Entrar en el Olimpo - Elena Almirall Arnal - E-Book

Entrar en el Olimpo E-Book

Elena Almirall Arnal

0,0

Beschreibung

En la entrada del templo de Apolo en Delfos, se podía leer la máxima «Conócete a ti mismo», que respondía a una de las preguntas que inquietaba a los filósofos de la antigüedad: ¿Qué es lo más importante que puede aprender el ser humano? El autoconocimiento era el requisito fundamental. Con la idea de que los mitos pueden ser un camino para la introspección, y de que el Olimpo no es sólo un lugar mítico, sino un estado real de conciencia, este libro ofrece una nueva mirada a esos antiguos relatos grecorromanos, en sintonía con la búsqueda tradicional de discernimiento. De forma amena y rigurosa, Elena Almirall Arnal analiza el simbolismo y las enseñanzas que existen tras las historias legendarias de dieciocho figuras arquetípicas (desde Narciso, Prometeo o Perséfone, hasta Psique, Odiseo o Dánae) y las pone en relación con la sabiduría de todos los tiempos y lugares. El resultado es una lectura diferente, sapiencial y práctica de los mitos clásicos.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 266

Veröffentlichungsjahr: 2024

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Elena Almirall Arnal

ENTRAR EN EL OLIMPO

Un viaje arquetípico a través de la mitología clásica

© 2024, Elena Almirall Arnal

© de la edición en castellano:

2024 by Editorial Kairós, S. A.

www.editorialkairos.com

Composición: Pablo Barrio

Diseño cubierta: Editorial Kairós

Imagen cubierta: Apolo y las Musas de John Singer Sargent (1921)

Primera edición papel: Octubre 2024

Primera edición digital: Octubre 2024

ISBN papel: 978-84-1121-289-2

ISBN epub: 978-84-1121-312-7

ISBN kindle: 978-84-1121-313-4

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

Para mis sobrinos,

Inés, Joan y Lua.

Con la esperanza de que

los mitos clásicos

conduzcan vuestros pasos

hasta el Olimpo

Índice

Prólogo

I. Mnemósine y las Musas

II. Teseo y el Minotauro

III. Sísifo

IV. Narciso

V. Las Cárites

VI. Prometeo

VII. Pandora

VIII. Deméter y Perséfone

IX. La Esfinge

X. Ícaro

XI. Psique

XII. Circe

XIII. Heracles

XIV. Las Sirenas

XV. Apolo y Dafne

XVI. Odiseo y Penélope

XVII. Dánae

XVIII. Ariadna

Epílogo

Quiero dar las gracias…

Notas bibliográficas

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Índice

Dedicatoria

Epígrafe

Comenzar a leer

Quiero dar las gracias

Notas bibliográficas

Notas

Canta, oh Musa,

e inspira mi corazón

con tu canto.

Para que las palabras

que de él salgan

sean las adecuadas,

sean las necesarias.

Que no haya

ni una de más.

Que no haya

ni una de menos.

Que sea tu voz

y no la mía,

la que se escuche,

tras este canto.

Prólogo

«El mito es la nada que lo es todo.

El mismo sol que abre los cielos

es mito brillante y mudo (…).»

(Fernando Pessoa)1

La mitología grecorromana ha sido uno de los grandes amores de mi vida. Por mi duodécimo cumpleaños, pedí a mis abuelos que me regalaran un diccionario sobre el tema y, desde entonces, los héroes y las heroínas griegas, las divinidades, las ninfas, los sátiros, las musas, la esfinge o las sirenas se han ido cruzando periódicamente en mi camino. A veces han sido amables y benévolos pero, en otras ocasiones, se han mostrado bruscos y desagradables –aunque ahora sé que, en realidad, no dependía tanto de ellos como de mí y de mis procesos–. En ocasiones, he comprendido rápidamente el mensaje que venían a entregarme y, en cambio, en otros momentos, me lo han tenido que repetir una y otra vez hasta que han conseguido que lo asimilara. Con los años he podido también darme cuenta de que las historias míticas y las leyendas tienen innumerables capas de significados y que –aunque su lectura siempre es útil y aporta mucho conocimiento–, cuanto más profundo entras en ellas, más información tienen para ofrecerte. Como afirma el helenista Pedro Olalla: «La palabra μύθος [mythos] encierra la idea de un conocimiento que ‘se encripta’ –μύw [myo]– para ‘echarlo a correr’ –θέω [theo]–: una enseñanza oculta que va de boca en boca».2 Así, cada vez que releía un mito, se me iban desvelando nuevas informaciones. Todo ello ligado, invariablemente, a mi evolución vital y a la situación en la que me encontraba en cada momento. Siempre, sin embargo, había un elemento de sorpresa, de descubrimiento, de comprensión, de ilusión.

