Frankenstein - Mary Shelly - E-Book

Frankenstein E-Book

Mary Shelly

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Beschreibung

Victor Frankenstein es rescatado en los hielos del Polo Norte por el capitán Walton, interlocutor designado para escuchar su historia de tragedias sobrenaturales. Obsesionado con los experimentos científicos, Victor había logrado dar vida a una criatura que, por falta de integración a la sociedad, termina convirtiéndose en el monstruo que acecha a su creador. «Usted busca el conocimiento y la sabiduría, igual que yo en otro tiempo; y espero con todas mis fuerzas que la gratificación de sus deseos no sea una serpiente que lo muerda, como me ocurrió a mí». Esta edición (1818) cuenta con marcas de lectura a cargo de Esther Cross. Tiene argumentos subrayados, notas al margen, guías de lectura al final de cada capítulo y un prólogo que demuestra por qué el contexto de Mary fue propicio para la creación de Frankenstein. Además, incluye la introducción que agregó la autora en la edición de 1831. Virginia Higa realizó una traducción actual en la que supo captar la esencia gótica de la primera novela de Shelley. Las ilustraciones de Jazmín Varela son el maridaje perfecto para velar por una larga vida a este clásico en nuestras bibliotecas. 

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Seitenzahl: 424

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Frankenstein

Frankenstein o el moderno Prometeo

Mary Shelley

1818

Traducido por Virginia Higa

Comentado por Esther Cross

FERA

Página de legales

Mary Shelley

Frankenstein: o el moderno Prometeo / Mary Shelley; comentarios de Esther Cross; ilustrado por Jazmín Varela. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : FERA, 2024.

Libro digital, EPUB.

Archivo Digital: descarga

Traducción de: Virginia Higa.

ISBN 978-631-6541-15-4

1. Novelas de Ciencia Ficción. 2. Narrativa. 3. Literatura Inglesa.

I. Cross, Esther, com. II. Varela, Jazmín, ilus. III. Higa, Virginia, trad.

IV. Título.

CDD 823

Primera edición

© Virginia Higa, de la traducción

© Esther Cross, del prólogo y comentarios

© Jazmín Varela, de la ilustración

© FERA, 2023

Adolfo Alsina 2842

1207, Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Título original: Frankenstein; or, The Modern Prometheus

Edición: Mara Parra

Curaduría: Victoria Benaim

Diseño: Belén Rigou

Versión 1.0

Digitalización: Proyecto451

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

Los secretos de este libro están protegidos. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra –ni con fotocopiadora ni con hechizos ni con inteligencia artificial– sin el consentimiento expreso de la editorial. El trabajo creativo merece cuidado.

Índice

Sobre esta edición

Este es el segundo libro que publicamos en la colección “Mujeres que leen mujeres”. Es la segunda autora inglesa y la segunda feminista. La primera fue Virginia Woolf, con su tan vigente ensayo Un cuarto propio. Para sorpresa de nadie, esta obra maestra de Mary Shelley goza de la misma vigencia.

Frankenstein plantea un problema ético. ¿Cuál es el límite en el avance de la ciencia? ¿Tenemos responsabilidades sobre lo que creamos? ¿En qué nos convierte el afán desmedido por llevar a cabo nuestros proyectos? Cuando comienza a contar su historia de tragedias, Victor se justifica diciendo: «Nadie que no la haya experimentado puede concebir la fascinación de la ciencia». Basta avanzar en su relato para encontrar el consejo definitivo que le da a Walton -otro empecinado en arriesgarlo todo por una “causa mayor”-: «Busque la felicidad y la tranquilidad, evite la ambición».

En este libro vas a encontrar las siguientes marcas de lectura a cargo de Esther Cross: frases icónicas resaltadas; argumentos subrayados; palabras clave circuladas; notas al margen con información complementaria; guías de lectura al final de cada capítulo y un prólogo fundamental para comprender por qué Mary Shelley (escritora del Londres negro) “creció en la época de Frankenstein” (1).

Nota 1: Cross Esther (2022). La mujer que escribió Frankenstein. Barcelona: Editorial Minúscula.

A nuestra edición del Frankenstein original (1818) se le suman una traducción impecable de Virginia Higa y las ilustraciones de Jazmín Varela, ambas capaces de captar la esencia gótica en las palabras de Mary y traerlas al siglo XXI.

Leer así es leer acompañadas.

Mara Parra y Victoria Benaim

Editoras de Fera

Prólogo

En enero de 1818 se publicaba por primera vez Frankenstein o el moderno Prometeo en una edición sin firma. Tras la negativa de varios sellos, la novela había quedado a cargo de una editorial especializada en temas sobrenaturales y algunos críticos aprovecharon el detalle para subestimarla. Otros, en cambio, le dieron la bienvenida. Frankenstein se destacaba con su voz singular entre las novelas de terror. Combinaba “la historia más prodigiosa que pudiera imaginarse” con un gran poder de convicción y un lenguaje comprensible y directo. La había escrito Mary Shelley, una chica de diecinueve años, aunque se daba por sentado que la había escrito un varón. Las presiones sociales y su vida personal, que tenía escandalizada a Londres, le impedían firmar con su nombre.

La novela proliferó. En 1823, Mary se sorprendía por la celebridad de su libro y por las adaptaciones teatrales cada vez más alejadas del texto, en una especie de fuga del original. Había hasta parodias, como La puntada de Frankenstein. El que sufría más deformaciones era el monstruo, que pasaba de ser un personaje conflictivo —autodidacta, sentimental y asesino— a una bestia incapaz de articular palabra. Su involución tranquilizaba: si no se parecía al público, resultaba menos amenazante.

Cuando salió la tercera edición, en 1831, el monstruo vivía en sociedad. Antes de leer el libro, las personas conocían la historia. "Frankenstein" se había convertido en una palabra de uso común.

Se decía: "Un estado sin religión es un Frankenstein". ¡Qué ironía! Hacía tiempo ya que el poeta Percy B. Shelley, marido de Mary, había resumido el espíritu del libro de la siguiente manera: “Si a alguien lo maltratan, será un malvado”. Y eso suponía que podemos modificar nuestras actitudes para mejorar el mundo. Resultaba paradójico que, ahora, después de unos años, la palabra Frankenstein se usara para decir que era mejor no cambiar nada (2). Pero la novela resistía como resisten los clásicos. Superaba las interpretaciones, los imitadores y el paso del tiempo. Superaba, de hecho, hasta su propio argumento. El libro mismo empezaba a convertirse en una especie de fenómeno. En el prefacio de la nueva edición, Mary Shelley lo da entender: le preguntaban con frecuencia cómo una chica tan joven había imaginado una idea tan horrenda.

