Fantasmas - Eduardo Berti - E-Book

Fantasmas E-Book

Eduardo Berti

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Beschreibung

Los Fantasmas son muertos que se niegan a morir porque no saben o no pueden o no les permiten hacerlo; son almas en pena, difuntos sin paz a quienes por lo común les ha quedado algo por hacer (una venganza que cumplir, un consejo que dar, un simple acto pendiente) y que, al volver, ponen en jaque las fronteras entre el "mundo real" y el "más allá". Presenten Fantasmas visibles o invisibles, buenos o vengativos, tristes o poderosos, las ghost stories tuvieron su apogeo en la Inglaterra victoriana, pero son tan viejas como el deseo de conjurar la muerte por medio de relatos, y sus antecedentes pueden rastrearse en una antigua carta de Plinio el Joven, en los primeros cuentistas chinos o en la tradición de los kwaidan japoneses. «Fantasmas» incluye cuentos de Charles Dickens, Margaret Oliphant, Ambrose Bierce, Gan Bao, Amelia B. Edwards, Lafcadio Hearn, Louisa Baldwin, Pu Songling, Guy de Maupassant, Saki, Edith Wharton y Sheridan Le Fanu, entre otros.

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Índice
Portadilla
Legales
Acerca de este libro
Prólogo
Eduardo Berti, Muertos inmortales
Fantasmas de la antigüedad
Plinio el Joven, Epístolas, VII, 27, 5-11
Luciano de Samósata, El mentiroso o el incrédulo, fragmento
Valerio Máximo, Dichos y hechos memorables, I, 7, 7 y I, 7, 10
Flegón de Tralles, Sobre las maravillas, II
Gan Bao, Selección de cuentos del Soushenji
Giovanni Boccaccio
Giovanni Boccaccio, Historia de Nastagio degli Onesti
Simon Goulart, Selección de textos de su Tesoro de historias admirables
Joseph Glanvill
Joseph Glanvill, El fantasma del mayor Sydenham
Pu Songling, El letrado de barro
Daniel Defoe, La aparición de Mrs. Veal
Ji Yun, Dos cuentos de La crónica del verano en Luanyang
El caso de Changming
El monje que aguarda en el templo
Marqués de Sade, El aparecido
E.T.A. Hoffmann, Una historia de fantasmas
Edgar Allan Poe
Edgar Allan Poe, Ligeia
Charles Nodier, La casa del lago
Orest Somov, La ondina
Washington Irving
La cocina de la posada
El espectro del novio
Charles Dickens, Juicio por asesinato
Joseph Sheridan Le Fanu, El fantasma de la señora Crowl
Pedro A. de Alarcón, La mujer alta (cuento de miedo)
Jean-François Bladé, El vestido
Patrick Kennedy, Los fantasmas y el partido de fútbol
Iginio Ugo Tarchetti, Un hueso de muerto
Gustavo Adolfo Bécquer, Maese Pérez el organista
Guy de Maupassant, Aparición
Henry James, Sir Edmund Orme
Lafcadio Hearn, El secreto de una difunta
Antón Chéjov, Pavorosa noche
Louisa Baldwin, Cómo abandonó el hotel
Saki, La ventana abierta
Richard Middleton, El camino a Brighton
Anatole France, La misa de las sombras
Émile Zola, Angéline o la casa encantada
Rainer Maria Rilke, Aparición diabólica
Arthur Conan Doyle, Cómo ocurrió
M. R. James, El número 13
Mark Twain, Una historia de fantasmas
Ambrose Bierce, Un diagnóstico de muerte
Horacio Quiroga, El espectro
Brander Matthews, Los fantasmas rivales
Rudyard Kipling, Mi verdadera historia de fantasmas
Gilbert K. Chesterton, La tienda de los fantasmas
Acerca de las traducciones
Acerca del compilador
Otros títulos

Berti, Eduardo

Fantasmas / Eduardo Berti; compilado por Eduardo Berti. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2021.

Libro digital, EPUB - (El otro lado. Clásicos)

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-8388-31-1

1. Narrativa Argentina. I. Berti, Eduardo, comp. II. Título

CDD A863

el otro lado / clásicos

Traducciones de Eduardo Berti excepto “Fantasmas de la antigüedad”: traducción de Juan Goldín y Nicolás Gelormini; “Una historia de fantasmas” y “Aparición diabólica”: traducción de Nicolás Gelormini; selección de cuentos del Soushenji, El letrado de barro y dos cuentos de La crónica del verano en Luanyang: traducción de Baoyan Zhao; “Historia de Nastagio degli Onesti” y “Un hueso de muerto”: traducción de María Teresa D’Meza; “La ondina” y “Pavorosa noche”: traducción de Luisa Borovsky; “Los fantasmas rivales”: traducción de Marcos Mayer; “La aparición de Mrs. Veal”, “La cocina de la posada”, “Ligeia”, “Juicio por asesinato” y “El número 13”: traducción de Eduardo Berti y Salvador Biedma.

Editor: Fabián Lebenglik

Maqueta original: Eduardo Stupía

Diseño: Gabriela Di Giuseppe

2ª edición en Argentina

1ª edición en España

© Adriana Hidalgo editora S.A., 2021

www.adrianahidalgo.com

ISBN: 978-987-8388-31-1

La editorial agotó las posibilidades de búsqueda de los derechohabientes de los textos incluidos en este volumen y está a disposición en caso de haber omisiones involuntarias.

Queda hecho el depósito que indica la ley 11.723

Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial. Todos los derechos reservados.

Prólogo

Muertos inmortales

Eduardo Berti

1

Para que una historia de fantasmas sea efectiva no basta con que nos presente a un muerto entre los vivos; es preciso también que la historia parezca real e “inspire un sentimiento de terror en quien la lea”, decía M. R. James, uno de los maestros del género.

“La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo”, señalaba H. P. Lovecraft en su muy influyente ensayo sobre El horror en la literatura. Para concluir: “El más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido”.

Los fantasmas son, podría decirse, una hipérbole de lo desconocido. No sólo han muerto (nada más desconocido que la muerte), sino que por algún motivo extraordinario su muerte ha sido diferente de la mayoría de las muertes. Son muertos que se niegan a morir porque no saben o no pueden o no les permiten hacerlo; son almas en pena, difuntos sin paz a quienes por lo común les ha quedado algo por hacer (una venganza que cumplir, un consejo que dar, un simple acto pendiente) y que, al volver, ponen en jaque las fronteras entre el “mundo real” y el “más allá”.

2

¿Son lo mismo, en esencia, un fantasma y un aparecido? Hay quienes proponen el siguiente matiz: los fantasmas serían los muertos que reaparecen bajo forma humana; las apariciones no se limitarían al aspecto humano, sino que también tendrían el de animales u otros elementos como el fuego o el viento.

Esta distinción es sumamente discutible, y en una amplia mayoría de casos los dos vocablos (“fantasma” y “aparecido”) se utilizan en la práctica como sinónimos, lo mismo que otras palabras como “espectro” o “espíritu”.

Etimológicamente, la palabra “fantasma” proviene de “phantasia” (fantasía), término que más tarde derivará en “phantasma” (fantasma) y que a partir de San Agustín (según indica Jean-Claude Schmitt en su Historia de la superstición) se emplea para designar un mal sueño o un sueño diabólico: “phantasticæ illusiones”.

De la palabra inglesa “ghost” suele decirse que deriva de “gást” (inglés antiguo), que a su vez provendría de una forma pre-germánica (“ghoizdo”) que aparentemente significaba “furia” o “ira”.

En la antigua Roma se designaba a los fantasmas como “manes” (estos eran los más inofensivos, los espectros de la buena gente), como “lemur”, como “larvae” (en especial a los muertos sin reposo) o como “monstruo”, cuyo diminutivo (“mostella”) aparece en una obra de Plauto: Mostellaria o La comedia del fantasma.

