Estalinismo en guerra 1937 1949 - Mark Edele - E-Book

Estalinismo en guerra 1937 1949 E-Book

Mark Edele

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Del estallido de las hostilidades con Japón en Manchuria a la Guerra de Invierno con Finlandia, de los albores de la Segunda Guerra Mundial en el este de Europa a la devastación de la invasión alemana, del inexorable avance hasta las mismísimas ruinas de Berlín a la sangrienta contrainsurgencia en las fronteras de Ucrania, Bielorrusia y los países bálticos, la experiencia bélica de la Unión Soviética de Stalin fue mucho más larga, extensa y compleja de lo que tradicionalmente se ha considerado. A partir de las dramáticas experiencias tanto de ciudadanos corrientes como de aquellos que tuvieron un devenir extraordinario en el conflicto –rusos y coreanos, ucranianos y judíos, lituanos y georgianos, hombres y mujeres, leales estalinistas y críticos del régimen…– el aclamado sovietólogo Mark Edele nos revela cómo, a pesar de los estragos desatados por las purgas del Gran Terror, el implacable régimen estalinista fue capaz de construir una maquinaria militar tremendamente ineficiente, como atestiguan los millones de bajas sufridas y las toneladas de material militar perdidas, pero, sin embargo, sumamente eficaz: entre 1937 y 1949, el Ejército Rojo emergió victorioso de todos y cada uno de los enfrentamientos en los que se vio sumido, y posibilitó la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. Edele nos presenta una narración que entreteje un fascinante retrato social y cultural con el fragor de la alta política, la trayectoria militar y las transformaciones económicas de los años de la guerra. El resultado es una documentada, atractiva e inteligente crónica de la Unión Soviética en tiempos de Stalin.

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Estalinismo en guerra

Edele, Mark

Estalinismo en guerra / Edele, Mark [traducción de Javier Romero Muñoz].

Madrid: Desperta Ferro Ediciones, 2022. – 304 p. ; 23,5 cm – (Segunda Guerra Mundial) – 1.ª ed.

D.L: M-17318-2022

ISBN: 978-84-124830-2-4

94(47)

355.48 “1937/1949”

ESTALINISMO EN GUERRA

1937-1949

Mark Edele

Título original:

Stalinism at war

by Mark Edele

This translation of Stalinism at War: The Soviet Union at II World War, First Edition is published by arrangement with Bloomsbury Publishing Plc.

Esta traducción de Estalinismo en guerra se publica según el acuerdo con Bloomsbury Publishing Plc.

© Mark Edele, 2021

ISBN: 978-1-3501-5351-6

© de esta edición:

Estalinismo en guerra

Desperta Ferro Ediciones SLNE

Paseo del Prado, 12, 1.° dcha. 28014 Madrid

www.despertaferro-ediciones.com

ISBN: 978-84-124830-6-2

D.L.: M-17318-2022

Traducción: Javier Romero Muñoz

Diseño y maquetación: Raúl Clavijo Hernández

Coordinación editorial: Mónica Santos del Hierro

Cartografía original revisada: Desperta Ferro/Jesús Jiménez y Javier Veramendi

Todas las imágenes del libro son de dominio público.

Primera edición: septiembre 2022

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados © 2022 Desperta Ferro Ediciones. Queda expresamente prohibida la reproducción, adaptación o modificación total y/o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento ya sea físico o digital, sin autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo sanciones establecidas en las leyes.

Producción del ePub: booqlab

A mis compañeros deburbuja por el Covid-19:Debra, Anna y Chino.

Índice

Agradecimientos

Prefacio a esta edición

Introducción: El estalinismo en guerra, 1937-1949

CAPÍTULO 1

Preparativos bélicos

CAPÍTULO 2

El inicio de la guerra en oriente, 1937-1939

CAPÍTULO 3

La guerra en el oeste, 1939-1940

CAPÍTULO 4

Armagedón, 1941-1942

CAPÍTULO 5

Recuperación, 1941-1942

CAPÍTULO 6

Triunfo, 1943-1945

CAPÍTULO 7

Guerra de ideologías

CAPÍTULO 8

La guerra después de la guerra, 1944-1949

CAPÍTULO 9

Impacto y consecuencias

Apéndice. Mapas

Bibliografía

Agradecimientos

Empecé a trabajar en el presente libro en el oeste de Australia, hace más de una década. Lo terminé en 2020 en Melbourne, después de un tiempo de viajes de investigación, durante un año apocalíptico de incendios forestales sin precedentes y una pandemia global. La crisis del Covid-19 estuvo a punto de hacer que este proyecto descarrilara; primero, porque durante la emergencia se incrementaron mis labores de burócrata y de profesor universitario y, cuando pude volver a dedicar al menos parte de mi atención al nuevo proyecto, viajar era imposible y no tenía acceso a los volúmenes de mi despacho en la universidad y de la biblioteca universitaria, los cuales conforman buena parte de mi biblioteca profesional. El confinamiento supuso una gran carga emocional para todos los que tuvieron que soportarlo. Tener que dar clases desde casa nos volvía a todos locos y cuanto más tiempo pasábamos encerrados, mayor era nuestra claustrofobia.

Así, me inspiré en el ejemplo de los estudiosos soviéticos de la Segunda Guerra Mundial, que durante el sitio de Leningrado continuaron produciendo textos académicos; algunos llegaron incluso a caer muertos de inanición sobre sus manuscritos. Comparado con su sufrimiento y heroísmo, el «arresto domiciliario» colectivo de los habitantes de Melbourne para ralentizar la propagación del virus mortífero me parecía un lujo indudable. En última instancia, la crisis ha enflaquecido mis notas, algo que los colegas cuyo trabajo he omitido no me perdonarán jamás, aunque la mayoría de lectores agradecerá unas notas más breves.

Nuestro pequeño colectivo –mi esposa Debra McDougall, nuestra hija Anna Edele y Chino, nuestro fiero labrador– nos dimos apoyo mutuo durante las semanas de la cuarta fase de restricciones. Es por ello que quiero dedicarles este libro a los tres. Sin su respaldo, dudo que hubiera podido aguantar sin enloquecer las semanas finales de trabajo.

El grueso de la investigación y redacción del presente libro fue financiado por una generosa beca de cuatro años del Australian Research Council Future Fellowship (2015-2019, FT140101100). Sin embargo, este libro asienta sus cimientos en dos décadas de lecturas, reflexiones y escritos acerca de la guerra que se iniciaron en 1999, el año que publiqué mi primer artículo. Desde entonces, una serie de pequeñas becas me han permitido emprender estudios preliminares que, de muchas maneras, han culminado en este volumen: un proyecto de estudios del Australian Research Council Discovery Project (DP130101215; 2013-2015), una concesión para el desarrollo de investigación de la University of Western Australia en 2010; y una beca de desplazamientos para el personal de la escuela de humanidades de la University of Western Australia en 2011.

En el transcurso de los años me he beneficiado de la colaboración de un grupo de académicos de increíble talento, entre ellos Iva Glisic, Oleg Beyda y Rustam Alexander. Natalie Belsky tuvo la generosidad de compartir sus notas de investigación, las cuales me resultaron de gran utilidad para orientarme entre las transcripciones de entrevistas de la New York Public Library. Sandra Wilson ha respondido todos estos años mis preguntas acerca de Japón y Neil Diamant fue un interlocutor imprescindible en relación con la historia china. Alan Barenberg me asesoró acerca del ferrocarril del Pechora septentrional. El congreso celebrado en París en 2011 en torno a la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial me influyó profundamente: en particular, las conversaciones con Urufu-san (también conocido como David Wolff), Mie Nakachi, Tsuyoshi Hasegawa, David Holloway, Alexander Statiev, Terry Martin, Lennart Samuelson y Amir Weiner me acompañaron durante la década siguiente.* En Kyiv, Iurii Shapoval fue un compañero y apoyo esencial. En Melbourne, mi colaboración con Filip Slaveski definió mis puntos de vista en cuanto a los orígenes de la oleada criminal de posguerra. Oleg Beyda, David Goodman y Brandon Schechter leyeron el penúltimo borrador del original. Sus comentarios, críticas y observaciones fueron de inmensa ayuda para la revisión final.