Frankenstein o el moderno Prometeo tiene, como toda novela gótica, el frío, el aislamiento y ese terror sin solución que surge del alma. A la ciencia ficción le regala una forma nueva de mirar el cuerpo humano, la relación asombrada con la ciencia y la pregunta por el destino de la humanidad. Mary Shelley inventó un monstruo que persiguió y cautivó a una generación tras otra, hasta llegar a nuestros días. Su historia funcionó como un radar del yo secreto de los lectores. Sabemos que se enfrentó con sus propias inquietudes y secretos para escribirla. Que por hacerlo expresó el miedo, el rumor, el latido de su época. Ese rumor no se ha apagado y todavía hace temblar el suelo que pisamos. Parece que hubiera escrito Frankenstein como si las palabras fueran antorchas y los renglones, caminos. Quizá por eso el libro nos ilumina y nos descubre cada vez que lo abrimos.

Nota 2:William St Clair, The Reading Nation in the Romantic Period, Cambridge: University Press (2004).

Vida de Mary Shelley

Nació en Londres el 30 de agosto de 1797. Era hija de dos reconocidos pensadores y escritores de avanzada: William Godwin y Mary Wollstontecraft, autora, entre otros libros, de Vindicación de los derechos de la mujer. Su madre murió pocos días después del parto y Mary creció al cuidado de su padre y luego de su padre y su madrastra, en una casa donde se reunían escritores y científicos, y la familia tenía una editorial y librería en la planta baja. Se la describe como una niña “de silencio cadavérico” y mucha personalidad. Su padre la entrenaba para leer dos o tres libros a la vez. A los once años, publicó Mounseer Nongtongpaw, un poema humorístico. Su relación con la palabra escrita nunca fue ingenua. Los libros contaban historias, formulaban teorías, eran una fuente de ingresos y un modo de vida.

Algunos podían ser un arma de doble filo, como sucedió con la biografía que su padre escribió sobre su madre. William Godwin contó la vida profesional y personal de Mary Wollstonecraft, convencido de que las biografías rescataban a las personas “de las fauces de la muerte". Pero el libro despertó condenas morales y generó un escándalo. Quizá por reacción, Mary siempre fue reservada.

Debido a una enfermedad de la piel y a la mala relación con su madrastra, Mary pasó varios meses en Escocia en 1812 y 1813. Cuando volvió a Londres, conoció al poeta Percy B. Shelley, que con su esposa Harriet formaba parte del círculo de amistades de su padre. Mary tenía diecisiete años y Shelley tenía veintidós. Se enamoraron y se fugaron de Inglaterra. “Mary cree que gracias al amor podremos resistir todas las calamidades”, anotó Percy en el comienzo de esta unión intensa y rodeada por desgracias personales.

La esposa de Percy se suicidó, lo mismo pasó con una media hermana de Mary, Percy perdió la tenencia de sus dos hijos y la pareja vivía acosada por las deudas y la condena social.

A partir de ese momento, la vida y la obra de Mary se entreveran. Compartió con Shelley una historia de amor, una amistad literaria y un proyecto reformista. Para ellos el romanticismo era una forma de vivir, no solo un credo estético. Trataron de alcanzar la mayor coherencia posible entre sus ideales y la práctica, y lo pagaron caro porque, como dice Virginia Woolf (3), es difícil hacer feliz a la humanidad y a las personas de carne y hueso al mismo tiempo. Vivían entre Inglaterra y Europa continental, siempre de viaje. De los cuatro hijos que tuvieron, murieron tres. Mary resumió esa época en términos trágicos: “Íbamos camino a la desgracia, se presentaban obstáculos y nosotros, enceguecidos, los vencíamos”. En medio del peregrinaje alquilaron la Maison Chapuis, en Suiza, cerca de la Villa Diodati, la casa donde otro gran escritor romántico, Lord Byron, pasaba una temporada con su médico, John Polidori. Frankenstein surgió de las reuniones de ese grupo y de un desafío literario propuesto por Lord Byron.

En julio de 1822, el poeta Shelley murió en un naufragio en Italia y fue cremado cerca de la orilla. Un amigo de la pareja rescató el corazón del fuego y se lo entregó a Mary. Viuda a los veinticinco años, sin dinero, con un hijo, blanco de críticas, Mary regresó a Londres convertida en escritora profesional, preparada para mantenerse con sus libros y colaboraciones en revistas.

Nota 3: Virginia Woolf, "No era uno de nosotros" (en La muerte de la polilla y otros ensayos, traducción de Teresa Arijón, La Bestia Equilátera, 2012).

Vivió la transición del romanticismo a la era victoriana agobiada por problemas económicos que equiparaba a la cárcel, con ciertos agravantes: “Todo porque soy una mujer (...) Muchas mujeres que conozco habrían querido ser hombres. Yo no: no habría tenido más talento por eso”.

“Escribo a la mañana”, “leo por la tarde”, son las frases que se repiten cada día, todos los años, en sus diarios. Su forma de reaccionar frente a los acontecimientos siempre fue la escritura. Organizó una campaña entre los amigos de Shelley, reunió sus textos inéditos y publicó su obra completa con la idea de “conservarlo vivo" para los lectores. Escribió biografías, crónicas de viaje, cuentos, ensayos y novelas como Mathilda, Falkner, Lodore y El último hombre, considerada la primera novela futurista de exterminio.

Murió en Londres en 1851 por un tumor cerebral, atendida por su hijo, Florence Percy Shelley, y su nuera. Días antes de morir, les señaló un cajón cerrado con llave, donde encontraron sus escritos, reliquias familiares y los restos del corazón de Shelley envueltos en una página del poema Adonais.

Está enterrada en el cementerio de Bornemouth a pocas millas de donde su hijo y su nuera pasaron el resto de sus días, en una casa donde montaron un santuario con sus manuscritos y recuerdos. Pocas personas podían acceder a ese museo familiar. Uno de los elegidos fue el escritor Robert L. Stevenson, que en Bornemouth soñó y escribió El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde.