3

En La leyenda dorada (Legendi di Sancti Vulgari Storiado), el libro más popular de la Edad Media después de la Biblia, el dominico italiano Santiago de la Vorágine (¿1228?-1298) indica que una de las funciones principales de los aparecidos consiste en ayudar o instruir a los vivos. Más aun, la ayuda mutua es vista por él como un requisito: los vivos tienen el deber de ayudar a su vez a los muertos y, en caso de cumplirlo, los difuntos acudirán para ayudar a los vivos, a modo de recompensa.

Se trata, en cierto aspecto, de una versión elaborada de una de las creencias más añejas de la humanidad: hay que honrar a los muertos, hay que celebrar su memoria, hay que enterrarlos con los rigores debidos, hay que cuidar sus sepulturas o, de lo contrario, es muy probable que se irriten y regresen para vengarse o quejarse.

Los relatos de fantasmas echan luz a un sinnúmero de creencias en su mayoría paganas: que las personas asesinadas reaparecen en el lugar del crimen, que los muertos prematuros (los muertos “antes de tiempo”, antes de “su hora”, a menudo bajo circunstancias violentas) se rebelan contra este destino, que quienes no han muerto con la conciencia en paz regresan con el objeto de resolver alguna cuenta pendiente, etcétera.

La venganza y la deuda pendiente son las dos causas más usuales para las apariciones. La venganza en ocasiones es cumplida directamente por el mismo fantasma, pero en otros casos el espectro se presenta para reclamarle a un tercero (un pariente, un amigo vivo) que la ejecute.

Hay otros tópicos recurrentes en los relatos de aparecidos. Desde el marido celoso en el más allá, hasta el fantasma de un amor prohibido o no correspondido; desde el individuo que en vida causó cierto daño al prójimo y regresa lleno de remordimientos para remediarlo, hasta los “mal muertos”: los insepultos (“insepulti”) o los que no han sido llorados (“indeploranti”). Sin olvidar el caso del que ha matado a alguien y consumido por la culpa es asolado por su aparición, y del “fantasma protector” o del espectro condenado a repetir un gesto o un acto por toda la eternidad. (1)

Son raros, desde luego, los fantasmas buenos o inofensivos. En la raíz de la creencia está el miedo a la muerte y lo ignoto. En cuanto a las soluciones para ahuyentar a los espectros, las más simples suelen pasar por el empleo de amuletos y objetos destinados a conjurar o exorcizar el fenómeno. Otro remedio es la acción oportuna de un experto o entendido en la materia. Pero la historia recoge asimismo otros métodos más drásticos, como la mutilación o decapitación del cadáver de ese individuo obstinado en volverse espectro. En tal sentido, no es inusual que al abrirse la sepultura de la persona que ha aparecido se descubra que el cadáver se ha negado a descomponerse.

Que un muerto parezca negarse a morir, o que se pueda “matar” a un muerto (decapitando su cadáver) muestra a las claras la inquietante paradoja del fenómeno de los aparecidos.

4

En un brillante y ya clásico estudio consagrado a los fantasmas de la antigüedad (Greek and Roman Ghost Stories, 1912), Lacy Collison-Morley indica que no hubo etapa ni cultura en la que no se creyera en la vida después de la muerte.

Viejos textos de Cicerón, de Macrobio y de otros autores antiguos confirman que los griegos y los romanos no creían en una frontera inviolable entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Estos últimos tenían su día de fiesta: el “Dies Parentales” de los romanos (del 13 al 21 de febrero), la “Genesia” que los griegos celebraban hacia fines de septiembre. Y también existían, por supuesto, tanto en Grecia como en Roma, festivales destinados a apaciguar o a consolar a los muertos sin descanso, a los espectros y fantasmas. Por ejemplo, el “Nemesia” que se celebraba en Atenas entre febero y marzo.

A medida que la práctica de la cremación fue desplazando a la del entierro, dice Collison-Morley, se fue consolidando la noción de que el alma tenía una existencia propia, independiente de la del cuerpo, y la idea de que había un gran hueco en el centro de la tierra donde moraban eternamente las almas de los muertos.

En la antigüedad no existía, de forma específica, el género de terror. Los relatos de fantasmas (los relatos de miedo en general) aparecen insertados, “incrustados”, en el marco de textos mayores, algunos de carácter más o menos histórico o enciclopédico (como en Flegón o en Valerio Máximo), otros puestos en boca de un personaje/narrador presente en un “banquete” (como en el caso de Luciano de Samósata).

El “banquete” o la ronda de historias no sólo pone en evidencia un tabú (de fantasmas y de cosas semejantes no se habla en la calle, ni en lugares que no sean familiares (2)), sino que constituye una estratagema usual para obtener un efecto de verosimilitud (efecto que incluye la presencia, casi infaltable, de un incrédulo entre el auditorio), al igual que el tópico de la carta o el informe que un narrador supuestamente envía a otro personaje y que, de esta manera, es “sometido” al lector.

Los primeros y más antiguos fantasmas son, según Collison-Morley, “una copia vaga e insustancial” de cómo eran en el reino de los vivos. Cuando en la Ilíada Homero presenta la sombra de Patroclo, que se le aparece a Aquiles en un sueño, no sólo su aspecto es el mismo, sino que hasta sus ropas son aquellas que llevaba entre los vivos. A lo sumo, en algunos casos, los fantasmas regresaban empalidecidos, porque carecían de sangre, porque la palidez venía a ser la marca de la muerte.

5

“La muerte no supone el fin de la vida y alguna sombra lívida escapa triunfante de las piras funerarias”, escribió Sexto Propercio (¿50 a.C.?-¿2 d.C.?) en un texto donde también puede leerse que “las almas errantes aparecemos de noche; la noche libera las sombras cautivas”.

Las historias de fantasmas de la antigüedad (algunas de ellas, incluidas en esta antología) no sólo fijan los rasgos formales del género, sino varias de sus imágenes arquetípicas: el ruido de cadenas que precede a la aparición del espectro, (3) los objetos que llevan y traen los fantasmas (y que confirman su paso de un mundo a otro, al tiempo que nos dejan perplejos, como la famosa flor del sueño de Coleridge), el descubrimiento casi siempre atroz de que algo ha cambiado en la tumba del fantasma, las apariciones oníricas que impugnan las nociones de sueño y realidad, las casas encantadas o embrujadas, y la frecuente solución del embrujo a cargo de un héroe con cualidades especiales.

Tampoco faltan en la antigüedad los fantasmas que renacen del pasado con el fin de prevenir a los vivos acerca del futuro. Es el caso de Plutarco en su Vida de Dion, donde relata que tanto Dion como Brutus fueron prevenidos de sus muertes inminentes por un espectro.

6

Durante la Edad Media, la iglesia se encargó de domeñar a los fantasmas. “El que haya unos hombres que se aparezcan después de morir es algo que resulta difícil de creer para cristianos nutridos de la Biblia y de los Padres de la Iglesia. Para ellos, y antes de que se asiente la noción de purgatorio, no existen más que dos posibilidades para un difunto: va al infierno o va al paraíso. Enfrentada al culto a los muertos, capital en el paganismo, la iglesia se ve obligada a reaccionar y a imponer sus propias respuestas a las cuestiones referentes a los estados post-mortem. Los dos teólogos que han desempeñado el papel más importante en la historia de los fantasmas y los aparecidos han sido Tertuliano y San Agustín”, plantea Claude Lecouteux en su indispensable Fantasmas y aparecidos en la Edad Media.

San Agustín justifica la creencia en los muertos que no tienen descanso. El purgatorio, por lo tanto (el “tercer lugar”: ni cielo, ni infierno), se convierte en la morada de los muertos que no descansan en paz.

