¿Éste es Kafka? - Reiner Stach - E-Book

¿Éste es Kafka? E-Book

Reiner Stach

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Mientras se documentaba para su monumental biografía de Franz Kafka, Reiner Stach visitó numerosas bibliotecas y archivos de Praga e Israel, donde hizo incontables hallazgos fascinantes: manuscritos de una picardía o ternura extraordinarias, fotografías sorprendentes, fragmentos de cartas y testimonios de contemporáneos que vertían una inesperada luz sobre la personalidad y la obra del escritor praguense. En "¿Éste es Kafka?", Stach reúne los noventa y nueve hallazgos más inesperados, los sitúa comentando su procedencia o contrastándolos con la obra del escritor y nos descubre así algunas nuevas teselas del mosaico siempre incompleto de Kafka. Cada detalle examinado contribuye a desmontar el estereotipado mito del escritor neurótico y torturado, y pone al descubierto aspectos previamente ignorados de la colorida personalidad de uno de los mayores autores de todos los tiempos. "Stach tiene una mirada inquisitiva, ajena a los lugares comunes, que ve donde los demás no llegan". Elena Hevia, El Periódico "El Kafka que muestra Stach sorprende al lector de sus obras e incluso a quien conozca bien su biografía". César Cosas, El Correo "Probablemente sea Reiner Stach la persona que más sabe sobre Franz Kafka en todo el mundo. Después de la monumental biografía, ha seguido indagando y ha encontrado nuevas pistas que sirven para enriquecer un mosaico complejo. Fruto de esa labor es ¿Éste es Kafka?". Víctor Fernández, La Razón "Sin ser tan exhaustivo como en la biografía, pero sí igual de riguroso por las fuentes consultadas –diarios y correspondencia de Kafka, textos de sus allegados, fotografías, referencias de periódicos…– Stach esclarece desde 99 anécdotas el cliché de bicho raro". Jaime G. Mora, ABC "Esta serie de reflejos de Kafka en el espejo de contextos infrecuentes entrega al lector matices que favorecen la comprensión de su complejidad y sus contradicciones. Y sobre todo son un gozo añadido para el devoto. Un regalo". Héctor J. Porto, La Voz de Galicia "¿Éste es Kafka? alumbra anécdotas y vivencias que perfilan los gustos, emociones, deseos y aficiones de un creador, jovial y ocurrente". Iñigo Urrutia, El Diario Vasco "Stach repasa rigurosa y municiosamente cada detalle de la biografía del escritor y lo hace en una publicación tan ágil y entretenida como necesaria. Para cualquier admirador de Kafka los escritos de Reiner Stach son imprescindibles". Fulgencio Argüelles, El Comercio "Stach es un extraordinario e inteligente apéndice biográfico alternativo de la vida del gran autor praguense". Luis M. Alonso, La Nueva España "Este libro resulta algo desmitificador, un elemento que subraya la naturaleza terrenal del autor de La transformación". J. Ernesto Ayala-Dip, Las Provincias "¿Éste es Kafka? satisface nuestra curiosidad y humaniza a un creador que en el fondo y pese a sus inseguridades se sabía trascendente hasta el punto de confesar en sus diarios "yo soy la literatura"". Javier López Iglesias, hoyesarte "Un libro que nos invita a ir más allá del mito literario y los clichés sobre Kafka y su obra". Michael Dirda, The Whashington Post "Una maravillosa colección de curiosidades, en cada una de las cuales centellea la luz de ese faro siempre misterioso que fue Kafka". Jeffrey Zuckerman, The New Republic "Stach, increíblemente inspirado, ha complementado su monumental biografía con este breviario de detalles biográficos, en apariencia marginales, destinados a ofrecer lo que significativamente llama "imágenes alternativas" de Kafka". Morten Høi Jensen, Los Angeles Review of Books

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REINER STACH

¿ÉSTE ES KAFKA?

99 HALLAZGOS

TRADUCCIÓN DEL ALEMÁN

DE LUIS FERNANDO MORENO CLAROS

ACANTILADO

BARCELONA 2021

CONTENIDO

Prólogo

PECULIARIDADES

1. El infeliz benefactor

2. Kafka hace trampa en el examen de bachillerato

3. El título de bachillerato

4. Hotel Kafka

5. El gran dibujante

6. Kafka hace gimnasia con método

7. Paquetes para Muzzi

8. Kafka no puede mentir

9. Kafka bebe cerveza

10. La canción favorita de Kafka

11. Kafka escupe desde el balcón

12. El único enemigo

13. ¿De qué color eran los ojos de Kafka?

EMOCIONES

14. Lo que hacía llorar a Kafka

15. A Kafka no le gusta Else Lasker-Schüler

16. Kafka está furioso (I)

17. Kafka está furioso (II)

18. El profesor y su salami

19. Kafka no es mojigato

20. Con las prostitutas

21. Un flirteo

22. La hija del jefe: una pesadilla

23. La bella Tilka

24. Cita con Julie

25. Kafka medita sobre un cuadro

26. Tres cartas al padre

27. Kafka no cree a los médicos

28. Kafka desprecia las vacunas

LEER Y ESCRIBIR

29. El escritorio de Kafka

30. La primera tarjeta postal

31. Kafka y los indios

32. Kafka quería ser como Voltaire

33. Kafka escribe un poema y le gusta

34. Intento de una reseña

35. El primer anuncio publicitario de la editorial

36. La vivienda de los Samsa

37. Kafka incurre en un lapsus calami

38. Kafka lee galeradas

39. Una coma de más

40. ¿Bajas en una lectura pública de Kafka?

