En busca de una salida - Ramón Gironés - E-Book

En busca de una salida E-Book

Ramón Gironés

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Beschreibung

"En busca de una salida" es el testimonio vital y a la vez un excelente libro de autoayuda de un ser humano, Ramon Gironés, que desde la infancia encara la paulatina y progresiva pérdida de visión que le obliga a dejar su profesión de panadero, a la que se ha dedicado en cuerpo y alma, cuando llega a la cincuentena. El autor no da puntada sin hilo y ofrece apuntes biográficos, que se leen casi como un cuento, para pintar el calvario y la respuesta enérgica a la constante pérdida de la vista. Al lector no le costará "ver" que la estrategia para salir adelante en una edad en la que no pocos se han rendido, está estrechamente ligada con una de sus otras pasiones: la lucha grecorromana de la que fue subcampeón y campeón de España. La competición le dio todas las herramientas necesarias para labrarse un futuro satisfactorio cuando otros solo ven oscuridad. El libro concluye con un apoteósico canto a la vida, al amor, a la pasión y a la felicidad. Y como no, a la victoria frente al destino.

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Ramon Gironés

En busca de una salida

©2022. Ediciones Especializadas Europeas SL.

www.eeliteraria.com

Maquetación y portada: Ramon Lanza

ISBN: 978-84-122049-9-5

Reservados todos los derechos. Este libro está protegido por copyright. Ninguna parte puede ser reproducida, traducida, contenida en algún medioemp de recuperación, o trasmitida de cualquier modo o forma electrónica, mecánica, fotocopias, incisiones u otros, sin permiso escrito del editor.

Índice de contenido

Prólogo

Un sonoro bofetón

Un camino largo comienza con un primer paso

Mundo nuevo, problemas nuevos

Reconocimiento personal e injusticias

Absolutamente desconcertado

A punto de abandonar

¡Qué rápido pasa el tiempo!

El día que me caí de la parra

¿Quién era yo antes del diagnóstico?

Aceptar la realidad

¡Qué perniciosos son los nervios!

¿De qué modo me afecto el diagnóstico?

Con los cinco sentidos

En busca de la solución y una visita decepcionante

Nuestra visita a una sanadora

¿Qué hice para seguir adelante?

El bastón

Cambio de tendencia

¡La pérdida de visión es invisible!

La confusión de la gente

En la universidad

Qué vergüenza

El mundo de los ciegos y su desconocimiento

Clausura

Hitos

Índice de contenido

Portada

En busca de una salida

Ramon Gironés

Dedico este libro a mis padres porque si bien en un principio no comprendí alguna de sus decisiones, les estaré siempre agradecido por todo lo que hicieron por mí.

A mi mujer, Carme Roig, porque siempre me ha apoyado en los momentos más difí- ciles y nunca me ha escatimado su amor ni su cariño.

Por último, quiero expresar el más sincero reconocimiento a la ONCE, una casa gran- de y, a la vez, una Gran Casa que me lo ha dado todo a cambio de nada.

