Franquismo de carne y hueso - Gloria Román Ruiz - E-Book

Franquismo de carne y hueso E-Book

Gloria Román Ruiz

0,0

Beschreibung

El Miércoles de Ceniza de 1950, varios vecinos de Albanchez (Almería) desafiaron la prohibición de celebrar el carnaval escenificando el "entierro de la sardina". Disfrazados de sacerdotes y monaguillos, se lanzaron a la calle. Allí se les fueron uniendo otros muchachos, mujeres y niños, y se formó espontáneamente un grupo que fue recorriendo el pueblo, pero al llegar a la calle General Mola, la Guardia Civil los disolvió a base de bofetadas y golpes con la porra. Según las autoridades, uno de ellos portaba un palo de escoba en el que había colocado un calabazón que simulaba una cruz. Además, aseguraban haber escuchado entre la multitud "palabras propias de un sacerdote al verificar un funeral". A partir de estas evidencias, interpretaron los hechos como una mofa hacia la religión. Pequeños sucesos como este permiten que nos adentremos en el franquismo "realmente" vivido. Con ello se pretende examinar, a través de las experiencias cotidianas de aquellos cuyas existencias transcurrieron bajo la dictadura, las complejas e incluso contradictorias percepciones que suscitaron las políticas del régimen entre la gente de a pie y mostrar cómo la atracción popular por determinados aspectos del franquismo coexistió durante todo el periodo con la resistencia frente a otros.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 722

Veröffentlichungsjahr: 2020

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



HISTÒRIA I MEMÒRIA DEL FRANQUISME / 58

DIRECCIÓ

Ismael Saz (Universitat de València)Julián Sanz (Universitat de València)

CONSELL EDITORIAL

Paul Preston (London School of Economics)Walter Bernecker (Universität Erlangen, Núremberg)Alfonso Botti (Università di Modena e Reggio Emilia)Mercedes Yusta Rodrigo (Université Paris VIII)Sophie Baby (Université de Bourgogne)Carme Molinero i Ruiz (Universitat Autònoma de Barcelona)Conxita Mir Curcó (Universitat de Lleida)Mónica Moreno Seco (Universidad de Alicante)Javier Tébar Hurtado (Arxiu Històric de Comissions Obreres de Catalunya, UB)Teresa M.ª Ortega López (Universidad de Granada)

Este libro ha sido publicado en el marco del proyecto del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España «MEMOHAMBRE. Historia y memoria del hambre: sociedad, vida cotidiana, actitudes sociales y políticas de la dictadura franquista (1939-1959)» (Ref. HAR2016-79747-R).

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente,ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información,en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico,electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© Gloria Román Ruiz, 2020© De esta edición: Universitat de València, 2020Publicacions de la Universitat de Valènciahttp://[email protected]

Coordinación editorial: Amparo Jesús-MaríaIlustración de la cubierta: Plaza del Ayuntamiento de Iznatoraf (Jaén, 1954).Cedida por Salvador Martínez Villacañas

Maquetación: Celso Hernández de la FigueraCorrección: Letras y Píxeles

ISBN: 978-84-9134-713-2

Edición digital

A mi abuelo Antonio,que empieza a perder la memoria de su vida cotidiana.

«La Historia nos ayuda a salir de la ilusión maniquea en la que a menudo nos encierra la memoria: la división de la humanidad en dos compartimentos estancos, buenos y malos, víctimas y verdugos, inocentes y culpables».

Tzvetan Todorov

ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS

INTRODUCCIÓN

1. El estudio de la vida cotidiana bajo los regímenes dictatoriales del siglo XX

1.1 El estudio de la cotidianeidad bajo el franquismo

2. Las «texturas» de lo cotidiano. La Alltagsgeschichte y sus fuentes

3. «Ni blanco ni negro». La paleta de grises de las actitudes sociopolíticas de la población hacia la dictadura franquista

3.1 Clasificación de las actitudes sociopolíticas de la población

3.2 Evolución de las actitudes sociopolíticas de una mujer del campo malagueño

ABREVIATURAS

PARTE I«EL PODER DE SEDUCCIÓN DE LA DICTADURA»

Las políticas del «consenso» del régimen franquista

I. LAS POLÍTICAS SOCIALES DEL RÉGIMEN FRANQUISTA: CONSTRUCCIÓN DE VIVIENDAS DE PROTECCIÓN OFICIAL, BENEFICENCIA Y «TRAÍDAS DE AGUAS»

1. «La Cruzada de la vivienda». La política de construcción de viviendas sociales

1.1 «Chozas inmundas». El problema de la infravivienda

1.2 «Hogares alegres, modernos e higiénicos». La política de construcción franquista

1.3 Las entregas de llaves: ¿un mecanismo de generación de consentimiento?

2. Otras políticas sociales de la dictadura

2.1 «La sonrisa de Falange». El Auxilio Social y la beneficencia

2.2 «Y Franco dijo: “¡tomad agua!”». Las «traídas de aguas»

3. Conclusiones

II. OTRAS POLÍTICAS DEL CONSENSO DEL RÉGIMEN FRANQUISTA: SOCIALIZACIÓN JUVENIL Y SINDICALISMO AGRARIO FALANGISTAS

1. «La obra predilecta del régimen». La socialización juvenil franquista a través del Frente de Juventudes y la Sección Femenina

2. La captación de los trabajadores del campo. La Hermandad Sindical de Labradores y Ganaderos (HSLG)

3. Conclusiones

PARTE II«SIN ARMAS CONTRA FRANCO»

