro colores de la tierra.

Permitidme en vida sostener

y entregar antes de morir

la bolsa de las cosas silenciosas

de las seis direcciones.

Permitidme soñar,

permitidme soñar con vuestros saltos,

conejo, liebre y codorniz.

La hierba roja de las cunetas

florece, en las zonas taladas y quemadas

y los yermos de Santa Helena,

una alta, emplumada bailarina

que esparce sus semillas cenicientas.

¡Oh mi América!

Desde el hielo del norte, hogar del cuervo,

por las tierras del color del coyote

y las alturas del Sol y los imperios

del hielo del sur, la tierra de fuego,

se levantan, las Rocosas, los Andes,

el espinazo del buitre negro

clavado en una pared del granero,

la sabandija, la alimaña.

Mi cuerpo es clavo

y cóndor.

Mi aliento es bala

y pluma.

Me revuelvo, me vuelvo, me vuelvo sin moverme.

Soy mi herencia.

Al pie de la montaña una nube se posa

y mi corazón

mi corazón

se posa con ella.

Tarde he aprendido la última indicación.

Ojalá antes de morir

aprenda algunas palabras de mi idioma.

De En la zona roja. Monte Santa Helena, octubre de 1981

CAMINAR POR AQUÍ

Caminar por aquí es dejar de fingir.

¿Qué es real? El polvo gris,

un bosque muerto.

La entropía se aproxima rápidamente a su final.

¡Oh desolación!

¿Qué es real?,

dice la adelfilla al lanzar levemente

sus palabras al viento.

Caminar por aquí es dejar de fingir

que lo que hacemos tiene

alguna importancia. Menos a largo plazo

que la adelfilla, para los demás.

Para nosotros tenemos una importancia

enorme.

Que haya verano

siempre

es responsabilidad de otros

más atentos que nosotros.

No nos miran a la cara.

Los abismos de aire

están llenos de ráfagas de lluvia

entre nosotros y el cráter,

la ligera, fría lluvia del otoño.

MIENTRAS LOS ANCIANOS SE

PREPARAN PARA MATAR

La Vida Eterna está posada en la hoja

limpiándose con sus patas diminutas las alas verdes.

La Vida Eterna, un excremento de carnero,

sube enroscándose por el tallo de la cicuta.

La Vida Eterna con ojos biselados de granate

se posa en una hoja y luego en otra

de la Vida Eterna que crece de cada raíz.

Y sin embargo nos quejamos del cielo

y lo inhalamos y escupimos veneno.

La serpiente es inocente y sabia: desdeñamos

la Vida Eterna bajo el zapato.

Te ruego, hierba, regresa, borra.

Os ruego, babosa y gusano, si podéis

comer cicuta, ¿tenéis estómago para nosotros?

Te ruego, aire, perdónanos.

Te ruego, vida, olvida…

Basta.

Hay un dedo sobre mis labios

no más largo que la pata de un escarabajo.

Hay un gusanito en el vientre de mi hija

que inocente y sabio

me dice basta y no deja que haga profecías.

Casandra debe ser virgen,

como son todas las mujeres, esto lo sé,

pero en la definición del hombre; ha de hablar

a los hombres en el idioma de los hombres con la

lengua de un hombre,

y luego se negarán a escucharla

porque son capaces de entenderla.

Pero yo hablo ahora en la lengua torpe de una mujer

a un bebé que aún no ha nacido.

En ese lenguaje no existen profecías.

Dos veces engendré muerte, tres engendré vida,

sé hablar bien este lenguaje.

Sé cómo se aprende.

Bebé, bebé, que quizás nazcas,

pequeñuelo, nada temas.

Puedes oírme, niño.

Duerme y nace,

la mañana llegará,

la hierba crece verde, las mosquitas cantan,

sé bienvenido y nunca temas.

Eres la Vida Eterna,

bebé, bebé, que quizás nazcas.

Dulce hijo invernal de la hija del verano,

ve con ella, ven conmigo, ven.

PARA LA CASA NUEVA

Que se llene esta casa de olores de comida

y de sombras y juguetes y de nidos de ratones

y de rugidos de rabia y de cascadas de llanto

y de profundos silencios sexuales y sonidos

cuyo origen siempre será un misterio

y de tesoros ocultos y recuerdos y cacharros

y de corrientes como un viento cálido solo que más lentas

que agiten las hojas de los árboles y de libros y de los años de pez

de la vida de un niño, centelleando plateados

en veloces destellos, en la lenta ráfaga constante

que hace ondear un segundo las cortinas

desde ahora a todos aquellos años de entonces.

Que los alféizares y los dinteles

ofrezcan su bendición a los que pasen.

Que el tejado conozca la lluvia, no los cuartos.