El libro

Escribir una novela epistolar tenía grandes ventajas y los escritores del siglo XIX lo sabían. Las cartas refuerzan la credulidad del lector, establecen rápidamente coordenadas y aumentan el suspenso con un juego doble: escritas en presente, a veces cuando llegan a nuestras manos puede ser “demasiado tarde”. En Frankenstein este recurso trae sorpresas. La imaginación de la escritora lo convierte en una novedad.

Frankenstein se presenta como una clásica novela epistolar: el explorador Walton, embarcado en su viaje hacia el Polo, va contando la historia del doctor y su criatura. Pero las respuestas a esas cartas, dirigidas a su hermana, brillan por su ausencia. Somos nosotros quienes respondemos con nuestras propias reacciones. Al mismo tiempo, las cartas de Walton incluyen cartas de otras personas, adosadas con tanta naturalidad que en cuanto empezamos a leer una, olvidamos que es un apéndice de la anterior. Como si eso fuera poco, las cartas además contienen relatos de varios personajes que van contando la historia por tramos. Nunca habla un narrador omnisciente, sino alguien que tiene una visión parcial como la nuestra. En el centro de esa red está guardada la primera versión que escribió Mary Shelley cuando se le ocurrió la historia. Empezaba con una noche de tormenta y el anatomista mirando al monstruo que había armado. Tenía la extensión de un cuento. Después le fue agregando páginas y la convirtió en novela.

El estilo de Mary era directo y suelto. No se hacía problemas si las palabras se repetían y a veces las repetía intencionalmente por razones específicas. Podían conectar a dos personajes distintos o antagónicos.

O cargarse de sentido a lo largo del libro y crecer como crecen los personajes. Mary le pasaba los borradores a Percy para que los revisara. Anne K. Mellor (4) estudió los manuscritos de la edición de 1818 con lupa, y detalló las correcciones de Percy: en general complicaban el estilo directo de Mary y distorsionaban la concepción humanizada del monstruo. Por suerte, la voz de Mary Shelley se impone.

Si este libro tuviera un aura, sería el espíritu galvanizado de su época. En el mundo pasaban cosas tan impresionantes que las personas se quedaban sin aliento. Se podía volar en globo, se diseccionaba el cuerpo humano para buscar “la verdad” y “el sitio del mal", se levantaban fábricas, se derrocaban monarquías, el entusiasmo convivía con el terror y el universo clásico, ordenado y armónico, quedaba replanteado para siempre. La medicina era un coro “confuso de mil voces opuestas” (5). Mary Shelley encontró la perspectiva exacta para reflejar tantos prodigios y sacudidas. No habló sobre ellos como si fuesen un objeto de estudio. Tampoco hizo un despliegue de conocimientos. Optó por la sabiduría narrativa. Escribió como una testigo, con la curiosidad y el asombro de los lectores de su tiempo, dando a entender, tanteando entre la admiración y el miedo.

Nada de esto parece importante mientras leemos la historia del doctor y su monstruo. Así tiene que ser. Así le pasó a ella, según cuenta, en un atardecer de 1816 cuando, después de mucho pensar, soñó despierta con ellos. Había encontrado la imagen que la hacía temblar, el corazón de su novela. Y lo rodeó con un tejido de voces y de textos.

Nota 4: Anne K. Mellor, Mary Shelley, her Life, her Fiction, her Monsters, New York: Routlegde (2009).

Nota 5: Dr. François J.V. Broussais, Examen de la doctrina médica generalmente adoptada, 1816.

Las tres ediciones

Luego de las ediciones de 1818 y 1823, el libro estuvo fuera de circulación hasta 1831, cuando Mary vendió los derechos para la colección de Standard Novels del editor Richard Bentley. Le pagaron 21 libras: fue el último dinero que recibió por Frankenstein.

En el contrato, Bentley exigía que los autores agregaran revisiones y un prólogo. Los cambios le permitían registrar el libro como una obra nueva y agenciarse los derechos. Mary no pudo recuperarlos. A partir de 1850 el libro desapareció de las librerías por cuestiones de criterio editorial. Los derechos volvieron a liberarse en 1880 y desde entonces las reediciones de la “horrible progenie” se multiplican.

Además de introducir cambios en la novela, Mary escribió un nuevo prefacio, respondiendo a la consabida pregunta de cómo se le había ocurrido una idea tan horrenda. Les presentamos la primera versión de la novela, la del primer encuentro con los lectores, cuando nadie conocía ni siquiera de oídas la historia del monstruo y el doctor, seguida del prefacio de 1831. Lo consideramos un texto imprescindible, entre la crónica de escritura, una poética de la autora y una biografía cifrada que se presenta casi como un cuerpo textual, ofrecido para la disección de aquellas lectoras y lectores que quieran indagarlo.

Esther Cross

Titán que formó al hombre con barro y le dio el fuego de los dioses a los hombres. No es casual que dé vida y fuego. La vida se compara con una llama y el fuego con la vida.

Frankenstein o el moderno Prometeo

Del nombre Prometeo se desprende el texto: Titán que formó al hombre con barro y le dio el fuego de los dioses a los hombres. No es casual que dé vida y fuego. La vida se compara con una llama y el fuego con la vida.

Mary Shelley

¿Acaso te pedí, Creador, que de la arcilla me dieras forma humana? ¿Acaso te pedí que me sacaras de la oscuridad?

J. Milton, El paraíso perdido

1818

A William Godwin, autor de "Investigaciones acerca de la justicia política" y "Las aventuras de Caleb Williams" o "Las cosas como son", entre otras obras.

La autora le dedica estos libros con todo su respeto.

Prefacio

Escrito por Percy B. Shelley

En opinión del doctor Darwin y de algunos escritores fisiólogos de Alemania, (argumento subrayado): el suceso en el que se basa esta ficción no es completamente imposible (fin del argumento subrayado). No querría que se creyera que yo acuerdo en lo más mínimo con esta fantasía, sin embargo, al tomarla como base de una obra de ficción, creo que no me he limitado simplemente a entretejer una serie de horrores sobrenaturales. El evento del cual depende el interés de la historia está exento de las deficiencias de un simple cuento de fantasmas o de encantamientos. Me fue sugerido por la novedad de las situaciones que desarrolla, y aunque trate sobre un hecho físico imposible, ofrece a la imaginación un punto de vista más amplio e imponente para delinear las pasiones humanas que el que puede proporcionar el relato común de eventos reales. Así, he intentado preservar la verdad de los principios elementales de la naturaleza humana, y al mismo tiempo, no he tenido escrúpulos en innovar con sus combinaciones. La Ilíada, la poesía trágica de Grecia, Shakespeare, en La tempestad y Sueño de una noche de verano, y sobre todo Milton, en Paraíso perdido, se ajustan a esta regla. Y el más humilde de los novelistas que busque otorgar o recibir placer con su tarea puede, sin presunción, emplear esta licencia en su prosa de ficción, o mejor dicho, esta regla, cuya adopción ha dado como resultado tantas exquisitas combinaciones de sentimientos humanos en los ejemplos más elevados de la poesía.

