J.R.R. Tolkien. Génesis de una leyenda - Colin Duriez - E-Book

J.R.R. Tolkien. Génesis de una leyenda E-Book

Colin Duriez

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Beschreibung

Tras el éxito en el cine de la trilogía El Señor de los Anillos, el mundo recreado por Tolkien ha capturado la atención de millones de lectores en todo el mundo. Pero ¿quién fue realmente ese hombre, capaz de idear semejante universo? Sus primeros años fueron difíciles: huérfano y pobre, se le prohibió comunicarse con la mujer que amaba, y vivió de cerca los horrores de la Primera Guerra Mundial. Dedicó largos años a desarrollar los personajes e historias de su Tierra Media, su geografía, sus lenguajes y su mitología, manifestando un conocimiento formidable de la historia y de la cultura. Esta accesible biografía ayuda a conocer cómo se gestó este gigante de la literatura.

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COLIN DURIEZ

J. R. R. TOLKIEN.

GÉNESIS DE UNA LEYENDA

EDICIONES RIALP

MADRID

Título original: J. R. R. Tolkien: the making of a legend, by Lion Hudsonplc, Oxford, England

© 2012 by LION HUDSON

© 2022 de la versión española, realizada por JOSÉ MANUEL MORA FANDOS,

by EDICIONES RIALP, S.A. Manuel Uribe 13-15. 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6116-2

ISBN (edición digital): 978-84-321-6117-9

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Para Abigail Perriss,

Max Hopson Ferris

y Poppy Webb

Índice

Portada

Portada interior

Créditos

Dedicatória

Prólogo

1. «En verdad soy un hobbit…»

2. Edith

3. Días de escuela y el TCBS

4. Oxford y la aurora de una nueva vida

5. La sombra de la Guerra

6. La Guerra y la pérdida

7. Recuperación, «W» y medio millón de palabras

8. Leeds y dragones

9. Oxford y C. S. Lewis

10. Sobre hobbits e Inklings

11. La segunda guerra de Tolkien

12. La lucha por publicar

13. El fenómeno Tolkien y la despedida

Epílogo

Bibliografía selecta

PRÓLOGO

Estaba allí, en la tienda. Un libro titulado El Hobbit, ilustrado en la cubierta con un dragón volador herido en el pecho por una flecha. Lo tomé y lo abrí —las runas y los mapas del final me intrigaron—. Rápidamente lo compré y pronto me hallé siguiendo las aventuras de Bilbo en su camino a la Montaña Solitaria. Descubrí que el autor era un íntimo amigo de C. S. Lewis, y a Lewis lo había descubierto recientemente, incluso estaba leyendo su autobiografía, Sorprendido por la alegría.

La siguiente vez que visité la biblioteca busqué la letra «T» y me encontré con aquellos tres volúmenes encuadernados en tela roja. Los abrí en medio de una gran emoción. La Comunidad del Anillo tenía mucho más sobre hobbits. Saqué prestado el primero de los tres tomos de El Señor de los Anillos, y comenzó otra fase de mi descubrimiento.

Hoy es difícil imaginar un mundo sin las historias de la Tierra Media y los elfos, magos y hobbits de J. R. R. Tolkien. Su nombre ya es familiar, desde Tunbridge Wells hasta Toronto, desde Kyoto hasta Ciudad del Cabo. Mucho antes de las exitosas películas, los libros de El Hobbit y El Señor de los Anillos tenían una popularidad global. Sus fieles lectores incluían fontaneros y estudiantes de posgrado, especialistas en tecnologías de la información y acaudalados banqueros, mecánicos y profesores, pensionistas y niños. El fenómeno Tolkien comenzó con las agitaciones de los años 60 y creó una demanda sin precedentes de historias de fantasía y de otros mundos, como la serie de Harry Potter, la de Crepúsculo y otras que llenan las grandes secciones de las tiendas de libros en todo el planeta.

¿Quién fue aquel hombre que se convirtió en leyenda? ¿De dónde surgieron las historias y la mitología subyacente a la Tierra Media? Esta es la historia de un profesor excéntrico, brillante y celoso de su mundo particular, especialista en una disciplina universitaria, cuya imaginación conectaba con nuestra sed natural de historias que, como todas las historias que han destacado y sobrevivido al paso de las épocas, nutran nuestro espíritu. Cuando quiso publicar El Señor de los Anillos —el fruto de unos doce años de escritura— tuvo dificultades para encontrar un editor. Y cuando lo consiguió, el editor, aunque entusiasmado, asumió la obra como un proyecto que traería pérdidas económicas: no podía prever los beneficios que reportaría tanto para la editorial como para su autor. La propia vida de Tolkien está duramente marcada por la orfandad y las estrecheces económicas. Su tutor legal le prohibió comunicarse en modo alguno durante tres años con la mujer de la que se había enamorado. Después de que su brillantez intelectual fuese reconocida en Oxford, le llegó el trauma de haber participado en la Batalla del Somme, sirviendo a su país en la Primera Guerra Mundial.

Esto es solo parte de la historia de J. R. R. Tolkien. Tras las profundidades y la riqueza de El Señor de los Anillos, hay más de cincuenta años de una creatividad que ha unido las lenguas, la historia, las gentes y la geografía de la Tierra Media a una mitología coherente y a una colección de leyendas inspiradas por su formidable conocimiento de la primitiva historia y cultura del noroeste europeo. Tolkien solo llegó a convertirse en leyenda al forjar él mismo una leyenda que ha fascinado la imaginación de una asombrosa variedad de personas en todo el mundo.

