Exquisita tentación - Nicola Marsh - E-Book
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Exquisita tentación E-Book

NICOLA MARSH

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Beschreibung

Una noche debería haber saciado su deseo… ¡Pero después de probarlo una vez, se quedó enganchada! Abby adoraba su nueva vida como repostera en la mejor pastelería de Sídney. Trabajar junto al nuevo y taciturno encargado, Tanner, era un inesperado y delicioso reto… sobre todo porque cada noche su mutua atracción no hacía sino incrementarse. Sin embargo, el pasado de Tanner era tan oscuro como la tinta de los tatuajes que cubrían su piel. En el dormitorio, le dejaba acercarse a él tanto como era posible, pero ¿se atrevería Abby a profundizar más?

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Seitenzahl: 255

Veröffentlichungsjahr: 2018

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Nicola Marsh

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Exquisita tentación, n.º 3 - octubre 2018

Título original: Sweet Thing

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-945-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Abby

 

El día D tenía que haber sido el más feliz de mi vida.

Había imaginado ocho horas fabulosas en Le Miel creando los pasteles franceses que había llegado a adorar en el último año, seguidas de una velada íntima con una botella de Shoraz y Channing Tatum.

¿Podía haber una manera mejor de celebrar un divorcio que con un delicioso vino para deleitar mi paladar y un hombre atractivo paseándose por la pantalla de la televisión?

Pero mis sueños de babear por Channing mientras disfrutaba del vino se fueron al carajo durante la primera hora de mi jornada de trabajo, cuando Remy King, el mejor jefe de toda Australia, se cayó desde una escalera de mano y acabó en el Hospital Privado de Sídney.

—No hace falta que te quedes —me dijo con una expresión de profundo dolor en sus ojos azules a pesar de que le habían dado los bastantes analgésicos como para tumbar a un elefante—. Vuelve a la tienda.

—Makayla me está sustituyendo —me acomodé cuidadosamente en el borde de la cama y le tomé una mano—. Además, antes de que decidieras hacer un patético número de circo, había terminado los cruasanes, los buñuelos, los éclairs y los macarons, así que no tiene más que atender a la clientela.

Remy esbozo una sonrisa seguida de una mueca de dolor.

—La culpa la tiene la escalera.

—Claro, como tiene vida propia, se ha deslizado por sí misma sobre un montoncito de harina que había en el suelo —puse los ojos en blanco—. Si no fueras tan buen jefe y amigo, te daría una patada en el culo por estúpido.

—Y si tú no fueras la mejor aprendiz que he tenido nunca, te despediría al instante por ser tan descarada.

Le apreté la mano, dando gracias a Dios, como hacia a diario, porque aquel hombre me hubiera dado una oportunidad cuando más la necesitaba.

Por lo visto, dejar a mi frío y calculador marido después de nueve meses de matrimonio no estaba bien visto en la familia Prendigast. Mis padres ni siquiera me preguntaron por qué lo hacía. Lo único que les importó fue su preciosa reputación como una de las familias más opulentas de Sídney, así que decidieron cortar conmigo tanto económica como emocionalmente para darme una lección.

Contaban con que volvería corriendo a su mansión del puerto en el plazo de una semana. No la había pisado en un año.

Pero a pesar de todos sus defectos, echaba de menos a mis viejos. También a mis amigos. Pero el fatídico día que abandoné mi vida anterior para adentrarme en la nueva, había dejado atrás a Abigail Prendigast, la perfecta hija que vivía en un mundo perfecto cuyas normas cumplía a rajatabla.

—¿Qué te pasa? —Remy entornó los ojos, escrutándome—. Si te preocupa la pastelería, estate tranquila: no vas a tener que llevarla tú sola. Ya me he puesto en contacto con Tanner, y está encantado de poder ayudar con el negocio hasta que yo me recupere.

Me tensé. Aunque no conocía en persona al hermano menor de Remy, había oído lo bastante de él como para hacerme una idea. Y no era buena.

Sonaba a tipo raro. Un tipo raro rico que poseía varias discotecas y bares en la costa este de los que obtenía enormes beneficios, pero que pasaba la mayor parte del tiempo en el extranjero despilfarrando su fortuna en mujeres. Sin embargo, por alguna extraña razón, Remy parecía adorarlo. Había percibido un genuino afecto en su voz cada vez que Tanner llamaba desde uno de sus remotos destinos. Así que al menos tenía que darle crédito por mantenerse en contacto con su hermano a pesar de su estilo de vida de playboy.

