Episodios de la Revolución Cubana - Manuel de la Cruz - E-Book

Episodios de la Revolución Cubana E-Book

Manuel de la Cruz

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Beschreibung

Un texto como este va más allá de narrar simplemente episodios de la historia de Cuba. El valor de sus hombres, la dignidad, la vergüenza, el honor por encima de todas las cosas y el amor como el más puro de los sentimientos están presentes en cada relato que llega de la mano de su autor. Cual historia novelada se cuentan los hechos, en medio de la lucha por la libertad de Cuba, y donde aparecen nombres como Ignacio Agramonte, Henry Reeve o Julio y Manuel Sanguily, entre muchos otros. La lectura de la historia se convierte entonces en un paseo por vivencias personales, y un verdadero placer al que invitamos al lector.

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Seitenzahl: 213

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

Edición: Adyz Lien Rivero Hernández

Diseño de colección: Frank Alejandro Cuesta

Ajuste de diseño de la colección: Seidel González Vázquez (6del)

Realización de ilustraciones: Elvira M. Corzo Alonso

Corrección: Ricardo Luis Hernández Otero

Composición: Yaneris Guerra Turró e Idalmis Valdés HerreraConversión a e-book: Amarelis González La O

© Sobre la presente edición:

Editorial de Ciencias Sociales, 2022

Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, por escrito, acerca de este libro y de nuestras ediciones.

ISBN: 9789590624131

INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO

Editorial de Ciencias Sociales

Calle 14, no. 4104 entre 41 y 43, Playa, La Habana, Cuba

[email protected]

[email protected]

Índice de contenido
Episodios dela Revolución Cubana
Página Legal
Índice
Nota editorial
Prólogo
Una carta de Martí
PRÓLOGO DEL AUTOR
NARRACIÓN DE UN EXPEDICIONARIO
EL TENIENTE SALAZAR
DOS AMIGOS
Mármol contra granito
(A la memoria de El camagüeyano)
FIDEL CÉSPEDES
CROQUIS DE PALO SECO
ZIGZAG
Segunda expedición de El Salvador(Sobre notas de una cartera)
El paso de Cataño(Relato de un ayudante)
Dos exploradores
En la crimea
La loma del jíbaro
Aventuras de un asistente
LA INDIANA
¡A CABALLO!
Pro Patria(Anécdotas)
El rescate de un héroe

Nota editorial

Desde su primera publicación en forma de libro (1890) Episodios de la revolución cubana ha gozado del favor del público y de los editores. En 1911 aparece una edición que añade un nuevo relato (“El rescate de un héroe”) que formará desde entonces parte orgánica del conjunto. En 1924 vuelve a editarse, esta vez como el tomo 4 de las Obras del autor (en 7 volúmenes) a cargo de sus hijos Jesús y Carlos Manuel y de José María Chacón y Calvo, y que tiene la importancia de insertar una carta de José Martí a De la Cruz con interesantes apreciaciones sobre la obra y su relevancia en el momento en que vio la luz. Dicha epístola, dada a conocer como absolutamente inédita en la entrega de marzo 1923 de la revista Social, también se ha mantenido en las sucesivas ediciones de la obra.

Con posterioridad a 1959, Episodios de la revolución cubana tendría nuevas presencias en el campo editorial cubano. Así, en 1967 y 1968 aparecería bajo los auspicios del Instituto del Libro, en el segundo de los años citados entre los títulos editados con motivo de las celebraciones por el centenario del inicio de las luchas independentistas cubanas. Más tarde, en 1991, vería la luz una primera edición por nuestra Editorial de Ciencias Sociales, que la reimprimiría en 2001.

Para esta que presentamos ahora desde la Editorial Nuevo Milenio a través de dicho sello de Ciencias Sociales, como parte de la Colección Biblioteca del Pueblo, se tomó como base la de 1911, que había rectificado algunas erratas de la primera, con la cual se realizó ahora el debido cotejo. Además se actualizó la ortografía, se unificaron las diferentes maneras de escritura de algunos vocablos y se subsanaron otras erratas evidentes. Se incluye también la carta del Apóstol, cotejada con la publicada en Obras completas de José Martí (Editorial Nacional de Cuba, 1963-1965, tomo 5, pp. 179-181). Asimismo, se le han incorporado el prólogo y las ilustraciones de las ediciones de 1967 y 1968, de cuyos respectivos autores no se ha podido precisar la identidad. Una de esas ilustraciones ha servido para elaborar la cubierta.