Sí quiero indicar un detalle aclaratorio: como ya es tradición al escribir sobre Tolkien, me he sumado a la necesidad de distinguir El Silmarillion publicado en 1977 (cuatro años después de la muerte del autor) de la ingente cantidad de borradores inacabados de historias, crónicas, vocabularios y datos sobre el desarrollo de los lenguajes élficos que Tolkien dejó al morir. A este enorme depósito me referiré cuando utilice la expresión entrecomillada «El Silmarillion», porque expresa el trabajo en borrador de esa parte de la historia imaginada de la Tierra Media que tiene que ver con las piedras preciosas conocidas como silmarils, o con aquel periodo, visto como pasado o como futuro. El Silmarillion de 1977 es una versión concisa y autorizada, extractada a partir del material existente, y editada por el hijo de Tolkien, Christopher Tolkien.

Al presentar esta biografía debo reconocer al menos algunas de mis deudas con otros autores. Con el paso de los años he sido testigo de un asombroso aluvión de trabajos académicos de gran calidad sobre J. R. R. Tolkien, algunos de los cuales me han sido particularmente útiles. La biografía oficial que publicó en 1977 el difunto Humphrey Carpenter continúa siendo indispensable, incluso ahora que se pueden consultar muchos más escritos de Tolkien, particularmente por el acceso que tuvo a documentos privados y por su habilidad para encontrar sentido en medio de un universo de textos inacabados, diarios personales escritos en un código particular y opiniones contradictorias. Al de Carpenter debo añadir los nombres de John Garth, Christina Scull y Wayne G. Hammond, Brian Sibley, Bob Blackham, Douglas A. Anderson, Matthew Dickerson, Michael Drout, Tom Shippey, Colin Manlove, Dimitra Fimi, Verlyn Fliegar, Corey Olsen, John Rateliff, Walter Hooper, el difunto Clyde S. Kilby y A. N. Wilson. Si bien muchos de sus libros no son biográficos, me han proporcionado conocimiento, datos claros e inspiración. Aunque mi libro no está pensado para eruditos, sino para cualquier lector que desee explorar la vida de Tolkien y su relación con las historias de la Tierra Media, toda la sabiduría que se encierra en las obras de los autores mencionados, y muchos otros, constituye un transfondo imprescindible.

Igualmente agradezco a The Marion E. Wade Center del Wheaton College en Illinois y a la Bodleian Library de Oxford, con su colección especial sobre J. R. R. Tolkien, por sus documentos únicos en el mundo. Gracias a la Paulist Press por dejarme adaptar algunos materiales de mi libro Tolkien and C. S. Lewis: The Gift of Friendship. También debo estar agradecido a mi infatigable y entusiasmante editora y amiga Alison Hull; y a Kirsten Etheridge, Leisa Nugent y a más personas que me facilitaron el trabajo en Lion Hudson. Y a mi mujer, Cindy Zudys, no solo por su apoyo animante, sino también por el trabajo duro en tiempos difíciles que hizo que siguiera llegando dinero a casa. Mi deuda final es con los fans, grandes y pequeños, y con algunos que sin duda tenían pies peludos y quizás orejas puntiagudas, que me he encontrado en muchos países. Su amor por la obra de Tolkien es infeccioso, y muchas veces todo lo que saben resulta ser impresionante, especialmente cuando llega el momento de las preguntas al final de mis conferencias. Me alegra inmensamente que cuando di mi primera conferencia en The Tolkien Society, y las preguntas serias comenzaron a serpentear amenazantes, mi contestación a la pregunta «¿Tienen alas los Balrogs?» fuera «No lo sé». Si hubiese sido sí o no, el debate aún continuaría, y yo no hubiese tenido tiempo de escribir libros.

Colin Duriez,

Keswick, Cumbria, abril de 2012.

1. «EN VERDAD SOY UN HOBBIT…»

La agitación se palpaba en el hogar de los Tolkien. El pequeño Ronald había desaparecido. Lo habitual era encontrarlo en algún fresco rincón de la casa al mediodía. Había motivos de alarma, y no solo por los chacales o lobos que podían merodear por la ciudad, venidos de las extensiones polvorientas y desoladas de la sabana, cuyo comienzo se encontraba un poco más allá de donde terminaban las casas.

Los Tolkien trataban con justicia a sus dos sirvientes negros, una chica y un joven llamado Izaak. A Mabel Tolkien le disgustaban las actitudes de muchos colonos hacia los nativos en el estado libre de Orange, y aunque debió sentirse considerablemente irritada, parece que aceptó la sencilla explicación que le dio Izaak de por qué se había llevado a Ronald a su pueblo: sentía el orgullo de mostrarles un bebé blanco. Más adelante, cuando tuvo su propio hijo, Izaak le puso de nombre —en señal de aprecio a los Tolkien— «Izaak Mr. Tolkien Victor», y Victor en honor a la Reina Victoria.