Prólogo

“Sin vista se puede vivir perfectamente y gozar con la misma intensidad todos los placeres y emociones que nos regala la vida”. Así terminan las memorias noveladas de Ramon Gironès. Es una magnífica síntesis para la gran familia de la ONCE, nuestra Organización, a la que él llama la Casa Gran “que me ha dado todo a cambio de nada”. Quiero agradecerle estas palabras porque como él mismo explica la gratitud es un camino que conduce a la felicidad, de quien la recibe y de quien la ofrece. Aquí, en la ONCE, somos todos para uno y uno para todos. Una felicidad que es capacidad de realización con apoyo, confianza y constancia. Y “de superar el camino con esfuerzo y voluntad”. Ramon nos relata un montón de experiencias personales en esta obra, que es un resumen de su camino desde que jugaba al fútbol y corría por el pueblo de Tarragona hasta que un maestro advirtió que al salir de clase tenía los ojos siempre enrojecidos, efecto de la degeneración macular que empezaba a manifestarse. Nunca le detuvo nada, a pesar de las dificultades y malos momentos que todo el mundo atraviesa. Y lo razona perfectamente: “Si queremos la integración, de ninguna forma podemos automarginarnos”. Ramón siempre se ha adaptado a las circunstancias. Ha sido capaz de adaptarse para superar los obstáculos. Lo hizo en los Salesianos de Barcelona, donde le internaron de joven para estudiar Bachillerato, cuando le ordenaban leer a un palmo de distancia del papel y él no podía ver las letras. Incluso se aprendía de cabo a rabo los textos de francés para seguir las lecturas como el resto de compañeros. También buscó soluciones en la Universidad, donde se graduó en Historia y una profesora le prohibió grabar las clases. Una injusticia que la docente corrigió a tiempo. O cuando hacía los exámenes oralmente en un aparte, a modo de confesionario. La actitud, dice, es la que marca la normalidad. “La esperanza genera ilusión, la ilusión da fuerza y ésta conduce a la acción”, escribe. Es una máxima que ha definido su trayecto buscando unos objetivos que “son siempre consecuencia de trabajar”. Y lo sabe bien porque “la lucha no termina nunca”. “Ni por una enfermedad ni por un accidente podemos permitirnos el lujo de amargarnos”. Ramon confiesa que la composición de este libro ha sido para él una terapia liberadora. El suyo es realismo puro bañado con una gran dosis de humor. Eso sí, nunca volverán a verlo en un gimnasio de la parte alta de Barcelona donde la discapacidad visual del compañero que le invitó le jugó una mala pasada y se mostró en la piscina “marcando paquete como una vedete del Molino”. Sin embargo, la anécdota no ha sido un impedimento para seguir nadando y hacer gimnasia casi todos los días en nuestras instalaciones deportivas. Una vida de setenta y tres años, hasta ahora, de la que se declara ser “muy feliz” con todo lo que le ha ocurrido. ¡Así es la vida!, proclama. Una vida densa e intensa. Es una gran lección vital, escrita de forma intimista y muy cercana, con sencillez. La historia de Ramón, un luchador, un soñador que se lo ha trabajado mucho. Lea este libro. Lo recomiendo. ¡Se graba en el corazón con una sonrisa!

Enric Botí Delegado territorial de ONCE Cataluña

Un sonoro bofetón

Pasaba el tiempo y cansado ya de tantas visitas rutinarias al centro oftalmológico de siempre y de las respuestas habituales de sus mejores profesionales, en cuanto me di cuenta de pequeñas variaciones que progresivamente empeoraban mi visión, lo discutimos en casa y decidimos visitar a otro especialista de prestigio similar. Necesitábamos otra opinión profesional capaz de renovar mis esperanzas. Quién sabe, quizás la ciencia había hecho algún descubrimiento para solucionar mi problema, pensamos. Desde hacía tiempo, me parecía que paulatinamente iba perdiendo visión. Nunca me ha gustado hacer comentarios alarmantes para no preocupar a la familia y no recuerdo exactamente cuál fue mi comentario en aquellos momentos. El caso es que una semana después, con Carme, mi mujer, estábamos en la consulta de un nuevo especialista.

Ya en el despacho del doctor, le conté cuál era mi estado de ánimo: estaba cansado de tantas visitas y revisiones oftalmológicas estériles y le pedí que me dijera la verdad y si todavía podía conservar alguna esperanza.

Hechas todas las pruebas que creyó oportuno, me pidió el historial de los demás especialistas para saber cuál había sido la evolución. A continuación, concretamos una nueva cita. Mientras, estudiaría toda la información que habíamos aportado, así podría desarrollar un diagnóstico más fundamentado y ofrecerme una orientación más precisa. No sé si ese doctor era igual de claro con todos los pacientes, pero, conmigo, ya no podía serlo más. Y escuché la sentencia:

–Como muy bien le habían diagnosticado anteriormente, sufre una degeneración macular. Durante muchos años se ha mantenido estable; en este momento, sin embargo, la degeneración es mucho más severa. La ciencia no tiene respuesta para su caso y nosotros tampoco. Ojalá me equivoque, pero, en poco tiempo, se puede quedar ciego.

Ésta era una respuesta posible que en casa contemplamos durante mucho tiempo, pero todos evitábamos hacer cualquier comentario al respecto dada su gravedad.

Me quedé helado, con la mente en blanco y mudo, bajo la mirada atenta y paternal del doctor. Sólo un tierno abrazo de Carme me hizo recordar que no estaba solo. Probablemente ninguno de nosotros estaba preparado para recibir un golpe tan desolador. Y yo tampoco. Carme, sin decir palabra, me transmitió todo lo que necesitaba saber. Ella siempre estaría a mi lado para ayudarme cuando fuese necesario. Fue un momento denso, intenso, entrañable y difícilmente olvidable. Como los sentimientos son imprevisibles, se produjo un intercambio de frases sencillas y tiernas:

–El momento más doloroso de mi vida será cuando no pueda contemplar tu cara, le dije espontáneamente.