Prólogo

Manuel de la Cruz Fernández nació en La Habana el 7 de septiembre de 1861 y murió en Nueva York el 19 de febrero de 1896, donde desempeñaba el cargo de secretario particular de Tomás Estrada Palma como jefe de la Delegación Revolucionaria Cubana en los Estados Unidos.

Se inicia en las letras como cuentista, apenas cumplidos los 21 años, con “El manco de la sierra”, al que siguen “El dominó negro”, La hija del montero y “El guardiero”, en el que nos brinda una vibrante descripción de la vida en el ingenio colonial. Hacia 1884 escribe su primera y única novela, Carmen Rivero, elogiada tan solo por algunas de sus virtudes formales y cuyo manuscrito fue a parar al “fuego de la cocina”, según confesión del propio autor, tras la demoledora crítica de Manuel Sanguily. En estos comienzos de su vida literaria viaja a España, y se establece en Cataluña, donde escribe una serie de impresiones de viaje que titula “En la madre Patria” y en las que comienza a vislumbrar al crítico y al patriota que había en él. Su estancia en tierra española exaltó y desbordó su cubanía y lo convenció de la imposibilidad de una solución española al problema de Cuba.

De regreso a La Habana, después de una breve visita a París, comienza a colaborar en diarios y revistas, utilizando, además de su nombre propio, diecisiete seudónimos, siendo los más conocidos los de Juan Sincero, Bonifacio Sancho, Juan de las Guásimas, Enmanuel, Micros, M. de la C., y Un Occidental. Durante este período, Manuel de la Cruz se siente autonomista, pero más por admiración intelectual hacia sus figuras, algunas de indiscutible valor cultural y filosófico, que por convicción política. Son estos años los que ven publicadas esas siluetas de los cubanos más representativos de su tiempo, que aparecen en la Revista Cubana y que en forma ampliada constituirán su libro Cromitos cubanos (La Habana, 1893). Así llega el año 1890, en que publica estos Episodios, uno de cuyos ejemplares envía a José Martí, a Nueva York, y da motivo a la carta del Apóstol que se incluye en la presente edición. De ese mismo año de 1890 es su “Carta abierta al señor Barrantes”, en la que afirmó el espíritu cubano con características propias, frente al peculiar de una colonia, en una valiente defensa de las letras nacionales. En 1891 da a la publicidad su “Reseña del movimiento literario en Cuba” y en 1893, además de Cromitoscubanos, ya mencionado, aparece su folleto Tres caracteres, con estudios sobre Varona, Cortina y Sanguily.

Pero este año de 1893 va a tener una significación mayor en la vida de Manuel de la Cruz, pues será el año en que defina su posición política en unas cartas dirigidas a Manuel Sanguily y que publica en la revista habanera ElFígaro. En ellas expresa el problema [de?] que representaba el ideal del Partido Autonomista, pero no creía que el problema político cubano pudiera solucionarse dentro de las normas propugnadas por dicho partido. Manuel de la Cruz comenzaba a perfilarse como separatista. Sus trabajos literarios de neto sabor cubano, fueron un factor de utilidad en el movimiento revolucionario que ya desarrollaba con inusitada pujanza José Martí desde tierras norteñas. Pero su separatismo no debía ser solo de pluma. A finales de 1894, la dirigencia revolucionaria, que daba los últimos toques al inicio de la nueva lucha enmancipadora, le encomendó una delicada y responsable misión en la región oriental de la Isla, que contemplaba los siguientes puntos: servir de lazo de unión entre los grupos conspiradores, cuyas diferencias eran una amenaza para el comienzo de la contienda armada; dar instrucciones y recibir noticias detalladas de todo lo que pudiera contribuir al logro de esa empresa; estudiar las circunstancias y peculiaridades de cada localidad para ver el partido que se pudiera sacar en beneficio de la causa común; conocer a los hombres de importancia de cada distrito para procurar atraerlos a la revolución; investigar cuál era la verdadera situación del gobierno español en Cuba, desde el punto de vista económico y militar; desacreditar, por todos los medios posibles, las reformas prometidas por el gabinete del liberal Sagasta; minar al Partido Autonomista, poniendo de relieve el desdén con que lo trataba el gobierno de Madrid, la hostilidad de los peninsulares residentes y el error fundamental de dicha organización política, que creía o fingía creer que se obtendría una autonomía de tipo inglés para Cuba.

