Francis Schaeffer - Colin Duriez - E-Book

Francis Schaeffer E-Book

Colin Duriez

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Beschreibung

El impacto de Francis Schaeffer sigue teniendo una amplia resonancia dentro de la Iglesia y de la cultura contemporánea. Su vida, apasionada y genuina, es el centro de la biografía autorizada de Colin Duriez, inspirada en más de 150.000 palabras de historia oral, además de entrevistas personales y otros recursos que no solo retratan al hombre y sus relaciones, sino también su formación espiritual, el desarrollo de sus ideas y su cosmovisión. Desde su infancia en Pensilvania, en el seno de una familia de clase obrera, hasta la fundación de L'Abri, desde su crisis de fe hasta sus últimos años en los que, bajo la mirada de todo el mundo, escribió sobre temas controvertidos siempre en un tono conciliador, estas páginas recogen todas las etapas de la vida de Schaeffer. Sin embargo, Duriez, alumno suyo y entrevistador, también echa una mirada más profunda que revela aquellas marcadas fases de su vida, de sus enseñanzas y de sus complejidades como persona, dentro de su contexto histórico, para que los lectores contemporáneos puedan comprender mejor todo lo que Schaeffer fue y por qué sigue importando hoy. Esta completa biografía ilumina el enrevesado viaje de alguien cuya implacable pasión por la verdad, por la realidad, con una fe integral que suple las necesidades de las personas, no solo lo convirtió en un gigante dentro del mundo evangélico, sino en un ejemplo brillante de aquello por lo que se esfuerza todo cristiano de cada generación: Vivir una vida auténtica para la gloria de Dios.

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Francis

Schaeffer

UNA VIDA AUTÉNTICA

Colin Duriez

Publicaciones Andamio

Alts Forns nº 68, Sót. 1º

08038 Barcelona

Tel. (+34) 93 432 25 23

[email protected]

www.publicacionesandamio.com

Publicaciones Andamio es la editorial de los Grupos Bíblicos Unidos en España, que a su vez es miembro del movimiento estudiantil evangélico a nivel internacional (IFES), cuya misión es hacer discípulos y promover el testimonio de Jesús en los institutos, facultades y centros de trabajo.

Francis Schaeffer: Una vida auténtica

© Publicaciones Andamio, 2017

1ª edición marzo 2017

Francis Schaeffer: An Authentic Life

© Colin Duriez, 2008

Publicado por Crossway, un ministerio editorial de Good News Publisher Wheaton, Illinois 60187, U.S.A. Esta edición se publica con el permiso de Crossway.

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización de los editores.

Traducción: Loida Viegas

Diseño cubierta e interior: theroomrooms’

Maquetación ebook: Sonia Martínez

Depósito legal: B. 5461-2017

ISBN: 978-84-947215-1-9

Impreso en Ulzama

Impreso en España

“Francis Schaeffer fue un hombre asombroso, un intelectual brillante y un amante de la verdad, emocionalmente intenso, dedicado a Dios y compasivo; perplejo ante el mundo como Jeremías, no porque no lo entendiera sino precisamente por entenderlo. Como fui uno de sus editores, llegué a conocerlo bien una vez que alcanzó la popularidad como escritor. Para mí, Colin Duriez completa los detalles fascinantes de los primeros años. Sí, este es el hombre que conocí, al que Dios sorprendió mientras crecía su influencia, al pasar de pastorear pequeñas congregaciones, a enseñar a millares en grandes auditorios por todo el mundo; de conversar en privado con un puñado de estudiantes, a luchar intelectualmente con la élite erudita secular y con los expertos. Duriez sabe bien lo que dice; Schaeffer, el Jeremías del siglo XX, se mueve y habla de nuevo en estas páginas”.

James W. Sire, autor deThe Universe Next Door

yA Little Primer on Humble Apologetics

“Una excelente biografía de este influyente pensador que entremezcla los recuerdos personales y el análisis teológico. Imprescindible para los admiradores de Schaeffer y para cuantos deseen desarrollar hoy su herencia”.

Alister E. McGrath, catedrático de Teología Histórica,

Universidas de Oxford; Miembro Investigador Superior,

Facultad Harris Manchester, Oxford

Para Christopher y Paulette Catherwood

Contenidos

__________________________

Prefacio

1.Los comienzos (1912-1935)

2.Pastorado y denominación (1935-1945)

3.Nuevos horizontes (1945-1948)

4.Suiza (1948-1950)

5.Crisis y catalizador (1951-1954)

6.El refugio (1955-1960)

7.Peregrinaje a L’Abri (1960-1976)

8.Las últimas batallas (1977-1984)

Apéndice

Agradecimientos

Bibliografía

Prefacio

_________________________

Su medio preferido fue la palabra, la conversación de forma individual o con un gran grupo de personas. Tenía la sorprendente habilidad de dirigirse a un individuo en particular, aunque estuviera rodeado de centenares de personas. Sus cintas, sus libros y sus películas son más bien como la encarnación de sus conversaciones o charlas. La abrumadora impresión de cuantos lo conocieron, brevemente o durante más tiempo, sobre todo, en relación con su comunidad hogareña, pero en expansión de L’Abri, en Suiza, fue su amabilidad, una palabra que aparece constantemente cuando otros lo recuerdan, ya sean holandeses, ingleses, americanos, irlandeses o de cualquier otra nacionalidad.

Su atuendo era poco convencional y memorable, pulcro, con un pantalón bombacho hasta la rodilla y algo colorido; más tarde una perilla que le proporcionaba un aspecto más artístico y culto que lo alejaba del estereotipo del pastor evangélico. Era moderno, podía hablar de Bob Dylan, de Jackson Pollock o de Merce Cunningham, del viejo Wittgenstein o del joven Heidegger y de la neoortodoxia. Habló del posmodernismo en los sesenta, antes de que fuera claramentepos.Desafiaba abiertamente el pietismo evangélico fundamentalista y, posteriormente, la superespiritualidad a la que tildaba de “neoplatónica”. Estos desafíos provocaron que más de uno de sus estudiantes, entre los que me cuento, se preguntaran cómo podía ser a la vez “neo” y “platónica”, pero tuvieron el efecto deseado de conducir a una peregrinación espiritual que, muy a menudo, causaba dolor.

Francis Schaeffer era una hombre menudo cuya gigantesca pasión por la verdad, por lo real, por Dios y por las necesidades de las personas, lo convirtió en un creador de opinión clave para el cristianismo moderno, mayor que cualquier etiqueta que se le pudiera atribuir. Esta biografía presenta su formación y sus logros, iluminando su compleja personalidad y su brillante enseñanza.