En una ocasión lo había visto mientras mantenía una teleconferencia con Remy. Solo se había tratado de una visión pasajera de cabello y ojos oscuros y un mentón de barba incipiente. Guapo, si ese fuera mi estilo; pero yo prefería alguien sin complicaciones, el opuesto a mi ex, Bardley, y lo que atisbé en la mirada de Tanner bastó para que concluyera que era una pura complicación.

—¿No estaba en el extranjero? —pregunté, fingiendo una calma que no sentía. No necesitaba ser monitorizada por alguien incapaz de distinguir un praliné de un melocotón Melba. Hacía mi trabajo en Le Miel con solvencia y me importunaba que un niño bien novato pudiera distraerme—. Puedo llevar el día a día del negocio por mi cuenta.

—No puedes crear y ocuparte de hacer todo lo demás —la preocupación ensombreció la mirada de Remy—. Tanner es un gran hombre de negocios. Ha dirigido varios restaurantes. Estará al cargo de Le Miel durante un mes, hasta que yo esté de vuelta

—¿Durante un mes?

Soné alarmada y Remy rio.

—Eso es lo que ha dicho el médico. Por lo visto cuanto menos apoye el tobillo roto y menos fuerce las costillas fracturadas, antes sellarán —guiño un ojo—. ¡Quién lo hubiera dicho!

Maldición. Debería de haberme dado cuenta de que, con tres costillas rotas además del tobillo, no iba a poder moverse por la tienda con muletas. Pero cuando Remy había dicho que Tanner supervisaría la actividad diaria, había imaginado que sería como mucho durante una semana. ¿Y resulta que tenía que aguantar al playboy nómada durante un mes?

Sintiéndome culpable por mi egoísmo cuando mi amigo estaba dolorido, le apreté la mano de nuevo.

—Tú concéntrate en mejorar pronto. Yo me ocuparé del resto.

—¿Quieres decir «nosotros nos ocuparemos del resto»?

Una voz profunda llegó desde detrás de mí, el tipo de voz que evocaba imágenes de bares en penumbra, chocolate puro y almas torturadas. Profunda. Sonora. Con un soterrado retintín de impertinencia que me puso en guardia al instante.

Me volví y mire a los ojos al diablo en persona.

Mierda. ¡Qué ojos! De un llamativo siena, un marrón tan claro que casi parecían dorados. Pero lo que me alteró no fue tanto su color como la forma en que me miraban. Como si fuera una sabrosa tarte tatin que esperara a ser devorada. Un escalofrío me recorrió la espalda mientras aquella ávida mirada se concentraba en mi mano, que seguía posada sobre la de Remy, en la cama.

—¡Qué escena tan bonita! —su tono de insolencia me irritó—. Espero no interrumpir.

Yo retiré la mano precipitadamente al tiempo que Remy contestaba:

—No seas idiota. Tanner, esta es Abby, mi aprendiz y la pastelera de repostería francesa más jodidamente buena fuera de París.

—Junto contigo, por supuesto, hermano —Tanner concentró una mirada inquisitiva en mí y, muy a mi pesar, las partes de mi cuerpo que no habían sido acariciadas por ningún hombre en más de un año echaron chispas. ¡Y cómo!

—Eso no hay ni que decirlo —dijo Remy con el rostro iluminado, haciendo un gesto a Tanner para que se aproximara—. Gracias por hacerme este favor.

—Es un placer —al acercarse Tanner, yo me puse en pie y reprimí el impulso de salir huyendo.

Como si sus ojos no fueran suficiente, al acercarse me di que cuenta de lo grande que era. Enorme. Medía más de uno noventa y tenía una constitución conseguida a base de pasar muchas horas en el gimnasio. O realizando otro tipo de ejercicio.

Maldición. ¿De dónde había salido ese pensamiento? Por segunda vez en menos de un minuto asociaba a Tanner con el sexo.

Estaba claro que necesitaba un revolcón entre las sábanas. Si es que hubiera tenido el menor interés en ello.

No me había sido difícil mantenerme célibe al acabar con Bardley. Había estado demasiada ocupada recomponiendo una vida que no incluyera meriendas con la alta sociedad, cenas lujosas para atraer a clientes y fines de semana en yate. Todo ello encajado entre mi licenciatura de empresariales. Que también dejé plantada. ¡Toda una heroicidad!