Alguien me dijo una vez que, para subir a una montaña, existen múltiples itinerarios. Hoy en día, sé que la mitología es uno de esos caminos de conocimiento que sirve como guía para ascender hasta la cima. Y que la recompensa que te espera cuando alcanzas la cumbre es, justamente, el Olimpo. Ese Olimpo que, como Shambhala, Shangri-La o el Paraíso, no es sólo un lugar mítico o un espejismo inalcanzable, sino un estado real de conciencia. Los que acceden a él son aquellos que han comprendido su verdadera naturaleza y, trascendiendo la materia, han experimentado lo divino, convirtiendo esa experiencia no en algo temporal, sino en una condición permanente.

Bajo la premisa de que todos somos héroes que estamos de camino hacia el Olimpo, de que las tramas mitológicas son metáforas de la realidad humana, con absoluta vigencia por su atemporalidad, y de que en los mitos están las claves para descifrar los enigmas que encontramos en nuestro recorrido vital, este libro quiere ser una guía o una propuesta para viajar hacia la meta, pues los relatos que en él se describen nos explican diferentes procesos –todos ellos iniciáticos– para que aprendamos cómo atravesar velos, cómo enfrentar encrucijadas o cómo vencer monstruos. Ellos nos enseñan también que se trata, en realidad, de una travesía que empieza y acaba en nuestra propia alma; que –parafraseando a Konstantino Kavafis– es nuestra alma quien pone ante nosotros los retos que necesitamos superar para evolucionar, para avanzar en ese camino. Al proponer el concepto del monomito,a que él consideraba un patrón universal subyacente en los relatos legendarios de la mayoría de los pueblos del mundo, Joseph Campbell explicó además que «ni siquiera tenemos que aventurarnos solos, pues los héroes de todos los tiempos lo han hecho antes que nosotros. El laberinto es exhaustivamente conocido. Sólo debemos seguir la huella del paso del héroe, y donde habíamos pensado hallar una abominación, encontraremos un dios. Y donde habíamos pensado matar a otro, nos mataremos a nosotros mismos. Donde habíamos pensado viajar hacia el exterior, llegaremos al centro de nuestra propia existencia. Y donde habíamos creído estar solos, estaremos con todo el mundo».3

Siguiendo con esta idea, me ha parecido interesante remarcar que, en diferentes culturas, aparecen los mismos temas y que se pueden encontrar paralelismos en los mitos y símbolos de los pueblos más distanciados. De alguna forma, me conmueve darme cuenta de que existe un imaginario colectivo al que todos podemos acceder y en el que se inspiran las leyendas y los relatos de las distintas sociedades. Por ello, he querido reflejar esta cuestión, sobre todo, a través de las citas de autores y tradiciones diversas que comparto en cada capítulo.