Que las ventanas conozcan con nitidez

la rama y la flor del manzano.

Y que vosotros estéis en esta casa

como la música está en el instrumento.

LAS MÉNADES

Leí en algún lado

que cuando al final bajaron de la montaña

y se adentraron en una ciudad extraña, borrachas,

afónicas, medio desnudas, los ojos empañados,

con sangre seca bajo las uñas rotas

y en sus muslos jóvenes,

no dejaban de burlarse y de bromear, no dejaban

de bailar, tambaleándose y gritando, pero el sueño

las venció junto a los puestos del mercado,

cayeron allí sin poder evitarlo, agotadas, y entonces

las mujeres maduras,

respetables amas de casa,

se acercaron y se quedaron toda la noche en el ágora

en silencio

juntas

como las ovejas y las vacas en los campos al anochecer,

vigilando, observándolas

como sus madres

las habían vigilado.

Y ningún hombre

se atrevió a desafiar

ese feroz decoro.

INVENTARIO

El mapa de los afluentes del Amazonas

dibujado en azul, en el muslo derecho;

otras redes fluviales menores

en la pantorrilla izquierda.

Extremidades mucho más extremas:

huesudas, enjutas, torcidas y nudosas.

Alguna nube parduzca

se desliza por los colores del ojo,

ese viejo polluelo en su nido abolsado,

aún ávido, aún insaciable.

Sustitución de mandíbula por papada,

de las curvas por cualquier otra cosa.

Lunares, verrugas, lobanillos, tumorcitos,

un acabado desgastado, constelaciones,

aquí Géminis, aquí el Cúmulo,

las rollizas Pléyades

que salen en tropel en la noche de la piel,

una belleza variopinta: no hay nadie

que no tenga alguna Rareza en la Proporción.

Así la columna que era la cintura

encaja en la base acolchada

de las caderas y las nalgas. Faltan partes. Hay cicatrices

que sonríen suaves y pequeñas entre los pliegues

y los montículos de esa vasta campiña.

Ay, ¿acaso no tengo mis ríos y mis estrellas,

mis arrugadas cordilleras bajo el sol poniente?

Ay, ¿acaso no tengo mi Rareza?

Soy este continente,

que sigo explorando sin encontrarle límites,

hacia las lejanas playas de arena de mi mente

donde el suave oleaje y el viento borran

las palabras, los rostros… Esto

sigue siendo incesante, incesante.

Soy ese viento, ese océano.

REFLEXIÓN EN TORNO A UN MATRIMONIO

Desde mi California, mi gran país

de oro y dificultades, naturaleza,

enormes ciudades construidas sobre fallas,

sobrios, insólitos e inagotables

viñedos, valles abarrotados de visiones,

a tu Georgia de campos de tierra roja

donde todos los árboles son del mismo verde,

un arenoso silencio de huesudos pinos,

a tu Georgia de lentos ríos, tumbas,

islas, ese lugar tranquilo,

¿cómo llevar conmigo toda mi California?

Los veo llegar con los brazos abiertos,

transparentes, dispuestos a compartirlo todo,

generosos y fieles, sin guardarse nada,

los emigrantes que dejan su patria

por amor y nunca miran atrás.

Pero aunque quisiera, ¿como podría darte

California? Y tengo que vivir

allí, desgastando mis vetas de oro los arroyos.

O tú, ¿podrías tú dejar Georgia,

dejar atrás tus huesos,

y ofrecerme algo más que silencio?

Así que hemos creado estas tierras sin dueño

a base de encontrarnos donde nunca sabemos

si nos encontraremos o no,

como espías o pioneros,

a base de contarnos las novedades en voz baja

en los hondos barrancos de los sauces

en una tarde gris, en tierra adentro.

Nos conocimos en el mar, nos casamos

en un idioma extranjero: sería maravilloso

si cruzáramos a pie cada vez un continente

para encontrarnos el uno al otro

en fronteras secretas, llevando

de todos mis arroyos y oscuridades de oro

y de tus profundas tumbas e islas

una pluma

una lámina de mica

una hoja de sauce

ese es nuestro país,

y es solo nuestro.

De Las chicas de Buffalo y otras presencias animales (1987)

LA CORONA DE LAUREL

Le gustaba sentir mis dedos en su pelo.

Así que me los arrancó, se hizo una guirnalda,

y se la pone en los desfiles y concursos,

mis moribundos dedos que huelen a cocina

entrelazados en sus resplandecientes rizos.

A veces se apoya en mí durante un rato.

Aparte de eso, parece haber perdido el interés.

¡No corrí porque quisiera preservar mi virtud!

¿Qué tiene una ninfa como yo

que ver con algo que es cosa de los hombres?