Erasmus Darwin

(1731-1802), poeta, botanista. Habla de ciertos microorganismos que se reaniman cuando los sumergen en agua. Mary los vuelve a mencionar en la edición de 1831.

Fisiólogos de Alemania.

Se trataría de Johann Wilhelm Ritter (1776-1810). Incursionó en el galvanismo y la reanimación de animales. Se decía que lo intentó con seres humanos.

Las circunstancias en las que se basa mi historia me fueron sugeridas en una conversación casual. La comencé en parte como una forma de entretenimiento, y en parte como un pretexto para ejercitar recursos no explorados de la mente. A medida que avanzaba la obra, se añadieron otros motivos. No soy en absoluto indiferente al modo en que las tendencias morales o los sentimientos de los personajes puedan afectar al lector; sin embargo, mi principal preocupación en este punto ha sido evitar los irritantes efectos de las novelas de hoy en día, y mostrar el cariño del afecto doméstico y la excelencia de la virtud universal. Las opiniones que surgen naturalmente del carácter y las circunstancias del héroe no deben ser en ningún modo consideradas como convicciones mías, y tampoco debe hacerse ninguna inferencia a partir de las siguientes páginas que perjudique a cualquier doctrina filosófica o de otra clase.

Para la autora es de especial interés que esta historia comenzara en la majestuosa región donde se desarrollan los acontecimientos, y en compañía de amigos que no deja de extrañar. Pasé el verano de 1816 en los alrededores de Ginebra. La estación era Inicio de texto resaltado fría y lluviosa (fin de texto resaltado), y por las noches nos reuníamos alrededor del fuego y en ocasiones nos divertíamos con ciertas Inicio de texto resaltado historias alemanas de fantasmas (fin de texto resaltado) que habían caído de casualidad en nuestras manos. Esas historias despertaron en nosotros un deseo lúdico de imitación.

Fría y lluviosa

En 1816, tras la erupción del volcán Tambora, en Indonesia, una nube espesa de cenizas afectó radicalmente el clima y Europa tuvo un verano oscuro, frío, lluvioso, que arruinó las cosechas y dejó terribles secuelas.

Historias alemanas de fantasmas

«Fantasmagoriana» o «Antología de historias de apariciones, espectros, espíritus, fantasmas, etc.», traducida al francés en 1812. En el prefacio pregunta por qué hasta los más escépticos se resisten a cruzar un cementerio al atardecer.

Otros dos amigos (un relato surgido de la pluma de uno de ellos sería mucho más digno para los lectores que cualquier cosa que yo pueda aspirar a escribir), y yo misma, acordamos escribir cada uno una historia, basada en algún fenómeno sobrenatural.

Sin embargo, el clima mejoró de pronto y mis dos amigos me dejaron sola para emprender un viaje a los Alpes, y en presencia de esos magníficos paisajes, olvidaron todo lo relativo a sus visiones fantasmagóricas. El siguiente relato es el único que se terminó.

Otros dos amigos

Se refiere a Lord Byron y a Percy B. Shelley, aunque también estaban presentes su hermanastra, Claire Clairmont, y el doctor John Polidori, que luego escribió «El vampiro».

Libro 1

Carta 1

A la señora SAVILLE, Inglaterra.

San Petersburgo, 11 de diciembre de 1700 (guión marcando el año imcompleto en el texto).

Te alegrará saber que ningún percance acompañó el comienzo de una empresa que contemplabas con tan malos presagios (palabra clave encerrada en círculo). He llegado aquí ayer, y mi primer deber es asegurar a mi querida hermana de mi bienestar y de la confianza cada vez mayor en el éxito de mi proyecto.

Ya estoy muy al norte de Londres, y mientras camino por las calles de San Petersburgo siento en las mejillas una brisa fría del norte que me estimula los nervios y me llena de deleite. ¿Comprendes ese sentimiento? Esa brisa, que ha viajado desde las regiones hacia las que me dirijo, es un anticipo (palabra clave encerrada en círculo) de los climas helados. Animado por ese viento prometedor, mis ensoñaciones se vuelven más fervientes y vívidas. Argumento subrayado: En vano intentan persuadirme de que el polo es un sitio de heladas y desolación; me lo he imaginado siempre como una región de belleza y encanto. (fin del argumento subrayado).

Nota al margen sobre lo anterior: Esta visión de la naturaleza, prodigiosa y temible, es propia del romanticismo.

Allí, Margaret, se ve todo el tiempo el sol; su amplio disco roza apenas el horizonte y difunde un resplandor constante. Allí —pues, con tu permiso, hermana, depositaré mi confianza en los navegantes que me precedieron— allí se disipan la nieve y la escarcha, y navegando por un mar calmo quizás el viento nos lleve a una tierra que sobrepase en maravillas y en belleza a cualquier región descubierta sobre el globo habitado. Es posible que sus productos y sus características no tengan parangón, como seguramente sucede con los fenómenos de los cuerpos celestes en esas latitudes desconocidas. ¿Hay algo que pueda sorprendernos en un país de luz eterna? Tal vez allí descubra el poder asombroso que atrae a la brújula; tal vez sistematice mil observaciones astronómicas que solo precisan de este viaje para que las aparentes anomalías se vuelvan congruentes para siempre. Saciaré mi ferviente curiosidad con la visión de una parte del mundo jamás visitada, y quizás camine por una tierra donde el hombre nunca ha dejado su huella. Esos son mis incentivos, y bastan para vencer cualquier sentimiento de peligro o muerte y para llevarme a comenzar este viaje laborioso con la alegría que siente un niño en las vacaciones cuando se embarca en un bote con sus amigos para descubrir su río natal. Sin embargo, suponiendo que todas estas conjeturas sean falsas, (inicio de argumento subrayado): no puedes negar el beneficio inestimable que le concederé a toda la humanidad, hasta la última generación(fin del argumento subrayado), si descubro, cerca del Polo, un paso hacia esas regiones que hoy se tarda tantos meses en alcanzar, o si develo el secreto del imán, que, en caso de que eso sea posible, solo precisa de una empresa como la mía.