Por mi parte, si me he atrevido a escribir este libro ha sido porque sé que los mitos, en su origen, eran poemas orales que los aedosb cantaban o recitaban en los diferentes lugares a los que viajaban –es precisamente por eso por lo que, de algunos de ellos, existen varias versiones–. Así, he querido ponerme la capa de aedo y compartir mi interpretación de esos relatos legendarios que tanto me fascinaron de niña. El psicólogo Paul Diel decía que existen múltiples explicaciones de los mitos, pues cada persona tiene su perspectiva y puede ofrecer su visión de los mismos. En mi caso, es por amor a estas historias que he querido escribirlas y exponer el significado que ellas tienen para mí, así como la sabiduría práctica que me inspira cada episodio. Mi intención es, sencillamente, aportar una voz más que, como sucede con todas las voces, se basa en el bagaje cultural y en las experiencias vitales de la persona que la emite. Así pues, no me puedo adjudicar en exclusiva el mérito de las conclusiones que propongo, puesto que beben de múltiples fuentes e inspiraciones (las más importantes se detallan en la bibliografía y en los agradecimientos).

El libro está dividido en dieciocho capítulos, que siguen el siguiente esquema: se explica el mito, se analiza su simbolismo y se termina con un cuadro donde se recogen, a modo de conclusión, las enseñanzas prácticas que pueden extraerse de cada uno de los relatos –que, aunque en ocasiones confluyen, pues todas apuntan a un mismo objetivo, siempre tienen matices particulares–. La finalidad, ya se ha comentado: desvelar enigmas, sugerir caminos, proponer opciones y ofrecer indicaciones para llegar hasta el Olimpo. Y, una vez allí, mientras las Horas nos abren las doradas puertas del soñado palacio, sentir cómo los benéficos rayos de Apolo acarician nuestro rostro, al cruzar el umbral que nos llevará, directamente, al salón de oro y mármol que –lo sabemos– está destinado a los dioses. Solamente a los dioses.

I. Mnemósine y las Musas

«A Mnemósine

Invoco a la esposa del Divino Zeus,

progenitora de la dulce y sagrada Enéada,

libres de olvidos y fallas de memoria,

por la que el intelecto se une al alma.

A ti se debe el aporte de la razón al pensamiento

todopoderosa, complaciente, protectora, vigorosa.

Tú tienes el poder de despertar al aletargado,

uniendo el corazón a la cabeza,

librando a la mente del vacío, vigorizándola y estimulándola,

alejando las tinieblas de la mirada interna y el olvido.

Ven, bienaventurada potestad. Despierta la memoria de tus iniciados

en los sagrados ritos, y rompe las ataduras del Leteo».

(Himnos órficos)4

Cuenta el poeta Hesíodo, en su Teogonía,5 que la titánide Mnemósine era hija de Gea y Urano, la Tierra y el Cielo. Su nombre viene de la palabra griega μνήμη (mnéme) que significa memoria y eso era, justamente, lo que esta divinidad personificaba. Por este motivo, los griegos la situaron entre las primeras generaciones de dioses, pues la memoria era básica e importantísima para la cultura oral y se consideraba uno de los componentes principales de la civilización.

Además, se creía que, en el Hades (el Inframundo), había una fuente y una laguna tutelada por Mnemósine, que simbolizaba lo contrario que el Leteo (el río del olvido). Las almas de los muertos bebían el agua de este último con el objetivo de que, una vez reencarnadas, no pudieran recordar sus vidas pasadas ni el periplo que habían realizado por el Hades tras abandonar su cuerpo. En cambio, los iniciados en el orfismo, un movimiento religioso mistérico cuya fundación se atribuía al poeta y músico Orfeo, tomaban el agua del río de la memoria, justamente para evitar el olvido, para poder liberarse de la metempsicosis (ciclo de reencarnaciones) y alcanzar la vida eterna, para recuperar la naturaleza divina, en definitiva, para entrar en el Olimpo.

De la unión de Mnemósine con Zeus, que duró nueve noches, nacieron las nueve Musas, que eran descritas como mujeres jóvenes a las que sólo les interesaba el canto y cuyo corazón estaba exento de dolores. Las Musas tenían virtudes proféticas y capacidad de inspirar a los artistas. Tradicionalmente eran nueve: Clío, Euterpe, Talía, Melpómene, Terpsícore, Erato, Polimnia, Urania y Calíope. Cada una de ellas estaba a cargo de un área del conocimiento, de una rama artística: Clío era la musa de la historia, de la epopeya; Euterpe se ocupaba de la música, concretamente del arte de tocar la flauta; Talía estaba a cargo de la comedia; Melpómene era la musa de la tragedia; Terpsícore, de la danza y el canto coral; Erato presidía la poesía amorosa y lírica; Polimnia, la poesía y los cantos sagrados; Urania, la astronomía, y Calíope, la poesía épica y la elocuencia.

