En un mundo de jeques - Sarah Morgan - E-Book

En un mundo de jeques E-Book

Sarah Morgan

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Beschreibung

La había hecho derretirse por dentro… antes de destrozarle el corazón La famosa organizadora de bodas Avery Scott no debería sorprenderse de que su último cliente fuese el príncipe de Zubran. Decidida a no hacer caso del encanto letal de Malik, hizo una lista de cosas que tenía que tener en cuenta: 1. No era la prometida de Malik y su relación tenía que ser estrictamente profesional. 2. La novia que le habían buscado a él podría haber huido, pero para los reyes de Zubran el deber siempre era lo primero. 3. Por muy lujosa que fuese la tienda de campaña beduina y por muy ardiente que fuese la pasión, el orgullo le prohibía el contacto que ella anhelaba.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Sarah Morgan. Todos los derechos reservados.

EN UN MUNDO DE JEQUES, N.º 2241 - julio 2013

Título original: Woman in a Sheikh’s World

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3440-8

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Soñaba con el desierto. Soñaba con dunas bajo el sol abrasador y con el agua azul turquesa del Golfo Pérsico. Soñaba con montañas agrestes y oasis entre palmeras. Soñaba con un príncipe que tenía los ojos negros como la noche y que podía dar órdenes a los ejércitos.

–¡Avery!

Él la llamaba, pero ella siguió avanzando sin mirar atrás. El suelo se abría bajo sus pies y caía...

–¡Avery, despierta!

Se incorporó entre nubes de sopor. Esa voz no coincidía con la imagen. La voz de él era profunda y muy viril. La otra voz era femenina y burlona.

–Mmm...

El olor a café recién hecho la sedujo, levantó la cabeza y miró la taza que habían dejado en la mesa que tenía al lado. Gruñó, se sentó y la agarró medio dormida.

–¿Qué hora es?

–Las siete. Estabas gimiendo. Debía de ser un sueño maravilloso.

Avery se pasó los dedos entre el pelo. Todas las noches tenía el mismo sueño. Afortunadamente, cuando se despertaba estaba en Londres, no en el desierto, y veía a Jenny, su mejor amiga y socia que apretaba el botón de la mesa para levantar las persianas. La luz entró en el impresionante despacho acristalado y Avery sintió alivio al darse cuenta de que el suelo no se abría. No lo había perdido todo. Eso era suyo y lo había levantado con mucho trabajo.

–Tengo que ducharme antes de la reunión.

–Cuando pediste este sofá para tu despacho, no me imaginé que lo querías para dormir –Jenny dejó su café en la mesa y se quitó los zapatos–. Por si no lo sabes, creo que tengo el deber de decirte que las personas normales se van a su casa después de la jornada laboral.

Ese sueño se agarraba a la cabeza de Avery como una tela de araña e intentaba quitárselo de encima. Le molestaba que le afectara tanto. Esa no era su vida. Descalza, cruzó el despacho para echar una ojeada a su realidad a través de los ventanales. La ciudad resplandecía por el sol de primera hora de la mañana y una leve neblina se pegaba al Támesis. Las diminutas figuras se apresuraban por las aceras y los coches ya se agolpaban en el entramado de calles. Le escocían los ojos por el insomnio, pero ya estaba acostumbrada. Llevaba meses padeciéndolo, como la sensación de vacío en el pecho que nada podía llenar.

–¿Quieres hablar de eso? –le preguntó Jenny mirándola.

–No hay nada de qué hablar.

Avery se apartó del ventanal y se sentó a su mesa. Hasta que le alteraron la existencia, lo único que había hecho era trabajar. Tenía que recuperar esa sensación.

–La buena noticia es que he terminado la propuesta para Hong Kong durante el insomnio. Creo que esta vez me he superado a mí misma. Todo el mundo va a hablar de esta fiesta.

–Todo el mundo habla siempre de tus fiestas.

Sonó el teléfono que había dejado cargando. Avery fue a tomarlo y miró la pantalla. La mano se le quedó paralizada a mitad de camino. ¿Otra vez? Era la quinta vez que llamaba, como mínimo. No podía hacerlo en ese momento, cuando acababa de despertarse de ese sueño. Encendió el ordenador presa del pánico. Le dolía que él pudiera hacerle tanto daño intencionadamente.

–Es tu número privado, ¿por qué no contestas? –Jenny miró la pantalla y levantó la cabeza bruscamente–. ¿Malik? ¿Está llamándote el príncipe?