Manuel de la Cruz llevó a cabo su misión con éxito. Persuadió al “Gran Guillermón”, quien, por el color de su piel, vacilaba en ponerse al frente de tropas blancas. Martí, en más de una misiva, expresó hallarse satisfecho del celo, inteligencia y eficacia desplegados por De la Cruz.

Tras el estallido de la contienda liberadora, De la Cruz, de constitución delicada y frecuentes quebrantos de salud, se traslada a los Estados Unidos, desde donde libra su campaña revolucionaria a través de su vibrante pluma. Colofón de su viaje unificador a Oriente, fue el folleto La revolución cubana y la raza de color, publicado en Cayo Hueso a poco de haber pisado tierra estadounidense, bajo el seudónimo de Un Cubano sin Odios, con el que publicará también en 1896, en el Perú, su trabajo La república cubana.

Llegado a Nueva York y designado secretario de Estrada Palma, falleció apenas cumplidos los 34 años. El Fígaro fue la única publicación en Cuba que osó dar la noticia de su deceso, en una simple nota necrológica, un pie de grabado junto a su fotografía; el gobernador de La Habana amenazó con clausurar la revista si volvía a publicar la foto de un separatista. Al morir De la Cruz, dejó un extenso y concienzudo trabajo biográfico sobre Ignacio Agramonte, que desdichadamente se ha perdido.

Manuel de la Cruz fue un brillante prosista. Con Martí y Emilio Bobadilla (Fray Candil), representa la tendencia impresionista de la crítica de una época tan dúctil al preciosismo y lo barroco en las letras y de cuya influencia no estuvo exento De la Cruz en sus inicios literarios. Pero conoce bien el valor de la autocrítica y lo demuestra en cartas al escritor peruano Clemente Palma y a Manuel Sanguily, así como en un artículo que dedica a su amigo Ducazcal, en los que fustiga duramente su propio estilo, en el cual están escritos sus Cromitos Cubanos. Esta conciencia de la propia obra lo lleva a un cambio formal que se inicia precisamente con Episodios de la revolución cubana. Sigue siendo un impresionista, pero su prosa ya no nos mostrará esa “plétora de colorido chillón y carencia de precisión y sobriedad”, con que él mismo la calificase en carta a Palma. En estos Episodios no deja de haber color, pero hay mucho más lirismo. Además, no es obra de gabinete, elaborada subjetivamente, sino dinámica, viva, todo lo objetiva que puede ser una obra surgida del contacto directo, físico, con sus protagonistas o con testigos de excepción. En estos Episodios hay una evidente evolución de su técnica y, por tanto, de su estilo.

Manuel de la Cruz, no exento de la influencia ecléctica de la época, con predominio de Hegel, Hipólito Taine, Renán y otros, participa en un movimiento esencialmente intelectualista, la mayoría de cuyos miembros no logra comprender, a cabalidad, la revolución que quieren Martí y Maceo; pero De la Cruz no se dejó arrastrar por ese movimiento tan ciegamente como otros contemporáneos suyos y por ello pudo ver con más claridad al Martí verdadero y la obra que gestaba. Es cierto que su trinchera no estuvo en el campo de batalla con un fusil en la mano, pero la retaguardia también suele ser trinchera y más con una pluma viva entre los dedos. Por eso no es erróneo expresar que Manuel de la Cruz murió mambí, aunque no de “cara al sol” radiante de su tierra. No olvidemos su época: romántica y burguesa, aunque estos Episodios, a ratos, nos velen ese pensamiento.