El asunto ha sido cuidadosamente analizado por Jacques LeGoff en El nacimiento del purgatorio. En resumidas cuentas, Tertuliano (4) fija la idea de que los aparecidos son muertos poseídos por el demonio. Los fantasmas pasan a ser vistos como una ilusión diabólica. La literatura moralizante de la época (sobre todo los ejemplarios) ofrece innumerables casos.

Lecouteux recoge en su libro varios ejemplos que Cesareo de Heisterbach escribió en su “Dialogus miraculorum” (“El diálogo de los milagros”). En uno de ellos, una mujer pide, en plena agonía, que le hagan unos sólidos zapatos y la entierren con ellos. “Me serán útiles”, explica, y le conceden su último deseo. A la noche siguiente, un caballero oye una voz: “¡Ayúdenme!”. Luego ve a una mujer que sólo lleva camisa y zapatos; intenta atraparla de los cabellos, pero ella escapa no sin antes perder varios mechones. Por la mañana abren la tumba y ven que la muerta ha perdido buena parte del pelo.

7

Analizando los textos de la Edad Media, Lecouteux postula una división entre “falsos” y “verdaderos” aparecidos. Los verdaderos son “difuntos que regresan por sí mismos, por una razón de su interés”. Los falsos son por un lado los “muertos recalcitrantes” (los que van a la tumba a regañadientes) y, sobre todo, los que reviven obligados por alguna circunstancia: para defenderse porque se está violando su sepultura o porque un tercero los invoca o los obliga a volver por medio de la necromancia, es decir, por la resucitación de muertos con el objeto de predecir el futuro.

En cuanto a los “verdaderos aparecidos”, están los que aparecen en sueños y los que aparecen en estado de vigilia o, a menudo, en la duermevela. Y están también los casos de fantasmas que equivalen a anuncios funestos: aparecidos que son mensajeros o que encarnan la propia muerte. (5)

Roger Boyer, por su parte, distingue dos tradiciones que no se circunscriben a la Edad Media: la aparición centrada en la realidad corpórea (el “cadáver viviente”) versus la tradición centrada en lo espiritual, en la noción de alma.

8

El gótico y el romanticismo marcan la edad de oro del cuento de fantasmas, cuyo esplendor suele situarse más específicamente en la Inglaterra victoriana, o sea, desde 1837 hasta la muerte de la reina Victoria, en 1901, o mejor dicho hasta la abdicación de su hijo y heredero Eduardo, en 1910, verdadero final de ese período histórico.

La proverbial “ghost story” inglesa tiene antecedentes, desde luego, en el teatro isabelino. Hay fantasmas en las obras de Ben Johnson o John Webster, y están los famosos espectros de Shakespeare (en Macbeth, en Hamlet), que tanto influirán en novelas góticas como El castillo de Otranto (Horace Walpole) o en Los misterios de Adolfo (Ann Radcliffe).

Es importante señalar las diferencias entre el fantasma gótico y el victoriano, entre lo que algunos denominan (respectivamente) “relato negro” y “relato blanco” de fantasmas. En el relato gótico o “negro”, el escenario y la atmósfera suelen ser tenebrosos (el castillo en ruinas, la habitación oculta, los aullidos de ultratumba), y los fenómenos sobrenaturales son definidos casi siempre de manera más concreta: vampiro, fantasma, demonio. En el cuento fantástico “blanco” o “victoriano”, el creado a partir de mediados o fines del siglo XIX, la información del narrador suele ser más imprecisa, se habla de apariciones o visiones, se recurre incluso a circunloquios como “algo imposible de narrar” (Lovecraft será, más tarde, un maestro de ello), y las apariciones suelen producirse (sin tantos gritos, ni chirridos de cadenas) en lugares más cotidianos que extraordinarios o misteriosos.

La literatura fantástica o terrorífica alcanza su pleno apogeo en tiempos de puro racionalismo, dice Rafael Llopis en el prólogo a su Antología de cuentos de terror, y “se desarrolla junto con él, como su sombra que es”. Lo fantástico viene a cuestionar los preconceptos de la razón, las certezas del positivismo. Pero, a diferencia de lo medieval o lo gótico, lo hace sin apartarse demasiado del tiempo o del espacio en que también se mueven los lectores. En Las palabras, Jean-Paul Sartre caracteriza el abordaje entre mágico y científico de buena parte de esta ficción: “El narrador contaba con toda objetividad un hecho perturbador; dejaba una posibilidad al objetivismo: por extraño que fuese, el hecho debía tener una explicación racional. El autor buscaba esa explicación, la encontraba, nos la presentaba realmente. Pero enseguida empleaba su arte para que nos diésemos cuenta de la insuficiencia y de la ligereza. Nada más: el cuento terminaba con una interrogación. Pero bastaba: el Otro Mundo estaba allí, tanto o más terrible cuanto que no se lo nombraba”.

Lo sobrenatural se suele tocar muchas veces, por supuesto, con lo maravilloso, aunque se sabe que una especie de frontera entre ambos universos la constituye, precisamente, el marco que rodea a la historia: verosímil y cotidiano en el caso de los cuentos de fantasmas clásicos donde un fenómeno inexplicable o sobrenatural altera y pone en tela de juicio lo conocido; inhabitual y mágico en el caso de los cuentos de hadas donde las reglas más básicas de lo cotidiano son puestas en suspenso o directamente modificadas.

Las razones para el auge de los cuentos de fantasmas en la Iglaterravictoriana han sido analizadas y argumentadas desde múltiples ángulos,especialmente desde una perspectiva política y social.

La Inglaterra victoriana (la Inglaterra cuya explotación capitalista conoció de primera mano Karl Marx) fue imperialista, conservadora, puritana, utilitarista y materialista. El desarrollo industrial colocó al país a la cabeza de Europa, pese a algunas advertencias, como una crisis económica en 1876 o las primeras huelgas en 1888-1889.

“Se ha dicho que las apariciones del mundo anglosajón serían el necesario complemento de maravillas de una sociedad regida por lo material y lo concreto”, indica Fernando Soto Roland en un detallado estudio acerca del fantasma victoriano. (6) “El egoísmo materialista del espectro que se niega a abandonar el plano mundano y carnal de la existencia –y que queda ligado a los objetos personales que lo individualizaron de los demás (casas, pianos, fincas, sillones, etc.)– es un claro síntoma de mentalidad burguesa. Una mentalidad que hizo de las cosas materiales un símbolo de status e identidad personal, que ya la muerte no podía disolver. El hecho de que se conserven relatos que hablan de espíritus vistiendo sus indumentarias de costumbre –corbatas, broches, sombreros, uniformes o tapados– es muy sintomático al respecto.”

Acerca de los fantasmas victorianos, Sartre afirma (también en Las palabras) que “cuando no tenía enemigos visibles, la burguesía se daba el gusto de asustarse de su sombra; cambiaba su aburrimiento por una inquietud dirigida”. Es una buena imagen, que sintetiza en gran medida lo antedicho. Sin embargo, a esta clase de análisis Soto Roland le agrega algunas circunstancias que, a su juicio, también fueron determinantes para que la figura del fantasma cobrara tal auge en las sociedades burguesas de fines del XIX. Por ejemplo:

a) El surgimiento de nuevas disciplinas científicas orientadas al estudio del hombre –la antropolgía y el folklore– que dirigieron su mirada a las sociedades “primitivas”, rescatando mitos y leyendas populares que revelaban una relación con la muerte (y con los muertos) que se creía perdida en el entorno occidental.

b) El resurgimiento, en el seno de la sociedad europea, del fenómeno espiritista (ya conocido desde tiempos antiguos).

c) Los avances tecnológicos, como la fotografía, que no sólo se pusieron a disposición de esta rejuvenecida “caza de espectros”, sino que produjeron “un fuerte impacto en las sensibilidades colectivas de occidente”, puesto que la memoria y el recuerdo de los difuntos pudieron celebrarse y trascender de una manera hasta entonces inédita, ya que antaño sólo los muy ricos habían accedido a la “inmortalización” de un óleo o de una escultura.