Después de haber estudiado con él, en mi juventud, haberlo entrevistado casi al final de su vida y haber escuchado cómo muchas personas reconocían su deuda hacia él, esperé en vano la aparición de una biografía completa. Por tanto, he tratado de suplir esta necesidad. Hace casi un cuarto de siglo desde su muerte y creo que la esencia de su mensaje sigue siendo tan importante como lo era cuando vivía. Tiene algunos detractores pero, en mi opinión, siempre elude sus redes. He tratado de presentar un retrato cercano, preciso y con todos los defectos de un personaje fascinante y complejo que siempre será recordado.

Para asegurar que voy a presentar un retrato fidedigno suyo y lo más objetivo posible, me he dejado guiar por un historial oral de más de ciento ochenta mil palabras concernientes a Francis Schaeffer. Lo recopilamos el historiador Christopher Catherwood, su esposa, la musicóloga Paulette Catherwood, y yo mismo. Realizamos entrevistas en Suiza, Holanda, Inglaterra, Irlanda del Norte y Estados Unidos; hablamos con personas muy diversas y, entre ellas, antiguos miembros de L’Abri, trabajadores, ayudantes, estudiantes y también miembros de su familia más cercana.

He utilizado, asimismo, el archivo de la Iglesia Presbiteriana de Estados Unidos, antiguos escritos de Francis Schaeffer, cartas, la biografía y las memorias de Edith Schaeffer, los escritos del novelista Frank Schaeffer y las valoraciones de este pastor intelectual (incluidas las revistas Time y Der Spiegel). He volcado todo esto en un relato continuo para que el lector pueda llegar a conocer a Francis Schaeffer, su visión, sus preocupaciones y el sentido de su enseñanza (el propósito de mi libro es, por supuesto, biográfico y no pretendo analizar el pensamiento de Schaeffer).

Espero que mi libro pueda contribuir un poquito al acercamiento de una nueva generación de lectores a la obra crucial de Schaeffer y a su mensaje; lamentablemente, ya no podrán beneficiarse de conocer al profesor en persona. Hago un especial hincapié enprofesor.Schaeffer era un profesor de la vieja escuela, un maestro carismático, sobresaliente y docto. Sin ser un erudito en el sentido literal de la palabra, impulsó a sus verdaderos oyentes a explorar y aprender más, a estar más preparados para vivir como cristianos y como seres humanos en este mundo poscristiano, bien comunicado, excitante y peligroso. Como John Milton, creo que la imagen de Dios puede captarse de una manera singular en los libros y, aun estando muerto Schaeffer, su mente y su espíritu viven en sus escritos, aunque carezcan de la elegancia y del estilo de un C. S. Lewis. Su mensaje puede aún transmitirse de una mente a otra, como lo hizo en el tiempo de mis recuerdos como estudiante. Nuestro mundo sigue pidiendo a gritos un refugio (L’Abri1), que pueda, y deba, adoptar numerosas formas distintas para atender a las necesidades no cubiertas.

Una biografía de Francis Schaeffer debe explicar su notable impacto en personas muy diversas: el intelectual, el trabajador sencillo, el científico, el artista, el cristiano dubitativo, el incrédulo con preguntas; hombre, mujer, joven o niño; blanco, negro, complicado o tranquilo. Tras su primera visita a Europa, todavía sufriendo los efectos de la guerra de 1947, un muro de provincianismo empezó a derrumbarse en la vida de Francis Schaeffer, proceso que se vio acelerado por su amistad con el holandés Hans Rookmaaker y por su propio y antiguo interés y amor por el arte. Su biografía (o una crítica, en este caso) no puede ser provinciana en ningún sentido, intelectual ni regional. Él era mayor que cualquier contexto denominacional o político.

En este libro escribo sobre las virtudes y los defectos de Francis Schaeffer, y lo sitúo en el contexto de su época; presentó la formación de sus ideas y la génesis de sus conferencias, escritos, seminarios y películas, así como su compleja personalidad y sus relaciones. Describo la fundación y el impacto de la comunidad de L’Abri y la idea, más profunda, de un “refugio”, como logro más representativo y duradero de Schaeffer, y expongo el desarrollode este fenómeno único, señalando su importancia en el contexto de la historia reciente de la iglesia y de la cultura. Se presenta al hombre mismo como esencia indivisa y no como un compuesto de dos o incluso tres Schaeffers, aunque, atravesara en ocasiones un cambio angustioso y un crecimiento. Aun su asociación enfática y tardía con la iglesia estadounidense, en los años de Reagan, fue para él un desarrollo del trabajo de L’Abri y no una capitulación ante lo que él denominó la “iglesia de la clase media”.

Aunque Francis Schaeffer es uno solo, presentamos aquí las distintas fases de su vida, de manera que cada una de ellas ilumine las demás: su niñez entre trabajadores en Germantown, Pensilvania; su despertar intelectual y cultural, así como sus años de estudiante en un seminario; los diez años como pastor “apartado” en el este y el medio oeste americano; sus primeros años en Europa, donde trabajó con su esposa Edith paraChildren for Christ[Niños para Cristo] y habló de los peligros de un nuevo y decepcionante liberalismo respecto a la Biblia; su crisis de fe que resultó en una experiencia profunda del Espíritu Santo; el nacimiento y las primeras luchas de L’Abri en Suiza; la apertura progresiva hacia un ministerio más amplio a través de conferencias grabadas, charlas a nivel internacional, libros, y la creación de nuevos centros L’Abri, primero en Inglaterra y después en otros países; cerca del final de su vida, la fase de celebridad, con películas y seminarios multitudinarios en los que Schaeffer amplió su análisis cultural a la esfera de la política, de las leyes y los gobiernos, y se puso en el candelero con todas las distorsiones que ello acarreaba.

Cuando estaba acabando este libro, se publicóCrazy for God[Loco por Dios] de Frank Schaeffer; memorias y confesiones de su vida. De forma brillante, y en ocasiones conmovedora, narra la vida y el viaje de Frank, aunque añade poco a lo que yo tenía ya documentado sobre su padre; como biógrafo, ya conocía sus puntos fuertes y también los débiles. Muchos de los entrevistados para este libro hablaban de ellos abiertamente. Lo que debo señalar es el retrato que Frank hace de su padre como si hubiera levantado un muro de convicción alrededor de su fe, en especial en sus últimos años. Esto no se corresponde con los hechos. Francis Schaeffer siempre mantuvo una actitud abierta sobre sus propias luchas y fracasos; este fue el secreto de su fuerza como pastor y consejero. Nunca divorció su vida interior de la pública. En una ocasión, siendo yo un joven estudiante, durante mi primera o segunda visita a su comunidad de L’Abri en Suiza lo acompañé en el descenso hasta la capilla, tipo chalet, donde mantenía su habitual debate de los sábados por la noche. De repente me confesó: “Colin, me siento como si estuviera a punto de saltar desde un avión sin paracaídas”.

