Escribir literatura infantil y juvenil - Chiki Fabregat - E-Book

Escribir literatura infantil y juvenil E-Book

Chiki Fabregat

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Beschreibung

Los principios básicos y los formatos en la Literatura Infantil y Juvenil. Los temas y sus personajes. La acción, la estructura, la tensión. El juego como herramienta creativa. Los géneros y los límites. El humor y la fantasía. Aventuras para todas las edades. La realidad vista por los niños. Estos son solo algunos de los temas que Chiki Fabregat recorre en este manual (acorde al temario de los cursos oficiales de Escuela de Escritores), pensado para quien quiera internarse y obtener las mejores herramientas del fascinante, arriesgado, complejo y hermoso mundo de la Literatura Infantil y Juvenil, además de desterrar los mitos más comunes que circulan sobre ella. Los niños, los adolescentes, son los lectores más fieles que un escritor puede encontrar, pero también los más críticos. La literatura que se escribe para ellos no admite rebajas en la calidad ni en la dedicación. Y en este manual aprenderemos cómo hacerlo.

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Chiki fabregat

Escuela de escritores

manual de ESCRITURA

DE literatura infantil y juvenil

Primera edición digital: septiembre de 2022

ISBN epub: 978-84-8393-687-0

© Del texto, Chiki Fabregat, 2022

© De los textos, sus autores, 2022

© Escuela de Escritores. El Invernadero Producciones S.L., 2022

© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2022

Editorial Páginas de Espuma

Madera 3, 1.º izquierda

28004 Madrid

Teléfono: 91 522 72 51

Correo electrónico: [email protected]

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Nuestro fondo editorial en www.paginasdeespuma.com

Prólogo

Mónica Rodríguez

Si tienes este libro entre manos, estarás deseando adentrarte en él para descubrir los secretos de la llamada Literatura Infantil y Juvenil (LIJ). Tu anhelo de escribir te empuja, tus ganas de hacerlo para este público tan exigente y a la vez entregado: niños, niñas, jóvenes. Quizás sea un mundo desconocido para ti, o tal vez ya hayas transitado por sus caminos. Entonces sabrás que nuestros pequeños lectores siempre están dispuestos a dejarse asombrar, pero no tienen ningún inconveniente en abandonar la lectura si no cumples con las expectativas, si les aburres, si no eres honesto o no les respetas como personas, como lectores. No es que escribir para niños y jóvenes sea más difícil o más fácil que escribir para adultos, simplemente tiene otras reglas, otros códigos. Y son precisamente esos códigos los que Chiki Fabregat nos muestra en este libro, diseccionando la literatura para niños y jóvenes desde su conocimiento y su amor hacia ella.

Este libro es un compendio.

Es una declaración de amor.

Seguramente ese amor a la literatura y a los niños y jóvenes es el que te ha llevado a estar aquí, impaciente por descubrir la mirada de Chiki. Tal vez desees saltarte este prólogo. Hazlo, yo suelo hacerlo. A lo mejor cuando acabes el libro vuelves a él. Yo leo los prólogos al final. Puede incluso que te olvides de regresar a estas breves páginas y harías bien, porque lo verdaderamente importante en este libro (como en todos) está después del prólogo. Incluso después de después, cuando termines el libro que tienes entre manos y el poso que te ha dejado se convierta en acción, en escritura. Entonces seguirás los consejos que tan sabiamente Chiki Fabregat ha ido diseminando aquí y allá. O puede que decidas contradecirlos. Tendrás que encontrar tu camino, pero siempre siendo consciente de tu elección y sus riesgos. Por eso es importante que si desconoces este mundo (complejo y maravilloso) de la LIJ leas este libro. Incluso si ya lo conoces. Te dará una mirada detallada y experta, la mirada de alguien que ama, escribe, lee y enseña LIJ. Y que además lo hace muy bien.

Este libro es una mirada.

Pero hay muchas.

Cuando se escribe un libro hay un deseo íntimo de conectar con el prójimo. El lector da sentido a lo que escribimos, aunque eso que contamos nazca de una profunda necesidad personal. La incomprensión, la indagación, el dolor, el humor son motivos que nos llevan a escribir (también los libros para los más pequeños), pero al final eso que hacemos solo cobra significado cuando el lector lo crea de nuevo en su cabeza (en su corazón) haciéndolo suyo y conectándose con el escritor de un modo poderoso. Un libro es un susurro al oído, una telepatía, un diálogo a través del lenguaje y la ficción, que rompe el espacio y el tiempo. En este libro que tienes en las manos, el lector cobra mucho mayor sentido porque esto es un manual, un libro donde se compendia lo más sustancial de la LIJ, lo que después de muchos años dedicándose a ella, Chiki puede ofrecernos para que ese anhelo de escribir para el público infantil y juvenil pueda convertirse en una realidad. Para evitarnos los errores que todo el que desconoce este mundo (y muchos de los que lo conocemos) cometerán inevitablemente.

Antes de escribir debemos hacernos muchas preguntas, sobre todo si nos interesa dirigirnos a un público tan concreto. Una de esas primeras preguntas, que Chiki te propone en este libro, es por qué escribes, por qué quieres hacerlo para niños y niñas, para jóvenes. Creo que plantearte esta pregunta te mostrará caminos tal vez inesperados. Descubrir nuestras motivaciones íntimas nos da luz para el trabajo posterior, para el hallazgo que buscamos cuando escribimos. Ese es un comienzo. Leer este libro que tienes entre las manos también lo es porque su autora consigue mostrarnos los entresijos de la LIJ. Despiezarla para ofrecer los componentes de una maquinaria que deja en tus manos. No aprenderás a escribir con él, ni a escribir LIJ, porque a escribir solo se aprende escribiendo (y leyendo, leyendo mucho, como bien dice Chiki en estas páginas), pero habrás dado un paso de gigante. Encontrarás los atajos para no perderte en la maleza que nos impide ver el bosque, para no perderte en el bosque que nos impide ver los árboles, para no irte por las ramas y llegar a su médula, al corazón del árbol. Para que nuestras historias palpiten y haya emoción dentro, pero bien amarrada por la técnica.

Este libro es un atajo.

Tómalo.

En mi camino como escritora tuve la suerte de tropezarme con Gonzalo Moure, de que él me mostrara el sendero que llevaba transitando desde hacía años, cuando yo apenas había apartado las primeras hojas y ponía un pie sobre el camino. Para el viaje iba repleta de ropaje y protecciones. Con mucha paciencia, Gonzalo me fue desvistiendo de tanta impostura, de miedos y artificios. Me enseñó que para escribir hay que saber mirar hacia fuera y hacia dentro, escribir desde la verdad, el respeto y la emoción. Escribir con sencillez, eliminando lo innecesario, pero buscando la profundidad.

«Respeta al lector, pero sobre todo respétate a ti mismo», dice Chiki Fabregat. Y esa es la única manera de conseguir que un libro no solo sea respetuoso sino también honesto. Tenemos que escribir desde nuestra verdad sin traicionarnos, sin impostar la voz, sin agacharnos para estar a la altura de los jóvenes lectores o mirándolos desde arriba. Y para eso, para encontrar tu voz, este libro puede servirte de guía. Es bueno no sentirnos solos, saber lo que otros han hecho, aprender de ellos, de su mirada.