Otro rasgo llamativo de la ficción del período victoriano es que, si bien los escritores más renombrados fueron hombres, se advierte una notoria abundancia de autoras mujeres como Elizabeth Gaskell (1810-1865), Margaret Oliphant (1828-1897), Amelia B. Edwards (1831-1892), Vernon Lee (1856-1935), Charlotte Ridell (1832-1906) o Mary Elizabeth Braddon (1837-1915), entre otras. “Por regla general, sus fantasmas son más compasivos, especialmente cuando se trata de niños, y exhiben una mayor cuota de humanidad que aquellos de sus colegas masculinos”, sostiene Jean-Pierre Croquet. (7)

9

Tras la edad de oro aparecen los primeros síntomas de desgaste: la repetición de fórmulas o el mayor desarrollo del cuento de fantasmas en clave humorística, que satiriza estas mismas fórmulas.

Desde luego, están quienes continúan rindiendo tributo a la tradición desde un abordaje bastante fiel a las nociones de M. R. James, aunque con matices más o menos renovadores. Son los representantes de la llamada “segundad edad de oro”: E. F. Benson (1867-1940), Arthur Machen (1863-1947), Algernon Blackwood (1869-1951), A. M. Burrage (1889-1956), Cynthia Asquith (1887-1960), L. P. Hartley (1895-1972), Robert Aickman (1914-1981) o Rosemary Timperley (1920-1988).

En simultáneo, acaso lo más interesante de los últimos tiempos haya sido la incorporación del fantasma al así llamado género neo-fantástico, que se diferencia del fantástico del siglo XIX (en palabras de Italo Calvino) por que “en el siglo XX se impone un uso intelectual (ya no emocional) de lo fantástico: como juego, como ironía, como guiño, pero también como meditación sobre los fantasmas o los deseos ocultos del hombre contemporáneo”.

“Los amigos”, de Dino Buzzati, es un ejemplo de cuento de fantasmas innovador e irónico: la aparición no asusta, más bien molesta; el fantasma lo es a medias ya que no se libró del todo de “cierto residuo de consistencia” y pide permiso para quedarse entre los vivos porque “del otro lado hay un poco de confusión”.

Un brevísimo cuento de Enrique Anderson Imbert da otra idea del fantasma neo-fantástico:

–Yo –dijo un fantasma a otro al encontrarse en el desván de una vieja casona– soy diferente a usted: yo no me morí nunca, yo empecé fingiendo que era un fantasma, y ya me ve.

Y también otro brevísimo cuento, en este caso del mexicano Juan José Arreola:

La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.

La imagen de fantasma que se impone a partir del siglo XX corresponde, en buena medida, a lo que escribiera James Joyce en Ulises:

¿Qué es un fantasma?, preguntó Stephen. Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable, por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres.

10

Así como la gente suele creer o descreer en los aparecidos (“creer o reventar”, como reza el dicho), L. P. Hartley llegó a sostener que el cuento de fantasmas es “la forma literaria más exigente de todas” porque es un género que tampoco ofrece término medio “entre el éxito o el fracaso”.

Criaturas de la noche, del invierno, de las casas abandonadas, de los climas neblinosos, (8) de las zonas de pasaje (chimeneas, pasadizos, túneles, puentes), de las zonas alejadas (montañas, bosques tupidos), los aparecidos no suelen ser grandes viajeros –como apunta atinadamente Lecouteux– ya que acostumbran permanecer apegados a sus cosas y a sus seres queridos, y no es infrecuente incluso que reaparezcan eternizados en su último aspecto, con las ropas (y con las eventuales marcas, en caso de muerte violenta) de su último día de vida, como tampoco es infrecuente que los atributos del vivo (fuerza, inteligencia, etcétera) reaparezcan exacerbados en el fantasma.

“Al igual que el vivo no existe más que para perpetuar la larga cadena de sus antepasados, el verdadero destino de un muerto es convertirse a su vez en antepasado, reencarnarse, resucitar. O, en todo caso, seguir viviendo entre los suyos, o aparecerse”, ha escrito Régis Boyer.

Los espectros poetizan esta clase de nociones, hasta metaforizar todo aquello que se niega a morir, a caer en el olvido; hasta poner en acción la inquietante certeza de que así como los vivos son mortales, los muertos son inmortales.

“El fantasma”, ha dicho Robert Aickman, (9) “nos recuerda que la cosa más concreta y a la vez más incierta es la muerte, ese país desconocido del que ningún viajero ha podido regresar, excepto él”.

No es de extrañar que Henry James tuviera entre sus temas predilectos a escritores y fantasmas. Exagerando un poco podría sostenerse que ambos consiguen, a contrapelo del tiempo, un mismo milagro: el de materializar la vida.

1 Los griegos, en la antigüedad, narraban casos de batallas fantasmales: muertos que repetían, eternamente, un combate. Una idea semejante reaparece en las “sagas” escandinavas y en la noción del “barco fantasma”.

2 Ver, al respecto, Historias de fantasmas y misterio de la Antigüedad (Ediciones Tilde, Valencia, 2002).

3 Los signos precursores no sólo son auditivos, desde luego. Están las sombras que se desplazan, las velas que se apagan solas, las cortinas que se agitan, etcétera.

4 Quinto Séptimo Florente Tertullianus, 155-230, líder de la Iglesia y prolífico autor.

5 Un pasaje del “Cuento de Navidad”, de Charles Dickens, ofrece un buen ejemplo de esto:

–Walter, toda la noche me ha estado inquietando un guapo mocito de aspecto abandonado que miraba constantemente hacia fuera desde el gabinete que hay en mi habitación, y que no puedo abrir. Ahí debe haber algún truco.

–Me temo que no, Charlotte –repuso el hermano–, pues es la leyenda de la casa. Es el huérfano. ¿Qué es lo que hizo?

–Abrió la puerta con suavidad y miró hacia fuera. A veces penetraba uno o dos pasos en la habitación. Entonces yo lo llamaba, para darle ánimos, y él se encogía, se estremecía y volvía a meterse, cerrando la puerta.

–Charlotte, el gabinete no tiene comunicación con ninguna otra parte de la casa, y está cerrado con clavos.

Aquello era indudablemente cierto y dos carpinteros necesitaron una mañana entera para abrir la puerta y poder examinar el gabinete. Sólo entonces Charlotte quedó convencida de que había visto al huérfano. Pero lo terrible de la historia es que fue visto sucesivamente por tres de los hijos de su hermano, todos los cuales murieron jóvenes. En cada ocasión, el niño enfermaba, regresaba a casa con fiebre, doce horas antes de la muerte, y le decía a su madre que había estado jugando bajo cierto roble que había en un prado con un chico extraño, un chico de buen aspecto, pero que parecía abandonado, que era muy tímido y le hacía señas.

6 Fernando Jorge Soto Roland: “El Fantasma Victoriano: Aproximación histórica a la creencia popular” (incluido en su libro Visitantes de la Noche).

7 Prefacio a su libro L’Heure des fantômes.

8 Que en Gran Bretaña hay abundante neblina ha servido para explicar, algo fácilmernte, la pasión británica por los cuentos de fantasmas.

