En torno al hombre - José Ramón Ayllón - E-Book

En torno al hombre E-Book

José Ramón Ayllón

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Beschreibung

Este libro ha hecho atractiva la Filosofía a numerosas promociones de Bachillerato. De ahí su constante reedición. Y es que ha nacido después de mil intentos de explicar con amenidad las preguntas esenciales. Se centra, sobre todo, en esas cualidades que hacen del hombre algo más que un mono con pantalones. De ese hombre que plantea la lucha por la vida con el esfuerzo y la belleza de un deporte. Por eso es, en gran medida, un texto de Antropología y Ética. Somos carne, sudor, vísceras, dientes..., y sobre todo somos el lúcido habitante de esa casa bioquímica. Nos han dicho que el ser humano es un paquete de átomos, una sombra que pasa, un pobre loco que representa su papel sobre el escenario de la muerte. Pero tenemos labios y voz para besar y cantar, y sospechamos que la vida no tiene punto final. El debate en torno al hombre queda abierto desde la primera página.

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Seitenzahl: 434

Veröffentlichungsjahr: 2023

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JOSÉ RAMÓN AYLLÓN

EN TORNO AL HOMBRE

Decimotercera edición

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2012 by JOSÉ RAMÓN AYLLÓN VEGA

© 2016 by EDICIONES RIALP, S. A.

Colombia, 63 - 28016 Madrid (www.rialp.com)

Primera edición: abril 1992

Decimotercera edición: noviembre 2016

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Realización eBook: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-4737-1

ISBN (versión digital): 978-84-321-6028-8

ÍNDICE GENERAL

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

I. EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

1. LA EQUIVOCACIÓN DE ALICIA

2. CANCHA PARA LA FILOSOFÍA

3. ALGUNOS EJEMPLOS

4. FILOSOFÍA Y CIENCIAS PARTICULARES

5. ALCANCE DE LOS CONOCIMIENTOS CIENTÍFICOS Y FILOSÓFICOS

CICERÓN: las ventajas de la Filosofía

II. EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

1. CIENCIA Y CIENTIFISMO. ÜPTTMTSMO Y DESENGAÑO

2. LA CUESTIÓN DEL SENTIDO

3. DESCARTES: EL PRECIO DE LA EXACTITUD

4. COMTE: BALANCE DEL POSITIVISMO

5. REALIDADES EXTRACIENTÍFICAS

III. LA MATERIA Y LA VIDA

1. PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

2. UN PROBLEMA GENERAL: LOS REDUCCIONISMOS

3. UN PROBLEMA CONCRETO: EL REDUCCIONISMO MECANICISTA

4. CONSIDERACIONES FILOSÓFICAS SOBRE EL SER VIVO

5. EL «CENTRO DE CONTROL» DEL SER VIVO

6. SERES VIVOS Y MÁQUINAS

7. ASPECTOS FILOSÓFICOS DE LA HIPÓTESIS EVOLUCIONISTA

8. EVOLUCIÓN Y CREACIÓN

9. CIVILIZACIONES EXTRATERRESTRES

RUPERT SHELDRAKE: el misterio del transistor

IV. EL HOMBRE: ANIMAL RACIONAL

1. CONSTITUCIÓN SUBJETIVA

2. LO RACIONAL Y LO ANIMAL: DE SÓCRATES A KANT

3. SENTIR Y ENTENDER

4. CONDUCTA ANIMAL Y CONDUCTA HUMANA

5. LA INTELIGENCIA INSTRUMENTAL

6. LA INTELIGENCIA DEL HOMBRE PRIMITIVO

7. INTELIGENCIA Y CIRCUNSTANCIAS

8. INTELIGENCIA Y LENGUAJE

9. EN LOS LÍMITES DE LA ANTROPOLOGÍA: PLATÓN

ALEJANDRO LLANO: el lenguaje de los simios

V. LOS CAMINOS DEL CONOCIMIENTO

1. EL CEREBRO

2. EL PROBLEMA PSICOFÍSICO DE LA SENSACIÓN

3. MENTE Y CEREBRO

4. CEREBRO Y CONDUCTA HUMANA

5. ¿PUEDE PENSAR UN ORDENADOR?

6. LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

7. EL FAMOSO EXPERIMENTO CHINO

8. LA IMAGEN Y EL CONCEPTO

9. LÓGICA Y VERDAD

VI. LA CORRUPCIÓN DE LA VERDAD

1. OPINIONES Y CERTEZAS

2. SUBJETIVISMO Y VERDAD

3. CARÁCTER CONTRADICTORIO DEL SUBJETIVISMO

4. LA VERDAD NO DEPENDE DE LA MAYORÍA

5. LA MULTINACIONAL DEL TÓPICO

6. FORMAS Y FINES DE LA MANIPULACIÓN

SHAKESPEARE: razones en torno a un asesinato

VII. LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

1. NOCIÓN Y CLASES DE LIBERTAD

2. POR LA LIBERTAD EL HOMBRE ES CAUSA DE SÍ MISMO

3. LA LIBERTAD NO ES ABSOLUTA

4. LA LEY NO SE OPONE A LA LIBERTAD

5. ESPONTANEIDAD Y AUTODOMINIO

6. LA ELECCIÓN DEL MAL

7. LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

8. LAS CONCEPCIONES LIBERAL Y MARXISTA DE LA LIBERTAD

MIGUEL DELIBES: ser libre sin ser libre

VIII. LA SOCIEDAD

1. NOCIÓN Y ORIGEN

2. LA SOCIEDAD CONYUGAL

3. AUTORIDAD Y LEY

4. EL RESPETO A LAS LEYES

VACLAV HAVEL: la misión del gobernante

ARISTÓTELES: dimensión educativa de las leyes

IX. EL BIEN COMÚN

1. NOCIÓN

2. EL BIENESTAR MATERIAL

3. LA PAZ

4. LOS VALORES

5. EL PERMISIVISMO

6. DEBERES RESPECTO AL BIEN COMÚN

ONU: Declaración universal de derechos humanos

MIGUEL DELIBES: el mundo en la agonía

EDITH STEIN: bien particular y bien común

X. EL SELLO DEL ARTISTA

1. UNA CUESTIÓN INEVITABLE

2. LO QUE SE DESPRENDE DE LA CONTINGENCIA

3. EL PRIMER ARGUMENTO RACIONAL

4. LA METÁFORA CARTESIANA

5. OBJECIONES

TATIANA GORICHEVA: mi conversión

MARTÍN DESCALZO: la sordera de Dios

XI. SENTIDO Y SINSENTIDO DE LA VIDA

1. ESTOICISMO Y COMEDIA HUMANA

2. LA BUENA VIDA Y LA NOCIÓN DE BIEN

3. MÁS ALLÁ DEL RELATIVISMO

4. MUERTE Y SENTIDO DE LA VIDA

5. ADOLESCENCIA Y SENTIDO DE LA VIDA

XII. LA LEY NO ESCRITA

1. NOCIÓN Y ORIGEN

2. DEMOSTRACIÓN

3. UNIVERSAL Y OBJETIVA

4. CONSECUENCIAS DE SU TRANSGRESIÓN

5. LEY NATURAL Y LEYES HUMANAS

6. LA LECCIÓN DE NUREMBERG

GANDHI: autodefensa en el proceso de 1921

XIII. EN CONCIENCIA

1. CUANDO SE PUEDE PERO NO SE DEBE

2. LA MALA CONCIENCIA

3. ANÁLISIS DE UN CASO PRÁCTICO: RASKOLNIKOF

GUSTAVE THIBON: conciencia moral y ley del mínimo esfuerzo

XIV. DAR EN EL BLANCO

1. LA CONDUCTA ÉTICA

2. DE LA TEORÍA A LA PRÁCTICA

3. PRINCIPALES OBSTÁCULOS

SENDER: problemas de altura y distancia

XV. A CADA UNO LO SUYO

1. JUSTICIA Y DERECHO

2. ALTERIDAD Y EXTERIORIDAD

3. JUSTICIA CONMUTATIVA

4. LA JUSTICIA DEL GOBERNANTE

5. LOS LÍMITES DE LA JUSTICIA

PAUL JOHNSON: la falacia del marxismo (enero 1990)

GEORGE BUSH: una deuda impagable

XVI. ¿QUÉ SIGNIFICA SER FUERTE?

1. DEFENDER O CONQUISTAR LO QUE VALE LA PENA

2. EL FUERTE ES COHERENTE, PRUDENTE Y JUSTO

3. LA RESISTENCIA Y EL ATAQUE

CERVANTES: una valentía equivocada

XVII. EL PLACER Y LA FELICIDAD

1. EN TORNO A UNA DEFINICIÓN

2. LOS DESEOS ORGÁNICOS

3. CONTROL Y DESCONTROL: CONSECUENCIAS

4. LA SEXUALIDAD FREUDIANA

5. LA PRESENCIA DEL DOLOR

6. UN PRECIO OBLIGADO: LA RENUNCIA

7. EL AMOR Y SUS ALAS

AGUSTÍN DE HIPONA: la confesión de un hombre corrompido

E. GILSON: la felicidad inalcanzable

CUESTIONES PARA DEBATIR

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

ÍNDICE ONOMÁSTICO

DICCIONARIO DE FILÓSOFOS

DICCIONARIO DE TÉRMINOS FILOSÓFICOS

AUTOR

CAPÍTULO PRIMERO

EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

«Quedé desfallecido de escudriñar la verdad.»

SÓCRATES.

1. LA EQUIVOCACIÓN DE ALICIA

Alicia estaba sentada a la orilla del río. Era una tarde calurosa y aburrida, pero de pronto sucedió algo inesperado: apareció un conejo blanco con ojos rosados. Vestía chaleco y llevaba prisa. Mientras consultaba su reloj de bolsillo iba diciendo: «¡Dios mío, qué tarde voy a llegar!».

Hay algo en lo que todos los grandes científicos se parecen a Alicia. No es normal que los conejos hablen, y ahí empezó la insólita aventura de la niña que siguió al conejo, se coló por su madriguera y entró en el país de las maravillas. Los conejos no hablan, pero el de Alicia hablaba; tampoco parece que las piedras puedan hablar, pero los científicos, igual que Alicia, observan lo contrario. Galileo aseguraba que el Universo es un gran libro, abierto ante nuestros ojos, escrito en el lenguaje de las matemáticas y de la geometría; y que si dominamos ese lenguaje tendremos acceso a un mundo mucho más sorprendente que el descrito por Lewis Carroll.

De la mano de Copérnico, Kepler, Brahe, Bruno, Galileo, Newton y hombres como ellos que se aplicaron a un infatigable trabajo de observación y cálculo, se nos ha hecho patente que el Universo es un gigantesco país de las maravillas. La madriguera por la que penetraron en este nuevo país fue el objetivo del telescopio, y ayudados por el lenguaje de los números empezaron a explorar lo desconocido y a registrar descubrimientos asombrosos:

Que la Luna se mueve alrededor de la Tierra a la velocidad de una bala de cañón (1 km/s); y que sigue a la Tierra en sus 365 días de órbita solar a una velocidad de 30 km/s; es decir, ambas recorren más de dos millones y medio de kilómetros diarios. También hemos llegado a saber que el sol, con todo su cortejo de planetas, camina incesantemente a la velocidad de 20 km/s, sin apartarse lo más mínimo de su ruta: una inmensa órbita elíptica alrededor de la constelación Sagitario, que repite cada 150 millones de años.

Sabemos también que nuestra galaxia, la Vía Láctea, tiene forma de disco, y que la luz tardaría cien mil años en atravesar su diámetro. La galaxia más cercana es Andrómeda, a dos millones de años luz. Con estos datos nos podemos hacer una idea de cómo debe ser un Universo en el que ya hemos descubierto diez mil millones de galaxias semejantes a la Vía Láctea, cada una con cuatrocientos mil millones de estrellas semejantes al Sol, con sus respectivos y obedientes satélites.

Pero aquí no termina todo: sólo hemos dado cuatro datos insignificantes. Lo que hace aumentar nuestro asombro es descubrir que estas cifras inverosímiles son similares a las que rigen el mundo microfísico, donde los electrones se mueven a velocidades que darían la vuelta a la Tierra en pocos segundos, o los protones que podría recoger una simple cuchara pesarían veinticuatro millones de kilos; o donde las moléculas de una piedra cualquiera se mueven a 1.000 km/h.

La Biología, a su vez, tiene mucho que decir en este terreno de lo increíble. Para darnos cuenta de la velocidad con que se forman y ensamblan las células de un mamífero en los meses de gestación, bastaría señalar lo que duraría esa gestación si se formara y acoplara una célula cada segundo: varios millones de años.

Cuando el biólogo se sienta a comer y toma una sopa de letras, su boca nunca se traga un texto coherente. Es impensable que la cuchara pueda topar con un lugar de La Mancha, o con que Gallia est omnis divisa in partes tres, y mucho menos con las biografías de Cervantes o de Julio César. Y si se cocinase una sopa enorme para alimentar a todo un pueblo, aún sería más impensable que aparecieran íntegras las andanzas de Don Quijote o del general romano.

Sin embargo, el mismo biólogo sabe que el insecto más insignificante es una sopa de células en número incomparablemente mayor al de las suculentas letras. Y que esas células componen un «texto» de una coherencia máxima, que se repite con exactitud en cada uno de los millones de individuos de esa especie.