Estas reflexiones han disipado la ansiedad con la que comencé mi carta, y siento resplandecer mi corazón con un entusiasmo que me eleva hacia los cielos, pues nada contribuye tanto a tranquilizar la mente como un propósito firme, un punto en el cual el alma pueda fijar el ojo de su intelecto. Esta expedición ha sido el sueño dorado de mi juventud. He leído con fervor los varios Inicio de texto resaltado relatos de viajes (fin de texto resaltado) que se emprendieron con la idea de alcanzar el Océano Pacífico Norte a través de los mares que rodean el polo. Recordarás que la biblioteca entera de nuestro querido tío Thomas estaba compuesta por la historia de todos los viajes destinados a la exploración. Mi educación fue algo descuidada, pero me apasionaba leer. Esos volúmenes fueron día y noche mi tema de estudio, y mi familiaridad con ellos hizo crecer la pena que sentí de niño cuando supe que la última voluntad de mi padre le había prohibido a mi tío que me permitiera seguir una vida como marino.

Esas visiones se disiparon cuando leí por primera vez a los poetas cuyas efusiones me hechizaron el alma y la elevaron hacia los cielos. Yo también me convertí en poeta y viví durante un año en un Paraíso de mi propia creación; imaginaba que también podría obtener un nicho en el templo donde están consagrados los nombres de Homero y Shakespeare. Conoces bien mi fracaso, y lo amarga que resultó para mí esa decepción. Pero justo en ese momento heredé la fortuna de mi primo, y mis pensamientos se desviaron hacia su antiguo cauce. Han pasado seis años desde que decidí emprender mi actual tarea. Incluso puedo recordar el momento preciso en que decidí dedicarme a esta gran empresa. Empecé por habituar mi cuerpo a la dificultad.

Relatos de viajes

Mary leía las crónicas africanas del explorador Mungo Park mientras escribía la novela. Por otro lado, Walton navega los mares helados, como hizo el gran capitán James Cook. La figura del explorador simboliza la gran búsqueda romántica, más allá de todo límite.

Acompañé a los balleneros en varias expediciones al Mar del Norte; soporté voluntariamente el frío, el hambre, la sed y la falta de sueño; durante el día solía trabajar más que los marineros comunes y dedicaba mis noches al estudio de la matemática, la teoría de la medicina y las ramas de la física que pueden dar enormes ventajas prácticas a un aventurero naval. Dos veces me alisté como segundo oficial de cubierta en un ballenero groenlandés, y cumplí la tarea con dignidad. Debo admitir que me sentí muy orgulloso cuando el capitán me ofreció el puesto de segundo de a bordo y me pidió con mucha seriedad que me quedara, ya que tanto valoraba mis servicios.

Y ahora, querida Margaret, dime si no merezco alcanzar un gran propósito. (Inicio de texto resaltado) Mi vida podría haber transcurrido entre lujos y comodidades, pero preferí la gloria antes que cualquier placer que la riqueza pudiera poner en mi camino. (Fin de texto resaltado). ¡Ay, si tan solo una voz alentadora me respondiera de modo afirmativo! Mi coraje y mi resolución son firmes, pero mis esperanzas fluctúan, y muchas veces mi espíritu se deprime. Estoy a punto de emprender un viaje largo y difícil, y sus vicisitudes requerirán todas mis fuerzas: no solo se me pide que levante el ánimo de los demás sino que sostenga el propio en alto cuando el suyo flaquee.

Este es el período más favorable para viajar por Rusia. Se desplazan con rapidez sobre la nieve en sus trineos; el movimiento es agradable, en mi opinión, mucho más que el de un carruaje inglés. El frío no es excesivo si uno está envuelto en pieles, un atuendo que ya he adoptado, pues hay una gran diferencia entre caminar en cubierta y quedarse sentado e inmóvil durante horas, cuando ningún ejercicio evita que la sangre se te congele en las venas.

No tengo intención de perder la vida en la ruta entre San Petersburgo y Arcángel.

Partiré de este último pueblo en dos o tres semanas, y mi intención es alquilar allí un barco, lo cual puede hacerse fácilmente pagando el seguro al dueño, y contrataré a todos los marineros que considere necesarios entre los que se dediquen a la pesca de ballenas. No tengo intención de zarpar hasta el mes de junio. ¿Y cuándo regresaré? Ah, querida hermana, ¿cómo puedo responder a esta pregunta? Si tengo éxito, pasarán muchos, muchos meses, quizás años, antes de que tú y yo nos volvamos a encontrar. Si fracaso, me verás de nuevo pronto, o nunca.

Adiós, mi querida y excelente Margaret. Que el cielo te llene de bendiciones y me preserve para que pueda declararte mi gratitud por todo tu amor y tu bondad.

Tu afectuoso hermano,

R. Walton

Carta II

A la señora SAVILLE, Inglaterra.

Arcángel, 28 de marzo de 1700 (guión marcando el año imcompleto en el texto).

Qué lento pasa aquí el tiempo, rodeado como estoy de escarcha y nieve; sin embargo doy un paso más hacia mi propósito. He alquilado un barco y estoy ocupado reuniendo a los marineros; aquellos a quienes ya he comprometido parecen ser hombres en los que puedo confiar y ciertamente poseen un gran coraje.

No obstante, tengo una necesidad que todavía no he podido satisfacer, y siento ahora esa falta como un mal muy severo. (Inicio de texto resaltado): No tengo ningún amigo (fin de texto resaltado), Margaret: cuando arda con el entusiasmo del éxito no habrá nadie que comparta mi alegría; si me aflige la desilusión, nadie intentará consolar mi desánimo. Podré plasmar mis pensamientos en el papel, es cierto, pero ese es un medio pobre para comunicar los sentimientos. Deseo la compañía de un hombre que pueda comprenderme, cuyos ojos respondan a los míos. Podrás pensar que soy un romántico (palabra clave encerrada en círculo), querida hermana, pero me pesa muchísimo la falta de un amigo. No tengo a nadie cerca que sea amable y aún así valiente, que posea una mente cultivada y amplia, cuyos gustos sean como los míos, que pueda aprobar o mejorar mis planes. ¡Cómo enmendaría un amigo así las faltas de tu pobre hermano! Soy demasiado impulsivo en la ejecución y demasiado impaciente ante las dificultades.