John Ronald Reuel Tolkien —pues este fue el nombre completo[1] que se le dio al niño—, había nacido el tres de enero de 1892 en Bloemfontein, Sudáfrica, primogénito de los súbditos ingleses Arthur Reuel y Mabel Tolkien. Los padres eran de Birmingham, en las Midlands, y Mabel Suffield, como se llamaba de soltera, había venido en barco hasta Ciudad del Cabo para casarse con Arthur, un banquero que se había desplazado en busca de mejores oportunidades hasta África, concretamente al país de los minerales preciosos. El Banco de Inglaterra le había enviado como su representante en Bloemfontein, en el corazón del estado libre de Orange, a unos mil cien kilómetros de Ciudad del Cabo, pues los descubrimientos de yacimientos de oro y de diamantes habían expandido los negocios bancarios hasta allí. Mabel Suffield partió de Inglaterra en marzo de 1891. La boda se celebró al mes siguiente, en la catedral anglicana de Ciudad del Cabo.

En Bloemfontein la familia vivió «encima del banco en Maitland Street: lejos de las llanuras polvorientas y desérticas del altiplano del país». Mabel describía a su primogénito del siguiente modo en una carta a su suegra: «Verdaderamente parece como si viniera del país de las hadas, todo vestidito con volantes blancos y zapatos blancos, y desnudito todavía me parece más un duende». Aquel bebé crecería hasta convertirse en un brillante académico y fabulador de historias que, décadas más tarde, presentaría una vez más los maravillosos y formidables duendes de la leyenda y el folclore europeo a nuevas generaciones de lectores entusiasmados. Descubrirían un mundo alejado de los cuentos de hadas tan almibarados y acartonados que Tolkien había conocido en su infancia victoriana. Sin embargo, Mabel nunca llegaría a saber de la celebridad internacional de su hijo.

El susto por la desaparición del pequeño Ronald no fue más que una de las preocupaciones de Mabel con respecto a su bebé, que veía tan delicado. Una vez, de la que Ronald tendría tenues recuerdos mucho más tarde, pudiendo ya caminar cruzó corriendo la alta hierba de su extenso jardín y se encontró con una tarántula venenosa —de las que pueden alcanzar el tamaño de la mano de un hombre— que le picó. Corrió a la casa llorando, y allí la niñera le succionó con toda tranquilidad el veneno. Ronald recordaba la carrera y los gritos, pero no la enorme araña. Sin embargo, pudo haber sido la semilla de las muchas referencias a arañas gigantes que hay en sus relatos, como Ungoliant, aquella antigua criatura que devoraba la luz del mundo en la Primera Edad de la Tierra Media, y desde luego Shelob, con quien se encuentran los hobbits Frodo y Sam en su peligrosa expedición a la tierra tenebrosa de Mordor, el reino del Señor Oscuro, Sauron.

Sin embargo, aún más importante que estos peligros fue la preocupación por la salud del niño en medio de aquel calor opresivo durante la mayor parte del año, y de ese polvo que venía barrido desde la altiplanicie sudafricana. Mientras las inquietudes crecían, a Mabel le iba poniendo progresivamente nerviosa la falta de interés de Arthur por volver en algún momento a Inglaterra. Era patente que su marido no veía con buenos ojos ni siquiera unas vacaciones allí, y que la decisión dependería de él. Al contrario que Mabel, Arthur se encontraba en su salsa en África, afrontando los complicados retos de crear una base de clientes para su banco en el difícil ambiente del interior del país de los Boer, donde reinaba una antipatía general hacia los británicos. Su mujer se alarmó cuando leyó lo que Arthur le había escrito a su padre, que se hallaba en Birmingham: «Creo que voy a prosperar en este país y que no podría adaptarme bien a Inglaterra de nuevo, para siempre». Mabel se encontró a su vez teniendo que aplazar los planes de una visita a casa: estaba embarazada de su segundo hijo varón, Hilary, que nació el 17 de febrero de 1894.

Hilary resultó ser más robusto que su hermano mayor, que se iba volviendo más enfermizo en medio de aquel severo clima. Fue evidente para el matrimonio que el implacable calor estaba perjudicando la salud de Ronald. Mabel se desesperaba. En noviembre de 1894, se llevó al pequeño Hilary y a Ronald al ambiente más fresco de la costa, a miles de kilómetros, cerca de Ciudad del Cabo. Años más tarde Ronald podría rememorar pálidas imágenes del interminable viaje en tren y de una amplia playa de arena. En cierta ocasión dijo en una entrevista de radio para la BBC: «Me acuerdo de haberme bañado en el océano Índico cuando apenas tenía dos años»[2]. A la vuelta de Mabel y los niños a Bloemfontein al final de aquel mes, Arthur les organizó un viaje a Inglaterra. Él iría más tarde, dijo. El último recuerdo que tuvo Ronald de su padre fue una imagen vívida en que estaba pintando las letras «A. R. Tolkien» sobre el baúl de viaje, mientras Mabel y los niños se preparaban para la partida —un baúl que Ronald guardó como un tesoro años más tarde—. En un relato inacabado escrito casi medio siglo después, «Los papeles del Notion Club», se dio a sí mismo el nombre ficticio de «John Arthurson».

Mientras Arthur se quedaba allí, retenido por sus responsabilidades profesionales, Mabel y los niños partieron en barco a Inglaterra en abril de 1895. Los tres, al principio, vivieron con los padres de Mabel y una de sus hermanas, Jane, en su pequeño hogar de Ashfield Road, King’s Heath, en Birmingham. Ronald se sentía confuso por el cambio, y algunas veces esperaba ver el porche de su casa en Bloemfontein destacándose sobre el fondo del hogar de Suffield. Muchos años más tarde rememoraría: «Todavía me acuerdo de cuando al caminar por las calles de Birmingham me preguntaba qué se habría hecho de la gran galería, qué le habría pasado a la balconada». Igualmente le resultaba nueva y extraña aquella primera visión de un auténtico árbol de Navidad después del «árido calor del yermo».