Chiki es una gran compañera de viaje. Te hablará de su concepción del mundo de la LIJ, desde ese conocimiento que el estudio y la experiencia le otorgan. Abrirá los brazos y te mostrará el sendero.

Este libro es un camino.

Pero hay otros.

Este libro es una guía.

Puedes caminar sin él, o contra él, o a su favor, pero siempre será bueno que lo leas.

Chiki nos advierte de que no hay límites en la Literatura Infantil y Juvenil, más que los que cada autor se impone. Es importante que tengas esto presente. Tal vez llegues a la LIJ pensando que la literatura dedicada a los más pequeños debe ante todo educar. Que no pueden abordarse ciertos temas y que debemos mostrarles un camino unívoco, una dirección de un solo sentido de acuerdo con nuestra moral, o la moral imperante. Que los niños y jóvenes están en proceso de maduración y, por tanto, necesitan más que nunca ser guiados. Si es así, si piensas eso, te pido que antes de escribir leas despacio este libro. Te detengas una y otra vez en las palabras de Chiki: no hay límites en la Literatura Infantil y Juvenil, más que los que cada autor se impone.

Este libro es una llave.

El poder transformador de la literatura es incuestionable. Y la construcción de la identidad de niños y jóvenes también. La LIJ debe ayudar en esta construcción haciendo pensar, sin olvidar que la primera función de la literatura debe ser entretener, como nos recuerda una y otra vez Chiki. Pero ese entretenimiento, dice Mario Vargas Llosa, nunca es efímero porque deja una marca secreta y profunda en la sensibilidad y la imaginación. La literatura no debe tener una intención moralizante. En todo caso, debe ayudarnos a profundizar y cuestionar la realidad, entreteniendo, consolando, emocionando.

«Los libros hacen pensar además de entretener y cuanto mayor sea la madurez del lector, más le gustarán las historias que le provoquen la reflexión», nos apunta Chiki en estas páginas.

Entretener, pensar, emocionar.

Toda historia parte de una emoción. Y esa emoción también atraviesa este libro. Ese amor que se revela y se rebela en cada párrafo para que tú busques el tuyo y emprendas tu propio camino.

Tal vez hayas decidido leer este prologo y estés deseando entrar de lleno en la mirada experta de Chiki. Tal vez ya los has hecho y lees estos párrafos con curiosidad por lo que te habías saltado, impaciente por ponerte a escribir. Sé que no debo extenderme más, pero no quiero terminar sin antes darle las gracias a Chiki por invitarme a estar presente en su libro, por escribirlo con esa generosidad del que sabe y ofrece su experiencia y su amor para que otros hagan. Solo me queda darte las gracias a ti por decidirte a adentrarte en este fascinante, arriesgado, complejo y hermoso mundo de la Literatura Infantil y Juvenil. Gracias por desear escribir para contribuir con tu mirada a la construcción del mundo, para ofrecer a los demás esa personal forma de estar, de sentir y amar, que es la tuya y la de nadie más. Gracias por llegar hasta aquí y desear dar un paso más, por saltar hacia la LIJ desde el trampolín de estas páginas que nos ofrece Chiki Fabregat.

Este libro es una invitación.

Es también un principio. El tuyo.

parte 1La práctica de la literatura infantil y juvenil

1Reflexiones antes de empezar

La Literatura Infantil y Juvenil está destinada a autores que dan un alto valor a los pequeños y a los adolescentes, que saben que igual de grave es para un presidente del Gobierno perder las elecciones que para un chaval de nueve años perder el campeonato de baloncesto en el último partido.

Manual de Literatura Infantil y Juvenil

Chema Gómez de Lora

1.1. La Literatura Infantil y Juvenil

Tradicionalmente se ha definido la LIJ como el conjunto de textos escritos para niños y adolescentes o aquellos que, no habiendo sido escritos para ellos, han recibido buena acogida por parte de los lectores más jóvenes. Esta definición tiene en cuenta, por tanto, dos elementos: el emisor y el receptor del mensaje literario. Por un lado, pesa la intención del emisor, del autor. Un texto, a priori, puede definirse como Literatura Infantil y Juvenil si el autor buscaba llegar a destinatarios de menos de dieciséis o diecisiete años. Pero a veces los autores ponen más intención que maneras y se escriben y hasta se publican textos catalogados como LIJ que no son adecuados ni interesantes para esos lectores. No son pocos los autores que se acercan a esta literatura porque quieren contar las experiencias de su infancia y, al tener un protagonista infantil, consideran que el lector también debe serlo. Lolita, de Nabokov, tiene una protagonista muy joven y eso no convierte la novela en infantil ni en juvenil, aunque no está tan claro en casos como El Principito, El niño del pijama a rayas, Mi planta de naranja lima y tantos otros títulos etiquetados como literatura infantil. En estos libros suele haber dos niveles de lectura, la que disfruta el lector más joven y la destinada al lector adulto. Y si ambas coexisten sin molestarse, si el lector infantil no siente que se está perdiendo parte de la historia ni el lector adulto considera que lo que está leyendo es demasiado simple para su madurez, el objetivo se habrá cumplido.

El segundo elemento que forma parte del hecho comunicativo que supone la literatura es el receptor del mensaje: el lector. Un texto se considera LIJ si, al margen de las intenciones del autor, el colectivo de lectores que forman niños y adolescentes lo toman como suyo. La historia de la literatura está plagada de novelas que no se escribieron pensando en esos lectores, Julio Verne o Tolkien son ejemplos de ello, pero que recibieron muy buena acogida por parte de los más pequeños.

La Literatura Infantil y Juvenil vive un momento dulce en todo el mundo. En los países anglosajones, en especial en Reino Unido, el respeto y el cuidado por los libros para niños es una constante desde hace siglos, pero no en todos los mercados editoriales ha sido así. En España y Latinoamérica, la LIJ ha pasado de ser la hermana pobre de la literatura, la escritura que a todo el mundo le parece fácil y simple, la esquina oculta en las librerías, a tener espacios propios, librerías especializadas, editoriales específicas, ferias y congresos y, en algunos casos, cátedras en la universidad. Las editoriales, conscientes de este crecimiento, se esfuerzan por sus lectores, se especializan y abren canales de comunicación con los adolescentes a través de las redes sociales, sabedoras de que es la mejor vía para llegar hasta ellos. Lamentablemente, algunos autores, deslumbrados por este brillo, deciden abordarla como un primer paso para publicar, para hacerse un hueco en los escaparates de las mejores librerías.

La Literatura Infantil y Juvenil no es algo que se pueda tomar a la ligera, a lo que podamos acercarnos buscando el éxito fácil, porque tiene unos códigos propios, temas que no comparte con otros sectores literarios y unos lectores exigentes que no quieren tópicos ni moralejas. En definitiva, unos lectores a los que no se puede engañar.

1.2. Motivos para escribir

¿Por qué escribimos? Siempre que alguien lanza esta pregunta al aire (no hay tertulia, reunión de escritores, foro de discusión, etcétera, en la que no salga este tema), se escuchan respuestas tópicas, respuestas originales, respuestas muy intimistas, vaguedades y respuestas que no lo son. En definitiva, cada autor escribe movido por sus propias razones y tal vez todos deberíamos plantearnos cuáles son las nuestras.