En una carta no publicada a su querido amigo Hans Rookmaaker, quizá aquel mismo año, le confesó que se sentía deprimido después de haber trabajado mucho con un editor, en el manuscrito deThe God Who Is There[El Dios que está allí]: “Voy tan retrasado en todos los aspectos de la obra que me siento bastante deprimido, y esto quiere decir que, por supuesto, es un tiempo difícil. Sin embargo, el Señor sigue abriendo puertas y estamos agradecidos... Me darías una alegría si continuaras orando por mí, porque... estoy en horas bajas. Sin embargo, supongo que saldré de ello en un par de semanas y entonces me sentiré mejor.2

Como revela mi libro, en el ocaso de su vida, Francis Schaeffer estaba tan convencido de la veracidad del cristianismo y de la eficacia de lo que denominó la obra consumada de Cristo, como lo estaba después de sus luchas a principios de la década de 1950, e incluso como lo estaba inmediatamente después de su conversión en 1930.

De hecho, su convicción se hizo más profunda en sus últimos años y no le concedía ni un respiro en su aflicción por la condición de los seres humanos perdidos, al tiempo que aumentaba su empatía por aquellos que encontraba. En su última serie de películas,Whatever Happened to the Human Race?[¿Qué es lo que le ha pasado a la raza humana?], incluyó un poderoso episodio sobre las bases históricas de la convicción cristiana.

¿Cuál es la esencia de Francis Schaeffer? ¿Acaso su sistema teológico? ¿Sus libros? ¿Su activismo político? ¿La existencia de L’Abri? Irónicamente, aunque combatió primero el “viejo” modernismo, después el “nuevo” modernismo del existencialismo, la neo-ortodoxia e incluso anticipadamente el posmodernismo, demostró lo que podríamos definir como un cristianismo existencial: vivir el momento, abrazar la realidad de la existencia, ver la base de la verdad de la fe cristiana en la historicidad de la muerte y la resurrección de Jesucristo y atribuir a la intervención específica del Espíritu Santo, la conversión de una persona, en un momento dado de su vida, después del cual esta pasa de muerte a vida. Quizá no se reconozca a Schaeffer como académico o pensador original (aunque, se puede argüir que era ambas cosas y particularmente lo último), pero su cristianismo existencial y realista es notable y quizá único para alguien de su ortodoxia bíblica en su generación y este es, quizás, el secreto de su impacto en muchas personas de diferentes trasfondos y nacionalidades.

Una lista completa de agradecimientos aparece al final de este libro, pero quiero expresar aquí mi gratitud especial a Christopher y Paulette Catherwood por su ayuda entusiasta y brillante con las entrevistas para este libro; a Ted Griffin, por su labor sabia y meticulosa de editor; a otras personas que han colaborado con este libro de una forma muy especial entre las que están Lane Dennis, John y Priscila Sandri, Ranald y Susan Macaulay, y Udo y Deborah Middelmann. Aunque su salud no le permitió más que una cálida sonrisa y un saludo, los registros de Edith Schaeffer publicados sobre la familia y la historia de L’Abri, así como las cartas familiares no publicadas deben recibir una mención especial. Durante nuestras entrevistas, Christopher, Paulette y yo disfrutamos de la hospitalidad y amabilidad de holandeses, suizos, ingleses, irlandeses y estadounidenses. Recuerdo en particular la amabilidad de Marleen y Albert Hengelaar y los recuerdos inspiradores de la ya anciana Anky Rookmaaker, cuando retrocedía en su mente a los años de la guerra; parecía que los hechos relatados hubieran ocurrido ayer. Es un privilegio compartir, aunque, sea un poquito de las vidas de otras personas.

Colin Duriez

1. Nota de la correctora: abri en francés significa refugio.

2. Carta no publicada a Hans Rookmaaker desde Huémoz el 1 de febrero de 1967.

1

Los comienzos (1912-1935)

________________________

Francis Schaeffer fue hijo de unos padres de la clase obrera y de ascendencia alemana. Nació el 30 de enero de 1912 en Germantown, Pensilvania, en Estados Unidos de América. Por parte de madre, sus antepasados eran ingleses. De hecho, su bisabuelo, William Joyce de Nottingham, Inglaterra, fue el primero de sus antepasados en cruzar el Atlántico. En 1846, Joyce, experto tejedor, llegó hasta esta pequeña ciudad cerca de Filadelfia, donde nacería su descendiente Francis Schaeffer, y se estableció allí como zapatero. En aquel entonces, Germantown era poco más que su calle principal. Debe su nombre a que en 1683 se establecieron allí unos doscientos inmigrantes alemanes procedentes del valle del Rín. Después, se establecieron otras nacionalidades, como una comunidad polaca. Cuando el trabajo disminuyó por la industrialización, William cambió de empleo, al convertirse en un cartero que recorría a pie cuarenta kilómetros cada día repartiendo el correo. Era una figura familiar en el barrio, lo llamaban “tío Billy” y era famoso por la contundencia de sus opiniones sobre la situacióndel mundo y la política. Su esposa falleció a la edad de treinta y cinco años, dejándolo al cuidado de los niños.

Una de sus hijas, Mary, se casó con Wallace Williamson en 1877. Ella tenía veinticinco años y él veintiséis. Wallace murió a los once años de casados, dejando a Mary con cuatro hijas que criar, entre ellas Bessie, la futura madre de Francis Schaeffer, que tenía ocho años cuando quedó huérfana de padre. Mary sobrevivió lavando y planchando, un proceso que requería que fabricara su propio jabón. También recibió a su padre en su casa, donde este vivió hasta su fallecimiento, superados ya los noventa años. La dureza de los primeros años de la vida de Bessie le hizo esperar una existencia también dura. Se juró que “nunca sería una esclava para criar niños” como lo había sido Mary. A los diecisiete años, en 1897, consiguió su diploma de la escuela secundaria local. Tuvo la cualificación suficiente para enseñar en primaria (escuela elemental), pero en lugar de ello se quedó en casa, ayudando a su madre, después de que sus hermanos se fueran. Los últimos años de la larga vida de esta mujer de Germantown los viviría en un pequeño pueblo de los Alpes, Suiza, e inspirarían la novela de su nieto, Frank Schaeffer, tituladaSaving Grandma.