Pero un mal aún peor es que soy un autodidacta (palabra clave encerrada en círculo): los primeros catorce años de mi vida los pasé corriendo salvaje (palabra clave encerrada en círculo) por los campos, y no leí nada más que los libros del tío Thomas sobre viajes. A esa edad conocí a los poetas celebrados de nuestro país, pero solo sentí la necesidad de familiarizarme con más lenguas que la de mi país natal cuando dejó de estar en mi poder obtener los mayores beneficios de ese interés. Ahora tengo veintiocho años y en realidad soy más iletrado que muchos escolares de quince. Es cierto que yo he pensado más y que mis ensoñaciones son más grandes y magníficas, pero estas carecen de armonía (como dicen los pintores), y me hallo en gran necesidad de un amigo que tenga la suficiente sensatez como para no considerarme un romántico, y el suficiente afecto como para intentar moderar mi mente.

En fin, estas son quejas inútiles; es seguro que no encontraré un amigo en el ancho mar, ni aquí en Arcángel, entre comerciantes y marinos. Inicio de argumento subrayado: Sin embargo, incluso en estos torsos robustos laten algunos sentimientos ajenos a la escoria de la naturaleza humana. (fin del argumento subrayado) Mi lugarteniente, por ejemplo, es un hombre de increíble coraje e iniciativa, que desea por todos los medios alcanzar la gloria. Es inglés, y en medio de sus prejuicios nacionales y profesionales, no pulidos por la educación, retiene algunos de los dones más nobles de la humanidad. Lo conocí a bordo de un ballenero; cuando me enteré de que estaba en esta ciudad y desempleado, lo persuadí sin dificultad para que me ayudara en mi empresa.

El segundo comandante es una persona de carácter excelente, y en el barco se lo estima por su amabilidad y la benevolencia de su disciplina. Posee, de hecho, una naturaleza tan amable que se rehúsa a cazar (la diversión favorita de todos y casi la única que tenemos), porque no puede tolerar el derramamiento de sangre. Tiene, además, una generosidad heroica. Hace algunos años se enamoró de una joven rusa de familia acomodada y, dado que había juntado una suma considerable de dinero en efectivo, el padre de la joven consintió al matrimonio. Él solo tuvo una ocasión de ver a la muchacha antes de la ceremonia; ella, bañada en lágrimas, se tiró a sus pies le suplicó que la dejara libre y le confesó a su vez que amaba a otro, pero él era pobre y su padre nunca aceptaría la unión. Mi generoso amigo tranquilizó a la muchacha suplicante, y al saber el nombre del amante abandonó al instante sus intenciones. Con el dinero ya había comprado una granja en la que esperaba pasar el resto de su vida, pero se la cedió en su totalidad al rival, junto con lo que quedaba de dinero en efectivo para que comprara animales, y luego le solicitó él mismo al padre de la muchacha que consintiera a su casamiento. Pero el padre se negó rotundamente, pues se consideraba unido a mi amigo por una cuestión de honor. Cuando este halló inexorable la decisión del padre, abandonó el país y no regresó hasta que supo que su antigua amada se había casado según sus inclinaciones. “¡Qué sujeto más noble!", exclamarás. Lo es, pero ha pasado toda su vida en un barco, y apenas tiene idea de algo que no sean las amarras y los obenques.

Pero no pienses que flaqueo en mis resoluciones solo porque me quejo un poco, o porque concibo una consolación a mis penas que tal vez nunca encuentre. Mis decisiones son firmes como el destino, y el viaje solo se retrasa hasta que el tiempo permita que me embarque. El invierno ha sido tremendamente severo pero la primavera promete ser benévola, y al parecer llegará más temprano de lo habitual, de modo que quizás zarpe antes de lo esperado. No haré nada de modo apresurado; me conoces lo suficiente como para confiar en mi prudencia y consideración cuando la seguridad de otros depende de mí.

No puedo describirte mis sensaciones ante la perspectiva de mi aventura (palabra clave encerrada en círculo). Es imposible comunicar la sensación de escalofríos, mitad agradable y mitad atemorizante, con la que me preparo para partir. Voy hacia regiones inexploradas, hacia “la tierra de la neblina y la nieve”, pero no mataré a ningún albatros, de modo que no temas por mi suerte.

¿Te veré otra vez, después de atravesar mares inmensos y regresar por el cabo más meridional de África o América? No me atrevo a esperar tal éxito, y sin embargo no puedo soportar vislumbrar la imagen opuesta. Sigue escribiéndome en cada oportunidad que tengas: aunque la probabilidad es muy dudosa, tal vez reciba tus cartas cuando más las necesite para darme ánimos. Te quiero mucho. Recuérdame con cariño si nunca vuelves a tener noticias mías.

Tu afectuoso hermano,

ROBERT WALTON

La tierra de la neblina y la nieve

Referencia a «La balada del antiguo marinero», de Samuel Taylor Coleridge. El poema cuenta la historia de un marino que mata innecesariamente un albatros. El crimen trae aparejada una maldición de «muerte en vida». Mary la oyó de chica, recitada por el mismo Coleridge.

Carta III

A la señora SAVILLE, Inglaterra.

17 de julio de 1700 (guión marcando el año imcompleto en el texto).

MI QUERIDA HERMANA:

Te escribo unas líneas apresuradas para contarte que estoy bien, y muy avanzado en mi viaje. Esta carta llegará a Inglaterra con un comerciante que regresa a casa desde Arcángel con más suerte que yo, que no veré mi tierra natal quizás por muchos años. Sin embargo, estoy de buen ánimo: mis hombres son valientes y, al parecer, de propósito firme; no parecen amedrentarlos los bloques de hielo que flotan todo el tiempo al lado del barco y que presagian los peligros de la región hacia la que avanzamos. Ya hemos alcanzado una latitud muy alta; pero estamos en pleno verano y, aunque no hace tanto calor como en Inglaterra, los vendavales del sur, que nos empujan rápido hacia esas costas que tanto deseo alcanzar, soplan con una calidez renovadora que no había esperado.

No ha ocurrido ningún incidente que sea digno de contar en una carta. Uno o dos temporales y un mástil roto son incidentes que los navegantes experimentados no suelen acordarse de registrar; y me sentiré contento si no sucede nada peor durante nuestro viaje.

Adiós, mi querida Margaret. Ten la seguridad de que no afrontaré peligros temerariamente, tanto por mi bien como por el tuyo. Seré calmo, perseverante y prudente.

Dale mis recuerdos a todos mis amigos en Inglaterra.