Acercarse a la literatura infantil considerando que es más fácil que la literatura general, que el lector, como está menos capacitado, va a poner menos problemas o que las tramas tienen por fuerza que ser más sencillas, sería un gran error. Es importante que cualquiera que decida dar ese paso, sienta respeto por sus lectores y por los textos que pretende hacerles llegar.

Todos los motivos son válidos, pero si lo que mueve a un escritor a elegir la literatura infantil o la juvenil es el éxito fácil, el trabajo poco riguroso o el número de ejemplares vendidos que ha visto de algún título infantil, y no el deseo de escribir por y para niños y adolescentes, tiene muchas posibilidades de fracasar en su empeño.

1.3. Leer para escribir

Si todo escritor debe leer, y esta es una afirmación que nadie discute, todo escritor de LIJ debería leer libros para niños y adolescentes. Nadie imagina a un lector de novela negra que no conoce el género, que después de ver un par de películas o los escaparates de una librería de su barrio atestados de ejemplares firmados por algún nombre conocido, decide hacer la novela que romperá todas las listas de grandes ventas. En cambio, hay muchos aficionados a la escritura que, sin haber leído nada de LIJ desde su infancia, deciden lanzarse a este mundo convencidos de que lo harán de maravilla. El autor que quiere ser el próximo bestseller de novela negra sabe lo que debe hacer: leer, leer y leer a aquellos a los que quiere parecerse. El escritor de Literatura Infantil y Juvenil debería hacer lo mismo. Por tanto, cualquier autor interesado en escribir para niños y adolescentes debería hacerse esta pregunta: ¿leo LIJ? Y, lo que es más importante, ¿me gusta leer LIJ?

A escribir se aprende leyendo (y escribiendo). Pero se aprende leyendo con atención, ahondando en los entresijos de los textos, buscando el motivo, la herramienta o la técnica que convierte una historia en un imán o a un personaje en un icono al que todos los lectores quieren imitar. Un buen escritor de LIJ debería saber por qué los lectores quieren ser como el protagonista de una historia o por qué sienten su dolor como propio.

1.4. Un consejo final

Después de haber reflexionado sobre los motivos para escribir LIJ, el escritor debe familiarizarse con lo que atrae a sus lectores. Es el momento de dejar a un lado los libros de doce centímetros de lomo y leer algo más ligero. Los mejores recomendadores son los niños, los bibliotecarios, los mediadores y libreros especializados.

También es buen momento para abrir los ojos y los oídos al pasear por un parque, cuando un compañero de trabajo cuenta una anécdota de su hijo o cuando lo trae a la oficina. Es difícil, si no imposible, retratar a los niños sin conocerlos. O despertar su interés si no sabemos qué les interesa.

2Principios básicosde la Literatura Infantil y Juvenil

Si consiguiéramos recordar cómo nos sentíamos cuando éramos pequeños, o pudiéramos imaginar la sensación de fracaso que un niño experimenta cuando sus compañeros de juegos o sus hermanos mayores le rechazan o hacen las cosas mejor que él, o cuando los adultos —y, en el peor de los casos, los padres— parecen burlarse o mofarse de él, entonces sabríamos por qué el niño se siente tan a menudo como un ser inferior: un tonto. Solo una fantasía exagerada acerca de éxitos futuros podrá equilibrar la balanza, de manera que el niño pueda seguir viviendo y esforzándose.

Psicoanálisis de los cuentos de hadas

Bruno Bettelheim

2.1. ¿Qué es LIJ?

La literatura infantil, para niños, y la literatura juvenil, para adolescentes, son dos formas de escritura distintas. Por una cuestión práctica, tanto los editores como los libreros, bibliotecarios, animadores y los que escribimos este tipo de textos unificamos las dos categorías en una y usamos el término «Literatura Infantil y Juvenil» (LIJ), pero es importante saber que no se trata exactamente de lo mismo. Tienen puntos comunes, manejan en ocasiones códigos parecidos, pero no hablamos igual con un niño de siete años que con un chico de quince, no les ofrecemos las mismas películas, los mismos juegos ni la misma ropa, así que parece lógico pensar que los libros para niños y para adolescentes tampoco son iguales. El problema es que no hay una barrera, un momento exacto en la vida del lector en el que le podamos decir que ya no tiene edad de leer unos libros y sí los otros. La evolución es lenta, cada lector la experimenta a un ritmo propio y así como es muy fácil saber que a un niño de seis años no deberíamos ofrecerle El guardián entre el centeno, porque no lo va a entender ni le va a satisfacer, incluso porque no es apropiado para su madurez, no podemos decir lo mismo cuando se trata de un chico de trece. ¿Debemos? ¿No debemos? ¿Lo entenderá? ¿Le gustará? Depende de cada chico de trece años. Y porque cumpla quince, ¿debe dejar de leer Harry Potter? ¿Cuál es la edad para leer Harry Potter? Tal vez lo correcto sería hablar de la literatura escrita pensando en «no adultos», pero ya veremos que tampoco los límites entre adultos y jóvenes están del todo claros.

El segundo aspecto que genera discusiones cuando hablamos de LIJ es la utilización del término «género». La LIJ no es un género, este es otro de los principios que debemos dejar claros antes de empezar. Al menos, no si entendemos género como el bloque de obras que se pueden agrupar por una serie de características comunes. Lo único que tienen en común todos los libros de literatura infantil es que están escritos pensando en un lector niño. Dentro de la LIJ hay géneros, hay textos policiacos, románticos, de misterio, de aventuras…

2.2. Características propias de la LIJ

Tal vez sea más fácil saber qué características de un texto supuestamente escrito para niños y adolescentes hacen que los lectores se alejen de él. Son errores en los que es muy fácil caer cuando se empieza a escribir LIJ y hay motivos por los que es bueno evitarlos.

2.2.1. Un respeto, por favor

Como producto elaborado para niños, durante mucho tiempo se ha considerado la LIJ como literatura de poca importancia, de escaso interés y de baja calidad. Afortunadamente, ahora vive un momento dulce tras siglos de mala prensa, burlas y menosprecio, aunque siguen quedando escritores noveles que deciden lanzarse a las historias para los más pequeños pensando que la tarea será más fácil que la de escribir para los adultos y otros, afamados y con mucha obra publicada, que miran a los autores de infantil y juvenil por encima del hombro.

La Literatura Infantil y Juvenil añade un escollo a la tarea del escritor: la limitación comprensiva del lector. De un lector experto podemos esperar más conocimientos, más vocabulario y, en definitiva, más información. Eso se traduce en una mayor capacidad de comprender lo que le decimos independientemente del lenguaje que usemos, lo veladas que sean las imágenes o cuánto nos recreemos en los recursos estilísticos. Con los niños es diferente, si la lectura les exige un diccionario sobre la mesa, se aburren y abandonan la historia por muy interesante que sea. Hace décadas los hermanos Grimm, Andersen y otros muchos autores ofrecieron a los más jóvenes historias atractivas que, de paso, eran vehículos formativos. Obtuvieron éxito, miles de lectores, fama mundial… No había muchos autores ni muchos textos entre los que elegir. Ahora el abanico de posibilidades es mayor y los lectores se pueden permitir el lujo de descartar unas obras y seleccionar otras.

