Una presencia ideal - Eduardo Berti - E-Book

Una presencia ideal E-Book

Eduardo Berti

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Beschreibung

Una presencia ideal retrata la vida de una unidad de cuidados paliativos en un hospital a partir de las voces de quienes trabajan allí. Médicos, enfermeros, administrativos, esteticistas, camilleros van contando su vida dentro y fuera del hospital, los dilemas a los que se enfrentan, la vida de los pacientes antes y durante su paso por la unidad, los vínculos con ellos y sus familiares, sus ideas y sentimientos respecto de lo que hacen, lo que ven y escuchan, e ineludiblemente, la responsabilidad que implica el trabajo en un sector donde los pacientes no se curan. Con sensibilidad y sencillez, Eduardo Berti construye una novela profunda y emotiva llena de historias de amor, amistad y dedicación, que se pregunta cuál es el lugar de la vida allí donde la muerte es omnipresente. Un retrato magnífico de la condición humana que consigue sacarnos sonrisas y lágrimas en igual medida, y que tiene esa poderosa cualidad que solo alcanza la buena literatura, la de sumergirnos en la ficción hasta hacernos perder la noción del tiempo y luego devolvernos al mundo modificados. "Eduardo Berti se guarda de toda ostentación virtuosa, y se ciñe a una aparente sencillez a la hora de dar cuerpo y alma a todas esas vidas, las que se quedan y las que se van" (Le Monde). "A la vez delicado, complejo y respetuoso. Profundamente conmovedor" (Kirkus Review).

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Sobre Una presencia ideal

Una presencia ideal retrata la vida de una unidad de cuidados paliativos en un hospital a partir de las voces de quienes trabajan allí.

Médicos, enfermeros, administrativos, esteticistas, camilleros van contando su vida dentro y fuera del hospital, los dilemas a los que se enfrentan, la vida de los pacientes antes y durante su paso por la unidad, los vínculos con ellos y sus familiares, sus ideas y sentimientos respecto de lo que hacen, lo que ven y escuchan, e ineludiblemente, la responsabilidad que implica el trabajo en un sector donde los pacientes no se curan.

Con sensibilidad y sencillez, Eduardo Berti construye una novela profunda y emotiva llena de historias de amor, amistad y dedicación, que se pregunta cuál es el lugar de la vida allí donde la muerte es omnipresente.

Un retrato magnífico de la condición humana que consigue sacarnos sonrisas y lágrimas en igual medida, y que tiene esa poderosa cualidad que solo alcanza la buena literatura, la de sumergirnos en la ficción hasta hacernos perder la noción del tiempo y luego devolvernos al mundo modificados.

Eduardo Berti

Nació en Buenos Aires en 1964. Es uno de los escritores más talentosos de la literatura argentina actual, autor de una vasta obra tanto de ficción como de ensayo que ha sido traducida a más de doce idiomas.

Su obra literaria incluye los cuentos de Los pájaros (1994), La vida imposible (2002, Premio Libralire), Lo inolvidable (2010) y Círculo de lectores (2020), y las novelas Agua (1997), La mujer de Wakefield (1999, finalista del Premio Fémina), Todos los Funes (2005, finalista del Premio Herralde), La sombra del púgil (2008), El país imaginado (2011, Premio Las Américas, Premio Emecé), Un padre extranjero (2015) y Faster (2019). Además de los aforismos y miniprosas de Los pequeños espejos (2007) y otros libros más difíciles de clasificar como Inventario de inventos (2016), La máquina de escribir caracteres chinos (2017) y Por (2018).

Los últimos veinte años ha vivido principalmente en Francia. Desde 2014, es miembro del grupo Oulipo. La novela Une présence idéale (2017) fue escrita en francés, luego de una residencia como escritor en la unidad de cuidados paliativos del hospital universitario de Rouen, Francia.

Fotografía: © Dorothée Billard/Monobloque

COMPAÑÍA NAVIERA ILIMITADA es una editorial que apuesta por la buena literatura, por las buenas historias bien contadas. Con la convicción de que los libros nos vuelven mejores y nos ayudan a soñar, a ver el mundo, y todos los mundos dentro de él, de otra manera. A pensar que un mundo diferente es posible.

Los autores, editores, diseñadores, traductores, correctores, diagramadores, programadores, imprenteros, comerciales, administrativos y todos los demás que de alguna manera colaboramos para que los libros de Naviera lleguen a los lectores de la mejor forma ponemos mucho trabajo y amor.

Tu apoyo es imprescindible.

Seamos compañeros de viaje.

Una presencia ideal

Eduardo Berti

Traducción del francés de Claudia Ramón Schwartzman

Berti, Eduardo

Una presencia ideal / Eduardo Berti.