Durante aquella visita, cuando los tres estaban apunto de volver a Sudáfrica, Arthur cogió unas fiebres reumáticas y murió inesperadamente tras una grave hemorragia. Tenía solo treinta y nueve años. Pocos días después de su muerte, el 15 de febrero de 1896, fue enterrado en el cementerio anglicano de Bloemfontein. Su fallecimiento cierra el capítulo de la vida de los Tolkien en Sudáfrica. No obstante, aquello supuso escapar del levantamiento en armas que inició la Guerra de los Boer, que ocurriría relativamente pronto (1899-1902).

Mabel era ahora una madre viuda con unos medios de subsistencia muy limitados. Los tres se mudaron en seguida a Sarehole, un ambiente más saludable en pleno campo. El nuevo hogar, en el número 5 de Gracewell, era un elegante y amplio chalet semiadosado, situado casi en frente de la zona del lago de Sarehole Mill, que en aquel entonces estaba a dos kilómetros al sur de la ciudad de Birmingham. Pese a encontrarse tan cerca de la metrópolis, verdaderamente vivían en el corazón rural de Worcestershire, con solo caballos y carros —«hace tiempo en la quietud del mundo, cuando había menos ruido y más verdor» (por usar las palabras con que Tolkien describe en El Hobbit la Comarca en la Tierra Media)—. Mabel, una mujer de buenos talentos y recursos, educó ella misma a sus hijos hasta la educación obligatoria. Entre otras cosas, enseñó a Ronald a leer, y más tarde, caligrafía, dibujo, latín, francés, piano —sin éxito por parte del alumno— y botánica.

El tranquilo pueblo de Worcesthershire —que más tarde se convertiría en parte de Warwickshire a causa de desplazamientos de los términos municipales— se convirtió pronto en una patria querida para Ronald, que asociaba a recuerdos de la madre que pronto perdería: «La Comarca es muy parecida al tipo de mundo en el que por primera vez fui consciente de las cosas… Si tu primer árbol de Navidad es un lacio eucaliptos, y de normal andas agobiado por el calor y la arena, entonces… justo en el momento en que la imaginación se está abriendo, de repente, encontrarte en un tranquilo pueblo de Warwickshire creo que engendra en ti un particular amor por lo que podríamos llamar el corazón del campo inglés de las Midlands, que se asienta en sus magníficas piedras de afilar, y en olmos, y en pequeños y tranquilos ríos y demás… y desde luego en la gente rústica de la zona»[3]. A pesar de todo, los niños «rústicos» de la zona se reían de sus largos cabellos (entonces era costumbre que los llevaran así los niños pequeños de clase media).

Sarehole Mill dejó una particular impresión en la imaginación de Ronald: «Había un viejo molino llevado por dos molineros que molía maíz, y que tenía un gran estanque con cisnes, un arenero para que jugasen los niños, una maravillosa hondonada repleta de flores, unas pocas casas de pueblo al viejo estilo y, más allá, una corriente de agua con otro molino»[4]. Sarehole Mill era un antiguo molino de ladrillo de chimenea alta. Aunque lo movía una máquina de vapor, aún pasaba una corriente bajo su gran noria. El molino, que incluía al temible hijo del molinero, dejó una profunda impresión en la imaginación de Ronald, así como en la de Hilary.

Ronald y su hermano pequeño apodaron al terrible hijo del molinero «el ogro blanco». Hilary se acordaba de un granjero apodado «el ogro negro», que aterrorizaba a los niños del lugar —una vez persiguió a Ronald por coger champiñones—. En una carta, mucho más tarde, Tolkien hablaba de cómo el viejo molinero y su hijo producían los sentimientos de terror y asombro en aquel niño de entonces. En otra carta se refería a aquellos primeros años «en “la Comarca”, en una época pre-mecánica». Añadió que, de hecho, él era un hobbit, aunque no por el tamaño. Como a los hobbits, le entusiasmaban los jardines, los árboles y las tierras de labranza aún no mecanizadas. E, igualmente, fumaba en pipa y le gustaban las comidas poco elaboradas. En los grises años de mediados del siglo XX, cuando sus historias le trajeron aquel boom de popularidad, se atrevió a llevar chalecos con adornos estampados. Le entusiasmaban los champiñones frescos y disfrutaba con su elemental sentido del humor, que algunos encontraban algo cansino. También recordaba que ya siendo adulto se iba tarde a dormir y que, si podía, se levantaba también tarde. Como los hobbits, viajó poco. En El Señor de los Anillos escribió sobre un molino en Hobbiton, construido sobre la corriente, que había sido derribado y reemplazado por un edificio de ladrillo que contaminaba el aire y el agua. Hay una correspondencia entre la visión de la calle de pueblo en la que vivía la familia en Sarehole —con el molino que quedaba a mano derecha—, y una ilustración detallada que Tolkien hizo de Hobbiton para El Hobbit, el precedente de El Señor de los Anillos.

Sarehole sobrevivió al tsunami del ladrillo de la expansión urbana de Birmingham, y ha quedado en la actualidad como un centro turístico. Los visitantes pueden captar allí algo del mundo infantil de Tolkien, y contemplar un importante monumento histórico de la revolución industrial que cambió el mundo. Sigue estando el extenso y profundo estanque que Ronald y Hilary conocían tan bien; y las instalaciones del molino, con su alta chimenea, todavía traen el recuerdo de aquellos tiempos ya perdidos. Cerca, y en reconocimiento a Tolkien, está el Parque natural de «la Comarca», y el Moseley Bog, que posiblemente fueron una inspiración para el Bosque Viejo que bordea la Comarca en El Señor de los Anillos.