—Lo cierto es que no podías haber sido más oportuno —la habitación se empequeñeció cuando Tanner se apoyó en la cama—. Estaba buscando un nuevo reto.

Sentí un hormigueó en la piel al intuir en la mirada retadora de Tanner, que no se estaba refiriendo exclusivamente a Le Miel.

O Remy no era consciente de las chispas que saltaban entre Tanner y yo o los analgésicos empezaban a surtir efecto, porque nos indicó que nos fuéramos con un débil gesto de la mano.

—Bien, ¿por qué no vais a conoceros mejor y me dejáis para que me regodee en mi propia miseria?

—Tus deseos son órdenes, hermano —Tanner se inclinó para abrazar delicadamente a su hermano, y aquel inesperado gesto hizo que, muy a mi pesar, me cayera un poco mejor—. Te mantendré al tanto. Y no te preocupes, la pastelería va a ir fenomenal.

—Cuídate, Remy —dije yo, inclinándome desde el lado de la cama opuesto al de Tanner para darle un beso—. Y mejórate pronto, ¿eh?

—Lo prometo —por la sonrisa maliciosa que compuso supe que no me iba a gustar lo que estaba a punto de decir—: Ahora te dejo en las capaces manos de Tanner.

Las mejillas me ardieron al imaginar con nitidez qué se sentiría al estar, literalmente, en esas manos.

Entonces cometí el error de alzar la mirada justo cuando Tanner alzaba las manos en cuestión y curvaba los labios en una sonrisa arrebatadora antes de decir:

—¡Qué afortunada!

Podría haber descrito de muchas maneras cómo me sentía en aquel instante.

«Afortunada» no era, ni de lejos, una de ellas,

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Tanner

 

No bromeaba cuando le dije a Remy que estaba buscando nuevos retos. Pero la fría rubia con ojos glaciales y una actitud igualmente gélida no era uno de ellos.

Supe cómo era en cuanto me miró con aire arrogante. Una niña rica aburrida jugando a hornear pasteles durante una temporada como los haría en su cocinita de juguete cuando era pequeña mientras pensaba en el príncipe azul con una cuenta abultada que aparecería para rescatarla. Sí, las mujeres como aquella llevaban el cuento de hadas marcado a fuego.

Por eso me pregunté cómo era posible que hubiera aguantado todo un año en el trabajo. Hacía unos diez meses, Remy me había puesto al día sobre su nueva pupila en una de nuestras conversaciones telefónicas. Me contó que una de sus mejores clientas había aparecido un día en la tienda con los ojos desorbitados y fuera de sí, suplicándole que le diera trabajo. Por lo visto, siempre había soñado con ser pastelera.

Menuda gilipollez.

No tenía ni idea de a qué jugaba aquella Abby, pero el hecho de que Remy le hubiera dejado el apartamento que tenía sobre la pastelería hasta que pusiera su vida en orden significaba que yo podría vigilarla y averiguar cuáles eran sus intenciones.

Tal y como había aprendido a base de golpes, todo el mundo tenía un lado oscuro. Así que si la princesa de hielo estaba aprovechándose de mi hermano, le daría una patada en su bonito trasero cuando menos lo esperara. Y era bonito. Mucho, por lo que pude apreciar cuando se inclinó a besar a Remy. Ese detalle podía haber pasado por una prueba de afecto genuino de no ser porque a mí no se me engaña con facilidad.

Las mujeres como aquella eran las reinas de la simulación, y si lo que verdaderamente pretendía era engañar a mi hermano para conseguir, por ejemplo, que le cediera una parte de Le Miel, se iba a llevar una desagradable sorpresa.

Remy siempre había sido demasiado bueno, ese era su problema. Y probablemente una de las razones por las que papá lo toleraba, mientras que a mí me despreciaba.

—Deberíamos volver a la pastelería —dijo Abby cuando salimos del hospital—. Makayla, una de las empleadas, debe de estar exhausta.

—No vayas tan deprisa, Capricho Dulce —puse una mano en la parte baja de su espalda y sentí una descarga eléctrica recorrerme el brazo—. Primero debemos conocernos mejor.

Ella me miró como si hubiera sugerido que lo hiciéramos desnudos y sonreí. La idea resultaba tentadora, sobre todo teniendo en cuenta lo divertido que sería hacer caer aquella fachada de indiferencia.