9 Prefacio al Fontana Book of Great Ghost Stories, Londres, 1964.

Fantasmas de la antigüedad

Cuatro breves textos antiguos abren esta compilación. El primero pertenece a Plinio el Joven, quien se llamaba en verdad Gayo Plinio Cecilio Segundo (61-circa 113). Sobrino de Plinio el Viejo, amigo de Tácito, Plinio el Joven pasó a la historia de la literatura latina por los diez libros de sus cartas, donde abordaba los temas más diversos y donde puede leerse su narración acerca de cierta casa tomada por un fantasma. Este relato, considerado por muchos como el primer cuento de fantasmas de la historia, aparece en el libro VII, en una carta destinada a Lucinio Sura.

El texto de Plinio es fundacional y reaparecerá, de forma casi idéntica, tanto en otra obra clásica como es Cuentistas o el descreído, de Luciano de Samósata, como en uno de los libros principales de la literatura fantástica moderna: El manuscrito encontrado en Zaragoza, de Jan Potocki. “Había en Atenas una casa muy grande y espaciosa, pero desacreditada y abandonada –escribe Potocki–. Con frecuencia, en el silencio más profundo de la noche, se oía en ella un ruido de hierros que chocaban entre sí, y, si se escuchaba con más atención, un ruido de cadenas que parecía venir de lejos y luego acercarse. No tardaba en verse un espectro viejo, flaco y abatido, con una larga barba, cabellos erizados y cadenas en las manos y en los pies que el pobre sacudía de forma ruidosa. La horrible aparición quitaba el sueño, los insomnios provocaban enfermedades que acababan de la forma más triste; porque durante el día, aunque no apareciese el espectro, la impresión que había causado hacía que uno lo tuviera siempre delante de los ojos, y el espanto seguía presente aunque hubiese desaparecido el ser que lo había causado.”

Del recién mencionado Cuentistas o el descreído (su título original en griego es Philopseudeîs) proviene el segundo texto. El relato fue escrito por Luciano de Samósata (125-181) y también se lo conoce como “Los amigos de las mentiras”.

El tercer texto forma parte de la extraña compilación titulada Sobre los hechos maravillosos (o también Libro de las maravillas), de Flegón de Tralles (o Flegonte o Phlegon Trallianus), liberto del emperador Adriano. Es aquí, entre las muchas anécotas que recoge Flegón, quien vivió en el siglo II d.C., donde encontramos por vez primera la horrenda historia de la desposada cadáver, contada también por Proclo, y que siglos después sirvió a Goethe de inspiración para su Novia de Corinto y a Washington Irving para La aventura del estudiante alemán.

El cuarto y último autor es Valerio Máximo, quien vivió entre el siglo I a.C. y el siglo I d.C. y cuyo libro Dichos y hechos memorables es una jugosa recopilación de casos y episodios curiosos. Los dos textos aquí incluidos provienen del Libro I, más precisamente del Capítulo 7, dedicado a los sueños y a las apariciones en los sueños.

Epístolas, VII, 27, 5-11

Plinio el Joven

Había en Atenas una casa espaciosa y amplia, pero desprestigiada y funesta. En medio del silencio de la noche se oía allí un sonido de hierros y, si se prestaba mayor atención, un ruido de cadenas, primero más lejos, luego muy cerca: a continuación aparecía un espectro, un anciano consumido por la delgadez y el abandono, de barba larga, cabellos erizados; en las piernas llevaba y sacudía grilletes, en las manos cadenas.

De ahí que, a causa del miedo, los que allí vivían pasaran sin dormir noches tristes y siniestras; a la vigilia seguía la enfermedad y, por el miedo cada vez mayor, la muerte. Pues también de día, aunque la imagen había desaparecido, su recuerdo permanecía errante en los ojos, y el temor era más duradero que las causas del temor. Por eso la casa fue abandonada, condenada a la soledad y entregada toda ella a aquel monstruo; sin embargo, fue ofrecida mediante carteles por si alguno, ignorante de semejante desgracia, quisiera comprarla o alquilarla.

Llega a Atenas el filósofo Atenodoro, lee el anuncio y, tras escuchar el precio, como es sospechosamente bajo, indaga, se entera de todo y, a pesar de esto, o con más razón, la alquila. Cuando comienza a anochecer, manda que se le tienda un lecho en la parte delantera de la casa, solicita tablillas, punzón, luz; a todos los suyos los envía a las habitaciones interiores, él, por su parte, dispone su ánimo, sus ojos, su mano para la tarea de escribir, no fuera que su mente sin ocupación diera forma a los fantasmas de los que había oído y a miedos vanos. Al principio, como siempre, el silencio de la noche, luego hierros que se agitan, cadenas que se mueven: él no aparta los ojos, no deja el punzón, sino que persiste en su pensamiento y lo antepone a sus oídos. Entonces el ruido aumenta, se aproxima, y se lo oye como si ya estuviera en la puerta, como si ya estuviera puertas adentro. Él se vuelve, ve y reconoce la figura de la que le hablaron. Estaba de pie y le hacía una seña con el dedo como quien llama. Él, sin embargo, indica con la mano que lo espere un momento, y se aboca de nuevo a las tablillas y el punzón. La figura hacía sonar las cadenas en la cabeza del que escribía; él se vuelve una vez más hacia la figura, que le hace la misma seña que antes, y sin demorarse toma la luz y la sigue. Caminaba ella a paso lento, como cargada de cadenas; después de doblar hacia el patio de la casa, abandona a su acompañante esfumándose de pronto. El abandonado pone como marca en el lugar hierbas y hojas arrancadas.

Al día siguiente se presenta a las autoridades, aconseja que se excave aquel lugar. Se encuentran huesos revueltos y metidos en hierros, que el cuerpo putrefacto había dejado desnudos y carcomidos entre las cadenas. Una vez reunidos, se les dio sepultura a cargo del erario público. Más tarde, debidamente enterrados los restos, la casa quedó liberada.

El mentiroso o el incrédulo (fragmento)

Luciano de Samósata

–A mi bienaventurada mujer, madre de estos, todos saben cómo la amé y esto lo demostré con lo que hice por ella no sólo mientras vivía sino también después que murió, quemando todos sus adornos y el vestido que tanto le gustaba llevar cuando estaba viva. El séptimo día después de su muerte yacía en esta cama como ahora calmando el dolor (estaba leyendo tranquilamente el libro de Platón sobre el alma) y de pronto entra Deméneta en persona y se sienta cerca de mí donde ahora está Eucrátides –dijo Eucrates señalando al menor de sus hijos que de inmediato se erizó de terror y que ya desde antes estaba pálido por el relato–. Pero yo –continuó–, tras abrazarla me eché a llorar con gritos de dolor. Ella, sin embargo, no me dejó gritar y me reprochó que, habiéndola complacido en todo lo demás, no había quemado una de sus dos sandalias doradas, y me dijo que estaba caída debajo del arcón. Por eso nosotros, al no encontrarla, sólo quemamos la otra. Mientras hablábamos, un condenado perrito maltés comenzó a ladrar debajo de la cama y ella desapareció con el ladrido. En efecto, la sandalia fue encontrada debajo del arcón y fue quemada más tarde.

[...]

–Pero –dijo Arignoto–, si alguna vez vas a Corinto, pregunta dónde está la casa de Eubátides, y después que te la indiquen cerca del Craneo, (10) habiendo llegado a ella dile al portero Tibeo que deseas ver el lugar donde el pitagórico Arignoto desenterró y expulsó el espíritu, e hizo que la casa fuera habitada de ahí en adelante.

–¿Qué había pasado, Arignoto? –preguntó Eucrates.