1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Compañía Naviera Ilimitada, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

Traducción de: Claudia Ramón Schwartzman.

ISBN 978-987-48191-1-6

1. Literatura Argentina. 2. Literatura Contemporánea. 3. Narrativa Argentina. I. Ramón Schwartzman, Claudia, trad. II. Título.

CDD A863

Título original: Une présence idéale

© 2021 Eduardo Berti

c/o Schavelzon Graham Agencia Literaria

www.schavelzongraham.com

© Compañía Naviera Ilimitada editores, 2021, 2022

© de la traducción: Claudia Ramón Schwartzman, 2021

Diseño de tapa: Santiago Palazzesi / gostostudio.com

Primera edición impresa: octubre de 2021

Primera edición digital: febrero de 2023

ISBN de edición impresa: 978-987-48191-0-9

ISBN de edición digital: 978-987-48191-1-6

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la autorización por escrito del editor.

Compañía Naviera Ilimitada editores

Pje. Enrique Santos Discépolo 1862, 2º A

(C1051AAB), Ciudad de Buenos Aires, Argentina

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Índice

Nota del autor

Pauline Jourdan(Auxiliar de enfermería)

Marie Mahoux(Enfermera)

Camille Zirnheld(Auxiliar de enfermería)

Hélène Dampierre(Enfermera)

Catherine Koutsos(Médica residente)

Awa Modou(Enfermera)

Joséphine Boulleau(Enfermera de la unidad móvil)

Pascal Rambert(Médico)

Nadia Chounier(Enfermera)

Danièle Pourcely(Auxiliar de enfermería)

Margaux Tellier(Lectora voluntaria)

Jacqueline Marro(Enfermera)

Carine Le Brun(Auxiliar de enfermería)

Valérie Le Panno(Auxiliar de enfermería)

Delphine Ziegler(Auxiliar de enfermería)

Clémence Le May(Enfermera)

Morgane Bruckner(Enfermera)

Aude Leschevin(Secretaria)

Patricia Long(Auxiliar de enfermería)

Sylvie Compère(Médica)

Jeanette Romano(Auxiliar practicante)

Noémie Saint-André(Auxiliar de enfermería)

Simone Terwilliger(Psicóloga)

Anne-Laure Belmont(Médica)

Marie-France Bergeret(Médica de la unidad móvil)

Suzanne Daviel(Esteticista)

Marie-Pierre Tschann(Médica residente)

Valentine Langer(Auxiliar de enfermería)

Charlotte Bouillon(Enfermera)

Hervé Monterolier(Enfermero)

Sylvie Carlier(Auxiliar de enfermería)

Chantal Rouyer(Médica)

Patrick Tomas(Camillero)

Dominique Louiron(Médica residente)

Aude Buisson(Enfermera practicante)

Mireille Gosselin(Jefa de la unidad)

Vanessa Frontin(Música voluntaria)

Adèle Blanqui(Médica residente)

Nelly Jundzill(Médica)

Cécile Milliot(Enfermera)

Solène Halys(Auxiliar de enfermería)

Daphne Nazarian(Médica residente)

Arlette Grenon(Médica)

Micheline Roméo(Enfermera)

Linda Mouilleron(Externa)

Amandine D’avray(Enfermera)

Yvonne-Félice Guiraud(Enfermera de la unidad móvil)

Barbara Sylvère(Asistente social)

Lou Villarson(Médica)

Isabelle Nahon(Auxiliar de enfermería)

Christophe Orsini(Camillero)

Sylvie Guidée(Personal de limpieza)

Fabienne Vinour(Médica)

Aline Dampierre(Voluntaria de la asociación AMFV)

Elsa Almaki(Enfermera)

A Jean-Marie Saint-Lu, que siempre está ahí

A Mariel y a Ulises

“La esperanza de ser aliviado le da valor para sufrir”.

Marcel Proust, Por el camino Swann

Nota del autor

Entre abril y diciembre de 2015, pasé varias semanas en el CHU (Centre Hospitalier Universitaire) de la ciudad de Rouen, invitado y muy bien recibido por su unidad de cuidados paliativos. Los textos que siguen se inspiran, más o menos libremente, en lo que vi, escuché y viví allí.

Por supuesto, los nombres de los narradores (narradoras, en su mayoría) son inventados, porque se trata de una ficción construida a partir de una experiencia real. Hecha la aclaración, estos textos pretenden rendir homenaje a todo el personal de todas las unidades de cuidados paliativos; y también al libro Compañía K, de William March, que inspiró la forma de este volumen. Quisiera agradecer a todos, tanto a la unidad de oncología gástrica como al servicio cultural del CHU de Rouen y al equipo del festival Terre de Paroles, que tuvieron la idea de proponerme una residencia médico-literaria en la ciudad natal de Gustave Flaubert, hijo de un antiguo director de la Escuela de Medicina de Rouen.

