Estado crítico - Zaida Capote Cruz - E-Book

Estado crítico E-Book

Zaida Capote Cruz

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Beschreibung

Los heterogéneos textos reunidos aquí proponen un intenso diálogo con la tradición y la contemporaneidad en torno a la escritura y la representación de las mujeres. El amplio espectro de preocupaciones —la discusión sobre la existencia o no de una literatura de género, el papel del activismo académico, el tratamiento de la violencia en nuestra narrativa y de la mujer trabajadora en nuestro cine, además de acercamientos críticos a obras específicas— nos interpela como individuos y como sociedad, siempre en la órbita del mejor feminismo de nuestro tiempo.

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Edición y emplane: Oreste Martín Solís Yero

Ilustración de cubierta:Criterio Propio, de Ernesto Rancaño

Diseño de cubierta: Sergio Rodríguez Caballero

Conversión a ebook: Madeline Martí del Sol

 

© Zaida Capote Cruz, 2019

© Sobre la presente edición:

Editorial Oriente, 2023

 

ISBN 9789591113283

 

Instituto Cubano del Libro

J. Castillo Duany No. 356

Santiago de Cuba

[email protected]

www.editorialoriente.wordpress.com

www.facebook.com/editorialorienteoficial/

 

Tabla de contenido
Mínimas
El sabor de la sal
¿Existe una literatura de género?
Un espacio para las mujeres
Feminismo
Feminaria en Mujeres en Líne@
Activismo académico. Tradición, práctica y testimonio
El libro de MAGIN
Ofelia Rodríguez Acosta en tres espacios de divulgación feminista
Una mujer de Social, Ofelia Rodríguez Acosta
“¿Por qué La Habana no estáen la esquina de mi casa?”. Cartas de Juana de Ibarbourou a Mariblanca Sabas Alomá
Cuba en el cuerpo. Comentarios a partir de la obra de Sandra Ramos
Notas sobre la violencia en literatura
Crónica tardía: Violencia contra la mujer en el 38 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana
36 escritoras cubanas contra la violencia hacia la mujer
Calibán, la bruja y la sinrazón del capital
La gallega, de Masdeu, ochenta años después
Lengua, sexo, hispanidad. Las historias prohibidas de Marta Veneranda
Para celebrar Rosas de abolengo, y a Sonia
Feminidades agónicas
El viaje como estructura: Otras plegarias atendidas, de Mylene Fernández Pintado
La vida en la frontera
Vivir en la literatura
La bella y la serpiente
Antes de leer a Luisa Pérez de Zambrana
Comentario sobre Nada,de Carmen Laforet
Sobre El comité de la noche, de Belén Gopegui
Para Nancy, en un sábado amable
Un hilo rojo, de Sara Rosenberg
Reinventar la familia: Emma y Julia en la metrópolis
África, el Caribe y la utilidad de la ficción
Concha Méndez en Cuba
Biografía y ficción. El desafío de Tinísima
Mujeres en crisis, de Helen Hernández Hormilla
Múltiples
Márgenes insurrectos
I
II
III
IV
Cubanas trabajando (a veinticuatro cuadros por segundo)
Los desafíos de la libertad. Narradoras cubanas de hoy
Escribir la vejez. Tres ficciones cubanas
Un espacio para las mujeres

Este libro da fe de un ejercicio crítico continuo y desigual, respuesta a apelaciones urgentes o fruto del deslumbramiento frente a la escritura femenina o su historia. Decidí juntar textos breves y muchas de las veces circunstanciales con otros más amplios referidos a obras específicas. La crítica feminista ha contribuido con sabiduría y elegancia a enriquecer y ahondar nuestra precepción de la literatura cubana; espero, con este manojo de textos más o menos urgentes, honrar esa tradición.

La autora

Mínimas

El sabor de la sal1

1La Gaceta de Cuba. La Habana, núm. 2, marzo-abril de 1997, pp. 54-55.

Estatuas de sal,2 la compilación de narradoras cubanas realizada por Mirta Yáñez y Marilyn Bobes, es un libro extraño en el panorama cultural cubano. Un libro al que tardaremos en acostumbrarnos.

2 Marilyn Bobes y Mirta Yáñez, comps., Estatuas de sal (cuentistas cubanas contemporáneas). La Habana, Ediciones Unión, 1996.

Hace poco encontré, en un portal de CarlosIII, un viejo tomo ilustrado por Remedios Varo:Cuentistas mexicanas. Sigloxx. El volumen acaba de cumplir veinte años, de modo que las recopilaciones de cuentos escritos por mujeres no son ninguna novedad... en otras partes, porque entre nosotros puede parecer no solo novedoso, sino también pretencioso, intentar el registro de una tradición en apariencia inexistente, casi siempre subsumida en el tráfago de autores notables que sí suelen registrar nuestras historias literarias.Estatuas de sal (cuentistas cubanas contemporáneas)será, a partir de ahora, un texto de imprescindible referencia cuando se trate de verificar cuánto hemos avanzado en el reconocimiento del lugar de la mujer en las letras cubanas. Llega con sus buenos veinte años de retraso, pero llega, por fin. Y más vale tarde que nunca.

Como en toda primera vez, hay carencias indiscutibles. Uno no puede menos que lamentar exclusiones tan notorias como las de Graziella Garbalosa, RosaHilda Zell, Surama Ferrer, Renée Potts o Julieta Campos. A pesar de ello, la compilación merece todo nuestro respeto. Salvo algunas excepciones, la relación de las autoras con la institución literaria ha sido inestable. De ahí que la presentación, en bloque, de un panorama de narradoras tiene, al menos, un doble sentido. Por un lado, responde a las exclusiones habituales con el rescate, aunque parcial, de una tradición que también nos pertenece y, por el otro, testifica la riqueza de una literatura que se multiplica día a día en perspectivas, recursos y eficacia estilística. No hay que pasar por alto cómo, a la reconstrucción de una genealogía narrativa, las autoras han sumado la recuperación de textos críticos que, junto al estudio inicial de Mirta Yáñez, contribuyen al entendimiento cabal del proceso de nuestra literatura femenina y dan fe de la trayectoria de los estudios literarios sobre el tema en los últimos años. En ese afán de incluirlo todo, encuentro el sentido esencial del libro. Con todos sus problemas, los ya descubiertos y los aún por descubrir, la compilación es perfectamente coherente. El desamparo genealógico de las narradoras actuales es tal que las autoras son capaces de renunciar a su propio proyecto de reunir cuentistas solo por el placer de hacerse acompañar por Dulce María Loynaz. Pero estas contradicciones son típicas de los gestos marginales. Además, así enfrentan a cara descubierta las viejas injusticias de la crítica, presentes incluso en algunos textos clásicos. No es casual que un libro comoLo cubano en la poesíaincluya —o más bien recluya— a la propia Loynaz, una de las grandes poetisas en lengua española de este siglo, cuya obra reboza cubanía y hubiera ofrecido material privilegiado para el análisis a Cintio Vitier, en apenas una nota al pie. Si de lo que se trata es de crear una línea vital para la escritura de mujeres en Cuba, parecen creer las compiladoras, cualquier esfuerzo vale la pena.

En cuanto a primicias, el libro tiene varias a su favor. Es la primera selección no temática de textos narrativos de mujeres (antes se publicóLas mujeres y el sentido del humor, realizada por Olga Fernández), y es también la primera en que se publican, como una totalidad orgánica, textos de dentro y fuera de la isla, incluso algunos inéditos. Las fichas biográfico-valorativas (a veces desmesuradas) cubren otro espacio abandonado por nuestros críticos.