Si aplicamos la metáfora de la sopa al conjunto de cuerpos celestes que integran el cosmos, volvemos a encontrar a escala macrofísica el mismo orden que observamos a nivel microfísico. Un orden para el que resultan insuficientes nuestros adjetivos, pues está, como señaló Einstein, más allá de la capacidad de nuestra imaginación.

El propio Einstein se percató —como todos los grandes científicos— del contrasentido que supone la inteligentísima configuración de un Universo compuesto por multitud de seres no inteligentes: «Yo considero la comprensibilidad del mundo como un milagro o un eterno misterio, porque a priori debería esperarse un mundo caótico, que no pudiera en modo alguno ser comprendido por el pensamiento.» El famoso físico añadirá también que «éste es el principal punto débil de los positivistas y de los ateos profesionales».

Si Lewis Carroll hubiera sido un gran científico, habría reconocido que el auténtico país de las maravillas es el mundo real, mucho más rico e inverosímil que cualquier otro mundo imaginado. También Colón estuvo en América sin sospechar que aquello era América; la equivocación de Alicia fue del mismo estilo.

2. CANCHA PARA LA FILOSOFÍA

El mundo está lleno de aspectos asombrosos. «Una de las cosas que siempre me ha asombrado del baloncesto es que si piensas en ello, ves que realmente es un juego estúpido: tratas de introducir una pelota en un pequeño aro. Pienso en la cantidad de horas que he gastado haciendo eso y todavía no puedo creerlo» (Larry Bird).

Sin embargo, hay realidades infinitamente más asombrosas que el baloncesto, aunque las multitudes no suelen apreciarlas y, por tanto, no disfrutan de ellas como lo hacen en los estadios. El país de las maravillas no es el de Alicia sino el nuestro, nuestro pequeño mundo, nuestro Universo. Pero hay que saber descubrir sus maravillas.

El mismo hecho de ser es quizá lo más asombroso que puede aparecer ante nuestros ojos. ¿Por qué el ser y no la nada? Ser significa haber sido arrojado a la existencia. Pero ¿por qué?, ¿por quién?

También el hecho de ser hombre es, para el hombre, cuestión más que problemática. Podríamos escribir durante horas cómo son nuestros amigos o las ciudades que conocemos. Pero ¿qué podríamos decir si nos preguntan qué significa ser hombre?

No existen preguntas más profundas, y de su respuesta dependerá el personal modo de ser, de obrar y de entender la vida. Vernos como hijos de un Ser Creador no es lo mismo que vernos como evolucionados hijos del mono: la diferencia es radical.

A preguntas de esa índole se refería Aristóteles cuando decía que en el comienzo de la Filosofía estaba el asombro. Porque la Filosofía no es más que la valentía de buscar respuestas a las preguntas más inquietantes. Las ciencias también constituyen una búsqueda sin término, pero sus preguntas no comprometen como las preguntas filosóficas. Aunque el principio de Arquímedes tenga unas aplicaciones importantísimas, cualquiera preferiría saber cómo se puede ser feliz, o qué se puede esperar después de la muerte.

La Filosofía es una búsqueda valiente en un doble sentido: por una parte, no encuentra nunca la fácil exactitud de lo cuantificable (el pensamiento, la justicia o el bien no se pueden medir ni pesar). Por otra, el conocimiento filosófico es mucho menos teórico de lo que se piensa, en la medida en que alcanza verdades que afectan a toda la conducta humana y la comprometen (si sé lo que es la justicia, no me puedo permitir ser injusto).

Si la dimensión práctica de la ciencia es la técnica, la dimensión práctica de la Filosofía es la configuración de la conducta humana: de las personas singulares y del colectivo social. Para ello no es necesario que todos sepan Filosofía. El hombre de la calle no es un experto en termodinámica ni en electrónica, pero el ordenador, el reloj, el ascensor, el televisor o el automóvil que usa a diario no han podido ser construidos sin un conocimiento riguroso de esas materias. El hombre de la calle tampoco es un experto en Filosofía, pero el grado de libertad social que posee o de justicia que le ampara, el acuerdo común sobre los valores que todos deben respetar o el régimen político en el que vive son cuestiones que sólo han podido ser resueltas tras siglos de reflexión filosófica. Aunque él lo ignore, es así.

Así pues, la Filosofía configura la vida. No es lo mismo pensar —por ejemplo— quela conciencia es un pegote cultural o que, por el contrario, es la brújula que señala un norte invisible pero auténtico: el deber moral. En el primer caso, todo estaría permitido; en el segundo, lo que se puede quedaría subordinado a lo que se debe.

Filosofía significa amor a la sabiduría. La sabiduría es un conocimiento que va más allá de la ciencia: intenta un buceo hacia el fondo de las realidades más profundas y complejas. Desde los tiempos de la Grecia clásica buscaron los sabios un saber último y universal acerca de la realidad; un saber que no se quedaba en lo físico, que buscaba esa cara oculta de lo real que no se aprecia con los sentidos, pero que la inteligencia capta como radicalmente importante.

3. ALGUNOS EJEMPLOS

Los hallazgos realizados en esa cara oculta han sido siempre decisivos. Cuando la Revolución francesa proclama el triple ideal de libertad, igualdad y fraternidad, está defendiendo tres grandes valores que nadie se atrevería a calificar de materiales, y que todos reconocerán como ejes fundamentales de la existencia humana.

El capitalismo es un sistema económico. Pero detrás del capitalismo hay una filosofía que concibe al hombre como ser libre, con derecho a la propiedad privada y a la libre iniciativa laboral. También el socialismo es una doctrina económica y social, con una filosofía bien definida a sus espaldas: la que considera al colectivo social como lo verdaderamente importante y real, de paso que concibe al hombre como mera pieza de la maquinaria estatal. No nacerá con derechos, pero se los otorgará el Estado. Al no poseer derechos en propiedad, el hombre podrá ser despojado de ellos cuando lo estime el legislador.

El psiquiatra austríaco Víctor Frankl dedujo de toda su experiencia carcelaria que la causa de los campos de concentración alemanes no fueron los ministerios nazi de Berlín, sino la filosofía nihilista del siglo XIX: el hombre no tiene naturaleza, es un producto de la historia cambiante, un simple animal evolucionado, primo del mono. Entonces, ¿por qué hacer discriminación entre parientes? Si al mono se le puede enjaular en un zoológico, al hombre se le podrá encarcelar en un campo de exterminio o recluir en un «hospital psiquiátrico». Si el hombre es un animal más y hacemos jabones con grasa animal, ¿por qué no hacerlos con grasa humana?

Entre una época histórica que admite la esclavitud y otra que no la admite, la diferencia está originada por una idea sobre el hombre. Pero la igualdad radical del género humano no es precisamente una idea científica, y tampoco su igual dignidad. En nuestros días, su olvido ha llevado a consecuencias lamentables como el racismo o los genocidios. Porque si no somos iguales y nadie nos ha concedido derechos inviolables, la ley imperante ha de ser la del más fuerte.