Las resistencias cotidianas contra la dictadura

III. RESISTENCIAS COTIDIANAS FRENTE EL ORDEN ECONÓMICO: CRÍTICAS AL SINDICATO, ESTRATEGIAS DE SUBSISTENCIA Y DEFENSA DE LOS RECURSOS NATURALES

1. «Que se tocaba los c… en él y en los del Sindicato». Resistencias contra el sindicalismo vertical en el campo

2. «Que es un abuso lo que se está cometiendo con la harina». Resistencias contra la autarquía y la política agraria

3. «Que con la cabeza del guarda forestal jugarían al fútbol». Resistencias en defensa de la gestión del agua y de los aprovechamientos comunales, y contra la contaminación radiactiva

3.1 Resistencias en defensa del control y gestión del agua

3.2 Resistencias en defensa de los aprovechamientos comunales y contra la política de repoblación forestal franquista

3.3 Resistencias contra la contaminación radiactiva a raíz del accidente nuclear de Palomares (1966)

4. Conclusiones

IV. RESISTENCIAS COTIDIANAS FRENTE EL ORDEN IDEOLÓGICO: MEMORIAS SUBVERSIVAS, IRRELIGIOSIDAD Y FESTIVIDADES POPULARES

1. «De la guerra se hablaba, pero siempre en privado, con la puerta cerrada». Resistencias simbólicas contra la memoria oficial de la guerra y la posguerra

1.1 «Qué mal lo hicieron. Pero ahora que aquí se paga todo». La memoria subversiva de la guerra y la posguerra

2. «¡Viva la p… del Niño Dios!». Resistencias contra la religión oficial, contra lo sagrado y contra el nacionalcatolicismo

2.1 «Me c… en el copón divino». La blasfemia como transgresión del orden religioso y político

3. «Mi padre tenía un trajecito gris marengo y se lo ponía todos los Primeros de Mayo». Resistencias contra la regulación o prohibición de las fiestas populares

3.1 «Sardina sardinorus ora pro nobis». Resistencias contra la prohibición franquista de celebrar el carnaval

4. Conclusiones

CONCLUSIONES

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

AGRADECIMIENTOS

La investigación que sustenta este libro comenzó hace ya cinco años, cuando empecé a trabajar en mi tesis doctoral. A lo largo de este tiempo he recibido la cariñosa ayuda de muchas personas a las que estoy profundamente agradecida. Todas ellas me han acompañado en este apasionante, aunque a veces agotador, proceso de aprendizaje.

En este periodo he recibido el apoyo de mis compañeros del Departamento de Historia Contemporánea, con muchos de los cuales he tenido ocasión de trabajar. Es el caso de Francisco Cobo, Teresa Ortega o Claudio Hernández, a quienes agradezco enormemente que hayan contado conmigo en sus proyectos de investigación o a la hora de plantear comunicaciones y artículos.

También a mis compañeros predoctorales de la facultad, como Antonio, José Manuel, Dimitris, Juan Antonio, Alba o Sandra con los que he compartido congresos y no pocas horas en nuestra pequeña sala del Departamento, así como cafés que nos mantuvieran despiertos en los días largos y comidas en los comedores universitarios. Y a Noelia Bedmar, quien durante el breve tiempo que estuvo con nosotros me prestó una valiosa ayuda en la transcripción de algunas de las entrevistas que realicé.

Tampoco puedo dejar de expresar mi agradecimiento con otros historiadores ajenos al Departamento como Francisco Romero Salvadó, que me acogió con los brazos abiertos durante mi estancia en la University of Bristol; Daniel Lanero Táboas, quien me propuso sumarme al proyecto de investigación que dirige; u Óscar Rodríguez Barreira, que me ayudó desde el principio a la hora de dar con documentación de interés o a plantearme algunas de las preguntas a las que trata de dar respuesta este libro. Fue gracias a él que llegué al Archivo Municipal de Terque (Almería), donde tuve la suerte de encontrar algunas de las cosas más valiosas con las que he dado en este tiempo.

Aprovecho para dar las gracias también a compañeros investigadores como Carlos Fuertes, o a Eider de Dios y Alejandro Pérez-Olivares, que se ofrecieron generosamente a leer y a comentar algunas partes de este libro, contribuyendo a su mejora y enriquecimiento; y a mi amigo Juanfra Colomina, que me prestó una ayuda valiosísima al poner a mi disposición muchas de las bases de datos con las que él trabaja.

También durante mis estancias en los ocho municipios andaluces en los que he pasado buena parte de mi tiempo en los últimos años encontré a numerosas personas generosas que me prestaron su ayuda tanto en las tareas archivísticas como a la hora de encontrar testimonios orales. Por citar solo a algunas de ellas, Mari Carmen Amate, que me guió durante mis primeros días en Alhama de Almería (Almería) y, especialmente, Cristóbal Corral Maldonado, quien me descubrió el archivo de Teba (Málaga), me acogió en el pueblo y me acompañó en algunas de las entrevistas.

Quedo muy agradecida también con todos los archiveros a los que he conocido durante estos años, que me orientaron durante mis primeros y confusos días de archivo; así como con todos los amables entrevistados que han realizado el esfuerzo de recordar sus historias de vida y han contribuido con sus valiosos testimonios a que esta investigación cobre sentido.

Y, cómo no, doy las gracias a mis directores de tesis, Miguel Gómez Oliver y Miguel Ángel del Arco Blanco, quienes no han dejado de confiar en mí, han sido enormemente pacientes y me han enseñado este oficio, logrando que haya ganado autonomía investigadora y haya echado alas para volar.