La cantidad de autorasreunidas desmiente el lugar común de la inexistencia de una literatura femenina en Cuba. La calidad de muchas de las piezas y la sorprendente diversidad de perspectivas y elecciones temáticas impugnan la idea de una literatura monocorde que se complace solo en la denuncia o en la cotidianidad. Los cuentos de este libro van mucho más allá, y nuestra visión, a menudo prejuiciosa de la literatura escrita por mujeres, deberá aceptar su multiplicidad, su rechazo a los moldes precisos y repetitivos y la puesta en juego de una sensibilidad distinta a la hora de enfrentar la historia narrada.

Que el título sea una cita del Génesis es sintomático. El libro mismo es genésico porque intenta explicar el surgimiento y desarrollo de una tradición literaria poniendo manos a la obra de crearla activamente. La historia de la mujer de Lot, aprovechada por Mirta Yáñez en su introducción, no es solamente la de una mujer curiosa. Ella es, aunque parezca exagerado decirlo, una de las primeras mártires de la rebelión feminista. La mujer de Lot enfrenta la prohibición de su esposo y se atreve a mirar “a espaldas de él”, que es casi como decir a espaldas de la Ley. Con ese mínimo gesto violatorio, desobediente, se convierte en transgresora. Las cosashan cambiado, quién lo duda, pero el lugar de las mujeres en el seno de la institución literaria está aún por definirse. Desde las monjas medievales, quienes escribieron sus autobiografías para servir a Dios y complacer a sus confesores, la escritura de las mujeres ha estado signada por una mediación social que, a la larga, ha resultado determinante en el destino del texto. Una mediación que a menudo la crítica calla y que ahora se desestima, poniendo a convivir estos textos en igualdad de condicionescon los de sus pares masculinos.

Hablar de literatura femenina puede generar desconfianza, como si en estecaso el adjetivo resultara superfluo. Sin embargo, tenía razón Freud al repetir que el sexo era una de las primeras diferencias que el ser humano tomaba en cuenta al enfrentar a otro, y eso valdría también para los autores literarios. Hace ya algunos años, en un artículo que hizo época, la antropóloga Gayle Rubin nos reveló un aporte definitivo: descubrió lo que entonces denominó “sistema sexo-género” y que se refería, precisamente, a las relaciones sociales establecidas entre los sexos. Los “roles de género”, como se les llamaría después, no eran, como podía pensarse, inherentes al sexo en cuestión, sino que eran nada más —y nada menos— que eso, roles, papeles que representar en esa gran puesta en escena que es la vida en comunidad. De hecho, como ha señalado Jean Franco, usar el género sexual como elemento de análisis “significa admitir una categoría sin la cual es imposible entender todos los factores que entran en el ejercicio del poder hegemónico”, lo cual, por supuesto, no implica que tengamos que olvidar los demás factores que influyen, de un modo u otro, no solo en la posición del escritor o escritora, sino también en su producción textual y en la recepción que ella tiene. Cuando alguien dice que una autora “escribe como un hombre”, esa frase, más que implicaciones estrictamente literarias, tiene resonancias de orden social. Escribir “como un hombre” es acercarse acríticamente al modelo patriarcal y, posiblemente, conlleve la aceptación canónica posterior de la obra en cuestión sin muchas restricciones.

El caso más imponente de esa suerte de travestismo literario que la crítica masculina ha creído encontrar en los textos femeninos es el de Gertrudis Gómez de Avellaneda, a quien un crítico dedicó la famosa y ominosa frase: “[E]s mucho hombre esa mujer”. Pero la historia suele jugarnos malas pasadas, y, al final, resultó que esa mujer era mucho más inteligente de lo que parecía —lo parecía bastante— y, aunque escribió una única novela abiertamente feminista,Dos mujeres, que luego suprimió de susObras completasen lo que a todas luces era una especie de claudicación, supo introducir en buena parte de su obra, casi siempre subrepticiamente, las respuestas que exigía no solo su propia situación en la sociedad, sino también aquellas que demandaba la situación colonial de Cuba. Para salir de la modorra de una crítica que se limita a ver en sus obras una posibilidad para conocer mejor “el alma femenina” y que se resiste a variar sus apreciaciones, hacen falta lecturas como la de Doris Sommer enFoundational Fictions, quien descubre, nada menos que enSab, “una desafiante novela feminista”. Eso solo se logra teniendo en cuenta el género sexual de la autora, adscribiéndose sin vergüenza a lo que Harold Bloom ha denominado, con repugnancia, “escuela del resentimiento”. Avellaneda es, entre las escritoras cubanas, el mejor ejemplo de convivencia con un canon que, cuando la aceptó, o bien lo hizo con reservas, o bien la llenó de elogios a condición de escamotear una parte importante de su obra.

Pero volvamos aEstatuas de sal. Lo interesante de este “retrato de grupo” es que nos permitirá pensar la tradición literaria cubana de un modo más abarcador, integrando incluso sus variantes menos prestigiadas. Y también explicarnos por qué el registro canónico se mueve en determinada dirección. La inclusión de las mujeres en el canon conlleva una democratización que cada vez nos hace más falta. La literatura cubana tiene que despojarse también de su máscara de blancura y virilidad y desbordar los márgenes que aún la delimitan. Intentar una explicación amplia y documentada de las relaciones del canon con las expresiones literarias no canónicas es la única manera de entender todas las implicaciones políticas de tales relaciones en la vida cultural cubana. Necesitamos este tipo de lectura cuestionadora, por ejemplo, para explicar el destino de un proyecto como El Puente. Evidentemente no se puede hablar de la literatura femenina como de algo abstracto; pero si se ahonda en las condiciones de escritura de un texto, no se puede obviar el hecho —las más de las veces decisivo— de que su autor sea una mujer o no.

Está claro que un panorama ideal del cuento cubano debería incluir, en igualdad de condiciones, textos de mujeres y hombres, sin juicios sexistas. Por lo pronto, la aparición de este volumen es un primer paso en el largo camino que nos queda por andar. Era necesario el reconocimiento de esta tradición para integrarla luego de manera coherente a eso que solemos llamar literatura cubana.

Para terminar, volvamos al principio. Miremos, como la mujer de Lot, para descubrir por nosotras mismas el sabor de la sal entre la fruición, el sobresalto e incluso el desparpajo de estos cuentos. Supongo que, a estas alturas de la historia, no correremos el riesgo de convertirnos en estatuas.

¿Existe una literatura de género?3

3 Intervención en una de las sesiones de Ciclos en Movimiento. Centro Cultural Dulce María Loynaz, ICL, 2009.

Cuenta Claudio Magris en su magnífica —por minuciosa y desbordada— monografía sobre el Danubio, el hallazgo, en una librería de viejo, de un manual escolar de poética publicado en Buda en 1831, en uno de cuyos acápites encontró lo que él llama “una pregunta poco galante”:Potestne esse femina, quae dicitur heroina, materia epopoeiae?; que quiere decir más o menos “¿podría ser una mujer, a quien llamaríamos heroína, materia de la literatura épica?”. Una pregunta así, “poco galante”, es la que nos reúne hoy: ¿Existe una literatura de género?