Con estos ejemplos sólo se pretende poner de manifiesto que la vida humana está asentada sobre bases inmateriales cuyo estudio compete a la Filosofía. Por lo demás, cualquier actividad humana presenta un aspecto técnico y otro moral. El dominio técnico de un arma de fuego, de una cámara de cine o del lenguaje escrito no suprime nunca la moralidad de su uso: un buen tirador puede asesinar, se puede filmar algo que degrade al actor y al espectador, y cualquier escritor puede mentir. Los ejemplos se multiplican en una época en la que los avances técnicos en campos como la comunicación, la medicina o lo militar ponen al alcance de sus protagonistas posibilidades insospechadas.

Por ser lo moral un terreno extracientífico, quien quiera condenar el abuso de esos medios técnicos sólo podrá hacerlo desde un criterio que se alcanza con la Filosofía, pues la bondad o la maldad de los actos humanos son aspectos inmateriales y fuera del alcance de los métodos experimentales de las ciencias.

4. FILOSOFÍA Y CIENCIAS PARTICULARES

Las parcelas particulares de la realidad son estudiadas por las denominadas ciencias particulares. Cuando esas parcelas son materiales, las ciencias se llaman empíricas o positivas, pues su estudio versa sobre lo empírico: sobre lo que se presenta ante nuestra experiencia sensible.

El otro conjunto de ciencias particulares lo constituyen las llamadas ciencias humanas. No son ciencias empíricas porque su objeto de estudio ya no son las dimensiones físicas de lo real, sino aspectos o manifestaciones de la interioridad humana: la Lingüística, la Historia, el Derecho...

A diferencia de las ciencias particulares, la Filosofía quiere ser un estudio de toda la realidad. No escoge parcelas, y además adopta el punto de vista más profundo, el de las últimas causas y principios de lo real. No analiza cómo son las cosas: lo que le interesa de verdad es por qué son las cosas, y por qué son como son.

En su estudio de la totalidad de lo que existe, la Filosofía distingue tres grandes campos: el mundo (Cosmología), el hombre (Antropología) y Dios (Teodicea). En la medida en que la Antropología filosófica es un estudio del principio vital —psique—, se convierte en Psicología. Y en la medida en que el mundo y el hombre —y, por supuesto, Dios— son mucho más que materia, la Filosofía estudia todo lo que poseen «más allá de la física», y se convierte en Metafísica.

La causalidad, el tiempo, la sensación, la libertad, el instinto, la contingencia, la felicidad y otros muchos aspectos de la realidad son evidentemente inmateriales. La misma constitución de la materia expresa un profundo orden, pero el orden es una cualidad no material, que no podemos ver, sino entender. Las ciencias empíricas pueden explicar cualquier cuerpo por el orden de sus elementos, pero lo que no pueden explicar es el orden mismo, pues es algo que se da en lo físico, con lo físico, sin ser físico.

Fueron los griegos quienes empezaron a estudiar lo que había «más allá de la Física». Y Leibniz, dos mil años más tarde, aseguraba que «todo sucede en los fenómenos naturales de un modo mecánico, y al mismo tiempo de un modo metafísico, pero la fuente de lo mecánico está en lo metafísico». La Metafísica se ocupa de los problemas que aparecen en el límite de la investigación física. A lo largo de la Historia, ambas tareas han ido frecuentemente unidas en las mismas personas, aunque con diverso éxito (piénsese en Pitágoras, Tales, Aristóteles, Alberto Magno, Descartes, Leibniz, Pascal, Newton, Einstein...). La razón es ésta: los grandes hombres de ciencia, deseando encontrar más allá de la ciencia las respuestas a los últimos porqués, continuaron la búsqueda de la verdad por el camino de la Filosofía, pues «todo verdadero investigador -dice Einstein- es una especie de metafísico oculto, por muy positivista que se crea».

5. ALCANCE DE LOS CONOCIMIENTOS CIENTÍFICOS Y FILOSÓFICOS

Tanto las ciencias particulares como la Filosofía llegan a verdades ciertas. Y cuando no pueden hacerlo, intuyen soluciones más o menos oscuras. Las incógnitas son patrimonio común: ningún científico se atreve a decir en qué consisten exactamente la materia, la energía o la luz; y sobre el origen del Universo o la diversificación de especies vivas sólo pueden ofrecerse explicaciones más o menos verosímiles.

Esta situación lleva a grandes científicos a reconocer las limitaciones de la ciencia. Einstein declara que en la armonía de las leyes que rigen la naturaleza «se manifiesta una racionalidad tan grande que, en comparación con ella, toda la capacidad del pensamiento humano se convierte en insignificante destello». Por eso entendemos que «la ciencia, a pesar de sus progresos increíbles, no puede ni podrá nunca explicarlo todo. Cada vez ganará nuevas zonas a lo que hoy parece inexplicable; pero las rayas fronterizas del saber, por muy lejos que se eleven, tendrán siempre delante un infinito mundo misterioso» (Gregorio Marañón).

¿Hasta dónde llega la Filosofía? Ciertamente, no elabora una concepción exacta del mundo, pero consigue no olvidar jamás el problema del sentido último de la realidad. Porque el mundo es, pero no se basta, está ontológicamente mutilado. Misión de la Filosofía es buscar al mundo su integridad.

La Historia, muchas veces, no sabe quién pintó, quién escribió, quién construyó..., pero afirma la existencia de artistas anónimos. Tampoco la Filosofía sabe quién ha diseñado un mundo a la medida del hombre. No lo sabe de forma precisa, pero sabe que detrás de esa ignorancia no se esconde la nada, sino el secreto fundamento de lo real. Los grandes filósofos han sido hombres obsesionados por esa curiosidad, auténticos amantes de la sabiduría. Todas sus soluciones han sido siempre provisionales, pero han nacido de una verdad decisiva: la experiencia de la gran ausencia. Pues al salir al mundo y contemplarlo, se les ha hecho patente lo que Descartes llamaba «el sello del artista».

En última instancia, la explicación de los límites del conocimiento científico y filosófico puede formularse así: «lo que el conocimiento capta en el objeto es real. Pero lo real es inagotable y, aun cuando llegara a discernir todos sus detalles, todavía le saldría al paso el misterio de su existencia misma» (E. Gilson).

CICERÓN: las ventajas de la Filosofía

«Así es cómo la sabiduría se convierte en la fuente de todos los bienes. Y el amor a la sabiduría es, de acuerdo a la palabra griega, aquella filosofía que constituye el don más fecundo, más brillante y más alto impartido a los hombres por los dioses inmortales. Pues ella sola nos enseñó, junto con los otros conocimientos, el más difícil de todos: el de nosotros mismos, y la regla que lo prescribe tiene un significado tan profundo, que no se atribuyó a un hombre cualquiera, sino al dios de Delfos.