–Desde hacía tiempo era inhabitable a causa de terroríficos fenómenos y, si alguien quería habitarla, huía en seguida presa del espanto, ahuyentado por un fantasma terrible y destructor. La casa se venía abajo y el techo se derrumbaba y nadie se atrevía a entrar en ella. Al enterarme de esto, tomé los libros (en efecto, tengo muchísimos libros egipcios sobre el tema), y fui a la casa a la hora del primer sueño, aunque mi anfitrión intentó disuadirme y casi me detuvo cuando supo adónde iba, según él, a una evidente desgracia. Lámpara en mano entré solo, y tras colocar la luz en el gran salón comencé a leer tranquilamente sentado en el suelo. Y entonces el espíritu, creyendo que se enfrentaba a uno del montón, y esperando asustarme como a los otros se muestra sucio y cubierto de pelos y más negro que la noche. Tras acercarse, intentaba atacarme, embistiéndome por todos lados, viendo si me dominaba desde alguno, transformándose en perro, toro o león. Pero yo, preparado, pronuncié en egipcio el más terrible encantamiento, cantando lo empujé con mi voz a un rincón del oscuro salón. Después de ver dónde se había ocultado, dormí el resto de la noche. A la mañana, cuando todos estaban desesperados y creían que me iban a encontrar muerto como a los otros, tras salir para asombro de todos, voy a casa de Eubátides para anunciarle gratamente que su casa, purificada y segura, podía ser habitada. En consecuencia, teniéndolos por compañeros a él y a muchos otros (pues nos seguían a causa del prodigio), luego de conducirlos donde había visto ocultarse al espíritu, les ordené cavar con azadas y picos, y después que lo hicieron, encontraron enterrado aproximadamente a una braza de profundidad un cadáver putrefacto compuesto en su figura sólo por huesos. Lo desenterramos, le dimos sepultura y a partir de entonces la casa dejó de ser molestada por los fantasmas.

10 Famoso gimnasio de Corinto. [N. del T.]

Dichos y hechos memorables, I, 7, 7 y I, 7, 10.

Valerio Máximo

7.

Derrotadas en Accio las fuerzas de Antonio, Casio Parmesano, que había seguido el partido de aquél, se refugió en Atenas. Cierta vez que yacía amodorrado antes de la medianoche en su cama, presa de inquietudes y preocupaciones, le pareció que venía hacia él un hombre enorme, de color negro, barba descuidada y pelo crecido, y que, interrogado acerca de quién era había respondido kakòn daímona. (11) Luego, aterrorizado por el espantoso rostro y el horrendo nombre llamó a gritos a los esclavos y les preguntó si habían visto a alguien de tal aspecto salir o entrar del cuarto. Al afirmar ellos que nadie había penetrado allí, volvió a entregarse al descanso y al sueño, pero la misma figura se le apareció a su pensamiento. Así pues, ahuyentado el sueño, ordenó que entraran luz y prohibió que sus sirvientes lo dejaran solo. Entre esa noche y el suplicio capital, que el César luego le impuso, transcurrió muy poquito tiempo.

10.

El siguiente sueño es más largo, pero sólo un poco; sin embargo, por la desmesurada evidencia vale la pena que no se lo omita. Dos amigos árcades que viajaban juntos llegaron a Megara. Uno de ellos se dirigió a casa de un anfitrión, el otro se hospedó en un albergue. El que estaba en casa de su anfitrión vio en sueños a su compañero pidiendo que viniera a auxiliarlo, ya que estaba acechado por la perfidia del posadero: en efecto, si acudía rápido podría sustraerlo del peligro inminente. Agitado por esta visión, saltó de la cama y se puso en marcha hacia la taberna en la que el otro se hospedaba. Luego, por un destino funesto, desechó como inútil su muy humano propósito y volvió al lecho y al sueño. Entonces, su amigo se le presentó herido y le suplicó que, como había desdeñado llevarle ayuda para su vida, al menos no le negara venganza por su asesinato: en efecto, su cuerpo, despedazado por el posadero, estaba siendo llevado hacia la puerta de la ciudad cubierto de excrementos en un carro. Forzado por los sostenidos ruegos de su amigo, corrió sin detenerse hacia la puerta de la ciudad y se apoderó del carro que se le había mencionado mientras descansaba, y condujo al posadero al suplicio capital.

11 En griego en el original: un espíritu malvado.

Sobre las maravillas, II

Flegón de Tralles

Cuenta Hierón de Alejandría o de Éfeso que también en Etolia apareció un fantasma. Policrito, uno de los ciudadanos, fue elegido por el pueblo primer magistrado de los etolios, durante tres años los ciudadanos lo consideraron digno a causa de la virtud proveniente de sus ancestros. Mientras ocupaba ese cargo se casó con una mujer de Lócrida, y tras pasar tres noches con ella murió durante la cuarta.

La mujer continuó viviendo en la casa en calidad de viuda, y cuando llegó el alumbramiento, parió un niño con dos clases de partes pudendas, masculinas y femeninas, sorprendentemente diferentes en su naturaleza. Las más altas de las partes pudendas eran completamente duras y masculinas, las de alrededor eran femeninas y más suaves. Aterrorizados, los parientes llevaron al niño al ágora y tras convocar a una asamblea deliberaron sobre el asunto, habiendo invitado también a sacrificantes y adivinos. De ellos, unos pensaban que cierta discordia se produciría entre los etolios y los locrios, pues el niño se distinguía de su madre, que era locria, y de su padre etolio; otros opinaban que había que llevar a la madre y al niño más allá de las fronteras, y quemarlos. Mientras deliberaban, de repente, Policrito, el muerto, aparece en la asamblea junto al niño llevando vestiduras negras.

Consternados los ciudadanos por el fantasma, y muchos de ellos dados a la fuga, Policrito les pidió que tuvieran confianza y que no se perturbaran por el espectro aparecido. Después que se aplacó lo peor del alboroto y la turbación, dijo con voz delicada: “Yo, ciudadanos, he muerto en el cuerpo, pero sigo vivo en la benevolencia y la bondad para con vosotros. Y ahora, tras interceder en vuestro interés antes los señores de los que están bajo tierra, estoy aquí junto a vosotros. Os pido, pues, ciudadanos, que no os perturbéis por mi culpa ni os enojéis por el extraordinario espectro aparecido. Haciendo votos por la salvación de cada uno, necesito que me restituyáis al niño de mí nacido, de modo que no haya violencia, si vosotros decidís otra cosa, ni causa de hechos enojosos e incómodos para vosotros originados en una hostilidad hacia mí. Pues no puedo aceptar que queméis al niño por la locura de los adivinos que hicieron la predicción. Os perdono que, habiendo observado algo tan inesperado, estéis confusos acerca de cómo actuar correctamente ante los hechos presentes. Si os dejáis convencer por mí con facilidad, resultaréis libres de los miedos actuales y de las desgracias que se avecinan. Pero si adherís a otra opinión, me temo que, desobedeciéndonos, os lancéis a males irreparables. En consecuencia, por la buena voluntad que les tuve cuando vivía y ahora que aparezco ante vosotros inesperadamente, os he predicho lo que os conviene. Así, os pido que no me distraigáis más tiempo, sino que habiendo deliberado correctamente y atendido mis dichos me deis al niño en silencio religioso. Pues por disposición de los que imperan bajo tierra no me está permitido extenderme por más tiempo”.

Tras haber dicho estas cosas, permaneció tranquilo por unos instantes, aguardando con ansias qué determinación le darían a conocer respecto a lo solicitado. Algunos opinaban que se debía entregar al niño y conjurar la imagen y el espíritu que se les había presentado, pero la mayoría se oponía declarando que era necesario deliberar con calma, dado que el hecho era de una magnitud considerable y no era un problema habitual para ellos.

Tras comprender que no hacían caso sino que impedían su deseo, Policrito les habló de nuevo: “Ciudadanos, si os sucede algo desagradable a causa de vuestra irresolución, no me culpéis a mí sino a la fortuna que conduce vuestros pasos hacia lo peor, una fortuna que, contraria también a mí, me obliga a actuar ilegalmente en relación con mi propio hijo”.