Acerca de este formidable manojo de hechos heroicos de nuestra primera lucha emancipadora, en el que no falta el cuadro amoroso de ribetes trágicos, propio de aquellos tiempos, huelgan los comentarios tras la lectura de la carta del Apóstol a Manuel de la Cruz. El mártir de Dos Ríos, con su brillante sagacidad crítica y su alta sensibilidad humana, se encarga de darnos el mejor de los análisis. Y el Martí de la gran agitación revolucionaria, cuyas veinticuatro horas del día debían parecerle segundos en medio de sus infinitas actividades, le dice a De la Cruz que “para releer los Episodios no me ha faltado tiempo, porque sean cualesquiera mis quehaceres, no puedo tropezar con el libro sin tomarlo de la mesa con ternura y leer de seguido páginas enteras”. Y es que en verdad apasionan sus relatos. No es extraño, pues, que el Apóstol de nuestra independencia anotase al margen de sus páginas, en más de una ocasión: “hay veces en que se desea besar el libro”.

Una carta de Martí

New York, 3 de junio de 1890.

Sr. Manuel de la Cruz

Amigo mío:

¿Cómo empezaré a decirle el cariño, la agitación, la reverencia, el júbilo, con que leí de una vez, por sobre todo lo que tenía entonces entre manos, sus Episodios de la Revolución de Cuba? No he tenido últimamente una hora de reposo, para decirle con qué orgullo he visto, como si fuera mía, esta obra de usted, y en cuánto tengo su piedad patriótica y su arte literario; pero para releer los Episodios no me ha faltado tiempo, porque, sean cualesquiera mis quehaceres, no puedo tropezar con el libro sin tomarlo de la mesa con ternura, y leer de seguido páginas enteras. Por supuesto que he de escribir sobre él, por gusto mío, para que sepa el mundo de nuestros héroes, y de su historiador, más de lo que sabe. Es historia lo que usted ha escrito; y con pocos cortes, así para que perdurase y valiese, para que inspirase y fortaleciese, se debía escribir la historia. ¡Y la vergüenza, y la veneración, con que se va leyendo el libro! Ya nada nuevo podremos hacer los que vinimos después. Ellos se han llevado toda la gloria. En las notas que fui poniendo al margen, como guía para las líneas que he de escribir, hallo que he puesto en tres ocasiones poco más o menos esta misma frase: “Hay veces en que se desea besar el libro”. Los caballos debió usted preparar; porque leer eso, para todo el que tenga sangre, es montar a caballo.

Yo no quiero más que acusarle recibo de este libro radiante y conmovedor. Harto sabe usted de qué hoguera le nació, y con qué cuidados lo fue rematando y bruñendo. ¿Qué le diría de nuevo, con decirle lo que todo el mundo ve: la viveza de la acción, la realidad de los escenarios, la armonía entre los sucesos y la lengua en que los pinta, la pasión por nuestros héroes, que se ve en el esmero con que los describe y la capacidad rara de meter los brazos hasta el hombro en el color, sin apelmazarlo ni revolverlo, sino que de las escenas más revueltas y confusas sale usted triunfante y desembarazado, con el campo detrás, como en el “Zigzag” y “En la Crimea”, lleno de golpes verdes, con chispazos de oro?