Antes de intentar responderla me gustaría preguntar a la pregunta el porqué de sí misma. Parece que nunca terminaremos de zanjar esta cuestión, casi permanente, y siempre deberemos volver a empezar la discusión de cero. En primer lugar, el término “literatura de género” se presta a confusión. No he oído hablar de “literatura de género” en muchos sitios, la verdad, y supongo que se trata de evitar confusiones; escuchando esa frase una piensa en algo cercano al costumbrismo, al policial, no sé. La traducción misma del inglésgenderal español “género” ha complicado las cosas, de ahí que en muchos casos se haya utilizado el término extendido y contradictorio de “género sexual” para intentar aclarar la intención del hablante. Si hubiera que responder únicamente a la pregunta que nos convoca hoy, lo primero sería que nuestros anfitriones explicaran qué entienden por “literatura de género”. Pero como estamos aquí para intentar aclarar las posiciones respectivas, asumo, para explicar la mía, que equiparan “género” con “de mujeres” puesto que, como es evidente, no hay ningún hombre invitado a opinar. Por tanto, creo necesarias algunas precisiones.

Hace unas semanas un programa televisivo pasó una película tituladaTráfico humano, donde se entrecruzaban varias historias de mujeres (y niñas) secuestradas primero y sucesivamente privadas de identidad legal y endeudadas, cuyo destino era ingresar a grandes redes internacionales de prostitución. Hace apenas unos días, leí enLa Gaceta de Cubaun cuento bastante bueno de Francisco García González titulado “El olor de la manteca”. La anécdota comienza más o menos con el aviso, escuchado por el narrador en un bar, con un buen buche de ron en el gaznate —coincidirán conmigo en que no podría ser de otro modo—, de que “el viejo Melquiades está vendiendo una mujer”. A partir de ese momento, asistimos al trato y a la consecuente esclavización de esa mujer, que termina siendo tratada como un animal (perra, puerca) y por cuya apropiación deberán enfrentarse dos hombres —machete en mano, como corresponde— al final del relato. Esta digresión no es tal: fue justo a partir del estudio de cómo se establecían esas relaciones de poder y explotación entre los sexos que una antropóloga norteamericana puso a circular esa palabrita que usamos hoy con tanta ligereza: “género”. El artículo en cuestión se llamaba, con bastante acierto, “El tráfico de mujeres, notas para una economía política del sexo”; su autora, Gayle Rubin, describía diferentes modelos de apropiación del trabajo femenino y de organización social en diversos espacios geográficos, y llegaba a la conclusión de que las labores y las actitudes de las mujeres (y de los hombres) eran un aprendizaje social, y que el sexo, si bien establecía diferencias biológicas inmutables, podía traer aparejado un comportamiento social variable según el sitio y la cultura a la que perteneciera cada quien. En un primer intento de describir aquel descubrimiento de actitudes y aprendizajes de cómo ser hombre o mujer en determinada cultura creó el concepto de “sistema sexo-género”, cuyas posteriores derivaciones han independizado el término, usualmente entendido como el proceso mediante el cual los individuos de sexo distinto aprendemos a comportarnos de diferente manera para conseguir un espacio en el sistema social al cual pertenecemos. Como dijera en su momento Simone de Beauvoir, en la que es tal vez la frase más citada por las feministas de todas partes: una mujer no nace, se hace. La difusión de la idea de que lo femenino es una construcción con hitos históricos, culturales e incluso médicos específicos, ha otorgado una libertad muy grande a las mujeres (y a los hombres, aunque el desarrollo del estudio de las masculinidades es muy posterior al de los estudios feministas, de donde nació). La libertad proviene, claro está, del entendimiento de que ser identificado como mujer (u hombre) tiene que ver, sobre todo, con comportamientos, gestos, actitudes, etc., todos ellos elementos que pueden ser transformados a voluntad —aunque a veces se precise mucha voluntad—, algo mucho más difícil de hacer con la biología. El descubrimiento de esa calidad educativa, por llamarla de algún modo, de las identidades sociales de los individuos de distinto sexo trajo consigo la esperanzadora posibilidad de su transformación, haciendo más abiertas las vías de desarrollo individual y menos perentoria la obediencia a las exigencias sociales. Reconocer que somos un producto de la historia y de la cultura, en tanto hombres y mujeres, más que de la biología, nos da la libertad de elegir si seguimos los mandatos de la tradición o nos emancipamos de ellos. Un gran avance histórico.

Ahora bien, empecemos a hablar de literatura. Está claro que si tuviera que responder la pregunta que hoy nos convoca: ¿Existe una literatura de género?, mi respuesta sería, sin dudarlo: No, no existe. En primer lugar, porque ya aclaré que está mal usado el término en esa interrogación. Sin embargo, si pudiéramos variar la pregunta y llevarla a un término más justo, esta sería: ¿Existe una literatura de las mujeres? A esa pregunta yo respondo: Sí, existe.

Pero aclaremos nuestros puntos de vista. Cuando hablo de la literatura de las mujeres o de literatura femenina no estoy diciendo que exista un modo específicamente femenino o específicamente masculino de expresión. Eso es algo que nadie podría asegurar y mucho menos es algo que debería convertirse en programa o exigencia para las escritoras y sus lectores. Lo que sí vale la pena estudiar es cómo las mujeres enfrentan —muchas veces de distinto modo que sus contemporáneos varones— la escritura. Las razones, claro está, no son biológicas, sino históricas. Y eso es lo interesante: muchas veces, al estudiar un tema específico, se ha encontrado cómo las mujeres asumen el relato de un modo peculiar, distinto al de los hombres. Por ejemplo, para hablar de un género que he estudiado, en la autobiografía es muy frecuente que el sujeto femenino se desdibuje, que su protagonismo ceda lugar a otras historias, que su voz se pierda en la cita de documentos, testimonios y vidas ajenos. Ocurre con más frecuencia en autobiografías escritas por mujeres que en las de autores hombres. Estos son, por lo general, más seguros de su lugar central en el relato autobiográfico. Sin embargo, como decía, son tendencias, nada más. No hay modo de afirmar que siempre una mujer escribe de tal o cual modo y, por otro lado, tal prejuicio podría pretender empobrecer la calidad de su expresión. Pero lo que sí vale la pena afirmar nuevamente, porque se pierde de vista en estas discusiones, es que las mujeres existen y que su lugar en la sociedad aún dista mucho de ser idéntico al de sus pares masculinos (una situación que, por demás, no creo que muchas mujeres deseemos). Lo que debemos reconocer, entonces, es la diferencia entre ambos géneros, la percepción diferenciada de los productos culturales de hombres y mujeres, la apelación a las mujeres —con mucha más frecuencia que a los hombres— para que cubran roles familiares absorbentes (como el cuidado de niños y viejoso la educación de los hijos) y la consiguiente desvalorización de su intelecto. Las mujeres viven una condición diferente; son, por tanto, sujetos diferentes. No son iguales las exigencias a un hombre que a una mujer, y no lo son en los ámbitos más disímiles. Y eso marca, de algún modo, la historia de la escritura de las mujeres.