41. Un relato no escrito

42. El esbozo de Brokswa

43. En las oficinas de la dirección (I)

44. En las oficinas de la dirección (II)

45. La peonza

46. Primera aproximación al castillo

47. La primera traducción

48. Kafka escribe en hebreo

49. La conservación de los originales

SAINETES

50. Josef K. el loco furioso

51. Kafka se ríe delante del presidente

52. El público huye, Kafka se queda

53. Sainete en el tribunal

54. La lucha de las manos

55. La rata en el palacio

56. A Kafka le dan miedo los ratones

57. Hombre y cerdo

58. Una conversación entre campesinos

59. Un intento de arrojar a Kafka al río

ILUSIONES

60. Kafka y Brod por poco se hacen millonarios

61. Kafka sueña con ser campeón olímpico

62. Kafka gasta una broma en abril

63. Kafka por poco gana un premio literario

64. Ninguna propina para Kafka

65. Monólogo del tío Franz

66. Kafka inventa el contestador automático

67. Kafka falsifica una firma (I)

68. Kafka falsifica una firma (II)

69. La camarera anónima

70. Kafka como negro literario

71. A todos mis vecinos

72. La comunidad de los obreros sin posesiones

OTROS LUGARES

73. Kafka no se orienta bien en América

74. Un accidente de automóvil en París

75. Kafka y Max Brod pierden en el juego el dinero del viaje

76. ¿Éste es Kafka? (I)

77. Kafka viaja en metro

78. Kafka monta en un tiovivo

79. ¿Éste es Kafka? (II)

80. Sin pasaporte por la frontera

81. Un doble en Berlín

REFLEJOS

82. Kafka recibe carta de un lector

83. Dedicatoria de un poeta ciego

84. Kafka como consejero de vida

85. Kafka como demonio

86. Los recuerdos de Kafka de Georg Langer

87. En Praga se habla de Kafka

88. Contra el doctor Kafka no hay nada

89. Último saludo desde la monarquía

90. Un cuestionario entre amigos

91. Karl Kraus no quiere ni una carta de Kafka

92. Frank y Milena

93. Recuerdos del tío Franz

94. Poema de amor para Kafka

FINAL

95. La muerte en la clase de Kafka

96. Los testamentos de Kafka

97. La última carta

98. La inscripción en la tumba

99. La necrológica de Milena

Notas biográficas

Cronología

Abreviaturas y fuentes en castellano

Notas bibliográficas

Procedencia y créditos de las ilustraciones

PRÓLOGO

A algunos les da miedo. Otros, que no lo han leído pero han oído hablar de él, simplemente temen que les dé miedo. Y a algunos más los pone tristes aunque no sepan decir por qué. Otros muchos sienten el soplo de la depresión y por eso dejan a un lado con cautela sus libritos. Hay muchas reservas, y el rumor de que en el fondo estaba loco encuentra todavía hoy suficiente alimento, incluso en sus textos más perfectos. Ciertamente no es tarea de la literatura apresurarse a proporcionar soluciones tranquilizadoras a los problemas que suscita, ni aportar la prueba de que todo tiene su parte positiva. De hecho, sabemos que no es verdad, y no nos gustan los autores que nos toman por ingenuos. Pero cuando la literatura aborda el fracaso real del que ninguno de nosotros puede librarse, reflejándolo una y otra vez, con evidente voluptuosidad, en fracasos imaginarios y, además, lo imbrica en un discurso—implacable y que no conduce a ninguna parte—sobre el fracaso en general, entonces nos preguntamos si el autor no habrá dado rienda suelta a una obsesión absolutamente privada, y también por qué tenemos que escucharlo y observarlo con tanta atención como la que sin duda reclama.

A muchos los impacienta o inquieta, pues encripta sus textos y parece alegrarse de conducir al lector por caminos tortuosos, a través de los aparentes laberintos formados por dédalos de pensamientos de los que no hay escapatoria. Un tal Gregor Samsa, que se transforma en insecto, y un Josef K., a quien detienen sin ningún motivo, son sus invenciones más célebres. Lo que les sucede a estos dos personajes es emocionante, fantástico, da que pensar y, no obstante, frustra todas las esperanzas. Desde luego, quien haya entablado una relación (por tímida que sea) con la literatura, entiende en unas pocas páginas que toda explicación razonable, toda «solución» destruiría tales ficciones, por mucho que sus héroes—y con ellos el lector—puedan desear diluir la tensión. En su caso no existe ningún tipo de consuelo manifiesto, no puede haberlo si nos atenemos a las reglas del juego de la literatura innovadora. A lo sumo nos cabe esperar un fugaz consuelo, como el de quien, mientras se precipita al vacío en caída libre, para tranquilizarse se dice a sí mismo que de momento todo va bien.

Aun así, hay una fracción de lectores—que en modo alguno ha decrecido al cabo de décadas—fascinada por el escritor y que considera la lectura de su prosa como el mayor placer que ofrece la literatura. Tales lectores no se dejan asustar ni por tramas misteriosas ni por catástrofes definitivas; las toman como imágenes del carácter impenetrable y limitado de la vida humana en general, y en particular de la vida en las modernas sociedades de masas burocratizadas. Pues lo que hace estas imágenes tan irresistibles no es el pensamiento que encierran, cuya fundamentación siempre será discutible, sino su forma estética: el lenguaje cristalino, la profusión de maravillosas metáforas y paradojas inauditas, la desafiante sencillez, el magistral dominio de la lógica de los sueños, los destellos de humor que logran iluminar incluso las más sombrías calamidades. Capaz de absolutamente cualquier cosa, es el autor que no conoce descuidos, ni el menor ornamento lingüístico, ni ningún efecto vacío. Es el autor que nunca duerme.