Me atreví a escribir estos textos directamente en francés. Esto no significa un cambio de lengua de escritura. Sigo escribiendo en español y voy a seguir haciéndolo, sin ninguna duda, pero en este caso el francés se impuso por varias razones y una en particular: descubrí el universo que inspiró estos textos en francés, las primeras frases y los primeros borradores nacieron en francés, y cada vez que intentaba traducir, me sonaba falso, artificial.

No creo que Una presencia ideal sea un libro sobre la muerte. Mi intención fue escribir un libro sobre la vida: la vida profesional y personal de un grupo de trabajadores de la salud. Quise entender cuál es el lugar de la vida, por así decirlo, en un contexto donde la muerte es omnipresente. Y, de manera similar, quise explorar el lugar de la invención dentro de un proyecto de escritura donde realidad y documentación fueron dos pilares importantes. Por esto mismo, aunque algunas de las historias y algunos de los personajes de este libro son ficticios, opté por ser fiel a lo que atañe a su profesión.

E.B.

Pauline Jourdan

(Auxiliar de enfermería)

No, no voy a leer su libro. Usted vino aquí, según me dijeron, para poner en palabras nuestra profesión, nuestra realidad. No leí nada suyo, lo siento. Tal vez por prejuicio. Pero cada vez que veo médicos, enfermeras, auxiliares en una novela, en una película o en una serie de televisión, la verdad es que me causa gracia. O bien es excesivo, un catálogo de golpes bajos. O bien es todo rosa, edulcorado. Pero nunca es auténtico, nunca. Porque exageran; incluso cuando se apropian de nuestro trabajo para armar un espectáculo con el sufrimiento humano, aun en esos casos, las imágenes son tan desmesuradas que parecen efectos especiales. Así que discúlpeme, pero no voy a leer su libro. Tengo miedo de no encontrar nada. De descubrir una versión descolorida de mi testimonio o, peor aún, de sentirme traicionada. Dicho esto, si acepté hablar con usted, no es solo para decirle que no voy a leer su libro; acepté, básicamente, porque nunca me niego a hablar de mi trabajo. Para usted debe ser muy diferente. Cuando invitan a un escritor, a un arquitecto, a un cocinero, a un abogado o a un actor a una fiesta y empiezan a hablar de su trabajo, la gente se extasía: “¡Ah, qué interesante!”, otras veces pensarán: “¡Uf, qué aburrido!”, pero nadie se atreve a decir: “¡Dejá de hablar de tu trabajo que arruinás la fiesta!”. Las enfermeras y auxiliares sabemos que en nuestro caso todos piensan así. Nos pasa tan seguido que muchos, a la larga, desarrollamos el prudente hábito de quedarnos callados. Al menos fuera de nuestro círculo. ¿Con cuántos de mis colegas ya habló? ¿Le contaron del baño mortuorio, de los vómitos, de las tareas del personal de limpieza? ¿Piensa describir todo eso? ¿Le va a arruinar la fiesta a los lectores? ¿De verdad? Le pregunto porque no lo voy a leer, así que puede responderme lo que quiera.

Marie Mahoux

(Enfermera)

Esa mujer era especial. Fue mi primera paciente, pero no lo digo por eso. Lo digo porque era en verdad especial. Una mujer muy delicada. Serena. Y de una amabilidad extraordinaria, por suerte para mí, que acababa de pasar directamente de la escuela de enfermería a la unidad de cuidados paliativos. Un itinerario muy poco habitual, lo sé; en teoría, se pasa primero por otros sectores. Pero no fue mi caso. Llegué muy joven a la unidad. Tenía apenas veintidós años.

Era mi quinto día en cuidados paliativos. Todavía estaba tratando de adaptarme, cuando un paciente murió. Es parte de la rutina. Tenemos un centenar de muertes por año, digo bien, cien, no es una metáfora, un muerto cada tres días aproximadamente. Pero este fue mi primer muerto. No, por supuesto que no fue mi culpa. Digo “mi” muerto porque se apagó frente a mí, de repente, como caen las hojas de los árboles. Tenía sesenta años y los pulmones estropeados, hechos humo, como sus esperanzas.