—Me refería a que nos tomáramos una café en uno de los bares de la costa, pero si tienes otra sugerencia, me apunto —le guiñé un ojo.

Tal y como suponía, se irguió hasta su impactante metro ochenta. Era una mujer alta. A mí me gustaban más menudas y dóciles que grandes y ariscas.

—Mi nombre no es Dulzura —dijo, alzando la barbilla con arrogancia.

—¿Te gustaría que lo fuera?

Me incliné hacia ella esperando que saltara hacia atrás como un gato sobresaltado.

Cuando se quedó inmóvil, mirándome furiosa con sus enormes ojos azules, de un azul peculiar, que solo había visto en un glaciar de Nueva Zelanda, no pude evitar sentir admiración por ella.

—Escucha atentamente: me encanta mi trabajo y respeto a tu hermano. Él me dio una oportunidad cuando nadie más me la daba y no pienso estropearlo todo por un Romeo bocazas incapaz de mantener la bragueta cerrada. ¿Te has enterado?

Me clavó el dedo en el pecho. Y mi admiración hacia ella aumentó por tener el valor de plantar cara a mis insinuaciones y no dejarse amilanar.

—Así que déjate de coqueteos y hablemos de negocios.

No pude evitar una última broma:

—¿Negocios sucios?

—¡Eres insoportable! —masculló echando a andar.

Bueno, tal vez me había pasado, pero no me importó, porque me permitió tener una vista privilegiada de su trasero. Mi impresión inicial había sido correcta. Prieto y redondo: las mallas negras del uniforme de la pastelería le quedaban a la perfección. La pastelería… Le había prometido a Remy que funcionaría sin contratiempos durante su ausencia, y yo siempre cumplía mis promesas. Remy era de mi sangre, y yo le debía mucho.

Lo que significaba que tenía que ser amable con la señorita Mejillas Dulces.

—¡Oye, espera! —le di alcance en un par de zancadas—. Culpa al jet lag de mi estupidez. Ten en cuenta que llegué de Los Ángeles anoche.

Ella me dedicó una mirada de exasperación que me indicó que no se había ablandado un ápice.

—Tomemos un café y prometo portarme bien. ¿Qué te parece?

Ella vaciló mientras se mordisqueaba el labio inferior, y que me jodan si ese casi imperceptible gesto no fue directo a mi polla. En contra de lo que se rumoreaba, no me tiraba a toda falda que pasaba a mi lado, y llevaba varios meses de abstinencia. Si la princesa de hielo me ponía cachondo con un simple mordisqueo del labio, había llegado el momento de hacer algo al respecto.

—Vamos, Abby, no muerdo —reprimí el añadir: «a no ser que me lo pidas con amabilidad».

Después de lo que pareció una eternidad, Abby asintió con la cabeza y dijo:

—Está bien.

Pero no lo estaba, porque según nos acercábamos al bar, me llegó una bocanada de aire impregnada de su fragancia. Una embriagadora mezcla de vainilla y coco, y me pregunté si sabría tan bien como olía.

Mierda. Remy me castraría si me enrollaba con su pupila. Además, no era eso lo que yo quería. Una cosa era tontear y otra dar un paso más allá.

Pero cuando otro golpe de viento le alborotó el cabello rubio y unos mechones le acariciaron el rostro, noté en los dedos un hormigueo al desear retirárselos, y supe que las cuatro semanas que iba a trabajar junto a Abby se me iban a hacer muy largas.

Anhelaba un reto.

Estaba claro que lo había encontrado.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Abby

 

Estaba perdiendo el tiempo.

Debía de haber vuelto a Le Miel y asegurarme de que Makayla tenía todo bajo control. En lugar de eso, tenía que hacerme la amable con él.

—¿Te parece bien esta mesa? —Tanner indicó la única mesa vacía para dos que había en el exterior del bar. Una mesa acogedora.

Asentí con la cabeza.

—Acabemos cuanto antes para que pueda volver a la pastelería.

—¿Por qué tienes tanta urgencia en librarte de mí? —Tanner separó mi silla en un gesto caballeroso que contrastaba con la aspereza que irradiaba—. He prometido ser bueno.

Conseguí sonreír a modo de agradecimiento y me senté.