Aquel que se conozca a sí mismo empezará por sentirse en posesión de algo divino; concebirá su propia naturaleza como una imagen consagrada, obrando y pensando siempre de un modo que sea digno de tantos favores divinos; y cuando se examine a sí mismo, sondeándose por entero, descubrirá todos los dones que le dio al nacer la naturaleza y todos los instrumentos de que dispone para obtener y alcanzar la sabiduría. Pues desde el principio formó en su mente conceptos de las cosas que estaban oscurecidos; pero después de aclararlos bajo la dirección de la sabiduría, comprende que nació para ser hombre bueno y, por eso mismo, hombre feliz.

En efecto, cuando el espíritu haya conocido y percibido las virtudes, repudiando su dependencia y su complacencia con respecto al cuerpo, cuando haya eliminado el placer deshonroso, dominando todo temor hacia la muerte y el dolor, cuando haya formado una sociedad de amor con los suyos, considerando suyos a todos los que le están unidos por la naturaleza, cuando haya adoptado el culto de los dioses y la pura religión, agudizando la mirada de los ojos y de la mente para elegir el bien y rechazar el mal (virtud a la que se llama prudencia por su relación con prever), ¿cómo nombrar o mentar a un ser más feliz que el hombre?

Del mismo modo, cuando haya contemplado el cielo, la tierra, el mar y la naturaleza entera, cuando haya visto de dónde nacen las cosas, adónde se dirigen, cuándo y cómo perecerán, cuál es su elemento mortal y caduco y cuál es su elemento divino y eterno, cuando casi haya aprehendido al Dios que las gobierna y las rige, cuando haya reconocido que no es el habitante de un lugar determinado, completamente encerrado entre paredes, sino el ciudadano de un mundo total constituido en forma de ciudad única, entonces en medio de esta magnificencia, observando la naturaleza y conociéndola, ¡oh dioses inmortales, cuánto se conocerá a sí mismo, de acuerdo con el precepto de Apolo Pitio! ¡Cuánto despreciará, desdeñará y reputará por nada las cosas que el vulgo mira con admiración!

Y a todas estas conquistas él las protegerá, como por medio de una muralla, recurriendo a la dialéctica, al conocimiento de lo verdadero y de lo falso, al arte de descubrir las implicaciones y las contradicciones de las ideas. Una vez convencido de que está destinado a vivir en sociedad, comprenderá la necesidad de emplear no sólo el arma sutil de la dialéctica, sino también un arma de mayor alcance y de efecto más duradero, es decir, la elocuencia que gobierna a los pueblos, da fuerza a las leyes, castiga a los malos, ampara a los buenos y ensalza a los grandes hombres. Así es como presentará de modo persuasivo a sus conciudadanos preceptos conducentes a su salvación o a su buena fama, así como podrá exhortarlos a la virtud, apartarlos del vicio, consolar a los afligidos y estampar en sus monumentos eternos los hechos y los dichos de los héroes y de los sabios junto con la ignominia de los malvados.

Éstas son las múltiples y enormes facultades que descubren en el hombre los que desean conocerse a sí mismos; y la sabiduría es la que las produce y las educa.»

CAPÍTULO II

MAS ALLÁ DE LA CIENCIA

«Las más hondas palabras del sabio nos enseñan

lo que el silbar del viento cuando sopla

o el sonar de las aguas cuando ruedan.»

A. MACHADO.

1. CIENCIA Y CIENTIFISMO. ÜPTTMTSMO Y DESENGAÑO

Poco después de obtener el Premio Nobel por sus investigaciones en el campo de la neurocirugía, John Eccles escribía estas reveladoras palabras:

«Una insidia perniciosa surge de la pretensión de algunos científicos, incluso eminentes, de que la ciencia proporcionará pronto una explicación completa de todos los fenómenos del mundo natural y de todas nuestras experiencias subjetivas: no sólo de las percepciones y experiencias acerca de la belleza, sino también de nuestros pensamientos, imaginaciones, sueños, emociones y creencias (...). Esta extravagante y falsa pretensión ha sido calificada irónicamente por Popper como “materialismo promisorio”. Es importante reconocer que, aunque un científico pueda formular esta pretensión, no actúa entonces como científico, sino como un profeta enmascarado de científico. Eso es cientifismo, no ciencia, pero impresiona fuertemente al profano, convencido de que la ciencia suministra la verdad. Por el contrario, el científico no debe pretender que posee un conocimiento cierto de toda la verdad. Lo más que podemos hacer los científicos es aproximarnos más de cerca a un entendimiento verdadero de los fenómenos naturales mediante la eliminación de errores en nuestras hipótesis. Es de la mayor importancia para los científicos que aparezcan ante el público como lo que realmente son: humildes buscadores de la verdad.»

El sueño de una ciencia que lo sepa y lo pueda todo procede quizá del Siglo de las Luces: en medio de un mundo dominado y sin secretos, el hombre alcanzaría la felicidad para siempre. Pero el sueño de la Ilustración se convirtió en algo peor que una pesadilla: el horror gigantesco de dos guerras mundiales.

Rodeada por los avances tecnológicos más asombrosos, la mitad de la humanidad ha sufrido también medio siglo largo de totalitarismo comunista, un sistema calificado como la más grande empresa carcelaria de toda la Historia.

Cabe sospechar, a la vista de tales resultados, que la pretensión de conseguir respuestas científicas para todo, científicas soluciones absolutas, es una superstición. Es otorgar a la ciencia poderes que no tiene ni puede ni podrá tener.

La mentalidad cientifista del que sale a la calle gritando «tengo respuestas: ¿dónde están las preguntas?», es de una gran simplicidad. Sin embargo, es una mentalidad demasiado corriente. En revistas y libros de divulgación científica es fácil encontrar planteamientos que —a menos que respondan a móviles ideológicos o económicos– resultan grotescos. Un científico prestigioso como Hoyle, por ejemplo, es capaz de asegurar que «si la gravedad fuese menor en la Tierra, no cabe duda de que las aves (...) podrían adquirir cerebros pensantes, y entonces resultaría poco probable el dominio del hombre». Para Hoyle, el vuelo exige un cerebro poco pesado; con menos gravedad, el cerebro de las aves podría ser mayor, y llegaría a pensar (!). El razonamiento parece de ciencia-ficción, pero además, si el pensamiento depende del tamaño del cerebro, uno se pregunta por qué los elefantes no son sabios. Y si la gravedad fuera menor, ¿sólo el cerebro de las aves tendría derecho a crecer?

2. LA CUESTIÓN DEL SENTIDO

Aun cuando la ciencia sea rigurosa, es preciso admitir que una imagen del mundo puramente científica será siempre incompleta, parcialmente real. Es muy posible que la existencia del Universo no carezca de sentido. Y es seguro que el hombre necesita encontrar un sentido a su vida. Pero el sentido no es una cuestión científica, está más allá de los porcentajes y de las ecuaciones, como lo están también los proyectos, las intenciones y las esperanzas...