El abuelo paterno de Francis Schaeffer, “Franz” (Francis August Schaefferii,siguiendo la tradición familiar) y su esposa, Carolina Wilhelmina Mueller, emigraron de Alemania a los Estados Unidos en 1869, huyendo de las guerras en Europa y de sus esperadas tribulaciones. Carolina era de la zona de la Selva Negra y Franz posiblemente del este, quizá de Berlín. Franz había luchado en la guerra francoprusiana y había sido honrado con una Cruz de Hierro. Como parte de su deliberado intento de empezar una nueva vida en un nuevo mundo, Franz quemó todos sus documentos personales. Diez años después de establecerse en Germantown, falleció en un accidente laboral en el ferrocarril, en la cercana Filadelfia. Dejó un hijo de tres años, Francis August Schaeffer III. Posteriormente, Carolina se volvió a casar con el hermano de Franz. El niño, conocido como Frank, tan solo contaba con una educación básica y, antes de los once años, se unió a otros muchos niños que seleccionaban carbón para apoyar los insuficientes ingresos familiares. Posteriormente, encontró trabajo en una de las minas cercanas. Antes de cumplir los veinte, se fue de casa y se alistó en la Marina. Cada vez que recibía su salario, enviaba la mayor parte a casa para su madre. Antes de pasar a los barcos de vapor, aprendió a desplazarse por el cordaje en todo tipo de condiciones climáticas. Su práctica como marinero incluyó su servicio durante la guerra con España, en 1898. Su experiencia con el mar embravecido le enseñó a dominar las alturas y las situaciones peligrosas en el trabajo.

Frank había sido criado como luterano y, cuando conoció a Bessie Williamson, ella asistía regularmente a la Iglesia Evangélica Independiente local. La asistencia a la iglesia era algo normal en aquella época, y formaba parte de la cohesión social y comunitaria. Su noviazgo y su compromiso estuvieron dominados por la necesidad que ambos sentían de preparar juntos un hogar, adquirir el mobiliario, la ropa de cama y todo lo demás. Ambos querían superar la pobreza y la escasez de su breve infancia. Eran perseverantes y concienzudos, y así siguieron en su matrimonio, mientras convertían su casa en la calle Pastoria en un hogar a su gusto. Bessie estaba decidida a tener un solo hijo y ese hijo resultó ser Francis August Schaefferiv,el protagonista de este libro. Ella tenía treinta y dos años cuando dio a luz un martes 30 de enero de 1912.

Llegado el momento, Bessie le dijo a su marido: “Es hora de llamar al médico”. Frank desapareció y pronto regresó conduciendo el carricoche del doctor. En sus prisas por conseguir ayuda, Frank no se había percatado de que el médico estaba borracho. Sin embargo, no era para tanto y pudo atar la punta de una sábana a una de las patas de la cama de Bessie y le indicó que tirara de ella con todas sus fuerzas mientras empujaba. Años más tarde, Bessie le contó a Edith Schaeffer, esposa de Francis: “Fue fácil. Tan solo estiré de la sábana y empujé y el niño estaba allí, sobre la cama”.1El achispado doctor acabó su trabajo y se las arregló para volver a casa, pero a la mañana siguiente olvidó por completo que debía inscribir el nacimiento. Francis Schaeffer no supo que carecía de certificado de nacimiento, hasta treinta y cinco años después cuando se preparaba para salir al extranjero por primera vez.

Siendo niño, Fran, como ya lo conocían familia y amigos2,ayudaba a su padre en sus tareas de mantenimiento, que incluían la carpintería. Su hogar en la calle Pastoria carecía del estímulo que dan los libros y del interés intelectual en las conversaciones de sus padres. No había mascotas ni picnics, y las visitas de amigos para jugar eran raras. El niño se entretendría mirando los vehículos de reparto, tirados por caballos y viendo cómo el encargado encendía los faroles de gas en las calles al anochecer.

En invierno se celebraba el festival de las marmotas y en verano viajaban a Atlantic City. Una antigua fotografía muestra a un joven con un largo traje de baño de lana, en pie en la orilla junto alas olas, obediente, mientras se toma la foto. Un gran obstáculo en su desarrollo, que pasó desapercibido, fue una grave dislexia. Años después, muchos de sus estudiantes en L’Abri notaron lo que les parecían divertidas pronunciaciones erróneas: decía Mary Quaint (en lugar de Quant), hablaba de la películaDr. Strange Glove(en lugar deDr. Strangelove)y del Presidente Mayo (en lugar de Mao). Su hija menor, Deborah Middelmann, recuerda cómo solía acudir a ella para que le deletreara palabras sencillas comowho[quién] ywhich[cuál], incluso cuando ella solo tenía cinco o seis años.

Muchos de los que lo conocieron de joven habrían predicho una vida de trabajador normal para Francis Schaeffer: muy trabajador, concienzudo y ordenado, aunque, limitado en sus expectativas por su educación. Fran no supo nunca que la escuela había informado a sus padres del resultado de un test de inteligencia en el que había obtenido la segunda puntuación más alta de los últimos veinte años. Sus padres llegaron a considerar, por un momento, enviarlo a una escuela privada, la Academia de Germantown. No fue una sorpresa que Fran eligiera carpintería, dibujo técnico, montajes eléctricos y metalurgia como materias principales al empezar la secundaria. A los diecisiete años, el joven Schaeffer ya trabajaba a tiempo parcial en la venta de pescado. Más tarde admitió que en la secundaria “no se había esforzado”.3

Pero nos estamos anticipando. Un momento significativo en la educación de Fran se produjo al cambiar de escuela, a la edad de once años. En el instituto Roosevelt Junior tuvo una profesora llamada Mrs. Lidie C. Bell, la primera en abrirle nuevos horizontes. Hacia el final de su vida, Francis Schaeffer reveló en una entrevista: “Ciertas personas clave han producido una diferencia en mi pensamiento. Todo se remonta a mis días en la escuela secundaria, donde tuve una profesora de arte. Venía de una familia a la que no le interesaba lo más mínimo el arte. Me hizo interesarme en aquella materia”.4Desde entonces, la fascinación por el arte fue un impulso central en su vida. Sus visitas a Atlantic City también fueron profundamente significativas para él. Se había convertido en un gran nadador y, mucho después, recordaba:

Cuando era niño iba a nadar desde el viejo barco de carga, varado en Cape May Point desde el final de la Primera Guerra Mundial. El casco estaba muy inclinado. Tras estar allí adentro durante un tiempo y mirar por una puerta, el mar perecía formar un ángulo pronunciado; por un momento, todos los hechos aceptados del mundo exterior parecieron volverse “locos”.5

Como ocurría a menudo con sus experiencias, ese hecho le proporcionó una analogía de la manera en que los seres humanos piensan en el mundo, condicionada, como está, por la cosmovisión y la presuposición.