Con gran afecto, tuyo, R. W.

Carta 4

A la señora SAVILLE, Inglaterra.

5 de agosto de 1700 (guión marcando el año imcompleto en el texto).

Nos ha ocurrido un incidente tan extraño que no puedo evitar escribirlo, aunque es muy probable que me veas antes de que lleguen a tus manos estos papeles. El lunes pasado (31 de julio) nos encontrábamos casi rodeados de hielo, que se cerró alrededor del barco por todos los lados, dejando apenas el agua necesaria para seguir a flote. Nuestra situación era bastante peligrosa, en especial dado que nos hallábamos inmersos en una espesa niebla. Nos pusimos al pairo, esperando que hubiese algún cambio en la atmósfera y el tiempo.

Hacia las dos de la tarde la niebla se disipó y divisamos unas placas enormes e irregulares de hielo que se extendían en todas las direcciones y que parecían no tener fin. Algunos de mis camaradas dejaron escapar un gemido y mi mente se puso alerta e intranquila, cuando una visión extraña nos llamó de repente la atención y desvió nuestros pensamientos de la situación en la que nos encontrábamos. A una distancia de unos ocho kilómetros divisamos un vehículo de poca altura unido a un trineo tirado por perros que se dirigía hacia el norte. (Inicio de argumento subrayado): Sentado en el trineo, guiando a los perros, iba un ser que tenía la silueta de un hombre pero una estatura en apariencia gigantesca. (Fin del argumento subrayado)

Observamos el progreso veloz del viajero con nuestros catalejos hasta que se perdió entre las salientes lejanas del hielo.

Aquella visión nos asombró muchísimo. Creíamos estar a cientos de millas de tierra firme, pero esa aparición parecía denotar que, en realidad, no estábamos tan lejos como suponíamos. Sin embargo, dado que estábamos rodeados de hielo, era imposible seguirle las huellas, que observamos con la mayor atención.

Unas dos horas después de ese suceso, oímos el rugido del mar y, antes de que cayera la noche, el hielo se quebró y liberó nuestro barco. Nosotros, sin embargo, nos quedamos al pairo hasta la mañana, temiendo encontrarnos con esas masas sueltas flotando en la oscuridad luego de romperse el hielo. Aproveché ese tiempo para dormir algunas horas. Pero por la mañana, ni bien clareó, subí a cubierta y encontré a todos los marineros a un costado del navío, al parecer hablando con alguien en el mar. En efecto, era un trineo como el que habíamos visto antes, que había flotado a la deriva hacia nosotros durante la noche sobre un gran fragmento de hielo. Solo uno de los perros estaba vivo, pero había un humano dentro, a quien los marineros intentaban persuadir para que subiera al barco. No era, como el otro viajero, un habitante salvaje de alguna isla desconocida, sino un europeo. Cuando salí a cubierta, el segundo oficial dijo:

—Aquí está nuestro capitán, no dejará que usted muera en mar abierto.

Al verme, el extraño me habló en inglés, aunque con acento extranjero.

—Antes de subir a su navío —dijo—, ¿tendría la amabilidad de informarme hacia dónde se dirigen?

Te imaginarás mi asombro al oír tal pregunta de un hombre al borde de la muerte, para el cual yo habría supuesto que mi navío sería un recurso que no cambiaría ni por la riqueza más grande de la tierra. Le respondí, sin embargo, que estábamos en un viaje de exploración hacia el Polo Norte.

Al oír esto pareció satisfecho y aceptó subir a bordo. ¡Santo Dios! Margaret, si hubieses visto al hombre que se entregaba de tal modo a su salvación, tu sorpresa habría sido infinita. Sus miembros estaban casi congelados y su cuerpo muy demacrado por la fatiga y el sufrimiento. Nunca vi a un hombre en condiciones tan desgraciadas. Intentamos cargarlo hasta el camarote, pero ni bien dejó de estar al aire libre, se desmayó. Por lo tanto lo llevamos de nuevo a cubierta y lo reanimamos frotándolo con brandy y obligándolo a tragar un poco. Tan pronto como dio señales de vida lo envolvimos en mantas y lo colocamos cerca de la estufa de la cocina. De a poco se recuperó y tomó un poco de sopa, que lo reanimó maravillosamente.

Pasaron dos días hasta que fue capaz de hablar, y a menudo yo temía que sus sufrimientos lo hubiesen privado de la cordura. Cuando se hubo recuperado lo suficiente, lo llevé a mi camarote y me ocupé de él tanto como me lo permitían mis obligaciones.

Reanimó

En Inglaterra funcionaba la «Sociedad para Reanimar Ahogados Aparentemente Muertos», que daba instrucciones de salvataje parecidas a estas y otras también mencionadas en la novela.

Nunca vi una criatura (palabra clave encerrada en círculo) tan interesante: sus ojos tienen por lo general una expresión salvaje, incluso de locura; pero hay momentos en que si alguien realiza algún acto de bondad hacia él o le hace algún pequeño servicio, todo su rostro se ilumina como con un rayo de benevolencia y dulzura que nunca antes he visto. Pero por lo general está melancólico y desesperanzado, y a veces rechina los dientes, como si lo impacientara el peso de las penas que lo oprimen.

Cuando mi huésped estuvo un poco más recuperado, me costó mucho mantener a raya a los hombres, que querían hacerle mil preguntas; pero yo no permití que lo molestaran con su curiosidad siendo que estaba en un estado corporal y mental en que la recuperación dependía del reposo completo. Una vez, sin embargo, el lugarteniente le preguntó por qué había venido tan lejos en un vehículo tan extraño.

Su rostro tomó enseguida un aspecto de tristeza profunda, y respondió:

(Inicio de texto resaltado): —Para buscar a alguien que huyó de mí. (fin de texto resaltado)

—¿Y el hombre al que perseguía viajaba de la misma forma?

—Sí.

—Entonces creo que lo hemos visto, pues el día antes de recogerlo a usted, vimos unos perros tirando de un trineo con un hombre, sobre el hielo.

Esto despertó la atención del extranjero e hizo muchas preguntas acerca de la ruta que había seguido aquel Palabra clave encerrada en círculo: demonio, así fue como lo llamó. Poco después, cuando estuvo a solas conmigo, me dijo:

—Sin duda he despertado su curiosidad, así como la de esta buena gente; pero usted es demasiado considerado como para hacer más preguntas.

—En efecto, sería muy impertinente e inhumano de mi parte molestarlo con mi curiosidad.