—¿Qué quieres tomar? —Tanner se sentó y se dobló las mangas, dejando a la vista unos brazos profusamente decorados.

No me gustaban los tatuajes. No podía entender qué llevaba a la gente a destrozar así su piel. Pero cuando Tanner apoyó los antebrazos en la mesa, no pude apartar la mirada de los bellos dibujos que, empezando en su muñeca, desaparecían bajo la manga de la camisa.

Cuando alcé la mirada hacia Tanner, este sonreía como si supiera con exactitud hasta qué punto lo encontraba fascinante.

—¿Te gusta lo que ves?

—No —repliqué, sonando crispada y mojigata a la vez que sentía calor en las mejillas.

—Se extienden mucho más allá de los brazos —dijo en un tono grave y con una nota de picardía que hizo que se me agarrotaran los muslos.

—No me gustan los tatuajes —dije, desmintiendo mi solemne declaración al desviar la mirada de nuevo hacia sus brazos.

—Le pasa a mucha gente —Tanner se encogió de hombros como si mi opinión le resultara indiferente—. Ven un tatuaje y piensan al instante en moteros y narcos. No aprecian su valor artístico.

—¿Te gusta el arte?

—Me gusta la tinta —Tanner se reclinó en el respaldo y entrelazó las manos tras la nuca.

Era un tipo que se sentía cómodo en su propio cuerpo, que quedó a la vista al subírsele el faldón de la camisa, lo que permitió a mis asombrados ojos atisbar más tinta en la parte baja de su abdomen.

Aunque no pude ver el diseño con claridad, tenía todo el aspecto de tratarse de un sable y un garfio.

—¿Un pirata? ¿De verdad? —las palabras escaparon de mi boca y, mientras me quedaba horrorizada por haber expresado mis pensamientos en alto, él rio con tantas ganas que varios clientes se giraron a mirarnos.

—No sé de qué te asombras —dijo provocativamente—. Como cualquier pirata, aprecio un buen botín.

Apreté los labios antes de que se me escapara cualquier cosa. Como que preferiría saltar por la borda antes de convertirme en su botín. Sin embargo, eso no habría sido del todo verdad, y después de mi desastroso matrimonio había prometido no volver a mentir, especialmente a mí misma.

En menos de media hora, Tanner King me había hecho sentir más viva de lo que me había sentido en muchos años. Su arrogante y relajada actitud me sacaba de quicio. Me encantaba el hormigueo que me recorría la piel y el peculiar vacío que sentía en el vientre.

Aunque me espantara la idea, tenía que reconocer que me excitaba un poco. Mucho. Lo que fuera.

—Deja que adivine. Vas a hacer un comentario sobre dónde está la pata de palo.

Tanner volvió a reírse y se le formaron unas encantadoras arruguitas al borde de los ojos.

—Eres graciosa. Eso me gusta en una mujer.

Tuve la respuesta automática: que a él le gustaban todas las mujeres, en la punta de la lengua, pero llegó la camarera y una vez se fue con el pedido volví a sentirme escrutada por sus chispeantes ojos y disfrutarlo más de lo que debería. Tenía que reconducir el encuentro a un terreno profesional y alejarme de las sonrisas cautivadoras y de los piratas con pata de palo.

—Remy me ha dicho que has tenido varios restaurantes.

Una sombra de tristeza oscureció su mirada.

—Sí, pero se me dan mejor los locales nocturnos.

No lo dudaba. Era fácil imaginarlo mientras recorría una sala en penumbra acechando a su presa. Aunque dada la testosterona que irradiaba su musculoso cuerpo, tal vez la expresión más correcta era: «sobre una afortunada mujer».

—No te he visto nunca por la pastelería.

Se quedó inmóvil, como si le estuviera recriminado que no se ocupara de su hermano.

—He estado trabajando en Londres y Los Ángeles. He asesorado a algunos amigos que iban a montar sus propias discotecas siguiendo el modelo de las mías.

—¡Qué altruista! —el sarcasmo se me escapó involuntariamente y no me sorprendió que Tanner frunciera el ceño—. Disculpa, he sonado muy borde. Hoy era un día importante para mí, y va Remy y se cae. Y me he preocupado un montón… por él y por la pastelería y por no estar segura de poder cumplir con todo…

Genial. Estaba consiguiendo parecer una mema con incontinencia verbal. Me miró con una sorprendente seriedad que no había mostrado en el poco tiempo que nos conocíamos. Y me gustó que pudiera dejar de hacer el payaso si las circunstancias lo exigían.