Cuando entró en el instituto, Fran se unió a los Boy Scouts. Como representante de su grupo, participó en un debate. Guardó la copa el resto de su vida:Pyramid Club Four Minute Speech ContestWon by FrancisA. Schaeffer, Troop 38, 1923.[Club Pirámide, Concurso de discurso de cuatro minutos, ganado por Francis A. Schaeffer, Tropa 38, 1923]. Por aquella época decidió asistir a la Primera Iglesia Presbiteriana de Germantown por sus lazos con el movimiento Scout. Pertenecer a esta agrupación enriqueció su vida en esa etapa y se esforzó para obtener bandas de honor; aprendió cosas sobre los bosques, acampó y siguió pistas. Su padre le consiguió la membresía en YMCA, donde aprendió a nadar y pudo hacer algo de gimnasia. Al ayudar a su padre dominó muchos oficios, como el de la construcción, aprendió a poner suelos, reparar canalones y fontanería. Algunas de estas competencias las empleó para renovar su nueva casa, en la calle Ross número 6341, en la que se mudó la familia cuando Fran estaba en el instituto Germantown. Fran hizo un relevante descubrimiento cuando asistió a una feria de la electricidad en el auditorio de la ciudad. Durante el acto se interpretó laObertura 1812de Tchaikovsky, completa y con efectos especiales. Escuchar esa pieza de música clásica fue una nueva experiencia para él. Algunos días después, encendió la radio justo cuando estaban retransmitiendo esa misma pieza musical. Al reconocerla y escucharla atentamente, se enamoró de aquella música, un amor que se hizo cada vez más profundo, y que creció hasta convertirse en una parte permanente de su vida.

Según su hija Deborah, la esencia de la vida de Francis Schaeffer siempre estuvo presente, desde el principio: era “una persona reflexiva y muy honesta con respecto a la vida”. Su inherente seriedad no era apatía. Disfrutaba del humor. Siempre fue, en palabras de Deborah: “muy serio en lo tocante a la vida, al arte y a la música... De niño le encantaba ir a las montañas y pasear porlos bosques de Filadelfia”. Esta conducta intensa no estaba reñida con su trasfondo de clase obrera. Su padre siempre reconoció, más adelante, que existía una profunda afinidad entre el obrero y el intelectual. Ambos compartían una mirada sincera sobre la vida, mientras que las clases medias solían vivir una vida divorciada de la realidad. Fran recordaba a su padre como una persona que pensaba mucho y que se hacía preguntas filosóficas, aunque, no había podido pasar de tercero de primaria6por las dificultades familiares.

El trabajo de los sábados en un carro de pescado acabó cuando Fran se disgustó por el trato que el dueño le daba a su caballo. Encontró otro empleo en un mercado de carne y luego otro limpiando calderas de vapor. Después llegaron otras ocupaciones en las que trabajó con asiduidad. Se produjo una pausa, con consecuencias de largo alcance, cuando un maestro de la escuela dominical le encontró un trabajo para ayudar a un conde bielorruso, un inmigrante, a aprender a leer en inglés. El conde quería aprender leyendo una biografía de Catalina la Grande, quien tuvo muchos amantes. A las pocas semanas, Fran le informó de que así nunca iba a aprender inglés. Con el acuerdo del conde, viajó a la cercana Filadelfia y se encaminó a la conocida librería Leary. Pidió un libro de lectura para un principiante en inglés. Por error (un error que luego consideró providencial) salió con el libro equivocado. Le habían dado uno de filosofía griega.

Empezó a leer el libro por curiosidad, pero el efecto fue el mismo que cuando escuchó por primera vez laObertura 1812.Como en el caso de la música clásica, comenzó a sentir un profundo amor por la filosofía. Años más tarde, le contó a Edith Schaeffer que fue como si hubiera llegado a casa. Desde entonces, las ideas se convirtieron en una pasión que no abandonaría. Su honda preocupación por las ideas pronto iba a moldear todo cuanto hiciera en la vida. A fuerza de leer los pecadillos de Catalina la Grande, el conde acabó leyendo inglés en un texto introductorio a la filosofía. Ese mismo libro produjo un cambio extraordinario en el desarrollo intelectual de Fran. Lo devoró; leía hasta muy tarde, cuando sus padres ya se habían acostado. Estudiando a los filósofos griegos llegó a leer a Ovidio, quizá lasMetamorphosis,un texto del sigloique tuvo un enorme impacto en la cultura occidental.

A medida que leía iba creciendo en él la sensación de tener más preguntas, pero sin las respuestas. Esta convicción se reforzó cuando se percató de que había experimentado una situación similar en la iglesia, en la que posteriormente reconoció la influencia del liberalismo teológico, la reinterpretación modernista de la Biblia, que se remonta históricamente a la Ilustración, que considera que la razón humana es autosuficiente como punto de partida del conocimiento y de la interpretación de la realidad. Lo que iba recibiendo en su iglesia eran preguntas constantes sobre los temas vitales, para las que no tenía respuesta. Su propio agnosticismo lo inquietaba. Más tarde, desveló su razonamiento: “Me preguntaba si, para ser sincero, debería dejar de llamarme cristiano y desechar la Biblia”.7

Asistir a la iglesia era bastante normal en aquella época. Más tarde observó: “Cuando era joven, en las décadas de los años veintey treinta, en Estados Unidos se vivía un consenso básicamente cristiano. Por supuesto, se aplicaba poco en ciertos ámbitos como las cuestiones raciales o el desenfrenado afán de acumular riquezas”.8Una vez saboreado el pensamiento de los antiguos griegos, pensó que lo correcto sería leer toda la Biblia, algo que nunca había hecho. Pensó que debía darle una última oportunidad. Así que, cada noche, junto con su lectura de Ovidio empezó a leer la Biblia desde el principio (como si fuera un libro, pues entendía que era la forma de hacerlo). Empezó por Génesis: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” y siguió hasta el final: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén”(rvr1960). Al leer las Escrituras le sorprendió constatar cómo iban apareciendo las respuestas a las profundas preguntas filosóficas que había comenzado a hacerse. La emoción que se despertó en él ya nunca lo abandonaría.