Puede que durante aquellos años, en Sarehole, naciera otro de los elementos importantes en la bullente imaginación de Ronald: el recurrente sueño de una gran riada, una ola verde que cruzaba las tierras. Finalmente, tras una larga gestación, esta parte de su memoria se incorporó al mismo mundo imaginado del que la Comarca era una parte: la Tierra Media. Aquel sueño terminaría convirtiéndose en el relato de ficción que narra la destrucción de Númenor, su propia versión de la antigua historia del continente sumergido de la Atlántida.

En 1900, cinco años después de su llegada de África, Ronald se incorporó a la King Edward’s School, la mejor escuela secundaria de Birmingham, que entonces se encontraba cerca de la estación de New Street, en el centro de la ciudad. Su tío pagó los gastos de la escolarización. Sus edificios —ahora inexistentes— reflejaban el estilo de su arquitecto, Sir Charles Barry, también autor de las Casas del Parlamento en Londres. Por aquel momento, Mabel Tolkien, junto con su hermana Mary, se convirtió a la fe católica, a pesar de la dolorosa oposición de su padre, de religión unitaria, y de su familia política, que era baptista. Le retiraron el apoyo económico a la madre viuda, y aquello generó un estado de profunda carencia de medios. La madre y los hijos se mudaron de aquel ambiente rural a Moseley, dentro de la ciudad, para estar de algún modo más cerca del Oratorio de Birmingham, en Edgbaston. Fundado por el Cardenal Newman en la década de los cincuenta del siglo anterior, se había convertido en la patria espiritual de Mabel tras conocer otras parroquias católicas más cercanas. John Henry Newman (1801-1890), un hombre con visión, se había esforzado mucho en la revitalización del catolicismo, y había conseguido importar su erudición oxoniense, su imaginación y su sentido de la independencia a la vida de la Iglesia católica en Inglaterra. Moseley se encontraba en la ruta del tranvía que conducía al centro de la ciudad, lo que facilitaba que Ronald pudiese ir a diario a la escuela.

Tuvieron que mudarse de nuevo al año siguiente, a un barrio cercano repleto de hileras de casas adosadas, junto a las estación de King’s Heath. Detrás de su nuevo hogar había unos terraplenes que encajonaban las vías ferroviarias, y en los que abundaban las flores silvestres y todo tipo de arbustos —otro de los amores de Ronald—. Por aquel entonces tenía nueve años y su hermano Hilary siete. Se iban acostumbrando al chirriar de los vagones de carbón cuando los desviaban hacia el almacén de carga, un corto trecho más allá. Los trenes procedían de los valles mineros del sur de Gales, a ciento sesenta kilómetros de distancia, de los que traían el carbón para las pujantes industrias de Birmingham. Ronald se fijaba en los nombres escritos en los costados de los vagones: lugares referidos en el gaélico de Gales, como Blaen-Rhondda, Maerdy, Nantyglo y Tredegar.

En la mencionada entrevista para la BBC de 1971, Tolkien reveló algo de la significación de este encuentro con los nombres gaélicos de aquellos lugares. En muchos aspectos, esta experiencia de la infancia marcó el nacimiento de los cuentos del mundo inventado que fue la Tierra Media, un mundo de hobbits, elfos y seres oscuros como los trasgos y los dragones. En aquella entrevista Tolkien explicaba su fascinación: «El gaélico siempre me ha atraído por su estilo y su sonoridad, más que cualquier otro idioma; pese a que al principio solo sabía de él por las palabras en los vagones de carbón, siempre quise conocerlo». Añadió que sus historias casi siempre comenzaban con un nombre. «Dame un nombre, y se producirá una historia, y no al revés, como suele ser lo normal». Dijo que de los idiomas modernos, el galés —y después el finés—, había sido la principal inspiración para sus historias, incluida El Señor de los Anillos. El galés, de hecho, inspiraría una de las dos ramas principales de los idiomas que creó para los elfos y, como resultado, muchos de los nombres del mundo de ficción de la Tierra Media, como Arwen y la reina Elven, el río Anduin, el pueblo de los Rohirrim y el águila gigante Gwaihir.

Más tarde, la familia Tolkien se trasladó a una casa sencilla en Oliver Road, que era casi un auténtico suburbio —hoy ya demolido, siguiendo los planes de mejora del centro de la ciudad—. Se encontraba en el distrito de Edgbaston, en líneas generales un lugar próspero, a un corto paseo del Oratorio de Birmingham y cercano a un ancho embalse. Durante un tiempo, Mabel sacó a los hermanos Tolkien de la King Edward’s School y los matriculó en la propia escuela del Oratorio, St Philip’s, donde los gastos académicos eran mucho menores. Sin embargo, en 1903 Ronald ganó una beca para la King Edward’s, a algo más de tres kilómetros de su casa en Edgbaston, y dejó la escuela del Oratorio en otoño. Recibió la primera Comunión en la Navidad de aquel año, que redundó en un mayor fervor hacia la misma fe de su madre.