Presenté un primer borrador con parte del Capítulo 1, con el título «Was the Soviet Union Prepared to Fight the Second World War?», en la conferencia «Preparing for War, 1914-1945», celebrada en la Murdoch University los días 17 y 18 de junio de 2013. Un párrafo de esta conferencia fue incluido en mi reseña del libro de Alexander Statiev acerca de la guerra de montaña, publicada en European History Quarterly 49, n.° 3 (2019), págs. 536-537, y algunos fragmentos de la sección en torno a Stalingrado (Capítulo 5) vieron la luz en una reseña de la historia en tres volúmenes de David Glantz de dicha batalla, recensión publicada en New Zealand Slavonic Journal 45 (2011), págs. 181-183. También se han publicado ya partes de algunos capítulos. Estas fueron versiones primeras, con notas más prolijas, vid.: «“What Are We Fighting For?” Loyalty in the Soviet War Effort, 1941-1945». International Labor and Working-Class History 84, otoño (2013), págs. 248-268; Kritika: Explorations in Russian and Eurasian History 15, n.° 4 (2014), págs. 829-835; «The Soviet Culture of Victory», Journal of Contemporary History 54, n.° 4 (2019), págs. 780-798; «Who Won the Second World War and Why Should You Care? Reassessing Stalin’s War 75 Years after Victory», Journal of Strategic Studies 43, n.° 6-7 (2020), págs. 1039-1062, publicado en línea en 2019. Agradezco a todos los editores que me autoricen a emplear estos materiales en el presente libro.

Un apunte en relación con la terminología. En la Unión Soviética abundaban los acrónimos, hasta el punto de que dejan en ridículo incluso a las universidades australianas. He tratado de evitarlos todo lo posible. Los órganos de seguridad soviéticos, o policía secreta, plantean un problema especial para el autor que aspire a no inundar sus textos con una sucesión de letras mayúsculas. La policía secreta, nacida en 1917 como Cheká, se convirtió en 1922 en la GPU bajo supervisión del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD); más tarde fue renombrada OGPU en 1923 y en 1934 pasó a ser la GUGB, subordinada al NKVD. En 1941, los servicios de seguridad fueron divididos entre NKVD y NKGB, luego reunidos ese mismo año, pero separados de nuevo en 1943 y renombrados «ministerios» (MVD, MGB) en 1946. Durante la guerra con Alemania, el Ejército Rojo contaba con su propia policía, la cual acabó por unificarse en un organismo de temible nombre, «Muerte a los Espías» (SMERSh). Así pues, para no confundir al lector he evitado estos variables acrónimos siempre que ha sido posible. En su lugar, he empleado los términos «fuerzas de seguridad», «servicios de seguridad» o «policía». Este último término puede hacer referencia a la «milicia» regular y, en ocasiones, empleo el término informal «chekista», con el que tanto propios como adversarios se referían a un miembro de la policía secreta.

Es posible que los puristas se sientan irritados por el uso de la transliteración más popular de los nombres «Laurenti Beria» en vez de «Lavrentii Beriia», más científico; o mi propensión a emplear el nombre actual de las ciudades ucranianas (Kyiv) en lugar de su, hasta fechas recientes, más común nombre ruso (Kiev). En las notas al pie proporciono los títulos breves de la documentación archivística en inglés, no en ruso o ucraniano transliterado, pero no empleo la transliteración estándar de las publicaciones académicas para así permitir que otros estudiosos puedan localizarlas, si así lo desean.**

___________________

* N. del A.: Versiones revisadas de algunos de estos artículos aparecieron en Cahiers du monde Russe 52, n.° 2/3 (2011).

** N. del E.: En la traducción al castellano, en cuanto a la toponimia se ha mantenido en la transliteración del ucraniano, como es la intención del autor. En el caso de los personajes, se ha optado por la castellanización habitual. En las notas al pie, se han traducido al castellano los títulos breves de la documentación archivística.

Prefacio a esta edición

El 24 de febrero de 2022, Rusia entró en guerra contra Ucrania. El presidente ruso, Vladímir Vladimírovich Putin, abandonó toda prudencia y tomó una decisión que dejó atónitos incluso a sus más allegados: ordenó una ofensiva en masa contra el país ucraniano, en el cual Rusia llevaba librando una guerra por delegación desde 2014. Las fuerzas rusas avanzaron sobre cuatro ejes: desde el norte hacia Kyiv, por el nordeste en dirección a Járkiv, desde el sudeste hacia Luhansk y Donetsk y en el sur para establecer un puente terrestre entre el Donbás y Crimea (anexionada de forma ilegal en 2014). Mientras escribo este prefacio, la guerra acaba de superar su centésimo día. Aunque Ucrania ha ganado las batallas por Kyiv y Járkiv, los combates continúan en el sur y en el este del país. Rusia ocupa en este momento el 20 por ciento de Ucrania, aunque a un coste terrible. Han muerto miles de soldados ucranianos y decenas de miles de civiles. Por su parte, las fuerzas armadas rusas han sufrido entre 15 000 y 30 000 bajas mortales. Hasta el momento, han sido destruidos 38 000 edificios residenciales, que han dejado sin hogar a centenares de miles de personas. De los 6,8 millones de ucranianos que han huido al extranjero, 4,6 permanecen fuera del país y 7 millones más han tenido que irse a otras regiones de Ucrania. A muchos ucranianos, el nivel de desplazamiento y destrucción, así como la brutalidad descarnada del ataque y los crímenes de guerra perpetrados por los invasores, les recuerdan la contienda que narra el presente volumen. Casi ocho décadas después de la derrota de la Alemania nazi, Ucrania ha vuelto a convertirse en un gran campo de batalla, si bien esta vez el agresor viene del este.1

La agresión de Putin tiene varios motivos. El régimen ruso, cada vez más autoritario, se siente amenazado por la cercanía de la dinámica democracia ucraniana, cuya presencia podía animar a la oposición rusa. La invasión es el equivalente de política exterior de la estrategia de «contrarrevolución preventiva» que Putin lleva implementando en Rusia desde hace mucho tiempo.2 Las aspiraciones geopolíticas también representaron su papel. El presidente ruso no ha logrado vincular a Ucrania a Rusia y expulsarla de la órbita europea. Finalmente, se estaba quedando sin tiempo para dejar una impronta duradera en los libros de historia. En 2022, su intento anterior de ser recordado como el presidente que trajo prosperidad y calidad de vida a su gente se ha esfumado entre casos de corrupción y enriquecimiento personal; y qué mejor forma de alcanzar la inmortalidad que reconstruir el imperio ruso y traer a Ucrania de vuelta «a casa».3

Por otra parte, la agresión de Putin también es el resultado de una obsesión malsana con la Segunda Guerra Mundial, tanto en Rusia como en Ucrania. Putin ha dedicado mucho tiempo a reflexionar acerca de la historia de la guerra de la Unión Soviética. Como él mismo escribió en 2020, su familia, al igual que la mayoría de las de la Unión Soviética, padeció inmensos sufrimientos:

La guerra sometió a mis padres a las terribles pruebas del sitio de Leningrado, en el que murió mi hermano Vitia, de dos años de edad. Fue el lugar donde mi madre logró sobrevivir de forma milagrosa. Mi padre, a pesar de estar exento de servicio activo, se presentó voluntario para defender su ciudad natal. Tomó la misma decisión que millones de ciudadanos soviéticos. Combatió en la cabeza de puente de Nevsky Pyatachok, donde cayó herido de gravedad. A medida que pasaban los años, sentía con más urgencia la necesidad de hablar con mis padres y saber más del periodo bélico de su vida.4

Este interés personal le llevó a intervenir en varias ocasiones en el debate en torno a la conmemoración de la contienda. El ejecutivo de Putin fomentó el Día de la Victoria (9 de mayo), una celebración cada vez más pomposa de las proezas bélicas de Rusia. Este culto de la «Gran Guerra Patriótica», nombre con el que todavía se sigue denominando en Rusia al conflicto germano-soviético de 1941-1945, tenía un claro propósito político: el orgullo de la victoria soviética era quizá la única cosa en la que todo el mundo estaba de acuerdo en una sociedad desunida en todo lo demás. Mas esta guerra también era una obsesión personal del presidente.5 Menos de un mes antes de que los tanques de Putin se lanzasen sobre Ucrania, un periodista ruso bien informado escribió: «Según personas conocedoras de las conversaciones del señor Putin con sus asistentes en los dos últimos años […] el presidente ha perdido todo interés en el presente: la economía, las cuestiones sociales, la pandemia del coronavirus […] todo eso le irrita. Por el contrario, está […] obsesionado con el pasado».6

La invasión de Ucrania fue legitimada con un lenguaje y unas analogías sacados de la Segunda Guerra Mundial. Los objetivos oficiales de la «operación militar especial» eran la «desnazificación» y la «desmilitarización» de Ucrania. El presidente parecía haberse autoconvencido de que se enfrentaba a una creciente amenaza militar de un país gobernado por nazis. En su discurso de celebración del Día de la Victoria, pronunciado en el tercer mes de su propia guerra, Putin explicó su argumento:

En nuestras mismas fronteras crecía sin cesar una amenaza absolutamente inaceptable. Todos los indicios señalaban la inevitabilidad de un choque con los neonazis y los banderistas apoyados por Estados Unidos y sus secuaces.