Era inevitable que un escritor como Franz Kafka—al que apenas una década después de su temprana muerte muchos consideraban tanto una aparición meteórica como un futuro clásico—despertase un enorme interés biográfico. El acuciante deseo de explicaciones en clave humana que sus textos alientan constantemente se extendió asimismo a la vida privada de Kafka y, por añadidura, a su entorno cultural, político y social. La pregunta era qué tipo de persona sería capaz de crear semejante obra y cómo llegó Kafka a convertirse en esa persona, y durante años esta pregunta legítima estuvo indisociablemente unida a la tácita sospecha de que tal persona no podía ser «normal». Los primeros recuerdos anecdóticos que se conocieron de Kafka parecían reforzar todavía más dicha sospecha. Se decía que estaba obsesionado con la escritura y, sin embargo, en su testamento decretó la destrucción de todos sus manuscritos (aprobamos sin dudarlo—sobre esto reina el consenso—la desobediencia a la voluntad de desaparecer del autor). También parece que Kafka llevó una vida extremadamente convencional y constreñida, la de un funcionario que no se había emancipado de los vínculos familiares, tenía pocos amigos, había visto poco mundo y jamás conoció una relación erótica satisfactoria. Un asceta que se lo jugó todo a una sola carta y que sacrificó literalmente el resto de su vida a una actividad artística altamente especializada cuyos frutos ni siquiera llegaría a disfrutar jamás. No fue alguien por quien querría cambiarse nadie, y menos un escritor.

Esta imagen difusa se fue precisando cada vez más a lo largo de tres cuartos de siglo, y cuanto más convincentes eran las explicaciones sobre la manera en que la obra de Kafka conectaba y dependía de su intrincado mundo judeo-católico y germano-checo, tanto más claras iban tornándose las contradicciones y las peculiaridades de su psicología. Pero sin duda el secreto de su singularísima obra permanece en gran parte intacto, y cualquier esfuerzo por «entender» a Kafka sigue siendo una tarea inabarcable. Con todo, poseemos en la actualidad—como resultado de décadas de investigación multidisciplinar en todo el mundo—una idea muy precisa tanto del hombre como del entorno en el que vivió.

Sin embargo, estas investigaciones no parecen haber causado demasiada impresión en la imaginación popular, donde Kafka sigue siendo el arquetipo por antonomasia del escritor como un bicho raro: apartado del mundo, neurótico, introvertido, enfermo; un hombre inquietante que produce cosas inquietantes. Aunque tan sólo sea un cliché se ha probado inmensamente poderoso, porque pese a que sean sobre todo los medios de masas, ajenos a la literatura, los que mantienen vivos estos mitos, también a los lectores experimentados les resulta sumamente difícil sustraerse de la seducción del estereotipo cultural, basado en cautivadoras imágenes que seguirán vivas mientras nos parezcan atractivas: adoquines mojados por la lluvia, de noche, en un callejón de Praga, al contraluz de las farolas de gas…, montañas de actas polvorientas a la luz de las velas…, la pesadilla de un bicho monstruoso…, todo esto es «Kafka», y da igual lo que nos cuenten los estudios literarios.

Es difícil argumentar contra las imágenes, pero ofrecer imágenes alternativas puede servir para desestabilizar hasta cierto punto su monopolio. Estos 99 hallazgos de la vida y la obra de Franz Kafka lo muestran en contextos infrecuentes, a una luz también poco frecuente, y rara vez nos ofrecen tonos fuertes o suaves. Si los contemplamos uno a uno, no significan demasiado: algunos son tan sólo huellas, y otros son más bien modestas imágenes cuya única virtud es ofrecer una nueva perspectiva sobre cosas conocidas, u ofrecer el reflejo de Kafka en el recuerdo de otros. Pero, en conjunto—y éste es el criterio esencial, según el que fueron elegidos los hallazgos—, inadvertidamente nos alejan de los clichés y nos permiten vislumbrar que tal vez merezca la pena probar otros caminos para acceder a Kafka, caminos que siempre estuvieron presentes, pero que—embarrados de imágenes y asociaciones «kafkianas»—habían caído en el olvido.

En estas páginas el sentido kafkiano de la comicidad desempeña un papel extraordinario y paradigmático. Pues su sentido del humor no siempre es críptico, como podría suponerse a partir de sus inescrutables textos, también es ingenuo, gracioso, como esas películas mudas llenas de golpes y caídas exageradas, y revela el placer que le producían al autor los juegos de palabras y los chistes, así como la destreza en el manejo de los temas, los cambios de perspectiva y las ocurrentes situaciones. Por más que los esfuerzos artísticos de Kafka fueran a menudo mortalmente serios para él, siempre incorporaban un elemento lúdico que le proporcionó mucho placer. Llevó ese juego más allá de las fronteras de la literatura, a cartas, diarios e, incluso, a gestos y episodios de la vida cotidiana, la mayoría de veces con plena conciencia y otras de forma involuntaria, pero siempre con la obstinada coherencia que lo caracterizaba.

En este sentido es cierto que toda la vida de Kafka fue literatura. Precisamente por ello carece de importancia por dónde empecemos para propiciar esa otra mirada sobre Kafka, para acercarnos por otros caminos, menos trillados, al mundo de sus experiencias y a su vida en el lenguaje: tanto da empezar por una inocentada que lo cautivaba, como por los relatos de indios que siguió llevando en el bolsillo aun de adulto, por las rigurosas críticas a la poeta Else Lasker-Schüler, o por la pieza sobre un filósofo que acechaba a los niños para apropiarse de sus peonzas. Decir que todo esto también era Kafka sería una trivialidad. Es mucho más decisivo—y realmente inquietante, aunque en otro sentido muy distinto—que podamos reconocerlo perfectamente en todos estos modestos fragmentos. ¿Cómo, éste es Kafka? Sí, es Kafka.