La teoría literaria feministaha encontrado numerosos modos de metaforizar tales diferencias: recuerdo tesis tan imaginativas como aquella de Sandra Gilbert y Susan Gubar de que para las primeras autoras el acto de escritura era similar a una escena de violación: la página en blanco era un cuerpo virgen; la pluma, el pene agresor. Contado así, a la ligera, puede parecernos risible, pero lo que está detrás de esa imagen es el hecho real de que las primeras escritoras que se preciaron de serlo debieron escribir en secreto, violentando a menudo el orden familiar que les exigía estar buscando marido o aprendiendo a cocinar y, muchas veces, para conseguir el favor de los lectores y la crítica, asumieron seudónimos masculinos a manera de pasaporte al espacio público. Podríamos estar hablando aquí de muchas otras interpretaciones del acto de escritura; pero quisiera referirme a otro problema que ha enfrentado la crítica literaria feminista: de qué modo referirnos a la literatura que escriben las mujeres. Suele hablarse, en términos evolutivos, de tres momentos (es una idea de Elaine Showalter para la literatura en lengua inglesa): un primer momento de literatura femenina (hasta el sigloxix), en que no se iba más allá, al menos en apariencia, de lo que dictaban las normas: espacios privados, preferencia por la lírica, etc.; otro momento, de fines del sigloxixa mediados delxx, de literatura feminista, la cual ponía en escena a la mujer en el espacio público y exploraba la narrativa, y finalmente, el momento actual, cuando ya se hubieran alcanzado los principales derechos y la lucha hubiera pasado a segundo plano para dar paso a la creatividad múltiple y atrevida de nuestras contemporáneas, a cuya escritura debía llamársele, simplemente, “de mujeres”. Estoy, como habrán notado, vulgarizando un poco las propuestas, que cito de memoria. De todos modos, mis reparos a establecer una linealidad en el desarrollo de la literatura femenina provienen de que son tantas las minucias que deciden cómo escribimos y sobre qué lo hacemos que no creo posible una progresión, como propone Showalter, en el desarrollo de la escritura femenina, a pesar de lo cual, evidentemente, hay una historia a medias escrita. Mi objeción principal tiene que ver, precisamente, con los términos. Nombrar “femenina” a esa literatura inicial, poco desarrollada y reproductora muchas veces de prejuicios, o nombrar “de mujeres” a la supuestamente más beligerante de los años recientes no cambia nada: lo importante, a mi juicio, es estudiar la producción literaria femenina a lo largo de la historia y, en cada caso, revisar el contexto en que esa producción tuvo lugar. Hay autoras del sigloxvique son más combativas y atrevidas formalmente que muchas de nuestras contemporáneas. Tengo aun otra razón: disfruto la lengua que hablo: evitar referirse a lo femenino cuando hablamos de las mujeres es reproducir el prejuicio patriarcal de nuestra minusvalía y, por otra parte, disminuir nuestra lengua. También reproduce ese prejuicio quien niega la posibilidad de existencia de una literatura femenina, mientras defiende la existencia de la literatura, en abstracto. La literatura no existe en una burbuja; todo escritor, sea hombre o mujer, elige hacer su trabajo de un modo u otro y, una vez concluida, su obra tiene una vida ante la crítica, un recorrido de difusión, etc., para entender los cuales, muchas veces, el análisis de la variable de género es pertinente. Cuestionar la existencia de la literatura femenina es, me parece, cuestionar la existencia misma de esas mujeres. Intentando borrar las diferencias estamos borrando también las identidades; está claro que este asunto es mucho más complejo: al negarse a ser reconocida como parte de un gesto común, deuna tradición de la “escritura femenina”, la escritora rechaza su herencia histórica, su pertenencia a un grupo cuya identidad de género no ha sido precisamente una ganancia a la hora deestablecerse en la ciudad letrada. Lo imprescindible es entender que hablar de literatura femenina no implica un menoscabo de los valores de esa literatura, sino el reconocimiento de que esa producción proviene de sujetos genéricamente marcados cuya pertenencia a un género específico puede haber influido en su elección de temas o estrategias de estilo lo mismo que su acceso a espacios de distribución y circulación. Eso es lo que he intentado en mis propios análisis críticos.

Un espacio para las mujeres4

4La Gaceta de Cuba. La Habana, núm. 1, enero-febrero de 2004, pp. 77-78.

La colección Pinos Nuevos cuenta, a pesar de su propio perfil, dedicado a autores noveles, con varios libros imprescindibles. Entre ellos puede incluirseEn busca de un espacio. Historia de mujeres en Cuba, de Julio César González Pagés, cuyo éxito testimonia el interés creciente por un aspecto muchas veces subsumido dentro de los grandes temas tradicionales. Su autor —quien imparte un seminario de estudios de género hace ya varios años en la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana, y preside la Comisión de Género y Paz del Movimiento Cubano por la Paz— se integra a las más variadas iniciativas que, de un tiempo a esta parte, han pretendido dar cuenta del lugar de las mujeres dentro de la sociedad y la cultura cubanas. Desde mi perspectiva, las más sobresalientes en el ámbito cultural hansido los encuentros entre escritoras de México y Cuba celebrados en la Casa de las Américas en 1990, y los congresos anuales que organiza el Programa de Estudios de la Mujer de esa institución, dirigido por Luisa Campuzano; la creación de MAGIN, asociación de mujeres comunicadoras coordinada, entre otras, por Mirta Rodríguez Calderón, cuyo taller sobre género y comunicación social auspiciado por UNICEF contribuyó a la adquisición de cierta conciencia de género en quienes laboran en los medios; la publicación por la Ediciones Unión de la antología de Mirta Yáñez y Marilyn BobesEstatuas de sal, que otorgara visibilidad a un corpus coherente y casi siempre preterido en otras compilaciones, y muy recientemente, el taller sobre género y sociedad que reunió en el Centro Juan Marinello a investigadoras del CIESAS de México con sus colegas de diversas instituciones cubanas, apenas en junio pasado. La creación de Cátedras de la Mujer y la inclusión de dossiers sobre el tema en distintaspublicaciones demuestran el auge del pensamiento y la investigación feministas en nuestro país.

La contribución de González Pagés viene a confirmar esa apertura del canon académico. Su historia de las mujeres, centrada fundamentalmente en el movimiento sufragista, no se detiene con la concesión del voto en 1934, sino que continúa hasta la creación de la Federación de Mujeres Cubanas en 1961. Este trabajo dota de una historia —e incluso de un rostro— a quienes permanecieron invisibles durante demasiado tiempo, y nos ayuda a entender el modo en que hicieron política las mujeres en Cuba, sus desencuentros y contradicciones, pero también, y sobre todo, sus conquistas, que no fueron pocas y que ayudaron a modelarnos como somos hoy. Por otra parte, el libro da cuenta de las imágenes de esas mujeres con una selección gráfica mínima, que reúne desde fotografías de estudio hasta caricaturas grotescas de protagonistas de nuestra historia.

Habida cuenta de la presencia de mujeres aisladas en el relato histórico nacional, las más de las veces en calidad de madre, esposa o hija de algún patriota, este estudio nos permite abundar en el conocimiento de un conjunto de mujeres que laboró por conseguir reformas legales decisivas, tales como las referidas a la patria potestad (1917), el divorcio (1918) y el sufragio femenino (1934). Con razón, el autor se pregunta si la tan comentada ausencia femenina de la historia construida se deba a un hecho comprobable (que las mujeres no participaran activamente) o a la óptica con que la investigación enfrenta, analiza y selecciona la información disponible, por ejemplo, en los fondos de archivo. En tal sentido, el libro deviene ejemplar en la reconstrucción de una historia ignorada o sumergida; recobrarla deviene su objetivo principal. Al mismo tiempo, el investigador se aboca a una lectura crítica de la historiografía previa, cuya interpretación equivocada y en ciertos casos mecanicista, o la elusión del asunto, que se trata como de paso, parecieran negar la precedencia de mujeres y hombres que pensaron el destino de las mujeres cubanas con tanta dedicación como inteligencia y entusiasmo. Como aquellas sufragistas buscando un espacio, González Pagés se ha hecho el suyo, uno donde coexisten los análisis y referencias previos y la obra publicada de las dirigentes sufragistas y de otros autores con los riquísimos fondos de archivo cuyo detallado estudio puede aún develar mucho sobre la vida y el pensamiento de las mujeres en Cuba. Indagación documental que, dicho sea de paso, se enriqueció con los testimonios de algunas protagonistas de esta historia.