Todos conocemos la historia de Peter Pan y Wendy porque la hemos visto en el cine o la hemos leído en distintas adaptaciones, pero el texto original utiliza un vocabulario que pocos niños de hoy comprenden. Al principio del libro, el narrador describe al señor Gentil, padre de Wendy:

El señor Gentil acostumbraba jactarse delante de Wendy de que su esposa no solo le amaba, sino que le respetaba. Era uno de esos hombres sagaces que conocen perfectamente la cotización y las acciones. Claro está que ninguno de ellos las conoce en realidad, pero lo aparentan, y nuestro señor Gentil tenía un modo de decir que la cotización subía y las acciones bajaban que cualquier mujer le hubiera respetado.

Peter Pan y Wendy

James Matthew Barrie

No hace falta rebuscar en el libro para encontrar otros párrafos similares. «Sagaz», «jactarse» o «cotización» no son palabras que el lector infantil tenga incorporadas a su vocabulario y, por tanto, no va a comprender el significado de ese párrafo ni logrará tener una idea clara de cómo es el señor Gentil.

Los hermanos Grimm, Andersen, Perrault y muchos otros autores marcaron un hito en su época por su forma de presentar los hechos a los niños. Hoy vivimos la realidad del siglo xxi, donde la tecnología forma parte de la vida, la información está al alcance de cualquiera y la relación niño-adulto es de igualdad. Nuestros cuentos deben adaptarse a esa realidad si queremos captar la atención de los lectores. Las brujas se han modernizado y vuelan sobre aspiradoras de última generación y dar la vuelta al mundo ya no es algo inalcanzable. Y, por suerte, a nuestros niños les suena extrañísimo eso de que la mujer tenga que respetar al marido (por lo mucho que sabe de las cotizaciones de bolsa), cuando nadie ha hablado de si él la respeta a ella.

El hecho de que la experiencia vital del posible lector o su capacidad comprensiva sean menores no quiere decir que su inteligencia lo sea también. «Son niños, no son tontos» es la frase que el escritor de LIJ debe tener siempre presente porque, si no, corre el riesgo de creer que con los niños todo vale, que se les puede contar cualquier cosa y de cualquier manera. Si relajamos nuestras exigencias en lo que a calidad o seriedad se refiere, el lector lo percibe y rechaza el texto que le estamos ofreciendo. Los escritores somos los primeros que debemos alejarnos de esa mala concepción de literatura menor o poco importante si queremos que el lector lo haga también.

2.2.2. Protagonista infantil no siempre equivale a literatura infantil

Como ya veremos más adelante, el niño lector tiende a identificarse con el niño protagonista y lo atrapan las historias en las que ve un paralelismo entre su vida y la que le están contando, pero hay que tener presente que un niño protagonista no equivale a un cuento infantil, aunque en muchos casos los protagonistas de la LIJ sean niños. Literatura infantil es aquella que el niño entiende y disfruta, al margen de cuáles fueran las intenciones del escritor. Si una historia aborda problemas sociales que desconocen, tiene recursos de humor que escapan a su comprensión, se enclava en un hecho histórico que no han estudiado… aunque el protagonista tenga la misma edad que el lector, no resultará atractiva. Nadie se atrevería a decir que la película de La Profecía o la novela Otra vuelta de tuerca, de Henry James, sean para niños a pesar de que el protagonista en ambos casos tenga unos seis años, o que Nabokov escribió su Lolita para niños de doce años. Estos ejemplos son claros, pero ¿qué ocurre con libros como El niño del pijama a rayas, El curioso incidente del perro a medianoche o incluso El Principito? Las fronteras, una vez más, no son claras y depende del punto de vista de cada editor, cada educador e incluso cada lector.

2.2.3. Entretener, no formar

La Literatura Infantil y Juvenil es solo una parte de los libros que se escriben para niños, pero es la parte que a nosotros nos interesa. También existen para ellos libros de texto, divulgativos, científicos, educativos… Sin embargo, la función de la literatura infantil es el entretenimiento. Los docentes y formadores tienen en los cuentos un instrumento para sus clases y su tarea consiste en seleccionar entre la oferta editorial las historias que pueden ejemplificar lo que pretenden transmitir a los alumnos, pero el escritor no debería ponerse al servicio de esa labor docente porque condiciona su escritura. El Conde Lucanor y las fábulas de Esopo no pertenecen a nuestro siglo y los niños de hoy no son los de entonces. El acceso a la información a través de la televisión o Internet los convierte en niños y jóvenes despiertos, experimentados y con una capacidad de decisión en lo que a gustos se refiere muy alta. Si sienten que tratamos de engañarlos o de dirigirlos no querrán seguir leyendo.

Del mismo modo, si perciben guiños a los adultos en las historias escritas para ellos manifestarán su rechazo. Cada vez es más común que los cuentos y las películas para niños tengan esos guiños (de humor, llamadas a la experiencia…) para los adultos. Cuando un lector llega a una parte del cuento que no comprende y que siente que no es necesaria para el seguimiento de la historia, se plantea si le están hablando a él o si solo es un mero espectador de una conversación entre adultos. Es un error en el que caen algunos escritores que quieren ganarse a los padres de los posibles lectores (que son quienes compran los libros), pero rara vez consiguen su objetivo. Y, sobre todo, demuestra muy poco respeto hacia el lector.

2.2.4. Sin disfraces

A medida que vamos creciendo, perdemos la capacidad de creer en la magia, en lo fantástico. Como adultos, tendemos a buscar una razón de ser, una explicación científica, para todo lo que vemos y experimentamos. A veces, también para lo que leemos. Los niños, en cambio, aún no han perdido esas capacidades y nosotros, como escritores, debemos aprovecharlas y fomentarlas dejando de lado al científico escéptico que llevamos dentro. Del mismo modo, debemos apartar al escritor rebuscado y perseguir por encima de todo la naturalidad, el lenguaje que los niños comprendan. Hay numerosos ejemplos en la literatura general de cómo el mismo mensaje se puede comunicar de forma directa o adornándolo hasta la náusea. Aunque la poesía está al alcance de los niños y la disfrutan enormemente, y las imágenes y la belleza del lenguaje son una herramienta del hecho comunicativo, si adornamos los escritos buscando darles un preciosismo que llame la atención, estaremos alejándonos de los lectores. Por tanto, la mejor forma de acercarnos a los más pequeños es mantenernos en el término medio, sin elevar tanto el tono que el texto se convierta en ininteligible ni tratando de imitarlos, porque sonaríamos ridículos. En los diálogos, los niños deben sonar como niños, hablar como niños, mientras el escritor, y el narrador si no es uno de los personajes infantiles, debe mantenerse en su voz de adulto.

