Estrategias militares de Estados Unidos y la inseguridad global - Leyde E. Rodríguez Hernández - E-Book

Estrategias militares de Estados Unidos y la inseguridad global E-Book

Leyde E. Rodríguez Hernández

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Beschreibung

En esta obra se evalúa la génesis y evolución de las concepciones estratégicas y doctrinales de la política exterior estadounidense desde 1945 hasta 2022, a partir de la dinámica de las relaciones internacionales de cada momento histórico. Se establece, en un marco temporal abierto, una periodización histórica de los planes estadounidenses de militarizar el espacio cósmico o crear una "defensa" antimisil, para así destacar la contribución de cada administración y sus doctrinas.

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Veröffentlichungsjahr: 2023

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Edición, corrección y diseño: Jadier Iván Martínez Rodríguez

Todos los derechos reservados

© Leyde E. Rodríguez Hernández, 2023

© Sobre la presente edición:

Ruth Casa Editorial, 2023

Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio, sin la autorización de Ruth Casa Editorial. Todos los derechos de autor reservados en todos los idiomas. Derechos reservados conforme a la ley.

ISBN: 9789962740254

Obra editada por:

Ruth Casa Editorial

Calle 38 y Ave. Cuba, Edif. Los Cristales, Oficina No. 6,

Apdo. 2235, Zona 9a, Panamá

www.ruthtienda.com

www.ruthcasaeditorial.com

[email protected]

Sinopsis

En esta obra se evalúa la génesis y evolución de un fenómeno relacionado con las concepciones estratégicas y doctrinales de la política exterior estadounidense desde 1945 hasta 2022, a partir de la dinámica de las relaciones internacionales de cada momento histórico. Se establece, en un marco temporal abierto, una periodización histórica de los planes estadounidenses de militarizar el espacio cósmico o crear una “defensa” antimisil, para así destacar la contribución de cada administración y sus doctrinas a la estrategia antimisil de los Estados Unidos.

La importancia y el valor de este libro es notable, precisamente, por la importancia que tiene el estudio de esta estrategia para las instituciones académicas, la política exterior de Cuba y la historiografía en general, pues el militarismo influye de forma decisiva en la transformación multipolar del sistema internacional del siglo XXI, teniendo en consideración su alcance perspectivo en la hegemonía de los Estados Unidos y en la dinámica de sus complejos vínculos con las principales fuerzas actuantes del escenario mundial: China, Rusia, Unión Europea, entre otras potencias medias o emergentes. Este hecho y sus consecuencias podrían estimular nuevos tipos de alianzas militares y de seguridad regionales, que alterarían el orden y las características del escenario internacional actual.

Sobre el autor

Leyde E. Rodríguez Hernández. Licenciado en Relaciones Políticas Internacionales (1992, La Habana). Máster en Historia Contemporánea y Relaciones Internacionales (2001, La Habana) y Doctor en Ciencias Históricas (2002, La Habana). Diplomado en Estudios Sociales (2007, La Habana). Es profesor de Teoría de las Relaciones Internacionales y Política Internacional Contemporánea en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García”, La Habana, Cuba.

Es autor de los libros: De Truman a Trump: Militarismo sin Fronteras. Ediciones Política Internacional, ISRI, La Habana, 2022; Un Siglo de Teoría de las Relaciones Internacionales. Editorial Félix Varela, La Habana, 2017; La defensa antimisil de los Estados Unidos, Editorial Publibook, Paris, 2011; De Truman a Obama: Poder, Militarismo y Estrategia Antimisil de los Estados Unidos, Editorial Letra Viva, La Florida, 2013. Estados Unidos, e Insurrección de la Palabra: Crónicas de Política Internacional, Editorial Letra Viva, La Florida, 2013. Es co-autor de los siguientes libros: Los Actores Globales y el (Re) descubrimiento de América Latina. Icaria Editorial. Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales. Ediciones CRIES, Barcelona, 2020; Los problemas de seguridad en el mundo. Editorial Verde Olivo, La Habana, 2022; Chromatikon VI. Anuario de Filosofía en Proceso. Les Éditions Chromatika, 2010, Louvain-la-Neuve, Bélgica. Ha publicado numerosos artículos y ensayos en revistas especializadas, periódicos impresos y digitales de España, Francia, Estados Unidos, Bélgica, Suiza, Argentina, Venezuela y Cuba, entre otros países.

Entre las responsabilidades que ha desarrollado se encuentran: Vicerrector de Investigación y Postgrado del Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa Garcia” (ISRI). Vicepresidente del Consejo Científico de ISRI. Presidente del Consejo de Redacción de la Revista Política Internacional. Presidente del Consejo Asesor de Política Exterior del Minrex (CAPE). Cumplió misiones diplomáticas en la República Democrática del Congo, República del Congo y Francia. En su blog: “Visiones de la Política Internacional”, aparecen publicados sus frecuentes trabajos sobre temas internacionales.

Índice

Página legal

Sinopsis

Sobre el autor

Prólogo

Introducción

Capítulo I

La bomba atómica y la estrategia nuclear en la política exterior de los Estados Unidos

El militarismo espacial y la “defensa” antimisil

Capítulo II

La administración de Ronald Reagan: la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) o “Guerra de las Galaxias”

Iniciativa de Defensa Estratégica. Plataforma hacia el Sistema Nacional de Defensa Antimisil

Componentes. Concepciones políticas y militares de la IDE

La reacción de la URSS a la IDE

La IDE y el Tratado ABM

Las nuevas tecnologías de armamentos y la IDE

Capítulo III

De Clinton a Biden: los planes para el despliegue de un “nuevo” Sistema Nacional de Defensa Antimisil

La geopolítica del espacio y el unilateralismo hegemónico de la administración de George W. Bush

El 11 de septiembre y el despliegue del sistema antimisil

El espejismo Obama: ¿Una nueva política exterior?