Permítanme que insista que estábamos presenciando la acumulación de infraestructura militar, cómo centenares de asesores extranjeros iniciaban sus trabajos, y el suministro regular de armamentos de última tecnología desde países de la OTAN. La amenaza aumentaba día tras día.

Rusia lanzó un ataque preventivo contra la agresión. Era la única decisión correcta, obligada y oportuna. La decisión de una nación soberana, fuerte e independiente.7

La alusión a los «banderistas» nos lleva al papel de la obsesión ucraniana con la Segunda Guerra Mundial en la génesis de la decisión de Putin de ir a la guerra. Este término se refiere a los miembros de la facción, liderada por Stepán Bandera, de la OUN (Organizátsiya ukrayínskyj natsionalístiv [Organización de Nacionalistas Ucranianos]), una entidad ultranacionalista de los años treinta y cuarenta del siglo XX. En su búsqueda de un pasado útil sobre el que construir un sentido positivo de pertenencia nacional, el Gobierno de Ucrania y buena parte de la intelligentsia del país adoptaron como ejemplo de liberación nacional la lucha contra alemanes y soviéticos de la OUN y de su ala militar, el UPA (Ukrayínska Povstánska Armiya [Ejército Insurgente Ucraniano]). Como se darán cuenta los lectores del Capítulo 8 del presente libro, esta elección fue muy problemática. Es indudable que los ultranacionalistas ucranianos combatieron tanto a germanos como a soviéticos; sin embargo, también mataron a un elevado número de polacos, por no mencionar la liquidación de ucranianos a los que consideraban «traidores». Es más, miembros de la OUN colaboraron con los nazis en la implementación del Holocausto, ya fuera en apoyo de los pelotones de exterminio o como ejecutores de los crímenes. Otros asesinaron judíos por propia iniciativa. De ahí que la conmemoración de estos hombres como luchadores por la libertad y precursores de la Ucrania democrática provocase alarma tanto en los Gobiernos de Rusia, Polonia e Israel como entre numerosos especialistas extranjeros que, por lo demás, simpatizaban con la lucha de Ucrania por su independencia nacional. En Rusia, el presidente no fue el único que se convenció del carácter fascista del régimen de Kyiv. Resulta irónico que, en el momento en que Putin ordenó a sus tropas «desnazificar» Ucrania, el nuevo presidente, Volodímir Zelenski (un patriota ucraniano, pero también un judío rusoparlante) había empezado a abandonar el relato hagiográfico de la OUN. Es más, el combate desesperado por la supervivencia de Ucrania como nación independiente reducirá aún más su dependencia de los ultranacionalistas de la Segunda Guerra Mundial como encarnación de la nación. Esta contienda produce a diario héroes ucranianos democráticos, cuyas hazañas podrán ser conmemoradas y celebradas con mucha menos ambivalencia.8

Tales sutilezas, no obstante, se le escaparon a un presidente que dedicaba muchas horas de vigilia a reflexiones obsesivas acerca de la Segunda Guerra Mundial. Esta obcecación contribuyó a que Putin decidiera ir a la guerra, pues interpretaba los hechos por medio de analogías con la contienda que traumatizó a sus padres. Los paralelismos eran alarmantes. A pesar de que las pretensiones de Ucrania de unirse a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) no habían llegado a ninguna parte, su ejército estaba ahora mejor entrenado, equipado y comandado que en 2014, cuando Rusia pudo tomar Crimea sin disparar un tiro. Además, había adquirido una importante experiencia de combate en la guerra del Donbás contra las fuerzas locales apoyadas por los rusos. Si el potencial militar de Ucrania seguía su trayectoria ascendente, ¿acaso no estaría en condiciones de amenazar a Rusia en un futuro próximo? ¿Se enfrentaba Rusia a una situación parecida a la que vivió la Unión Soviética en 1940 y principios de 1941, cuando Alemania se disponía a atacar? ¿Tal vez era ahora el momento de pasar a la ofensiva, tal y como Stalin habría hecho para prevenir la agresión germana?

En su anuncio de la «operación militar especial» del 24 de febrero de 2022, Putin hizo explícita esta asociación. Su discurso demuestra de forma inequívoca que su percepción de la realidad está modelada por «las lecciones de la Segunda Guerra Mundial»:

Sabemos que en 1940 y principios de 1941 la Unión Soviética hizo grandes esfuerzos para prevenir la guerra o al menos retrasar su estallido. Para tal fin, la URSS trató de no provocar al posible agresor hasta el último momento, al abstenerse o posponer los preparativos más urgentes y necesarios que debía tomar para defenderse del ataque inminente. Cuando por fin actuó, era demasiado tarde.

El resultado de esto fue que el país no estaba preparado para responder a la invasión de la Alemania nazi, que atacó a la madre patria el 22 de junio de 1941 sin declaración de guerra. El país detuvo al enemigo y logró derrotarlo, pero a un coste tremendo. El intento de apaciguar al agresor con anterioridad a la Gran Guerra Patriótica fue un error que costó un alto precio a nuestro pueblo. En los primeros meses desde el estallido de las hostilidades, perdimos vastos territorios de importancia estratégica, así como millones de vidas. No cometeremos el mismo error por segunda vez. No tenemos derecho a hacerlo.9

El que esta amenaza fuera una completa fantasía –Ucrania no se disponía a invadir Rusia– no impidió que le pareciera lo bastante real a un líder que vivía cada vez más aislado de sus asesores cercanos mientras leía libros de historia. Su obsesión con la guerra estaba teñida de resentimiento contra el mundo exterior, al que acusaba de no reconocer el papel central del esfuerzo bélico soviético en el desenlace de la Segunda Guerra Mundial. Como escribió el mismo Putin en 2020: «No importa lo que los demás traten de demostrar, la Unión Soviética y el Ejército Rojo hicieron la contribución principal y más crucial a la derrota del nazismo».10

Tal y como demuestra la presente obra, Putin está en lo cierto al remarcar el rol central de la Unión Soviética en la derrota de la Alemania nazi. Pero se equivoca al inferir que la victoria es la esencia única de la conflagración. Esta tuvo muchas más facetas, algunas de ellas oscuras y nada edificantes. La Unión Soviética no siempre fue la víctima de una agresión exterior; en otras ocasiones, perpetró violencia contra sus propios soldados y civiles y agredió a sus vecinos. La colaboración con el enemigo no fue una especialidad ucraniana: de hecho, los rusos sumaban el mayor número de colaboradores. Combatieron más ucranianos en las filas del Ejército Rojo que en las de OUN-UPA. Tal y como subraya este libro, el concepto de «guerra rusa» supone una flagrante tergiversación del carácter multinacional de esta contienda. La Unión Soviética era un imperio plurinacional y el Ejército Rojo una fuerza de combate formada por múltiples naciones.