Por último, aunque no menos importante, tengo que dar las gracias a todos mis amigos y a mi familia. En especial a mis abuelos, a mis padres y a mi hermano, que nunca han dejado de creer en mí y han vivido con entusiasmo e ilusión cada uno de mis pequeños logros. Y, sobre todo, a Paco, que se ha convertido en mi mayor y mejor apoyo.

Todos ellos han contribuido enormemente a hacer este proceso más llevadero y gratificante, a superar los momentos difíciles que se han presentado a lo largo del camino y, en fin, a que este libro vea hoy la luz.

INTRODUCCIÓN

La vida cotidiana no está fuera de la Historia, sino que es el centro de la Historia.

Ágnes Heller1

Es necesario que lo cotidiano se convierta en historia para que la historia sea historia de todos.

Franco Ferrarotti2

Lamento no haber podido tratar más que de una manera muy incompleta los hechos de la vida cotidiana, alimentación, vestido, habitación, usos de familia, derecho privado, diversiones, relaciones de sociedad, que han constituido el principal interés de la vida para la enorme mayoría de individuos.

Charles Seignobos3

Esta investigación nace de la necesidad de dirigir nuevas miradas hacia uno de los regímenes autoritarios más duraderos de la Europa contemporánea, la dictadura del general Francisco Franco (1936-1975). Concretamente, surge al constatar que, pese al creciente número de publicaciones sobre esta materia, aún quedan preguntas a las que no ha logrado darse una respuesta satisfactoria. Este libro aborda la dictadura como experiencia cotidiana, explorando el franquismo «de carne y hueso», el «realmente» vivido. Se adentra en las «texturas» de lo cotidiano para ofrecer un panorama más matizado y complejo en el que lo político atraviesa y se hace constantemente presente en el día a día.

Este volumen estudia las formas cotidianas de hacer política de los hombres y mujeres «corrientes» del mundo rural a lo largo de toda la dictadura franquista. En especial, presta atención a las opiniones que les merecieron las políticas sociales y otras estrategias de legitimación del régimen, de un lado, y a las pequeñas prácticas de resistencia que pusieron en marcha en su día a día, de otro. Con ello trata de arrojar luz sobre las formas subjetivas en que la gente del agro experimentó la dictadura de Francisco Franco. Y lo hace recurriendo a la perspectiva teórico-metodológica de la historia de la vida cotidiana, que resulta la más apropiada para el estudio de las actitudes sociopolíticas de la población.

Entre los principales objetivos de esta obra está el aproximarse a las experiencias cotidianas de las gentes «corrientes» y a la forma en que vivieron la dictadura de Franco. En particular, este libro busca arrojar luz sobre las estrategias de legitimación de la dictadura ante la población, tratando de dilucidar cuáles fueron las políticas que puso en marcha para incrementar su popularidad en las zonas rurales. En relación con ello, pretende esclarecer las formas en que fueron recibidas las políticas sociales del régimen entre la población del agro. Por otra parte, esta obra aspira a minar algunos de los numerosos tópicos que durante largo tiempo han recaído sobre el mundo rural, como el que lo presenta mayoritariamente pasivo, apático y desprovisto de lógicas subversivas. Al tiempo, pretende subrayar la capacidad de agencia de las sociedades rurales y su potencial para resistir contra el régimen.

Como aportaciones principales de este libro cabe señalar, en primer lugar, el ambicioso marco temporal que aborda. La amplia cronología adoptada engloba toda la dictadura franquista, lo que permite atender a la evolución histórica de la cotidianeidad a lo largo de las décadas de 1940, 1950, 1960 e incluso comienzos de 1970. De esta forma, presta atención no solo a los años de construcción del régimen, los más estudiados, sino también a los de su sostenimiento y caída final. Y es que la peculiaridad del franquismo como dictadura residual en la Europa de entreguerras con una excepcional duración de casi cuarenta años constituye una excelente oportunidad para analizar las mutaciones experimentadas en las actitudes sociopolíticas de la población. En segundo lugar, y a diferencia de otros trabajos sobre el tema, este libro estudia los dos principales grupos actitudinales hacia el franquismo, tanto el del «consenso» como el de la resistencia. Además, aborda una amplia variedad temática que incluye ámbitos insuficientemente explorados, caso de las resistencias simbólicas contra la dictadura. Y lo hace recurriendo a una importante carga empírica: una gran cantidad y variedad de fuentes documentales y orales. Asimismo, estudia las formas en que la gente «normal y corriente» experimentó el régimen de Franco en su vida diaria. Por tanto, va más allá de las políticas puestas en marcha por el franquismo, interesándose sobre todo por su recepción e incidencia «a ras de suelo», esto es, por la forma en que condicionaron las actitudes sociopolíticas de la población. Por tanto, esta investigación trasciende la legislación y los discursos de la dictadura para atender su funcionamiento en la vida cotidiana.

Este capítulo introductorio comienza con una exposición de los principales trabajos de la historiografía europea que han abordado las dictaduras de entreguerras desde la perspectiva de la historia de la vida cotidiana o Alltagsgeschichte. A continuación, se centra en los estudios que han aplicado este enfoque al caso del régimen franquista, haciendo balance de lo que se ha hecho en este ámbito y de lo que queda aún pendiente. En segundo lugar, se expone el marco teórico-metodológico que asume la investigación que sustenta este libro, explicando por qué resulta el más indicado para analizar las experiencias cotidianas de los hombres y mujeres de a pie y se presentan el ámbito cronológico y geográfico de la investigación, así como las fuentes empleadas. Por último, se realiza una clasificación de las actitudes sociopolíticas de quienes vivieron bajo el franquismo y se aplica el modelo a la historia de vida de una mujer del campo malagueño.