De los héroes, no he de hablarle. Se lee el libro temblando. Los del Apure, arremetiendo desnudos, con la lanza en la boca, contra la cañonera del río, no hicieron más que los de Santa Teresa. Páez en las Queseras, por lo que toca al arrojo, no le saca ventaja a Fidel Céspedes en el Hatibonico. Llame vil al que no llore por su Sebastián Amábile. Para mi hijo no quiero más gloria que la de Viamonde. ¿Quién puede pensar en su Agüero sin que se le salten las sienes? Se ve la caballería, la fuga, el amanecer épico, el descanso. La naturaleza va como coreando a los héroes. Usted los fija en la mente, con su habilidad singular, por lo colorido e inolvidable del paisaje. Hay páginas que parecen planchas de aguafuerte, porque para usted es una cera la palabra, y la pluma buril. Huele su prosa donde ha de haber olor; y donde debe, suena. ¿Que no sé yo el trabajo que le ha costado a usted la marcha de Gómez por la llanura de San Agustín? El que lo quiera leer de prisa no podrá, o lo tachará de oscuro, cuando en realidad no lo es, sino que el color es tan intenso y la factura tan cerrada, que ha de leerse sin perder palabra, por ser cada línea idea o matiz. Al principio parece que la mucha fuerza de color va a sofocar el incidente, o que el brío de la luz no va a dejar de ver bien las figuras, o que del deseo de concretar y realzar puede venir alguna confusión; pero el que sabe de estas cosas ve pronto que no tiene que habérselas con un terminista, que se afana por dar con voces nuevas, sino con un artista en letras, que lucha hasta expresar la idea con su palabra propia. Desde que leí un cuento de usted, sobre cierto capitán de partido, vi que entendía el carácter y adoraba el color, y que lo único que le sobraba era mérito. Otro le peleará un adjetivo o le disputará un verbo; yo, que sé lo que se suda en el taller, saludo con un fuerte apretón de manos al magnífico trabajador.

¿Me permite, en muestra de mi agradecimiento por haberse acordado de mí, y de mi alegría porque le ha salido a mi patria un buen libro, mandarle las primicias de mi traducción de Moore, en la parte que pueda conmover el corazón cubano, que es aquel de los cuatro poemas del Lalla Rookh donde pinta penas como las de Cuba, con el amor que él tenía a su Irlanda? El poema va traducido en verso blanco, por voluntad del editor y no por la mía; no porque no ame yo el verso blanco, como que escribo en él, para desahogar la imaginación, todo lo que no cabría con igual fuerza y música en la rima violenta; sino porque a Moore no se le puede separar de su rima, y no es leal traducirlo sino como él escribió, alardeando del consonante rico, y embelleciendo a su modo, con colgaduras y esmaltes, los pensamientos. Pero usted hallará que hay versos que están como deben, puesto que restallan como latigazos; y me les perdonará sus faltas, por el afecto con que se los envío, y porque los escribí pensando en Cuba.

¿Le diré que tiene en mí un amigo? Nada más tiene que decir, a quien tan bien conoce el valor de las palabras, quien le admira tanto el arte de las suyas como su paisano y servidor.

José Martí.

120, Front Street.

PRÓLOGO DEL AUTOR

Este libro, primer tomo de una serie dedicada a reunir episodios de la Revolución Cubana, es el primer tributo a la crónica de la guerra. Redactado sobre auténticos datos de actores y abonadísimos testigos, utilizando, además, las noticias depuradas de la tradición oral, cuyos bardos van desapareciendo en la cima del olvido con los recuerdos de su época; la idea predominante en la composición no ha sido otra que la de fijar el hecho, el cuadro o la línea, como la flor o la mariposa en el escaparate del museo, procurando reproducir la impresión original del que palpitó sobre el trágico escenario. No hemos aspirado más que a escombrear en la magnífica y olvidada ruina, a retratar contornos, relieves o aspectos aislados, en tanto otros, con más títulos y aptitudes, reconstruyen el grande y complicado organismo, sacando del polvo del osario el drama múltiple, intenso y rebosante de vida.

Lo que hasta hoy se ha dado a la estampa por los revolucionarios, biografías de personajes más o menos prominentes, muy pocas por cierto, y entre las que descuella la de Morales Lemus, por Enrique Piñeyro; monografías de sucesos culminantes, cabales procesos de las etapas de decadencia, preciosas desde este punto de vista harto circunscrito; no basta para que propios y extraños puedan crearse opinión acerca del período más interesante de nuestra historia, y menos aún para formarse concepto de la fisonomía peculiar, distinta y propia de la Revolución. A que se pueda realizar esto último, asociando materiales que a ello contribuyan, tienden nuestros esfuerzos.

