Filosofía Homeopática - James Tyler Kent - E-Book

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James Tyler Kent

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Beschreibung

Enfermedad y curación en el plano dinámico. - Supresión de la totalidad de los síntomas. - La Ley de los semejantes. - Enfermedades crónicas: Psora Sífilis Sycosís-- Enfermedad y estudio del medicamento en general.- El examen del paciente- Llevar el «record» o registro del caso- Estudio de las Patogenesías- Individualización- El valor de los síntomas- La agravación homeopática- El pronóstico después de observar la sección del remedio- La segunda prescripción.

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Veröffentlichungsjahr: 2020

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FILOSOFIA HOMEOPATICA - KENT

 

 

 

 

 

 

LECCIÓN PRIMERA

 

El enfermo

 

La homeopatía afirma que hay principios que rigen y gobiernan la práctica de la medicina. Puede decirse que hasta el tiempo de Hahnemann no eran conocidos los principios de la Medicina, y que aun en nuestros días, la Escuela Antigua, en sus escritos y en sus actos, confiesa cumplidamente que no existen tales principios. La Antigua Escuela declara que la práctica depende enteramente de la experiencia, o de aquello que pueda descubrirse dando remedios al enfermo. Sus continuas mudanzas en métodos y teorías, y sus rápidos descubrimientos y abandono de los mismos, atestiguan suficientemente la sinceridad de sus confesiones y declaraciones. La Homeopatía se separa de la Alopatía en este punto, y de este modo se efectúa la división que existe entre las dos escuelas.

 

La Homeopatía afirma que hay principios. La Antigua Escuela niega que los haya, aparentemente con razón, si la pregunta ha de resolverse bajo el punto de vista de su práctica y de sus métodos. Ella no se ocupa sino de los resultados últimos de la enfermedad: de ella no ve sino los cambios finales, materiales. No concibe la verdadera naturaleza del hombre, lo que realmente es este en realidad, de dónde procede, cuál es su cualidad, ya sea en estado de salud o en la enfermedad. Al hablar del hombre, solo se entretiene en sus tejidos. Los cambios orgánicos son para ella el principio y el fin de toda enfermedad, estos cambios son para ella TODA la enfermedad. En efecto, proclama que la enfermedad es algo que existe sin una causa. No admite sino lo que revelan sus sentidos: lo que palpa con sus dedos, y ve con sus ojos, solos o ayudados de instrumentos. El microscopio alarga sus dedos o refina su tacto y los resultados patológicos que el cristal de aumento pone en evidencia son considerados por ella como el comienzo y el fin de la enfermedad, como resultado sin antecedentes, como hechos materiales sin causa inmateriales. Tal es el sumario de las enfermedades.

Pero la Homeopatía percibe, se da cuenta, de que algo hay que antecede a este resultado. Toda ciencia enseña, y toda investigación de carácter científico prueba, que cada cosa que existe debe su existencia a algo anterior a ella. Solamente en este camino podemos ligar el efecto a la causa, formando una serie que va del principio al fin y vuelve de éste al principio. Por este medio podemos llegar no a presumir sino a comprender este estado de cosas con completo conocimiento de causa.

El primer párrafo del Organon será interpretado por un observador inexperto de un modo y por un verdadero y experto homeópata de otro. Dice así:

 

ORGANON, 1. “La alta y única misión del médico es la de restablecer la salud del enfermo, que es lo que se llama curar.”

 

No iniciaremos ninguna controversia por una lectura superficial de este párrafo, ya que el significado oculto de la palabra “enfermo” es completamente el mismo para todos los médicos en todas las escuelas. La idea que una persona tenga de la palabra “enfermo” será diferente de la que tenga otra, ya que todo lo que queda sujeto a distintas opiniones variará con frecuencia; no obstante, la Homeopatía acepta la expresión popular. La Alopatía se basa sobre la opinión individual y el alópata sostiene que la ciencia médica reposa sobre la suma total de las opiniones humanas; pero este es un fundamento indigno e inestable para la ciencia de curar al enfermo. Nunca será posible establecer un sistema racional de terapéutica hasta que lo fundamentemos en hechos y no en apreciaciones. Hechos como los que aparecen expresados en las opiniones de los hombres, pero tal como ellos son, son hechos y verdades por las que se desenvuelven y formulan las Doctrinas, las cuales interpretan o abren los reinos de la naturaleza en el reino de la enfermedad o de la salud. Por esto, conviene precaverse de la opinión humana en la ciencia. HAHNEMANN nos ha dado principios que podemos meditar y sobre los que podemos avanzar. El mundo está regido por leyes y no por opiniones e hipótesis. Debemos comenzar por el respeto a la ley, pues no tenemos punto de partida si nuestras proposiciones no están asentadas sobre la ley. Por muy largo tiempo que reconozcamos las opiniones de los hombres, permaneceremos en un estado variable, pues hombres e hipótesis son inconstantes. Reconozcamos la autoridad.

El homeópata verdadero, cuando habla del enfermo, sabe lo que es un enfermo, mientras que el alópata no sabe nada de ello. Este piensa que la habitación en la cual el hombre vive, habitación quebrantada o en estado de ruina, encierra o expresa todo lo que hay en él de enfermo. En otros términos, cree que los cambios que experimentan los tejidos (cambios que son los resultados de la enfermedad) forman o constituyen el propio enfermo. El homeópata observa cambios maravillosos después de administrar medicamentos dinamizados y, obligado a reflexionar, ve que la dosis masiva no sabría curar al enfermo y que los cambios que ella efectúa no son sino aparentes. La fisiología no tiene vitalismo y por consiguiente no tiene base para erigir su estructura. La doctrina de la fuerza vital no es admitida por los fisiólogos; por ello, concluye el homeópata, que la verdadera fisiología no se enseña todavía, pues sin fuerza vital, sin sustancia simple, sin el interior unido al exterior, no puede haber allí ni la causa ni la relación de causa a efecto. Ahora bien:

¿Qué entendemos nosotros por “enfermo”?- Es al hombre enfermo al que hay que restituir la salud, y no a su cuerpo, ni a sus tejidos. Muchos de ellos vendrán a deciros: “Yo estoy enfermo”. Llenaréis de ellos hojas de síntomas, páginas de sufrimientos. Tienen el aspecto enfermo. Hasta os dirán: “He consultado a los doctores más eminentes”. Me examinaron el pecho. He visto a un neurólogo. Mi corazón ha sido auscultado por un especialista renombrado. El oculista ha examinado mis ojos. El ginecólogo mi útero, dirá la mujer. “La ciencia médica me ha examinado de la cabeza a los pies, y me ha dicho que no estoy enfermo, que yo no tengo ninguna enfermedad”. ¡Cuántas veces habré oído una historia parecida después de haber llenado tres o cuatro hojas de síntomas!. ¿Qué significa esto?. Sé bien que si este estado del enfermo continúa, llegaremos a tener pruebas evidentes de enfermedad, es decir, que el patólogo las hallará allá. Actualmente las eminencias médicas proclaman que el sujeto no está enfermo. Pero -interrogo al individuo-: ¿Qué quieren decir todos estos síntomas? “No duermo por las noches”. “Tengo dolores”. “Mis deposiciones no son normales”.