–Eso parece –Avery abrió el archivo en el que había estado trabajando y notó que le temblaba la mano–. Debería haber cambiado el número.

Él no tenía derecho a llamarla a su línea privada. Ella debería haber cortado todos los vínculos y debería haberse cerciorado de que solo pudiera ponerse en contacto con ella a través de la oficina. Sin embargo, fue él quien se cercioró de que no ocurriera eso.

–Se acabó. Llevo demasiado tiempo pasando por alto lo que está pasando –Jenny se dejó caer en una silla enfrente de ella–. Me declaro oficialmente preocupada por ti.

–No lo estés, estoy bien.

Se lo había repetido tantas veces que las palabras le salían solas de la boca, pero no convencieron a Jenny.

–El hombre al que amaste va a casarse con otra mujer, ¿cómo vas a estar bien? Yo estaría gritando, llorando, comiendo sin parar y bebiendo como un cosaco. Tú no haces nada de eso.

–Porque no lo amaba. Tuvimos una aventura y se acabó, nada más. Es algo que pasa todo el rato. ¿Nos ponemos a trabajar?

Llamaron apremiantemente a la puerta y Chloe, la nueva recepcionista, casi se cayó dentro del despacho por el nerviosismo.

–¡Avery! ¡Nunca podrías imaginarte quién está al teléfono! –hizo una pausa para dar más suspense al momento–. El príncipe de Zubran.

Evidentemente, había esperado que la noticia hubiese causado más sensación y cuando ninguna de las dos dijo nada, ella lo repitió.

–¿Me habéis oído? ¡El príncipe de Zubran! Intenté pasártelo, pero no contestabas.

–No puedo en estos momentos, Chloe. Por favor, dile que estoy ocupada.

–Es el príncipe en persona. No es su ayudante, su asesor ni nadie parecido, es él, con su voz profunda y aterciopelada y su acento refinado.

–Dale mis disculpas más sinceras y dile que lo llamaré en cuanto pueda.

En cuanto hubiera pensado un poco, en cuanto supiera que no iba a decir o hacer algo de lo que luego se arrepentiría. Tenía que planear cuidadosamente una conversación así.

–Pareces tan tranquila, como si fuese normal que alguien así te llamara por teléfono. Yo he hablado de él siempre que he podido. Es impresionante –reconoció Chloe–. No solo en el sentido más evidente, aunque no me importaría que se quitara la camisa para cortar leña o algo así, sino porque es todo un hombre, ya sabes lo que quiero decir. Es rudo como ya no puede ser ningún hombre porque sería políticamente incorrecto. Sabes que es de los que no pediría permiso antes de besarte.

Avery miró a la recepcionista recién contratada y se dio cuenta de que era una de las pocas personas que no sabía que ella, Avery Scott, había tenido una aventura desenfrenada y muy sonada con el príncipe Malik de Zubran. Se acordó de la primera vez que la besó y, efectivamente, no le pidió permiso. Él no pedía permiso para nada. Durante un tiempo, le pareció apasionante estar con un hombre al que no le intimidara su confianza en sí misma y su éxito. Hasta que se dio cuenta de que dos personas tan fuertes eran incompatibles en una relación. El príncipe creía que sabía lo que le convenía a todo el mundo, entre otros, a ella.

–Chloe, vete al cuarto de baño y mete la cabeza debajo del grifo de agua fría –le pidió Jenny con impaciencia–. Haz lo que haga falta porque el príncipe no va a besarte, con o sin permiso. Ahora, vuelve y dile algo antes de que crea que te has desmayado o te has muerto.

–A lo mejor es algo urgente... –insistió Chloe con desconcierto–. Estáis organizando su boda.

La palabra «boda» se le clavó a Avery como un puñal muy afilado.

–No estoy organizando su boda.

Casi se atragantó al decirlo y no entendió el motivo. Ella había roto la relación. Entonces, ¿por qué le dolía que fuese a casarse con otra mujer si era lo mejor que podía pasar?

–Estoy organizando la fiesta y dudo sinceramente que llame por eso. Un príncipe no llama para comentar pequeños detalles. Tiene gente que se ocupa de eso. Un príncipe tiene empleados para todo; para que conduzcan sus coches, para que le cocinen, para que le preparen la ducha...

–...para que le froten la espalda mientras se ducha –siguió Jenny–. Además, Avery no puede hablar con él porque yo tengo que hablar urgentemente con ella sobre la fiesta del senador.