Su yerno, John Sandri, recuerda nítidamente cómo describía Francis Schaeffer la experiencia de leer toda la Biblia por primera vez:

Llegó a la conclusión de que, básicamente, la Biblia respondía en cierta forma a las preguntas que planteaban los filósofos griegos. Así es como lo contaba él, según recuerdo. Mostraba realmente algo de lo que suponía para él la conversión; es decir, reunir toda la interconexión entre la cosmovisión de la filosofía y la cosmovisión de la Biblia y ver cómo una se ocupa de la otra; de no ser así, muchas preguntas quedarían sin resolver.9

Después de un periodo de seis meses, durante el cual leyó la Biblia de principio a fin (costumbre que conservó fielmente durante toda su vida), se entregó a Cristo y se comprometió con la fe cristiana. El 3 de septiembre de 1930 pudo anotar en su diario que “toda la verdad está en la Biblia”.10

Hacia el final de su vida recordó estos acontecimientos con profunda emoción: “Lo que me llamó la atención fueron las respuestas de Génesis y que con ellas tenía contestaciones —respuestas verdaderas—, como no las encontraba ni en la filosofía ni en la religión que yo escuchaba”.11 Sin embargo, leyendo la Biblia por su cuenta, al principio pensó haber descubierto algo que nadie más sabía, basándose en su experiencia como asistente a la iglesia, y que en su opinión representaba el cristianismo. En ese período de aislamiento, Francis Schaeffer empezó a percibir el mundo de otra forma, un descubrimiento que empezó a reflejarse en su trabajo en la escuela secundaria. En las clases de inglés, sus ensayos mejoraron de forma sustancial, tanto en contenido como en estilo. Fue, probablemente, por aquel entonces cuando empezó a escribir poemas, sin mucho arte, pero que respondían de forma auténtica a su cambiante percepción de las cosas. Era popular en la escuela. En su anuario se puede leer:

F—friendly(amistoso)

R —restless(incansable)

A —ambitious(ambicioso)

N —nonchalant(desenfadado)

Fran es el famoso y parlanchín secretario de nuestra clase, un joven honrado y un miembro entusiasta del Club de Ingenieros.

Secretario de su clase; miembro de un conjunto de música; del club de debates; del club de rifle. Artes Mecánicas.

Tras graduarse en junio de 1930 buscó un trabajo para el verano, algo que no resulta fácil en plena gran depresión. Su padre le regaló un nuevo modelo de Ford A por su graduación y empezó a recibir clases de conducir. Su diario registra su primer viaje a un museo de arte y sus muchas visitas a una biblioteca de la ciudad para alimentar su nuevo placer de la lectura. Vio películas y leyó la poesía de Carl Sandburg. Fue entonces cuando, en el mes de agosto, ocurrió algo que lo sacó de su aislamiento.

En el calor de aquel mes, Fran se sintió deprimido mientras bajaba por la avenida Germantown, la calle principal. Se sentía aislado y también preocupado por encontrar un trabajo para aquel verano; pensaba en el curso de ingeniería que tenía pensado hacer al acabar el estío. Mientras andaba escuchó sonar un piano y a alguien que cantaba himnos. El sonido procedía de una carpa erigida en un solar. Se sintió atraído y entró. En su interior se estaba celebrando un culto de evangelización al que asistían unas pocas personas, sentadas en bancos a ambos lados de un pasillo cubierto de serrín. Fran se sentó y, tras los fervientes cánticos, se predicó un enérgico sermón. El hombre que estaba al frente hablaba con sencillez, contando cómo había sido liberado de una vida de drogas y crímenes como resultado del evangelio.

Con aquella presentación tan simple, Fran comprendió que la fe del predicador coincidía con lo que él había descubierto leyendo la Biblia. No estaba solo. Se levantó rápidamente, y caminó por lo que en ese tiempo se denominaba “la senda del serrín”, respondiendo a la invitación que se le hizo a la congregación para que entregaran sus vidas. Cuando el predicador le preguntó “Joven, ¿qué buscas aquí? ¿Salvación o consagración?”, Fran se sintió confuso. Cuando por fin se apartó el evangelista, Fran salió de la carpa exultante. Aquella noche anotó en su diario: “19 de agosto de 1930 —Reunión en la carpa, Anthony Zeoli— he decidido entregar mi vida a Cristo incondicionalmente”.12

El padre de Francis Schaeffer estaba particularmente convencido de que su hijo debía trabajar con sus manos. Aunque no era muy alto —medía alrededor de un metro sesenta y cinco centímetros—,13era fuerte y enjuto, y hábil en muchos oficios. Sus padres creían que los ministros de culto eran como parásitos de la sociedad, que no desempeñaban un trabajo de verdad. Este prejuicio cobraría más importancia desde el momento en que Fran comenzó a pensar lo impensable: entrar él mismo en el ministerio. Su padre lo había amenazado con repudiarlo si tomaba ese camino, y él sabía que la advertencia no era en vano. Pero sus esperanzas y aspiraciones seguían estando confusas con su nueva fe. Por tanto, en septiembre de 1930 Fran se matriculó sumisamente como estudiante de ingeniería en el Instituto Drexel. Pronto se sintió atrapado en un profundo dilema, porque sentía cada vez más el llamado de Dios como pastor. Aunque, sus padres querían que trabajasecon sus manos, como su progenitor, mucho antes de acabar ese año, ya trataba de persuadirlos de que su vida tenía que cambiar drásticamente de rumbo. El 16 de diciembre apuntó en su diario: “He hablado con papá y me ha dicho que siga adelante y que mamá lo superará”. Su padre era un hombre fuerte y resistente; la fuerza de la resolución de su hijo le recordaba a sí mismo.

En los últimos meses de 1930, Fran trabajaba de día y estudiaba por la noche en el instituto. En septiembre ya había conseguido, tras aguantar una larga cola, un trabajo en RCA Victor, con un sueldo de treinta y dos céntimos la hora. El trabajo solo le duró unas cuatro semanas y demostró las sorprendentes cualidades de Francis Schaeffer que fueron surgiendo constantemente a lo largo de su vida. El trabajo en RCA Victor estaba organizado por líneas de montaje. En ellas, las mujeres realizaban el trabajo, y cada una era responsable de un aspecto de la producción. En la amplia nave de la fábrica, cinco hombres manejaban presas especiales, que proporcionaban los componentes para las líneas de montaje. (Fran solo era el “chico de los recados” y colaboraba en el mantenimiento general). No tardó en darse cuenta de la injusticia del sistema, que se aprovechaba de la tremenda falta de trabajo durante la depresión. Uno de los “jefazos” llegaba a la planta media hora antes de que terminara la jornada, con un ramillete de billetes de cinco dólares. Años después, Fran aún recordaba sus palabras: “¡Vosotros, los muchachos de las presas! Si en la media hora que queda sois capaces de duplicar el número de piezas, conseguiréis cinco pavos cada uno”.14Las presas echaban humo, duplicandoel trabajo de las mujeres en las líneas de montaje, agotadas al final de la jornada. Sin embargo, para ellas no había recompensa. Un día, a principios de octubre, una mujer se hartó. Se puso en pie gritando: “¡Huelga, huelga!”. Poco a poco, otras abandonaron su frenético trabajo y se unieron al coro. Algunas estimularon a las reticentes a levantarse tirándoles del pelo. De repente, Fran subió a un mostrador y gritó con todas sus fuerzas (tenía una voz penetrante): “¡Huelga, huelga!”. En ese momento, casi todas las mujeres restantes se levantaron y abandonaron su puesto. Fran estaba tan enfadado por lo que pasaba que más tarde pensó que podría haberse dejado llevar por su indignación y convertirse en un dirigente laboral.