Durante las vacaciones de Navidad de aquel año, Mabel le escribió una carta a su suegra, Mary Jane Tolkien, donde le adjuntaba algunos dibujos de Ronald y Hilary:

Dice usted que le gustan los dibujos de los muchachos más que ningún otro regalo que ellos le puedan hacer; por eso le envían estos. Este año a Ronald le ha ido espléndidamente, y acaba de hacer una exposición en el aula del padre Francis. Desde que terminó, el 16 de diciembre, ha estudiado mucho buscando nuevos temas, y yo con él: no he salido durante casi un mes, ni siquiera para ir al Oratorio; pero este feo tiempo húmedo me sienta bien, y, desde que Roland terminó, he podido descansar por las mañanas. Sigo pasando semanas de insomnio, lo que unido al malestar y al frío internos casi me hace imposible seguir.

He encontrado un giro postal de dos libras y seis chelines que usted envió a los chicos hace algún tiempo, por lo menos un año, y que se había perdido. Han estado toda la tarde en el centro gastándolo, y un poquito más, en cosas que querían regalar. Han hecho todas mis compras de Navidad: Ronald es capaz de elegir un forro de seda del matiz exacto como un verdadero parisien modiste. ¿Estarán apareciendo sus antepasados pañeros o artistas? En la escuela avanza a ritmo muy rápido. Sabe mucho más griego que yo latín; dice que va a estudiar alemán conmigo en estas vacaciones, aunque por ahora yo en realidad prefiero estar en cama.

Uno de los sacerdotes, uno joven y alegre, le está enseñando a jugar al ajedrez: dice que ha leído demasiado, todo lo que conviene a un chico que aún no tiene quince años, y que él no conoce una sola obra clásica que pueda recomendarle.[5]

A través de St Philip’s School, Mabel y sus hijos habían entrado en contacto con el padre Francis Xavier Morgan, que conocía muy bien los ideales educativos del Cardenal Newman. Francis Xavier Morgan era un párroco adjunto al Oratorio que había llegado a tener a Newman como obispo. El padre Francis proporcionó amistad, consejo y dinero a aquella familia sin padre. Como los chicos estaban a menudo enfermos y la madre convirtiéndose en diabética, les permitió hospedarse en una bella casita de campo que era propiedad del Oratorio, en 1904: Woodside Cottage.[6] Se encontraba dentro de la casa de campo para retiro de los sacerdotes que el Oratorio tenía en el cercano pueblo de Rednal, en lo profundo de la campiña de Worcestershire y sobre las colinas de Lickey. Aquella atmósfera rural era como la de Sarehole y les encantó a los tres. A pesar de la condición saludable del lugar, Mabel continuó empeorando, lo que hizo que el padre Francis intentase aliviarla de las tareas de la atención a los hijos. Ronald pasó las vacaciones de verano en Hove, en la costa sur, con su tía Jane Neave y su marido Edwin, mientras Hilary se quedó con sus abuelos en Suffield.

A la vuelta de los chicos, Mabel le contaba a su suegra en una carta: «¡¡¡Los chicos tienen una pinta increíblemente buena, comparados con los fantasmitas debiluchos y blancuzcos de los que me despedí en la estación hace cuatro semanas!!! ¡Hilary se ha puesto hoy el traje de tweed y sus primeros etons! Y está imponente. —Hemos tenido un tiempo perfecto. Los chicos le contarán: el primer día fue húmedo pero estuvo muy bien porque recolectaron arándanos, tomaron té en Hay, volaron cometas con el padre Francis, dibujaron apuntes al aire libre, se subieron por los árboles: nunca se habían divertido tanto en unas vacaciones»[7].

Mientras Mabel continuaba recluida en casa, Ronald, ya vuelto de las vacaciones de verano, iba en tren a la escuela, lo que suponía caminar más de un kilómetro y medio hasta la estación. Se levantaba muy pronto por la mañana y volvía tarde, por lo que muchas veces Hilary salía a recibirle con una lámpara. Mabel murió en Woodside Cottage algunos meses más tarde, el 14 de noviembre de 1904, a causa de la diabetes, que en aquella época no tenía tratamiento. Recibió sepultura en el cementerio de la iglesia católica de St Peter’s, en Bromsgrove, y en su lápida se marcó una cruz parecida a las que se ponían en las de los padres del Oratorio. La imagen de los dos jóvenes huérfanos de pie junto a la tumba de la madre debió conmover los corazones de los deudos. Ronald lo recordaba así, años más tarde: «Fui testigo (solo comprendiéndolo parcialmente) de los sufrimientos heroicos y la temprana muerte en extrema pobreza de mi madre, quien me llevó a la Iglesia; y también recibí la extraordinaria caridad de Francis Morgan. Pero me enamoré del Santísimo Sacramento desde el principio…»

Ronald recordaba a su madre como una mujer de grandes talentos, belleza e ingenio. Estaba muy familiarizada, así lo sentía él, con el sufrimiento y el dolor. Creía implícitamente que su temprana muerte, a los treinta y cuatro años, fue precipitada por lo que él llamaba la «persecución» de su fe católica por parte de sus familiares inconformistas de la Iglesia Anglicana. Es imaginable el impacto que supuso en los dos hermanos aquella muerte, que tan pronto venía a sumarse a la muerte del padre. Tolkien escribió muchos años más tarde: «Es a mi madre, que me educó (hasta que obtuve la beca), a quien debo mis gustos por la filología, especialmente por los idiomas germánicos, y por el romance». Por «romance» Tolkien entendía las historias y la poesía que abrían una ventana a otros mundos, y que por su sentido de lo extraño y lo maravilloso ejercían un atractivo directo sobre la imaginación. «Filología» fue el área de conocimiento y erudición que escogió, y que más tarde enseñaría en Oxford, y de la que escribiría como un sobresaliente estudioso. Es una disciplina que considera tanto la historia del lenguaje como la de su literatura, evitando centrarse solo en una u otra. Tolkien se convirtió en una eminencia en este campo, como antes que él Jacob Grimm, famoso con su hermano Wilhelm por su recopilación de historias populares y de fantasía.