Exacerbación del unilateralismo y la militarización del espacio exterior en la administración de Donald Trump

¿Biden es Trump? Las orientaciones estratégicas de la administración Biden

Conclusiones

Glosario

Bibliografía

Libros

Ensayos y artículos en publicaciones periódicas y en sitios web

Despachos cablegráficos y comentarios de prensa

Documentos

Prólogo

La obra que el lector tiene en sus manos es resultado de una acuciosa investigación realizada sobre la base de la conjugación lograda por un esfuerzo personal creativo entre el ejercicio docente y el quehacer investigativo, ahora plasmada en una reciente y actualizada versión, que amplía el foco analítico inicial y extiende hasta el presente las reflexiones que, en el texto original, concebido hace más de diez años, tenían un alcance temático más limitado. El autor ha dedicado la mayor parte de su actividad profesional al estudio y a la enseñanza de la teoría de las relaciones políticas internacionales, pudiendo considerársele hoy como un destacado catedrático de esa disciplina en las universidades cubanas.

Leyde Rodríguez Hernández ha dado continuidad al camino que desbrozó el inolvidable Roberto González Gómez, el “Maestro”, de quién estuvo muy cerca, aprendiendo de su experiencia y conocimiento en el terreno de la historia mundial y la política internacional. A ambos profesores corresponden, por cierto, los dos libros sobre los paradigmas teóricos referidos a la sociedad internacional, a los procesos y las relaciones que la conforman, que han servido de soporte bibliográfico a numerosos cursos de pregrado y posgrado, gracias a los cuales los estudiantes han orientado su comprensión acerca de asuntos complicados, como, entre otros, los conceptos de política exterior de los Estados, geopolítica, sistema internacional, o los enfoques realistas y neorrealistas, los constructivistas y los concernientes al idealismo internacionalista, la interdependencia compleja, el sistema-mundo, el marxismo y, en general, las teorías enmarcadas en el pensamiento crítico contemporáneo. Haciendo camino al andar entre el aula y la biblioteca, no fue casual que Roberto escribiese unas notas, a modo de prólogo, de la versión embrionaria de lo que ahora es Estrategias militares de Estados Unidos y la inseguridad global. De alguna manera, la esencia de aquellas notas y, sobre todo, la inspiración que las animó están presentes en estas líneas. Si bien en su concepción inicial el libro se titulaba De Truman a Obama. Poder, militarismo y estrategia antimisil de los Estados Unidos, circunscribiéndose a un período anterior y a un ámbito más específico, su contenido fundamental, su lógica interna y eje interpretativo son los mismos, pero ahora actualizados hasta la administración Biden.

La diferencia entre ambas versiones consiste, básicamente, en el grado de actualización, con lo cual se hace aún más clara la continuidad, por encima de ajustes y modificaciones, del proceso de militarización de las proyecciones de los Estados Unidos, sostenida a través del tiempo por la economía política del imperialismo norteamericano y sus expresiones institucionales en el llamado complejo militar-industrial, en el cual se entrelazan grupos financieros, corporaciones transnacionales, centros de pensamiento académico y estructuras gubernamentales. De ahí que el texto, tanto en su versión inicial como en la actual, como escribiera Roberto González ayer, “constituya una contribución importante a la bibliografía sobre esta temática específica, sobre la política exterior y de defensa de los Estados Unidos, en ese vínculo indisoluble con su estrategia de seguridad nacional”. Queda claro que Rodríguez Hernández no detuvo su empeño investigativo, sino que, por el contrario, prosiguió la búsqueda y el escrutinio de la copiosa bibliografía sobre el tema, con la intención de captar y explicar el proceso de militarización en todo su despliegue y dinamismo.

En función del propósito sugerido desde el título, en el libro se examina, a través de sus tres capítulos: a) la concepción geopolítica que sostiene la proyección exterior norteamericana con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, durante el período conocido como Guerra Fría, en cuyo diseño ocupa un lugar central la estrategia nuclear, desde los gobiernos de Harry Truman y Dwight Eisenhower, en los cuales se fija el principio de la contención al comunismo como pivote de la militarización y de la carrera armamentista; b) la definición de la plataforma conceptual y operacional que propicia la articulación del sistema nacional de defensa antimisil en torno a los componentes políticos y militares de la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE), bajo la administración de Ronald Reagan, al calor de la Revolución conservadora; c) el desarrollo de las tecnologías de armamentos y de las concepciones geopolíticas que se proyectan hacia el espacio exterior durante el gobierno de William Clinton, y la guerra global contra el terrorismo y el despliegue del sistema antimisil, en el período de George W. Bush; d) la “nueva” narrativa internacional del imperio, con Barack Obama, y el giro hacia el empleo de la fuerza y la militarización en todos los espacios por parte de Donald Trump y Joseph Biden. Ese es el hilo conductor, podría decirse de la manera más sintética, del análisis que lleva a cabo Leyde Rodríguez, mostrando al lector una pauta de continuidad, que no ignora los cambios.

No corresponde al prologuista de una obra ir más lejos, en cuanto a comentar los contenidos del libro, lo cual le atañe al autor, quien expone con seriedad y concisión los hallazgos de un notable esfuerzo investigativo que alimenta la historia de la militarización de la política exterior norteamericana. Las líneas que siguen solo intentan transmitir a aquellos que decidan emprender su lectura algunas pistas, con sentido no exhaustivo, sino selectivo, que les sirvan más bien de complementación y que les estimulen en ese camino. No tendría sentido adelantar o repetir lo que explica con profundidad y erudición el autor. Valdría la pena, sin embargo, resaltar algunos aspectos que le confieren un valor especial al texto, como recurso para motivar su lectura por parte de estudiosos o interesados en el tema, que podrían considerarlo como muy especializado.

En realidad, se trata de una investigación de carácter, fundamentalmente, histórico y politológico, estructurada a partir de la teoría de las relaciones políticas internacionales, que recorre de modo panorámico el período de la Guerra Fría y de la llamada posguerra fría, actualizando la expresión de las pretensiones mundiales hegemónicas de las distintas administraciones estadounidenses, hasta la actualidad. Y aunque la temática posee un definido componente técnico, el autor consigue evadir los tecnicismos y exponer de manera comprensible, dentro de las coordenadas del lenguaje de las ciencias sociales, sus análisis.