Mientras la muchedumbre se replegaba y discutía acaloradamente sobre el portento, Policrito, tras apoderarse del niño y rechazar a la mayoría de ellos con extrema osadía, lo desgarró y se lo comió. Surgió entonces una gritería y, mientras arrojaban piedras, creían que lo pondrían en fuga. Pero él, sin ser golpeado por las piedras, devoró todo el cuerpo del niño menos la cabeza y desapareció súbitamente. Preocupados por lo sucedido y puestos frente a un problema para nada habitual, decidieron enviar una embajada a Delfos, cuando la cabeza del niño que yacía en el suelo habló y dijo a la manera del oráculo:

“Oh, pueblo inmenso que habita una tierra celebrada en tantos

himnos,

no marches a la tierra y al perfumado templo de Febo.

Pues no levantas hacia el cielo manos limpias de sangre,

sino que hay un crimen ante tus pies y en tu camino.

Aprende de mí, renuncia al viaje del trípode.

Pues te enumeraré todo el mandato de la profecía.

Concluido el curso de un año a partir de este día

se ha determinado la muerte para todos, pero vivirán juntas

las almas de locrios y etolios, según la voluntad de Atenea.

Y no habrá descanso del mal ni por un instante.

Pues ya han sido vertidas gotas homicidas sobre la cabeza,

y la noche ha ocultado todo, y se ha extendido un cielo negro.

Y al punto la noche se ha levantado en tinieblas sobre toda la tierra,

y en la casa todos los deudos se hincarán de rodillas en el suelo,

y la mujer nunca dejará su duelo, y tampoco los hijos el suyo

cuando lloren en las salas abrazados a sus queridos padres.

Pues esta ráfaga ha descendido para todos sin excepción.

Ay, ay, siempre lloro a mi patria que padece cosas terribles,

y a mi terribilísima madre, a quien más tarde el destino arrebató.

Todos los dioses dispondrán que un nacimiento sin gloria

sea lo que quede alguna vez de la simiente de locrios y etolios,

ya que el destino dejó mi cabeza, no todas las partes

mezcladas de mi cuerpo hizo desaparecer, y me abandonó en la tierra.

Pero, vamos, exponed mi cabeza al amanecer,

y no la ocultéis bajo la sombría tierra:

habiendo dejado atrás vuestro país,

marchad hacia otro, al pueblo de Atenea,

si preferís una justa liberación de la muerte”.

Tras escuchar el oráculo, los etolios pusieron a salvo a sus mujeres, a sus niños pequeños y a sus ancianos, cada uno adonde podía, y ellos se quedaron aguardando lo que ocurriría. Y al año siguiente sucedió que se desencadenó una guerra entre etolios y acarnios, y se produjo una gran destrucción en ambos bandos.

Gan Bao

Selección de cuentos del Soushenji

Si bien la literatura china abunda, como pocas, en relatos de fantasmas, estos se han dado de forma muy diversa. Una tradición bastante usual es la de los cuentos de fantasmas vengadores. Se encuentran muy tempranamente en el Mozi, libro adjudicado al filósofo Mo (o señor Mo), que vivió entre el 479 y el 372 a.C. y a quien se recuerda, ante todo, por haber fundado una escuela de pensamiento que se distanciaba tanto del taoísmo como de las enseñanzas confucionistas.

Allí puede leerse, por ejemplo, la historia del rey Xuan, de Zhou, que condena a muerte a su ministro Du Bo pese a que este es inocente. Du Bo se dice: “El rey ha decidido ajusticiarme pese a que soy inocente. Si un hombre pierde la conciencia tras su muerte, todo se ha acabado. Pero yo conservaré la conciencia tras mi muerte y en tres años se lo haré saber al rey”. A los tres años, el rey Xuan da cita a los señores feudales en Putian; al caer el sol aparece Du Bo vestido totalmente de rojo y en una carroza tirada por un caballo blanco; lleva un arco rojo y flechas rojas. Se aproxima al rey y el disparo atraviesa el corazón de este. Los padres se servirán del caso para prevenir a sus hijos: “Es importante tener cuidado y respeto. Quienes matan a un inocente serán pronto visitados por la desgracia y castigados por los fantasmas”.

Todos los cuentos de fantasmas vengadoras que hay en el Mozi concluyen con una misma fórmula (“A juzgar por todo esto, ¿cómo dudar de que existen los fantasmas?”) y parecen prefigurar otro clásico de las letras chinas: Los espectros vengadores o La venganza de los fantasmas (Yuanhun zhi) de Yan Zhitui (531-590). El riesgo del Yuanhun zhi, y de todo libro por el estilo, es que los relatos pueden volverse un tanto predecibles ya que funcionan a partir de un idéntico mecanismo: un asesinato, una injusticia o un engaño que son vengados por la víctima tras su muerte.

En paralelo a esta tradición, muchos cuentos antiguos de la China se han permitido, cuando no ironizar, al menos desconfiar de la existencia de los fantasmas. En el Han Fei Zi, obra del filósofo, legista y ensayista Han Fei (¿280?-233 a.C.), un príncipe le pregunta a un pintor cuáles son las cosas más difíciles y las más fáciles de pintar. Las más difíciles, de acuerdo con el artista, son los perros, los caballos y otros animales. Las más fáciles son los fantasmas y monstruos. “Todos conocemos a los perros y a los caballos y los vemos a diario, pero es difícil pintarlos como son. En cambio, los fantasmas y los monstruos no tienen forma precisa y nadie los ha visto nunca; por eso es fácil pintarlos”.

Otro cuento tradicional chino, extraído del Xunzi, presenta el caso de un hombre muy temeroso, cuya imaginación lo lleva a inventar un fantasma que no existe (ve su propia sombra y cree que es una aparición, ve las mechas de sus propios cabellos y supone que un monstruo acecha a sus espaldas), de tal modo que vuelve a su casa asustado, se desmaya y muere en el acto.

Entre ambas posturas pueden ubicarse los maravillosos relatos de Gan Bao, autor del Soushenji (traducido a menudo como En busca de los fantasmas o como Anécdotas de espíritus y seres inmortales), reputado historiador y hombre de letras. Se ignora la fecha del nacimiento de Gan Bao (a quien otros llaman Kan Pao), pero se cree que murió en el año 336.

Como si hubiese aprendido las recomendaciones de Han Fei, por lo común Gan Bao no describe a los fantasmas; sin embargo, cree en su existencia (lo necesario, al menos, para que el lector crea un rato en ellos), así como cree o hace creer en cabezas voladoras y en sueños premonitorios. Sus relatos, por otra parte, escapan a cualquier esquematismo: son sumamente poéticos, asombrosamente atemporales y, en ciertos casos, de una brevedad pasmosa. Por ejemplo:

“Tras la muerte de su mujer, Feng Leng se puso a suspirar, desesperado: ‘¿Cómo hacer? Ella ha partido antes de engendrar un hijo’. Entonces su esposa resucitó. Quedó encinta y, meses más tarde, dio a luz. Después, sí, abandonó este mundo por segunda vez”.

Selección de cuentos del Soushenji

1

Durante la dinastía Han, vivió en la prefectura Yingling de la región de Beihai un monje taoísta que era capaz de provocar encuentros entre vivos y muertos. Un hombre de la misma zona, viudo desde hacía años, al tener noticias de este monje, decidió ir a visitarlo: “Deseo volver a ver a mi mujer; de esta manera, aunque yo muera, no tendré nada de qué lamentarme”. “Podrás hacerlo”, indicó el monje, “pero ten presente que, si escuchas el sonido de unos tambores cuando estés con ella, tendrás que salir corriendo. No te puedes quedar ahí bajo ningún concepto”. Dicho esto el monje le enseñó al viudo el método para lograr el reencuentro, y este pudo, tras una corta espera, ver a su mujer. Hablando con ella, los dos revivieron momentos de tristeza y alegría, y sintieron como si aquélla hubiera vuelto a la vida. Hasta que, un buen rato después, comenzaron a sonar los tambores. Una enorme tristeza embargó al viudo, pero supo que debía marcharse. Al cruzar la puerta, sin embargo, el volante de su túnica quedó enganchado. Tiró de ella con fuerza, la desgarró y pudo así salir.