Cuando Otto Hahn descubrió la fisión del átomo de uranio, puso el último eslabón de la teoría que hizo posible la bomba atómica. La noticia de la destrucción de Nagasaki le llegó al campo de concentración inglés donde se encontraba internado. Su reacción fue intentar abrirse las venas con los alambres de espino que cercaban el campo. Por fortuna, sus compañeros lograron disuadirle, y escucharon esta confesión desolada: «Acabo de advertir que mi vida en conjunto carece de sentido. He investigado por puro deseo de revelar la verdad de las cosas, y el saber teórico acaba de convertirse en poder aniquilador.»

El desengaño de Otto Hahn es el desengaño de toda una época. Una sobrecogedora impresión de amargura invadió a todos los que se habían empeñado en alcanzar la pretendida cima del conocimiento. El mito del eterno progreso les decía que la máxima ciencia llevaba a la máxima felicidad. Pero «esta ilusión multisecular hizo quiebra en las trincheras de Verdún. La Primera Guerra Mundial puso trágicamente de manifiesto que el saber teórico puede traducirse en saber técnico y en poder sobre la realidad, pero no conduce automáticamente a una mayor felicidad de los hombres si quienes ostentan tal poder y saber carecen de una conciencia ética adecuada a su responsabilidad. En qué consiste esta ética no lo determina la ciencia, sino la Filosofía. Tras siglos de febril incremento del saber científico, éste acaba mostrándose en la situación límite de la guerra como una actividad humana sumamente menesterosa» (López Quintás).

Por la misma época, Husserl, que había abandonado las Matemáticas por la Filosofía, desenmascaraba el cientifismo con palabras severas: «La ciencia no tiene nada que decir sobre la angustia de nuestra vida, pues excluye por principio las cuestiones más candentes para los hombres de nuestra desdichada época(...): las cuestiones del sentido o sinsentido de la existencia humana».

3. DESCARTES: EL PRECIO DE LA EXACTITUD

Desde que nace la ciencia moderna con sus descubrimientos maravillosos, con leyes de una exactitud asombrosa, y con el fruto sabroso de una técnica que eleva enormemente la calidad de vida, nace también la tentación de conocer toda la realidad con exactitud matemática. Y como ello no es posible, el precio que se paga por esa exactitud va a ser el reduccionismo.

Abundan los ejemplos. Uno de los más característicos lo ofrece el intento de explicar la inteligencia humana. Quizá resulte imposible saber exactamente qué es el pensamiento, pero si reduzco el problema a una cuestión de neuronas puedo tener una tranquilizante impresión de exactitud: 1.350 gramos de cerebro humano constituido por 100.000 millones de neuronas, cada una de las cuales forma entre 1.000 y 10.000 sinapsis y recibe la información que le llega de los ojos a través de un millón de axones empaquetados en el nervio óptico. Por lo demás, toda neurona es una célula viva que puede ser explicada por la química orgánica.

Así pues, puedo explicar lo suprabiológico en clave biológica; y entender la biología como procesos químicos; y expresar lo químico de forma matemática. Ahora bien, lo que siempre se preguntará cualquier lector medianamente crítico es qué tienen que ver el carbono, el hidrógeno, las neuronas y la expresión matemática de sus procesos, con algo tan poco matemático como sostener la más inocente de las conversaciones, entender un chiste o captar el cariño de una mirada.

A pesar de ello, el empeño por conocer toda la realidad con una exactitud semejante a la del conocimiento matemático se dio en Descartes con fuerza irresistible. Pero Descartes olvidó algo esencial: que las matemáticas son exactas a costa de considerar únicamente los aspectos cuantificables de la realidad. Pueden afirmar que la vía férrea mide 3.200 km, y que este halcón pesa tres kilos. Ambas magnitudes también pueden ser exactas, pero su exactitud no dice nada sobre las propiedades del hierro y las cualidades del halcón. Lo real nunca podrá expresarse totalmente en cifras, porque las cifras sólo expresan magnitudes, y la magnitud es sólo un aspecto mínimo de las cosas.

Los números no son entes ni cualidades de los entes. Son signos convencionales con los que el hombre expresa parte de la realidad: delante de mí pasan dos hombres, veo que son dos, pero el número 2 no me dice si son hermanos, padre e hijo, buenos amigos o simples desconocidos; tampoco me informa sobre sus gustos, sus manías o sus enfermedades. Saber que son dos hombres es saber con exactitud que son dos, y nada más. Por eso, la sola exactitud matemática es un conocimiento notoriamente insuficiente.

Además del falseamiento reduccionista, la pasión por conquistar la exactitud llevó a Descartes a invertir la naturaleza del conocimiento. Sabemos que la verdad surge en el hombre cuando lo que conoce coincide con la realidad. Pero lograr esa coincidencia no siempre es fácil, y Descartes quiere un conocimiento sin margen de error. ¿Cómo lograrlo? Aceptando como verdades únicamente las que presentan una coherencia racional subjetiva. La inversión cartesiana consiste en hacer depender la verdad no de la realidad sino de mi voluntad, que es quien aprueba la coherencia de mis ideas.

Confundida la verdad con la coherencia, la voluntad se encargará, cuando la realidad se presente oscura y compleja, de elaborar coherencias subjetivas tranquilizadoras, tan sólidas como las matemáticas. Y de la exactitud matemática se tenderá a la exactitud total, cediendo a la tentación de descubrir el secreto último de lo real; es decir, de proponer una teoría definitiva y autoconvencerse de su verdad: todo es extensión y pensamiento, dirá Descartes.

Cuando lo real es evidente, el método cartesiano resulta inofensivo: ahí está el sol, y yo no dudo de ello. El peligro aparece cuando el objeto de conocimiento ya no es tan radiante y evidente, porque entonces Descartes decide otorgarle una claridad subjetiva sobre la que pretende apoyar una verdad indudable. Hasta Descartes, la evidencia se fundaba en la realidad; desde Descartes, es elaborada por la inteligencia y admitida por la voluntad.

Todo esto puede resumirse así: de la misma manera que el conocimiento matemático es exacto dentro de un aspecto limitado de lo real —lo cuantificable—, la pretensión de extender esa exactitud sobre toda la realidad es un empeño imposible y contradictorio, porque toda exactitud es un molde subjetivo que falsea en la medida en que impone su propia forma.

4. COMTE: BALANCE DEL POSITIVISMO

La Ilustración exclamó: ¡Basta! El hombre ha vivido hasta ahora prisionero de creencias irracionales y de saberes supersticiosos, basados en la autoridad y en la costumbre. Pero ha llegado la hora de la Razón: ella arrinconará a la ignorancia, iluminará el camino y dirigirá los destinos de la humanidad.