Sin trabajo después de la huelga, Fran buscó otro empleo de día. Para su sorpresa, le ofrecieron trabajar con el padre de un amigo de la escuela, Sam Chestnut, repartiendo comestibles, y esto lo ocupó en los meses siguientes. En esos tiempos de la depresión, no se ofrecían grandes empleos. Sentía cada vez más que Dios, suave pero definitivamente, lo estaba guiando. Era el preludio de su decisión de hacerse pastor. De nuevo en septiembre, había hablado con un par de personas sobre la posibilidad de estudiar en Hampden-Sydney College, en Virginia, que tenía un curso preparatorio para el ministerio. Una de esas personas fue Sam Osborne, director de la Academia de Germantown, que había estudiado allí. Fran continuó buscando consejo y anotó en su diario el 10 de diciembre de 1930: “Hoy he orado con Sam Chestnut. Ahora estoy completamente decidido: entregaré mi vida al servicio de Dios”.15

El día de su décimo noveno cumpleaños, el 30 de enero del nuevo año, dio un paso importante para poner en marcha su decisión. Abandonó las clases nocturnas del Instituto Drexel, con su énfasis en ingeniería, y pasó a estudiar por las noches en la Central High School, matriculándose en latín y alemán, y recibiendo clases extras del segundo año. Aplicando su considerable energía y capacidad para estudiar con asiduidad tras su jornada laboral, consiguió sobresalientes en latín y alemán. (Más tarde, ya en el seminario, aprendería griego y hebreo). Fue un logro extraordinario, teniendo en cuenta sus pobres calificaciones en el instituto y su dislexia. En casa, sus padres no hablaban de su intención de ir a la universidad. En las páginas correspondientes a aquella época, su diario menciona a una estudiante del cercano Beaver College, una prestigiosa institución para mujeres en Glenside y Jenkintown,16pero es evidente que no congeniaron. En el verano de 1931 ya estaba preparado, al menos académicamente, para iniciar los estudios de preparación al ministerio en Hampden-Sydney College. Sin embargo, no tenía ni idea de cómo iba a pagar la matrícula que, a principio de los años treinta, era de unos seiscientos dólares anuales, una cantidad considerable en aquella época.

Por fin amaneció el esperado día de su viaje a Virginia, y Francis Schaeffer se levantó a las cinco y media de la mañana. Cuando se estaba preparando para acostarse, la noche anterior, su padre le había dicho: “Levántate a tiempo para verme antes de irme a trabajar... a las cinco y media”.17Encontró a su padre junto a la puerta principal, esperándolo. Volviéndose y mirándolo directamente, le espetó: “No quiero tener un hijo ministro y... no quiero que vayas”.18Fue un momento decisivo para padre e hijo. Se hizo el silencio entre los dos bajo la tenue luz del amanecer. Fran respondió: “Papá, dame unos minutos para descender al sótano y orar”.19Mientras bajaba, con la mente confusa, las lágrimas brotaron. Ya en el sótano, oró con respecto a la decisión que debía tomar. Profundamente emocionado, recurrió en su desesperación a un tipo de oración que, en el futuro, desaconsejaría a muchas personas. Le pidió a Dios que le mostrara su voluntad y lanzó una moneda, afirmando que si salía cara iría a pesar del deseo de su padre. Salió cara. No contento con ello, volvió a lanzar, esta vez aseverando que si salía cruz, iría a Hampden-Sydney. Cruz. Aún llorando por la emoción, le rogó a Dios que fuera paciente y que si el resultado del tercer lanzamiento era cara, se iría. No hubo error. La respuesta fue positiva. Regresó junto a su padre, que lo esperaba en silencio, y le comunicó: “Papá,tengoque ir”.20Tras mirarlo intensamente, su padre salió dando un portazo. Sin embargo, antes de que la puerta se cerrara, Fran lo escuchó decir: “Te pagaré el primer semestre”.21Años más tarde, llegó a compartir su fe, confirmando así la resolución de su hijo.

Fran había preparado cuidadosamente sus cosas el día antes, utilizando una caja de madera que su padre había traído una vez a casa, y que pintó de gris con una pintura que le había sobrado. Después de guardar su ropa, los libros, la Biblia y los útiles para el aseo personal, tapó la caja y atornilló la tapa con cuatro largos tornillos. Entre la ropa estaban los pantalones de tweed, bombachos, hasta la rodilla de sus días de escuela secundaria, que siempre le parecieron sumamente cómodos. Años más tarde solía llevar unos pantalones similares de marca suiza por la misma razón, inspirándose en el ejemplo de su yerno, también suizo, John Sandri.22

Pocas horas después, Fran llegó al Hampden-Sydney College, en Virginia, a poco más de noventa y cinco kilómetros al sur-suroeste de Richmond, cerca de la pequeña ciudad de Farmville. Charlie Hoffman, un amigo suyo, lo había llevado en su propio coche, un Ford modelo A y después había llevado el coche de vuelta a Germantown hasta que él regresara. El viaje hacia el sur los hizo atravesar Maryland hasta Virginia; pasó por Wilmington, Baltimore, Washington D.C. y Richmond, un viaje de casi quinientos kilómetros.

Hampden-Sydney es uno de los centros más antiguos de los Estados Unidos, fundado en 1775. En la época de Francis Schaeffer, y hasta la actualidad, era una universidad solo para hombres donde se estudiaba artes liberales. El Seminario Teológico de la Unión se estableció en el mismo centro, aunque se trasladó finalmente a Richmond. Su exterior, de estilo federal, le encantó al recién llegado, con sus columnas blancas, los ladrillos rojos y su campus de césped flanqueado por extensos bosques. Sin embargo, no le fascinó que le asignaran una habitación en Cushing Hall, una residencia conocida por el duro trato que recibían los estudiantes que se preparaban para el ministerio.