REINER STACH

Berlín, marzo de2011

PECULIARIDADES

1

EL INFELIZ BENEFACTOR

Una vez, cuando era muy pequeño, había conseguido una moneda de diez centavos y tenía muchos deseos de dársela a una vieja mendiga que solía apostarse entre el reloj grande y el pequeño. Ahora bien, me parecía una cantidad inmensa de dinero, una suma que probablemente ningún mendigo había recibido jamás, y por tanto me avergonzaba hacer algo tan extravagante ante la mendiga. Pero de todos modos tenía que darle el dinero; cambié la moneda, le di un centavo a la vieja, luego di la vuelta entera a la manzana del Ayuntamiento y de los soportales, volví a aparecer como un nuevo benefactor por la izquierda, volví a darle un centavo a la mendiga, me eché nuevamente a correr y repetí dichoso diez veces la maniobra. (O tal vez menos, porque creo que en cierto momento la mendiga perdió la paciencia y desapareció). De todos modos, al final me sentía tan agotado, también moralmente, que me fui corriendo a mi casa y lloré hasta que mi madre me repuso los diez centavos.

Ya ves, tengo mala suerte con los mendigos, no obstante me declaro capaz de entregar toda mi fortuna presente y futura, cambiada en los billetes vieneses de menor valor, a una mendiga junto a la Ópera, siempre bajo la condición de que tú estés a mi lado y que yo pueda sentir tu proximidad.

Entre los numerosos problemas que se hicieron patentes entre Kafka y su amada Milena Jesenská se contaba la relación que cada cual tenía con el dinero. Según le contó Milena a Max Brod: «En una ocasión, le dio una moneda de dos coronas a una mendiga y quiso que le devolviera una corona. Pero como la mendiga dijo que no tenía, estuvimos allí al menos dos minutos pensando cómo íbamos a solucionar el asunto hasta que finalmente se le ocurrió que la mendiga podía quedarse las dos coronas. Pero apenas dio dos pasos, se puso de mal humor. Sin embargo, éste es el mismo hombre que habría sido capaz de darme sin pensarlo, entusiasmado, veinte mil coronas». Este mismo episodio se lo comentó Milena en una ocasión a Kafka, quien se defendió con mucho ingenio trayendo a colación, entre otros, este recuerdo de infancia.

Kafka se reprochaba a sí mismo «tacañería en cosas pequeñas» y lo cierto es que en materia de dinero podía ser tan generoso como mezquino. Le gustaba hacer regalos, incluso dar dinero, pero tenía que ser de manera completamente voluntaria. Difícilmente transigía con un donativo obligado, con un error en el cambio o con gastos hechos sin razón, aun cuando sólo fueran diez centavos.

Praga, Plaza de la ciudad vieja, c. 1880.

2

KAFKA HACE TRAMPA

EN EL EXAMEN DE BACHILLERATO

En su famosa carta al padre de cien páginas, Kafka reconoció que había aprobado el examen final de bachillerato «haciendo trampas». Cómo sucedió lo contó en sus memorias inéditas el médico Hugo Hecht (1883-1970), compañero de clase de Kafka durante muchos años. Especialmente temido—escribe Hecht—era el examen oral de griego. Cierto es que el profesor de griego, Gustav Adolf Lindner, era bondadoso y poco exigente, sin embargo, tenía que presentar a cada alumno un texto diferente para su traducción oral, de manera que eso hacía imposible a los alumnos prepararse para el examen.

Estaba claro que sólo había un camino para aprender lo que necesitábamos, conseguir el cuadernito de notas en el que nuestro profesor de griego (Lindner) guardaba la información anhelada: el texto que le tocaba traducir a cada estudiante, textos de autores de los que nunca habíamos oído hablar en clase. El plan más sencillo parecía sobornar a la joven y atractiva ama de llaves de nuestro célibe profesor de instituto para que le cogiera del bolsillo el cuaderno de notas y nos lo prestara un rato para copiar la parte que nos interesaba del mismo. Juntamos dinero entre todos y se lo confiamos a uno de los mayores de nuestra clase, que ya tenía fama de heroico mujeriego, con el encargo de que trabara amistad con el ama de llaves. Y así sucedió: la llevó varias veces a cenar, a bailar y al teatro, y tres semanas más tarde, una tarde de sábado, esperábamos expectantes en un café cercano el cuadernito de notas. Lo conseguimos, copiamos las anheladas anotaciones, y una hora después el cuaderno volvía a estar en el bolsillo del profesor. Uno de los copistas fue Kafka. Naturalmente todos aprobamos el examen oral de griego con las banderas desplegadas al viento—habíamos tomado la precaución de que los más flojos cometieran algunos fallos y errores a fin de no levantar sospechas—. El presidente de la comisión evaluadora estaba muy contento, al igual que nuestro profesor: éste obtuvo incluso una mención especial por sus extraordinarios resultados con una clase mediocre y estaba visiblemente orgulloso.

Gustav Adolf Lindner.

3

EL TÍTULO DE BACHILLERATO

Kafka aprobó los exámenes para obtener el título de bachillerato (el austríaco Matura o Maturität, ‘certificado de madurez’) en el año 1901, en el Altstädter Deutsches Gymnasium [‘instituto alemán de la ciudad vieja’] de Praga, y fue uno de los alumnos más jóvenes de su promoción. En primer lugar, a comienzos de mayo, los escolares tuvieron que presentarse a cuatro exámenes escritos de las cuatro asignaturas principales: alemán, latín, griego y matemáticas. En julio, poco después de que Kafka cumpliera dieciocho años, continuaron con una serie de exámenes orales en los que se requerían de nuevo traducciones de las lenguas clásicas, a las que Kafka temía tanto como para recurrir a métodos ilícitos para aprobarlas (véase hallazgo 2).