1. EL ESTUDIO DE LA VIDA COTIDIANA BAJO LOS REGÍMENES DICTATORIALES DEL SIGLO XX

Este volumen adopta como marco teórico y metodológico de referencia la historia de la vida cotidiana o Alltagsgeschichte, que nació en Alemania occidental hacia finales de los setenta y principios de los ochenta como reflejo académico de los nuevos movimientos sociales. La historia de la vida cotidiana surgió como una suerte de historia social renovada o historia sociocultural que respondía a las señales de agotamiento que venía mostrando la historia social más clásica, así como a las nuevas inquietudes historiográficas de una nueva generación de jóvenes historiadores alemanes. Uno de los pioneros y principales representantes de esta corriente historiográfica en el caso de la contemporaneidad ha sido Alf Lüdtke. En la introducción a uno de los volúmenes que ha coordinado recientemente este autor ha recordado que el interés de los historiadores de la vida cotidiana está del lado de «las experiencias y prácticas de la gente» en sus dimensiones subjetivas.4 Es por ello que desde sus comienzos esta perspectiva estuvo estrechamente vinculada al estudio de la vida privada-doméstica y familiar.5 El enfoque de la historia de la vida cotidiana ha sido aplicado con gran éxito al estudio de las dictaduras europeas del periodo de entreguerras como la Italia fascista, la Alemania nazi, la Francia de Vichy o la Rusia estalinista.6

Desde sus orígenes esta tendencia historiográfica ha guardado una estrecha relación con el estudio de las actitudes sociopolíticas de la gente que vivió bajo los regímenes autoritarios del siglo XX. La importancia de este tipo de análisis radica en su potencial para explicar el auge, sostenimiento y caída de los sistemas políticos dictatoriales que proliferaron en la Europa de entreguerras. El estudio de las percepciones, la «opinión popular» y los comportamientos expresados por quienes vivieron bajo estructuras de poder autoritario respecto a los discursos y las políticas del Estado contribuye a una mejor comprensión de las condiciones en que las dictaduras emergen, funcionan, triunfan o fracasan. Se trata de desgranar la forma en que los regímenes no democráticos se relacionaron con sus respectivas sociedades: hasta qué punto coartaron sus libertades mediante el uso de la violencia, qué fueron capaces de ofrecerles para captar sus voluntades o qué resquicios dejaron abiertos para la expresión de sentimientos discordantes.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 el mito de la resistencia antifascista dominó las interpretaciones sobre las actitudes sociales de los ciudadanos que vivieron bajo las dictaduras europeas. El nazismo o el fascismo eran presentados como regímenes brutales desprovistos de ideología que se habían impuesto violentamente sobre sus respectivas sociedades y que no habían contado con apoyo popular alguno. La población era vista como víctima del terror de estas dictaduras, a la vez que se sobredimensionaba su potencial para resistir, que cristalizó en el mito los «héroes de la resistencia». Fue a finales de los años sesenta cuando, en parte como reacción a esta ortodoxia parcial y simplista, que no alcanzaba a explicar el éxito cosechado por estos sistemas políticos, arrancó una nueva historiografía sobre los comportamientos de la gente de a pie que apuntaba a que, no solo no todos resistieron, sino que los hubo incluso que colaboraron en la represión estatal.7

Para el caso de la Italia fascista (1926-1939) fue Renzo De Felice quien planteó por primera vez esta discusión en su voluminosa biografía sobre Mussolini de 1974. En uno de sus tomos sorprendía afirmando que el fascismo italiano había gozado de un «consenso masivo» y de una gran solidez, sobre todo durante los cinco años de la gran crisis, los comprendidos entre 1929 y 1934. Aunque De Felice hizo, en general, un uso extensivo e impreciso del término, sí distinguió entre consenso activo y pasivo. Si bien en un primer momento fue acusado de revisionista y de dejar en segundo plano los procesos represivos, sus postulados acabaron siendo generalmente aceptados, inaugurando así una nueva era historiográfica en el estudio de las actitudes sociales bajo regímenes autoritarios.8

En 1984 Luisa Passerini introdujo una importante innovación metodológica al recurrir a fuentes orales para desentrañar las actitudes sociales de los obreros de Turín bajo el fascismo.9 También Philippe Burrin estudió la receptividad de las sociedades regidas por dictaduras, afirmando que uno de los principales objetivos de estos sistemas políticos era precisamente la conquista de las masas que, por su parte, albergan actitudes diversas y complejas hacia el poder.10 Unos años después, Emilio Gentile habló de la «sacralización de la política» a la que habría contribuido la experiencia de la Primera Guerra Mundial. Y, más concretamente, se refirió al fascismo como una religión que se valió de símbolos, mitos y rituales para captar el apoyo activo y duradero de las masas. Muchos jóvenes y algunos intelectuales habrían visto en el fascismo esa nueva religión que anhelaban. Además, siempre según este autor, presentarse como la ideología salvadora frente al bolchevismo le habría reportado al fascismo el apoyo de las clases medias.11