Pues bien, “es usted un estreñido”. He aquí el punto de partida del diagnóstico . Pero ¿es que todos los síntomas de los que se queja el individuo existen sin tener una causa?. Parecerá, por esta opinión, que el resfriado es una enfermedad per se; pero según otra parecerá ser la causa de la enfermedad: el “diagnóstico” se establecerá por una de las muchas opiniones. ¡Tal es el carácter de vaguedad de la Antigua Escuela!. Estos síntomas no son sino la voz de la naturaleza, que revela con claridad meridiana la naturaleza íntima del hombre o de la mujer enferma.

Si este estado continúa y el pulmón se quebranta, el médico dirá al enfermo: “¡Ah!, ahora está usted afectado por tuberculosis”. Si el cambio celular está en el hígado, dirá: “!Oh!, ahora tiene usted una degeneración grasosa del hígado”; si la albúmina aparece en la orina, dirá al enfermo: “Ahora puedo anunciarle que está usted afectado por una de las varias formas de la enfermedad de Bright”. ¿No es una falta de sentido afirmar que antes de la localización de la enfermedad, no estuviese el sujeto ya enfermo? ¿No es una actitud absurda la de esta ciencia, que nunca ve que el sujeto está enfermo mientras tal o cual de sus órganos no estén materialmente afectados? ¿No está claro a vuestros ojos que este individuo ha estado enfermo, quizá muy enfermo, desde su infancia?.

Tomad por ejemplo un niño nervioso. Tiene ensueños espantosos, espasmos, un sueño agitado, excitación nerviosa, manifestaciones histéricas, y no obstante, si examinamos sus órganos, no hallaremos uno que esté afectado. Dejad que los síntomas de este niño nervioso sigan su curso durante veinte o treinta años: cuando hayan transcurrido veréis que sus órganos están atacados, lesionados. ¿No es cierto que este niño estaba ya enfermos desde que le visteis la primera vez?. Estaba enfermo en el principio vital que lo anima. En otras palabras, la fuerza dinámica que le da vida está perturbada tanto en los trastornos funcionales como en los desórdenes estructurales de su organismo. Antes que una patología, tenemos una fisiología desarreglada, cuyo origen remonta al principio vital desordenado o perturbado. ¿Hemos de considerar, pues, en primer lugar la enfermedad en sus efectos o en sus causas?. Si tenemos ideas materialistas respecto a la enfermedades, tendremos naturalmente concepciones materialistas respecto a los medios de curación. Si creemos que un órgano enfermo, por sí solo constituye la enfermedad, necesariamente creeremos que quitando el órgano curamos al hombre. Un individuo presenta una necrosis en la mano; si creemos que sólo ella está enferma, concluiremos que amputando la mano curaremos al paciente. Suponed que la mano sea cancerosa. Según esta idea, si la mano es cancerosa en sí misma y por sí misma, y viendo que la muerte del individuo resultaría de la condición de la parte, en toda conciencia procederíamos a la amputación de la mano para salvar al enfermo. Para una erupción cutánea, emplearíamos medios locales a fin de estimular las funciones de la piel y traer la curación, y, creyendo que la erupción no tiene causa más profunda, creeremos haber curado al enfermo. Tal es el reductio ad absurdum, pues nada existe sin causa. Los órganos no son el hombre.

¿Qué es, pues, este hombre enfermo?. Los tejidos no se hubieran vuelto enfermos, a menos que algo anterior a ellos (algo que los rige) no se hubiese perturbado, volviéndolos enfermos. ¿Qué hay en este hombre que pueda llamarse el hombre interior? ¿Qué hay en él que se pueda poner aparte de todo lo que sea físico?. Disecando el cuerpo, hallamos en él todos los órganos. Lo que cae bajo el dominio de los sentidos, ¿constituye el hombre físico?. Lo que de su ser palpamos con nuestros dedos y vemos con nuestros ojos ¿es realmente lo que queda de él después de la muerte?. El verdadero hombre enfermo es anterior al cuerpo enfermo, y debemos concluir que el hombre enfermo se encuentra en alguna parte de lo que no queda anulado después de él a su muerte. Lo que desaparece con la muerte del hombre es primario; lo que queda es ulterior. Nosotros decimos: el hombre siente, ve, gusta, oye, piensa, vive; pero estas manifestaciones de vida no son exteriores. El hombre quiere y comprende; el cadáver no puede ni querer ni comprender; por lo tanto, lo que se va, al morir, es esto que nosotros llamamos voluntad y entendimiento. Esto es, aquello que puede ser cambiado, esto es lo que es anterior al cuerpo.

La combinación de estos dos principios o facultades, voluntad y entendimiento, constituyen el hombre: conjuntos estos dos principios, hacen o producen vida y acción; construyen el cuerpo y causan todas las cosas. La voluntad y el entendimiento, operando con orden, producen un hombre saludable. No es nuestra intención ir más allá que la voluntad y el entendimiento, volver a su causa primera o su prioridad principal. Baste decir que fueron creados. Así pues, el hombre propio es su voluntad y entendimiento propios, y la habitación que ocupa es su cuerpo.

Debemos, a fin de ser homeópatas científicos, reconocer que los músculos, los nervios, los ligamentos y otras partes del armazón del hombre, son un retrato y manifiestan al médico inteligente el hombre interior. El cuerpo muerto y el cuerpo viviente deben ser considerados, no bajo la relación cuerpo/vida, sino bajo el punto de vista de la acción de la vida sobre el cuerpo. Si tuvierais que fijar la diferencia que existe entre dos caras humanas y determinar de ellas su carácter expresivo y todo lo que vierais de sobresaliente en su acción, solo podríais revelar la voluntad de cada uno de los individuos. La voluntad se refleja en la cara; su acción, en la fisonomía. ¿Habéis estudiado los rasgos de un individuo que ha crecido entre asesinos y facinerosos? ¿No hay diferencia entre su cara y la del que hace el bien y vive honradamente?. Visitad los extrarradios de nuestra gran ciudad y examinad los rostros de quienes los frecuentan. Esta gente nocturna se acuesta tarde para entregarse al mal. Si queremos saber sus intenciones veremos que son diabólicas. ¿No llevan acaso en su cara la marca? La perversidad de sus inclinaciones esta marcada en su fisonomía. La cara es, pues, el espejo del alma. La patología alopática reconoce que es la del cuerpo. No obstante, podéis confundir sencillamente al alópata preguntándole: ¿qué es el pensamiento? ¿qué es el hombre? El homeópata debe poseer estos datos antes de poder formarse una idea de la naturaleza de la causa de las enfermedades, y antes de comprender los que es la curación.

El único deber del médico es curar al enfermo. Su deber no es solo curar los resultados de la enfermedad, sino la propia enfermedad, y, cuando el hombre haya sido devuelto a la salud, la armonía se habrá restablecido en los tejidos y en las funciones. Así pues, el único deber del médico es poner en orden el interior de la economía, es decir, la voluntad y el entendimiento conjuntamente. Los cambios de los tejidos se refieren al cuerpo y son los efectos de la enfermedad propiamente dicha. Hahnemann lo dijo: “no hay enfermedades, sino enfermos”. De ello se deduce que Hahnemann entendía que las enfermedades conocidas bajo el nombre de la enfermedad de Bright, de enfermedad del hígado, etc., no son sino formas materiales de los resultados de la enfermedad. En primer lugar hay un gobierno desordenado cuya acción desarreglada procede de dentro hacia fuera, del centro a la periferia, y acaba por materializarse en diversos cambios patológicos en los tejidos. La idea de gobierno no entra en la práctica médica de hoy, pues no tiene en cuenta sino las lesiones experimentadas por los tejidos.