Las Musas acompañaban al dios Apolo, patrón de las artes, y vivían en el Olimpo, alegrando a Zeus, al narrarle los relatos del presente, del pasado y del futuro. Eran las protectoras del arte en cualquiera de sus formas y presidían toda manifestación de inteligencia. A aquellos humanos afortunados que eran honrados con sus favores, les entregaban los dones de la palabra, de la elocuencia y de la persuasión.

Este libro empieza con las Musas –y con su madre, Mnemósine–, porque con ellas empiezan muchas de las epopeyas antiguas, porque con ellas empiezan muchos poemas, muchas tragedias, muchas comedias. Tal vez no sea con ellas con quienes se inicia el mundo, pero sí es con ellas –o gracias a ellas– que comienza, en él, la Belleza. En sus manos está el Arte, la Historia, la Filosofía, el Canto y la Danza, todas las habilidades que conmueven al corazón humano. El poeta que declama, el filósofo que reflexiona o el artista que esculpe y pinta no alcanzan la genialidad si no es porque una musa les susurra al oído, transportándolos así a ese misterioso espacio donde las fronteras entre lo divino y lo humano se desvanecen, donde ensueño y realidad se fusionan. Es cuando el poeta deja de luchar con su mente para escribir unas líneas y permite que las musas tomen el mando, cuando ellas pueden inocular, en él, el ενθουσιασμός (enthousiasmós), es decir, la inspiración divina,c la evocación de todo aquello guardado en el seno de su madre Mnemósine, aquello escondido en las profundidades de la Memoria.

Las Musas vinculan al ser humano con lo sagrado, pues ellas conocen el secreto de la creación y la armonía de la misma. Las Musas nos invitan a ser poetas, músicos, a hacer armonioso y sublime cada uno de nuestros actos. Desde la antigua Grecia, llegan hasta nosotros los ecos de su canto, no en vano la palabra música viene del griego μουσική (mousiké), que es el arte de las Musas, o la palabra museo, de μουσείο (mouseío), la casa de las Musas. Así pues, el artista que se siente estancado, desanimado u olvidado por ellas podría llegar a encontrarlas en las salas de una pinacoteca o entre las notas de una sinfonía.

Sabemos por el filósofo romano Marco Tulio Cicerón6 que Biante de Priene, uno de los famosos siete sabios de Grecia, cuando tuvo que abandonar su ciudad debido a su asedio por parte del ejército persa de Ciro y le aconsejaron que recogiera todos sus bienes antes de iniciar la huida, se fue sin llevarse nada y afirmó: «Omnia mea mecum porto», es decir: «Llevo conmigo todas mis cosas». Para el sabio, pues, el mayor de los bienes era su sabiduría, aquello que no se puede comprar ni vender, aquello que los dioses inspiran a los privilegiados que son bendecidos con su favor. Así es, entre todos los bienes sobre la tierra, los sabios eligen aquellos que, de una u otra forma, proceden de Mnemósine.

Pero ¿cuáles eran los secretos de esta enigmática diosa, a la que los órficos evocaban en su paso por el Hades? Existen evidencias de que era invocada también en algunos oráculos como el de Trofonio, que estaba presente en los santuarios de Asclepios, dios de la medicina, y que tenía relevancia en otros cultos mistéricos. El himno órfico dedicado a ella explica que es la que une el intelecto al alma, que despierta a los que están dormidos, uniendo corazón y cabeza, que libra a la mente del vacío, la vigoriza y la estimula, alejando el olvido. Aparecen también referencias a ella en las llamadas laminillas órficas, encontradas en enterramientos, en las que se dan instrucciones precisas sobre el viaje al más allá: se explica cómo sortear peligros, pasar pruebas o responder a los guardianes del Hades; se exhorta al iniciado a no beber de las aguas del Leteo, aunque tenga mucha sed, pues es preciso que recuerde todos los rituales que realizó en vida y en los que aprendió los pasos a seguir en ese trascendental viaje para poder romper las ataduras con lo terrenal y acceder a lo divino.