En el transcurso de la lectura de sus capítulos se encontrarán suficientes datos y ejemplos sobre el avance científico y tecnológico adquirido por los Estados Unidos en su estrategia militar global y, en particular, en la tecnología antimisil; también explicaciones acerca de las ventajas políticas, militares e incluso económicas que se derivan del despliegue militar y los beneficios que ello representa para los sectores corporativos vinculados más estrechamente a la producción de armamentos, como los que integran el llamado complejo militar- industrial.

En este sentido, el autor examina, entre otros aspectos, los dividendos extraídos del mero proceso de investigación y desarrollo de los nuevos medios bélicos que conlleva la militarización del espacio cósmico.

De especial interés resulta el análisis referido al gobierno de Reagan, que no pudo concretar en la práctica su proyecto de militarizar el espacio, al utilizar la Iniciativa de Defensa Estratégica, llamada popularmente “Guerra de las Galaxias”, como un instrumento de poder militar y presión política sobre la Unión Soviética en los últimos años del período de Guerra Fría.

Entre los argumentos más sustanciales, importantes y novedosos que aporta el autor, se encuentra el análisis de la revitalización del proyecto de “defensa” antimisil, transformado en un elemento central de su proyección mundial de unilateralismo hegemonista. Como bien explica Leyde Rodríguez Hernández, el objetivo de concretar la militarización del espacio mediante la construcción de sistemas de “defensa” antimisil se dirige esencialmente contra aquellas potencias que pueden significar rivales eventuales para los Estados Unidos en el siglo XXI, como Rusia y China, calificadas en el discurso gubernamental más reciente como “revisionistas”, aunque la operación se encubra en la supuesta defensa del territorio estadounidense contra ataques provenientes de potenciales países calificados como “Estados villanos” o del “eje del mal” y adopte la forma de una de las medidas para protegerse de la llamada “proliferación nuclear”.

En ese contexto se examinan con acierto, las posiciones asumidas por las otras grandes potencias frente a este nuevo desarrollo armamentista de los Estados Unidos, junto a los esfuerzos y avances de Rusia y China en este terreno y las debilidades y contradicciones de la Unión Europea.

Teniendo en cuenta la importancia histórica del contexto en que surge la Guerra Fría al concluir la Segunda Guerra Mundial y la atención que el autor le presta en sus análisis sobre el proceso de militarización de la política exterior de los Estados Unidos y sus imbricaciones con las concepciones de seguridad nacional y con el papel asignado a la estrategia nuclear, conviene subrayar algunas precisiones al respecto, a modo de complementación.

Como denominación que resalta el clima tensional, de índole bipolar y geopolítica, que caracteriza al cambiante sistema internacional luego de la culminación de la citada conflagración mundial, el término de Guerra Fría adquiere una indiscutible carta de ciudadanía en los medios políticos, académicos y periodísticos, aun cuando sus contenidos, de manera rigurosa, sean con frecuencia ambiguos, imprecisos, engañosos y, casi siempre, polémicos.

Para unos se trata de un período que concluyó en las postrimerías de 1962, con el fin de la Crisis de Octubre. Para otros, su vigencia se extendió un poco más, hasta el comienzo de la etapa conocida como de distensión internacional, asociada a la administración de Richard Nixon y a las concepciones multipolares de Henry Kissinger, al concluir el decenio de 1960, sobre la “balanza de fuerzas” o el “equilibrio de poderes”. Según la mayoría de los autores, dicha guerra se prolongó hasta el desplome del socialismo en Europa del Este y la desintegración de la Unión Soviética, a comienzos de la última década del siglo XX. Recuérdese que el proceso iniciado en Alemania Oriental en 1989, con la destrucción del Muro de Berlín, culminó en diciembre de 1991, con la disolución de la URSS.

Por encima de las discrepancias, se ha compartido el criterio común que identifica a la agresiva política exterior norteamericana, estructurada desde 1947, en torno a la llamada contención al comunismo —inspirada en las ideas de George Kennan y en la ejecutoria del gobierno de Truman—, como al principal responsable de la articulación de la mencionada atmósfera de tensión, extendida a nivel mundial. El pretexto, como se sabe, argumentaba el requerimiento de la fuerza militar, de un esquema estratégico para enfrentar la nueva fuente de la “amenaza comunista” que surge una vez derrotado el fascismo.

Aunque la paternidad de la noción de Guerra Fría —en un sentido más conceptual que terminológico— se le atribuye, de modo consensual, al conocido publicista Walter Lippman, otros autores de similar celebridad (principalmente del ámbito académico) han reafirmado su pertinencia analítica, como William Appleman Williams, John Lewis Gaddis, Stanley Hoffman y Arthur Schlesinger, Jr., entre los más notorios. Más allá de su carácter metafórico y de las diferencias de matices interpretativos, lo más sustancial es que dicha noción alude, como lo definiera Roberto González (autor cubano que trata el tema con mayor permanencia y profundidad), a una forma de conflicto peculiar en que no se llega a la guerra, en el sentido de general y mundial, pero que se desarrolla bajo agudas tensiones excluyentes de verdaderas relaciones pacíficas. En suma, señalaba: una situación de ni paz ni guerra.

Son disímiles las aproximaciones al tema desde la historiografía, la ciencia política y la teoría de las relaciones internacionales; en consecuencia, diversas son las propuestas de conceptualización y periodización que coexisten en la literatura especializada. Sin embargo, en la mayor parte de las obras, sus autores convergen en la argumentación acerca de lo que se considera un lugar común: la Guerra Fría terminó, y su fin se ubica en el proceso que se gesta, según ya se señaló, entre 1989 y 1991, al desaparecer una de las dos superpotencias que encarnaban su confrontación: la Unión Soviética y el sistema socialista que encabezaba. Bajo esta óptica, la bipolaridad concluía, el mundo se tornaba unipolar, y con diferentes enfoques —desde las perspectivas revitalizadas sobre el fin de las utopías (Kart Manheim) y de las ideologías (Daniel Bell) hasta la tesis sobre el fin de la historia (Francis Fukuyama) y el choque civilizatorio (Samuel Huntington)— el nuevo término, de posguerra fría, es el que prevalece a la hora de designar, a partir de los últimos quince años, el actual clima mundial.