El que considera los resultados de la enfermedad como si fuera la propia enfermedad, y cree que desembarazándose de aquellos acabará con esta, está loco. Es una locura en medicina, una locura que procede de las formas benignas de alienación en las ciencias: la de las locas fantasías. Las bacterias son los resultados de la enfermedad. Más adelante podremos demostrar perfectamente que los organismos microscópicos no son la causa de las enfermedades, sino que les acompañan, vienen después, son los barrenderos del organismo enfermo, y que son completamente inofensivos. Forman parte del proceso material de la enfermedad, y el microscopio ha descubierto que cada resultado patológico tiene su microbio correspondiente. La Antigua Escuela considera estas bacterias como la causa de toda enfermedad, pero nosotros podemos probar que la causa de las enfermedades es diez millones de veces más sutil que no importa lo que se pueda ver con la ayuda del microscopio. Demostraremos paso a paso, por la vía del razonamiento, la locura de querer descubrir la causa de las enfermedades por los sentidos.

En una nota (que no es sino insistir de nuevo sobre un párrafo de Organon), Hahnemann dice: “La misión del médico no es, sin embargo, la de erigir los llamados sistemas entrelazando especulaciones vanas e hipótesis concernientes a la naturaleza esencial e interior de los procedimientos vitales y la manera de la cual surgen las enfermedades del interior del organismo...”, etc. Está reconocido en nuestros días, que la gente está perfectamente satisfecha si puede hallar el nombre de la enfermedad que presumen tener, y una idea envuelta en algún nombre técnico les basta. Un viejo irlandés vino un día a mi clínica y después de haberme relatado sus síntomas me dijo: “Doctor ¿qué es lo que tengo?” El médico repuso: “Usted tiene Nux vomica”, ya que este era el nombre de su remedio. A lo que el viejo añadió: “Ya creía yo que tenía una enfermedad extraña. No me había equivocado.” Esto no es sino una exageración de la locura, pasada de moda, de nombrar las enfermedades. Exceptuando algunos casos de enfermedades agudas, no hay diagnóstico alguno posible, y ninguno es necesario, como no sea el de que la persona está enferma. Cuando más penséis en el nombre de una “soi-disant” enfermedad, más os embrollaréis en la busca del remedio, pues entonces vuestra idea se fijará más en los resultados de la enfermedad que en la causa primera de ella expresada por sus síntomas.

Un enfermo de veinticinco años de edad, con taras hereditarias graves, con veinte hojas de síntomas, y con los solos síntomas que nos dan la imagen de la enfermedad, puede ser curado fácilmente, si se cuida a tiempo. Después del tratamiento no quedarán resultados patológicos; llegará a una edad avanzada sin destrucción de tejidos. Pero si este enfermo no se trata pronto, desarrollará una patología de acuerdo con las circunstancias de su vida y sus herencias morbosas. Si es un deshollinador, estará propenso a las enfermedades de los deshollinadores; si es una muchacha de servicio, caerá víctima de las afecciones comunes a las sirvientas, etc. ¿Es que este enfermo no tiene en este momento la misma enfermedad que tenía al nacer? ¿Es que este cuadro de síntomas no representa el mismo estado que antes de que se formen las condiciones patológicas? Tanto es así, que si se presenta una enfermedad del hígado, o del cerebro, o cualquier otro cambio en los tejidos, a los que se denomina enfermedad, debéis andar hacia atrás y remontar el curso de su vida para coger los verdaderos síntomas, por los cuales podréis hacer una prescripción. El prescribir por los resultados de enfermedad producirá cambios en estos resultados, pero no en el enfermo, si no es que acelera el progreso de la enfermedad.

Hay muchas singularidades en numerosas familias. En el comienzo de la enfermedad hallaremos este estado primario, que se traduce solamente por signos y síntomas, y la familia entera tendría la necesidad del mismo remedio o de un remedio análogo estrechamente aliado. Y, mientras que en un miembro de la familia el estado actual apuntará hacia el cáncer, el otro de dirigirá hacia la tisis, etc., pero cada estado individual dependerá de una base común. Es muy importante comprender esta condición fundamental que sirve de base a las enfermedades de la raza humana. Sin este conocimiento os sería imposible comprender las enfermedades agudas miasmáticas, de las cuales hablaremos más tarde.

Es un hecho muy conocido que unas personas son muy susceptibles a tales cosas y otras a tales otras. Si una epidemia se implanta en una región, solamente unos pocos experimentarán sus efectos. ¿Quiénes serán los protegidos y quiénes los afectados? Estas cuestiones deben resolverse por la Homeopatía a la luz de sus doctrinas. Las idiosincrasias deben tenerse en cuenta. ¡Cuántos médicos pasan su tiempo escudriñando cosas que en realidad solo sirven para enfermar más a sus clientes! El hombre enfermizo se convertirá en enfermo con cualquier motivo, mientras que el hombre sano puede vivir impunemente en un lazareto. La finalidad del médico no es precisamente la de buscar en el curso de las aguas, o en las cavas, o en el alimento que tomamos, la causa de no importa qué enfermedad. Su deber es el de recoger los síntomas de la enfermedad, hasta que por ellos halle el remedio que cubra el desorden. Este remedio –que habrá producido los síntomas similares en el hombre sano- es el amo de la situación, es el antídoto necesario, estará por encima de la enfermedad, hará entrar en orden la voluntad y el entendimiento del hombre, y por eso curará al paciente.

Al pasar de la verdadera naturaleza del organismo humano a las enfermedades, se descubre un campo de investigaciones de los más soberbios bajo el punto de vista científico. Las enfermedades del hombre pueden revelarse por el estudio de las experimentaciones de los remedios hechas sobre el organismo sano. Hahnemann se sirvió de los conocimientos que él había adquirido por este procedimiento, cuando declaró que la mentalidad es la clave del hombre. Los síntomas mentales han sido siempre considerados por sus discípulos como los más importantes del remedio así como de la enfermedad. La suma total del hombre se encuentra en su entendimiento y su corazón, en lo que piensa y en lo que ama, y no hay nada más en el hombre. Si estas dos grandes partes del hombre, su voluntad y su entendimiento, se encuentran desunidas, eso significa alineación mental, desorden, muerte. Todo medicamento obra primeramente sobre la voluntad o sobre el entendimiento (a veces ampliamente sobre los dos), afectando al hombre en su facultad de pensar o de querer, y últimamente en sus tejidos, en sus funciones y en sus sensaciones.