El diploma de madurez de Kafka es poco llamativo y apenas sobrepasa el nivel medio de la nota general: en ninguna asignatura consiguió sobresaliente, y en ninguna obtuvo una nota más baja que bien. Lo que más sorprende es que ni siquiera en la asignatura de alemán pasase de un bien a pesar de que, como demuestran algunas de sus primeras cartas, no cabe duda de que en expresión escrita sobrepasaba con mucho a sus compañeros de clase. También es cierto que para la nota del título de bachillerato contaban ejercicios orales libres, que no eran precisamente el fuerte de Kafka.

Aparte del título de bachillerato propiamente dicho, no se ha conservado ningún otro documento original relacionado con los exámenes necesarios para obtenerlo. Particularmente, no se ha encontrado hasta la fecha su prueba de redacción para el examen de reválida, cuyo tema era: «¿Qué ventajas procuran a Austria su situación en el mundo y las condiciones de su suelo?».

Certificado de madurez o título de bachillerato (cara y dorso).

4

HOTEL KAFKA

El elegante hotel Zum Blauen Stern [‘La estrella azul’], en el Graben, el bulevar predilecto de los alemanes en la ciudad vieja de Praga, constituyó para Kafka el escenario de un recuerdo perdurable. Fue en ese hotel precisamente en el que se alojó Felice Bauer el día de su primer encuentro con Kafka, el 13 de agosto de 1912; él la acompañó hasta allí al término de la jornada de aquel día decisivo, en compañía también del padre de su amigo Max Brod.

Al entrar en el hotel, no sé por qué confusión me metí en el mismo compartimento de la puerta giratoria en el que iba usted y por poco le piso. Luego nos quedamos los tres de pie unos instantes delante del camarero junto al ascensor en el que iba usted a desaparecer enseguida, y cuya puerta estaba ya abierta. Todavía intercambió usted con el camarero unas breves palabras, en tono muy altivo, palabras que, si me detengo a escuchar, aún me resuenan en los oídos. No se dejaba usted disuadir fácilmente de que fuese innecesario tomar un coche para ir a la cercana estación.

En los meses siguientes, cuando Kafka caminaba por el Graben a primera hora de la mañana, como solía hacer de vez en cuando, pasaba por delante «del comedor del Zum Blauen Stern, ya iluminado aunque todavía con las cortinas echadas; alguien mira hacia el interior, deseoso de entrar, pero nadie mira hacia afuera». Mientras que el insignificante episodio apenas debió de tener importancia para Felice Bauer, Kafka lo insertó en una gran red de relaciones simbólicas que extendió entre él y su futura novia con la esperanza de tender un puente entre sus innegables contrariedades y diferencias.

Curiosamente, nada supo Kafka de un guiño del destino de lo más sorprendente. Desde sus comienzos en 1771 el hotel Zum Blauen Stern había estado en posesión de una familia Kafka, y hasta 1930 el propietario se llamó Franz Kafka. Aunque Kafka no fuese supersticioso, sí era muy sensible a tales coincidencias, de modo que jamás debió de conocer este detalle, pues de lo contrario sin duda lo habría mencionado en sus cartas de noviazgo con Felice.

El hotel Zum Blauen Stern.

5

EL GRAN DIBUJANTE

¿Qué tal mi dibujo? Mira, hubo un tiempo en que era un gran dibujante, pero luego empecé a aprender dibujo académico con una mala pintora, y todo mi talento se estropeó. ¡Figúrate! Pero espera un poco, la próxima vez te enviaré algunos viejos dibujos, para que tengas algo de lo que reírte. Aquellos dibujos, en su época—de esto hace ya años—, me dieron más satisfacción que cualquier otra cosa.

Es poco lo que ha quedado de los esfuerzos de Kafka como dibujante, y aun ese poco se lo debemos a la pasión coleccionista de Max Brod, quien conservó incluso los dibujos que Kafka hacía en los márgenes de sus notas de lectura. Lo que más ha impregnado a los lectores de Kafka son sus «hombrecillos filiformes», de estilo expresionista, puesto que dichos dibujos han sido empleados muchas veces para ilustraciones, cubiertas de libros, etcétera.

Algo que se conoce mucho menos es que se ha conservado un autorretrato de Kafka—probablemente hecho a partir de una fotografía—, así como un retrato a lápiz de su madre. Estos retratos están sin datar, pero pueden vincularse con una entrada del diario en 1911, de modo que es muy plausible que Kafka retratara a su madre durante el juego de cartas vespertino con su marido.

Ahora me acuerdo de que las gafas del sueño están relacionadas con mi madre, que por la noche se sienta a mi lado y mientras juega a las cartas me lanza por debajo de sus lentes una mirada no muy agradable. Incluso sus lentes tienen, cosa que no recuerdo haber observado antes, el cristal derecho más cerca del ojo que el izquierdo.

Retrato a lápiz de su madre y autorretrato a lápiz.

6

KAFKA HACE GIMNASIA

CON MÉTODO

Hacia el año 1910 Kafka comenzó a practicar a diario ejercicios gimnásticos y de respiración siguiendo el método del deportista danés y profesor de gimnasia Jørgen Peter Müller (1866-1938). Con su libro Mi sistema. Quince minutos de trabajo diario para la salud, publicado en 1904, Müller cosechó un éxito descomunal; fue traducido a veinticuatro idiomas y sólo la traducción alemana llegó a alcanzar en la época de Kafka una tirada de casi cuatrocientos mil ejemplares. Müller afianzó su éxito con sucesivos libros como Mi sistema para las señoras, Mi sistema para los niños y Mi sistema de respiración.