–Ah... El senador... –Chloe retrocedió hacia la puerta impresionada por los nombres que se manejaban en esa oficina–. De acuerdo, pero creo que Su Alteza Real es uno de esos a los que no les gusta que les hagan esperar o que les nieguen algo.

–Entonces, tendremos que conseguir que aprenda.

Avery dejó a un lado los recuerdos de las veces que se negó a esperar. Como cuando la desnudó con la punta de su sable ceremonial porque no podía perder el tiempo desabotonándole el vestido o cuando... No, no iba a pensar en aquella vez. La recepcionista salió y cerró la puerta.

–Me cae bien –dijo Avery agarrando su taza de café–. Será encantadora cuando le hayamos dado un poco de confianza. Los clientes la adorarán.

–Ha sido indiscreta. Hablaré con ella.

–No.

–¿Puede saberse por qué te haces esto, Avery?

–Porque todo el mundo se merece una oportunidad. Chloe tiene muchas posibilidades...

–No me refiero a eso, me refiero a todo este asunto con el príncipe. ¿Qué mosca te picó para que aceptaras organizar la boda de tu exnovio? Está matándote.

–En absoluto. No quería casarme con él y no estoy organizando su boda propiamente dicha. ¿Por qué se empeña todo el mundo en que estoy organizando su boda?

Una foto del desierto al amanecer apareció en su ordenador y se recordó que tenía que cambiar el salvapantallas. Quizá ese fuese motivo de sus sueños recurrentes.

–Solo soy responsable de la fiesta, nada más.

–¿Nada más? Esa fiesta tiene la lista de invitados más influyentes desde hace muchas décadas.

–Por eso tiene que ser perfecta. Además, organizar fiestas no me resulta estresante. Las fiestas son acontecimientos felices con gente feliz.

–¿De verdad no te importa? Ese príncipe impresionante y tú estuvisteis un año juntos y no has vuelto a estar con un hombre desde entonces.

–Porque he estado muy ocupada levantando mi empresa. Además, no fue un año. Ninguna de mis relaciones ha durado un año.

–Avery, fue un año. Doce meses.

–Si tú lo dices.... Doce meses de lujuria. Los dos éramos muy apasionados y solo fue sexo. Me gustaría que la gente no lo llamara de otra forma. Por eso tantos matrimonios acaban mal.

–Si fue tan increíble, ¿por qué rompiste?

Avery sintió una opresión en el pecho. No quería pensar en eso.

–Él quiere casarse y yo, no. Rompí porque no tenía porvenir.

Y porque había sido arrogante y manipulador...

–Entonces, ¿esos sueños no tienen nada que ver con imaginártelo con esa princesa virgen?

–Claro que no.

Avery rebuscó en el bolso y sacó un paquete de pastillas para la digestión. Solo le quedaban dos. Tenía que comprar más.

–No las necesitarías si bebieras menos café.

–Empiezas a parecerte a mi madre.

–Creo que no. Sin ánimo de ofender, tu madre estaría diciendo que no podía creerse que estuvieras en este estado por un hombre, que eso era exactamente lo que te advirtió cuando tenías cinco años, que eres la única responsable de lo que pasa en tu vida, hasta de los orgasmos.

–Tenía más de cinco años cuando me enseñó eso –masticó la pastilla–. ¿Quieres saber por qué acepté este encargo? Por orgullo, porque cuando llamó Malik, me quedé tan pasmada de que fuese a casarse tan pronto después de que rompiéramos que no pude pensar con claridad. Me preguntó si sería raro que le organizara la fiesta y fui a decirle que sí, que era un malnacido insensible y que, evidentemente, sería raro que le organizara la fiesta, pero se adelantó mi orgullo y dijo que no, que claro que no sería raro.

–Tienes que pensar dos veces las cosas antes de hablar. Lo he pensado muchas veces.

–Gracias. Entonces, me di cuenta de que seguramente lo hacía para castigarme por...

–¿Por...? –preguntó Jenny arqueando una ceja.

–Da igual –Avery, que no se sonrojaba jamás, notó que estaba sonrojándose–. La verdad es que nuestra empresa es la mejor elección para algo así. Si lo hubiera rechazado, todo el mundo habría dicho que no organizaba la fiesta porque había estado saliendo con el príncipe y no podía soportarlo. Además, él habría sabido cuánto me había dolido.