En el estudio de Aurum encontraremos que lo que perturba más esta droga son los afectos. El mayor amor del hombre es por su vida: pues bien, Aurum destruye este amor de tal suerte que el hombre no desea ya vivir y se suicidaría. Por otra parte, Argentum quebranta tan fuertemente el entendimiento humano, que ya no es racional; su memoria está totalmente arruinada. Y así con todo medicamento de la Materia Médica. Vemos que cada sustancia experimentada afecta primero al espíritu: la mentalidad del hombre, luego desciende de la mente a la parte física, hasta la piel, los cabellos y las uñas. Si no estudiáis vuestros medicamentos de esta manera, no tendréis jamás un conocimiento inteligente de ellos. Sobre esta sola base reposa la Materia Médica.

Precisa, pues, que la enfermedad sea estudiada por un examen a fondo de los elementos que llevan consigo cambios morbosos parecidos a la imagen patogénica del medicamento. A medida que la experimentación de las drogas en el hombre sano nos proporciona síntomas funcionales, síntomas sensoriales y síntomas mentales, y la del animal nos proporciona los síntomas últimos, podremos estudiar las enfermedades con la esperanza de adaptar el remedio a la enfermedad en el hombre, siguiendo la LEY DE LOS SEMEJANTES. La idea de enfermedad en el hombre debe formarse de la idea que nos dé de enfermedad las patogenesias de nuestra Materia Médica. Y así como percibimos y nos damos cuenta de la naturaleza de una enfermedad en una imagen de medicamentos, así también hemos de percibir la enfermedad del ser humano que estamos llamados a curar.

Por consiguiente, nuestra idea de la Patología debe ser ajustada a la Materia Médica que poseemos, y conviene saber cuándo y dónde las patogenesias son similares para curar las enfermedades. La totalidad de los síntomas cuidadosamente anotados es todo lo que sabemos de la naturaleza interior de la enfermedad. Luego la adecuada administración del remedio similar constituirá el arte de curar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LECCIÓN II

 

 

2.- El más alto ideal de una curación

 

El tema de hoy se refiere a la curación, a lo que entendemos por naturaleza de la curación. Ella viene referida en el segundo párrafo del Organon, que dice así:

ORGANON, 2. “El más alto ideal de una curación es el restablecimiento pronto, suave y permanente de la salud; es la eliminación y aniquilación de la enfermedad, en todas su extensión por el camino más corto, más seguro y el menos dañino posible, apoyándose sobre principios claros y fácilmente comprensibles.”

Si preguntáis a un médico ajeno a la Homeopatía en qué consiste una curación, su mente giraría tan solo a la idea de la desaparición del estado patológico. Por ejemplo: en una erupción cutánea determinada, la desaparición de esa erupción bajo su tratamiento sería para él una curación. En el caso de hemorroides, su extirpación sería también una curación. En el caso de estreñimiento, una eliminación intestinal equivaldría a una curación. Si se trata de una afección de la rodilla, una amputación por encima de la misma sería considerada también una curación, o en el caso de una enfermedad aguda bastaría que el enfermo sobreviviera a ella para conceptuarle curado de aquella enfermedad. Esta idea de curación viene compartida también por los enfermos en general, ya que ellos aceptan la idea del médico.

Muchas veces quedará el enfermo asombrado de la gran pericia del médico que ha sabido curarle una erupción de la piel. Pero cuando vuelva de nuevo, y esta vez presentando manifestaciones tan graves y cambios tan profundos en sus tejidos, con riesgo de muerte –como consecuencia de la erupción suprimida- dirá al médico: “usted, que tan maravillosamente ha curado la enfermedad de mi piel, ¿por qué no puede curarme esta enfermedad del hígado que padezco? Porque este médico, científicamente ignorante, ha fallado. Lo que estaba en la superficie del cuerpo y era, por tanto, inofensivo, ha sido empujado hacia lo más recóndito del interior del enfermo, y el paciente va a la muerte como resultado de la ignorancia científica.

En este párrafo están incluidos tres puntos diferentes que conviene hacer resaltar:

Restablecer la salud, y NO ELIMINAR LOS SÍNTOMAS, es el primer punto. Restablecer la salud tiene como punto de vista poner en orden al ser humano enfermo; quitar los síntomas no significa consideración alguna para el ser humano. En efecto, quitar la constipación, las hemorroides, la hinchazón blanca de la rodilla, la enfermedad de la piel o cualquier otra manifestación local o aun la eliminación de todo un grupo de síntomas, no equivale a restablecer por completo la salud al hombre enfermo. Si después de la desaparición de los síntomas el individuo no se siente completamente restablecido en su salud, entonces no estamos ante “una curación”. En la lección primera hemos aprendido que “el único deber del médico era el de curar al enfermo”, y, por lo tanto, no cumple con su deber si elimina tan solo los síntomas, o modifica el aspecto de éstos, o altera la apariencia de la enfermedad, imaginándose con esto que ha restablecido el orden. ¡Ah! ¡Cuán corto de espíritu debe ser quien tal crea!¡Cuánto le debe gustar revolcarse en el fango y encenagarse en él, quien no pueda detenerse, siquiera un instante, en meditar sobre estos hechos!¡Cuán diferente sería su actuación si considerara que todo cambio violento que él produzca en el aspecto de la enfermedad, agravará la naturaleza interior de la misma, y que esta agravación traerá consigo el aumento de los sufrimientos del paciente! El paciente que sea capaz de expresar sus sensaciones, dirá continuamente que él se siente restablecido en su salud a medida que desaparece un síntoma. Debe experimentar una mejoría interna cada vez que desaparece un síntoma externo, lo que verdaderamente ocurre cuando la enfermedad ha sido curada y en el lugar de esta se restablece el orden.

Curación pronta, suave y permanente.- La perfección de una curación consiste, pues, en primer lugar, en el restablecimiento de la salud, y luego, en que ello debe realizarse prontamente, tranquilamente y permanentemente, lo cual constituye el segundo punto. La curación debe ser rápida, debe operarse sin violencia alguna y debe ser continua o permanente. Cuando un síntoma externo ha sido quitado violentamente, tal como la constipación por los catártricos, el resultado no puede conceptuarse como agradable o permanente aún cuando haya sido rápido. Cada vez que se tiene que recurrir al empleo violento de los medicamentos, no resulta agradable ni su acción ni la reacción que sigue a su administración. En el tiempo en que fue escrito este segundo párrafo del Organon, los medicamentos no tenían el carácter suave y aún agradable que tienen hoy; la sangría, los sudoríficos, etc., estaban en boga en el tiempo en que HAHNEMANN escribía estas líneas. La Medicina ha cambiado, pero sólo en apariencia; ahora los médicos emplean las píldoras azucaradas para hacer ver que sus medicinas no tienen sabor o que tienen gusto agradable; emplean también alcaloides concentrados. Pero todo esto no se hace porque se haya descubierto algún principio nuevo; la sangría y los sudoríficos no se han abandonado de acuerdo con principio alguno, pues los viejos médicos se lamentan todavía de que haya caído en desuso la lanceta, y a menudo dicen que feliz será el tiempo en que vuelvan a emplearla. Hay que decir que las drogas de hoy son diez veces más poderosas que las do otro tiempo, porque están más concentradas. La cocaína, el sulfonal y gran número de otros productos modernos de manufactura química, son extremadamente peligrosos, y su verdadera acción y reacción, enteramente desconocida. Los descubrimientos químicos sobre el petróleo han abierto un campo inmenso de destrucción a la inteligencia humana, al entendimiento y a la voluntad, porque estos productos son lenta e insidiosamente violentos. Cuando los medicamentos que se empleaban eran rápidamente peligrosos y violentos, su acción era manifiesta, se mostraba en la superficie, y aún el pueblo bajo la reconocía, pero hoy día se administran drogas mucho más peligrosas, porque destruyen la mentalidad del paciente. Los aparentes beneficios que reportan estos medicamentos no son nunca permanentes. En ciertos casos aparentarán mayor permanencia cuando la economía ha experimentado por vía de injerto una nueva y muy insidiosa enfermedad, mucho más sutil y tenaz que las antiguas manifestaciones, que se reflejaban en las partes externas, y es causa de esta tenacidad el que los síntomas originales permanezcan ocultos. La enfermedad, en su naturaleza, en su esencia, no ha cambiado, y a la enfermedad natural se ha añadido una enfermedad medicamentosa, más seria que aquella.