Desde su juventud, Ronald Tolkien había pensado mucho en su madre y su padre; de modos diversos aquella pérdida tuvo un profundo impacto en su sentido de la identidad. Veía a Arthur Tolkien y a Mabel Suffield claramente encuadrados en sus respectivas familias, así como un contraste entre los Tolkien y los Suffield, donde él se identificaba principalmente con la segunda familia. Varias generaciones antes de su nacimiento, los Tolkien habían llegado como inmigrantes alemanes, y el nombre provocó mitos familiares en cuanto al origen, como es habitual en esas situaciones. Una historia que le llamaba especialmente la atención a Ronald era la de que el nombre derivaba de un apodo que había tenido un ancestro: tollkühn, «temerario» —más tarde se daría a sí mismo otro nombre ficticio, el del «Profesor Rashbold [imprudente]», en su libro inacabado «The Notion Club Papers»—. Las generaciones recientes habían sido constructores de pianos a los que les habían tocado malos tiempos. Por contraste, él sentía que los Suffields eran totalmente ingleses, radicados en el área de Evesham en Worcestershire. Como habitantes de las West Midlands, pertenecían a una región en la que Tolkien había crecido amando sus dialectos y su geografía. Mabel representaba para él todo lo que había de mejor en los Suffields. Escribió: «Aunque Tolkien de nombre, soy un Suffield por gustos, talentos y educación». Worcestershire —simbolizado por Sarehole— lo sentía como su hogar: «Cualquier rincón de esa región (sea bello o pobre) es, en un sentido indefinible, «hogar» para mí, como no lo es cualquier otro lugar en el mundo.» El sentido diferencial entre su herencia Tolkien y su herencia Suffield quedó subrayado por la conversión de su madre al catolicismo. Los Tolkiens eran inconformistas —como también los Suffields—, pero parece que la nueva fe de su madre la sintió como esencialmente inglesa y de las West Midlands, enraizada en el largo periodo medieval. Sus propias convicciones católicas las percibió fuertemente vinculadas a su madre, durante toda su vida.

[1] Para el periodo que va de la infancia hasta la mayoría de edad de J. R. R. Tolkien, le llamaré simplemente «Ronald», y «Tolkien» a partir de entonces. Distintas personas le llamaban de diversas maneras: John, John Ronald, Tolkien, o incluso Tollers.

[2] Entrevista con Denys Gueroult para el programa de radio de la BBC, Now Read On, 16 de diciembre de 1970.

[3] Ibídem.

[4] Tolkien, entrevistado por John Ezard; citado por Ezard en The Guardian, 28 de diciembre de 1991.

[5] Citado por Humphrey Carpenter, J. R. R. Tolkien: A Biography (London: Unwin Paperbacks, 1978), p. 36.

[6] Ahora «Fern Cottage».

[7] Citado por Carpenter, op. cit., pp. 29-30.

2. EDITH

La muerte de Mabel Tolkien acentuó la incertidumbre que había dominado las vidas de Ronald y Hilary. Ronald tenía doce años y su hermano solo diez. Ronald se había ausentado de la escuela durante los días lectivos del verano, tiempo que pasó en el lejano Hove con su tía Jane y el nuevo marido de esta, Edwin Neave. Durante el periodo otoñal tuvo que ir cada día desde Woodside Cottage al colegio, parte a pie y parte en tren hasta el centro de la ciudad. No sorprendió que en los exámenes de diciembre Ronald quedase relegado al puesto once de los quince alumnos de su clase. Con la ausencia de su madre, los chicos ya no podían seguir en la casita de campo.

Mabel había expresado formalmente que el tutor de sus hijos fuese el padre Francis Morgan. Era patente que quería que permaneciesen bajo el cuidado de la Iglesia Católica. La historia hubiera sido diferente si los parientes Tolkien o los Suffield se hubiera hecho cargo de los chicos; habrían tenido una educación baptista o utilitarista.

El padre Francis asumió la carga con deportividad y su habitual entusiasmo. Se enfrentó con un dilema inmediato. El Oratorio de Edgbaston no podía albergar a los dos huérfanos. Los chicos de la Oratory Public School utilizaban parte del edificio como dormitorios, ocupando casi la totalidad del espacio disponible. Como recurso temporal, permanecieron con su tío Lawrence Tolkien en King’s Norton, entonces un pueblo fuera de los límites de la ciudad, pero situado en el trazado de la principal línea ferroviaria que llevaba al centro de la ciudad. Esto facilitó los viajes a la King Edward’s School.

El padre Francis se encontró con una solución que le pareció satisfactoria desde varios puntos de vista. El hermano más joven de Mabel, Will, que había fallecido antes que ella aquel mismo año, había dejado una viuda sin hijos, la tía Bea —Beatrice Suffield; de soltera, Barlett—, que estaba deseosa de tenerlos alojados. Carecía de convicciones religiosas fuertes. Disponía de poco dinero, por lo que se alegró de recibir las cuatro libras y dieciséis chelines mensuales que le pagaba el padre Francis. La tía Bea vivía en el número 25 de Stirling Road, calle adyacente a la principal que cruzaba Edgbaston. Los chicos compartieron la habitación del piso alto en aquella sombría casa que daba a una amplia vista de los miles de tejados y de las chimeneas de las fábricas sobre el horizonte, y que ofrecía una seductora vista del lejano paisaje rural.