Paul Corner, por su parte, advirtió del riesgo de reaccionar a la ortodoxia antifascista llevando las interpretaciones sobre las actitudes sociales al extremo contrario, exagerando el carácter masivo del consenso y minusvalorando los procesos represivos activados por las dictaduras. Recalcó las condiciones de opresión-coerción en que se forjaron las percepciones, enfatizando el poco o nulo espacio para la expresión de actitudes disconformes y matizando el alcance del repetido consenso. Corner advirtió asimismo del peligro de justificar o exculpar en cierto modo a estos regímenes asumiendo la errónea premisa de que, si gozaron de un consenso tan amplio, no habrían sido tan «malos».12

En el caso de la Alemania nazi (1933-1945) los primeros en incorporar estos planteamientos fueron los miembros del «Proyecto Baviera», que nació en 1973 con la pretensión de analizar la conducta de los alemanes durante el Tercer Reich desde una perspectiva social y cotidiana. Entre 1977 y 1983 estuvo liderado por Martin Broszat, que defendió que el Estado nazi no fue totalitario, sino que dejó resquicios para la resistenz (entendida como inmunidad y diferenciada de la resistance) y apostó por la escala de grises como medio para superar las explicaciones en clave blanco versus negro. Entre los trabajos pioneros en este sentido estuvieron también los de Mosse, que apostó por una concepción cultural del fascismo, o Peukert, quien apuntó a la popularidad del Führer como uno de los cimientos del Tercer Reich.13 Primo Levi, por su parte, volvió a referirse en sus trabajos autobiográficos a la existencia de «zonas grises» entre los opresores y los oprimidos, y habló de la doble condición de «resistentes» y «colaboradores» de aquellos prisioneros que de alguna manera colaboraron con las autoridades de los campos de concentración nazis.14

En 1996 Goldhagen publicaba su polémico Hitler’s Willing Executioners, en el que abordaba la espinosa cuestión de la responsabilidad de la sociedad alemana en el Holocausto, concluyendo que existió una implicación activa de hasta un millón de alemanes corrientes en el terror nazi, que el autor explica en base al fuerte antisemitismo que había anidado en la sociedad alemana. Sus tesis fueron objeto de fuertes críticas y dieron paso a una importante controversia historiográfica que fue encabezada por Browning. Este autor, aun compartiendo la idea de la corresponsabilidad de la población alemana en el Holocausto, le atribuía una motivación distinta del antisemitismo «demonológico» y uniforme de Goldhagen, a quien acusaba de ofrecer una explicación monocausal, unilateral y maniquea.15

Tiempo después, Robert Gellately ahondó en la cuestión del colaboracionismo con las autoridades nazis por parte de los alemanes de a pie, que no solo habrían sido conocedores de las atrocidades cometidas en los campos, sino que incluso habrían mostrado una actitud, si no entusiasta, al menos sí positiva, siendo muy pocas las voces críticas. El autor habló de un consenso más activo que pasivo que habría sido evidente a partir de 1933, si bien siempre como actitud interrelacionada e inseparable de la represión practicada por la dictadura. Entre las razones que habrían llevado a los alemanes a apoyar el nazismo apunta al descrédito en que había caído la República de Weimar o al deseo de acabar con las altas tasas de delincuencia, de restaurar la ley y el orden y de volver a los valores conservadores y tradicionales. Habló también de la existencia de «zonas grises» o actitudes sociales intermedias entre el consenso y el disenso.16

De entre todos estos historiadores, el que más éxito ha cosechado ha sido Ian Kershaw, que ha ahondado en la opinión popular sobre el terror nazi. El autor llega a la conclusión de que durante la Segunda Guerra Mundial la «cuestión judía» no estuvo entre las principales preocupaciones de la inmensa mayoría de los alemanes. Según Kershaw, existía una importante animadversión hacia los judíos que hizo que la mayor parte de la población no judía viese con indiferencia y hasta con aquiescencia las medidas discriminatorias e incluso las que implicaban el uso de la violencia. Y, aunque no compartieran una medida tan extrema como la «Solución Final», lo cierto es que esta no habría sido posible sin todas las normativas antisemitas previas, bien conocidas y aceptadas, ni sin la generalización de actitudes de apatía e indiferencia al respecto.17 Más recientemente, Nicholas Stargardt ha vuelto sobre esta idea, remarcando que los alemanes eran buenos conocedores de cuanto estaba sucediendo con los judíos, pero que este asunto no estaba entre sus principales preocupaciones, centradas en el desenlace de la contienda mundial.18

Por su parte, en la Francia de Vichy (1940-1944) el relato ortodoxo sobre la resistencia fue por primera vez puesto en cuestión por Robert Paxton. Este autor vino a señalar que, al menos hasta 1943, muchos franceses apoyaron al régimen del mariscal Pétain, calculando que los resistentes no habrían representado más de un 2 % de la población adulta francesa. A aquellos trabajos les seguirán los de Pierre Laborie sobre la opinión popular de los franceses y, años después, los del historiador Robert Gildea, que se refirió al extendido y sacralizado relato del «buen francés» o resistente, por contraposición al del «mal francés» o colaboracionista, a los que vendría a sumarse el del «pobre francés», aquel que concentró sus esfuerzos en sobrevivir desentendiéndose de los avatares políticos.19

Entre los trabajos que han abordado el periodo de la Rusia estalinista (1928-1939) desde la perspectiva de la historia de la vida cotidiana destacan los de Sheila Fitzpatrick. Esta historiadora ha profundizado en las relaciones que se establecieron entre el Estado y la sociedad tanto urbana como rural, así como en las prácticas resistentes de la población.20 También se han publicado trabajos centrados en las actitudes sociopolíticas de la población de la República Democrática Alemana, entre los que sobresalen los de Fulbrook, que exploró las relaciones entre dominación, complicidad y disenso durante las cuatro décadas de dictadura socialista. Las investigaciones sobre el Estado Novo de Salazar tampoco han sido ajenas a esta tendencia historiográfica. E incluso se han hecho estudios en este sentido para regímenes no europeos como la dictadura de Videla en Argentina (1976-1983).21