Sólo puede ser suave la manera de curar que siga la corriente natural, restableciendo orden, y eliminando así la enfermedad. La corriente seguida por la Medicina de moda antigua va contra la naturaleza y nos hace pensar en la marcha de un gato al que se le tira por la cola para hacerle subir una cuesta. Así pues, el tratamiento que es dulce, agradable y permanente, sigue su curso produciendo raramente la menor ondulación; se adapta al desorden interno, y por este hecho, lo más exterior del hombre entra en orden. Todo vuelve al orden desde el interior. La medicina curativa no obra violentamente sobre la economía humana, sino que ejerce su acción de una manera suave: no obstante, por muy apacible y pacífica que sea su acción, ocurre a menudo que la reacción que le sigue sea violenta1, especialmente cuando la obra de la Medicina tradicional es deshecha y reaparecen los antiguos estados.

C) El tercer punto es: “Sobre los principios que han de ser claros y fácilmente comprensibles”. Esto significa ley , significa principios fijos, significa una ley tan cierta cual la de la gravedad. Nada de conjeturas, ni de empirismo, ni métodos revueltos o convencionales, ni sistemas tallados a medida del fabricante de remedios, en los cuales el prospecto enseña a los prácticos a servirse de ellos. NUESTROS PRINCIPIOS NO HAN CAMBIADO JAMÁS, ni pueden cambiar; han sido siempre los mismos y los mismos seguirán siempre. Poseer íntimamente estos principios y doctrinas, estos conocimientos fijos, esta actitud de método; conocer estos medicamentos, que no cambian nunca de propiedades, y familiarizarse con su modo de actuar; tal es la aspiración principal del estudio homeopático. Cuando se han aprendido estos principios, y se persiste en la práctica de ellos, se hacen más claros y seguros a medida que se les conoce más. El empleo adecuado de estos principios lleva a la desaparición de la enfermedad, al restablecimiento de la salud de un modo suave, pronto y permanente.

Si se preguntara a un estudiante alópata, graduado en la Escuela oficial, ¿cómo podría demostrar que él había curado a un enfermo?, su respuesta sólo podría ser tal como ya hemos dicho antes, es decir: “que el paciente no murió”, “que desaparecieron los síntomas para los cuales había prescrito”. Haciendo esta misma pregunta a un práctico versado en los principios homeopáticos, encontraremos que hay medios claramente demostrativos de que él conoce que su enfermo está mejor. Comprenderíais naturalmente que, siendo las partes internas del hombre las que primariamente entran en desorden en la enfermedad, y no sus tejidos, sean también primero aquellas las que entren en orden antes que las manifestaciones externas. Lo primero en el hombre es su voluntad, y lo segundo su entendimiento; lo último en el hombre es su exterior, desde el centro de su circunferencia hacia sus órganos, su piel, sus uñas, etc. Siendo esto así, la curación debe proceder del centro hacia la periferia, y al decir del centro a la periferia entendemos: de arriba hacia abajo, de dentro hacia fuera, de órganos más importantes a los menos importantes, de la cabeza hacia las manos o los pies. Todo práctico homeópata que comprende el arte de curar, sabe que si los síntomas desaparecen en estas direcciones, no reaparecerán jamás. Sabe además que, si desaparecen en el orden inverso al de su aparición, son eliminados de una manera definitiva. Por esto él sabe que el paciente se cura, no a pesar del tratamiento, sino que fue curado por la acción del remedio. Cuando un médico homeópata va a visitar a un enfermo, y después de observar el comienzo de los síntomas y el curso de la enfermedad, ve que estos síntomas no siguen en su desaparición este orden de marcha después que él ha administrado su medicamento, sabe que no ha logrado nada, que no ha hecho ningún bien al enfermo.

Pero sí, por el contrario, observa después de la administración de su remedio, los síntomas toman un camino inverso, sabe que su medicina ha logrado este resultado, ya que la enfermedad hubiera seguido por sí misma su curso muy diferente. La progresión de las enfermedades crónicas se extiende de fuera adentro, de la superficie hasta el centro. Todas las enfermedades crónicas tienen sus primeras manifestaciones en la superficie, y de allí se dirigen hacia los centros vitales del hombre. De ello se deduce que el enfermo recobrará la salud en la proporción en que logre hacer retroceder hacia la superficie las manifestaciones primarias de la enfermedad. Tal es la revuelta, la agravación, de que hablamos antes, como consecuencia de la acción del remedio verdaderamente homeopático y los ignorantes no desean ver reaparecer los antiguos síntomas y no obstante de su vuelta depende la única posibilidad de curación. Para poder curar los síntomas del corazón, y del pecho y dela cabeza, precisa que se presenten manifestaciones externas en la superficie, bien sea en la extremidades, o sobre la piel, uñas y cabello. Por esto hallaréis que a medida que estas partes externas se afectan, el paciente se encuentra mejor; el cabello cae o aparece una erupción sobre la piel. En casos de reumatismo cardíaco, veréis como si el enfermo mejora aparecen dolores reumáticos en sus rodillas y el enfermo exclamará: “Doctor, cuando usted vino a verme por primera vez, yo andaba como quería por mi casa; pero ahora no puedo andar, mis articulaciones se han hinchado desmesuradamente”. Esto significa que el enfermo va a curar. Si el médico no sabe que esto significa que el paciente va a curar, hará una nueva prescripción con el fin de quitar el dolor de las rodillas y con ello logrará que el reumatismo retroceda hacia el corazón, y el enfermo morirá... y sobre decir que el médico tradicional ignora todo esto, pues tal es su método, su único plan, su recurso habitual, y de esta manera inocente mata al enfermo. Esto es una simple demostración de cómo es posible que cese una afección interior y aparezca una exterior. Puede que el paciente no cure jamás completamente, puede ser que el estado en que se halle el enfermo no mejore nada, pero NO HAY OTRO CAMINO DE CURACIÓN QUE ESTA TRANSLACIÓN A LA SUPERFICIE DE LAS MANIFESTACIONES, LARGO TIEMPO RETENIDAS EN EL INTERIOR.