—No tienes que hacerlo sola. Para eso estoy yo aquí —dijo, mirándome con curiosidad—. En cuanto a mi hermano mayor, saldrá de esta —tras una pausa, frunció levemente las cejas—. Así que hoy es un día importante. ¿Qué celebras? ¿Te casas?

—Desde hoy, estoy divorciada oficialmente —aleteé las manos tarareando—: Du-bi-du-bi-du.

—Estar divorciada tiene que ser mejor que estar casada —dijo él, haciendo que «casada» sonara obsceno.

—Lo es cuando te casas con un frío y cruel cerebrito solo porque en el momento crees que eso es lo que tienes que hacer.

Tenía un recuerdo nítido de aquel día. El jardín trasero de la mansión de mis padres transformado en un «país de las maravillas» invernal. Gigantescas carpas. Raso blanco envolviéndolo todo. Quinientos de sus más allegados conocidos. Y Bardley esperando en el altar, mirándome con avaricia, como si hubiera conseguido una codiciada cartera de valores. Debería de haber huido en aquel mismo instante. Pero mi principal preocupación era contentar a todo el mundo, y en el proceso, había entregado mi alma.

—Pensaba que las mujeres veían las bodas como corazones y flores y todas esas chorradas, no como algo con lo que hay que cumplir. ¿Quieres hablar de ello? Cuéntale tus más oscuros secretillos a tío Tanner.

—Ni son oscuros ni es un secreto. Me casé a los veintiún años con un tipo con el que prácticamente había crecido. Nuestros padres nos animaban a estar juntos, así que casarnos parecía el paso lógico.

Sentí un peso en el pecho al recordar lo que había sucedido después de que diera el «sí, quiero». Cómo Bardley se había transformado en un monstruo sádico y controlador.

—Nos mudamos a Vaucluse. Casa perfecta. Vida perfecta. Solo que nada era tan perfecto…

Me quedé callada, preguntándome por qué demonios estaba desvelando todo aquello a un desconocido.

—¿Ese cabrón te pegaba? —gruñó Tanner, y al alzar la mirada me sorprendió ver que apretaba los puños—. Dime dónde encontrar a ese cerdo y le daré una paliza.

—¡Quieto ahí, Superman! —levanté las manos—. Bardley me maltrató emocionalmente y de palabra, pero nunca me puso las manos encima.

—Esa otra mierda es igual de mala —masculló, suavizando los puños levemente—. En cualquier caso, ¿qué gilipollez de nombre es Bardley?

Sonreí. Su furia era tan sexy como el resto de él.

—«Esa otra mierda» fue la razón de que lo dejara. Llegó un momento en el que no pude aguantarlo más —sacudí la cabeza, recordando el preciso instante en el que había tomado las riendas de mi vida.

Me había humillado delante de sus amigos, obligándome a hacer esquí acuático cuando sabía que toda agua que no fuera la de la bañera me aterraba. Terminé torciéndome la muñeca cuando me caí en el primer intento de ponerme en pie sobre los esquíes. Tenía toda la pinta de ser una fractura, pero Bardley se burló de mí.

Aquella noche hice las maletas con la mano buena y me fui a un hotel en taxi. Pasé más de una hora vaciando mis cuentas y exprimiendo mis tarjetas de crédito para pagar por adelantado la minuta de uno de los abogados más prestigiosos de la ciudad.

Me arrepentía de haber sido una idiota, el tipo de mujer que consentía ser maltratada.

—¿Y cuál es el plan?

—¿Qué plan? —repetí, volviendo al presente y casi sorprendiéndome de estar en un bar en el puerto con un tipo extremadamente atractivo.

—Para celebrar tu divorcio —Tanner bajó la voz—. Habrás pensado cómo celebrarlo, ¿no?

—Había contado con irme pronto de la pastelería para disfrutar de un espectacular vino tinto y de Channing Tatum, pero me parece que voy a tener que trabajar hasta tarde, ocuparme de las tareas de Remy y dejarlo todo listo para mañana.

Tanner puso los ojos en blanco haciendo un gesto de burla.

—¿Qué os pasa a las mujeres con Channing Tatum?

—Cuerpo espectacular, mentón marcado. Sabe lo que hace. ¿Cómo no iba a gustarnos?