En definitiva, la historiografía europea que ha hecho suyos los planteamientos de la historia de la vida cotidiana se ha centrado, sobre todo, en las actitudes sociopolíticas de la población bajo las dictaduras de entreguerras. Y, más concretamente, en las resistencias cotidianas, la recepción de las políticas del «consenso» y la colaboración de la gente de a pie en la represión orquestada por estos sistemas políticos. Sin embargo, la perspectiva de la historia de la vida cotidiana ha sido mucho menos explorada y exitosa en el caso del régimen de Franco. Los trabajos sobre la España franquista han tendido a seguir la estela dejada por los historiadores europeos de la Alltagsgeschichte especializados en la Alemania nazi o la Italia fascista, que en cierto modo han actuado de vanguardia historiográfica.

1.1 El estudio de la cotidianeidad bajo el franquismo

En el caso de la España franquista (1936-1975) la historia de la vida cotidiana ha tenido escaso recorrido, como indica el reducido número de obras que incorporan la palabra en el título. Y, aun en esos casos, esta perspectiva teórico-metodológica ha sido quizá más nominada que profunda y rigurosamente trabajada. No obstante, desde finales de los años setenta y durante los ochenta y noventa se publicaron algunos trabajos reseñables. Uno de los primeros en llevar al título de su trabajo la noción de «vida cotidiana» fue Rafael Abellá, autor de dos volúmenes dedicados a la cotidianeidad durante la Guerra Civil en cada uno de los bandos y de un tercero centrado en la dictadura de Franco. Estos trabajos pioneros constituyeron un loable esfuerzo por abordar los aspectos cotidianos de la sociedad española, pero adolecían quizá de tomar poco en consideración las preguntas que suscitaban mayor interés historiográfico.22

En 1995 se publicaba en la revista Ayer un dosier dedicado a «la historia de la vida cotidiana», coordinado por Luis Castells, que podría considerarse como uno de los principales impulsores de esta corriente en España. En él tan solo se incluía un trabajo relativo al régimen franquista a cargo de Pilar Folguera que se concentraba en los primeros años de la dictadura. Pero también se recogían estudios de carácter teórico-metodológico sobre la Alltagsgeschichte, incluyendo uno firmado por Alf Lüdtke.23 Pocos años después Castells coordinó un nuevo volumen sobre la vida cotidiana, esta vez dedicado al País Vasco contemporáneo. En la introducción de aquella obra el autor admitía que la observación de lo cotidiano «hace diáfano lo que en ocasiones queda borroso y nos proporciona una imagen más cercana y visible de la historia de las gentes», contribuyendo al conocimiento de sus hábitos y costumbres.24

Como ocurriera en la historiografía europea, en España la historia de la vida cotidiana ha ido de la mano del estudio de las actitudes sociopolíticas de la población. Los primeros trabajos que adoptaban esta perspectiva aparecieron a finales de los años ochenta inspirados por la historiografía alemana y, sobre todo, italiana, si bien hacían hincapié en las peculiaridades del franquismo y de la sociedad sobre la que se impuso. Los trabajos en este ámbito han ido la mayoría de las veces ligados al estudio de los apoyos sociales de la dictadura y se han centrado sobre todo en el primer franquismo. Así, aunque en los últimos años ha empezado a ponerse la mirada en las etapas posteriores del régimen, continúa existiendo un importante vacío en lo referente a las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta. Entre los pioneros en abordar el tema del consenso bajo el régimen de Franco estuvieron De Riquer, para el caso catalán, Moreno Luzón o Calvo Vicente.25

La historiografía catalana fue de las primeras en explorar, en los años noventa, las posibilidades de la categoría «consenso», si bien no hizo el suficiente hincapié en las actitudes sociales intermedias, presentando un panorama con escasos matices y tendente a la bipolaridad. Estudios como los de Barbagallo o los de Molinero e Ysás pusieron de manifiesto que el franquismo contó en la región con el apoyo mayoritario de la burguesía catalana, temerosa de la revolución social, así como de los sectores católicos. No obstante, las actitudes de rechazo propias de las clases trabajadoras y de las clases medias intelectuales y catalanistas estuvieron más extendidas, pese a que prácticamente no hubiera expresiones de resistencia abierta debido a la fuerte represión y al generalizado miedo en los años cuarenta. Conxita Mir, por su parte, estudió el mundo rural catalán de posguerra, centrándose sobre todo en los procesos represivos y en las resistencias cotidianas. Para este mismo marco espaciotemporal Jordi Font puso de relieve el gran potencial de las fuentes orales a la hora de esclarecer las percepciones de la población del agro acerca de la dictadura. En uno de sus trabajos en Historia Social este autor se refirió a la historia de la vida cotidiana como «una herramienta muy útil para averiguar el grado de eficacia de la dictadura para imponer su dominio».26