Escribí este libro con bastante anterioridad a la invasión rusa de Ucrania de 2022. Finalicé el original en inglés en 2020 y publiqué el volumen en 2021. Es difícil juzgar qué hubiera cambiado de haberlo concluido dos años más tarde. Creo que la guerra presente no habría tenido demasiado impacto, pues es una obra que trata de repensar la Segunda Guerra Mundial soviética desde una perspectiva más global de lo acostumbrado. Como escribí en el último capítulo, «el presente libro es un intento de restablecer, al menos en parte, la complejidad de la historia real de la Segunda Guerra Mundial soviética. Por tanto, rechaza tomar partido en las guerras historiográficas actuales que ponen en peligro las relaciones pacíficas entre las naciones de Eurasia».

Hoy, por supuesto, las relaciones pacíficas entre Rusia y Ucrania han cesado por completo. La obsesión malsana por ciertos detalles de esta contienda, a uno y otro lado de la línea del frente, han contribuido a llegar a este perturbador estado de cosas. En este sentido, el argumento general del libro, es, en todo caso, aún más relevante en estos días que en 2020. Si tuviera que finalizar hoy el libro, es probable que alargase ese último capítulo para extenderme con mayor detalle acerca del persistente trauma y las obsesiones resultantes por esta guerra en la región de la antigua Unión Soviética.11 Aunque sigo negándome a alinearme con un bando en las guerras historiográficas, ningún demócrata actual puede permanecer neutral en la lucha por la supervivencia de Ucrania contra su neoimperialista y dictatorial vecino.

Mark Edele,Cracovia y Riga, junio de 2022

________

NOTAS

1 «At 100 Days, Russia-Ukraine War by the Numbers», VOA, 3 de junio de 2022 [https://www.voanews.com/a/at-100-days-russia-ukraine-war-by-the-numbers/6601899.html]. Una historia militar detallada y continua de esta guerra está disponible en el Institute for the Study of War [https://www.understandingwar.org/backgrounder/ukraine-conflict-updates].

2 Horvath, R., 2013.

3 Para una demostración de que el desafío democrático a su régimen, no la ampliación de la OTAN, impulsó los movimientos agresivos de Putin en la región, vid. Person, R. y McFaul, M., 2022, 18-27. Acerca del sentido de misión de Putin y su preocupación por la historia, vid. Hill, F. y Gaddy, C. G., 2013.

4 Putin, V., 18 de junio de 2020: «The Real Lessons of the 75th Anniversary of World War II», The National Interest [https://nationalinterest.org/feature/vladimir-putin-real-lessons-75th-anniversary-world-war-ii-162982].

5 Edele, M., 2020b, capítulo 8; Norris, S. M., 2011, 201-229.

6 Zygar, M., 10 de marzo de 2022: «How Vladimir Putin lost Interest in the Present», The New York Times.

7 «Victory Parade on Red Square», [Kremlin.ru], 9 de mayo de 2022 [http://en.kremlin.ru/events/president/news/68366].

8 Acerca de Bandera: Rossolinski-Liebe, G., 2014. Acerca del papel de la OUN-UPA en el Holocausto, Himka, J.-P., 2021. Para una amplia introducción al acalorado debate en torno a la historia y la memoria de la OUN, incluso si esta organización era o no «fascista», vid. las secciones especiales editadas por Andreas Umland y Yulia Yurchak en Journal of Soviet and Post-Soviet Politics and Society 3, n.° 2 (2017); 4, n.° 2 (2018); 6, n.° 2 (2020); 7, n.° 1 (2021) y 7, n.° 2 (2021). Para un trasfondo más amplio, aunque ahora algo anticuado, Marples, D. R., 2007.

9 «Address by the President of the Russian Federation», [Kremlin.ru], 24 de febrero de 2022 [http://en.kremlin.ru/events/president/news/67843].

10 Putin, V., op. cit.

11 En otro lugar, he llamado a esta preocupación «terapia tóxica» para el trauma profundo sufrido: Edele, M., 2022, 321-331.

INTRODUCCIÓN

El estalinismo en guerra, 1937-1949

VICTORIA

Nuestro pueblo soviético no reparó en esfuerzos ni en trabajo en aras de la victoria. Hemos vivido años duros. Pero ahora, cada uno de nosotros puede afirmar: hemos vencido. A partir de este momento podemos considerar que nuestra patria está libre de la invasión germana por el oeste y de la invasión japonesa por el este. La largamente esperada paz para los pueblos del mundo ha llegado […] ¡Que nuestra patria perdure y prospere!

Fue el día 2 de septiembre de 1945 cuando Iósif Stalin leyó este discurso a su pueblo. «¡Camaradas! –proclamó–, la Segunda Guerra Mundial ha finalizado».1

El dictador tenía motivos para estar orgulloso. Su Unión Soviética había vencido en la contienda más grande y terrible de la historia de la humanidad. La noche del 8 al 9 de mayo de 1945, Alemania se había rendido. Hitler se había suicidado antes, el 30 de abril, mientras el Ejército Rojo tomaba Berlín al asalto en una batalla increíblemente costosa que se prolongó hasta el 2 de mayo. Una semana más tarde, el 9, finalizó la contienda terrestre más destructiva de la historia.2 Cuatro meses después, Japón siguió el ejemplo alemán. Su economía bélica había colapsado, la armada y fuerza aérea apenas podían operar, desmanteladas por la supremacía estadounidense por aire y mar, y el país había sido sometido a un constante ataque aéreo desde junio de 1944. El 6 de agosto, la Fuerza Aérea estadounidense descargó sobre Hiroshima una nueva y terrorífica arma. El 9 de agosto, las unidades soviéticas se lanzaron en tromba sobre Manchuria. Ese mismo día, los norteamericanos descargaron su segunda bomba atómica, esta vez sobre Nagasaki. El Gobierno de Japón, ante esta embestida simultánea desde todas direcciones, tiró la toalla. El 15 de agosto, el emperador anunció la rendición; el 2 de septiembre, el ministro de Exteriores firmó el documento oficial; la Segunda Guerra Mundial había terminado por fin.3

La Unión Soviética era un componente esencial de la alianza victoriosa. Si bien en el Pacífico o en África los principales combatientes fueron el Imperio británico y Estados Unidos, en Europa la guerra fue ganada sobre todo por el Ejército Rojo. Las fuerzas soviéticas se enfrentaron al mayor número de tropas germanas y mataron más alemanes que cualquier otro país. Los soldados de Stalin también fueron los que destruyeron o capturaron mayores cantidades de equipos militares germanos.4

Los soviéticos pagaron un alto precio por su victoria sobre el nacionalsocialismo: 27 millones de muertes relacionadas con la contienda, esto es, un 12 por ciento de la población prebélica. Según una comisión gubernamental para el estudio de la devastación, más de 1710 pueblos y ciudades habían sido destruidos y unas 70 000 aldeas quemadas y bombardeadas. La destrucción afectó a más de 6 millones de edificios, unas 32 000 empresas industriales y 98 000 granjas colectivas. Millones quedaron sin hogar y muchos millones más mutilados y enfermos, traumatizados por años de miseria y horror sin fin. Para empeorar aún más el panorama, poco después del discurso triunfal de Stalin una terrible hambruna asoló a la población debilitada por la guerra, que acabó con entre 1 y 1,5 millones de personas en 1946-1947. Se continuó combatiendo en los territorios fronterizos recién adquiridos en Ucrania occidental, Bielorrusia occidental y las tres repúblicas bálticas de Estonia, Letonia y Lituania. En estas regiones, que los soviéticos habían tomado durante los primeros compases de la guerra europea, las tropas soviéticas se enfrentaron a guerrillas nacionalistas que resistían la sovietización de su país. Aquí la pacificación no llegó hasta después de una nueva y brutal serie de deportaciones, en 1949, que roturó el terreno en el que arraigaba la insurgencia.5

INICIOS ASIÁTICOS

Por tanto, en ciertos confines del imperio estalinista, la Segunda Guerra Mundial soviética fue considerablemente más larga de lo que se suele estimar. La memoria soviética, y más tarde la rusa, puso el foco en la contienda con Alemania, la «Gran Guerra Patriótica» que es como aún se denomina en Rusia. Esta guerra se inició el 22 de junio de 1941, con el ataque germano, y finalizó el 8-9 de mayo de 1945, con la rendición de Alemania. Lo ocurrido antes y después fue, en todo caso, una precuela y un epílogo de la verdadera guerra.6