2.2.5. Acción continua

Si bien hay paralelismos y similitudes entre la literatura para adultos, o literatura general, y la escrita expresamente para niños, hay muchos rasgos que las diferencian. La acción es uno de esos rasgos porque el lector infantil requiere que las acciones se sucedan, que las cosas vayan pasando y lo mantengan en continua tensión. Cuando la acción se ralentiza porque el escritor se recrea en las descripciones o en diálogos que no aportan movimiento, el lector se aburre. Desde la primera línea tenemos que atrapar al lector y prometerle que va a pasar la próxima hora entretenido y feliz. En El país de las cosas perdidas, Ángela Ionescu consigue llamar nuestra atención desde la primera línea:

El niño miró hacia delante y vio que faltaba poco para llegar a la cumbre. Le pesaban las piernas y cada paso que daba le costaba un gran esfuerzo, pero estaba decidido a llegar. No quería volverse a mirar abajo, al valle donde quedaba su pueblo. Quería verlo cuando estuviera arriba del todo, mirarlo entonces por primera vez. Y siguió subiendo sin parar y sin mirar atrás. Por encima de su cabeza pasó un gran pájaro aleteando ruidosamente y el niño levantó la vista hacia el cielo y se dio cuenta de que grandes nubes oscuras cubrían rápidamente el azul. A lo lejos, enfrente, entre las cumbres de otras montañas, un relámpago pareció clavarse en las rocas. El niño tuvo un pequeño escalofrío: no había nada donde refugiarse.

El país de las cosas perdidas

Ángela C. Ionescu

Después de leer este párrafo sentimos la curiosidad, casi la necesidad, de saber qué le pasará a ese niño. No sabemos quién es ni cómo se llama ni qué hace en ese camino. Ya habrá tiempo a lo largo de la novela de recibir toda esa información. Pero en las primeras líneas ya hemos sentido el miedo, la tensión del personaje. Y queremos seguir acompañándolo. Mientras sube la montaña, las nubes se oscurecen. No lo sabemos porque el narrador haya parado la acción para describir el cielo con toda la gama de grises que se le ocurre, sino porque un pájaro, alguien en movimiento, pasa volando, aleteando ruidosamente, de una forma que casi nos asusta. Entonces el niño levanta la cabeza, lo ve y ve también el cielo. Antes de que esa imagen se haya posado en el subconsciente del lector, un relámpago nos lleva hasta la montaña que hay enfrente. Es decir, Ángela C. Ionescu no ha dejado respirar al lector. No quiere decir que las doscientas páginas de una novela tengan que ser así, aunque sí es un buen ejemplo de cómo hacer que el lector no pierda la atención sobre lo que está leyendo.

2.3. Un consejo final

Todos los que nos dedicamos a la LIJ deberíamos tener presente una máxima: hay que alejar la vergüenza. Muchas veces descartamos historias preciosas, divertidas y llenas de fantasía porque sentimos que nadie nos va a tomar en serio. Pensamos que, si hablamos sobre tartas que vuelan, estornudos que se bañan en un lago o pequeños hombres de cristal, nada de lo que escribamos después alcanzará la categoría de texto literario.

Para contar una historia hay que sumergirse en ella sin plantearse qué pensará ese escritor tan serio con el que nos medimos cada mañana. Es muy posible que solo sienta envidia o admiración.

3Formatos y nomenclatura en LIJ

—Pero —continuó Pippi— llegará la estación de las lluvias, y entonces los días nos parecerán tan largos que, para divertirnos, tendremos que salir a mojarnos, y luego, empapados, entraremos en mi choza de barro, a menos que el barro de la choza se haya convertido en una pasta, en cuyo caso, como es natural, haremos pasteles de barro. Pero si la choza sigue siendo una choza, nos cobijaremos en ella y los niños nativos dirán: «Anda, Pippi, cuéntanos un cuento». Y entonces les contaré algo sobre una pequeña ciudad que está lejos, muy lejos, en otra parte del mundo, y sobre los niños que viven en ella.

Pippi se embarca

Astrid Lindgren

Aunque los filólogos y los críticos se hubiesen puesto de acuerdo para hacer una lista precisa de las diferencias entre novela y cuento, entre cuento y relato o entre un personaje plano y uno redondo, esas líneas no funcionarían de igual manera al hablar de Literatura Infantil y Juvenil. Los libros para niños y adolescentes se describen y se denominan con unos códigos que no siempre coinciden con los que utilizamos para la literatura general, del mismo modo que los formatos que nos llevan a diferenciar el libro divulgativo del libro de ficción no siempre son claras cuando hablamos de lectores jóvenes.

3.1. Nomenclatura

Para los lectores y escritores de literatura general (nombraremos así a toda la literatura que no está escrita expresamente para niños, aunque no estén excluidos como posibles lectores), es difícil entender a qué llamamos cuento y a qué novela en literatura infantil. En LIJ se ha generalizado el uso del término «novela» para todo texto que se publica en volumen independiente (excluyendo los álbumes y libros ilustrados). Así, originales de mil palabras se convierten en novelas para neolectores. Decimos que los cuentos son los textos de muy poca extensión que se publican acompañados de ilustraciones o agrupados en un mismo volumen, y las novelas los textos que se publican de forma independiente y que, pudiendo llevar alguna ilustración, no prima esta sobre el texto. El término «relato» está desterrado.

En cualquier caso, es solo una cuestión de nomenclatura en la que no deberíamos detenernos demasiado.

3.2. Formatos

Es muy frecuente que las historias en Literatura Infantil y Juvenil se extiendan más allá de un solo libro. También en literatura general se dan estas agrupaciones de libros con un elemento común, pero en el caso de la Literatura Infantil y Juvenil es una constante.

Hay tres términos que han cobrado fuerza y que forman parte del vocabulario actual de los lectores infantiles y juveniles, aunque los diccionarios no los recojan o lo hagan con un significado diferente al que ellos le dan. Son «serie», «saga» y «libro autoconclusivo». Y aunque no todos los autores se ponen de acuerdo en la definición de estos tres conceptos, vamos a quedarnos con la más extendida.

3.2.1. Serie

Es un conjunto de libros que tienen generalmente los mismos personajes, el mismo escenario, el mismo conflicto o cualquier otro elemento común, pero que no forman parte de la misma historia. Es el caso de Las aventuras de Alfred y Agatha, de Ana Campoy, una serie cuyos protagonistas son Alfred Hitchcock y Agatha Christie, de pequeños. En cada volumen investigan un misterio diferente y nada une los diferentes títulos salvo los personajes. También es el caso de la serie Rasi, de Begoña Oro, o Futbolísimos, de Roberto Santiago.

La literatura policiaca es uno de los géneros que más series aporta al panorama de la literatura juvenil porque el género lo demanda. Un buen ejemplo son las historias del detective Erik Vogler, de Beatriz Osés o Flanagan, de Andreu Martín y Jaume Ribera. También en la literatura para adultos hay numerosos ejemplos de detectives que han dado lugar a colecciones en las que cada volumen narra un caso que el detective tiene que resolver y entre ellos no hay más relación que el protagonista y un esquema repetido.

En las series, pese a que no haya continuidad argumental, los personajes pueden crecer, evolucionar. No es que unos libros sean continuación de otros, pero sí hay un orden en las historias, los protagonistas cambian de curso, un miembro de la familia deja de aparecer porque se ha marchado de casa, llegan bebés nuevos… Percy Jackson tiene doce años en el primer libro que se publicó con sus aventuras y diecisiete en el último.

También se da el caso de los personajes estáticos que no crecen ni evolucionan. Este formato no es exclusivo de la literatura, en el cine o la televisión encontramos series como Los Simpson en las que los personajes siempre tienen la misma edad, siempre van al mismo curso. La mayoría de las series literarias de detectives son así por herencia de personajes como el detective Hércules Poirot, de Agatha Christie, o Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle, donde los protagonistas no envejecen y el tiempo no parece transcurrir.