Por último, viene al caso una observación, si se quiere, circunstancial, pero oportuna, pertinente y, quizás, necesaria. El libro se publica, coincidentemente, en el contexto del vigésimo aniversario de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, de la promulgación de la Ley Patriótica, de las definiciones que fija la Estrategia de Seguridad Nacional, en 2002, y del inicio de la invasión norteamericana a Afganistán. Tales acontecimientos tendrían su mayor resonancia unos años después, bajo la conocida Doctrina Bush, y cuando W. Bush es electo en los comicios de 2004 (y no reelecto, ya que como resultado del prolongado, irregular y fraudulento proceso electoral de 2000 no fue electo, sino designado presidente por la Corte Suprema).

El gobierno actual conmemoró la tragedia de 2001 en circunstancias en las que, al mirar en retrospectiva los veinte años transcurridos, los problemas con los talibanes no se han resuelto, no se encontraron armas de destrucción masiva en Irak y el saldo de la guerra con Afganistán, aunque no se presente así por la administración Biden, se parece más a una derrota general, y lo es desde un punto de vista ético y simbólico. Con Trump, la última conmemoración anual de los atentados se había producido a la sombra de las conversaciones de paz con los talibanes, cuyo reconocimiento como interlocutores no se había materializado.

La política imperialista de dicho presidente se caracterizó por una evidente carga regresiva en lo interno y hacia el exterior, afincada en la cultura política nacional, visible en una desbordada retórica de índole populista, nativista, racista, xenófoba, misógina, con rasgos fascistas, cuya proyección internacional se resumió en las consignas “America First” y “Make America Great Again”; y su manifestación hacia América Latina se concretó en la profunda reacción antinmigrante contra México, la obsesión con la construcción del muro fronterizo y la beligerancia contra Venezuela, Nicaragua y Cuba —ubicados dentro de la “troika” de las tiranías—, a lo que se suma su posición explícita contra toda alternativa socialista. En su visión estratégica global le concedió tratamientos específicos a cada proceso y país, pero guiado por la simbología de avanzar, en cada acción en América Latina, hacia el derrocamiento de la Revolución cubana.

La novedad atribuida a la narrativa geopolítica que servía de soporte a dicha proyección, sin embargo, era bien relativa. Trump retomaba el enfoque geopolítico bipolar, o sea, la relación binaria “amigo-enemigo”, que aplica a nuevas percepciones de amenaza. Ya no se trataba del comunismo, ni tampoco del terrorismo internacional, sino de “nuevas” potencias revisionistas, identificadas con supuestos enemigos vigentes, como Rusia, China, Corea del Norte e Irán. Así, si bien el lenguaje fijado desde el 11 de septiembre ha variado, se advierte una línea de continuidad estratégica al definirse las supuestas amenazas. Con otro lenguaje, estilo y método, Biden no abandonará el camino que recurrirá al uso de la fuerza (la militar incluida), cuando lo considere imperioso, para “defender” los intereses y la seguridad nacional norteamericana.

Para un país imperialista no ha podido ser, ni podrá ser, de otra manera. Ese ha sido el enfoque más funcional a la hora de enfrentar lo que consideraban como retos estratégicos en el mapa internacional (en su mayor parte provenientes de Estados, como los mencionados, pero también de procesos de cambio, movimientos sociales, organizaciones políticas u otros actores, estimados preocupantes) con el propósito de neutralizarlos, en función de ajustar su poderío a las nuevas condiciones. Todo ello se organizaba en torno a los temas de significación geopolítica, como la seguridad nacional, que ha ocupado un sitio central, abordados en estrecha ligazón con los valores del ideario fundacional norteamericano, situando la defensa de la identidad, la patria y los intereses nacionales como foco de una narrativa permanente, que con frecuencia se maquilla o disfraza, y que en ciertas etapas, gobiernos, mandatarios y estrategas de turno se empeñan en calificar como “nueva”, con la intención de presentarse con imágenes innovadoras, como liderazgos intelectuales o políticos trascendentes.

Con Trump y Biden se prolongaría, si bien con matices y expresiones diferentes, en un contexto distinto, el enfoque que hicieron suyo en este siglo los anteriores presidentes en su política exterior, confrontando lo que consideraban, con apelaciones más o menos histéricas, como conductas antinorteamericanas. Esto es un hilo conductor, más allá de los giros retóricos, que muestra la vigencia de las codificaciones norteamericanas a partir del 11 de septiembre, proyectándose contra los enemigos o peligros que en el sistema internacional rodean a los Estados Unidos desde los atentados terroristas, ubicándolos en un presumible mundo hostil. Las ilustraciones más diáfanas de ello aparecen en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2017, en las que le anteceden —como las de 2002 y 2006, en el caso de W. Bush y en el de Obama, las de 2010 y 2015—, así como en el documento que le sigue, con Biden: la Guía Estratégica Interina de Seguridad Nacional, de 2021, dada a conocer en el mes de marzo de ese año.

En este último documento se expresan elementos de continuidad con la política norteamericana en los últimos veinte años, aunque también algunas cuestiones que la diferencian de la del gobierno de Trump. Como línea general, se señala que se mantiene la intención de preservar el papel de los Estados Unidos como potencia hegemónica a nivel mundial, ejerciendo un “liderazgo” más coordinado con sus aliados y recuperando el protagonismo en el sistema de organizaciones internacionales. Se afirma que se utilizarán todas las herramientas del poderío nacional, dando prioridad a la diplomacia y la economía, preservando la condición de principal potencia militar y la opción de emplear la fuerza cuando consideren afectados sus intereses. Se mantiene la visión de que China es el principal rival a nivel global, se califica a Rusia como un contrincante estratégico y se sigue considerando a Irán y a Corea del Norte como Estados que “desestabilizan” regiones de interés para los Estados Unidos.

Al apreciar en su interrelación las proyecciones de las cuatro figuras que han ocupado la presidencia norteamericana durante los veinte años transcurridos en el siglo XXI, es posible concluir que Biden no se ha distanciado realmente de las líneas de acción de su predecesor ante determinados temas y regiones, como, por ejemplo, hacia América Latina, manteniendo hacia Cuba la política heredada, aunque en el plano internacional global ha dado importantes pasos en función de restablecer las relaciones con los aliados europeos, de retornar a tratados e impulsar un enfoque multilateral, procurando desmontar la herencia de Trump.