Si el paciente es incurable, por muy suaves que sean los medios empleados experimentará siempre grandes sufrimientos en la evolución de su enfermedad, en el curso de su curación parcial, mejor dicho, de su parcial restablecimiento. Para él nada puede serle suave, por más suaves que sean los medios empleados. En las enfermedades agudas, después de haber hecho una prescripción, no hallaremos tantas molestias como vemos en los casos incurables antiguos, o en las oscuras afecciones crónicas que datan de largo tiempo. El retorno de las manifestaciones exteriores en las extremidades, nos da cuenta exacta de que tales trastornos no fueron curados, sino simplemente suprimidos. Un ejemplo para ilustrarlo: hay muchos pacientes que han tenido reumatismo en las manos y pies, en las muñecas y rodillas y en los codos, que se han friccionado hasta la rubefacción con lociones y linimentos fuertes, con cloroformo, con balsámicos, con aplicaciones calientes, hasta lograr la desaparición, por los menos en gran parte del reumatismo de las extremidades; pero no hay médico que no sepa que esta desaparición del reumatismo aumenta la propensión a padecer síntomas cardíacos. Al prescribir para este enfermo reumático, deberá reaparecer el reumatismo de las articulaciones o no curaréis sus síntomas del corazón. Esto ocurre en todo estado que de la periferia haya refluido hacia los centros por un tratamiento local.

Podéis estar seguros como de vuestra propia vida que bajo la acción de los remedios homeopáticos veréis volver los síntomas que se han hecho desparecer o retroceder hacia el interior. El enfermo volverá diciendo. “Doctor tengo los mismos síntomas que ya tenía cuando fui tratado por el doctor Fulano de Tal por mi reumatismo”. Esto se presenta en la práctica médica casi cada día.

Ello requiere una pequeña explicación al paciente, y si es inteligente para comprenderla, esperará que el remedio actúe (1). Pero el médico que conceptúe como la cosa más importante el estado de su cartera dirá: “Si no doy un linimento para que se de friegas este enfermo, él me dejará”. Permitidme deciros aquí que esto es el principio del mal. Haríais mejor esperando el juicio de la Humanidad y confiando que el enfermo se quedara y curara. Si habéis aprendido a prescribir para el enfermo a pesar de sus sufrimientos, si habéis aprendido a obrar bien y no lo hacéis, violáis vuestra propia conciencia.

Este párrafo hace llamamiento a la integridad individual o personal del médico: le dice en la última línea “sobre principios que sean claros y fácilmente comprensibles”. Si se deja aparte la integridad y se cree que un hombre puede hacer justamente lo que le plazca, se deja aparte también todo lo que pertenece al principio y hasta el mismo fundamento del éxito. Más cuando estos principios se llevan a cabo, cuando un hombre se ha familiarizado totalmente con la Materia Médica, conversando de continuo con ella y es bastante inteligente en su aplicación, es decir, cuando practica la medicina con conocimiento de causa, cuando es circunspecto en su verdadera vida interior para no salirse de estos principios, entonces podrá conducirse a sí mismo hacia una finalidad, la más deliciosa; pues por estos medios podrá curar las enfermedades y conquistar una amistad, respeto y aprecio duraderos de una clase de gente digna de sus trabajos. Y tendrá lo que vale aun más que esto: tendrá una conciencia completamente pura, con todo lo que ello significa y comprende; estará libre de remordimiento, viviendo una vida de inocencia. Cuando se vive una tal vida, no se puede aprobar con un guiñar el ojo las ideas que frecuentemente se emiten en las familias, como, por ejemplo, las de evitar la procreación, las de limitar el sostenimiento de os chicos, las de separar hombre y mujer aprendiendo prácticas obscenas para evitar el embarazo. La aplicación de estos vicios y la invocación de ellos impedirán al padre y a la madre la curación de las enfermedades crónicas. Es nuestro deber como médicos inculcar tales principios a cuantos se nos acerquen, recomendándoles una vida regular. El médico que no tenga una concepción clara del deber no merece la confianza que se le dispensa.

Tal es el deber del médico: que él es quien primero ha de darse cuenta ante todo del desorden del hombre para reestablecerlo a la salud, y para restablecer esta salud logrando una perfecta curación, debe cumplir empleando medios que sean suaves, que sean ordenados, que fluyan noblemente de la propia fuerza vital, que devuelvan el orden al hombre y que vayan guiados siempre por principios fijos y por la administración del remedio homeopático.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LECCIÓN III

 

 

 

3.- Percepción de lo que hay que curar en las enfermedades, de lo que hay de durativo en las medicinas y aplicación de estas a aquellas.

ORGANON –3. “Si el médico percibe claramente lo que hay que curar en las enfermedades, es decir: en cada caso individual de enfermedad; si percibe claramente lo que hay de curativo en las medicinas, es decir: en cada medicamento en particular; y si sabe adaptar –de acuerdo con principios claramente definidos- lo que es curativo en las medicinas a lo que ha encontrado que es indudablemente morboso en el paciente, de tal modo que deba seguirle la curación; si sabe adaptarlo, tanto respecto a la conveniencia del medicamento más adecuado, según su modo de actuar para el caso que tiene ante sí, como también al modo exacto de su preparación y cantidad requerida y el debido tiempo para repetir la dosis; si, finalmente, conoce los obstáculos que se presentan en cada caso para su curación, y sabe cómo evitarlos para que la curación sea permanente, entonces él comprende como tratar el caso juiciosamente y racionalmente, y es un verdadero práctico en el arte de curar”.2

El traductor HAHNEMANN ha empleado aquí correctamente la palabra “percibe”, la cual significa ver hacia adentro, no meramente ver con los ojos como sentidos externos, sino comprender claramente, entender o asimilar con la mente y con la razón.. Si HAHNEMANN hubiera dicho “ver” en vez de “percibir”, habríamos podido creer que el sentido del párrafo era el de distinguir visualmente el tumor que ha de extirparse, o, ya abierto el abdomen ver el riñón enfermo, o, por el examen de la orina ver si hay albúmina o azúcar, para que al quitar éstos por misteriosa vía, el paciente quedara curado. Por lo que antecede, es evidente que HAHNEMANN no consideraba los cambios patológicos o anatomía morbosa como constituyendo la indicación curativa en la enfermedad. El médico debe percibir lo que hay que curar en la enfermedad y la indicación curativa en cada caso particular, por la totalidad de los síntomas, ya que la enfermedad está representada o expresada por la totalidad de los síntomas, y esa totalidad (que es la voz de la naturaleza), no es en sí la esencia de la enfermedad, ya que representa tan sólo el desorden en la economía interior. Esta totalidad, que es realmente externa, como una manifestación en los tejidos, se ordenará en una forma tal como si fuese a presentar al médico el desorden interno.

Indicación curativa.- Lo primero que hay que considerar en un caso es, ¿cuáles son las indicaciones curativas en este caso? ¿Qué signos y síntomas llaman la atención del médico como signos y síntomas curativos? Esto significa que no toda manifestación es una indicación curativa. Los resultados de enfermedad que se observan en los tejidos, en enfermedades crónicas, tales como alteraciones carcinomatosas, tumores, etc., son de tal carácter que no pueden constituir signos curativos; pero aquellos casos curables, aquellos que son capaces de sufrir un cambio, aquellos que pueden ser afectados materialmente por la administración de remedios, son las que el médico debe conocer: son las indicaciones curativas.