Descubrimos también alguna pista sobre ese misterioso conocimiento que proporciona la diosa, recurriendo de nuevo a la etimología. Se indica a los iniciados que no deben beber de las aguas del río del olvido, del Leteo. Como dice la profesora Ana Isabel Jiménez San Cristobal, olvido, en griego, es λήθη (lethe) y, curiosamente, si a esta palabra le añadimos la partícula de negación «a», obtenemos una nueva palabra, αλήθεια (aletheia), que significa verdad.7 Así pues, la verdad sería lo contrario al olvido; en este contexto, entonces, la verdad sería sinónimo de la memoria. Los iniciados deben recordar la Verdad pero en mayúsculas. Uno de nuestros poetas, seguramente inspirado por las Musas, conocía estos secretos:

«¿Tu verdad? No, la Verdad,

y ven conmigo a buscarla.

La tuya, guárdatela».

(Antonio Machado)8

Mnemósine es la memoria del origen de la creación y sus hijas, las Musas, preservan y perpetúan dicha memoria. Ellas, como los diferentes tonos de una misma voz, registran todas las combinaciones armónicas del sonido primigenio, de aquel sonido del que emana la música del mundo. Con sus bellos cantos, las hijas de la Memoria evocan esa Verdad, ese conocimiento ancestral que el alma del ser humano conoce pero ha olvidado en su largo caminar; esa trascendencia que anhelamos sin recordar que ya la poseemos, que es nuestra esencia más profunda; esa música que hipnotiza nuestros sentidos y nos lleva de vuelta a casa, al origen, al Olimpo.

Para entrar en el Olimpo…

Debemos, en primer lugar, tal y como hacían los poetas clásicos, pedir inspiración a las Musas para que guíen nuestros pasos, para que nos ayuden a despertar del sueño del olvido y nos permitan acceder a la memoria de la Belleza, para que nos muestren la Verdad.

Debemos, seguidamente, dejarnos seducir por ellas, abrir –con valentía– el corazón a su canto, renunciando a la rigidez del mero intelecto y acogiendo con humildad sus enseñanzas. No es sencillo empezar a ver o a comprender. Una flor deja de ser una flor para volver a ser una flor. El canto de un pájaro puede emocionar hasta las lágrimas y la caricia del viento acaba siendo convertida en poesía cuando las Musas te acompañan.

Debemos, finalmente, permitirnos recordar lo que de verdad somos, tener la valentía de integrar ese conocimiento y caminar, con serenidad, hacia ese objetivo, hacia ese lugar al que estamos destinados. Debemos caminar hacia el Olimpo.

II. Teseo y el Minotauro

«Una vez que arribó a Creta, de acuerdo con los escritos y cantos de la mayoría, recibió de la enamorada Ariadna el hilo e,

informado de cómo pueden recorrerse las espirales del laberinto,

mató al Minotauro y se hizo a la mar llevándose a Ariadna y a los jóvenes».

(Plutarco)9

Existen muchos héroes en la mitología griega pero, sin duda, Teseo es uno de los más conocidos gracias a que consiguió vencer al Minotauro, aquel famoso monstruo, mitad hombre, mitad toro, que habitaba en el laberinto de Creta. Pero, vayamos por partes, pues, antes de llegar a este momento culminante, la vida y la historia de Teseo –como un presagio del dédalo al que después tendría que enfrentarse– tuvieron incontables altibajos y dieron innumerables vueltas.

El héroe era hijo del rey ateniense Egeo y de Etra, hija a su vez de Piteo, rey de Trecén. Sin embargo, en algunas tradiciones aparece como descendiente de Poseidón, dios del mar. Esta doble filiación es muy habitual en los héroes griegos y comporta la unión de una divinidad con una persona mortal, sugiriendo que la fusión de las fuerzas celestiales con las terrenales proporciona al hijo un poder superior, una fuerza sobrenatural.