Nada más lejos de la experiencia vivida por Ten San Din y su familia. En el otoño de 1937, Ten San, estudiante de 19 años de edad de Vladivostok, fue deportado al Asia Central soviética. No había hecho nada para merecer tal suerte: solo había sido incluido en la primera deportación de un grupo étnico al completo. Se trataba de los coreanos soviéticos, sacados de las regiones fronterizas del Lejano Oriente soviético y arrojados a las estepas y pueblos de Kazajistán. El 29 de octubre de 1937 la operación había finalizado casi por completo. Un total de 171 781 coreanos, según el reporte del jefe de la policía de Stalin, habían sido metidos en vagones de ganado. Tan solo quedaban 700, cuya remesa corrió la misma suerte antes del 1 de noviembre.7

Esta deportación era una reacción al estallido bélico en China en julio de 1937, que Stalin esperaba aprovechar. Japón ambicionaba las tierras soviéticas desde hacía mucho tiempo y Stalin lo sabía. Pero este calculó que los imperialistas orientales no atacarían a los soviéticos mientras estuvieran ocupados en China. De este modo, en agosto de 1937, el Gobierno soviético firmó el tratado de no agresión mutua con China, con el que esperaba que el gabinete nacionalista chino bloquease a Japón, para impedirle así que amenazara el flanco oriental soviético. Pero, si aun así Tokio decidía atacar, los soviéticos estarían preparados. De ahí la deportación de los coreanos, a los que Stalin consideraba una quinta columna en potencia, enemigos interiores que podrían apoyar a los invasores nipones. Estas dos decisiones estaban relacionadas: las dos fueron tomadas el mismo día, el 21 de agosto de 1937.8

La Segunda Guerra Mundial de Ten San Din fue íntegramente asiática. Deportado a causa del inicio de la guerra en China, sus repetidos intentos de alistarse en el ejército fueron rechazados. En 1945 fue movilizado y participó en una rápida operación en Corea, durante el asalto soviético contra el Imperio japonés del verano de 1945. Petr Fedórovich Katasónov nos proporciona otra visión correctiva del enfoque eurocéntrico del esfuerzo bélico soviético. Nacido en 1914, sirvió en la contienda fronteriza soviético-nipona de 1938-1939 y participó en 1939 en la batalla de Jaljin Gol como servidor de una ametralladora. Una vez finalizada la contienda, fue desmovilizado y trabajó en una granja colectiva en la República autónoma buriato-mongola, en el sur de la Unión Soviética. Tras el embate alemán del 22 de junio de 1941, volvió a ser movilizado por el ejército, aunque no le enviaron a combatir a los invasores. En lugar de ello, sirvió en la línea divisoria con Manchuria. «En 1941-1942 –recordó–, había provocaciones constantes en la frontera. Ayudábamos a las fuerzas fronterizas a capturar todo tipo de espías y saboteadores». Cuando la guerra en el Pacífico se activó, la línea fronteriza se calmó, hasta el 9 de agosto de 1945, cuando «pasamos a la ofensiva contra Manchuria». Katasónov combatió contra las fuerzas japonesas en descomposición en el norte de China, custodió prisioneros de guerra y fue desmovilizado poco después de la capitulación de Japón. Su guerra, al igual que la de Ten San Din, fue un asunto exclusivamente asiático.9

Tales experiencias bélicas contradicen algunas de las suposiciones más arraigadas acerca de la Segunda Guerra Mundial en general y en torno a la Segunda Guerra Mundial soviética en particular. Los historiadores europeos no suelen empezar el relato de esta guerra ni en Asia ni en 1937, sino en Polonia el 1 de septiembre de 1939; los rusos suelen iniciar su «Gran Guerra Patriótica» en junio de 1941 con la invasión germana; y, desde la perspectiva norteamericana, la Segunda Guerra Mundial no empezó hasta diciembre de ese año, con la entrada de Estados Unidos en la contienda tras el ataque a Pearl Harbor. Por el contrario, los historiadores japoneses hacen retroceder el inicio de lo que denominan «la Guerra de los 15 Años» hasta la invasión de Manchuria de 1931; los historiadores en lengua inglesa han ignorado el teatro asiático, quizá porque pocos hombres blancos combatieron allí y quizá porque el derramamiento de sangre en el Pacífico preocupaba a la opinión pública estadounidense mucho más que la extraña contienda que se libraba en una tierra muy lejana, o puede que porque la enormidad del conflicto europeo, el frente germano-soviético, y, en particular, el Holocausto judío que relegó a las sombras todo lo demás.10

UNA GUERRA EUROASIÁTICA

El presente libro opta por seguir el ejemplo de trabajos recientes que amplían los confines de la Segunda Guerra Mundial para abarcar de ese modo no solo la experiencia europea o la norteamericana, sino también la asiática. La guerra soviética, como ya hemos visto en los recuerdos de los dos veteranos y en el discurso de Stalin, no fue una cuestión europea en exclusiva. Fue una conflagración euroasiática librada por igual en el frente oriental de la Unión Soviética en Asia y en sus confines europeos. Y fue una guerra imbricada en un conflicto más amplio y global, que, a su vez, constituía una amalgama de varias confrontaciones armadas.11

La Segunda Guerra Mundial se componía de cinco guerras diferenciadas: una terrestre asiática, que empezó en 1937 con el estallido del conflicto sino-nipón; una europea, iniciada con el ataque de Hitler contra Polonia en 1939; una norteafricana librada desde 1940 a 1943; el conflicto germano-soviético, desde el verano de 1941; y la guerra del Pacífico, que se desencadenó con el bombardeo de Pearl Harbor en diciembre de ese mismo año. Fue a finales de 1941 cuando todas estas escaladas bélicas individuales quedaron unidas en una misma conflagración global.12

La participación soviética en la Segunda Guerra Mundial dio inicio en 1937 con su intervención en la contienda asiática, una guerra defensiva en oriente. Stalin proporcionó ayuda a China y emprendió una limpieza étnica y una concentración de tropas para proteger el flanco oriental. Poco después, en 1938-1939, el Ejército Rojo libró una guerra fronteriza, a menudo olvidada, pero crucial, contra Japón (batallas del lago Jasán y de Jaljin Gol). A continuación, vino una guerra ofensiva en Europa, donde los soviéticos se sumaron a los alemanes en el desmantelamiento de Polonia en septiembre de 1939. Después, atacaron en solitario a Finlandia en la Guerra de Invierno (1939-1940) y anexionaron Estonia, Letonia, Lituania, el norte de Bucovina y Besarabia en 1940. En la tercera fase, iniciada en el verano de 1941, los soviéticos volvieron a estar a la defensiva en su catastrófica campaña contra los alemanes. La cuarta fase, que empezó a principios de 1943, testimonió la victoria soviética en una guerra de desgaste contra Alemania y, tras la victoria en Europa, una guerra ofensiva contra Japón en el verano de 1945. La fase final consistió en la pacificación y reorganización de los territorios. Comenzó con la liberación de territorios iniciada en 1943 y finalizó en el núcleo central con la abolición del racionamiento alimentario en 1947 y la conclusión de la desmovilización en masa en 1948. Mientras tanto, en las fronteras occidentales pasó al primer plano otro aspecto de la guerra soviética: la campaña convencional soviética contra Alemania y Japón estaba entrelazada con una serie de luchas civiles contra grupos de la población, algunos de los cuales estaban armados y resistían, pero muchos otros eran simples civiles considerados enemigos del poder soviético a causa de su perfil sociológico o nacional. La contienda civil continuó hasta 1949, cuando las deportaciones a gran escala en el oeste y la victoria de los comunistas chinos en el este pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial soviética.