 

El médico debería tener una idea bien fundada de gobierno y ley, en las cuales no hay excepciones; debiera ver que la causa de la acción de enfermar, viene desde el centro a la periferia, desde lo más interior del hombre a lo más externo. Cuando están presentes ley y gobierno, la ley entonces dirige toda acción que tenga lugar en el sistema humano. Todo gobierno actúa desde el centro hasta la periferia. Miradlo políticamente. Cuando el sistema de gobierno central político no se respeta, prevalecen la anarquía y la pérdida de confianza. Hay también centros comerciales. Debemos reconocer Londres, París y Nueva York como centros comerciales en sus diferentes esferas. Hasta al araña se atrinchera en su tela y dirige su universo desde el centro. No puede haber dos gobiernos; esto conduciría a la confusión. Hay solamente una unidad en cada sector. En el hombre, el centro de gobierno está en el cerebro, y desde allí gobierna a cada nervio y a cada célula. Desde allí tienen lugar todas las acciones para bien o para mal, para el orden o para el desorden; desde allí empieza el proceso de curación. El hombre se pone enfermo, no por las cosas externas, no por microbios o bacterias, ni por lo que le rodea, sino por causas que existen dentro de sí mismo. Si el homeópata no ve esto, no puede tener una percepción verdadera de la enfermedad. El desorden en la economía vital es el estado primario de la enfermedad, y este desorden se manifiesta por signos y síntomas.

Al percibir lo que hay que curar en la enfermedad, debe procederse de lo general a lo particular, debe estudiarse la enfermedad en su aspecto más general, no tal como se presenta en un individuo particular, sino en toda la raza humana. Procuremos fijar esta idea en la mente, tomando como ejemplo, uno de los miasmas agudos, no con el propósito de diagnosticar, pues esto es fácil, sino para presentarlo para un examen terapéutico. Tomemos una epidemia, ya se denomine de escarlatina, de gripe, de sarampión o de cólera. Si la epidemia es enteramente diferente de toda otra que haya aparecido hasta ahora en la vecindad, producirá al pronto confusión. En los primeros pocos casos el médico tiene una idea verdaderamente muy vaga de esta enfermedad, pues solo ve un fragmento de ella, y solo obtiene una parte de los síntomas. Pero se extiende la epidemia y visita muchos pacientes, y quizá veinte individuos ya haya sido cuidadosamente observados. Si ahora el médico apunta o toma nota de todos los síntomas que se han presentado en cada caso, en una forma esquemática, ordenando los síntomas de la mente de los diferentes pacientes bajo el rubro de “Mente”, y los síntomas de la cabeza bajo el de “Cabeza”, y así sucesivamente, siguiendo el método de HAHNEMANN –todo ello considerado colectivamente-, presentará una imagen como si un solo individuo hubiese expresado todos los síntomas, y de esta manera se tendrá aquella enfermedad particular en una forma esquemática. Si coloca al lado de cada síntoma un número, correspondiente al número de pacientes que han presentado aquel síntoma, averiguará los rasgos esenciales de la epidemia. Por ejemplo, veinte pacientes han tenido dolor en los huesos, y en seguida se verá que ese síntoma es una parte de la epidemia. Todos los pacientes han tenido afecciones catarrales de los ojos, y una erupción o rash como el del sarampión, y éstos también deben anotarse como síntomas patognomónicos. Y de esta manera tomando el esquema entero, y estudiándolo como una entidad, podréis daros cuenta de cómo esta nueva enfermedad, esta enfermedad contagiosa afecta a la raza humana y a cada paciente en particular. Cada paciente nuevo tiene unos cuantos síntomas nuevos; ha puesto su propia señal en aquella enfermedad. Los síntomas que atacan a todos, son síntomas patognomónicos; aquellos que son raros son las peculiaridades de las diferentes personas. Esta totalidad representa para la mente humana, en cuanto es posible, la naturaleza de esta enfermedad, y ésta naturaleza es la que debe tener presente en su mente el terapeuta.

Ahora hay que dar un paso más, cual es el de encontrar los remedios que corresponden a esta epidemia. Ayudado por un Repertorio, apuntará al lado de cada uno de estos síntomas, todos los remedios que hayan producido aquel síntoma. Después de recorrer así todo el esquema, puede empezar a quitar o eliminar remedios, para llegar a su finalidad práctica, y observará entonces que seis o siete remedios corren o se prodigan por todo el cuadro, y por lo tanto están relacionados con la epidemia, corresponden a toda su naturaleza. A estos se les podría llamar”el grupo de los remedios epidémicos de aquella epidemia particular”, y con ellos se lograría curar a casi todos los casos.

Más ahora surge una nueva cuestión: ¿Cuál de estos remedios es el indicado para cada caso individual? Cuando el médico haya estudiado la media docena de remedios, puede entonces repasar la Materia Médica y fijar en su memoria los cuadros individuales, de modo que los pueda emplear con éxito. De este modo, procede de lo general a lo particular, y no hay otra manera de proceder en homeopatía. Se le llama para que asista a una familia con media docena de pacientes en cama enfermos de la epidemia, y encuentra una pequeña diferencia en cada caso, de modo que un remedio está indicado en un caso, y otro remedio en otro. En Homeopatía, no es cosa de administrar uno de aquellos remedios a todos los casos de una familia solo porque tengan un nombre diagnóstico. Ahora bien, mientras un remedio del grupo epidémico estará indicado en muchos casos, sin embargo, si ninguno de aquellos es adecuado para el paciente, el médico debe volver a su anamnesis original, para ver cual de los otros remedios es el más conveniente. Muy raramente se hallará un paciente que necesite un remedio que no esté en la anamnesis. Todo remedio tiene en sí un cierto estado de peculiaridades que lo identifica como un remedio individual, y el paciente tiene un cierto número de peculiaridades que lo identifica como un paciente individual, y así el remedio es adaptado al paciente. No se debe dar ningún remedio por la única razón de que esté en la lista, pues la lista solamente ha sido hecha como un medio para facilitar el estudio de la epidemia. Solamente pueden hacerse fáciles las cosas por una inmensa cantidad de trabajo, y si se hace este pesado trabajo al comienzo de una epidemia, la prescripción en vuestros casos será rápida, y encontraréis que vuestros remedios abortarán casos de enfermedad, convertirán en sencillos los casos malignos, simplificarán la escarlatina de tal manera que sería imposible clasificarla como tal, detiene el curso de la tifoidea en una semana, y curan las fiebres remitentes en un día.

Si el médico no apunta este esquema en el papel, lo tendrá que hacer en la mente; pero si llega a estar muy ocupado y ve muchísimos casos, serán demasiados síntomas para que pueda retenerlos en la memoria. Os asombraréis al hallar que si anotáis una epidemia en papel, siempre seréis capaces de llevar su recuerdo en la mente. Yo mismo lo he hecho y me he sorprendido al encontrar que después de referirme al papel una docena de veces, no lo he necesitado ya más.

Ahora diréis ¿cómo relacionar esto con la fiebre tifoidea? Esta no es una enfermedad nueva, sino que es una forma vieja. Los antiguos prácticos han hecho inconscientemente de sus casos de fiebre tifoidea una anamnesis, e inconscientemente la han anotado en su mente, y por esto la llevan siempre en su memoria. No es difícil formar el grupo de remedios de la fiebre tifoidea y trabajar con este grupo de medicamentos. Lo mismo podemos decir respecto al sarampión: ciertos remedios corresponden a la naturaleza del sarampión, es decir, cuando se estudia éste por sus síntomas y no por su nombre.