Cuenta el mito que Egeo, preocupado por no haber podido tener hijos, había ido a consultar el oráculo de Delfos, obteniendo –como era habitual– una respuesta poco clara: «Del odre el saliente pie, ¡con mucho el mejor de los hombres!, no desates antes de arribar al pueblo de Atenas».10 Un tanto desconcertado, Egeo se dirigió a Trecén y allí compartió con el rey Piteo la profecía. Este enseguida comprendió que la pitonisa pronosticaba que el rey engendraría a un hijo de la primera mujer con la que yaciera, por lo que se las arregló para emborracharlo y poner a su hija Etra en su lecho, pues la muchacha había sido previamente violada por Poseidón. De esta unión –o uniones– nacería Teseo.

El niño pasó los primeros dieciséis años con su madre en Trecén, sin conocer su origen, pues Egeo temía a sus sobrinos, los Palántidas, que aspiraban al trono de Atenas y prefirió dejarlo con ella. Sin embargo, el rey escondió su espada y sus sandalias bajo una roca, con las instrucciones de que su hijo las recuperara cuando fuera suficientemente fuerte como para mover la piedra. Así pues, una vez cumplida esta edad, Teseo recogió los γνωρίσματα (gnorísmata) o prendas de reconocimiento que le había dejado el padre y comenzó el épico periplo, lleno de aventuras y plagado de pruebas, que sellaría su destino heroico.

Un héroe es un personaje destacado que encarna el ejemplo a seguir en una cultura determinada; es el arquetipo en el que se mira una civilización y el paradigma idealizado por el que esta se siente representada. El héroe siempre tiene –o adquiere en su proceso– habilidades fuera de lo común, aunque, en realidad, lo que más le caracteriza es su valentía en el momento decisivo en que debe afrontar los desafíos que la vida le presenta.

Habitualmente, en los mitos y leyendas que hablan de ellos, los héroes se ven enfrentados a duros retos, amenazas y desafíos, todos ellos con un profundo significado simbólico. Dichos episodios representan las diferentes etapas de lo que se ha llamado el proceso iniciático, a través del cual el individuo lleva a cabo una serie de ritos de paso, tras los que adquiere ciertos conocimientos y ciertos derechos que justificarán una transformación de su estatus y una mejora del mismo. Este proceso iniciático, que ha sido muy estudiado, fue definido por Arnold van Gennep,11 quien lo dividió en tres etapas: una fase de separación, en la que la persona es apartada de su entorno habitual; un periodo de transición, en el que el individuo no tiene aún una identidad definida; y un último estadio que consiste en la integración, tras la cual se convierte en miembro de pleno derecho de un grupo o una sociedad concreta. Estos ritos iniciáticos conllevan siempre la idea de dejar algo atrás para empezar algo nuevo y están relacionados también con el simbolismo de la muerte y el renacimiento, propio de muchos de los mitos griegos. Los héroes deben dominar una serie de pruebas para conseguir dicho estatus, para morir como humanos y renacer como semidioses, para pasar a la historia y, en definitiva, para entrar en el Olimpo.

El mito de Teseo es un claro ejemplo de este proceso. El héroe tendrá que superar una serie de desafíos, concretamente nueve, para alcanzar tal condición. En los escritos homéricos, «nueve parece ser la medida de las gestaciones y las búsquedas fructuosas, y simboliza el coronamiento de los esfuerzos, el término de una creación».12 Tradicionalmente, el número nueve simboliza el final de un ciclo y el inicio de otro nuevo (obsérvese que nueve y nuevo son dos palabras relacionadas etimológicamente), es el número del iniciado, pues posee en sí mismo todos los números simples y cierra el grupo de los números primarios. Nueve son las musas, nueve son los meses que dura un embarazo, los frutos del Espíritu Santo, los coros angelicales y los días que Deméter recorrió el mundo buscando a su hija Perséfone.d No es casualidad, pues, que los retos de Teseo fueran nueve, eso nos está anunciando ya la transformación que sufrirá el personaje a través de su recorrido vital.