Con los ojos brillantes, la respuesta de Carme no podía ser más bonita:

–Eso es una suerte para mí, así siempre me tendrás presente más joven que nadie.

Después de escuchar las palabras del doctor, moralmente hundido, no podía ni quería imaginar un futuro sin imágenes.

Dentro de mi cabeza se mezclaban un montón de sentimientos extraordinariamente confusos. Se combinaba la total incredulidad con la certeza absoluta, el miedo y la valentía, los momentos lúcidos y los de confusión. Tenía miedo. Más que miedo, terror. O quizás era pánico a la ceguera. Sin embargo, desde el principio sabía que tenía que luchar. Según los especialistas, a pesar de ser imposible revertir la enfermedad, era necesario normalizar la situación. El principal conflicto estaba dentro de mí y tan sólo yo mismo podía neutralizarlo. ¿Cómo debía hacerlo? No soy la primera persona ni tampoco seré la última a la que se le comunica un diagnóstico inesperado y traumático. Tras la primera sorpresa, había que readaptarse para superar el trance de la mejor manera posible.

Con un futuro tan negro, nunca tan bien dicho, sin una brizna de esperanza, no sabía cómo hacerlo para reunir una nueva fuerza capaz de crear ilusión. El propio doctor me dijo:

–Si observamos nuestro entorno, podemos encontrar infinidad de peores casos que el tuyo. La mayoría de estas personas han conseguido superarlos o, al menos, encontrar la forma de dejar el problema en un segundo plano. Entonces, para empezar, haríamos bien en recordar aquellas sabias palabras: “Si un problema tiene solución, no hace falta preocuparse; y si no la tiene, ¿por qué tienes que preocuparte. Te digo esto porque como la esperanza no se agota en sí misma, es necesario renovarla. La esperanza genera ilusión; la ilusión da fuerza; la fuerza conduce a la acción y la acción nos llevará directamente a la recuperación física y anímica”.

Tal y como se puede ver, los consejos no podían ser más motivadores y al tratarse de razonadas reflexiones de un profesional acreditado, debía tenerlas en cuenta. Debéis comprender cómo es la lógica de las palabras pronunciadas en el momento más oportuno y cuál es la fuerza que pueden generar: la esperanza es una respuesta que debemos tener siempre a mano, ya que genera ilusión. Con ilusión conseguiremos la fuerza, y con ésta activaremos el cuerpo. Y con la acción del cuerpo, combinada con el potencial de la mente, puede llegar la recuperación. ¡Fantástico! Sin salir de la consulta, ese doctor, con su diagnóstico, me había dejado completamente hundido. Minutos después, apareció la persona que hasta ese momento se había mantenido oculta bajo la bata blanca. A partir de ese instante, por la misma boca y con un tono paternal, empezaron a brotar palabras de consuelo y de esperanza. Sin lugar a dudas, consiguió cambiar completamente mi estado de ánimo y también el de Carme.

¿Vale la pena ser positivos? ¡Por supuesto! Naturalmente, una cosa es la teoría y la otra la práctica. ¿Cómo conseguir hacer realidad un sueño como este? ¡Ya hablaremos de ello! Al menos, antes de salir del despacho, el doctor ya nos había inoculado una buena dosis de optimismo. Y en momentos de desesperación, es una habilidad que el paciente agradece mucho.

Un camino largo comienza con un primer paso

Mi nombre es Ramón. Tengo setenta y tres años y estoy casado con Carme Roig desde hace cincuenta. Hemos tenido tres hijos extraordinarios y tres nietos que nos dejan boquiabiertos. Soy extrovertido, físicamente fuerte, con una mente suficientemente clara para seguir realizando las numerosas actividades que me permite mantenerme en forma y ocupado buena parte del día.

Antes de que el tiempo borre mis recuerdos y con ellos mis vivencias, he pensado plasmarlos por escrito y poder compartirlos con vosotros. Desearía, si fuera posible, que la lectura os sirviera de distracción. Al mismo tiempo, si resulta provechoso para ti o para otras personas, mucho mejor. Lo que leerás o escucharás, forma parte de un conjunto de experiencias personales, positivas y negativas, que me han ayudado a crecer, algunas de las cuales he tenido la oportunidad de explicarlas a amigos o en reuniones familiares. Sin embargo, aunque pueda parecer extraño, no serán pocos los que las conocerán al leerlas o escuchar este relato. Hasta ahora no había encontrado el momento oportuno de desvelarlas porque estaba convencido de que no interesaban a nadie