Biden recibiría exigencias reiteradas, que no satisfizo, para que se revelasen informaciones aún clasificadas sobre los atentados de 2001, en el marco del vigésimo aniversario del siniestro, usualmente realizado en la llamada Zona Cero, donde otrora se erigían las torres gemelas, convertida en monumento como lugar de homenaje a las víctimas. Más allá de lo que pueda aportar la desclasificación y el escrutinio historiográfico acerca de detalles relacionados con la autoría y la naturaleza de los atentados —lo cual no ha ocurrido, y que han sido objeto, según es bien conocido, de numerosas interpretaciones, plasmadas en textos, investigaciones y materiales audiovisuales, en los que aún se duda y discute sobre la participación de Al Qaeda y de terroristas internos, como lo que se expone en la versión conspirativa, que sostiene la idea de la autoagresión—, lo más trascendente hasta la fecha han sido las repercusiones o consecuencias objetivas de dichos acontecimientos, que aportaron legitimidad y funcionalidad a la ideología de la seguridad nacional norteamericana, alejando la historia real y alimentando las reacciones de histeria con que se abraza la cultura del miedo y la representación de que los Estados Unidos viven en un mundo hostil, como lo presentó con intención manipuladora Zbigniew Brzezinski a mediados del decenio de 1970, entre interpretaciones mediáticas y hegemónicas que abruman con verdades a medias y escamotean la realidad.

Al apreciar desde una perspectiva histórica más amplia la manera en que los Estados Unidos se presentan ante el mundo, justificando sus proyecciones militaristas, incluidas sus concepciones doctrinales habituales de seguridad nacional y geopolíticas, que contemplan el control y la dominación tecnológica en todos los espacios, más allá del económico, el político y el cultural, como el ecológico, el cibernético y el sideral, podría afirmarse que, aunque no se declare así, se vive en un clima de renovada Guerra Fría, entre percepciones de amenaza y una creciente militarización imperialista. Pareciera que, en efecto, como sugiere Leyde Rodríguez, al contrastar a los Estados Unidos en el tiempos (desde Truman hasta Biden), el militarismo es un fenómeno global, que no conoce fronteras. Comprender este proceso es una buena razón para emprender la lectura del presente libro.

Jorge Hernández Martínez

La Habana, diciembre de 2021

Introducción

Para la comprensión de la dinámica de los procesos globales entre los siglos XX y XXI, es indispensable el estudio de las proyecciones y los objetivos militaristas de los Estados Unidos. Al mismo tiempo que existe una estrecha relación entre el proceso de militarización del espacio cósmico y del incremento acelerado de la carrera armamentista, la militarización del espacio es una de las formas de manifestación del armamentismo y estuvo orientada a asegurarle a ese país el logro de sus designios estratégicos de dominación mundial.

Las primeras expresiones del militarismo y el armamentismo han sido identificadas con la aparición del Estado y las sociedades divididas en clases antagónicas. Este fenómeno antiguo tomó su mayor auge con la expansión del complejo militar-industrial estadounidense en la época de la segunda posguerra mundial. Ya en los siglos XIX y XX los clásicos del marxismo habían estudiado los orígenes del militarismo. Para Lenin “el militarismo moderno es el resultado del capitalismo. Es, en sus dos formas, una ‘manifestación vital’ del capitalismo: como fuerza militar utilizada por los Estados capitalistas en sus choques externos (‘Militarismus nach aussen’, según dicen los alemanes) y como instrumento en manos de las clases dominantes”.1

1. V. I. Lenin: “El militarismo belicoso y la táctica antimilitarista de la socialdemocracia”, en Obras Escogidas, t. III, p. 331.

Con el surgimiento del arma nuclear y la conquista del espacio en el siglo XX, el ascendente desarrollo tecnológico del sistema capitalista liderado por los Estados Unidos impulsó un creciente programa de militarización del espacio, y las élites gobernantes norteamericanas utilizaron una parte considerable de los recursos de esa nación para el fortalecimiento de la fuerza militar, la cual erigieron en una insustituible herramienta de poder y terror para materializar sus intereses de política exterior y afianzar sus objetivos clasistas a escala global.

El propósito de superar, en el plano militar, el poderío logrado por la Unión Soviética entre los años 1947 y 1991, durante la confrontación de la Guerra Fría, llevó a los Estados Unidos a un exceso militarista, cuyas manifestaciones más relevantes quedaron ejemplificadas en la historia mediante la creación de bases militares alrededor del Estado soviético, de altos gastos militares, del emplazamiento de misiles nucleares en Europa occidental, la constante modernización de la tecnología y los esfuerzos por detentar el control militar del espacio, pues, según el imaginario norteamericano, quien domine en ese ámbito ejerce un poder integral en la Tierra.

Sin embargo, en el nuevo contexto internacional surgido a partir de la desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y la culminación de la confrontación entre el capitalismo y el socialismo, la política exterior estadounidense conservó su naturaleza imperialista. Sus pretensiones militaristas y los gastos militares, lejos de disminuir, fueron robustecidos hasta la actualidad bajo la concepción de que los Estados Unidos habían ganado la Guerra Fría, mantenían y deben conservar un liderazgo internacional sin precedentes, a pesar del ascenso de China y otras potencias regionales.

Debe recordarse que, sobre la base de algunos de esos presupuestos hegemónicos, la idea enunciada en 1983 por el mandatario Ronald Reagan en torno al despliegue de la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) o “Guerra de las Galaxias” fue retomada en 1996 por el líder del Partido Demócrata William Clinton, quien, adelantándose a las elecciones presidenciales de ese año, propuso otro plan para desarrollar el Sistema Nacional de Defensa Antimisil (SNDA) con el anhelo de proteger el territorio norteamericano de un hipotético ataque misilístico desde el exterior.