—Pero es una fantasía —Tanner rio burlón—. ¿No preferirías un hombre de verdad?

En la mirada fija de Tanner vi que me retaba. Me estaba ofreciendo una noche de desenfreno. Una noche para borrar los amargos recuerdos de mi matrimonio.Una noche que me hiciera sentir viva.

Pero tenía que trabajar con aquel hombre durante las cuatro semanas siguientes. Remy contaba conmigo, y no tenía la menor intención de cargarme la fe que tenía en mí por enrollarme con su hermano.

—Preferiría que acabáramos nuestros cafés y fuéramos a la pastelería —dije, exhalando aliviada cuando la camarera apareció con nuestro pedido.

—Vale —dijo él, aunque no iba a darse por vencido—. Pero si quieres deshacerte de la fantasía a cambio de la realidad, ya sabes dónde encontrarme.

Alzó la taza de café hacia mí.

—Por una buena relación profesional, por las celebraciones de verdad y por la localización de las patas de palo huidizas.

Me atraganté con mi primer sorbo de café y Tanner dejó escapar una risa grave y sensual que hizo que me atravesara una corriente de deseo.

Sí, iban a ser cuatro semanas muy largas.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

Tanner

 

En cuanto entré en Le Miel me arrepentí de haber accedido a ayudar a Remy.

Había un motivo por el que evitaba ir a la pastelería, me hacía pensar en nuestra casa. En mama. Cuando murió, hacía veinte años, yo tenía diez años. Aunque los recuerdos que tenía de ella fueran cada vez más vagos, era imposible olvidar el de estar a su lado en la cocina, pasándole las tazas con harina, sosteniendo los huevos con cuidado, estirando la masa con mi propio rodillo, chupando el glaseado de mis pegajosos dedos.

Mamá llevaba un negocio de repostería desde casa, pero por encima de todo, le encantaba cocinar. Era su pasión, como ella había sido la de mi padre: la mujer francesa que le había robado el corazón durante su viaje a París al acabar el bachillerato.

Una lástima que el romance no durara.

Por lo que Remy me había contado, papá había puesto los ojos en Claudette Allard y desde eses instante ella se había convertido en la principal mujer de su vida. Se casaron en dos meses, tuvieron a Remy un año más tarde y yo llegué cinco años después. Y por lo que había oído el fatídico día en el que mamá murió, todo se fue al carajo en torno a esa fecha.

Papá evitaba entrar en la cocina y yo, aun siendo muy pequeño, me alegraba de ello. Cuando no estaba, mamá, Remy y yo éramos más felices.

Me encantaban los días que pasábamos los tres juntos: mamá golpeándome la mano por tomar un cruasán antes de que se enfriara, Remy ayudándome a dibujar una letra difícil con el glaseado. Yo, ofreciéndole a mi madre su pastel favorito de chocolate que había hecho yo mismo de cero. Los tres solos, riendo y bromeando. Felices. Juntos.

Antes de aquel día, ya había oído discutir a mis padres. Eran el tipo de discusiones que habían quedado grabadas en mi mente por más tiempo que hubiera pasado, por muchas copas y por muchas mujeres que hubiera utilizado para intentar borrarlas de mi recuerdo. El día en el que mamá se había sentido tan dolida que había salido precipitadamente de casa, había subido al coche y se había matado en un accidente, dejándonos a Remy y a mí con papá.

Y entonces empezó el infierno.

—¿Estás bien?

Bajé la mirada y vi que Abby había posado la mano en mi brazo y me miraba con gesto de preocupación.

Molesto por haberme dejado afectar por los recuerdos, sacudí el brazo para quitarle la mano.

—Sí. Empecemos.

Me miraba con aquellos ojos azules como si pudiera verme tal y como era. Una sensación desconcertante.

—Has estado aquí antes, ¿no?

Asentí con la cabeza.

—Pero hace bastante tiempo.

Abby no me preguntó por qué, pero pude percibir su desaprobación por cómo apretó los labios.

—Te voy a enseñar el despacho de Remy, que es donde vas a trabajar

¿Así que no sabía que yo podía cocinar? ¡Qué interesante! Iba a ser muy divertido demostrarle a doña Perfecta lo que era capaz de hacer con un rodillo de amasar.

—Tú primero —dije, haciendo una reverencia y conteniendo la risa al ver que apretaba los dientes.