Para el pensamiento ilustrado, fielmente expresado en la Enciclopedia, los conocimientos religiosos y metafísicos no son más que explicaciones ingenuas que elabora el hombre no científico. Pero el progreso de la ciencia acabará por iluminar todos los sectores y aspectos oscuros de la realidad, y mostrará la esterilidad de tales pseudociencias.

Augusto Comte, hijo legítimo de la Ilustración, supuso que la humanidad atraviesa en su historia tres etapas sucesivas: la religiosa, la metafísica y la científica o positiva. Por eso denomina positivismo a su sistema. Según él, el hombre primitivo ignora todo, teme todo y cree que las fuerzas de la naturaleza son dioses y espíritus superiores. Con el tiempo, la razón va depurando esta explicación politeísta hasta llegar a un solo Dios, concebido como supremo principio metafísico. Pero la evolución constante de la razón acaba por descubrir que la metafísica es irreal e innecesaria: para explicar totalmente el Universo basta con el conocimiento científico basado en la observación de los hechos y en la deducción matemática. El misterio desaparece y se convierte en problema; es decir, en algo que se resolverá cuando poseamos todos los datos.

Esta ley de los tres estadios —religioso, metafísico y científico o positivo— es ciertamente pintoresca. Si la Metafísica sustituye a la Religión, ¿cómo explica Cornte que los europeos de los siglos góticos sintieran una atracción irresistible por la Metafísica y , a la vez, fueran hombres profundamente religiosos? Y si la ciencia entierra a la Religión y a la Metafísica, ¿qué decir cuando los científicos más grandes se declaran íntimamente metafísicos y religiosos? Cornte quiso acabar con la Filosofía y con la Religión, y consiguió que las tesis positivistas fueran para muchos intelectuales los dogmas de una nueva religión laica. Científicos y hombres de letras creyeron ciegamente los postulados más dudosos y las conclusiones más ingenuas. En nombre de la ciencia triunfó demasiadas veces la credulidad. Asombra, por ejemplo, que hombres corno Baraja llegaran a sostener ideas como las que aplica a uno de sus personajes: «¿No era científicamente un poco absurdo el furor que le entraba muchas veces al ver las injusticias del pueblo?(...) ¿No estaba también determinado, no era fatal el que su cerebro tuviera una irritación que le hiciera protestar contra aquel estado de cosas violentamente?»

El caso es que el positivismo dominó gran parte de la cultura europea durante un siglo. Fueron los años en los que la revolución industrial y científica llevaron a pensar, con entusiasmo general, que el progreso humano y social, además de constituir la verdadera y única fuente de la felicidad, era imposible de detener. Antiseri y Reale señalan los siguientes rasgos de esta compleja corriente de pensamiento:

1. A diferencia del idealismo, en el positivismo se reivindica el primado de la ciencia: sólo conocemos aquello que nos permiten conocer las ciencias. La ciencia es el único medio de solucionar todos los problemas individuales y sociales que agobian a los hombres.

2. Nace la sociología, entendida como la ciencia de los hechos constituidos por las relaciones humanas.

3. La época del positivismo se caracteriza por un optimismo general, que surge de la certidumbre en un progreso imparable que avanza hacia un bienestar generalizado, en una sociedad pacífica y llena de solidaridad entre los hombres.

Así pues, el positivismo tiende a cierto totalitarismo ideológico, pues identifica su verdad con toda la verdad, y pasa por alto lo que Dostoievski denominaba la mitad superior del ser humano, ese complejo mundo de la interioridad personal. De los positivistas se puede decir, con palabras de Antonio Machado, que desprecian cuanto ignoran. Precisamente Einstein escogió la palabra misterio para expresar la incalculable racionalidad del Universo, y añadió que ahí se encontrará siempre el punto débil de los positivistas.

No es necesario repetir que la verdad científica no es toda la verdad, y que la verdad del positivismo tampoco es toda la verdad de la ciencia. Esa mitad superior del ser humano siempre estará por encima de los fríos datos de laboratorio, y así lo expresa, con versos contundentes, E. E. Cummings:

Mientras tú y yo tengamos labios y voz

para besar y para cantar,

¿qué nos importa si algún hijo de tal

inventa un instrumento para medir la primavera?

El positivismo aspira a la objetividad, pero tampoco la objetividad es toda la verdad. «La versión integral de la realidad no es, como tantas veces se supone, el puro objeto, sino esa complejísima trama de lo objetivo y lo subjetivo que constituye la existencia» (E. Sábato).

Existen múltiples ejemplos. Para la objetividad, el resultado de una guerra como la del Golfo (1991) se puede resumir en estas palabras de la prensa: «En cuarenta días de guerra y cien horas de ofensiva terrestre, Estados Unidos y sus aliados han dejado muertos a cien mil soldados iraquíes y heridos de gravedad a cincuenta mil; han hecho casi doscientos mil prisioneros; han destrozado cuarenta y una de las cuarenta y dos divisiones de Sadam y liquidado la Marina, gran parte de la aviación y casi todo el armamento blindado iraquí, además de destruir centrales eléctricas, edificios oficiales, centros informáticos, depósitos de combustible, aeropuertos, puentes, nudos de comunicación y otros muchos millares de objetivos estratégicos. Todo esto lo consiguieron los aliados con un número de muertos inferior al que hubo en las carreteras españolas en el último puente de Navidad.»

La noticia es objetiva. Pero la verdad está muy por encima de la objetividad, porque «cualquier coste en vidas está por encima de nuestra capacidad de valorar» (George Bush). Porque un soldado muerto es mucho más que un número menos en el total de combatientes. Era un simple muchacho nervioso y con miedo, una figurilla insignificante en el desierto, pero tenía detrás centenares, millares de antepasados, siglos innumerables de herencia. Y le iban a seguir muchas generaciones... Un diminuto trozo de metal bastó para acabar con todo. Cada soldado caído tuvo una historia diferente, privada. Cada uno tuvo que interrumpir un amor, una ilusión, una esperanza. Y todo eso es imposible de ser reflejado, aun por la más escrupulosa objetividad. Fueron precisamente los horrores de las guerras mundiales los que acabaron con el sueño positivista de un mundo feliz por el camino de la ciencia.

5. REALIDADES EXTRACIENTÍFICAS

El éxito de la ciencia, y también su límite, consiste en su capacidad de cuantificar. Pero los aspectos cuantificables de la realidad no son toda la realidad. Tú pesas 70 kg, pero tú no eres 70 kg. Y mides 180 cm, pero no eres 180 cm. Las dos medidas son exactas, pero tú eres mucho más que una suma exacta de centímetros y kilos. Tus dimensiones más genuinas no son cuantificables: no se pueden determinar numéricamente tus responsabilidades, tu libertad real, tu capacidad de amar, tu antipatía hacia tal persona o tus ganas de ser feliz.