Pero esto fue algunos años antes de que su tutor descubriera lo infelices que Ronald y Hilary se sentían en casa de su tía. Hacía poco más que proporcionarles alojamiento y comida, pues no les mostraba mucho afecto. Su reciente viudedad pudo tener que ver con aquello. La ausencia de empatía se hizo evidente cuando, un día, Ronald se encontró con las cenizas de las cartas y papeles de su madre. Parece ser que la tía Bea no llegó a captar la importancia que tenían para Ronald cuando los quemó.

El Oratorio estaba cerca de Stirling Road. Su fundador, el Cardenal Newman, seguramente en consonancia con su visión de las cosas, concibió el Oratorio como un hogar para los chicos. Años más tarde, Ronald ya anciano escribió a su hijo Michael: «Tuve (entonces) la ventaja de una escuela de primera clase y de un «buen hogar católico», «in excelsis»: virtualmente, un joven interno en la casa del Oratorio, en la que vivían muchos doctos padres… La observancia de la religión era estricta. Se esperaba que Hilary y yo, y generalmente lo hacíamos, ayudáramos como monaguillos en la misa diaria antes de montar en las bicicletas para ir a la escuela a New Street…»[1]. Ronald y Hilary desayunaban en el refectorio de los padres después de ayudar a misa al padre Francis. Les gustaba marear al sumiso gato de la cocina en el torno giratorio, o «tambor» —que conectaba la cocina con el refectorio— antes de salir para la escuela.

Tras conseguir una beca, Hilary había seguido los pasos de Ronald como alumno en la King Edward’s School. A veces pedaleaban hasta la escuela, otras tomaban un tranvía tirado por caballos o caminaban, o si llegaban tarde combinaban el paseo y el tranvía. La ruta les llevaba por Hagley Road, calle amplia y flanqueada por árboles, hasta la extensa intersección conocida como Five Ways, y luego por Broad Street hacia el centro de la ciudad y más allá del ayuntamiento, donde inmediatamente el edificio gótico de la escuela, grande y mugriento, emergía sobre New Street.

Ronald y Hilary pronto se volvieron muy familiares a los vecinos de Edgbaston. En gran medida, la comunidad del Oratorio venía a ser para ellos un lugar de seguridad y oración, donde asistían a misa a diario antes de ir a la escuela. No hay duda de que Ronald debió de asimilar tanto su arquitectura como los adornos de la capilla. Como a muchos niños, le debió fascinar la construcción de una iglesia de planta basilical que acabaría reemplazando a la capilla provisional. La nueva iglesia había sido el proyecto del Cardenal Newman, aunque su construcción no comenzó hasta pasados años de su muerte. Se pusieron los cimientos en 1903, y, al año siguiente, Ronald y Hilary pudieron ver la construcción de su estructura externa alrededor de la capilla en que rezaban. La nave se terminó en 1906 y el transepto en 1909. La vieja capilla se mantuvo en uso durante los primeros tres años de la construcción.

Los chicos participaban con entusiasmo en las labores asistenciales de la comunidad del Oratorio. Según la revista de la parroquia (mayo de 1909): «Tres patrullas de scouts se han puesto en marcha al mando de los hermanos Tolkien, y desfilaron brillantemente en la inauguración de la Brigada de Chicos el lunes de Pascua. Cuando hayan hecho un poco más de instrucción, les pediremos ayuda a algunos amigos para que les proporcionen camisetas, mochilas, etc.»[2]. Teniendo en cuenta que el movimiento scout había comenzado solo dos años antes de la mano de Robert Baden-Powell, ¡se puede considerar que los hermanos Tolkien eran auténticos pioneros! Este nuevo movimiento quería fomentar el desarrollo físico, mental y espiritual de los chicos —y más tarde de las chicas—, de modo que estuviesen preparados para contribuir constructivamente a la sociedad. Seguramente Ronald tenía un ejemplar de Scouting for Boys, el manual clásico, escrito por Baden-Powell y publicado el año anterior. El hobbit Sam Gamyi muestra sus habilidades de scout cuando cocina un conejo para él y Frodo en El Señor de los Anillos.

Aparte del Oratorio, también había muchas cosas de interés para Ronald en Edgbaston. Pasada Stirling Road, estaba la Waterworks Road —la calle de las depuradoras de agua—. Tenía dos elementos emblemáticos, conocidos localmente como las «Dos Torres», que dominaban el perfil aéreo. Uno, la chimenea victoriana de la planta depuradora de agua, de aire neogótico con ladrillos azules y rojos. El otro, una torre del siglo XVIII, esbelta y elegante, apodada sin contemplaciones como «la locura de Perrott», en honor a su constructor. Estaba al lado de la casa de Humphrey Perrott, donde había un coto de caza vallado. Se ha especulado mucho sobre si aquellas dos torres podrían ser una semilla de las Dos Torres en El Señor de los Anillos. Aunque es una idea atractiva, no existe certeza, al menos no para quien escribe estas líneas. Tolkien mismo dio información poco clara sobre lo que significaban las Dos Torres en su libro[3]