Más de una vez había oído decir a la gente mayor: “El pasado, pasado está”. Era una forma de borrar posibles errores, de intentar cicatrizar viejas heridas y de olvidar la historia. No vayas a creer que este momento ha llegado espontáneamente. ¡Ni mucho menos! Todo fue fruto de una larga conversación, mantenida con un viejo amigo de la infancia. Según él, no era corriente efectuar todo lo que había llevado a cabo, ni con las condiciones que había tenido que hacerlo, ni tampoco llegar a donde había llegado. Entonces, me dijo:

–¡Tienes que escribirlo! Puede haber otras personas que se encuentren en las mismas circunstancias sin saber qué hacer. ¡Quién sabe! Puede que después de leer tu relato, se vean capaces de salir del pozo para caminar en la buena dirección.

Si he de ser sincero, aquella conversación me hizo pensar mucho más de lo que podía imaginar. Sin mucho esfuerzo, empezaron a brotar infinidad de recuerdos, en forma de cascada mágica, llena de vivencias. En ese momento, todo yo era un interrogante. Dudaba muy en serio si sería capaz de trasladar toda aquella información al papel. Cuando por fin logré hacerlo, para mí fue como una terapia. De repente, sin proponérmelo, me sentí completamente liberado de un peso que me había angustiado durante muchos años. El relato gira en torno a un viejo problema que se descontrolaría en la edad adulta. Por esta razón os puede sorprender ver cómo en un primer momento lo encajé y cómo de forma rápida cambiaría mi vida. A pesar de ser tan importante como sorprendente lo que me pasó, podremos ver cómo a veces unas cosas son consecuencia de otras, por lo que, para hacer lo todo más comprensible, deberemos hurgar un poco en los recuerdos de la infancia.

Del mismo modo, se pueden dar coincidencias entre vosotros y yo mismo relacionadas con los problemas del día a día o con la forma de resolverlos. También podemos compartir las dudas, las situaciones angustiantes, los momentos divertidos y los sentimientos reprimidos. Todo esto puede ayudar a despertar cierta empatía o comprensión, tanto entre aquellos lectores que se encuentren en la misma situación como entre los que hayan iniciado la lectura por simple curiosidad. Cada persona es cómo es. Para hacerse una idea de mi carácter, no estará de más explicar que toda la vida he hecho deporte: atletismo en el colegio, después, durante muchos años, lucha, más adelante equitación y carreras de maratón. Actualmente sólo hago natación y gimnasia para mantenerme en forma. Para poder practicar de forma continua cualquiera de estas especialidades, es necesario un gran sacrificio, mucha disciplina para no dejar los entrenamientos y ganas de superación para alcanzar los objetivos que cada uno se haya marcado. Se debe ser consciente que nada es fácil y que cuando se consigue un objetivo siempre es consecuencia del trabajo, nunca de la casualidad.

Pienso que esta mentalidad me ha ayudado a superar muchos obstáculos Antes de hablar de este problema que me ocasionó un cambio tan importante en mi vida, me gustaría contar algo sobre mi infancia. Después, quisiera ser capaz de explicar cómo a partir de un momento determinado, cuando pensaba que ya tenía la vida solucionada, me vi obligado a empezar y planificarlo todo de nuevo. Fue a consecuencia de tener la perspectiva de perder un sentido tan importante como la vista. Para un adulto es muy complicado afrontar esta situación, si se tiene en cuenta que la etapa anterior se había dado de forma natural, evolucionando plácidamente desde la niñez a la edad adulta durante un recorrido más o menos largo.

En cambio, el punto desde el que os propongo acompañarme, lo hacía cargado con la mochi la llena de experiencia y de emociones, y convencido hasta ese momento de haber encauzado la vida de forma segura y correcta. Cuando venimos a este mundo, nadie nos indica la fecha de caducidad. Si durante la vida sufrimos un accidente o nos sobreviene una desgracia, tampoco podemos saber el tiempo que nos queda. En una situación tan incierta, con todos los interrogantes que se desee añadir, hay que volver a empezar. Para revivir este proceso, me comprometo a recordar y rehacer el mismo camino, de la manera más fiel posible, con vuestra compañía. También veremos lo complicado que es seguir los consejos dados con toda la buena fe del mundo por las mismas personas que en su momento, encontrándose en las mismas dificultades que yo, fueron incapaces de seguirlos. De modo que cuando se trata de salir de un pozo tan profundo sin disponer de una fórmula mágica, hablaré de cómo aprovechar cualquier oportunidad, por escasa que sea, para mejorar nuestro estado. La mejor ayuda es la que puede prestarse uno mismo.