Como bien dice el autor, al ser los estudios de la mujer un área “deficitaria en la historiografía cubana”, su libro no pretende llenar todos los vacíos o iluminar todas las penumbras. Su pretensión, mucho más modesta, es la del manual: organizar, sistematizar unos hechos y unirlos en el análisis bajo una mirada que los cohesione. Así, el texto recorre al mismo tiempo los avatares de la formación de los arquetipos femeninos consensuados durante el sigloxixy la evolución del pensamiento social al respecto. El capítulo 1, dedicado al feminismo durante el sigloxixen Cuba, propone un recorrido por las manifestaciones de un ideario feminista en ciernes que fue radicalizándose a medida que avanzaba el siglo, con las condiciones creadas por la guerra o la emigración, así como por la difusión de ideas de avanzada provenientes de Europa y los Estados Unidos. De una mujer a otra, de Gertrudis Gómez de Avellaneda a Ana Betancourt, de María Luisa Dolz aAurelia Castillo de González, el libro estudia la formación de una conciencia de género —aunque no la llame así— y sus evidencias tanto en literatura como en política. “La diáspora sufragista en la República de 1902 a 1925”, el segundo capítulo, articula la trayectoria del movimiento sufragista con el nacimiento de otras organizaciones de mujeres y sus sucesivas discusiones desde la constituyente de 1901 hasta 1934. Llama la atención la cantidad de asociaciones existentes —registradas en uno de los anexos—, por lo cual no resulta sorprendente la inmediata respuesta a la convocatoria del primer congreso de mujeres en Cuba, que fue también el primero celebrado en América Latina. Lo que elautorllama —siguiendo el uso internacional del término— “ciudadanía política”, es uno de los logros de aquellos movimientos. En el ejercicio de una ciudadanía todavía restringida, durante las largas y acaloradas discusiones que tuvieron lugar en ambos congresos femeninos quedó demostrado no como pretendía la prensa contraria al movimiento: que las mujeres histerizaban la política, sino que, como asegura el investigador, sus intervenciones fueron exageradas y ridiculizadas a fin de restarles poder de representación. La organización y participación en el debate público posterior a la concesión del sufragio se reseña en el tercer capítulo del libro, donde el autor ilustra los desacuerdos en el seno del movimiento sufragista y la decisión estratégica de algunas organizaciones de mujeres de apoyar incondicionalmente a Machado, lo cual propició otras divergencias. Organizaciones como la Alianza Nacional Feminista y la Unión Laborista de Mujeres se opusieron a ejercer el derecho al sufragio —otorgado por ley congresal en julio de 1931— puesto que lo consideraban espurio: “Este voto otorgado por una dictadura, por un lado, convertía definitivamente a las mujeres cubanas en ciudadanas, pero, por otro, las hacía rehenes del gobierno de un país que vivía un momento político con escasos matices de democracia” (p. 91), según el autor. Durante su primer mandato, en 1934, el gobierno de Grau San Martín otorgó el voto sin restricciones a las mujeres. Para cuando tuvo lugar el Tercer Congreso Nacional Femenino, las demandas iban mucho más allá que en los primeros tiempos, y las mujeres pedían la derogación de todas las leyes propiciadoras de la desigualdad entre ellas y los hombres. Aquel debate, presente durante todo 1939, llegó a la Constitución del 40 y por eso aquella resultó ser una de las más avanzadas de su tiempo en ese y otros aspectos sociales.

El lugar de las mujeres en la política nacional se estudia en “Mujeres en el poder republicano: visibles o invisibles”, capítulo centrado en quienes llegaron a ocupar puestos políticos electivos, así como en organizaciones de actividad política independiente. En este, como en otro de los acápites del libro, una echa de menos más información sobre hechos concretos, tales como el allanamiento, por parte del ejército batistiano, de los locales de la Federación Democrática de Mujeres Cubanas. La avidez de información, que la brevedad del libro deja insatisfecha, estimula la ilusión de una futura edición ampliada y corregida.5

5 Tal edición tuvo lugar: Julio César González Pagés: En busca de un espacio. Historia de mujeres en Cuba. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2005, pp. 199-204.

En un intento por abarcar la historia de las mujeres cubanas, Julio César González Pagés no ha desdeñado datos que otros historiadores podrían considerar insulsos, cuando no despreciables. Así, el libro incluye, a despecho del formato habitual de la colección, varios anexos sobre, por ejemplo, cuántas mujeres usaban títulos nobiliarios, o cuáles fueron electas entre 1936y 1958. Todo ello, sumado a las oportunas intervenciones del editor Fernando Carr Parrúas, cuyos leves toques de humor y cultura popular a la descripción de una época que aún no conocemos en profundidad viene a redondear el texto, añaden, además de las fotos e ilustraciones, la inasible imagen de un “espíritu de época” sin cuyos signos este libro no estaría completo.

Solo el último párrafo del libro no me resulta convincente: “Desde la década de los sesentas”, concluye, “ser feministas se asoció al sistema capitalista, lo que trajo un menosprecio por el término, cosa que ha sido subsanada en la actualidad. La Federación de Mujeres Cubanas ha representado por más de cuatro décadas a la masa femenina de Cuba” (p. 116). Pareciera que todo fue resuelto. Sin embargo, los prejuicios existentes contra el feminismo, la desatención de toda su riqueza y su caricaturización, coexistentes con la loa a una imagen de mujer que pretendiera olvidarse de serlo, aún permean nuestra sociedad, donde es noticia encontrar alguna mujer más o menos célebre que se asuma públicamente como feminista. Por otra parte, el hecho de que casi todas pertenezcamos a la Federación no quiere decir necesariamente que nos sintamos bien representadas ni que la organización reconozca la diversidad en su seno como deseable. A pesar de los logros innegables acumulados desde su fundación, no es menos cierto que hay temas de ineludible discusión que permanecen constreñidos a debates internos de académicas o cuadros de laFMC, sin llegar a socializarse ampliamente. La labor de la Federación se ve más difundida en cuanto a temas de atención social o educación, cercanos a los esquemas previos de la feminidad. En cambio, la discusión pública e informada de los derechos reproductivos de las mujeres, por ejemplo, aún está pendiente, en un país donde la contribución social de la mujer es ampliamente reconocida, pero en el que, para “ligarse”, una mujer adulta debe contar, inexplicablemente, con el consentimiento del marido.

Ello no resta valor aEn busca de un espacio. Historia de mujeres en Cuba, investigación que ya califiqué de imprescindible. Ojalá un próximo trabajo de Julio César vuelva sobre este último asunto y nos permita disfrutar de su amplio conocimiento de nuestra historia, seguir admirando su eficacia en la pesquisa de archivos y debatir el lugar de la mujer en la hora actual de Cuba. El rescate del pasado trae siempre la tentación de discutir el futuro.