Para ir más allá de lo físico —que estanto como salir del campo de las ciencias— no es necesario hablar de otro mundo: lo no material se da en la materia. «Hemos visto la cara de Einstein —escribe Gilson—, pero ¿hemos visto su saber? Hemos oído su voz, que era material, pero ¿cómo hemos entendido el sentido de las palabras que pronunciaba? Si existe lo inteligible, existe lo inmaterial; y puesto que está ligado a nuestro cuerpo, que es material, existe lo inteligible en lo sensible.»

Con otras palabras: un pensamiento no es algo que honradamente podamos calificar de material: no tiene color, sabor o extensión, y escapa a cualquier instrumento que sirva para medir propiedades físicas. Volvemos a citar a Eccles: «Los fenómenos mentales trascienden claramente los fenómenos de la fisiología y la bioquímica.»

Se podría pensar que lo psíquico es mera función del cerebro, lo mismo que la bilis es producto del hígado: pura secreción de la materia. Pero el hecho de que un proceso mental tenga su sede o apoyo en un proceso fisiológico no autoriza a identificarlos, sino sólo a señalar su concomitancia. El aparato eléctrico no funciona sin ser enchufado, pero el enchufe no es la causa de su funcionamiento ni de la electricidad. Enchufe y cerebro son condiciones, no causas.

Ya hemos dicho que el orden es una cualidad que se da en la materia y no es material. El orden pone de manifiesto que la realidad ha sido diseñada con precisión, con una finalidad (irónicamente se ha dicho que «no es temerario creer que el ojo está hecho para ver»). Ese diseño inteligente de lo real apunta a un diseñador. Un anticlerical como Voltaire reconoce que «hay que taparse los ojos y el entendimiento para pretender que no hay ningún designio en la naturaleza, y si hay designio hay causa inteligente, existe Dios».

Dios, sin embargo, no está en el punto de mira de las ciencias particulares, pero a la vez es el Ser más inevitable, pues constituye la condición última de toda existencia. Aunque el origen radical del Universo no pertenece al estudio de las ciencias, algunos científicos han vislumbrado una acción creadora detrás de hipótesis como el Big Bang. A ello se refieren las palabras de Robert Jastrow, director del Goddard Institute of Space Studies de la NASA: «Para el científico que ha vivido de la creencia en el poder de la razón, la historia de la ciencia concluye como una pesadilla. Ha escalado la montaña de la ignorancia, y está a punto de conquistar el pico más alto. Y cuando está trepando el último peñasco, salen a darle la bienvenida un montón de teólogos que habían estado sentados allí arriba durante bastantes siglos.»

Así pues, no es legítima la pretensión de considerar como único objeto de conocimiento lo que se puede medir, contar, verificar...: expresar numéricamente. El prestigio de la ciencia llena la Edad Moderna, pero al tomarla como único conocimiento posible, «se observa que no colma la vida del hombre, pues no habla de valores, de sentido, de metas y de fines, de todo cuanto el ser humano requiere en su vida diaria auténtica. El mundo de la objetividad científica es un mundo cerrado e inhóspito» (López Quintás). Más allá de la ciencia hay otra cara de la realidad, la más interesante, y también la más interesante del ser humano, esa «mitad superior» donde aparecen aspectos tan poco cuantificables como los sentimientos: no se pueden pesar, pero nada pesa más en la vida. Se ha dicho que lo más importante en la vida son los amigos, pero la amistad no es asunto científico.

CAPÍTULO II

LA MATERIA Y LA VIDA

1. PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

Si el acueducto de Segovia se derrumbara mañana, el montón de escombros estaría formado por las mismas piedras que vemos hoy airosamente levantadas. Pero sólo serían piedras, no acueducto. Por lo que parece, no está en la piedra la causa principal del monumento, sino en el arquitecto romano.

Pero, ¿qué añade el arquitecto a la piedra para que ésta se sostenga en el arco? Sólo cabe afirmar que añade un orden particular: algo tan evidente como inmaterial. Sin orden, las piedras no se sostendrían sobre nuestras cabezas, ni las palabras formarían el poema, ni los colores el cuadro...

¿Se podría decir lo mismo respecto a la diferencia entre lo vivo y lo inerte? Parece que sí. Porque el conjunto de elementos que forman un ser vivo pueden ser reunidos en un laboratorio guardando la misma proporción. Sin embargo, en el laboratorio, esos elementos seguirán formando una mezcla inerte. ¿Qué le falta a esa mezcla?

Uno de los científicos más prestigiosos de nuestro tiempo, el astrofísico Fred Hoyle, se plantea el problema en estos mismos términos: «¿Qué distingue nuestro yo animado de los objetos inanimados? Por descontado no son los átomos individuales de los que estamos formados. No existe ninguna diferencia entre los átomos de carbono de un acantilado y los átomos de carbono de nuestros cuerpos; ninguna diferencia entre el hierro de nuestra sangre y el de una sartén{...). ¿Qué provoca, entonces, esa diferencia? Evidentemente debe tratarse de la ordenación de los átomos.»

En la misma línea, todos podemos hacemos las siguientes preguntas: ¿qué diferencia habrá entre yo y mi cadáver un segundo antes y un segundo después de mi muerte? ¿Qué pieza clave es la que provoca, con su desaparición, el desmoronamiento de toda una complejísima arquitectura biológica?

Puesto que la materialidad de mi cuerpo puede permanecer invariable en esos segundos que marcan el tránsito de la vida a la muerte, sólo cabe pensar en la desaparición del programa que mantenía ensamblados entre sí a los componentes materiales. Llegar a dicho programa es una conclusión sumamente interesante. Quiere decir, entre otras cosas, que la materia queda descartada como causa de la vida, pues, si lo fuera, todos los cuerpos estarían vivos.

Hoyle, sin embargo, después de constatar la diferencia de orden entre la materia inerte y la viva, parece dar en falso el último de sus pasos: «¿Qué elemento de las ordenaciones provoca esa diferencia crucial?» Ningún elemento puede provocar esa diferencia puesto que todos los elementos de la materia viva y de la inerte son comunes.

Si la diferencia entre un edificio y el montón de ladrillos que lo originó está en el orden, ese orden no lo introduce ninguno de los ladrillos, sino un factor diferente y externo: el arquitecto. Un factor que, por otra parte, ha de ser inteligente, y se nos escapa desde hace más de veinticinco siglos, convirtiendo en profética la intuición que llevó a Heráclito a asegurar que por ningún camino encontraríamos la solución al enigma de la vida, aunque los recorriéramos todos.

Galileo decía que la naturaleza habla el idioma de las matemáticas, y ello es verdad en cuanto que el hombre de ciencia puede traducir el orden del cosmos al lenguaje numérico: la naturaleza está sujeta a leyes, y esas leyes se pueden expresar por relaciones aritméticas.