Por sus implicaciones políticas, militares y de seguridad, el proyecto anunciado por William Clinton y acelerado por George W. Bush suscitó la reacción de importantes actores internacionales: China, Rusia, Francia y Alemania. Desde entonces, este tema, prioritario en la proyección de la política exterior norteamericana, tensó las relaciones con Rusia, persistió en la agenda de conversaciones de los Estados Unidos con la Unión Europea y dificultó las relaciones chino-estadounidenses, porque los Estados Unidos propusieron la extensión del sistema antimisil a la geoestratégica región de Asia-Pacífico, con el fin de proteger a sus aliados: Taiwán, Corea del Sur, Japón y Australia.

Antes de proseguir, resulta necesario explicar algunos de los conceptos utilizados en esta obra. A falta de precisión, abundan las definiciones. Por la noción de estrategia, en sentido genérico, algunos entienden la doctrina de cierto Estado o cierta institución militar y también su puesta en práctica, además de usarse como teoría, ciencia y métodos de análisis.2 Debe entenderse por concepciones estratégicas al conjunto de enunciados referidos a la gran estrategia o estrategia total de un Estado, que radica en la capacidad de poner en práctica, de manera constante, todas las fuerzas potenciales y actuantes que conforman el poderío de la nación: económicas, militares, científicas, tecnológicas, psicológicas y culturales, para lograr metas cardinales en el escenario internacional.

2. La estrategia también puede diseñarse para mantener la paz en las relaciones internacionales, pero no es el caso de la política exterior estadounidense. Distintas definiciones de estrategia pueden hallarse en la obra de Edward N. Luttwak, Strategy, the logic of war and peace, p. 235. También consúltese el libro De la guerra, de Karl von Clausewitz, especialmente el capítulo I: “Estrategia”, del Libro III, p. 137.

Generalmente, los norteamericanos denominan a este concepto “estrategia nacional” o “seguridad nacional”. La formulación “seguridad nacional” se diferencia de la definición de estrategia militar en que esta última solo explica los procedimientos referidos a la conducción de las fuerzas armadas y las operaciones realizadas para alcanzar los fines militares ordenados por un mando centralizado.

La gran estrategia es, para los representantes de la clase política dominante en una sociedad, los objetivos esenciales del Estado, así como los medios y métodos de actuación en el plano internacional para conseguirlos, mediante la utilización de todos los recursos y las posibilidades de la nación.3

3. Los soviéticos prefirieron usar la definición de estrategia político-militar para la resolución de las tareas de política exterior, véase de G. Trofimenko, La doctrina militar de los Estados Unidos, pp. 5-6. Los conceptos de gran estrategia pueden verse en las obras siguientes: de Edward N. Luttwak: The Grand Strategy of the Soviet Union, pp. 3-4; de John Lewis Gaddis: Estrategias de la Contención, pp. 10-11.

Relacionado con este concepto, empleo, asimismo, el término doctrina de política exterior para referirme al sistema de criterios y teorías aplicado en la actividad exterior de un Estado en un período de tiempo determinado, y adoptado en calidad de lineamientos oficiales por sus autoridades centrales. Del mismo modo, la doctrina hace una explicación sintética de los aspectos fundamentales de la gran estrategia de un país, pues, a pesar de que no siempre la puede expresar en su totalidad, es un reflejo político de los principales intereses nacionales e internacionales en correspondencia con el poderío del Estado, en especial, el militar.

Por otra parte, la política exterior de los Estados es “una estrategia o programa planeado de la actividad desarrollada por quienes toman las decisiones de un Estado frente a otros estados o entidades internacionales, encaminado a alcanzar metas específicas definidas en términos de intereses nacionales”.4 Existe además la siguiente interpretación marxista, a la cual prefiero acogerme por su síntesis y claridad: “la actividad de un Estado en sus relaciones con otros estados en el plano internacional, buscando la realización de los objetivos exteriores que determinan los intereses de la clase dominante”5 en un momento histórico concreto.

4. J. C. Plano y R. Olson: Diccionario de Relaciones Internacionales, p. 199.

5Véase el primer concepto de J. C. Plano y R. Olson en ob. cit., p. 199, y el segundo de Roberto González Gómez en “La política exterior de los Estados”, Teoría de las Relaciones Políticas Internacionales, p. 31.

La interrelación existente entre la política interna y las concepciones de política exterior de un Estado aporta los argumentos políticos y los intereses de las clases en el poder para la elaboración de la doctrina militar. En la historia contemporánea de los Estados Unidos, y de forma acentuada durante el período de la Guerra Fría, ha existido la tradición de presentar las estrategias militares en correspondencia con los postulados esbozados en la política exterior proclamada por cada administración.

La doctrina militar es el “sistema de puntos de vista recibidos sobre la esencia, fines y carácter de una guerra futura, sobre la preparación bélica del país, sus fuerzas armadas y su modo de conducción”.6 Por consiguiente, la doctrina militar, desde su estructuración política y técnico-militar, atiende la disposición moral, combativa y la preparación general de las fuerzas armadas para enfrentar los desafíos que puedan presentarse.

6 G. Trofimenko: ob. cit., p. 5.

La geopolítica del espacio y los intereses de desplegar el SNDA permanecen como una prioridad estratégica en los dos componentes fundamentales de la estrategia de “seguridad nacional” de los Estados Unidos: la política exterior y la de defensa. Es indispensable esclarecer que en esta obra se analiza el SNDA, pero también nos referimos al Sistema de Defensa Antimisil de Teatro (SDAT),7 pues ambos constituyen componentes básicos de la estrategia de Defensa contra Misiles Balísticos de los Estados Unidos,8 incluidos en la estrategia de “seguridad nacional” y en la política de “defensa” norteamericana.

7 Theather Missile Defense (TMD).

8 National Missile Defense (NMD).

Además de los respectivos componentes fundamentales de la estrategia de “seguridad nacional” y de la política de “defensa”, en el período posterior a la Guerra Fría los gobiernos estadounidenses redefinieron su estrategia de “seguridad nacional” sobre la base de las nuevas necesidades que exigía su liderazgo de única superpotencia en el sistema internacional, y la determinación de expandir los ideales y las concepciones del sistema capitalista mundial. En ese sentido, los estrategas norteamericanos consideraron que, adicionalmente, la estrategia de “seguridad nacional” de los Estados Unidos constaba de tres componentes centrales:

Seguridad: con el mantenimiento de una poderosa capacidad de defensa y la promoción, entre sus aliados, de medidas para la cooperación internacional en materia de seguridad.Económico: con la constante aplicación de los adelantos científico- tecnológicos a los procesos económicos, la apertura de nuevos mercados en el extranjero y la estimulación del crecimiento económico en el ámbito mundial.Político: con la promoción del modelo y los “valores” de la democracia estadounidense en el sistema internacional.