Feminismo6

6La Gaceta de Cuba, La Habana, núm. 4, julio-agosto 2010, p. 64.

Harta ya de estar harta ya me cansé... de preguntarle al mundo por qué y por qué... pudiera empezar glosando a Serrat, para hacer menos dramático este reclamo, pero, como suele decir mi hijo, no tengo mucho sentido del humor... sobre todo cuando se trata de hablar en serio de temasídem. Estoy harta, es cierto, de leer, cada vez que se habla de la ejecutoria literaria de una de nuestras autoras, la aclaración de que el libro no es feminista, como si se mencionara la lepra o cualquier otro peligro de contagio. “Puede leerse, no es feminista”, es una advertencia que salta lo mismo en un comentario de Luis Sexto sobreOfelias, de Aida Bahr, que en una crítica de Marilyn Bobes aFalsos documentos, de Mirta Yáñez. Y en cuanta alabanza pública se haga de cualquier libro escrito por mujer deberá insertarse, si no se quiere “caer mal”, tal advertencia. ¿Hasta cuándo será una práctica en nuestro ámbito cultural? Quién puede saberlo. Lo peor es que las propias autoras saben que cuando hablan como mujeres están arriesgando aceptación, promociones, etc. He oído además la queja de lo inadecuado de mantenerse aisladas; ya basta, decimos una y otra vez, salgamos del ghetto: está bueno ya de abuso —como diría Formell—; solo existe la literatura. Pero la existencia de una gran literatura es tan falsa como la inexistencia delas autoras en tanto mujeres. Pactar con elstatu quonegando nuestra propia individualidad solo nos hace más frágiles. Hace unos meses fui invitada a participar en una mesa que discutía la existencia de una “literatura de género” y llamaba la atención acerca de cuánto nos disminuye hablar de las mujeres como “género”: la corrección académica —género (del inglésgender) es una categoría de análisis muy útil para entender cómo se construyen en sociedad identidades disímiles para cada sexo— conlleva aquí el ocultamiento de los seres concretos que somos las mujeres, lo mismo que hablar de literatura en abstracto limita nuestra comprensión de los contextos en que la escritura se lleva a cabo. El asunto de las desigualdades debe ser discutido una y otra vez, sin ceder. Lo mismo que ha empezado a hablarse sobre la presencia del racismo en nuestra sociedad, debería discutirse sin descanso el lugar de las mujeres en la vida social, en la historia, en los medios de comunicación, en la familia, en la academia, en la producción. Es preciso discutir la dimensión simbólica de la discriminación (por ejemplo, a su muerte, la figura de Vilma Espín fue reestructurada: la guerrillera, la luchadora por los derechos de la mujer, se retrató también, y con más insistencia, como madre amantísima, como cantante lírica, como mujer enamorada, atributos que, en la lógica patriarcal actual, solo contribuyen a minimizar su participación en la Revolución). Es impensable que algo semejante ocurra con alguno de nuestros líderes varones, cuya vida privada es inexistente (un caso insólito es el deEvocación, el libro de Aleida March, viuda del Che, donde se hace un relato familiar de la vida del héroe). En el caso de Vilma, el rescate de imágenes de su juventud y su definitiva inserción como icono de la mujer cubana en el logo de laFMCrevisten un costado problemático: por un lado, la rescatan del olvido; por el otro, dotan de rostro (un rostro único, personal, con nombre, apellidos e identidad propios) a la estampa identificable con todas las mujeres cubanas o, cuando menos, con todas las mujeres revolucionarias. Hasta qué punto este gesto no constituye una parálisis en el crecimiento de las mujeres cubanas, habría que pensarlo con calma. Con la crisis económica, la penetración de los organismos de cooperación internacional ha impuesto temas y enfoques en la discusión de las relaciones entre los sexos en la sociedad cubana de un modo arrollador (e. g. el énfasis reciente en temas de diversidadsexual, y el subsiguiente descuido de temas como la contracepción o la búsqueda del placer en la relación heterosexual, la violencia intrafamiliar, etc.). Pero esto no son más que digresiones (la reflexión feminista provoca todo el tiempo ese tipo de itinerarios fragmentarios, quebrados, que van de la cultura a la sociedad, a la vida privada, a temas de salud o educación, y de vuelta a la cultura). Lo esencial aquí es saber cuánto arriesgaría una autora cubana en la hora actual al reconocerse heredera de nuestras feministas del pasado o proponerse como feminista actuante en el presente cubano. Lo más grato que conseguiría sería un cerco de silencio a su alrededor. Lo más, la burla y el descrédito colectivos de sus colegas (hombres y mujeres). Hay una razón: el feminismo es un gesto político y la aversión por la acción política real se ha instaurado entre nosotros como un cáncer benigno. Ser explícito es un pecado; hablar claro, imposible. Y el feminismo es explícito en sus reclamos, y habla claro para hacer entender sin ambages cuáles son las causas de la opresión histórica de las mujeres, pero nadie escucha (lo sabía Dulce María Loynaz: “Nadie escucha mi voz si rezo o grito/ puedo volverme loca/ puedo, a veces, morder mi cola en signo de infinito”), nadie quiere escuchar. En el falso mundo de perfección que nuestros medios (sobre todo la televisión) han creado como una realidad paralela, la discusión seria sobre la producción cultural femenina, sobre la discriminación subyacente en las prácticas autoritarias de dirección y en la concepción de los actos públicos; sobre la falta de un debate acerca del tratamiento de la imagen de la mujer en nuestros medios, en nuestros libros de enseñanza, en la pintura, el teatro, el cine o la música contemporáneos, son ausencias apenas perceptibles: es un mundo complaciente, cerrado en sí mismo, donde todo el tiempo “se trabaja para...”, postulando un futuro imposible, siempre postergado. Las mujeres tenemos el deber de exigir esas discusiones, y tenemos el deber de perder el miedo a llamarnos mujeres y debemos mostrarnos como somos, sin concesiones, sin falsos velos, sin sonrisas cómplices para congraciarnos con quienes nos desprecian, porque de que los hay, los hay. Habría que decir, con las feministas chilenas de los ochenta: “Democracia en el país, en la casa y en la cama” e intentar una reforma profunda de las relaciones entre los sexos en todos los ámbitos: el público (partidos, organizaciones de masas, asociaciones profesionales, centros laborales), el privado (la familia, con énfasis en combatir la violencia intrafamiliar) y el íntimo (las relaciones sexuales, donde, además del placer, pueda habitar la justicia). La profusión del debate necesario sobre el lugar de las mujeres en la sociedad cubana actual nos haría mejores a todos, hombres y mujeres, pues para nadie es un secreto que las imposiciones, el autoritarismo y el silenciamiento de lo diferente, que se han impuesto como el modo de ejercicio de los poderes, provoca también cierta fractura en la humanidad de quienes los ejercen (el estudio de las masculinidades es un campo de más o menos reciente apertura que promueve la reflexión sobre esos costos sociales y humanos). Pero para eso, quienes primero deben reconocerse como mujeres son las mujeres mismas. La felicidad total es imposible, ya se sabe, pero cierta felicidad es posible cuando hay mayor justicia. Por esa cuota más amplia de justicia debemos seguir luchando, todos juntos, hombres y mujeres, sin claudicar.

Feminaria en Mujeres en Líne@7

7 “Presentación de la colección de la revista Feminaria” en el espacio Mujeres en Líne@, del Programa de Estudios de la Mujer de la Casa de las Américas, dirigido por Luisa Campuzano (La Habana, 2003).