Naturalmente, ya lo sabía y a ella le deprimía pensar que su relación hubiese caído tan bajo.

–Tienes que delegar este encargo, Avery. Eres la mujer más fuerte e impresionante que he conocido, pero organizar la boda de un hombre del que estuviste enamorada...

–Fue sexo...

–Lo que quieras, pero está matándote. Te conozco desde que teníamos cinco años y llevamos seis trabajando juntas, pero si sigues así, voy a pedirte que me despidas por el bien de mi salud. La tensión también está matándome.

–Lo siento. Háblame de trabajo y luego me ducharé.

–Ah, trabajo. Las bodas de oro del senador... Es el cliente más pesado que hemos tenido.

Jenny abrió su cuaderno y empezó a comprobar las notas mientras Avery tomaba la taza entre las manos para tranquilizarse con su calor.

–¿Por qué te empeñas en usar ese cuaderno cuando te he proporcionado la última tecnología?

–Me gusta. Puedo garabatear y convertir a los clientes en caricaturas –Jenny repasó la lista–. Quiere cincuenta cisnes para sorprender a su esposa. Al parecer, representan la fidelidad.

–Ese tipo ha tenido tres aventuras extraconyugales y una muy conocida –Avery dejó la taza–. No creo que esta fiesta debería celebrar su fidelidad, ¿no?

–No, pero tampoco se me ocurrió una manera delicada de decírselo cuando llamó. No soy tú.

–Entonces, piensa una deprisa porque si ese día le habla de fidelidad a su esposa, tendremos una batalla campal, no una fiesta. Nada de cisnes. ¿Qué más?

–¿Más...? –Jenny suspiró y ojeó las notas–. Quiere soltar un globo por cada año de matrimonio.

Avery dejó caer la cabeza contra la mesa.

–Mátame, por favor.

–No, tendría que lidiar yo sola con el senador.

Avery volvió a levantar la cabeza.

–No suelto globos. Aparte de que soltar globos está prohibido en muchos sitios, ¿no está trabajando con un grupo medioambiental en estos momentos? No le interesa una publicidad así. Propón palomas. Las palomas no dañan el medio ambiente y los invitados pueden soltarlas con la sensación de estar haciendo algo bueno –Avery intentó concentrarse–. Pero no cincuenta, claro. Con dos bastarán o los invitados acabarían cubiertos de excrementos.

–Dos palomas –Jenny lo anotó pensativamente en su cuaderno–. Me preguntará qué significan dos palomas.

–Mucho menos jaleo que cincuenta cisnes. Perdona, ya sé que no puedes decir eso –Avery dio un sorbo de café–. Dile que significan paz y tranquilidad. No, no le digas eso tampoco. Dile... –ella no sabía nada de relaciones duraderas–. Dile que significa camaradería, que representan el viaje de su vida en común.

–Que ha estado lleno de...

–Efectivamente –Avery cerró el archivo del ordenador antes de que pudiera meter más errores–. Que Chloe te ayude con la fiesta del senador. Tenemos que curarla de su pasión por los famosos. Será una buena experiencia para ella que se mezcle con famosos y podrá ayudar si las palomas tienen incontinencia.

–¿Por qué no nos dejas que hagamos la boda del príncipe de Zubran sin ti?

–Porque todo el mundo dirá que no puedo hacerlo y, peor aún, Mal creerá que no puedo hacerlo.

¿Seguiría enfadado con ella? Se había puesto furioso y sus ojos negros llegaron a parecer un cielo que amenazaba una tormenta espantosa. Ella también se enfureció con él. Fue una colisión en la que ninguno de los dos cedió.

–Lo echas de menos, ¿verdad?

–Echo de menos el sexo y las discusiones.

–¿Echas de menos las discusiones? –preguntó Jenny con incredulidad.

–Eran... estimulantes. Malik es muy brillante. Algunas personas hacen crucigramas para mantener la cabeza activa, pero a mí me gusta una buena discusión. Es porque mi madre era abogada. En la mesa no hablábamos, debatíamos.

–Lo sé. Todavía me acuerdo de una vez que me invitaste a tomar el té. Fue aterrador, pero explica el porqué no reconoces que querías al príncipe. Tu madre dedicó su vida a liquidar matrimonios.

–Ya estaban rotos cuando participaba ella.

Jenny cerró el cuaderno.

–Entonces, ¿te parece bien la boda? Tu orgullo va a acabar contigo, lo sabes, ¿verdad? Eso y tu obsesión por salir ganando. Otra cosa que le reprocho a tu madre.