Es simplemente que no estaba de humor.

Y a él le daba igual. Y me dio miedo.

Los chicos con patas de cabra ni siquiera hablan,

pero aun así saben esperar hasta que intuyen

que te apetece fornicar con un sátiro en los bosques,

revolcarte y arañar y reír… ¡Vaya si ríen!

Pobres pequeños peluditos, los echo de menos.

Cuando nos cansábamos de ese tipo de cosas

mis hermanas ninfas y yo nos poníamos a hablar,

a bromear, a pegarnos, a perseguirnos y a tumbarnos

a la espera de seguir hablando, y dormíamos

en las sombras calientes unas junto a otras

bajo las hojas, y todo era como queríamos que fuera.

Y luego los mortales cazadores de ciervos,

los furtivos, los caducifolios pastorcillos:

se detenían boquiabiertos, los ojos como platos,

siempre sin esperanzas, incluso si decidía sonreírles.

Nuevos cada primavera, como narcisos, esos chicos.

Pero por primera vez en cuarenta años conocí a un hombre

en lo alto de las colinas donde pastan las ovejas de la Arcadia.

Besé sus arrugas, los desfiladeros del tiempo en donde

tengo vedado el paso, mientras miraba sus ojos, cuya

oscuridad se nublaba y crecía, cada vez con menos vista,

hasta que murió. Fui a su entierro. Entre los aldeanos

caminé detrás de su esposa de pelo gris.

Podía haber sido la esposa del Tiempo, mi abuela.

Y luego estaban mis hermanos de los arroyos,

ay, mis amantes del río, con sus lenguas de plata,

¡tan dulces a la sed! ¡La fresca, prolongada delicia

de un río moviéndose en mí, de su fluir, fluir, fluir!

Envían a mis raíces su ternura, incluso ahora,

y lentamente la bebo de las manos de mi madre.

Eso era lo único que conocía, hasta que llegó

insensible, brillante, ardiente, seco, decidido:

una sola voluntad en vez de dos deseos que se encuentran:

sin más centro que él mismo, el Sol. Un dios

es así, supongo; ha de serlo. Pero lo cierto

es que nunca pedí conocer a un dios,

y mucho menos hacer el amor con uno. ¿Por qué pensó

que yo quería? Y cuando le dije que no,

¿cuál fue mi agravio? No puede ser difícil

encontrar a una muchacha boquiabierta

dispuesta a amar a un gran dios rubio de ojos garzos.

Eso dijo. Dijo: «Sois todas iguales».

Nos ha visto a todas; lo sabe. Así que ¿por qué yo?

Supongo que tal vez ya me tocaba

dejar de ir desnuda por ahí, y vestirme.

E hizo falta un dios para obligarme.

Madre no lo logró jamás. Así que me puse

mis medias nervadas y marrones, y mi ropa interior

de sedoso cámbium, y mi vestido verde.

Y me convertí en mi ropa, al ser lo que llevo puesto.

Dejé de correr; los vientos me hacían bailar.

Mi hermana, costurera, sube soberana

desde la profunda oscuridad bajo las raíces

y me remienda la ropa en abril. Y yo me quedo

con mi verde paciencia bajo la lluvia en invierno.

Me honra, dice él, llevando puestos

mis dedos cada vez más marrones y frágiles,

ceñidos a su brillante cabellera. Y canta.

Mi silencio corona la canción.

De Salir con pavos reales (1988-1994)

LA VERTIENTE DEL PACÍFICO

Me encanta eso, «la vertiente del Pacífico», veo

el atigrado granito gris de las Sierras

y el pedregal plateado de las Cascadas, vastas curvas

y descensos hacia el oeste hasta la avena y los robles

de los valles, llegando a lo más alto en la Cadena Costera,

enmarañada luego en ceanothus y gaultherias, y por fin

cayendo a pico en riscos, dunas, laderas

agradables bajo la niebla o el sol hacia el mar.

A BORDO DEL TREN «ESTRELLA COSTERA»

Vi cómo se elevaban los blancos pelícanos

desde las aguas de la mañana

en el ancho valle, en la ida.

Vi cómo los árboles blancos de nieve

se elevaban en silencio sobre las nubes

en las profundas montañas, en la vuelta.

Pesado, noble, solemne el gesto

de las alas, las ramas,

un texto blanco sobre la destrucción.

DORMIR CON GATOS

En la suavidad de la oscuridad son

cálidos bultos de silencio.

No hay especies.

El ronroneo se repite.

DESPERTAR. DOS POEMAS

I

A la deriva por el río de los frescos

y oscuros vientos de abril

que interrumpen las cascadas de los trinos

de los pájaros, llego a la luz del día.