Fue a finales de los años noventa cuando el conocido como «Proyecto Valencia» marcó un antes y un después en este ámbito historiográfico. Sus principales investigadores, Saz y Gómez Roda, atendieron a la evolución de las actitudes sociales a lo largo del periodo dictatorial, paralela a las transformaciones económicas y políticas. Los autores concluyeron que el importante desarrollo económico de la región valenciana desde finales de los años cincuenta y, sobre todo, a comienzos de los sesenta le habría granjeado al régimen franquista el apoyo de las clases medias profesionales, contribuyendo así a ampliar su base de consenso.27 Otros historiadores que han trabajado sobre este tema han sido Ángela Cenarro, que hizo hincapié en la violencia como pilar en que se sustentó el «Nuevo Estado»; Antonio Cazorla, reticente a usar la categoría «consenso» al referirse al franquismo; o Francisco Sevillano, que defendió que el «Nuevo Estado» combinó el ejercicio de la violencia con sus esfuerzos por generar consenso.28

Para el mundo rural de Andalucía Oriental destacan los trabajos de Francisco Cobo y Teresa Ortega, centrados en el estudio de los apoyos sociales al franquismo, que han mostrado la heterogeneidad de grupos sociales que se sintieron atraídos por las promesas de paz, propiedad, orden y justicia social de la dictadura. Por su parte, Miguel Ángel del Arco y Peter Anderson han destacado que la represión no vino solo «desde arriba», sino que los ciudadanos comunes jugaron un importante papel en la misma.29 Para este mismo ámbito, y más concretamente para la provincia de Almería, Óscar Rodríguez ha tratado en sus investigaciones las prácticas de resistencia en la década de los cuarenta. También en Galicia se ha avanzado mucho en este terreno, con importantes estudios sobre el ámbito rural como los de Ana Cabana, que ha hecho hincapié en los conflictos y en las resistencias, o los de Daniel Lanero, que ha transitado la todavía poco explorada senda de las políticas sociales de la dictadura.30

Los trabajos más recientes sobre las actitudes sociopolíticas bajo el franquismo han sido llevados a cabo por una generación más joven de historiadores que han leído sus tesis doctorales en los últimos años. Entre ellos, Claudio Hernández, que ha ahondado en la existencia de una amplia y mayoritaria «zona gris» en Granada integrada por aquellos que no eran ni opositores ni adeptos; Irene Murillo, quien se ha centrado en las resistencias femeninas en la Zaragoza de posguerra; Carlos Fuertes, que ha trabajado entre otras cuestiones la recepción de las políticas educativas franquistas en Valencia o, en fin, Estefanía Langarita, quien ha profundizado en los apoyos sociales y la construcción de la dictadura en Aragón.31

Este libro incorpora todos estos nuevos debates, enfoques y perspectivas que, asumiendo las tendencias internacionales para el estudio de los regímenes autoritarios, han renovado de manera sugestiva y original las preguntas sobre el periodo franquista. La historia de la vida cotidiana ha demostrado ser de gran utilidad para esclarecer las actitudes sociales de la población que vivió en dictadura, de sus prácticas de resistencia frente al poder y de la forma en que recibieron las políticas de consenso del régimen. El presente volumen parte de todas estas premisas, a la vez que trata de ir más allá en lo que respecta a los aspectos cualitativos y a la dimensión sociocultural, en los que hace especial hincapié. Al tiempo, maneja una gran carga empírica y aplica una amplia cronología que abarca desde los años cuarenta hasta los setenta, lo que permite atender a la evolución de la política popular a lo largo de las décadas. De esta forma, esta obra pretende contribuir a una mejor y más profunda comprensión de la, todavía en muchos aspectos desconocida, dictadura de Francisco Franco.

2. LAS «TEXTURAS» DE LO COTIDIANO.La Alltagsgeschichte y sus fuentes

Aunque durante mucho tiempo la historia de la vida cotidiana o Alltagsgeschichte fue despectivamente vinculada con el estudio de lo costumbrista, lo trivial o lo banal, hoy en día ha logrado desprenderse de todos aquellos prejuicios. Como explicara Hernández Sandoica, la historia de la vida cotidiana «no se refiere (o no debe referirse) a los aspectos anecdóticos de la vida diaria».32 Entre otras cuestiones, esta perspectiva historiográfica permite conocer la «microfísica del poder» y las «relaciones extraoficiales de poder» atendiendo a las prácticas cotidianas que conciernen de algún modo al Estado.33 Además, el prisma de lo cotidiano se revela como el más indicado para descubrir cómo se concretan las continuidades y las discontinuidades del proceso histórico en las vidas de los hombres y mujeres «normales y corrientes», así como las implicaciones que tuvieron para ellos en su día a día. Asimismo, la adopción de esta perspectiva ofrece la posibilidad de recuperar la particular «cosmovisión» de la gente de a pie, esto es, los parámetros culturales que configuraban su particular universo cotidiano. En otras palabras, los valores y significados que confirieron al microcosmos en el que actuaban y tomaban decisiones, y que configuraban su visión del mundo.34

En palabras de Franco Crespi, la cotidianeidad tiene que ver con «la exaltación del calor de las cosas simples de la vida, del carácter tranquilo de la vida cotidiana con respecto a las tensiones y los riesgos de los momentos excepcionales».35 Sin embargo, este libro entiende la compleja noción de lo cotidiano, no solo como lo ordinario del día a día, sino también como lo extraordinario que viene a romper la «normalidad» y como la relación que se establece entre ambos. Para el caso de la Alemania nazi, Bergerson ha escrito que «la vida cotidiana durante el Tercer Reich no puede caracterizarse como normal o anormal, integradora o alienante. Normalidad y anormalidad, comunidad y sociedad, no son categorías objetivas sino experiencias subjetivas producidas a través de mecanismos culturales».36 Por tanto, no resulta sencillo delimitar qué es ordinario y qué extraordinario, o qué es normal y qué anormal en el día a día de una dictadura como la franquista durante la que todas estas concepciones quedaron trastocadas. El «anormal» régimen de Franco acabó por «normalizarse» a base de perdurar. Y episodios en otros momentos «extraordinarios» como las pequeñas operaciones estraperlistas devinieron «ordinarios» en los años de posguerra a base de repetirse día tras día.37