–Yo se lo agradezco. Hizo que fuese la mujer que soy.

–¿Una perfeccionista desmesurada que está hecha un lío con los hombres?

–No voy a disculparme por querer hacer bien mi trabajo y no estoy hecha un lío con los hombres. Que sea la hija de una madre fuerte y sin pareja...

–Avery, te quiero, pero estás hecha un lío. Cuando fui a tomar el té, tu madre defendía que había que deshacerse de los hombres de una vez por todas. ¿Alguna vez te dijo quién era tu padre?

De repente, sin saber por qué, se encontró otra vez en el patio del colegio y rodeada de niños que le preguntaban muchas cosas. Sí sabía quién era su padre y recordaba la noche cuando su madre le contó la verdad como si hubiese sido la noche anterior. Recordaba que se quedó sin fuerzas y que sintió náuseas.

–Mi padre nunca ha formado parte de mi vida –replicó Avery sin mirar a Jenny.

–Seguramente, porque tu madre no quiso que entrara. Lo ahuyentó, ¿verdad? Es brillante como el sol y está como una cabra. Además, no te engañes diciendo que tuviste que aceptar la fiesta. Ya hiciste la fiesta de lanzamiento del Hotel Ferrara Zubran. Fue más que suficiente para demostrar al príncipe que no te quitaba el sueño.

Avery notó que algo le atenazaba las entrañas, pero también sintió cierto alivio por dejar de hablar de su padre.

–No tenía ningún motivo para negarme. Deseo que Mal sea feliz con su princesa virgen –tenía que dejar de hablar de Mal. Notaba un zumbido en la cabeza–. Voy a hacer la fiesta y luego, se acabó. Llámalo, dile que estoy fuera del país, entérate de lo que quiere y resuélvelo.

–¿De verdad que su novia tiene que ser virgen? –preguntó Jenny con curiosidad.

–Creo que sí –contestó Avery con algo parecido a una náusea–. Tiene que ser pura y obediente.

–¿Cómo pudisteis mantener una relación el príncipe y tú? –preguntó Jenny entre risas.

–Yo era... implacable. Se me da mejor mandar que obedecer –el zumbido fue mayor y se dio cuenta de que llegaba de fuera de su cabeza–. Alguien está llegando al helipuerto. No esperamos a nadie hoy, ¿verdad?

Jenny negó con la cabeza y Avery se dio la vuelta para mirar, pero el helicóptero había desaparecido y estaba aterrizando encima de ella.

–Será alguien que viene a otra empresa del edificio.

Malik se bajó del helicóptero acompañado por dos guardaespaldas armados.

–¿Qué planta es?

–La última, señor, pero...

–Iré solo. Esperadme aquí.

–Pero, Alteza, no podéis...

–Es una empresa que organiza fiestas. ¿Quién va a hacerme algo en una empresa así?

Entró en el edificio antes de que los guardaespaldas pudieran reaccionar. A Avery le había ido bien desde que se separaron y el dolor creció en la misma medida que la rabia. Ella había preferido su empresa a su relación. Sin embargo, no podía pensar en eso. Hacía mucho tiempo que aprendió a distinguir entre los deseos personales y el deber. Después de pasarse años detrás de los primeros, en ese momento estaba entregado al segundo. Por eso, esa visita era profesional, no personal. Si conocía a Avery tan bien como creía, su orgullo le impediría echarlo de su oficina o abofetearlo. Estaba seguro de eso... o, quizá, ya no le importara lo bastante como para hacer ninguna de las dos cosas. Quizá nunca le hubiese importado y también se hubiese equivocado en eso.

Mal no se encontró a nadie por las escaleras y cruzó las puertas de cristal que daban paso a la próspera empresa de Avery Scott. Ese era el centro de operaciones de una empresa dedicada al placer y la diversión dirigida con una precisión militar. Desde allí, Avery organizaba fiestas para los ricos y famosos. Había levantado la empresa con mucho arrojo, había rechazado encargos que no consideraba a la altura de su empresa. Al convertirse en alguien tan exclusivo, había que reservar sus servicios con años de antelación y sus fiestas eran un símbolo de categoría para quienes podían pagarla. Era la primera vez que iba a su oficina y pudo ver al instante que era un reflejo de ella. Era contemporánea y elegante, propia de una triunfadora que no necesitaba a nadie. Desde luego, a él no lo había necesitado. Apretó los labios. El vestíbulo estaba acristalado y en lo más alto del edificio. La luz bañaba unas plantas exóticas y unos sofás bajos y muy modernos. Detrás del mostrador curvo había una chica bastante guapa que contestaba los teléfonos. Él se había vestido con un traje en vez de la vestimenta tradicional, pero eso no sirvió para ocultar su identidad porque la recepcionista se levantó de un salto en cuanto lo vio.

