Ética de la apropiación cultural - Jens Balzer - E-Book

Ética de la apropiación cultural E-Book

Jens Balzer

0,0
8,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

¿Es decente imitar peinados originales de pueblos esclavizados para marcar estilo juvenil sofisticado en metrópolis capitalistas? ¿Que los niños se diviertan jugando a los indios no implica una burla de culturas históricamente expropiadas? ¿Está legitimado moralmente un varón europeo para traducir a una poeta afroamericana? Hasta hace poco, ni siquiera habríamos entendido el sentido de esta clase de preguntas. Pero hoy, cuando la imparable globalización que todo lo homogeneiza ha suscitado como reacción la reivindicación de indigenismos agraviados, ningún debate cultural es más candente y delicado que el de la apropiación cultural. Por tal se entiende la asimilación y reinterpretación por parte de una cultura privilegiada de significantes propios de culturas discriminadas.. Pero la cultura misma es apropiación y reinterpretación, ya sea de la naturaleza o de otras culturas. En este pertinente ensayo, Jens Balzer plantea este complejo debate ilustrándolo con experiencias generacionales y con la historia contemporánea de la música ligera, que a cualquier lector le resultarán familiares. Si la cultura es esencialmente apropiación, la cuestión no es si la asimilación de motivos culturales foráneos es lícita o no, sino qué formas de apropiación cultural son admisibles por respetuosas y cuáles no por explotadoras.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 88

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Jens Balzer

Ética de la apropiación cultural

Traducción de Alberto Ciria

Herder

Título original: Ethik der Appropriation

Traducción: Alberto Ciria

Diseño de portada: Toni Cabré

Edición digital: Martín Molinero

© 2022, Matthes & Seitz Berlin Verlag, Berlín

© 2024, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN: 978-84-254-5049-5

1.ª edición digital, 2024

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

Herder

www.herdereditorial.com

ÍNDICE

1. EL DESEO DE SER UN INDIO

2. APROPIACIÓN Y CONTRA-APROPIACIÓN

3. SAMPLEADO DE IDENTIDADES

4. QUÉ ES REALMENTE AUTÉNTICO

5. SOLIDARIDAD EN LO DIVERSO

NOTAS

INFORMACIÓN ADICIONAL

1. EL DESEO DE SER UN INDIO

Un fragmento de Franz Kafka de 1912:

¡Quién fuera un indio, siempre alerta, montado a lomos de caballo que galopa, inclinado contra el viento, vibrando sin cesar sobre el retumbante suelo, hasta dejar los estribos, pues resulta que no había estribos, y hasta soltar las riendas, pues resulta que no había riendas, sin tener a la vista por delante apenas más que erial segado a ras de tierra, desaparecidos ya el cuello y la cabeza del caballo!1

Recuerdo de una niñez vivida en los años setenta del siglo pasado: el niño, que apenas acaba de aprender a leer, ya se pasa días enteros, noches enteras, semanas enteras de vacaciones enfrascado en la lectura de los volúmenes encuadernados en verde de las Novelas de viajes de Karl May. En su imaginación se deja llevar por el Oriente, por el salvaje Kurdistán y por el lejano Oeste de los Estados Unidos, que es aún más salvaje. En sus ensoñaciones recorre vastas praderas, asciende a cumbres boscosas y atraviesa profundos desfiladeros, bien lejos de los paisajes urbanos de esas ciudades provincianas, tan densamente pobladas, en las que trans­curre su prosaica infancia. Sus héroes favoritos son Old Shatterhand, el aguerrido vaquero que imparte justicia por las regiones fabulosas pero sin ley del Nuevo Mundo, y su hermano de sangre Winnetou, el noble jefe de los apaches. Winnetou es fuerte y valeroso, pero también es sabio y tierno y vive en armonía con la naturaleza. Su cabello es largo y hermoso, de color negro azulado. Todo esto lee el niño en su cuarto. En la pared de enfrente cuelga un póster enorme, uno de esos carteles a tamaño natural que trae la revista juvenil Bravo, donde sale el actor francés Pierre Brice, que es quien encarna al jefe apache en las películas de Winnetou. En verano, el niño viaja con su padre al Festival de Karl May que se celebra en Bad Segeberg, en el estado federado de Schleswig-Holstein. Ahí hay un escenario al aire libre en el que se representan las novelas del salvaje Oeste de Karl May. Actores profesionales se disfrazan de indios y de vaqueros, pero además participan también muchos actores aficionados del pueblo. Adultos y niños se pintan la cara de rojo y se ponen ropa de ante con flecos, se adornan la cabeza con penachos de plumas y bailan danzas salvajes para invocar a Manitú. El Festival de Karl May es una forma elemental de teatro, en la que se desdibuja el límite entre el escenario y el público. Cuando los actores gritan algo, los espectadores replican también gritando. Algunas veces los espectadores disparan entre el público con las escopetas de petardos que se han traído de casa. Cuando acaba la función, a los niños los dejan correr hacia el escenario y darles zanahorias a los caballos, en los que acaban de galopar indios y vaqueros. El Festival de Karl May es como un Bayreuth para niños, una forma de arte teatral sin clases, una utopía estética.