ÁMBITO Y FUENTES

La presente historia de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial combina el relato de las operaciones militares y de la política internacional con el estudio de la economía, la cultura y la sociedad durante los años de conflicto.13 Su perspectiva oscila constantemente desde el relato individual a la historia general de la que forman parte. Por tanto, este volumen combina una antología de experiencias bélicas individuales con un estudio histórico, a grandes rasgos, de las estructuras principales: sociales, económicas, culturales y gubernamentales. El punto de vista estatal queda reconstruido a partir de datos de archivos, antaño secretos, de Rusia, Ucrania, Letonia, Lituania, Estonia, Alemania, Australia y Estados Unidos.14 Sin embargo, los archivos, depósitos de documentos generados por el Gobierno, no siempre captan el lado humano de la contienda. De ahí que el presente libro también haga un uso extensivo de diarios, memorias y entrevistas a supervivientes. Algunas de estas entrevistas se hicieron poco después de los hechos y han sido publicadas en colecciones de fuentes, mientras que otras, como el Proyecto Harvard del Sistema Social Soviético o la colección de historia oral de la biblioteca judía Dorot de la New York Public Library, fueron redactadas o registradas lejos de la Unión Soviética por émigrés. Otras, como la gran recopilación de entrevistas con veteranos del Ejército Rojo disponible en línea, fueron grabadas después de la disolución de la Unión Soviética.15

Por desgracia, Stalin no redactaba un diario ni tampoco dejó memorias. Para este actor principal, debemos confiar en los puntos de vista de quienes lo conocieron, así como en los vestigios que dejó en los archivos. Hemos orientado nuestra interpretación de los mismos por medio de la notable literatura biográfica existente.16 Comprender a Stalin es crucial. La Unión Soviética de las décadas de 1930 y 1940 fue una de las dictaduras más represivas del siglo XX: Stalin dirigía con mano férrea al país, al Partido Comunista, al aparato estatal y a sus colaboradores más estrechos. Es natural, por tanto, que Stalin ocupe un papel central en nuestro relato. Sin embargo, el presente volumen no es ni una nueva biografía del dictador ni tan solo un estudio monográfico de la guerra de Stalin. Por el contrario, el líder está rodeado de otros actores, grandes y pequeños: civiles y soldados, comunistas y sus adversarios, hombres y mujeres, generales y soldados rasos, obreros y campesinos, burócratas y académicos, lealistas y resistentes, rusos y miembros de un elevado número de minorías nacionales. Esta visión caleidoscópica de la contienda nos impide una exploración en profundidad de la diplomacia de Stalin o un relato detallado de las operaciones militares. Estas han sido tratadas por otros estudiosos con suficiente detalle como para permitirnos relegarlas a breves esbozos.17

Por otra parte, es posible que los historiadores profesionales esperen más cobertura de las controversias académicas y del debate historiográfico. Podrán encontrarla en mis ensayos y monografías especializadas, las cuales han dado lugar al presente volumen. Estalinismo en guerra, al contrario que dichos estudios anteriores, fue escrito para un lector no especializado, por lo que he reducido al mínimo el debate historiográfico, la polémica académica y las notas bibliográficas.

EL IMPACTO DOMÉSTICO DE LA GUERRA EN CADA FASE

Presentar una visión general de la historia soviética mediante una serie de experiencias individuales suscita la cuestión de lo importantes que fueron las diferentes fases de la larga Segunda Guerra Mundial para las vidas de los ciudadanos corrientes. Desde la perspectiva doméstica, los diferentes periodos de la Segunda Guerra Mundial soviética tuvieron un impacto diverso. A no ser que uno fuera coreano o un soldado soviético en China, Mongolia o en el Lejano Oriente, la guerra defensiva en Asia en 1937-1939 solo le afectó de forma periférica, más como lector de la prensa que otra cosa. Participaron en estos combates un total de 97 000 efectivos, con unas pérdidas bastante bajas, de quizá unos 11 000 muertos.18 El Gran Terror estalinista afectó durante este periodo a muchas más vidas: solo en 1937-1938 fueron arrestados 1,6 millones de personas, de las cuales 682 000 fueron ejecutadas.19

En la segunda fase, 1939-1941, la guerra tuvo un efecto mucho más general. El número de combatientes implicados pasó de unas decenas de miles a 1,3 millones, sin contar a los que participaron en las anexiones del Báltico y de Besarabia. Unos 128 000 soviéticos perecieron en los combates de Polonia y Finlandia. Un mínimo de medio millón de soldados vio el mundo exterior en Polonia y en los países bálticos, una experiencia desorientadora.20 El pacto Hitler-Stalin de agosto de 1939 provocó una confusión ideológica generalizada y las deportaciones desde las fronteras occidentales extendió la experiencia coreana a 383 000 víctimas más. El desvío de recursos a la producción de armamento, junto con las entregas de alimentos a Alemania durante el pacto Hitler-Stalin, redujo aún más el consumo civil, incrementó la escasez, las colas, la inflación y el movimiento de personas. La producción económica per capita se estancó entre 1937 y 1940, el consumo civil experimentó una caída significativa y el rearme absorbió más y más recursos. Las autoridades reaccionaron en 1940 con la imposición del racionamiento a ciertas regiones del país y una serie de leyes laborales nacionales para militarizar a los obreros industriales.21

Pero fueron las fases tercera y cuarta –la pugna a vida o muerte con Alemania en 1941-1945– las que universalizaron la experiencia bélica. El consumo experimentó un desplome catastrófico, para algunos civiles hasta niveles de inanición. En conjunto, sirvieron durante este periodo 34,5 millones de hombres y mujeres, de los cuales perecieron 7,8. Todo el que no combatía fue movilizado para trabajar y la mortandad entre los civiles fue tres veces superior a la de los soldados.22

En la fase final, la experiencia de la guerra volvió a quedar localizada, esta vez a las fronteras occidentales. En esos territorios, las insurgencias de los nacionalistas estonios, letones, lituanos, polacos y ucranianos fueron reprimidas por la fuerza. La confrontación militar abierta había finalizado en 1945, una vez que los partisanos antisoviéticos fueron derrotados por la superior potencia de fuego de los sóviets. La resistencia adoptó entonces tácticas terroristas, que siguieron haciendo mortal la vida de los partidarios del poder soviético. En una fecha tan tardía como 1946, los funcionarios comunistas de la campiña letona solían seguir llevando armas automáticas para la autodefensa.23 Sin embargo las pérdidas no fueron en absoluto comparables con la magnitud de los enfrentamientos contra Alemania o incluso contra Japón. En conjunto, unos 70 000 efectivos participaron en operaciones de contrainsurgencia en las fronteras occidentales. No perdieron más de 6000 hombres.24 Mas los partisanos antisoviéticos acabaron con una cifra muy superior en confrontaciones no militares, en su mayoría «objetivos blandos», esto es, civiles acusados de colaborar con los soviéticos.25 En 1948, por citar un ejemplo que exploraremos en más detalle en el Capítulo 7, en las operaciones contra la clandestinidad lituana, las fuerzas de seguridad soviéticas mataron a diez adversarios por cada baja que sufrían. Pero, si se suman las víctimas de los ataques antisoviéticos contra civiles, la ratio queda más igualada: 1,6 partisanos por cada muerto «soviético».26

En otras regiones, el núcleo de esos años ya no era la guerra, sino la reconstrucción. La desmovilización, el retorno de las personas desplazadas y los evacuados y la reparación de la economía eran la prioridad del momento, así como la lucha coordinada contra la violencia y el crimen provocados por la contienda. Una vez superada la hambruna de posguerra de 1946-1947, la vida empezó a retornar a la normalidad, aunque esta fuera una normalidad estalinista. Volvió la represión, si bien menos letal: las personas perdían los trabajos ante acusaciones de «cosmopolitismo desarraigado», o eran encarceladas conforme a las draconianas leyes antirrobo de 1947. Las excepciones fueron los hechos de Leningrado (1949-1950) y Mingrelia (1951-1952), que recordaron a un gran terror en miniatura por las acusaciones inventadas que condujeron a la ejecución de un grupo relativamente pequeño de personas.27 En ocasiones, los repatriados que regresaban se enfrentaban a un arresto, ya fuera durante el proceso de comprobación inicial o más tarde. No obstante, el estudio de los archivos ha revelado que este fenómeno fue mucho menor de lo que especula la literatura anterior.28 Una vez que las deportaciones de 1949 pusieron fin a la contrainsurgencia en las fronteras occidentales, estas nuevas regiones del imperio también se incorporaron a la normalidad estalinista: una vida cotidiana en circunstancias extraordinarias, incluso en tiempos de paz.29

UNA REVISIÓN DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL SOVIÉTICA

El presente libro hace una revisión de la Segunda Guerra Mundial soviética; presentada como una prolongada contienda euroasiática que abarca de 1937 a 1949. Sin embargo, ello no significa negar el carácter central de la experiencia de la «Gran Guerra Patriótica». Por el contrario, la sitúa en un marco geográfico e histórico más amplio. ¿Qué implica este nuevo enfoque para nuestra comprensión de la Segunda Guerra Mundial soviética?