—Y sin embargo me rescató de una situación extraña y peligrosa; (inicio de argumento subrayado): ha tenido la bondad de devolverme a la vida.(fin del argumento subrayado)

Poco después me preguntó si yo pensaba que el hielo al quebrarse había podido destruir el otro trineo. Respondí que no podía estar seguro, pues el hielo no se había roto hasta cerca de la medianoche, y el viajero podía haber llegado a un lugar seguro para entonces, pero no me animaba a emitir un juicio.

A partir de ese momento, el extrajero tuvo mucho interés en permanecer en cubierta para buscar el trineo que había aparecido antes, pero lo persuadí de que se quedara en el camarote pues está demasiado débil como para soportar la inclemencia de la atmósfera. Pero le he prometido que alguien vigilará por él y le dará aviso inmediato si aparece un objeto nuevo a la vista.

Tal es mi relato de lo concerniente a este extraño evento hasta el día de hoy.

La salud del extranjero ha mejorado poco a poco, pero está muy callado y parece inquieto cuando entra en su camarote alguien que no sea yo. Sin embargo, sus modales son tan afables y gentiles que los marineros están interesados en él, aunque han tenido muy poca comunicación. Por mi parte, empiezo a quererlo como a un hermano (palabra clave encerrada en círculo), y su pena constante y profunda me llena de piedad y compasión. En otros tiempos debe haber sido una criatura noble, ya que incluso ahora, deshecho como está, resulta atractivo y amable.

Te decía en una de mis cartas, querida Margaret, que no encontraría un amigo en el vasto océano; sin embargo, he hallado a un hombre al que me habría encantado tener por hermano del corazón antes de que su espíritu se quebrase de dolor.

Si tengo nuevos incidentes que relatar sobre el extranjero, seguiré escribiendo a intervalos en mi diario.

13 de agosto, 1700 (guión marcando el año imcompleto en el texto).

Mi aprecio por mi huésped crece día a día. Despierta mi admiración y mi piedad hasta extremos asombrosos. ¿Cómo puedo ver a una criatura tan noble destrozada por el infortunio sin sentir una profunda tristeza? Es muy amable y a la vez muy sabio; su mente es culta, y cuando habla, a pesar de que selecciona sus palabras con esmero, estas fluyen con rapidez y elocuencia sin par.

Está muy recuperado de su enfermedad y pasa todo el tiempo en cubierta, al parecer buscando el trineo que precedía al suyo.

Sin embargo, aunque es infeliz, no está del todo centrado en su propia desventura sino que se interesa profundamente en las tareas de los demás. Me ha hecho muchas preguntas acerca de mis planes y le he relatado mi pequeña historia con franqueza. Pareció contento con la confianza y me sugirió algunos cambios a mi plan que me serán muy útiles. No hay pedantería en su actitud, sino que todo lo que hace parece surgir del interés instintivo que siente por el bienestar de quienes lo rodean. A menudo lo invade la tristeza, y entonces se sienta solo y trata de vencer todo lo que hay de huraño y antisocial en su humor. Esos paroxismos pasan como nubes delante del sol, aunque su abatimiento nunca lo abandona. Me he propuesto ganarme su confianza y creo que lo he logrado. Un día le mencioné el deseo que siempre sentí de encontrar un amigo que pudiera simpatizar conmigo y guiarme con sus sugerencias. Dije que no pertenecía a esa clase de hombres que se ofenden con los consejos.

—Soy autodidacta, y tal vez no confío lo suficiente en mis propias capacidades. Por eso deseo que mi compañero sea más sabio y experimentado que yo, para darme confianza y apoyo. Nunca he creído que fuera imposible encontrar un verdadero amigo.

—Estoy de acuerdo —respondió el extranjero—, creo que la amistad no solo es una adquisición deseable sino posible. Una vez tuve un amigo, el más noble de entre los hombres, y por eso tengo derecho a opinar en cuestiones de amistad.

Usted tiene expectativas y el mundo por delante, y ninguna razón para perder las esperanzas. Pero yo... yo lo he perdido todo, y no puedo empezar la vida de nuevo.

Al decir esto, su semblante adquirió una expresión de dolor calmo que me conmovió el corazón. Pero no dijo nada, y poco después se retiró a su camarote.

Aun quebrado como está, no hay nadie que sienta más que él las bellezas de la naturaleza. El cielo estrellado, el mar y todas las vistas que ofrecen estas regiones maravillosas todavía parecen tener el poder de elevar su alma de la tierra. Un hombre así tiene una existencia doble: puede sufrir la tristeza y estar abrumado por las decepciones, y sin embargo, cuando se repliega en sí mismo, es como un espíritu celestial que tiene un halo a su alrededor, dentro del cual no se atreve a entrar ninguna pena, ninguna locura.

¿Te burlas del entusiasmo que expreso acerca de este viajero extraordinario? Si es así, debes haber perdido esa ingenuidad que alguna vez fue tu encanto más característico. Sonríe, si quieres, ante la calidez de mis expresiones mientras yo encuentro día a día nuevas razones para repetirlas.

19 de agosto de 1700 (guión marcando el año imcompleto en el texto).

Ayer el extranjero me dijo:

—Se habrá dado cuenta, capitán Walton, de que he padecido infortunios enormes e incomparables. Alguna vez decidí que el recuerdo de esos males moriría conmigo, pero usted ha hecho que cambiara de opinión. (Inicio de texto resaltado): Usted busca el conocimiento y la sabiduría, igual que yo en otro tiempo; y espero con todas mis fuerzas que la gratificación de sus deseos no sea una serpiente que lo muerda, como me ocurrió a mí. (fin de texto resaltado). No sé si el relato de mis desventuras le será útil, pero, si así lo quiere, escuche mi historia. Creo que los extraños incidentes relacionados con ella le darán una visión de la naturaleza que ampliará sus facultades y su entendimiento. Oirá acerca de poderes y eventos que suelen considerarse imposibles, pero no tengo dudas de que mi relato contiene evidencia interna de la veracidad de los hechos que lo componen.

Como podrás imaginar, me sentí muy agradecido por el ofrecimiento de tal relato, y sin embargo no podía soportar que él reviviera su pena contando sus desventuras. Sentía un ansia enorme de escuchar la historia prometida, en parte por curiosidad y en parte por un fuerte deseo de aliviar su destino, si es que estaba en mi poder hacerlo. Le expresé esos sentimientos en mi respuesta.