Como hemos comentado más arriba, al héroe se le supone una doble filiación, en este caso, de Egeo y Poseidón, lo que confirma la naturaleza semidivina del personaje que, según cuentan los mitos, desde bien pequeño, da muestras de su valentía y singularidad. El periplo de Teseo se inicia cuando mueve la pesada roca que guarda los objetos de su padre –demostrando así que está preparado para recibirlos y para comenzar su viaje iniciático– y se encamina a Atenas. Tanto su madre como su abuelo le recomiendan que viaje por mar, para evitar los peligros, pero el héroe, deseoso de emular a Heracles,e elige la ruta terrestre. Veamos cuáles son sus desafíos, el abanico de pruebas que se irá desplegando para que Teseo pueda ir avanzando en el camino evolutivo de su iniciación.

En primer lugar, en Epidauro, se encontró con Perifetes, un hijo de Hefesto y Anticlea que atacaba a los caminantes con su maza de bronce. Teseo lo mató y se apoderó del arma. Mientras el bronce, para los griegos, simbolizaba la desmesura y la depravación, la maza se asociaba con la fuerza y el vigor; así pues, en manos del bandido esta maza de bronce era cruel, abyecta y dañina, pero, en cambio, en manos del héroe se convertía en un artefacto útil y eficaz que, a la vez, representaba su dominio sobre la agresividad y la violencia. A partir de este momento, el arma se convierte en uno de los atributos de Teseo, recordándonos, con este episodio, que lo malo no es dicha arma sino la mano que la empuña.

Su segunda hazaña tuvo lugar en el istmo de Corinto; allí se enfrentó con el gigante Sinis, hijo de Poseidón, dotado de extraordinaria fuerza, que era conocido como «el doblador de pinos» porque torturaba a los que se cruzaban en su camino, doblando estos dos árboles y atando entre ellos a sus víctimas para, después, soltar los pinos y desgarrarlas. Los dos árboles simbolizan la dualidad, las dos energías presentes en el universo: la masculina y la femenina. Doblados hacia el centro representaría que ambas energías estarían en equilibrio pero, al soltarlos e irse en direcciones opuestas, vemos que se separan y se alejan de ese eje central. Esto nos habla de la necesidad de armonizar ambas tendencias en ese punto medio que, en el ser humano, no es otro que el corazón.

En su tercer trabajo, Teseo mató a la cerda de Cromión, una fiera llamada Fea o Faya –el nombre lo recibió de la nodriza que la había criado– hija de Equidna y Tifón, que tenía aterrorizada a la población porque había dado muerte a muchas personas. Los cerdos suelen ser símbolo de la voracidad y de las tendencias oscuras, y este es uno de los episodios que representa la victoria del héroe sobre ellas.

En Megara, junto a las Rocas Escirionas, eliminó a un nuevo malhechor llamado Escirión. Su nombre viene de σκιρός (skirós), es decir, terreno no cultivado, cubierto de maleza y significa hombre agreste, rústico. El bandido obligaba a los viajeros que por allí pasaban a lavarle los pies y, entonces, los empujaba al mar donde una enorme tortuga los despedazaba. Habla este capítulo del peligro que entraña ponerse a los pies de lo salvaje, de lo inculto, de lo tosco. También del riesgo de sucumbir a una falsa humildad, de tener una actitud servil y de ser destruido por ello.

La quinta victoria tuvo lugar en el camino de Megara a Eleusis donde se enfrentó a Cerción, un héroe eleusinof que asaltaba a los viandantes, obligándolos a luchar con él para después matarlos. Teseo lo levantó por los aires, lanzándolo con fuerza contra el suelo y terminó aplastándolo. El mito nos habla aquí de que el iniciado debe recordar siempre que, al participar en los sagrados Misterios, ha sido elevado espiritualmente y su proceder tiene que reflejar el equilibrio y la armonía alcanzados al entrar en contacto con su Yo superior. No respetar dicha iniciación, como hace Cerción, y utilizar su poder o su conocimiento para el mal lleva inevitablemente a la caída. El iniciado nunca debe hacer un uso perverso o vil de su saber ni de sus habilidades.