Para lo primero, esto es, para lucubrar la historia completa, crítico-filosófica, minuciosamente documentada, la historia elevada a ministerio, la opinión, por tácito sufragio, ha designado al superiorísimo escritor Manuel Sanguily, que a costa de inenarrables sacrificios ha logrado atesorar un caudal de datos, y que a la autoridad que ha conquistado con su elevación moral y su pluma, reúne la que le da su ejecutoria de soldado.

En cuanto a nosotros, que somos la posteridad de aquellos hombres, hemos aceptado la honrosísima tarea sin consultar nuestras facultades ni el alcance de nuestras fuerzas, que el que no puede levantar en el sepulcro de sus mayores atrevido mausoleo de riquísimo mármol, no los magnifica menos si sobre el yermo de la huesa deposita pobre corona de rosas blancas. Hay afectos que no impetran favores ni necesitan explicar la razón de su existencia; manifestarlos es ganar en honra; ser idólatra en el fetichismo de nuestros mártires, eleva y depura la conciencia. Somos apasionados neófitos en la religión de nuestro pasado: este libro es nuestra fervorosa ofrenda.

No disputamos con los que creen que debe rodearse el inmenso panteón de las víctimas de nuestra epopeya de los huesos y guijarros que delatan la mácula y execración de la fuente en que ha bebido el paria; antes bien, juzgamos —y ella es la única enseñanza de esta obra— que es el santuario que guarda en concha de oro el agua purísima del Jordán, en que han lavado sus culpas todos los pueblos redimidos de la América, y que, sea cual fuere la suerte que le esté deparada en lo por venir a la familia cubana, aquellos que fueron durante una década su más genuino exponente, serán siempre el emblema de su gloria, su más limpio blasón en el concierto de la humanidad y en el seno de la raza.

NARRACIÓN DE UN EXPEDICIONARIO

I

Estábamos en la península del Ramón, enarcado brazo de tierra cuyo contorno exterior lamen las olas del puerto de Banes, mientras el interior es arrullado por las aguas de la inmensa y majestuosa bahía de Nipe. En la playa, riscosa y cubierta de mangles que azota espumante el bravío mar del Norte, rodeado de su Estado Mayor y de un grupo de norteamericanos, hallábase el general Thomas Jordan, el veterano guerrero sudista, que acaso madrugó para venir a defender con su espada la causa cubana. Avanzando tierra adentro por un camino que es como el eje de la península, a doscientos metros del cantil, en la meseta de un cerro que corona un bohío, se había instalado el coronel Bobadilla con un puñado de expedicionarios. En la orilla opuesta del camino hay otra altura desde cuya cúspide se otea el piélago de zafiro de la bahía y sus selváticos contornos, y en donde, apenas pusimos pie en tierra, se instaló el primer cuerpo de guardia. Siguiendo la ladera sur de esta altura, y a la margen derecha del camino, en un terreno sinuoso y hondo, elévase un vasto cocal; a cien metros de los últimos cocoteros, en una casa de manipostería edificada como remate de una eminencia a guisa de castillo roquero, se habían acuartelado muchos expedicionarios al mando de Cristóbal Acosta, y más hacia lo interior, como puesto avanzado, en un casarón de guano, se hallaban los Rifleros de la Libertad al mando del canario Manuel Suárez. Frente al casarón, del otro lado del camino, limitado en lontananza por el río Tacajó, dilatábase quebrado terreno de desmonte, en forma de rectángulo, cuyas líneas eran hileras de gigantescas palmas reales tiradas a cordel, y que vistas de frente parecían paredones de piedra marmórea, jaspeada de gris por la intemperie, semejando sus penachos festones de parásitas. Al término del palmar se divisaba el brocal de un pozo. A uno y otro lado del camino que unía la playa con el puesto avanzado, entre los prominentes sitios que hemos destacado en la descripción, y exceptuando el terreno ocupado por el cocal, en todo el suelo de la península crecía la vegetación con exuberancia y proporciones de selva, intrincada, lujuriosa, orillada en ambos lados por una triple cadena de mangles, arrecifes y blondas de espumas.