El sistema de Müller apuntaba mucho menos a la fuerza muscular que al fitness y la flexibilidad. El objetivo era mejorar la circulación de la sangre de todos los órganos del cuerpo, incluida la piel. Los ejercicios podían realizarse en casa, preferentemente delante de la ventana abierta, y no requerían ningún equipo específico. Kafka practicó «Müller» todas las noches durante años, y siguió el programa con férrea regularidad. También intentó convertir a amigos y familiares, y lo logró con su hermana menor Ottla, pero de ninguna manera con su prometida Felice Bauer: aquella rutina gimnástica solitaria simplemente le parecía demasiado aburrida. Aunque a Kafka le diagnosticaron tuberculosis pulmonar en septiembre de 1917, hay testimonios de que prosiguió con los ejercicios de Müller al menos hasta finales de ese año, si no hasta más adelante.

Las ilustraciones proceden del clásico de Müller Mi sistema y muestran al autor realizando sus ejercicios. El hecho de que Müller—a quien en los prefacios de sus libros lisonjeaban diciendo que era el «hombre físicamente más perfecto» y que en sus piezas de periodismo deportivo firmaba como «Apoxyomenos» (la antigua estatua de mármol de un atleta)—exhibiera su propio cuerpo le granjeó burlas en algunos periódicos de la época.

Fotografías del método Müller.

7

PAQUETES PARA MUZZI

En la única fotografía de Kafka con su prometida Felice Bauer, ésta luce un medallón relicario en cuyo interior contenía dos retratos: uno de Kafka y otro de su sobrina Gerda Wilma Braun, conocida como Muzzi.

La familia Braun—la hermana de Felice, Elisabeth (Else), su marido Bernát Braun y la hija Muzzi—vivía desde 1911 en Hungría, primero en Budapest, hacia el final de la guerra en Arad (hoy Rumanía). Felice Bauer visitó a su hermana en dos ocasiones: la primera vez en el verano de 1912—cuando hizo parada en Praga, donde conoció a Kafka—, la segunda en 1917, cuando Kafka la acompañó hasta Budapest.

Puesto que durante la guerra enviar paquetes al extranjero era difícil, dadas las complicadas normas aduaneras y la multitud de prohibiciones existentes, Felice Bauer, que vivía en Berlín, le pidió a su prometido que desde Praga les enviara paquetes a los Braun, entre ellos también uno para Muzzi por su cuarto cumpleaños el 31 de diciembre de 1915. Kafka mandó libros infantiles y presumiblemente algunas golosinas (que a causa de la guerra se habían vuelto muy caras), y la familia Braun le dio las gracias con una fotografía de la pequeña Muzzi retratada como pintora. Kafka escribió a Felice Bauer:

Ayer recibí una carta encantadora de tu hermana, la cual me llena de sonrojo, pues no me cabe mérito alguno en el envío a Muzzi, lo único que procede de mí es la mediocre elección. (Con los veinte marcos los dos paquetes han quedado pagados de sobra, eso por supuesto). Venía adjunta también una bonita foto de Muzzi. Una toma algo fantasiosa. Muzzi con una paleta delante de un cuadro (cigüeña con niño). Qué niña tan inteligente, bonita y bien formada. A la vista de esta foto se me ocurrió que han sido bien pocas y bien malas las cosas que le envié.

Muzzi Braun en 1915 y en 1998.

Al año siguiente Elsa Braun, según parece, escribió a Kafka cartas con peticiones, algo que Felice intentó impedir. Sin embargo, para el siguiente cumpleaños de Muzzi, el 31 de diciembre de 1916, Kafka preparó otro paquete, tal y como indican otras tres cartas a la prometida:

Mañana saldrá el paquete para Muzzi. No, tal vez esperaré a que me hagas otro encargo. Por el momento he colocado juntas las siguientes cosas: dos libros, un juego, caramelos, barquillos de Karlsbad, chocolate. Mi imaginación no da para más. ¿Sería cosa de meter también en el paquete un vestido o algo por el estilo? Pero sobre esto tendría que recibir datos exactos; por otro lado lo que haría es encargar a Ottla que se ocupe de ello.

[…] Esta vez el regalo para Muzzi será especialmente bonito, Ottla se ha encargado del asunto […] Ayer salió el paquete para Muzzi, muy bonito, el único fallo que tiene es que no se encontró ningún juego apropiado, por lo que hemos enviado una caja de piezas para construir. Pero el resto compensa esta torpeza.

8

KAFKA NO PUEDE MENTIR

Durante toda su vida a Kafka le resultó sumamente difícil decir conscientemente una mentira. Al comparar sus diarios con las cartas que escribía en las mismas fechas queda claro que podía no mencionar ciertas cosas o—según fuera el corresponsal—presentarlas bajo otra luz, pero apenas es posible encontrar ningún ejemplo de mentiras explícitas, ni siquiera de mentiras piadosas.

Kafka se permitió una notable excepción a la regla la mañana del 23 de septiembre de 1912. Absorto en la escritura de su relato «La condena» la noche anterior no había pegado ojo, y tanto el agotamiento como la exaltación narcisista después de aquel logro—que él reconoció enseguida como un hito creativo—le impidieron salir hacia la oficina a la hora habitual, en torno a las ocho menos cuarto de la mañana. En lugar de eso le mandó una nota a su superior Eugen Pfohl, explicándole que a causa de una fiebre y un «pequeño desmayo» no podría acudir a la oficina hasta el mediodía, pero que a esa hora estaría allí «seguro» (véase el facsímil, escrito en el dorso de una tarjeta de visita). No obstante, Kafka se quedó en casa todo el día y a la mañana siguiente tuvo que soportar las preguntas de sus colegas preocupados y hacer un poco de teatro.