Su última hazaña antes de llegar a Atenas le enfrentó a Procrustes, un bandido también conocido como Damastes. Este, a pesar de ser, en un primer momento, amable y complaciente con los viajeros a los que hospedaba, después los torturaba, invitándolos a dormir en uno de sus dos lechos. A los peregrinos altos, los acostaba en una cama muy corta y, a los bajos, en otra que era muy larga. Acto seguido, para adaptarlos a la cama, a unos les cortaba los pies y a los otros los estiraba violentamente. Teseo lo martirizó de la misma forma para acabar con él. Hoy en día, existe en psiquiatría un síndrome con su nombre, que define a la persona que es intolerante o tiene miedo a lo diferente, a aquella que quiere que todo se ajuste a lo que ella piensa. Aquí, el aprendizaje que el mito propone consiste justamente en la necesidad de ser flexible, de reconocer como válidas las ideas del otro, de no tener miedo a lo que es distinto o a lo que se aleja de nuestros parámetros. El relato nos invita a abrir la mente para aceptar y comprender, pero también a no obcecarnos en que todo sea como nosotros pensamos que debe ser. Comprensión y aceptación.

Antes de entrar en Atenas, Teseo llegó hasta el río Céfiso, donde se encontró con los descendientes de Fítalo, un antiguo héroe ático, quienes lo acogieron y lo purificaron de todos los homicidios que había cometido en su recorrido. Sabemos que, en el proceso alquímico, en el camino de la transformación del metal vil en oro, la primera operación era la purificación. Y, como explica el profesor Raimon Arola, debemos recordar que «la verdadera alquimia es de orden espiritual y no material».13 Teseo, pues, sabedor de que necesita expiar los crímenes perpetrados, es purificado sobre un altar de Zeus.

El héroe es aquel que se transforma, el que es permeable, aquel que permite que lo que le va sucediendo –las pruebas que afronta y los demonios que vence– deje huella en él. Y será precisamente ese proceso, esa transformación, lo que le convierta en un héroe. La semilla de la heroicidad está previamente presente en él, pero es el proceso lo que hace que dicha semilla fructifique, que esa transformación se materialice.

Una vez en la ciudad, se dirigió al palacio de su padre que reinaba acompañado de la hechicera Medea. Esta, tras haber huido de Corinto, se había refugiado en Atenas donde había prometido a Egeo curarle la esterilidad por medio de su magia y, uniéndose a él, incluso le había dado un hijo: Medo. Aunque, en un primer momento, Egeo no reconoció a Teseo, la maga supo enseguida quién era, pues le precedía su fama de vencedor de monstruos y exterminador de bandidos. Tuvo miedo de que el héroe pudiera arrebatar el trono a su hijo y convenció al rey para que organizara un banquete en su honor y allí lo envenenase. Sin embargo, en mitad del ágape, cuando Teseo estaba a punto de beber la copa adulterada, sacó la espada que había heredado de su padre y este lo reconoció inmediatamente. Medea fue repudiada y expulsada de Atenas. Algunos mitos cuentan, sin embargo, que, antes del banquete, la maga había intentado destruir al héroe enviándole a luchar contra un toro que devastaba Maratón –y que, según se dice, era el famoso toro cretense–. Teseo lo redujo sin problemas y lo ofreció en sacrificio a Apolo. Y, en este caso, sería entonces, al sacar la espada, cuando Egeo reconoció a su hijo. Esta es la séptima hazaña del héroe; y, el hecho de que sacrifique el toro a Apolo, pone, además, al héroe en relación con este dios solar, lo que estaría simbolizando el brillo radiante de su alma, el conocimiento superior; sería la confirmación de que el héroe está ya preparado para enfrentarse a la bestia (este toro está relacionado con el posterior Minotauro), es decir, a los instintos más salvajes y primarios, a su parte más oscura y vil.