Esta proyección de una llamada nueva política exterior respondió al imperativo norteamericano de adaptar su gran estrategia a un período en que los Estados Unidos postularon una posición hegemónica de alcance global en su carácter de única superpotencia, con una visión unipolar ante la demora o los obstáculos encontrados en el escenario internacional para conformar un “Nuevo Orden Mundial”.9

9 Véase de A. Medina Lois: “La política de defensa y seguridad de los Estados Unidos hacia América Latina”, Fuerzas Armadas y Sociedad, n.º 3, año 11, julio-septiembre, 1996, p. 25.

En el ámbito internacional, el concepto de “seguridad nacional” de los Estados se ha modificado debido a una serie de factores que generan un determinado consenso académico:

El fin de la Guerra Fría, entendida como la polarización ideológica entre dos bloques político-militares en permanente contraposición como los liderados por los Estados Unidos y la Unión Soviética.Los cambios en la práctica de la guerra moderna, resultante de la aplicación de los avances tecnológicos en la fabricación de sofisticados armamentos nucleares y convencionales.La internacionalización e interdependencia de las relaciones políticas, económicas y comerciales entre los Estados, a partir de la tendencia a la formación de bloques económicos que evitan el estallido de enfrentamientos armados entre las grandes potencias.Los problemas globales contemporáneos y el impacto de estos sobre millones de personas. Por ejemplo, la situación del medioambiente y su relación con la construcción socioeconómica, su sostenibilidad y los recursos naturales han colaborado en la ampliación del concepto de “seguridad nacional” de los actores internacionales. 10

10 Consúltese de M. Aguirre: “El debate sobre la seguridad en la globalización”, Fuerzas Armadas y Sociedad, n.º 3, año 15, julio-septiembre, 2000, pp. 3-12; de W. Wechsler: “Law in Order: Reconstructing U.S. National Security”, The National Interest, n.º 67, primavera de 2002, pp. 17-28.

Los cambios en la historia y en las estructuras del sistema internacional, que repercuten en la vida de los seres humanos y en el interior de sus sociedades, han llevado a que la seguridad de las naciones sea examinada no solo en los términos de las eventuales amenazas o ataques externos tradicionales, sino también desde la percepción de que las fronteras son débiles y que las capacidades de los Estados nacionales frente a los problemas globales de nuestro tiempo son limitadas. En este contexto histórico, el concepto convencional de “seguridad nacional” deviene más complejo y aglutinador y, por antonomasia, también el de “defensa”.

En esta obra evalúo la génesis y evolución de un fenómeno relacionado con las concepciones estratégicas y doctrinales de la política exterior estadounidense desde 1945 hasta 2022, a partir de la dinámica de las relaciones internacionales de cada momento histórico. Establezco una periodización histórica sobre los planes norteamericanos de militarizar el espacio cósmico o crear una “defensa” antimisil que, aunque podría ser de otra manera, estimo es la más conveniente para destacar la contribución de cada administración y sus doctrinas a la estrategia antimisil de los Estados Unidos.

Por su actualidad, la investigación puede enmarcarse dentro de las ciencias históricas: la historia del presente o, como se ha llamado en los últimos años, historia del tiempo presente.11 Aunque sobre los procesos históricos generados por las potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial existe una amplia bibliografía, los estudios sobre la estrategia antimisil permanecieron relegados entre los historiadores y politólogos. La complejidad de la temática y las dificultades de historiar un proyecto relativamente reciente, con una vasta masa de información desordenada y sin sistematizar, ha conspirado contra las posibilidades de estudiar las causas y los móviles de la estrategia antimisil norteamericana. Los recursos y aportes de la historia del tiempo presente y de la teoría de las relaciones internacionales me permitieron determinar los rasgos de nuestro tiempo, del sistema donde interactúan las diversas fuerzas y los actores internacionales. El carácter abierto del tema y de los fenómenos analizados me alejó de la rígida división cronológica del tiempo y, lógicamente, permitió un mejor conocimiento y desarrollo de los asuntos expuestos.

11 La historia del tiempo presente ha recibido, en los últimos años, una atención preferente por parte de historiadores y politólogos. Sobre su carácter y objeto de estudio como disciplina existen diversos puntos de vista. Véanse los trabajos de M. P. Díaz Barrado: “Historia del tiempo presente: sobreinformación y memoria” y de J. Aróstegui: “Historia del presente, historia de las generaciones vivas”, Calendura, revista anual de historia contemporánea, n.º 2, julio de 1999.

Sin embargo, la necesidad académica, docente y política de conocer las diversas problemáticas implícitas en el despliegue del SNDA por los Estados Unidos me impuso la obligación de enfrentar el reto de la revolución mediática: ni toda, ni la más importante, información está ya en los libros o sobre el papel, ni el documento escrito es el único sostén adecuado y pertinente para contar la historia. Las nuevas fuentes de la información en soportes digitales adquieren un protagonismo tal que matizan y reordenan los tradicionales instrumentos del analista de la política internacional.

El estudio de la estrategia de “defensa” antimisil de los Estados Unidos es importante para las instituciones académicas, la política exterior de Cuba y la historiografía en general, pues su despliegue influye decisivamente en la recomposición de las relaciones internacionales del siglo XXI, dado su alcance perspectivo en la hegemonía de los Estados Unidos y en la dinámica de sus vínculos con las principales fuerzas actuantes del escenario mundial: China, Rusia, Unión Europea y Japón. Este hecho y sus consecuencias podrían estimular nuevos sistemas de alianzas militares y de seguridad regionales, que alterarían el orden y las características del sistema internacional.