En primer lugar, el rol del frente oriental soviético es mucho más crucial. China desempeñó un papel vital, pues cubrió las espaldas de la Unión Soviética hasta, al menos, 1942, momento en que la US Navy pasó a soportar el embate de la mayor parte de las fuerzas japonesas. Incluso entonces China continuó haciendo valer su peso. Mientras los norteamericanos combatían a la flota y a la fuerza aérea niponas, los chinos detuvieron a los efectivos terrestres que podrían haber amenazado a los soviéticos. La llegada de ayuda aliada (Préstamo y Arriendo) por aguas japonesas a Vladivostok y desde allí por el Transiberiano, esencial para el esfuerzo bélico soviético, solo pudo ser posible gracias a que Stalin había firmado la paz con Japón en 1941. Había otras rutas para el envío de suministros: por las aguas del Ártico, o por Irán. Pero, como veremos en el Capítulo 6, estas rutas eran mucho más problemáticas que la del Pacífico, que pronto se convirtió en la conexión principal entre la Unión Soviética y sus aliados. A pesar de la neutralidad en la guerra del Pacífico, los dirigentes soviéticos jamás perdieron interés en el frente del Lejano Oriente, donde los efectivos desplegados nunca bajaron de 1 100 000 hombres. La región fue transformada en un enorme campo de entrenamiento donde los reclutas se preparaban para la batalla antes de ser enviados al frente y, una vez ganada la contienda contra Alemania, ciudadanos soviéticos como Ten San Din o Petr Fedórovich Katasónov hicieron su contribución para obligar a Japón a rendirse.30

En segundo lugar, el desplazamiento de población es un tema central del presente libro. Ya fueran soldados, personas movilizadas para trabajar, deportados, reos enviados al gulag, refugiados, evacuados y reevacuados, plenipotenciarios y enviados especiales: en la Unión Soviética en guerra casi todo el mundo estaba en movimiento. Stalin, por el contrario, fue el único que apenas se movió de su puesto, desde donde, flanqueado por Viacheslav Mólotov, controlaba este flujo de personas. En 2013, el historiador Peter Gatrell reclamó a sus colegas que integrasen la historia de los refugiados en sus historias generales. Este volumen va un poco más allá, pues argumenta que toda historia de la guerra soviética ha de abordar en serio los diversos tipos de desplazamiento que definieron la experiencia bélica de gran parte de la población.31

En tercer lugar, la Segunda Guerra Mundial soviética fue multinacional. Pese a que tanto los observadores de la época como los historiadores posteriores hablaron de «la guerra rusa», cerca de la mitad de la población soviética, un porcentaje importante de las fuerzas combatientes, y más de la mitad de las víctimas civiles no eran rusas.32 Por tanto, no solo fue la «guerra de Iván» sino también la de Ten San Din, de Susanne o de Nachman… y, por supuesto, también de Stalin, un georgiano que hablaba ruso con un fuerte acento.33 En este libro, el lector encontrará una gran variedad de soviéticos: coreanos, alemanes, judíos, polacos, ucranianos, lituanos y, desde luego, rusos. La atención prestada a las tierras fronterizas del este y del oeste pone el foco sobre los coreanos, bálticos o polacos desplazados. Dedicaremos particular interés al sufrimiento y al heroísmo de los judíos soviéticos, que no han vuelto a las páginas de la historia de la Segunda Guerra Mundial soviética hasta fechas recientes. Estos incluían numerosos «nuevos judíos soviéticos», que se integraron en la historia soviética durante la fase de expansión agresiva de 1939-1941.34

En cuarto lugar, el lado totalitario de la Segunda Guerra Mundial soviética, que numerosos historiadores han resaltado en las fronteras occidentales, fue también una experiencia de unión absoluta que obedecía a una dinámica propia. La Segunda Guerra Mundial soviética empezó con la deportación de los coreanos en 1937 y finalizó en 1949 con la deportación desde el oeste de los «kulaks» y sus familias. El Gran Terror de 1937-1938 sirvió de telón de fondo de la crisis internacional del oriente de 1937-1939 y fue provocado por los preparativos bélicos. Cuando se desencadenó el ataque germano hubo un resurgir de la violencia contra su propio bando: lo que un historiador denominó «el Gran Terror de 1941». Cuando las unidades soviéticas empezaron a liberar territorios ocupados por los alemanes, volvió la policía de Stalin y, con esta, el terror estalinista, si bien su naturaleza era diferente con respecto a la de principios de la década de 1940: la represión fue mucho más generalizada, pero también mucho menos letal. En Estonia, por citar un ejemplo particularmente bien documentado, aunque la oleada de arrestos de 1944-1945 afectó a un grupo más numeroso de personas que su antecesora de 1940-1941, el porcentaje de supervivientes fue mucho mayor. La pena capital era empleada con menos frecuencia y fue abolida en el conjunto de la Unión Soviética en 1947; las condiciones de los detenidos mejoraron. Las deportaciones de 1949 siguieron una pauta similar. Sumó el doble de víctimas que su predecesora de 1941, pero la tasa de mortalidad se redujo a un 15 por ciento, cuando en 1941 había sido del 60. Sorprendentemente, el inmenso sufrimiento y la brutalidad incesante de la Segunda Guerra Mundial soviética no hicieron más brutal al régimen de Stalin. Tuvo el efecto opuesto: los historiadores han observado que, en los años de posguerra, el terror fue reemplazado por una vigilancia policial estricta, pero legal.35

ESTRUCTURA DEL LIBRO

El presente libro desarrolla estos temas en nueve capítulos, más o menos cronológicos, cada uno de los cuales responde a una cuestión diferente en torno a la Segunda Guerra Mundial soviética. El Capítulo 1 plantea si la Unión Soviética estaba preparada para la guerra cuando esta estalló. La respuesta es ambigua: las políticas estalinistas de la década de 1930 ayudaron y dificultaron a un tiempo los preparativos bélicos: la forma estalinista de conducción bélica era, a un tiempo, efectiva pero ineficiente; el terror, concebido como parte de la preparación para la guerra, tenía efectos adversos sobre la disposición para el combate.

El Capítulo 2 narra la historia de la fase, a menudo olvidada, durante la cual Stalin logró evitar una grave amenaza que le causaba profunda preocupación: un conflicto en dos frentes. Se pregunta qué rol desempeñó la Unión Soviética en la guerra asiática de 1937-1939. Durante esta fase, las políticas de Stalin fueron destructivas en el interior, pero cruciales en el frente internacional. El auxilio soviético ayudó a China a resistir a Japón y la victoria soviética en la contienda fronteriza de 1938-1939 impulsó a Tokio a emprender una «estrategia meridional» que mantuvo en calma el frente oriental soviético hasta 1945 y empujó a Japón al choque con Estados Unidos. Por tanto, las acciones soviéticas del periodo fueron esenciales para la historia posterior del conjunto de la Segunda Guerra Mundial.36

En el Capítulo 3, que abarca 1939-1941, la acción principal se traslada del este al oeste. Responde a la pregunta acerca del papel de los soviéticos en los compases inaugurales de la contienda europea. Fueron los años de la alianza con Alemania, cuando los soviéticos actuaron con agresividad en el este de Europa y no solo anexionaron tierras extranjeras, sino que también las sometieron a un terror totalitario a gran escala. La ambivalencia con la que muchos ven este periodo en la actualidad está arraigada en la experiencia de esos años, que fueron profundamente turbadores para muchos ciudadanos soviéticos. En las tierras fronterizas, se caracterizaron por la violencia y la conquista extranjera. Aunque también fueron tiempos inquietantes en la vieja Unión Soviética. ¿Cómo podía uno explicar una situación en la que un supuesto Estado antifascista, antiimperialista y socialista hacía causa común con los nazis y ocupaba tierras vecinas por la fuerza de las armas? Las tácticas estalinistas habían sido dictadas por el oportunismo: quería ganar tiempo, incrementar la extensión de su Estado y esperar que la situación fuera favorable. Como veremos, tal estrategia fracasó y la expansión hacia el oeste dejó a los soviéticos más vulnerables que antes de 1939. Es más, era difícil vender esta cínica realpolitik, por lo que el liderazgo soviético tuvo que esforzarse por hallar una fórmula que explicase sus acciones no solo en el terreno internacional, sino también en el doméstico. La explicación final que se dio fue que la expansión soviética no era imperialismo, sino liberación nacional: liberaba a hermanos eslavos (ucranianos, bielorrusos) de la opresión polaca. Si bien esta lógica no podía argüir la anexión de los países bálticos o la agresión contra Finlandia, apuntaba a las pautas del futuro: el principio etnonacionalista constituyó un aspecto central en el futuro trazado de las fronteras de posguerra.