Desde luego que, de vez en cuando, surgirá un caso raro y singular que os obligará a salir fuera del grupo usual. No os permitáis nunca limitaros tanto que no podáis salir del grupo de medicamentos que hayáis escogido, por ejemplo, como remedios del sarampión. Todos los casos corrientes, desde luego, necesitarán Pulsatilla, por ser tan similar a la naturaleza del sarampión, pero no está bien ser demasiado limitado o rutinario, sino estar seguro de que al administrar un remedio sus indicaciones estén claras. Todo práctico atareado piensa en Ailanthus, Apis, Belladona y Sulphur para los casos malignos de escarlatina, y sin embargo, tiene que salirse frecuentemente de este grupo.

Así el médico percibe de la enfermedad lo que constituye la indicación curativa.

Ésta, se presenta a su mente solamente cuando es muy experto, cuando puede conversar con la naturaleza de la enfermedad, como por ejemplo, con la naturaleza de la escarlatina, del sarampión, de la fiebre tifoidea, de modo que cuando llegan la zimosis o intoxicación, cambios o alteraciones en la sangre no le sorprenden; cuando en el estado tifódico progresa, él espera que se presenten al abdomen timpánico, la diarrea, la fiebre continua, el rash, el delirio y la pérdida de conciencia. Estas cosas se destacan como la naturaleza de la fiebre tifoidea. Por lo tanto, cuando va a la Materia Médica en seguida se le presenta a la mente esta naturaleza tifódica, y así es capaz de escoger los remedios que tienen tal naturaleza. Él ve en Phosphorus, Rhus, Bryonia, Baptisia, Arscnicum, etc., formas deprimentes de fiebre que corresponden a la condición tifódica. Pero cuando el paciente salta fuera del grupo corriente ordinario de remedios, entonces es él quien ha de salirse también del camino acostumbrado y hallar otro remedio que corresponda también a la naturaleza de la fiebre tifoidea.

Con estas observaciones estoy intentando demostraros lo que el médico considera como indicaciones curativas de la enfermedad. Primero ve la enfermedad, en general en cuanto a su naturaleza, y luego, cuando tiene aquella enfermedad una individualización, ésta individualización presentará en sus propias peculiaridades los rasgos peculiares de aquella enfermedad. El homeópata está acostumbrado a estudiar los matices más ligeros que diferencian a los pacientes, las pequeñeces que indican un remedio. Si consideramos la enfermedad solamente como la ve el médico de la Antigua Escuela, no tendríamos medios de distinción, pues es precisamente por estas pequeñas peculiaridades individuales que presenta cada paciente, por su vida interior, por todo lo que piensa, que es capaz el homeópata de individualizar.

“Si el médico percibe lo que hay de curativo en las medicinas, es decir: en cada medicina individual”. Aquí también avanza de los general a lo particular. No puede llegar a conocer claramente la acción de los medicamentos individualmente, hasta que haya llegado a conocer la acción de los medicamentos colectivamente, procediendo de un estudio colectivo a uno particular. Así se han hecho los estudios de las patogenesias3. Supongamos que vamos a empezar a hacer una patogenesia de alguna droga desconocida. No pretenderíamos que a todos os salieran o se os presentaran los mismos síntomas, todos tendríais los rasgos generales de la droga; pero cada individuo tendría sus propios característicos. Al núm. 1, se le presentarían los síntomas de la mente más claramente que al núm. 2; el núm. 2, presentaría quizá, los síntomas de los intestinos más claramente que el núm. 1; el núm. 3, podría tener los síntomas de la cabeza muy fuertes, etc. Si, ahora se recogieran estos síntomas como si un solo individuo hubiera experimentado la medicina , tendríamos entonces una imagen de aquella medicina. Si tuviéramos cien comprobantes, podríamos abrazar y comprender toda la naturaleza de este remedio, y percibir cómo afecta a la raza humana, cómo obra como unidad.

Lo que había dicho antes referente a estudiar la naturaleza de una enfermedad, debe aplicarse al estudio de la naturaleza del remedio. Un remedio está en condición para ser estudiado como una entidad, cuando se escriben en un papel los síntomas de la mente bajo un encabezamiento, los síntomas del cráneo bajo otro, y así sucesivamente todos los del cuerpo entero, de acuerdo con el esquema de HAHNEMANN. Iremos adicionando, desarrollando y anotando en este esquema cuáles de estos síntomas son los más prominentes. Un remedio no está completamente comprobado hasta que haya penetrado y enfermado a todas las regiones del cuerpo. Cuando haya hecho esto, está pronto para el estudio y para emplearlo. Muchas de nuestras patogenesias sólo son fragmentos, y los libros las dan por lo que valen. HAHNEMANN siguió por completo cuantos remedios puso en nuestras manos (es decir; experimentó completamente todos los medicamentos que nos transmitió), los síntomas de estos medicamentos fueron impelidos a presentarse en el hombre entero. Cada medicamento individual debe estudiarse de esta manera, en cuanto a los cambios que efectúa en la raza humana.

Para comprender la naturaleza de los miasmas crónicos, psora, sífilis y psicosis, el homeópata debe proceder de idéntica manera que para los agudos. HAHNEMANN anotó en el papel la imagen de la psora. Durante once años recogió los síntomas de los pacientes, que eran sin duda, psóricos, y los ordenó en forma esquemática, hasta que la naturaleza de este gran miasma se hizo aparente. Seguidamente a esto publicó los remedios antipsóricos, los cuales en su naturaleza tienen una similitud a la psora. Para llegar a ser realmente un prestigioso médico-homeópata, debe procederse de la misma manera para la sífilis y la psicosis.

Ahora, cuando el médico ve, como si fuera en un cuadro, la naturaleza de la enfermedad, cuando está impuesto en toda enfermedad a la que estamos expuestos y cuando ve la naturaleza de los remedios de uso corriente tan claramente como percibe la enfermedad, entonces, al escuchar los síntomas del enfermo, sabe inmediatamente los remedios que han producido en el hombre sano síntomas semejantes. Esto es lo que nos enseña el párrafo 3; procura hacer al médico homeópata tan inteligente que, cuando vaya al lecho de un paciente, pueda claramente percibir la naturaleza de la enfermedad y la naturaleza del remedio. Es cuestión de percepción, de ver con el entendimiento. Cuando el médico comprenda la naturaleza de la enfermedad y de los remedios, entonces será verdaderamente un médico hábil.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LECCION IV

 

4."Principios fijos". Ley y gobierno desde el centro.

 

Emprenderemos hoy el estudio de la última Parte del tercer párrafo, que se refiere a los "Principios fijos", por los cuales el médico debe guiarse. En tiempos pasados, fuera de las exposiciones doctrinales de la Homeopatía, la Medicina ha sido siempre materia de experimentación, y la Medicina de hoy, aparte también de la Homeopatía, es una "medicina de experiencias". Ahora, para preparar la inteligencia a recibir las doctrinas, es preciso formarse una verdadera idea de la exacta y adecuada situación en que se halla la experimentación.