Este libro no solo analiza los aspectos de la geopolítica mundial inherentes al despliegue por los Estados Unidos de un sistema antimisil, sino también aborda sus implicaciones militares y de seguridad, sus conexiones con la economía, la política interna norteamericana y las nuevas tecnologías de los armamentos y otros sectores novedosos del ciberespacio.

Capítulo I

La bomba atómica y la estrategia nuclear en la política exterior de los Estados Unidos

En la histórica primavera del año 1945, cuando ya era evidente la victoria de la antigua Unión Soviética contra las potencias fascistas, la humanidad, que había vivido los trágicos sucesos acontecidos entre 1939 y 1945, se preguntaba cómo evitar en la etapa posbélica una nueva conflagración de carácter mundial y sus nefastas consecuencias para toda la civilización.

La lucha contra el nazi-fascismo había unificado los esfuerzos de los países aliados: Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Unión Soviética, conocidos como los “cuatro grandes”, junto a la resistencia de las naciones ocupadas por los ejércitos del Eje: Alemania, Italia, Japón y sus aliados. Pero los intereses, las posiciones de política interna y externa diferían entre el viejo y decadente imperio británico, Francia, el impetuoso capitalismo estadounidense y la socialista URSS. Los esfuerzos conjuntos exigidos por la guerra mantuvieron ocultas y silenciadas las contradicciones entre los aliados.

La historia recordaba que las potencias occidentales: Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, con Winston S. Churchill en la Secretaría de Guerra, apoyaron la ofensiva de los ejércitos “blancos” con la intención de derrotar la recién nacida república de los soviets en el año 1917. Estos antecedentes eran, seguramente, evocados por ambos bandos, unidos en una cruzada común contra el fascismo. Por otra parte, emergían las discordancias del momento: Francia buscaba hegemonizar un movimiento europeo, mientras Gran Bretaña miraba con cierto menosprecio a las potencias continentales europeas; los Estados Unidos aparecían con una aspiración hegemónica que preludiaba un nuevo peligro internacional; la URSS era seguida con admiración, pues la hazaña de un país atrasado y de campesinos en la derrota del fascismo se conjugaba, entonces, con el inicio de un proceso de desarrollo industrial. Tuvieron lugar dos consecuencias, quizás las más importantes en la conformación del sistema internacional de la posguerra y en la evolución del tiempo histórico posterior, que deben ser resumidas: la aparición de los Estados Unidos y de la URSS como las principales potencias mundiales, y el cambio en la tecnología militar ocasionado por el surgimiento del armamento atómico, lo cual ha tenido inevitables repercusiones en la política internacional y para la supervivencia de la civilización humana.

Fue trascendental para los Estados Unidos que la Segunda Guerra Mundial no afectara su territorio. Con esa ventaja su economía entró en expansión. Durante la contienda, la industria estadounidense creció a un ritmo dinámico, la producción de manufacturas llegó a triplicarse con respecto a cifras anteriores a la guerra, las disponibilidades de bienes y servicios también aumentaron y la bonanza económica, junto a la creación de un gran contingente armado, le permitió absorber grandes masas desocupadas.

En esa coyuntura de ascenso económico, la administración del presidente Franklin D. Roosevelt tuvo el apoyo de los dirigentes del sistema corporativo estadounidense. Los hombres de negocios que dominaban el equipo de Roosevelt simbolizaron el consenso entre el Congreso y el poder ejecutivo, que había sido presagiado en el invierno de los años 1939-1940, cuando los dirigentes del eestablishment económico comenzaron a respaldar la política de Roosevelt respecto al Eje fascista. Gracias a la guerra, el imperio norteamericano había recuperado su impulso: una alta tasa de empleo, capacidad de producción y optimismo social. El 40 % de esa recuperación económica correspondió a la industria de armamentos.12

12 Véase de W. Appleman Williams: “La guerra por la frontera”, La tragedia de la diplomacia norteamericana, p. 169.

Pero no solamente en el plano económico crecieron los Estados Unidos. Las tareas de la guerra le permitieron contar con un flujo de investigaciones en nuevas tecnologías que el país aprovechó en beneficio de su expansión financiera, militar y en la política internacional. En términos políticos, se produjo un fenómeno psicológico alentado por sus principales líderes: la mayoría de los sectores sociales y de la opinión pública norteamericana creía que la nación tenía el poderío y la razón suficiente para dictar sus intereses al planeta. Esta percepción de los grupos de poder estadounidenses estuvo relacionada con el hecho de que, frente a la derrota de poderosos Estados capitalistas como Alemania, a la declinación del imperio británico, la debilidad de Francia y otras potencias de Europa continental agotadas por la guerra, los Estados Unidos se habían convertido en el único país capitalista con todas las dimensiones del poder para defender los objetivos e intereses globales de ese sistema.

La URSS también aumentó su influencia internacional luego de la segunda posguerra. A pesar de haber sufrido la pérdida de 20 millones de personas, la destrucción de muchas ciudades y de su infraestructura industrial durante el conflicto, la URSS experimentó un considerable crecimiento de poder e influencia política en el escenario internacional. La presencia del Ejército Rojo hizo posible el triunfo de las llamadas Democracias Populares en Europa Oriental, con las cuales la URSS formó en esa región un área de protección para sus intereses de seguridad nacional. Los movimientos de liberación nacional asiáticos y africanos que combatieron contra los imperios coloniales encontraron en los soviéticos una inspiración ideológica, política e incluso una efectiva ayuda internacionalista.

Después de 1945, con la ampliación a escala planetaria del sistema internacional y sus profundas transformaciones estructurales, la segunda mitad del siglo XX devino, como ninguna otra centuria en la historia de la humanidad, en período de la política mundial por excelencia. El poderoso movimiento anticolonialista de liberación nacional con-dujo a la formación de nuevos Estados, prácticamente en todos los continentes. Por primera vez en los anales de la historia, el sistema internacional alcanzó dimensiones globales y quedó dividido en dos bloques políticos y militares antagónicos. La confrontación soviético-estadounidense, junto a la consecuencia de la solución militar para imponerse al enemigo, nació de inmediato a la victoria aliada en una época con características cualitativamente nuevas, que no pudo reducirse al tradicional conflicto que oponía, desde su surgimiento en 1917, a la URSS y las potencias capitalistas del sistema internacional.