Kafka sólo podía apaciguar sus escrúpulos con respecto a las mentiras cuando éstas no eran claramente en su propio interés. Así, en otoño de 1917 ocultó a sus padres el brote de la infección de tuberculosis, y para mantener en pie el engaño se vio obligado a proporcionar otra explicación para el descanso de tres meses que le concedieron sus superiores. Kafka aseguró que le habían concedido esa pausa a causa de su «nerviosismo». Que sus padres lo creyeran durante meses hasta que se enteraron de la verdad parece bastante sorprendente, porque durante la guerra, en la que el funcionario Kafka no fue llamado a filas, se le negaron hasta las vacaciones establecidas de dos semanas. Una baja médica a causa de «nerviosismo» era completamente impensable.

Facsímil de la tarjeta dirigida a Eugen Pfohl.

Pero lo que resultaba prácticamente insuperable para Kafka era recurrir a una mentira que perjudicara a otra persona, y sobre todo tener que decírsela a la cara. Por eso en agosto de 1920 no consiguió que sus benévolos superiores le dieran vacaciones para hacer un breve viaje a Viena que Milena Jesenská le pidió desesperadamente, pues para conseguirlo habría tenido que mentir aduciendo una razón inaplazable, a ser posible algún problema familiar.

Jesenská, que en este sentido era menos escrupulosa, le propuso a Kafka que se inventara a un tío Oskar o una tía Klara que estuvieran muy enfermos, incluso podía crear un telegrama falso. Pero aunque Kafka le había asegurado a ella: «Puedo mentir en la oficina, pero sólo por dos motivos, por temor […] o por extrema necesidad», no podía imponérselo en aquella ocasión. Este episodio supuso un punto de inflexión en la relación. Jesenská no se lo perdonó, a pesar de que Kafka intentara más tarde bromear a propósito del asunto:

¿Crees realmente que, aparte de todo, puedo ir a ver al director y hablarle de la tía Klara sin echarme a reír? […] En fin, es totalmente imposible. Suerte que no la necesitamos más. Déjala morir, de todos modos no está sola, Oskar está a su lado. De paso, ¿quién es Oskar? La tía Klara es la tía Klara, pero ¿quién es Oskar? Sea lo que fuere, está con ella. Espero que no se enferme también él, ese cazador de herencias.

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KAFKA BEBE CERVEZA

… he jugado mucho al billar y he bebido mucha cerveza.

[Carta a Max Brod, mediados de agosto de 1907]

La cerveza milanesa huele a cerveza y sabe a vino.

[Diarios de viaje, 1.º de septiembre de 1911]

La cerveza de Lichtenhain en jarra de madera; como hace mucho que Kafka no bebe, la suda.

[Max Brod, diarios de viaje, 28 de junio de 1912]

Cerveza de Lichtenhain en jarras de madera. Olor insoportable cuando se abre la tapa.

[Diarios de viaje, 28 de junio de 1912]

Ya puede humear la carne a mi alrededor, las jarras de cerveza vaciadas a grandes tragos, esas jugosas salchichas judías (al menos aquí en Praga se estilan así, son rollizas como ratas de agua) ser cortadas por todos mis parientes en torno a mí […] todas estas cosas, e incluso mucho peores, no me contrarían lo más mínimo, sino que, por el contrario, me provocan un verdadero bienestar.

[Carta a Felice Bauer, 20-21 de enero de 1912]

Lo que yo necesitaba era que me animaras un poco […] cuando comía con buen apetito e incluso acompañaba la comida con cerveza.

[Carta al padre, noviembre de 1919]

El insomnio, que durante una temporada era casi imperceptible, ha vuelto con energías renovadas desde hace algún tiempo, como podrás juzgar por mis intentos de combatirlo—a veces bebo cerveza, aunque a menudo empeora la situación, otras tomo infusiones de valeriana y hoy voy a recurrir al bromuro.

[Carta a Ottla Kafka, mediados de mayo de 1920]

… hoy en la terraza de la cervecería (sí, acariciaba con los dedos un vasito de cerveza).

[Carta a Ottla Kafka, mediados de mayo de 1920]

Llegamos así a la isla de Schützen, donde bebimos cerveza, yo en una mesa cercana.

[Carta a Milena Jesenská, 8-9 de agosto de 1920]

Cuando oyó hablar de aquello [una excursión de Elli, la hermana de Kafka, y su familia], dijo con ojos fulgurantes como el sol: «Entonces también debieron beber cerveza», pero lo dijo con tal entusiasmo, con tanto placer, que quienes lo oímos disfrutamos más de aquella cerveza que se habrían tomado que los que se la bebieron de hecho. Como les contaba, ahora bebe cerveza en cada comida, y la disfruta tanto que es un placer contemplarlo.

[Robert Klopstock a la familia de Kafka, 17 de marzo de 1924]

Pero también intento hacer las comidas más llevaderas, p. e.—seguro que te gustará saberlo, queridísimo padre—con cerveza y vino. Schwechater doble malta y Adriaperle, aunque este último lo he cambiado por el Tokay. Naturalmente, las cantidades que bebo y la manera de hacerlo no te gustarían nada, tampoco me gustan a mí, pero ahora mismo no tengo más remedio. A propósito, ¿no estuviste en esta región como soldado? ¿Probaste el vino joven de por aquí? Me encantaría beberlo contigo alguna vez, a grandes tragos, como corresponde. La verdad es que aunque no sea yo un gran bebedor, no será por falta de sed, en eso no me gana nadie. Así doy consuelo a mi corazón de bebedor.

[Carta a Julie y Hermann Kafka, en torno al 19 de mayo de 1924]

[Kafka] se siente especialmente honrado ante la posibilidad de beber un vaso de cerveza con su venerable y querido padre. Me gustaría poderlo ver desde lejos. Las frecuentes conversaciones sobre cerveza, vino, (agua), y otras delicias a menudo bastan para embriagarme. Franz se ha convertido en un bebedor apasionado. Apenas una comida sin cerveza o vino. Pero la verdad es que no toma grandes cantidades. Una botella de Tokay, u otra clase de vino para paladares selectos, le dura una semana. Disponemos de tres clases de vino para satisfacer la variedad que requieren los auténticos expertos.

Queridos padres, sólo una rectificación: mi sed de agua (¡que en casa se sirve en grandes vasos después de la cerveza!) y de frutas no es menor que la de cerveza, pero por ahora hay que saciarla despacio.

[Dora Diamant a Julie y Hermann Kafka, 26 de mayo de 1924.

Añadido de la mano de Kafka]

Y, luego, beber juntos «un buen vaso de cerveza», como escribís, de lo que deduzco que padre no tiene muy buena opinión del vino nuevo de por aquí, cosa en la que estoy de acuerdo con él y extiendo a la cerveza. Por cierto, ahora, cuando aprieta el calor, recuerdo a menudo que nosotros fuimos ya en alguna ocasión bebedores de cerveza, bebíamos juntos regularmente, hace muchos años, cuando padre me llevaba consigo a la Escuela Civil de Natación.

[Carta a Julie y Hermann Kafka, 2 de junio de 1924]

Los padres de Kafka sólo descubrieron por indicios indirectos la razón por la que en las últimas semanas de vida su hijo se volvió «un bebedor apasionado»: puesto que padecía tuberculosis laríngea, Kafka apenas podía tragar, y sólo lograba tomar algunos sorbos, con mucho dolor, por lo que estaba siempre sediento. Sobre cerveza escribió Kafka por última vez el día antes de su muerte (véase la carta entera en el hallazgo 97).

En su biografía de Kafka, Max Brod describe con gran detalle sus visitas a la Escuela Civil de Natación, unos baños públicos en el Moldava. Y a Dora Diamant Kafka le habría contado una semana antes de morir: «Cuando era muy niño y todavía no sabía nadar iba de vez en cuando con mi padre, que tampoco sabía nadar, al departamento destinado a quienes no nadaban. Entonces nos sentábamos en bañador en el bufé cada uno con una salchicha y una pinta de cerveza. Normalmente mi padre llevaba la salchicha porque en la escuela de natación eran demasiado caras. Tienes que imaginar a un hombre gigantesco dando la mano a un menudo saco de huesos angustiado, o cómo nos desvestíamos a oscuras en la pequeña caseta de baño, cómo me sacaba luego a rastras, porque yo estaba muerto de vergüenza, cómo trataba de enseñarme supuestamente a nadar, etcétera. ¡Pero después venía la cerveza!».

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LA CANCIÓN FAVORITA DE KAFKA

ADIÓS, OH, CALLECITA DE MI VIDA

Adiós, oh, callecita de mi vida,

¡adiós, amada casa silenciosa!

Mis padres lloran en la despedida

y mi pobre enamorada solloza.

Ya muy lejos ahora me detengo

mientras alegres los otros cantan,

porque añoro el lugar de donde vengo

y su canto mis males ya no espantan.

Bien sé que veré otras ciudades,

y quizá alguna linda doncella,

pero ninguna de esas beldades

será para mí lo que es ella.

Otras ciudades y otras beldades

veo en silencio, desconsolado.

Otras beldades, otras ciudades,

¡ojalá hubiera yo regresado!

La letra de esta canción la escribió el conde Albert von Schlippenbach (1833) y la melodía la compuso Friedrich Silcher (1853). El último verso de cada estrofa se canta dos veces.

Desde Jungborn, en el Harz, donde Kafka se alojaba en el sanatorio Rudolf Just’s Kuranstalt, el 22 de julio de 1912 le escribió a Max Brod:

¿Conoces, Max, la canción «Adiós, oh, callecita de mi vida»? La cantamos esta mañana y la he copiado. ¡Guárdame muy bien la copia! Hay allí mucha pureza y sencillez; cada estrofa consiste en una exclamación y en una inclinación de cabeza.

La copia de Kafka se ha conservado en una hoja suelta; debajo del texto de la canción anotó: «¿Se supone que esto lo escribió un conde de Schlippenbach?». Algunos meses después, el 18-19 de noviembre de 1912, le escribió a Felice Bauer:

Por eso arranco una a una las hojas de mi diario de viaje de este año y, con la mayor desvergüenza, te las envío. Pero voy a intentar compensarte por esto adjuntando una hoja que acaba de caerse del cuaderno, con una canción que cantaban a coro frecuentemente, por las mañanas, en el sanatorio donde estuve este año, de la cual me enamoré, y que transcribí. Desde luego, es muy conocida, seguro que tú ya la conoces, pero vuélvela a leer una vez más. Y devuélveme la hoja en cualquier caso, no puedo pasar sin ella. Qué llena de mesura está la construcción de este poema, pese a su intensa emoción, cada estrofa consta de una exclamación seguida de una inclinación de cabeza. Y que la tristeza de este poema es auténtica, de eso puedo dar fe. Ojalá pudiera retener la melodía de esta canción, pero carezco por completo de memoria musical.

Pentagrama de la canción favorita de Kafka.

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