No tuve ganas de llorar, pero sentí que debía cerrar los ojos, contener la respiración y contar: uno, dos, tres, cuatro… hasta veinte. Después llamé a Clémence,Sylvie y Pauline, que hacían el turno de la tarde conmigo. Cuando vieron mi cara, me aconsejaron que saliera un rato a tomar aire. Ellas se ocuparían de todo. Agradecida y con un poco de vergüenza, seguí su consejo. Bajé las escaleras y me tomé un café parada frente a la máquina. El vasito de plástico me temblaba en las manos.

Diez minutos después, Clémence me mandó a hacer la ronda por las otras once habitaciones. No querían que viera el cuerpo de nuevo, estaba claro. No seguí el recorrido habitual. Dejé a esta mujer tan especial (mi primera paciente) para el final. Recuerdo que pensé, mientras hacía mi ronda, que era la única en toda la unidad que todavía tenía a su primera paciente en el hospital. Recuerdo que pensé también, con un poco de tristeza, que pronto sería como los demás…

Dejé a mi primera paciente para el final porque pensé que me calmaría. Parecía siempre tan serena... Como si fuera lógico y normal estar ahí, en su cama. Apenas me vio entrar, abrió grande los ojos.

—¿Pasó algo, mi querida?

(Me decía así, “mi querida”). Me costó sonreír y responder:

—No. Nada.

—A ver… alguien murió, ¿no es cierto? —preguntó.

Me quedé estupefacta.

—¿Cómo lo sabe?

—Se siente, mi querida. Simplemente se siente.

Camille Zirnheld

(Auxiliar de enfermería)

Un viernes por la tarde estaba con mi compañera de trabajo, Awa, también había otra pareja de guardia: Morgane y Solène, creo. Así trabajamos aquí. Supongo que ya se lo explicaron. Una enfermera y una auxiliar en equipo. En fin, era viernes, como le decía, sabía que tenía el fin de semana libre y que Awa y yo no volvíamos a trabajar hasta el lunes, entonces agarré el papelito en el que suelo anotar para mí, como recordatorio, los nombres de los doce pacientes y el número de habitación de cada uno y, de repente, sin saber por qué, subrayé ocho nombres y dije en presencia de mis tres compañeras: “El lunes los otros cuatro ya no van a estar aquí”. Me refería, claro está, a los pacientes cuyos nombres no había subrayado.

Me había olvidado por completo del asunto y, el lunes, al verme llegar, Solène me anuncia algo insólito y atroz: mi predicción se había cumplido.

Todos me miraban preguntándose cómo había hecho para saberlo. Pero no tenía ni idea. Tan solo había adivinado. Es una locura. Lo había adivinado. Estaba consternada. Y mortificada. Por supuesto, nunca más volví a hacer una cosa semejante. Ni siquiera en secreto para mí. Nunca.

Hélène Dampierre

(Enfermera)

Con él hablamos en confianza. Desde que llegó hace dos semanas se convirtió en una rutina: hablamos un poco de todo, de la vida en general. Y entonces, sin buscarlo, con naturalidad, empiezo a tutearlo. Enseguida quiero dar marcha atrás. ¿Pero cómo? Sé que pasé un límite. Sin embargo, él parece encantado, también me tutea. Y el hábito se instala entre los dos. De todos modos, se lo comento a la señora Tergwilliger: “Ya está, Hélène”, me dice. Es demasiado tarde. Estas cosas pasan. Y, al fin y al cabo, ¿por qué no? Pero los días siguientes percibo que esto produjo un desequilibrio con respecto a mis compañeros. A la única que tutea es a mí.

Una semana después, en medio de una charla intrascendente, me dice: “Está bien tutearse. Pero no te hagas mi amiga, porque me vas a perder pronto”. Lo dijo con mucha calma. Con una rabia serena. Una mezcla de amargura y resignación. Me quedé sin palabras. Si hay algo que uno aprende rápido en este oficio, es a callarse cuando no hay nada que decir.

Catherine Koutsos

(Médica residente)

Éramos seis o siete personas alrededor de la cama cuando Patricia Long entró en la habitación.

—Señora —dijo Patricia con una voz temblorosa, sabiendo la importancia de lo que iba a anunciar—. Señora, su hijo mayor vino a verla.

Todos en la unidad conocían la historia. Madre e hijo no se hablaban desde hacía diez años. La anciana era viuda y recibía con regularidad la visita de una hermana mayor y una sobrina muy tímida que no decía más de una o dos palabras. La ausencia de este hijo era más poderosa que la presencia demasiado discreta, casi invisible de esas dos mujeres.

—Señora —insistió Patricia—. Su hijo… en la sala de familiares.

Estábamos revisando a la mujer. Dos enfermeras, dos auxiliares, dos médicos externos y yo, la única médica residente.