Quiero agradecer a Luisa Campuzano su invitación a hablar aquí deFeminaria, pues me ha permitido un lujo inesperado: revisar la colección de la revista que posee —casi completa— la hemeroteca de la Casa de las Américas. Al principio, estuve pensando en una metáfora que pudiera representar adecuadamente lo que la revista pueda ser para cada una de sus lectoras, aunque no desdeñe, por supuesto, a lectores e incluso a colaboradores. El título mismo provee una muy útil, pues, como reza en la cara interior de la portada “el nombre de nuestra revista viene del título del libro de cultura y sabiduría que leen y escriben las protagonistas de la novelaLes guérrillères, de Monique Wittig”; que ha sido leída y disfrutada por muchas mujeres como la utopía de un mundo posible, donde incluso el lenguaje se feminice. La revista, en consonancia, “se reserva el derecho de emancipar el lenguaje de cualquier elemento sexista” para empezar a hacer posible aquella utopía.

PeroFeminariano es para nada un espacio lejano o inalcanzable, está bien afincada en la realidad del día a día argentino, y es, por otro lado, una publicación independiente de verdad, con un equipo de patrocinadoras, algunas de cuyas integrantes se mantienen desde el primer número. Como aclara la página web de la publicación, los anuncios se incluyen sin costo, así que los anunciantes a menudo eligen contribuir con el proyecto original. Al principio, la revista dirigida por Lea Fletcher se propuso sacar tres números por año, plan que la realidad se ha encargado de corregir, quedando, por lo general, dos números cada año, que, desde 1999, salen fundidos en una sola revista. El consejo de redacción, integrado por Diana Bellesi, Alicia Genzano, Jutta Marx, Diana Maffía, se amplió, a partir del cuarto año, esto es, desde 1991 —empieza en 1988— con la incorporación de Marcela Castro y Silvia Jurovietsky, responsables de la sección “Feminaria literaria”, concebida originalmente para llegar a ser una revista paralela que, sin embargo, nunca llegó a independizarse como tal. Márgara Averbach en la traducción, Silvia Ubertalli en las ilustraciones y Tite Barbuza en el diseño son las demás integrantes del equipo deFeminaria.

La revista originalmente incluía secciones de ensayos, entrevistas y notas, arte, humor, cuentos, poesía y sección bibliográfica —donde se consigna todo lo publicado en Argentina por mujeres o sobre estas desde 1980— y ha variado, en estos quince años de existencia, bastante poco. Mantuvo un diseño coherente, utilizando ilustraciones de tapa de autoría y con personajes femeninos, y ha delimitado sus secciones con nombres menos genéricos. En el último ejemplar consultado, el correspondiente a los números 26/27, de julio de 2001, se inaugura una nueva sección, “Volviendo del silencio”, cuyo objetivo será el de “recuperar voces, memoria y acciones de mujeres”. El sumario, entonces, incluye las secciones de “Ensayos”, la “Sección bibliográfica”, “Espejo roto”; “Volviendo del silencio”, dedicada en esta ocasión al feminismo durante la dictadura en Argentina, y “Notas y entrevistas”. Por su parte, “Feminaria literaria” compila “Artículos”, “Cuentos” y “Poesía”. Por último, hay que decir en este apartado que las secciones de “Arte” y “Humor” han pasado a la cara interior de la portaday lacontraportada,respectivamente, y sededicana difundir la obra de artistas plásticas argentinas y humoristas de todo el mundo.

Los ensayos de Feminaria suelen ser traducciones de capítulos de libros sobre temas de teoría feminista, casi siempre del inglés, o contribuciones de colaboradoras directas. En el primero de los casos, en un recuadro pequeño se incluye un anuncio del libro en cuestión, con la cubierta, el índice y la dirección de la editorial que lo ha publicado. También se incluyen adelantos de libros por salir y textos tomados de otras revistas comoSignsoDebate Feminista. En tal sentido, la revista actúa como un eficaz agente literario, favoreciendo también a las lectoras con la traducción de un fragmento del libro y la difusión de esas nuevas ideas. La sección ha publicado pensadoras contemporáneas como Teresa de Lauretis, Gayatri Spivak, Judith Butler, Rossana Rossanda, Sara Mills, Toril Moi, Joan W. Scott, Celia Amorós, Lucía Guerra, Mabel Burin, Emilce Dio Bleichmar, Eva Giberti y Clara Coria, entre otras.

Vista así, en esa acumulación de firmas notables casi abrumadora,Feminariapuede pensarse como una antología del pensamiento feminista. Pero la revista no es únicamente eso: además de comentar la presencia cultural y social de las mujeres y preguntarse sobre temas tan dispares como la existencia de una estilística feminista, los temas filosóficos de una teoría del género, las prácticas de sujeción femenina, las especificidades de un pensamiento y una acción feministas en Latinoamérica, los aspectos legales y políticos comprometidos en el ejercicio de los derechos reproductivos de las mujeres, etc., la revista halla un espacio para comentar —en ocasiones con voces dispares e incluso contrapuestas— los encuentros feministas llevados a cabo en la región, las ferias del libro de mujeres, los espectáculos promovidos o actuados por ellas, las reuniones de escritoras, la acción social de determinados grupos como las Madres de la Plaza de Mayo, la creación de una Librería de las Mujeres, e incluir, también, listas de libros relacionados con la mujer en las librerías bonaerenses, así como anuncios de otras revistas de mujeres. Es hermoso comprobar cómo los vínculos de trabajo entre otras instituciones y grupos feministas yFeminariahan sobrevivido el paso de los años.

Otro espacio de discusión son los dossiers específicos, referidos a temas tales como “Técnicas de reproducción asistida”, “Poetas del Quebec”, “El temor de las mujeres a hablar en público”, “El feminismo en estos tiempos neoliberales”, “El aborto”, “La maternidad”, “La prostitución” y “Mujeres, política y poder”, entre otros. Como se ve, son temas que van del cuerpo a la acción política, de los derechos sociales a los derechos humanos de las mujeres.Feminariaes, también, una especie de conciencia crítica vigilante que comenta y discute asuntos de mucha actualidad y otros más centrados en casos específicos, como un juicio por la custodia de una menor. Intentar agotar, pues, las cuestiones de interés sobre las que puede orientarnos la revista es una tarea imposible, pues mi reseña de superficie no puede conseguir transmitirles el entusiasmo ante otros textos menos centrales como algunas entrevistas (Gina Vargas, Nancy Chodorow) o notas sobre sexismo en el lenguaje de todos los días, o una cronología sobre el Día Internacional de la Mujer en la que aprendemos, entre otras cosas, que Cuba fue el primer país latinoamericano donde se celebró esa efemérides, en 1931.Feminarianos conserva la memoria, nos despierta el entendimiento, nos prepara para la acción social. Tenemos mucho que agradecerle.