Al cabo de más de un año, este hombre murió, y su familia lo fue a enterrar junto al féretro de su esposa. Al abrir la tumba familiar, todos pudieron ver un trozo de tela enganchada en la tapa del ataúd de la mujer.

2

Liu Gen, conocido también como Jun’an, nació en la capital Chang’an en tiempos del emperador Cheng de la Dinastía Han. Abandonó todo para vivir aislado en la montaña Song y consagrarse al estudio de las artes mágicas del Tao. Conoció entonces a una persona extraordinaria que le desveló todos los secretos y misterios para lograr la inmortalidad, y fue así como llegó a poseer el auténtico Tao de la vida eterna y la capacidad de convocar y controlar a los fantasmas.

El prefecto de Yingchuan, llamado Shi Qi, tuvo noticia del poder de Liu Gen, y considerando que tenía que ser aquello algo monstruoso, ordenó a sus soldados que lo trajeran ante su presencia con la intención de darle muerte. Cuando Liu Gen se presentó en la Casa de la Prefectura, Shi Qi ordenó: “Tú que dices ser capaz de hacernos ver fantasmas, haz que se manifiesten ahora; de lo contrario, te quitaré la vida”. “Eso no es nada difícil”, contestó Liu Gen. “¿Me permitís el pincel y la tinta que tenéis en la mesa, para elaborar mi fórmula?” Después de escribir su conjuro, dio unos golpecitos con él sobre la mesa. En ese mismo instante, aparecieron cinco o seis fantasmas trayendo a dos prisioneros atados. Shi Qi se fijó con atención y, para su sorpresa, constató que se trataba de sus padres. Estos dos se arrodillaron ante Liu Gen haciendo reverencias: “Nuestro hijo ha sido muy grosero, se merece morir mil veces”, y hacia su hijo lo reprendieron: “¡Tú, que no eres capaz de honrar a tus antepasados, osas ofender a un inmortal y hacer sufrir a tus padres de esta manera!”. Shi Qi, asombrado y aterrorizado, se postró de rodillas ante Liu Gen, disculpándose entre súplicas y llantos. El inmortal, sin pronunciar ni una sola palabra, se marchó, nadie sabe a dónde.

3

Shou Guanghou, que vivió en la época del emperador Han Zhang, tenía la habilidad de controlar e incapacitar a los fantasmas. Cuando así lo deseaba, los hacía aparecer y revelarse con su forma original.

En su pueblo natal, había una mujer embrujada por espíritus. Shou Guanshou la ayudó y extrajo de ella una serpiente viva de más de diez metros. Pronto el animal perdió el aliento y quedó muerto a las puertas de la casa. La mujer, a partir de entonces, pudo vivir en paz.

Después aconteció lo siguiente: en el mismo pueblo había un árbol que parecía estar poseído por espíritus. Las personas que pasaban por debajo se morían, y los pájaros que volaban por encima caían muertos también. Fue Shou a convocar a los fantasmas y les obligó a tomar su forma verdadera. Eso, les hizo desaparecer, y el árbol se secó aunque no era temporada. Al abrir el árbol ya muerto, se pudo ver colgado el cadáver de una serpiente en su interior.

El emperador tuvo noticias de estos hechos, así que convocó a Shou para averiguar más cosas sobre él. Después de que este reconociera sus habilidades, el emperador le dijo: “En mi palacio también se percibe la presencia de fantasmas. Después de pasar la media noche, a menudo, se ven unos seres extraños vestidos de rojo vivo, con el cabello muy largo y suelto, corriendo unos tras otros con antorchas y velas en las manos. ¿Serías capaz de acabar con ellos?”. Shou Guanghou contestó: “Según lo que contáis, tiene que tratarse de fantasmas menores y fáciles de eliminar”. El emperador, en ese momento, ordenó en secreto a tres personas que se disfrazaran y se comportaran como él había descrito. Al verlos aparecer, Shou aplicó sus artes y los tres hombres cayeron al suelo en un instante y dejaron de respirar. Sorprendido y asustado, el emperador exclamó: “¡No son fantasmas, sólo quería poner a prueba tus habilidades!”. Luego ordenó que se deshiciera su conjuro.

4

Yang Hu, un niño de cinco años, le pidió un día a su nodriza que fuera a buscar el aro de oro con el que jugaba. La matrona, sorprendida, dijo: “Pero, ¿a qué aro te refieres? Nunca has tenido nada parecido”. El niño, al oír esto, se dirigió al patio de la casa vecina de la familia Li. Al lado del muro este, bajo un árbol morus, encontró el aro de oro enterrado. La dueña de la casa, asombrada, exclamó: “Este es un objeto que había perdido mi hijo antes de morir. ¿Por qué te lo quieres quedar?”

La nodriza contó a la señora Li lo que había sucedido. Esta se sumió en una profunda tristeza; y, a partir de entonces, toda la gente empezó a ver a Yang Hu como un niño extraordinario.

5

Guan Lu, también conocido con el nombre de Gong Ming, nacido en la prefectura Ping Yuan, era un experto en las artes de I Ching. (12)

En cierta ocasión, en la casa del prefecto de Xindu, ocurrió que todas las mujeres caían enfermas una tras otra, y por ese motivo estaban aterrorizadas. A causa de ello, invitaron a Guan Lu para que realizara un sortilegio con hierbas y encontrara la causa del mal. Después del rito, Guan Lu concluyó: “En la habitación del extremo oeste de vuestra casa se hallan dos varones muertos; uno porta una lanza, y el otro, un arco con flechas. Se encuentran en la posición de tener la cabeza dentro de la habitación y los pies fuera. El hombre de la lanza hinca con esta las cabezas de los vivos y estos, después de ser tocados, padecen un dolor de cabeza insoportable, tanto que no pueden ni levantarla. El hombre del arco, en su lugar, se dedica a tirar flechas al vientre de las personas. Después de ser atacadas por estas flechas, sienten dolor continuamente en el corazón y no pueden ni comer ni pasar un momento tranquilos”. Añadió: “Estos dos fantasmas vagan de día por todas partes, y de noche salen a hacer daño a la gente, sobre todo a las mujeres”.

El prefecto, después de escuchar las indicaciones de Guan Lu, envió a su gente a cavar en dicha habitación; en efecto, encontraron ahí dos féretros. En uno de ellos había una lanza larga, y en el otro se halló un arco y un carcaj con flechas decoradas con cuernos de animales salvajes. Todas estas armas parecían pertenecer a una época muy remota, tal y como dedujeron de su deteriorado aspecto. La madera de las flechas estaba totalmente descompuesta y sólo el hierro de la punta y el cuerno decorativo estaban intactos.

Se ordenó trasladar inmediatamente esos ataúdes a un lugar a veinte li (13) de la ciudad. A partir de entonces, las mujeres no volvieron a padecer ninguna de esas enfermedades.

6

El monarca Guangchuan de la dinastía Han tenía la extraña afición de abrir tumbas. En una ocasión, ordenó abrir la tumba de Luan Shu (14), y descubrieron que todos los objetos que se encontraban en su interior estaban completamente descompuestos. Sin embargo, y para su sorpresa, se encontraba también dentro de la tumba un zorro blanco que, al ver a la gente, huyó espantado. Los soldados del monarca salieron en su busca sin poder atraparlo, pero lograron herirlo en el pie izquierdo.