Algo que sucedió en 2021: en la convención del partido de Los Verdes en Berlín le preguntan a Bettina Jarasch, la cabeza de lista en las elecciones a la presiden­cia del estado federado de Berlín, por su pasado biográfico. Debe decir algo personal y mostrar su lado más familiar. Una de las preguntas que le hacen es: «¿Qué querías ser antes de querer ser presidenta?». Ella responde: «Yo de niña quería ser jefa india». Eso provoca malestar entre los delegados. En los grupos de chats que están activos mientras se desarrolla el evento en el escenario, los usuarios denuncian que «indio» es un término colonial discriminante, que se emplea para referirse a personas de otra raza. Se exige que Bettina Jarasch pida disculpas de inmediato por haber empleado esa palabra. Y en efecto, no pasarán dos horas antes de que lo acabe haciendo. «Condeno las palabras que he dicho sin pensar, y condeno los recuerdos espontáneos de mi infancia que puedan molestar a otros», dice. «He empleado un término que a algunas personas les podría parecer discriminatorio en un sentido muy concreto. Por eso, hemos retirado esas palabras del vídeo de la retransmisión y, en gesto de transparencia, hemos indicado de forma expresa que el término ha sido borrado posteriormente». En la grabación de la entrevista que hay en YouTube ya no se escucha la frase «Yo de niña quería ser jefa india». En lugar de eso, aparece un rótulo que dice: «En esta parte del diálogo se empleó un término que denigra a los miembros de poblaciones indígenas. Por eso hemos eliminado esta parte. También nosotros seguimos aprendiendo constantemente y queremos seguir trabajando para depurar nuestros actos y nuestro lenguaje de patrones mentales discriminatorios».

Así montan hoy sus caballos galopantes, inclinándose contra el viento, quienes antaño soñaban con ser indios: primero se quedan sin estribos ni riendas; luego se quedan sin el cuello y sin la cabeza de caballo; y finalmente se pegan un tortazo contra el suelo de la realidad, que, por cierto, ya no se parece en nada a los terrenos salvajes de aquel fabuloso salvaje Oeste, con sus infinitas extensiones, sino que más bien semeja apenas un erial segado a ras de tierra.

¿Qué ha sucedido para que unos inocentes recuerdos de infancia se hayan convertido en una escandalosa discriminación denigrante? Esa es la cuestión que se debate tras el incidente que se produjo en la convención del partido de Los Verdes. Bueno, lo que se dice debatir, esa cuestión más bien no se debate. De hecho, no se debate en absoluto, pues, como era de esperar, el campo de opiniones enseguida se ha dividido en dos bandos irreconciliables. En un extremo están quienes piensan que la reacción a la frase de Bettina Jarasch es histérica, dogmática y antidemocrática. Uno se pregunta cómo puede ser que una frase tan inocente sea censurada tan dictatorialmente, y que encima obliguen a la autora de la frase a hacer autocrítica delante de todo el pleno reunido. ¿No nos recuerda esto a esos juicios públicos estalinistas, que estaban amañados antes de empezar? ¿No es esto una nueva prueba de que el partido de Los Verdes no sabe hacer otra cosa que prohibir? ¿Qué clase de país es ese en el que uno ni siquiera puede decir que de niño quería ser jefe indio?

En el otro extremo están quienes entienden que frases así pueden causar malestar, porque ellos contextualizan la fascinación que los blancos sienten por los «indios» en un marco histórico mayor, que va más allá de los sueños infantiles y de las fantasías de los cuentos, y que apunta a la historia centenaria del colonialismo. Cuando los blancos se disfrazan de indios, cuando se ponen plumas en la cabeza y se visten con trajes de flecos, y cuando encima se pintan la cara de rojo, están actuando como miembros de una cultura política, económica y militarmente dominante que se disfrazan de otra cultura, de una cultura distinta que los colonialistas blancos sometieron cruelmente y estuvieron a punto de exterminar. De nada sirve entonces afirmar que cuando se juega a los indios no se los pretende discriminar ni humillar, sino que, en realidad, se los estima y respeta como «hombres de honor» —por emplear la terminología del Karl May tardío—. Quien se pinta la cara de rojo para parecer un «piel roja» está perpetrando un acto discriminatorio, pues la piel roja de los indios solo existe en las fantasías coloniales de sus opresores y asesinos, igual que «el indio» como tal no existe más que como una fantasía colonial. En realidad, las personas que poblaban esas tierras antes de la posterior llegada de los colonizadores conformaban una inabarcable pluralidad de culturas. Solo se funden en una identidad étnica o racial cuando se los mira desde la perspectiva de los opresores: «indio» es una manera de designar al esclavo.

Considerándolo así, algo supuestamente tan inocente como jugar a los indios, ese juego que despierta en los niños el deseo de ser jefes indios, es, en realidad, un caso paradigmático de apropiación cultural, de cultural appropriation. Fue la jurista Susan Scafidi quien, en su libro ¿De quién es la cultura? Apropiación y autenti­cidad en las leyes estadounidenses, editado en 2005, formuló la definición pertinente: «La apropiación cultural se da cuando uno recurre a la propiedad intelectual, a los saberes tradicionales, a las expresiones o a los artefactos culturales de otro para satisfacer así su propio gusto, para expresar su propia individualidad o, simplemente, para sacar provecho de eso».2

Según esta definición, quien perpetra una apropiación cultural se está adueñando de algo que no le pertenece. Así pues, la apropiación conlleva siempre una expropiación, un robo, un acto ilegítimo. Cuando en los años setenta un niño europeo se disfrazaba de indio, a imagen de las figuras de los cuentos de Karl May, estaba cometiendo una injusticia con los modelos reales en que se basaban esos personajes de los cuentos, porque recurría a las «expresiones culturales» de ellos para «expresar su propia individualidad». Según la definición de Scafidi, quien entonces hacía eso no podrá alegar ahora como circunstancia atenuante que en aquella época solo tenía 7 años. Como mínimo, tal como exigían los delegados de la convención del partido de Los Verdes en la primavera de 2021, debería «reflexionar», como el adulto que es hoy, sobre cómo sus propias fantasías infantiles lo hacían culpable de involucrarse en la historia del colonialismo blanco.