El Capítulo 4 se ocupa del primer periodo de la contienda germano-soviética, esto es, 1941-1942. Se pregunta qué causó la catástrofe y cómo se sobrevivió a ella. Como el propio Stalin reconoció en un momento de debilidad, el caos inicial fue culpa suya. Había debilitado al ejército en el Gran Terror; había apoyado y suministrado a los alemanes desde 1939; se había negado a creer que el ataque era inminente. Los preparativos bélicos fueron desbaratados y el sentimiento antisoviético generalizado de la población –causado por el terror contra sus propios habitantes, iniciado con la colectivización de 1929 y la ocupación terrorista de las fronteras occidentales en 1939– no contribuyó a preparar al país para su defensa. Y la respuesta inmediata de Stalin fue más terror, lo cual desestabilizó aún más la situación. Sin embargo, el dictador no se rindió, como tampoco lo hizo un núcleo de partidarios incondicionales procedentes de todos los territorios soviéticos. A pesar del desastre general y del completo caos, continuó habiendo una resistencia decidida. La táctica de algunos elementos del Ejército Rojo de contraatacar sin tregua aterraba a los soldados germanos. Además, como aceptan cada vez más historiadores, también quebró el esfuerzo bélico germano ya durante la primera mitad de la contienda: en las postrimerías de 1941, Hitler había perdido la guerra en el este, aunque todavía no lo sabía.37

Cómo fue posible esta notable recuperación se explora en el Capítulo 5. En este se muestra que el régimen soviético experimentó un proceso dual de centralización (de toma de decisiones) y de descentralización (de su implementación). Mientras los individuos y sus familias sorteaban las grietas y fisuras del sistema de movilización, el Gobierno soviético se recuperó del shock de las primeras semanas, consolidó la estructura bélica y empezó a movilizar el país. El dictador representó un papel vital en este esfuerzo, como clave de vuelta de todo el sistema y como símbolo de un gabinete fuerte y decidido. Aunque no actuó solo. Su dictadura se tornó mucho más flexible de lo que lo había sido antes del ataque germano, lo cual permitió una movilización masiva de recursos para la defensa. Las contradicciones de la guerra estalinista, sin embargo, también se anularon mutuamente.

En el aspecto positivo, el que Stalin evitase una contienda en dos frentes generó dividendos: oriente permaneció en calma y se pudo relocalizar allí industria y entrenar tropas para el combate en el oeste. Los líderes soviéticos habían ganado una valiosa experiencia en la gestión de crisis gracias a las perturbaciones internas que sus preparativos bélicos habían provocado desde el mismo año de 1929. Su habilidad para la resolución de problemas ayudó al «equipo» de Stalin durante el caos bélico. La industrialización a marchas forzadas para la creación de una industria pesada también dio sus frutos: los soviéticos superaron la producción del enemigo con cifras masivas de equipamiento estandarizado. Y la dictadura era lo bastante fuerte como para movilizar a la gran mayoría de la población para combatir o para trabajar por la victoria. En el aspecto negativo, no obstante, la pobre productividad de la agricultura soviética fue exacerbada por los efectos de la contienda, de modo que el hambre fue la compañera constante de la ciudadanía soviética durante la guerra.38

Los dos capítulos siguientes abordan la siguiente pregunta complementaria: ¿por qué la Unión Soviética ganó la guerra? El Capítulo 6 abarca los años 1943-1945, una época de triunfo contra la Alemania nazi primero y después contra Japón. Presenta argumentos que confirman la importancia capital del esfuerzo bélico soviético en la victoria en Europa y explora la importancia de la ayuda y del apoyo aliado en los éxitos soviéticos. También debate el papel menor que los soviéticos desempeñaron en la victoria en el enfrentamiento en Asia y vuelve a recordar al lector el papel de China a la hora de cubrir las espaldas de Stalin. Analiza los orígenes de la crisis alimentaria en tiempo de guerra y la importancia del trabajo forzoso en el esfuerzo bélico.

El Capítulo 7 pasa de la historia económica a la cultural. Nos muestra cómo y por qué una proporción creciente de ciudadanos soviéticos apoyó el esfuerzo bélico de Stalin contra Alemania. La represión, por sí sola, no ganó la contienda. Incluso durante los oscuros días de 1941, cuando Stalin optó por aumentar la represión para salvar el régimen, podía seguir contando con un núcleo de partidarios incondicionales en todos los niveles de la jerarquía política y social. En todas partes –desde las trincheras al Kremlin, desde las fábricas al aparato del Comité Central– había hombres y mujeres comprometidos con una ideología, que creían en la causa soviética y también en el liderazgo del camarada Stalin. Estos fueron decisivos para organizar la resistencia al asalto nazi. A medida que transcurrió el tiempo, el grupo de partidarios fue creciendo. Venganza, patriotismo e ira por lo que los germanos habían provocado se combinaron con un creciente compromiso con los triunfos del Estado soviético y del Ejército Rojo contra la Wehrmacht. Con el paso del tiempo, el núcleo de partidarios siguió creciendo hasta abarcar sectores cada vez más grandes de la población. Cada vez eran más los ciudadanos soviéticos que consideraban que sus intereses coincidían con los del régimen. La excepción fueron las fronteras occidentales, donde la contienda asumió la forma de múltiples luchas civiles en el marco de la contienda convencional.39

El Capítulo 8 vuelve a esas tierras fronterizas y explora la contrainsurgencia en los territorios de reciente adquisición durante los años 1944-1949 antes de abordar la pacificación general de una sociedad marcada por la violencia bélica y desbordada por una terrible oleada criminal. Muestra las dificultades que experimentó el Estado soviético para restablecer su monopolio de la violencia, pero también cómo, en última instancia, logró culminar la misión con éxito.40

El capítulo final pasa a situar la Segunda Guerra Mundial en el contexto general de la historia soviética y postsoviética. Se pregunta qué impacto tuvo la contienda sobre la sociedad soviética y cómo es recordada en los Estados sucesores tras la ruptura de 1991. De este modo, vincula esta historia al presente, el cual continúa siendo definido por aquella.41

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NOTAS

1 Stalin, I. V., 2002, 157-159, en particular 157 y 159.

2 Zeidler, M., 1996; Beevor, A., 2003; Kershaw, I., 2011.

3 Frank, R. B., 1999.

4 Edele, M., 2020, 1039-1062.

5 Edele, M., 2015c [DOI: 10.1093/oxfordhb/9780199236701.013.028]. Acerca de la cifra de víctimas de la hambruna: Ellman, M., 2000, 603-630.

6 La producción historiográfica rusa más reciente en torno a la guerra es de calidad desigual. Entre las contribuciones más destacables tenemos las obras de Seniavskaia, E. S., 1995; Zolotarev, V. A. y Sevost’ianov, G. N. (eds.), 1998; Zima, V. F., 2000; Shoigu, S. K. (ed.), 2015; y Larionov, A. E., 2015. Malkov, P. V. (ed.), 2020, nos presenta estadísticas resumidas de una amplia gama de indicadores económicos y demográficos. Los siguientes proyectos combinan estudios de especialistas rusos y occidentales: Budnitskiiy, O. y Novikova, L. (eds.), 2014; y Fieseler, B. y Markwick, R. D. (eds.), 2019.

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