Los novatos no tardaban en ser iniciados en lo que ahora se denomina novatadas; los azotaban en las nalgas con una vara o con una raqueta por infringir insignificantes normas que, en ocasiones, eran reglas arbitrarias dictadas por los estudiantes veteranos, como sentarse sobre una valla o no traer algo con la rapidez requerida por el capricho de un veterano. Durante las primeras semanas, Fran fue golpeado con frecuencia por su compañero de habitación, hasta que se hartó. Saltándose las reglas no oficiales se enfrentó con él, luchó y finalmente lo puso contra la pared. Otro estudiante, el líder reconocido de los veteranos de la residencia, observó el combate desde la puerta. Con su acento sureño le declaró su admiración: “Fili, eres el pequeñajo más grande que he visto”. Así acabaron las novatadas. La mayoría de los estudiantes sureños llamaban a Fran “Fili”, porque era de Filadelfia. La división se hizo más profunda por el contraste de valores entre Fran, que procedía de la clase trabajadora, de trabajo duro y diligencia, y las actitudes señoriales y aristocráticas de la mayoría de los estudiantes.

En sus estudios de preparación para la posterior formación como ministro, no tardaron en manifestarse varias indicaciones de la inusual calidad del carácter de Fran, su forma de enfrentarse al acoso escolar, su servicio como presidente de la Asociación de Estudiantes Cristianos y su participación en una escuela dominical para afroamericanos en un lugar cercano.

La Asociación de Estudiantes Cristianos había establecido reuniones de oración en varias residencias, con la notable excepción de la de Fran. Con gran determinación él puso en marcha una y persistía en invitar a los estudiantes a que acudieran. La reuniónera sencilla: Fran leía un pasaje de la Biblia, hacía uno o dos comentarios y preguntaba si alguno deseaba orar. Tras dos o tres oraciones, Fran concluía en oración. Un estudiante, irritado por la insistencia con que Fran lo invitaba a asistir, le lanzó una caja de polvos de talco que le abrió una brecha por encima del ojo. Sin dejarse intimidar por su rostro ensangrentado, Fran volvió a invitarlo. El estudiante accedió siempre que Fran lo llevara a cuestas. (Medía alrededor de un metro ochenta y nueve, y le sacaba unos veinte centímetros). Fran se lo echó encima como hacen los bomberos y lo transportó así, caminando con dificultad, y lo bajó por un tramo oscuro de escalera hasta el lugar de reunión en el piso de abajo. (Las bombillas habían sido blanco de los disparos hacía mucho tiempo por rifles del calibre 22 que usaban los estudiantes para cazar ratones). Esto no es más que una muestra de los métodos de reclutamiento de Fran.

Otra táctica eficaz fue negociar un acuerdo con los estudiantes que regresaban dando tumbos, después de beber el sábado por la noche, algo que conseguían con cierta genialidad a pesar de la Prohibición. Los oscuros patios y las escaleras de Cushing Hall dificultaban el acceso a sus habitaciones. A cambio de que Fran acudiera en su auxilio al grito de “Fili”, aceptaban que los despertara y los llevara a la iglesia el domingo por la mañana. La asistencia incluía desvestirlos, darles una ducha fría y conducirlos hasta la cama. Fran dedicaba las tranquilas noches del sábado al estudio, decidido a continuar hasta el regreso del último de los chicos. Su motivación entonces, como también lo fue posteriormente en su vida, era un angustioso sentido de que sin Dios la gente estaba perdida, junto con el deseo de alcanzarla en su necesidad particular. Casi cincuenta años después, Edith Schaeffer describió la dedicación a sus estudios, y comentó: “A lo largo de toda su vida, la mejor cualidad de Fran ha sido también su peor faceta: una concentración tan profunda en lo que está haciendo que, pase lo que pase, nadie lo detiene”.23

Pocos meses después de comenzar los estudios en Hampden-Sydney, Fran conoció la existencia de una escuela dominical para niños negros en un sencillo y abarrotado edificio de madera. La iglesia se llamaba Trono de Gracia. Se encontraba adentrándose en la campiña que rodeaba el centro, y Fran comenzó a visitarla, abriéndose camino a través de los campos de maíz y de los bosques, para ayudar. Durante los siguientes cuatro años que pasó en Hampden-Sydney apenas faltó un domingo. Se hizo amigo de un anciano de color llamado Johnny Morton, que limpiaba las habitaciones de la universidad; iba a visitarlo en su chabola cuando caía enfermo y visitaba su tumba cuando murió. En las clases de escuela dominical en las que enseñó, solía tener entre ocho y doce alumnos, de edades comprendidas entre los ocho y los trece años. Una de las niñas siguió escribiéndole durante años y de mayor se hizo enfermera.

Fran fue un estudiante de sobresalientes que, finalmente, se licenció en filosofía y letras. Además de participar de forma activa en la Asociación de Ministerios, la Liga de Estudiantes Evangélicos y la Sociedad Literaria, no dejó de garabatear poemas en sus cuadernos ni de luchar con la ortografía. Sus opiniones básicas en teología se desarrollaron durante aquellos años, antes de iral seminario.24En aquella época no existía la sociedad de honor académica Pi Beta Kapa. De haberla habido, Fran Schaeffer habría sido aceptado como miembro por su expediente académico, como más tarde reconoció el centro. Cuando por fin se creó, fue nombrado miembro de honor en 1980 por sus contribuciones al conocimiento. Fran apreció profundamente a sus profesores, entre los que se encontraban David Wilson (Griego), J.B. Massey (Biblia) y Dennison Maurice Allen (Filosofía).

El profesor de filosofía produjo un impacto particular y duradero en el joven Schaeffer. Hacia el final de su vida, Fran lo recordó en una entrevista: “En la universidad tuve un profesor de filosofía brillante, el Dr. Allen. Era su alumno favorito, porque creo que era el único estudiante de la clase que lo comprendía y lo estimulaba. Solía invitarme por las noches a sentarme junto a su panzuda estufa y debatir. Acabamos en campos muy diferentes: él se inclinó por el pensamiento neoortodoxo, pero fue muy importante para mí, porque estimuló mis procesos intelectuales”.25

Un año después de comenzar sus estudios en Hampden-Sydney, Francis Schaeffer conoció a Edith Seville, cuando regresó a casa durante las vacaciones de verano. Edith era una de las tres hijas de unos misioneros que habían pasado muchos años en China. Su madre había vivido la sangrienta rebelión de los bóxers, en la que fueron masacrados muchos misioneros y sus hijos, y había escapado de la muerte por los pelos. Habían servido en laChina In-land Mission[Mission Interior de China] (conocida ahora como laOverseas Missionary Fellowship[Comunidad Misionera en Ultramar]), fundada por Hudson Taylor. Su ética incluía “vivir por fe”, sin publicidad para recaudar fondos e intentando adaptarse a la cultura china no solo aprendiendo el idioma, sino adoptando también la vestimenta china tradicional. Algunos de estos principios, se transmitirían por medio de Edith y se aplicarían al trabajo de L’Abri muchos años después, y al énfasis de Francis Schaeffer sobre escuchar y “hablar” la cultura de la gente moderna del sigloxx.