El formato serie es más propio de la literatura infantil que de la juvenil.

3.2.2. Saga

El diccionario recoge el término «saga» para designar las narraciones que abarcan las vicisitudes de varias generaciones de una misma familia o un mismo grupo. Pero la literatura, sobre todo la literatura juvenil, ha modificado el significado para designar las colecciones en las que los diferentes volúmenes muestran el mismo marco argumental, la misma historia, pese a que cada uno de ellos tenga también una historia propia que empieza y termina en ese libro. Es decir, no se trata de una gran historia contada en varios tomos, sino la unión de varias tramas cerradas que, juntas, conforman una mayor. Es el caso de Harry Potter, de J. K. Rowling, a caballo entre la literatura infantil y la juvenil, o Crepúsculo, de Stephenie Meyer, Cazadores de Sombras, de Cassandra Clare, Memorias de Idhún, de Laura Gallego o El asesino de Alfas, de Patricia García-Rojo.

El lector juvenil demanda historias largas. Empatiza con los personajes y, cuando el libro termina, quiere saber más de ellos. Desde un punto de vista meramente comercial, para las editoriales es muy rentable fidelizar clientes con un libro, unos personajes, un autor, y contar con ellos para los siguientes números de la saga.

3.2.3. Libro autoconclusivo

Bajo esta denominación se agrupan los volúmenes independientes.

Poco hay que decir sobre estos libros, salvo que el término se ha acuñado recientemente y ha cobrado fuerza en los catálogos editoriales, las librerías y algunas redes sociales, sobre todo aquellas que los adolescentes han hecho suyas, debido a la frecuencia de los otros dos formatos. El lector adulto no necesita saber ni poner nombre al libro que cuenta una historia en un único volumen, porque es lo que espera encontrar. El lector infantil y juvenil, en cambio, está muy acostumbrado a que sus lecturas favoritas pertenezcan a series y sagas.

3.3. El siglo xxi y la literatura infantil y juvenil

Muchos de los lectores de Literatura Infantil y Juvenil han nacido en el siglo xxi. Están familiarizados con la tecnología, con las formas nuevas de comunicación y con las redes sociales. Todo esto se ve reflejado en la literatura, no solo en los contenidos y la temática, sino también en la forma de los textos y en su presentación.

Algunas publicaciones han utilizado los nuevos medios de comunicación y relación social como vía para contar una historia sin que el esquema narrativo y los elementos que reconocemos como propios de la narrativa se vean afectados. Es el caso de dos novelas que se han publicado en España: Pulsaciones, de Javier Ruescas y Francesc Miralles, confeccionada con mensajes instantáneos y que generan en el lector la sensación de estar viendo el teléfono de los personajes, y Pomelo y Limón, de Begoña Oro, que adapta el mito del amor prohibidoy lo moderniza. La novela incluye fragmentos de un blog en el que escribe una de las protagonistas y los mensajes y los artículos que aparecen en el libro pertenecen a un blog real, publicado en Internet y al que los lectores pueden acceder y dejar comentarios. Los protagonistas de la novela se escriben cartas que graban en un lápiz de memoria, como las cartas que intercambiaban los enamorados en el teatro del siglo xvii, y esas cartas pasan de uno al otro gracias a una amiga de la chica, que no es demasiado distinta de la Celestina o la amiga de la enamorada en las mismas obras del Siglo de Oro.

En ambos casos se cuenta una historia que responde al esquema clásico de presentación, nudo y desenlace, se articulan varias tramas secundarias, el personaje protagonista se enfrenta a un conflicto y la historia se cierra con un cambio en el personaje que viene motivado por las decisiones que ha tomado a lo largo de la historia. Es decir, ambas son novelas, aunque se narren de forma algo diferente al habitual. Son historias que no innovan en lo que a contenido se refiere porque lo hacen en su forma. Cuando un autor decide afrontar un reto experimental, un experimento narrativo formal, debe pensar en el esfuerzo que eso implica para el lector. Ya que la forma elegida resulta extraña como vehículo narrativo, es buena idea que la historia no suponga otro esfuerzo mayor.

3.4. La ilustración

Aunque habrá un capítulo más adelante dedicado a los libros ilustrados y los diferentes formatos en los que el dibujo se utiliza en la LIJ, podemos anticipar que la ilustración no es solo un complemento, un adorno, en los libros para niños, sino que forma parte de la narración y se lee, como se lee el texto. En Carlota y Miniatura, de Pierre Le Gall, la primera página muestra el dibujo de una casa preciosa, con corazones en las ventanas, piscina, pájaros sobre el tejado y un jardín enorme lleno de juguetes. El texto que hay bajo esa ilustración dice: «Me llamo Carlota y vivo recluida en una siniestra morada». Todo el libro juega con la oposición entre lo que la narradora dice y lo que muestran los dibujos, como una forma más de construir al personaje cuyo principal rasgo es mentir y ver la vida de una manera muy particular.

3.5. Libros y literatura

Libros para niños han existido desde que existe la imprenta. Desde que fueron escolarizados y los adultos sintieron la necesidad de transmitirles conocimientos. Se trataba bien de libros abiertamente didácticos o bien de libros que escondían, bajo un cuento, una enseñanza moral. Algunos críticos opinan que la Literatura Infantil y Juvenil nace de la mano de Jonathan Swift (Los viajes de Gulliver) y Daniel Defoe (Robinson Crusoe), ambas de principios del xviii; otros creen que no es hasta el siglo xix, y sobre todo con el Romanticismo, cuando nace la literatura infantil, con textos como Alicia en el País de las Maravillas, La isla del tesoro, Pinocho o los cuentos recopilados de la tradición oral por los hermanos Grimm unos años antes y que, bien avanzado el siglo xix se revisaron y se publicaron con ilustraciones. Sea como fuere y haya nacido cuando haya nacido, en este manual hablamos de literatura, no de libros para niños, porque se publican y comercializan libros divulgativos, librojuegos, desplegables y otros muchos formatos que, pese a tener forma de libro, no se definen como literatura.

3.6. Un consejo final

Antes de empezar un proyecto, es bueno plantearse si será una novela autoconclusiva, un cuento, una saga o una serie, de forma que podamos ir sembrando los elementos que necesitaremos en el futuro. Y, si es el primer proyecto, es aconsejable no abarcar demasiado. Elegir una trilogía como primera incursión en la escritura es un reto que puede generar frustración y abandono por el tamaño de la empresa.

4Naturalidad

El escritor es un hombre que, a fuerza de especializarse en escribir, ha adquirido una segunda naturaleza. Está presente en el cuento, a manera de esas corrientes subterráneas que solo vemos cuando brotan en un manantial.

Teoría y técnica del cuento

Enrique Anderson Imbert

La literatura para niños y para adolescentes, igual que la literatura general, busca satisfacer al lector, mostrar personajes con los que empatice, historias que quiera seguir leyendo y, para lograrlo, tan importante es lo que se cuenta como la forma en la que se cuenta. En buena medida, de esa forma depende que al lector siga leyendo o que abandone.

El atractivo de la forma de un texto se apoya, fundamentalmente, en dos aspectos de la escritura: la naturalidad y la concreción.