A veces uno puede caer en la angustia, en la frustración o en la desesperación. En tal caso, no podemos echar la culpa a los demás de lo que nos ha pasado. Ni tampoco creer que ellos tienen toda la responsabilidad de lo que nos está ocurriendo, exigiéndoles una solución. En el peor de los casos, si nuestra situación es irreversible, es decir, no podemos volver al punto de partida, tampoco podemos quedarnos arrinconados socialmente. Por una razón muy simple: la gente que nos ama sufre por nosotros y debemos intentar evitar este sufrimiento. La lucha no termina nunca y, en este mundo, quien no se adapta, desaparece. Así pues, para mantener la esperanza y con la voluntad de conseguir la fuerza necesaria para iniciar la lucha, me iba planteando retos a corto y largo plazo, entre ellos, aprender Braille, realizar un curso intensivo de informática, prepararme para entrar en la Universidad. Más a largo plazo, utilizar el bastón. Ésta, como podremos ver en su momento, es una decisión bastante más complicada de lo que nadie se puede imaginar. Antes, sin embargo, había que superar los obstáculos que día a día encontraba por el camino. A partir de ese momento, mi vida cambiaría como cuando se da la vuelta a un calcetín: poco a poco, me relacionaría con un entorno completamente diferente al que estaba acostumbrado, incorporaría nuevas amistades a mi vida y cambiaría los hábitos para adaptarme a la nueva etapa. El cambio se presentaba tan drástico en todos los aspectos que incluso una costumbre tan normal como dormir de noche y estar activo durante el día, hasta ese momento sólo había podido hacerlo en tiempo de vacaciones o algunos fines de semana. Es decir, sin habérmelo propuesto, me veía inmerso en un proceso de cambio físico, mental, emocional y ambiental. Me pasé a otro sector laboral y empecé la carrera de Historia. Años después, abandoné la Universidad con la licenciatura bajo el brazo. Al mismo ritmo que me zafaba de todos los obstáculos, desaparecían los fantasmas del pasado. Ni que decir tiene que el problema físico seguía presente, pero como podréis comprobar, el hecho de haberlo asimilado, me permitía ver las cosas de forma muy diferente.

Cuando estamos bien jodidos, por mucho que nos quieran convencer de que saldremos adelante, nos negamos a admitirlo. En los momentos de tanta dificultad, nos iría bien pensar que como nadie puede ser eternamente feliz, tampoco puede ser eternamente desgraciado. Este detalle debería tenerse siempre presente. La perfección, si bien es deseable, no es posible en ningún terreno: todo se puede mejorar. El ser humano tiene la capacidad de adaptarse a cualquier situación por complicada que sea. Si algo positivo nos cae del cielo, hay que aprovecharlo. Al menos, no podemos esperar sin límite a que se produzca un milagro. Todos tenemos la capacidad de aprender y evolucionar para salir adelante. A mí me han sido muy útiles todos los aprendizajes, lo que me ha permitido recordar a menudo las palabras del abuelo cuando me decía: “Estudia y trabaja. El saber no ocupa lugar”. Por eso, cada vez admiro más a las personas que son capaces de hacer lo mismo que yo en circunstancias más adversas. Al escribir mis vivencias, no pretendo hacerlo con la idea de servir de ejemplo a nadie: cada persona es un mundo, las problemáticas personales son muy variadas y las circunstancias diferentes. Son muchos los que escriben, y algunos lo hacen muy bien, utilizando su imaginación. En mi caso, a la hora de escribir le pongo voluntad y en vez de la imaginación utilizo la memoria.

Si empiezo a explicaros anécdotas de mi vida adulta sin saber nada de la larga etapa anterior, puede que no os resulte suficientemente comprensible. Por esta razón retrocederemos un poco en el tiempo y así, al conocer los orígenes, os resultará más fácil comprender cuál ha sido la evolución de todo ello. Cuando aún no habia cumplido los seis años, mis padres decidieron abandonar la dura vida del campo en La Fatarella, de donde son todos nuestros antepasados, para trasladarse a la población cercana de Flix, donde mi padre entraria a trabajar en la industria química. Al cumplir los ocho años, la familia creció con un nuevo hijo. Un año después se disparó una alarma absolutamente inesperada cuando el maestro, al observar una anomalía en mi visión, la comentó a mis padres: