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Estebanico, un negro en la conquista de la Florida es una novela de aventura histórica en la que José Eusebio Chirino Camacho, con lenguaje sencillo y ameno, provoca a la reflexión, especialmente, al valorar el comportamiento, coraje y voluntad del protagonista, quien a pesar de vivir en época de expediciones, ambición y conquista, y ser parte de ella como esclavo, se creció ante las adversidades y dejó para el futuro sus memorias. Sirvan entonces estas páginas para rendir homenaje a los que murieron en aquellos tiempos y a los que aún continúan luchando por la plenitud de sus más legítimos derechos.
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Seitenzahl: 197
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Edición: Hildelisa Díaz Gil
Diseño de cubierta: Jorge V. Izquierdo Alarcón
Diseño de interior y realización: Yudelmys Doce Rodríguez
Corrección: Catalina Díaz Martínez
© José Eusebio Chirino Camacho, 2020
© Sobre la presente edición:
Casa Editorial Verde Olivo, 2022
ISBN: 9789592244641
El contenido de la obra fue valorado
por la Oficina del Historiador de las FAR.
Todos los derechos reservados. Esta publicación
no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,
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de la editorial.
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Casa Editorial Verde Olivo
Avenida de Independencia y San Pedro
Apartado 6916. CP 10600
Plaza de la Revolución, La Habana
volivo@unicom.co.cu
A la memoria de Julio Gabriel Verne, en el 114 aniversario
de su muerte, el 24 de marzo de 1905.
A mi esposa María Julia, por su apoyo incondicional.
A Hildelisa, por la esmerada edición del texto.
A todos los que de una forma u otra han apoyado
la publicación de estas páginas.
Cuando José Eusebio Chirino Camacho me pidió prologarEstebanico, un negro en la conquista de la Florida, tanto fue mi asombro que aún no estoy convencida de este gran premio.
Este autor, hombre de incesantes búsquedas, más que en mí, de nuevo encontró en Verde Olivo la editorial exacta donde publicar su aventura, género que cultiva con sabiduría y que ya loslectores distinguen desde el 2018, por lasAventuras del Pelú deMayajigua.
Estebanico… remarca la acuciosa investigación de Chirino e impone al lector curiosidad por conocer cómo se las ha agenciado para «jugar» con la realidad, porque sumergido en la narrativa y la aven-tura permite apreciar los pasajes históricos sin abandonar los hechos.
Así es la presente obra. Es querer descubrir personajes desconocidos, aunque en adversidades de la vida y truncas las esperanzas de Esteban, que lo llenaron de fuerzas y voluntades para sobrevivir en una etapa tan difícilcomo la esclavitud. Enfrentamientos, ataques, el milagro de escapar,en fin la vida era un infierno para Estebanico, como lo llamó su amo.
Entre aventuras y desventuras nació el protagonista de estas páginas, quien pudo ser cualquier negro de la época. El escritor por la manera en que narra una época poco divulgada motiva a descubrir y valorar, además a convertirnos igual que él, en un empedernido aventurero de la historia y sus realidades.
Por eso le agradezco hacerme cómplice de lo que escribe, pero también a guardar para siempre la satisfacción de haber cumplido con unhumilde yaguajense, orgulloso de su terruño e hijo del general Serafín Sánchez como yo.
Gracias Eusebio, por lo que aportas a la historeografía de nuestra patria.
Teniente coronel
Ana Dayamín Montero Díaz
En este libro el lector encontrará una novela de aventura histórica que revela un hecho real y aunque es una versión libre, el escenario y los personajes forman parte de lo que aconteció durante el siglo xvi, época de expediciones, ambición y conquista.
Durante todo el texto, Estebanico nos ayuda a reflexionar con su comportamiento; pues, a pesar de las circunstancias que lo acompañaron a lo largo de toda su existencia, mostró valor, voluntad y deseo de vivir, independientemente del derrumbe de sus más preciadas aspiraciones como ser humano. Aun, cuando todo debe verse en retrospectiva, determinados diálogos con sus interlocutores u otros momentos se apreciarán en presente, tal y como fueron vividos por el protagonista.
Será interesante conocer por una parte, a algunos de los representantes de «mano dura y torturadora» de la colonización de aquella época y su significado. Por otra, el batallar de las víctimas del despojo y la esclavitud, tratando de lograr su libertad, acontecimiento inspirador que hizo regar sangre generosa en toda la América.
El encuentro entre dos mundos engendró muerte y dolor e hizo que nacieran nuevos pueblos; algunos de los cuales, aún no poseen su completa independencia.
«El Naufragio», informe de la autoría de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que envió al rey de España, Carlos I (1516-1556), fue la principal fuente que consulté, para dar mayor veracidad a cuanto se narra. En dicho escrito, Alvar Núñez ofrece sus testimonios sobre el descalabro de la expedición dirigida por Pánfilo de Narváez a la Florida, en 1528.
Por razones lógicas, utilicé el idioma actual y mi imaginación, con la intención de que sea bien comprendido por el segmento social al que va dirigida: la juventud, aunque puede ser atractiva a otro tipo de público.
Con una narrativa sensible, se podrá visualizar lo trascendente del paso por el mundo de Estebanico. Él confiesa sus vivencias como si estuviera a nuestro lado y, en ocasiones, se remonta al pasado, con sus alegrías o sufrimientos, lo que propicia cierta complicidad con el lector.
Las costumbres entre los aborígenes y, las tristezas y miserias que llegaron con los colonialistas, contrastan con los maravillosos paisajes de una naturaleza virgen, que ayudan a mitigar las secuelas de una ocupación que hizo considerables estragos en toda nuestra región.
Los actos de heroicidad frente a tan desgarradores hechos, servirán para considerar a los antepasados y cuidar el legado dejado por ellos, conscientes de que en la Isla la intervención foránea no será permitida jamás por los cubanos.
Si se logra tal objetivo, estas páginas, recogidas por la historia, serán de utilidad para enriquecer los saberes sobre lo que representó el «descubrimiento» y para realizar un justo homenaje al primer hombre negro que puso sus pies en Norteamérica.
El autor
Llegamos al puerto de Azemmour en Marruecos aproximadamente en enero de 1525, con el barco deshecho, variosdesaparecidos, cuantiosos muertos y heridos a bordo, incluyendo a su dueño, el capitán portugués, don Luis Ignacio Da’ Silva; a quien me aliaron por obligación. Fue él quien rompió la alegría de mi infancia y quien destruyó mi identidad al trasladarme a rastras y amarrado hasta su maldita nave, cazado como una bestia. Siendo ya su esclavo, me decía simplemente el Negro.
Unos días atrás, cercanos a las costas somalíes, fuimos atacados por una embarcación pirata, de la que pudimos escapar de milagro. Me parecía mentira que fuera yo uno de los pocos que salió bien de aquella batalla, en la que solo el prodigio divino hizo que un cañonazo nuestro desbaratara la proa enemiga y, se hundiera de inmediato, ante nuestras narices.
Vi tantos cuerpos a flote que sentí pena por los que no habían muerto; porque, aunque nadaran y sus voces alcanzaran el mismocielo, estaban destinados a que el «infierno azul» los tragara. Después… mucha sangre en el piso, gritos de dolor, amputaciones a sangre fría, y solo esperar a que la mano de Dios nos llevara a puerto seguro. Así fue mi vida. Así, siempre fue mi aventura. Así fue, hasta arribar a Azemmour, un puerto seguro.
Nací y me crié hasta los quince años en el norte de África, en una tribu berebere o Amazigh (significa hombre libre en esa lengua), época de la cual apenas conservo el recuerdo del abuelo con sus cuentos de los pueblos viejos; las grandes caravanas por aquel terreno desolado, quemante, amarillo, violento, que tragó a tantos seres de mis ancestros; los oasis colmados de palmeras y dátiles; y del desierto, que se pierde entre la salida y la puesta del sol, para traer noches bien frías. En esos parajes de escorpiones y serpientes crecí.
La imagen de aquel viejo guerrero, que peleó y murió al pie de la costa, defendiéndome de los cazadores de negros jóvenes, para hacernos esclavos y vendernos al mejor postor, todavía permanece en la memoria en mis tristes noches, ¡ay abuelo mío, te llevo en el corazón!
De mis padres no tengo referencias, porque fue el anciano quien estuvo siempre a mi lado, y de ellos nunca habló. Han pasado desde aquellos años, muchas, pero muchas cosas y… ahora, que voy tocando la vejez, es que resuelvo dejar constancia de una vida, que al mirarla desde esta edad, parece irreal.
Hay sucesos imborrables y únicos que deseo trasmitir y que apenas, un analfabeto como yo podría relatar de no haber sido por la noble labor del padre José Ramón Artiles, hombre culto y amante de Cristo, defensor de los aborígenes y que manejaba la pluma con excelente maestría. Él iba leyéndome cada cuartilla que salía de mis sentimientos y así brotó a la luz esta historia…
En el puerto de Azemmour, es donde «nace» Esteban. Mi nombre era Jasen; aunque este murió el día en que después de sacarme de mi país, me vendieron al español Andrés Dorantes, quien estaba de visita en la ciudad. Él comenzó a llamarme Estebanico.
Los portugueses que me capturaron y domaron como a un animal salvaje, trayéndome a este quehacer entre marineros, me decían sencillamente el Negro Esteban, más tarde, Esteban el Moro, pues en realidad no era tan negro.
Transcurría enero de 1525 y, en el momento de la transacción, el portugués me calculó unos veintitrés años, o sea, debí llegar al mundo en 1502. Hace casi seis que navego con Da’ Silva por toda la costa y de puerto en puerto. En esa etapa aprendí mucho sobre el arte de la marinería y de una tripulación que, no sé por qué, se apegó a mí y en la práctica no sentí que era un esclavo.
Logré desenvolverme muy bien como marinero de cubierta; en el trasiego con cargas en los muelles; en el arriar de las velas, los nudos y amarres con los cabos, y en muchas ocasiones, al lado del timonel. Estas labores hicieron que me enamorara del oficio.
En poco tiempo y como hombre de mar, enfrenté varias tormentas y participé en maniobras contra barcos piratas; en algunas, a cañonazos, de los que salimos airosos por la velocidad en que nos desplazábamos.
Los cañones eran muy ruidosos y con sus disparos y explosiones, sentías que todo se hundía; no obstante, desafiábamos el peligro.
Tuve ciertos pleitos; sin embargo, mi fortaleza permitía enfrentarme a los marinos blancos y borrachos.
Ese viajar entre personas, en ocasiones muy crueles, me fue entrenando hasta el punto de manejar con destreza el cuchillo. La vida sobre cubierta es muy aterradora, y se hace imprescindible aprender a pelear con lo que encuentres: un cuchillo, una navaja, un madero, una espada, hasta con los puños; porque las riñas eran generalmente a muerte. Mientras los contrincantes se golpeaban o herían, algunos patrones, quienes debían mantener el orden, gozaban de la «fiesta»; existía poca risa en esas pestilentes naves.
La amenaza de un marino ebrio y agresivo te acechaba todo el tiempo, sin importar que fuera el compañero más cercano en el dormitorio o en las faenas diarias. Eran hombres que, en su mayoría, abordaban un barco después de cometer alguna fechoría que no les permitía mantenerse en tierra fuera de la ley; otros, buscaban fortuna y, los menos, lo hacían por vocación.
De todo, lo más que me atrajo y me atrae aún, es la mirada de los paisajes costeros: ora de manglares, ora de arenales que se pierden en el horizonte, ora de pedregales y quebradas, ora de montañas sin vegetación o desiertos amarillentos… No sé por qué el batimiento de las olas en los acantilados y los amaneceres en el mar, me inspiraron siempre paz.
El Mediterráneo es un mar precioso y difícil al mismo tiempo. El silencio de la navegación a vela sobre sus aguas, puede encerrarte en un embrujo. Te sientes como salido del mundo de los hombres. La brisa, cuando te da en la cara en las tardes, invita a dormitar. Sin embargo, en el convulso universo en que me desenvolvía, existían pocos momentos para esos placeres, aunque los aprovechaba siempre que la vida a bordo y el trabajo duro lo permitían. En diferentes momentos me eché al mar y a sus azules aguas, esas en las que nunca se sabe en qué lugar exacto se unen con el cielo.
No puedo negar la enorme influencia que tuvo en mi formación el fuerte carácter del patrón que me capturó en mi tierra, don Luis Ignacio Da’ Silva, propietario y señor de la carabela Fátima, que me sirvió de hogar tantos años. Llevo su imagen en el corazón, porque no puedo olvidar lo que eso significó en mi vida.
En aquel navío de bodegas llenas con tasajos, bacalaos, chorizos; barriles de harina y gofio; toneles de buen vino y especias; leña bien cortada y almacenada; alquitrán; maderas y otro sinnúmero de utillajes, se exhalaba un olor a puro océano. Jamás he dejadode percibir esos olores del mar; en tierra firme no los siento.La última batalla me trajo la suerte; pues el señor Da’ Silva, al perderuna pierna, se deshizo de todo para echar su vejez en la ciudad y, entre otras cosas, me vendió —como ya saben— al noble español, el señor Dorantes.
Él, comenzó a tratarme diferente a todos los que antes se cruzaron en mi camino. Me convirtió en su ayudante personal y me cobijó en su propio aposento. Los días y noches que vinieron a continuación, fueron de buena ventura.
Nos hospedamos en la hostería más amplia de Azemmour y, aunque el calor era sofocante y las jergas constantes, por el gentío que llegaba de todos los confines, se comía bien y había mujeres hermosas a disposición.
Los pleitos de los marinos etílicos y contrabandistas, se repetían; pero, mi buen amo, apenas bajaba a la cantina, y se dedicó a darme lecciones en el manejo de la espada. En más de una ocasión logré dominarlo en la esgrima. Por mi parte, lo entrené en el uso del cuchillo como arma de defensa y así nació una relación más familiar entre ambos.
Por primera vez supe lo que era acostarse con una mujer y, no puedo negar que me envicié, a tal punto que un día el capitán, quien pagaba todos mis gastos, me negó rotundamente este tipo de relaciones, porque a pesar de la buena alimentación, me notaba muy flaco y con ojeras.
Había una bella muchacha rubia, portuguesa, que se apegó a mí de tal manera, que sufrimos mucho la separación. Ella era explotada por el propietario de la hostería. No faltaron los desafíos por el color de mi piel y mi condición de esclavo. Dorantes, tan gentilhombre jamás permitió que yo peleara. Mientras vivimos allí, Leonora y yo nos amamos mucho.
En las noches, mi dueño me contaba acerca de su procedencia, parientes y estudios. Yo no tenía idea de lo que significaba esta última palabra. Con sus explicaciones, supe que era todo muy parecido a los largos espacios que los viejos de la tribu les dedicaban a los niños y jóvenes, para relatarles sobre las cosas pasadas y enseñar a hacer herramientas, sacar leche y carne de los camellos, secar los dátiles y pescar con afiladas lanzas de madera dura creadas por ellos. La diferencia estaba en que, según don Dorantes, en España, tierra que yo ni tenía idea de que existía, se aprendía en edificios que les llamaban escuelas y tenían maestros que no eran como los viejos de las tribus. Según él, se había formado en los mejores colegios de su querido terruño.
Ya conocía el sentido de la palabra riqueza, pues era muy mencionada en las noches; cada marinero tenía su idea de cómo llegaría a ser rico, cómo viviría y qué propiedades iba a poseer. Sueños de hombres destinados a envejecer en las bodegas de los barcos o a morir jóvenes en el batallar constante donde prevalecía la imagen del valiente que se enfrenta a todo.
El español me demostró con sus cuentos y su predominio en aquella ciudad, que él sí era poderoso y con muy buen lugar en la sociedad, pues pertenecía a la nobleza y, era un alto oficial de la marina de su país; ostentaba los grados de capitán.
—Nací, querido amigo Estebanico, en Béjar, Salamanca, España, en el año de 1500 y fui bautizado con el nombre de Andrés Dorantes de Carranza. Soy hijo del muy mencionado por su caballerosidad, don Pablo Dorantes— hizo una larga pausa, como recordando sus mejores años y, continuó:
—Me alisté en las academias de mar y salí formado como oficial. Ando de paso por el Mediterráneo, dirigiendo una tripulación que trafica vinos y cueros; pero, debo comunicarte un secreto, y es que realmente espiamos la capacidad, el poder y las debilidades de la marina guerrera de Portugal. No soy rico, aunque, vivo a la altura de los nobles. En lo adelante, seremos como dos hermanos; aunque tú seas un negro grande y fuerte y, yo, un español blanco y huesudo. En cada paraje tendrás tus faenas y solo nos juntaremos en las noches. Yo haré mis fisgoneos y tú harás los tuyos y, así, entregaremos las informaciones a laCorte sobre la fuerza de la marina portuguesa en este mar, ¿comprendes? Nadie podrá saber nunca de nuestras reales tareas y si traicionaras mi confianza, lo pagarás con la vida.
Confirmé con la cabeza, sin embargo, no sé si lo percibió, porque se viró hacia la pared, y no demoró en hacer unos ronquidos como de camella pariendo. Yo estuve en mi camastro hasta que dejó de escucharse la bulla en la hostería, que debió ser tarde en la noche y, como de costumbre, siempre que mi dueño dormía, me deslizaba por los pasillos hasta la cama de Leonora, donde estábamos amándonos hasta que el sol empezaba a enrojecer el horizonte.
A la mañana siguiente, ingresaba en la rada una flotilla. Desde mi ventana divisé el barco principal rompiendo las olas con todo el velamen abierto, empujado por los vientos del noroeste y, detrás, cuatro más. Por las banderas comprobé su procedencia. El amo aún dormía.
—Señor, señor, despierte, que están entrando buques de la armada portuguesa al puerto; señor, despierte…
Dorantes, se irguió en la cama al instante, se dirigió a la ventana y observó lo que sucedía. Eran los navíos más grandes que había visto hasta ese momento.
Observamos toda la maniobra de atraque. Eran lentos por su aparente calado y se notaba en ellos una vela de considerable tamaño, rectangular, en el mástil o palo mayor muy alto y dos palos más, con velas cuadradas. La mayor o capitana, tenía dos puentes y en el englo-be del casco sobresalían muchas bocas de cañón.
—Son carracas, con ellas quieren ahora dominar el mundo estos jodidos portugueses. ¿Te fijas?, poseen castillo de proa y castillo de popa y por su alargada eslora y ancha manga, entre una y otra, tienen ese gran combés que les permite cargar mucho en cubierta. Están muy bien artillados y, aunque las otras cuatro son un poco más pequeñas, no deja de ser una gran flotilla. Hoy comienza tu trabajo. Sabes bien lo que es un barco por los años que has navegado, así que debes escurrirte por sus costados en el puerto y lograr contar los cañones que poseen, la dureza de sus cascos y, en especial, medir con pasos su tamaño. Yo, por mi parte, buscaré algunas rameras a las que pagaré muy bien para que les saquen más información a los marinos. Ves, ya eres un personaje importante para la Corte española. No sé por qué Dios me dice que serás fundamental para mí.
Después de decir esto, se fue a su aseo y yo quedé orgulloso ante él, porque comenzaría a serle valioso.
Al terminar de ingerir algunos pedazos de pan duro con chori-zos y cerveza, salimos y nos separamos en una callejuela cercana a la hostería.
Era la primera vez que me sentía libre al caminar por las calles sin patrón que me vigilara, y supe que podría escaparme; pero, no sé por qué, la confianza depositada en mí, por aquel gentilhombre, me quitó la idea de la cabeza; entonces, comprendí que Dorantes dejaba de ser mi dueño para ser un amigo, y proseguí al atracadero.
Aquellas arterias estrechas de la localidad parecían laberintos entre casas de barro, pintadas de color blanco y los bordes de puertas y ventanas, de diversos matices… Había mansiones enrejadas que debían ser de personas muy acaudaladas.
Los vendedores de telas, ánforas, instrumentos musicales, frutas y variadas cosas, se agrupaban en determinados lugares con sus pregones, que semejaban coros… No faltaban los encantadores de serpientes con sus flautas.
Como andaba solo por la ciudad, algunos lugareños me miraban con rareza, quizás por mi color y transitar independiente.
El puerto era de dominio portugués, por lo que no había escoltas o guardianes cerca de las embarcaciones, solo se notaba el movimiento de las tripulaciones. Las cinco que yo debía investigar estaban en fila, amarradas de las grandes argollas que salían del piso de la escollera. Nadie se percató de mi presencia; ¿qué le podría importar un negro joven a aquellos marinos que se movían con gran velocidad en sus faenas, locos por terminar para bajar y encontrarse con los buenos vinos y las mujeres?
Se notaban los chorros de agua que, producto de la limpieza de pisos en cubierta, salían por las escotillas, mientras la superficie del río Oum Er-Rbia (en lengua árabe «madre de la primavera»), donde estaba la rada, se ennegrecía de suciedad. La ciudad había sido construida al borde de la corriente, muy cerca de la costa, hacía cientos de años.
Me escabullí por entre mercancías y grandes bultos, maderas, sacos y barriles, confundiéndome con los marinos de otros barcos que, atracados, hacían trasiegos de carga o descarga en ellos. Al fin, pude acercarme a mi objetivo.
A la nave capitana le conté setenta y dos pasos largos y treinta y tres bocas de cañón por babor, lo que me hizo entender que tendría la misma cantidad a estribor. La madera era de tablones gruesos, con un color oscuro, de una pintura que no pude identificar. Era realmente una fortaleza que flotaba. Los otros cuatro más pequeños, medían cincuenta y seis pasos grandes y poseían veinte cañones por cada lado. La misma madera y la misma pintura con muy buen calafateo, que les hacía muy impermeables. En el combés de la principal, conté seis botes de desembarco y le calculé una manga de veinticuatro pasos y, en los otros, cuatro botes y unos diecisiete pasos. Eran de excelente fabricación.
Ya al atardecer apareció Dorantes, nos sentamos en el umbral de la ventana y con la mirada hacia el puerto, lleno de embarcaciones, le fui ofreciendo los datos que había tomado y contestándole otras preguntas sobre el asunto. Luego de un momento de silencio, con la mirada fija en el horizonte, me dijo:
—Estebanico, pienso que tendremos una larga vida juntos… Hoy eres mi esclavo y como te compré lo serás siempre; no obstante, llegaremos a ser muy buenos amigos, hermanos.
Se marchó bajando por la escalera hacia la taberna de la hostería.
La flota de la armada portuguesa partió a la semana siguiente y le dejó a mi capitán información valiosa. Con posterioridad vinieron otros días de orgías, noches de amor y cervezas; hasta la mañana en que Dorantes me levantó para comunicarme que saldríamos hacia España de inmediato.
No tenía otra idea de aquel país, que la contada por mi antiguo patrón y las anécdotas del actual. Ya había trabajado para ese reino y sentía la necesidad de conocerlo. Un nuevo mundo abría sus puertas.
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