Por su parte, “Feminaria literaria” es una sección que creció hasta la desmesura. En los primeros números, los que suelen distinguirse —mal— como textos de creación aparecían por su cuenta. A partir del primer número de “Feminaria Literaria”, correspondiente al séptimo de la revista, la presencia de la literatura —distribuida entre artículos de crítica, cuentos y poesía— estableció un espacio independiente donde aparecen escritoras consagradas e inéditas, argentinas y de otras partes del continente, en una búsqueda de amplitud muy efectiva. La sección hadedicadodossiers a Tununa Mercado, Alejandra Pizarnik y Victoria Ocampo, a la escritura de mujeres indígenas de Argentina y los Estados Unidos, a la poesía de mujeres guatemaltecas y a la literaturafemenina boliviana, entre otros temas, y reseñado la obra de Clarice Lispector, Margo Glantz, Norah Lange, entre otras, contando entre sus colaboradoras a María Elena Walsh, Diamela Eltit, Helena Araújo. La revista publica también numerosa obra traducida de autoras contemporáneas o no tanto y rescata textos de escritoras olvidadas.

Hay un número deFeminaria(el 17/18) que quisiera reseñar con más detenimiento. Se trata del que salió en noviembrede 1996, conmemorando los veinte años del golpe militar. Quiero rescatar, de ese número doble, precursor de los actuales, porque, teniendo tanto que decir debió duplicarse, un epígrafe incendiario de Rossana Rossanda que utilizara Eva Giberti en “La resistencia contra la represión”. Dice Rossanda:

Hay una palabra que no sé traducir con precisión:endurance: esa obstinada capacidad de contenerse, de sufrir, de no dejarse morir, de no dejarse matar, de resistir. Tal vezendurancesea resistencia. Esta palabra pertenece a las mujeres hace miles de años. Los varones vencen o pierden, generalmente con gran alharaca; las mujeres resisten, generalmente en silencio.

A partir de ahí, el número todo se vertebra como un inventario de resistencia, un testimonio del lugar de las mujeres en los campos de concentración, las cárceles, el exilio y, luego, de su batallar ya en democracia por sus derechos y por todos los derechos humanos. Este número incluye el texto de crítica literaria más sobrecogedor que he leído: el informe que un censor militar hace de una novela de Griselda Gambaro, disponiendo que fuera retirada de circulación por ser contraria a los valores sagrados de la nación, la sociedad y la familia; por suerte, el informe ilustra una entrevista con la autora cuyo título es otro espacio resistente: “Decir no”. Recomiendo también el texto de Lea Fletcher “Un silencio a gritos: tortura, violación y literatura en la Argentina” y la lectura que hace Diamela Eltit de las autobiografías de dos mujeres que abdicaron de su militancia de izquierda y terminaron colaborando con laDINAy el ejército chileno en “Cuerpos nómadas”, así como el poema de María Elena Walsh “La pena de muerte”. Esta lectura apresurada da cuenta de mis deslumbramientos, aunque cualquiera de nosotras puede encontrar enFeminariaespacios de reflexión o creación afines. Tal es la riqueza de esta revista que ha seguido creciendo y tiene ahora una editorial, Feminaria Editora, donde se han publicado ya más de una decena de títulos.

Por último, una reflexión sobre la presencia de Cuba enFeminaria, que me parece demasiado escasa. En los números revisados apenas encontré unos poemas de Fina García Marruz. En el número 18, cuyo sumario consulté en internet, aparecerá un cuento de Mirta Yáñez. Ojalá que la presencia de autoras cubanas crezca en el futuro, pues no debemos permanecer tan lejos de un foro de la consistencia y la diversidad que es Feminaria.

Activismo académico. Tradición, práctica y testimonio8

8 Intervención en el panel “¿Activismo en la academia? Las rutas del feminismo”, en el Congreso de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA, por sus siglas en inglés, celebrado en Lima, Perú, en 2018) donde también intervinieron Ginetta Candelario, Roberta Villalón y Lirians Gordillo Piña.

El activismo feminista en Cuba surgió, desde que se tiene memoria y como en muchos otros lados, de la práctica vital de mujeres ilustradas; mujeres cuyos saberes sociales, adquiridos en la práctica intelectual, en los viajes al exterior y en la exquisita educación de su privilegiada clase social fueron identificándose con los derechos de las más e integrándolos, de a poco, en sus objetivos de vida y trabajo. Con esta aseveración pretendo rescatar el costado activistaavant la lettrede aquellas pioneras que fueron armando una conciencia común en las mujeres cubanas, de manera que pudieran pensar en exigir, entre todas, derechos igualmente comunes, así como proveer un espacio de encuentro productivo entre activismo y academia, pues me parece que a menudo tal separación solo establece barreras inoperantes y elude contactos y hasta alianzas posiblemente provechosas. Al mismo tiempo sostengo que, en la práctica feminista, el mejor activismo no tiene por qué alejarse de la práctica intelectual, del crecimiento teórico, de la discusión de textos, y a su vez, la práctica académica feminista no tiene otro modo de ser auténtica que acompañando e involucrándose en el espacio activista.9

9 En 2016 Julie Shayne y Namita Paul lanzaron desde la Universidad de Washington, en Bothell, la convocatoria para una colección de ensayos cuyo sugerente título provisional era “Mobilizing the university: curriculum, access and solidarity”, el cual proponía, a partir de un “marco feminista de intersección”, enfocarse en el cruce entre activismo social y universidad.

Como ha sido ampliamente documentado, aquella primera solicitud del voto femenino por Ana Betancourt a la asamblea constituyente de la República en Armas, reunida en Guáimaro el 10 de abril de 1869, es una anomalía que ha seguido repitiéndose a menudo en la historia cubana. Las demandas de las mujeres han ocupado el espacio público cotidianamente. En su breve historia del movimiento feminista en Cuba durante la primera mitad del sigloxx, Julio César González Pagés da cuenta de cómo las mujeres ilustradas llevaron a vías de hecho sus avanzadas ideas sobre la educación de las mujeres —recuerdo ahora, por ejemplo, la inclusión de la clase de Gimnasia en la escuela de María Luisa Dolz. Aun antes está el ejemplar activismo feminista (y uso el término a sabiendas de que aún no existía, pero, como diría Bacon, la actitud era cosa antigua) de Gertrudis Gómez de Avellaneda, quien, entre otras acciones, fundó elÁlbum Cubano de lo Bueno y lo Belloen 1860; promovió el conocimiento de las vidas ejemplares de algunas mujeres y puso a circular una práctica de solidaridad femenina que dejó profunda huella entre sus compatriotas, como queda demostrado en la vasta red de relaciones que logró tejer durante su estancia en la isla.

Si bien el activismo implica participación social activa, hacer campaña vigorosa para conseguir un cambio social, según el diccionarioOxford, o incluso, en determinado contexto, resulta comparable al terrorismo o al extremismo, segúnLe Petit Robert, en español la definición más común de “activismo” es aquella que lo vincula a la actividad, al hacer público, desde unaperspectivaligeramente más moderada, como corresponde a nuestro talante. Así, laRAEdefine el activismo como la militancia en un movimiento social, organización sindical o partido político para el cual se hace proselitismo. Sin embargo, habría que reconocerasimismola existencia comprobada de un activismo, digamos, “por la libre”: el de quienes asumen como razón de vida una causa y aun en soledad la defienden con constancia y sin desmayar. El activismo feminista tiene, entonces, algunos puntos de contacto con las definiciones precedentes, pero se mueve en un espectro mucho más amplio, en mi opinión, que va de lo íntimo a lo social, que utiliza estrategias de penetración en la opinión pública más o menos vigorosas, pero insistentes, eso sí, y que a menudo se lleva a cabo por canales tan inesperados y en apariencia insignificantes como las relaciones interpersonales.

Pensemos por ejemplo en conceptos clave del feminismo como la política sexual, la sororidad, el confiamiento y tantos más. Todos refieren al mundo privado,