–Alteza... Sois... Dios mío...

–No soy Dios –replicó Mal frunciendo el ceño al ver que se quedaba pálida–. ¿Le pasa algo?

–No, creo que no. Nunca había visto un príncipe –ella se llevó la mano al pecho y luego se abanicó–. Me siento un poco...

Mal consiguió agarrarla antes de que cayera al suelo. Entre irritado y divertido, la sentó en su silla y le bajó la cabeza con delicadeza.

–Respire. Muy bien. Se le pasará enseguida. ¿Le traigo un vaso de agua?

–No –consiguió contestar ella–. Gracias por agarrarme. Evidentemente sois tan fuerte como parecéis. Espero no haberos dañado la espalda.

Mal se sintió repentinamente divertido.

–Tengo la espalda muy bien.

–Eso es muy embarazoso. Debería haceros una reverencia o algo así, no desmayarme a sus pies –ella levantó la cabeza–. Supongo que habéis venido para ver a la señorita Scott. Imagino que no puedo esperar que no digáis nada... Debería mantener la calma ante los famosos, pero, como veis, me queda mucho camino por delante.

–No diré ni una palabra –Mal sonrió y se incorporó–. Tranquila. Ya la buscaré yo mismo.

Al menos, la recepcionista no había fingido que su jefa no estaba en la oficina, algo que agradecía porque su eficiente servicio de seguridad le había confirmado que estaba allí. Que no le hubiera contestado la llamada lo había enfurecido un poco más, pero no iba a reprochárselo a esa chica. Avery, sin embargo, era la mujer más fuerte que había conocido. Nada alteraba su compostura gélida. Al parecer, ni siquiera que fuese a casarse con otra mujer.

Con la rabia férreamente dominada, se alejó del mostrador y se dirigió hacia los despachos. Decidió que Avery habría elegido un despacho con vistas sobre el Támesis. Se orientó, vio una puerta grande, la abrió de par en par y la vio sentada detrás de una enorme mesa de cristal hablando con otra mujer. Estaba impecable, como siempre, y la melena rubia la caía sobre una camisa gris perla. Sintió una opresión en el pecho durante esos segundos que ella tardó en verlo. Era algo que solo sentía con esa mujer. Transmitía elegancia, eficiencia y destreza. Nadie que la viera dudaría de que haría perfectamente su trabajo.

Tenía una agenda que haría que el anfitrión más ambicioso se muriera de envidia, pero muy pocos conocían a la verdadera mujer. Cuanto más intentó acercarse él, más se acorazó ella. Casi se rio por lo paradójico del caso. Él se había pasado la vida evitando que las mujeres se acercaran demasiado. Con Avery, eso fue innecesario. Ella fue quien levantó las murallas y cuando intentó derribarlas, ella se limitó a marcharse. Fueron amantes durante un año y amigos durante más tiempo, pero había días en los que creía no conocerla. Sin embargo, sí había algunas cosas que conocía muy bien. Por ejemplo, que su boca era adictiva. Al recordar su sabor reaccionó de una manera que creía tener dominada. La primera vez que la conoció le atrajo su confianza en sí misma, su empuje, su éxito y que creyera tanto en sí misma. Sin embargo, las virtudes que lo atrajeron fueron el motivo para que se separaran. Ella era implacablemente independiente y le aterraba todo lo que pudiera amenazar esa independencia. Él la amenazó. Todo lo que tuvieron en común la amenazó y ella lo dio por terminado. Solo quedó el dolor. La gente daba por supuesto que alguien como él tenía todo lo que quería. No sabía lo equivocada que estaba. Se quedó un instante paladeando la mezcla de arrepentimiento y rabia y, entonces, ella levantó la cabeza y lo vio. Intentó captar alguna señal de que su inesperada aparición la había afectado de alguna manera, pero no vio nada. Se levantó con la misma calma imperturbable que mostraba siempre.

–Vaya sorpresa. ¿En qué puedo ayudarte, Mal?