4.1. Naturalidad: cuestión de actitud

La relación entre libro y lector se parece a las relaciones sociales. Como seres sociales sentimos a veces que nuestro interlocutor trata de proyectar una imagen distinta de la real. Es lo que coloquialmente llamamos «un falso» y lo rechazamos por la sensación de ser víctimas de un engaño. La literatura también puede provocar esa sensación si falla la naturalidad.

Cada escritor tiene su estilo, su forma de escribir y su vocabulario habitual. Y no podemos reprocharle a Cortázar que escriba como escribe, sino más bien agradecérselo. Pero antes de retorcer el lenguaje a nuestro antojo, deberíamos acostumbrarnos a escribir de forma que al lector le parezca que está oyendo la voz de los personajes, deberíamos resultar creíbles antes de arriesgarnos a crear un estilo que el lector pueda rechazar. Y en el caso de los escritores de LIJ, más que un consejo o una buena opción, la naturalidad se convierte en una exigencia porque los lectores niños y adolescentes rechazan todo lo que resulte forzado o artificioso. Esos artificios levantan una barrera entre el texto y el lector haciendo imposible el hecho comunicativo como, por otra parte, ocurre con cualquier artificio.

El lector infantil y juvenil espera que el libro le cuente una historia como si se la estuviera escuchando de la boca de un amigo o como si él mismo la estuviera viviendo. La historia, el ambiente, los personajes, y no la voz de quien la cuenta, es lo que importa. Pero si ese amigo empieza a chillar mucho, a alzar y bajar la voz, a mover las manos exageradamente… lo distraerá hasta el punto de hacerle perder el hilo o, lo que es peor, hasta hacerle rechazar la lectura.

4.2. En busca de la naturalidad

Una vez que asumimos las ventajas de la naturalidad en el estilo llega la siguiente pregunta, ¿cómo se consigue esa naturalidad? A simple vista, cabría decir que el estilo natural será aquel que se asemeje a nuestra forma de hablar y, aunque sea cierta, esta afirmación hay que matizarla. Al hablar usamos muletillas, coloquialismos, repeticiones innecesarias… Cometemos errores, contamos con gestos que apoyan lo que decimos y a veces, incluso, decimos lo contrario de lo que queremos transmitir, porque el tono de la voz o los gestos no dejan lugar a la ambigüedad en el mensaje. No se trata, por tanto, de imitar la comunicación oral sino de evitar todas las estridencias, los recursos que primen la forma sobre el fondo. La naturalidad en el estilo deben buscarla sobre todo los escritores noveles porque, al empezar a escribir, muchos de nosotros pensamos que la literatura tiene que ser bella y que esa belleza se consigue retorciendo el lenguaje, usando formas que no utilizamos al hablar, anteponiendo los adjetivos, plagando el texto de los recursos estilísticos que aprendimos en el colegio años atrás. En la escritura, como en el resto de las artes, no hay normas escritas en piedra, no se trata de elaborar una lista de lo que se puede o lo que no se puede hacer, pero sí hay algunas prácticas que provocan rechazo en el lector.

4.2.1. Vocabulario

El vocabulario de los niños es limitado. La lectura amplía el número de términos que reconocen y les ayuda a usarlos correctamente, pero no es el objetivo final o no debería serlo. El fin de la literatura es entretener, divertir, provocar la reflexión, conmover, pero no formar. Si se trata de lectores adolescentes, el corpus de palabras que conocen es mayor, pero el hecho de que sepan lo que quiere decir una palabra no significa que les resulte natural su uso. Así comienza Kafka y la muñeca viajera, de Jordi Sierra i Fabra:

Los paseos por el parque Steglitz eran balsámicos.

Y las mañanas, tan dulces…

Parejas prematuras, parejas ancladas en el tiempo, parejas que aún no sabían que eran parejas, ancianos y ancianas con sus manos llenas de historias y sus arrugas llenas de pasado buscando los triángulos de sol, soldados engalanados con prestancia, criadas de impoluto uniforme, institutrices con niños y niñas pulcramente vestidos, matrimonios con sus hijos recién nacidos, matrimonios con sus sueños recién gastados, solteros y solteras de miradas esquivas, solteros y solteras de miradas procaces, guardias, jardineros, vendedores…

Kafka y la muñeca viajera

Jordi Sierra i Fabra

La contraportada del libro lo recomienda para lectores de ocho años en adelante, pero no hay muchos lectores de ocho años que puedan imaginar ese paisaje o ese parque leyendo este inicio. Es posible que abandonen la lectura porque no se ha despertado el deseo de seguir, de saber más. No es solo una cuestión de vocabulario, de términos como procaz, impoluto, pulcramente, prestancia, etcétera. Es también el uso excesivo de recursos estilísticos. Es perfecto recurrir a la repetición para crear ritmo y para apoyar la idea de una imagen estática, casi una fotografía, pero pocos niños entenderán qué son los sueños recién gastados de los matrimonios. Y seguro que comprenden lo que son las manos llenas de historias pero tal vez no entiendan la siguiente metáfora, la de las arrugas llenas de pasado y posiblemente tampoco entenderán que no son las arrugas las que buscan un triángulo de sol, sino la pareja de ancianos, y que ese triángulo de sol no se refiere ya a las arrugas ni a las manos y que no es una metáfora más, sino que se trata, literalmente, de un hueco con forma triangular por el que se cuelan los rayos del sol en un parque con árboles. Es un texto de una belleza indudable, pero la mayoría de los lectores de ocho años no están capacitados todavía para disfrutarlo.

4.2.2. Estructura de las frases

Si el destinatario de nuestros textos es el neolector, el niño de cinco o seis años, deberíamos ceñirnos a las estructuras naturales del español, esto es, sujeto + verbo + predicado. Pocas oraciones subordinadas, pocos párrafos largos. Un lenguaje que, sin imitarlo, se aproxime al suyo. Por encima de esa edad, el lector ya está preparado para las estructuras más complejas, aunque sin abusar, porque las oraciones que se prolongan durante siete líneas cuestan tanto a los niños como a los adultos. No es natural decir: «miraba el niño al pájaro», sino: «el niño miraba al pájaro». A veces, por cuestiones de ritmo o porque queremos dar más intensidad a una parte de la oración que a otra, recurrimos a alterar el orden natural de las palabras, pero si abusamos de ello, el resultado es artificial, forzado.

4.2.3. Orden del sintagma nominal

En algún momento a lo largo de la historia de la literatura, alguien decidió que anteponer los adjetivos a los sustantivos era bello, que realzaba el lenguaje. Esto, que en inglés es la forma natural de construir el sintagma nominal, en español, sobre todo en el español de España, resulta forzado. No obstante, los blancos dientes, las lánguidas miradas, las dulces sonrisas y los tristes lamentos pueblan la literatura en español casi como una plaga. Como recurso estilístico, por cuestiones de ritmo o de intensidad, podemos invertir el orden natural, pero sin convertirlo en una costumbre. Y, sobre todo, si esos adjetivos son innecesarios, es mejor evitarlos. La nieve siempre es blanca, los lamentos son tristes, las brisas leves y los estruendos enormes, porque, si no, no son estruendos sino susurros, murmullos o, simplemente, ruiditos.

4.2.4. Imitación (o exageración) de la voz infantil

Los personajes infantiles deben hablar como niños. El narrador, si no es un personaje, si no se trata de un niño que nos cuenta la historia, debe hablar como un adulto. Un adulto que habla bien, sin adornos excesivos ni términos incomprensibles, pero huyendo de los diminutivos, de los chascarrillos y de las onomatopeyas. Un niño pequeño que está adquiriendo el lenguaje llama al perro guau y al gato miau, es su forma de identificar el animal al que quiere referirse. Pero un narrador nunca debería hacer tal disparate. Ni siquiera ellos hablan con un diminutivo detrás de otro y, aunque así fuera, no esperan que nosotros lo hagamos. Los diminutivos infantilizan el texto disfrazándolo, como un hombre de cuarenta años que, para acercarse a sus hijos, viste con pantalones caídos y dice cosas como «qué pasa, colegas», mientras hace gestos extraños con los dedos. Lo normal es que sus hijos adolescentes lo rechacen porque solo es un disfraz para invadir su espacio.

Este último punto se da mucho en la escritura porque tendemos a confundir los textos de niños con los textos para niños. Hay una respuesta de un trabajo propuesto a unos niños en la escuela cuyo original se conserva en el Museo de la Pedagogía de París.

Describir un mamífero o un ave

El pájaro del que voy a hablar es el búho. El búho no ve de día y de noche es más ciego que un topo. No sé gran cosa del búho, así que continuaré con otro animal que voy a elegir: la vaca.

La vaca es un mamífero. Tiene seis lados: el de la derecha, el de la izquierda, el de arriba, el de abajo. El de la parte de atrás tiene un rabo, del que cuelga una brocha. Con esta brocha se espanta las moscas para que no caigan en la leche. La cabeza sirve para que le salgan los cuernos, y además porque la boca tiene que estar en alguna parte. Los cuernos son para combatir con ellos. Por la parte de abajo tiene la leche. Está equipada para que se la pueda ordeñar.

Cuando se la ordeña, la leche viene y ya no para nunca. ¿Cómo se las arregla la vaca? Nunca he podido comprenderlo, pero cada vez sale con más abundancia.

El marido de la vaca es el buey. El buey no es mamífero, la vaca no come mucho pero lo que come, lo come dos veces, así que ya tiene bastante. Cuando tiene hambre, muge, y cuando no dice nada, es que está llena de hierba por dentro.

Sus patas le llegan hasta el suelo. La vaca tiene el olfato muy desarrollado, por lo que se le puede oler desde muy lejos. Por eso es que el aire del campo es tan puro.

Sin lugar a dudas, es divertido. Lo leemos y no podemos evitar la carcajada en algunos momentos, pero nos reímos porque es simpático que un niño tenga ese desparpajo a la hora de contestar una pregunta para la que no tiene respuesta. Si quisiéramos hacer un personaje que no tiene vergüenza y que encuentra salida para todo, esta sería la voz que podríamos imitar. Pero un narrador no puede buscar el chiste fácil, la risa a través del error continuo, porque no resulta creíble. Y porque, no lo olvidemos, la risa en este caso la provoca la inocencia que, como adultos, vemos en ese niño. Los niños no se ríen de sus iguales por hacer o decir cosas que ellos mismos dirían o harían.

4.2.5. La naturalidad en cada punto del mundo

Hemos visto unos párrafos más arriba que el uso de los adjetivos antepuestos puede resultar artificioso en español. Hay países de habla hispana, sin embargo, en los que esta forma es habitual. Cada escritor debería respetar el habla de su entorno porque, si un mexicano intenta imitar el habla de un español o de un chileno, posiblemente el resultado sea un refrito poco natural en cualquier lugar del mundo. De las adaptaciones a cada país se encargan las editoriales y por eso el mismo libro editado en España hablará de ordenadores y en México de computadoras. Es un fenómeno que rara vez se da en literatura general, ningún editor adaptaría los textos de María Fernanda Ampuero, de Cortázar o de Delibes para que sus lectores los sintieran más cercanos, más naturales. Pero los lectores niños no tienen aún la capacidad de comprender que el idioma que usan varía según el lugar en el que se habla.

Por tanto, todos los consejos sobre vocabulario, orden de las palabras o estructuras que se recogen en este capítulo están supeditados a la naturalidad en el habla de cada escritor.

4.3. Un consejo final

Por paradójico que resulte, al escribir deberíamos olvidar que estamos escribiendo. Deberíamos dejar de lado la presión por el resultado final y centrarnos en contar la historia, meternos en la voz de los personajes, sin obsesionarnos con el sonido del texto, con la belleza que provocan las palabras. Después, en la revisión, se añade y se quita lo que haga falta y nos cuestionamos, ante cada alarde literario, si mejora el texto o lo recarga.

5Abstracción y concreción: dibujar con palabras

Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una serpiente boa que digiere un elefante. Dibujé entonces el interior de la serpiente boa a fin de que las personas mayores pudieran comprender. Siempre estas personas tienen necesidad de explicaciones.

El Principito

Antoine de Saint-Exupéry

Hablábamos en el capítulo anterior de los dos pilares sobre los que se sustenta el atractivo formal de un texto literario. La concreción es el segundo de ellos, porque ayuda al lector a ver lo que está leyendo.

5.1. Lo abstracto y lo concreto

Al leer, creamos imágenes en la mente; al escribir, ofrecemos la información necesaria para que esas imágenes aparezcan en el subconsciente del lector. Para lograrlo es importante distinguir entre palabras concretas (mesa, pie, pared, cazuela) y palabras abstractas (amor, paz, tristeza, solidaridad). Las palabras concretas consiguen generar una imagen en la mente. Si alguien dice cazuela, todos imaginamos el utensilio de cocina. Si no tenemos más datos, elegiremos el color, el tamaño de las asas, la forma más o menos abombada de la tapa basándonos en nuestra experiencia, en las cazuelas que vemos habitualmente en casa. Pero tendremos en la mente la fotografía de una cazuela. En cambio, si alguien dice amor, la fotografía de nuestra mente estará velada, no es un término que se corresponda con una imagen, no tiene tamaño, forma, color, asas ni tapadera.

Si pedimos a un grupo de personas que dibujen una mesa, unos pintarán una mesa de madera, otros de metal, mesitas bajas, grandes mesas de comedor, mesas viejas o nuevas. Da igual la forma, el material o el color, si después mostramos esos dibujos a otras personas y les preguntamos qué ven, todos responderán con una sola palabra: mesa. Si hacemos ese mismo experimento con la palabra alegría es posible que recibamos el dibujo de una sonrisa o de alguien saltando, un paisaje lleno de flores… Y después, cuando lo mostremos a otras personas para que nos digan qué ven, no encontraremos una respuesta única.

Escribir, por tanto, es bastante parecido a dibujar con palabras. Dibujamos la mesa, el sustantivo, y le añadimos detalles, los adjetivos y otros complementos nominales. Habrá pocos verbos y, los que haya, serán meros soportes para esos adjetivos (tiene, es, lleva, etcétera). Por el contrario, si quisiéramos describir la alegría, aparecerían sustantivos como sentimiento, felicidad, sonrisa y verbos relacionados con los sentimientos como sentir, embargar, ser.