En primer lugar, la historia de la vida cotidiana guarda un estrecho vínculo con la nueva historia cultural, que surgió con fuerza a mediados de los años noventa tras el llamado «giro cultural» y que eclipsó a la historia social más clásica.38 El interés de esta corriente historiográfica ha estado del lado del estudio de las mentalidades, las subjetividades y las identidades tanto individuales como colectivas, así como de las representaciones e imaginarios, y de las construcciones discursivas y simbólicas, que –junto a las realidades materiales objetivas– resultan cruciales a la hora de reconstruir el universo cotidiano de las clases populares. Todos estos elementos adquieren significados plurales, por lo que existen multitud de aproximaciones posibles, como las que se hacen desde la historia, la sociología o la antropología. Es precisamente de estas dos últimas disciplinas de donde proviene la noción de «cultura» que manejamos aquí, entendida como «todo el modo de vida» de un pueblo. O, en otras palabras, como «la urdimbre de significaciones atendiendo a las cuales los seres humanos interpretan su experiencia y orientan su acción». Por tanto, la cultura engloba tanto la «alta cultura» como la «cultura popular» (o folclore) y se configura bidireccionalmente, tanto de arriba abajo como de abajo arriba.39 Asimismo, nos resultan de gran utilidad conceptos como el de habitus de Bourdieu, esto es, el conjunto de disposiciones o esquemas mentales que codifican la manera de ser y estar en el mundo de cada grupo social que son «naturalizados» y asumidos de manera inconsciente.40

En segundo lugar, este enfoque teórico-metodológico permite acceder a la política popular a través de lo cotidiano o, en otras palabras, atender a las múltiples formas en que lo político atraviesa contextos cotidianos como el del trabajo, la alimentación, el ocio, o la religiosidad y las festividades populares. Para ello resulta imprescindible comprender la esfera de lo político en un sentido lato que trascienda la política formal, caso de la pertenencia a un partido u organización sindical, y englobe las múltiples «formas de hacer política» de «los de abajo». Ello resulta especialmente cierto si tenemos en cuenta que bajo un régimen dictatorial como el franquista no puede hablarse de la existencia de una «esfera pública» propiamente dicha. No obstante, ello no significa que todos los actos cotidianos de la gente «corriente» tuvieran connotaciones políticas, por lo que debemos evitar caer en el extremo contrario, el panpoliticismo, que acaba vaciando de contenido esta categoría analítica.

Tercero, y en el caso concreto de la dictadura de Franco, la aproximación de la Alltagsgeschichte abre la posibilidad de analizar la problemática relación entre el Estado franquista y la sociedad sobre la que se impuso: los momentos dulces y los episodios críticos por que atravesó, y cómo, cuándo y por qué se acabó deteriorando sin posibilidad de continuidad tras casi cuatro décadas de entendimiento. Por ejemplo, esta perspectiva resulta útil a la hora de observar las pequeñas acciones de resistencia cotidiana puestas en marcha para desafiar al poder franquista. Asimismo, permite dilucidar las formas en que las políticas y los discursos franquistas fueron recibidos por la población «a ras de suelo»: cuáles les resultaron atractivos, cuáles repudiables y cuáles otros indiferentes.

Cuarto, frente a la rigidez de los enfoques estructuralistas, la Alltagsgeschichte se caracteriza por su flexibilidad y dinamismo a la hora de abordar la forma en que los individuos experimentaron el proceso histórico. Como explicara uno de sus principales representantes, Alf Lüdtke, «los hombres hacen su historia en unas condiciones dadas, ¡pero la hacen ellos mismos!».41 Esta corriente historiográfica enfatiza la autonomía de los sujetos y relativiza los límites estructurales que los constriñeron en su quehacer cotidiano. La historia de la vida cotidiana pone el foco sobre los hombres y mujeres «comunes» que durante largo tiempo fueron desatendidos y marginados por la historiografía tradicional. No se trata de negar la capacidad del Estado para condicionar la vida de los individuos, máxime en el caso de regímenes coercitivos y violentos como el franquista, sino de reconocer que los sujetos estuvieron en condiciones de negociar con el poder muchos aspectos de su cotidianeidad. En palabras de De Certeau, pese al poder de las estructuras, los individuos son capaces de poner en marcha prácticas o «maneras de hacer» cotidianas con las que se reapropian del espacio de forma «creativa».42

En línea con lo anterior, este libro trata de subrayar el papel que tuvieron los hombres y mujeres «corrientes» en el sostenimiento de la dictadura franquista. Al tiempo, pretende revalorizar la capacidad de agencia que lograron preservar en aquel contexto altamente opresivo y hostil. Entre estos individuos estuvieron las mujeres, los jóvenes, los trabajadores agrarios o los vendedores ambulantes, que aparecen en las siguientes páginas como sujetos con voz propia que, pese a vivir parcialmente encorsetados, tomaron las riendas de sus vidas cotidianas. No obstante, esta atención especial a los grupos ordinarios y marginales, que constituían el grueso de la población, no es óbice para que ampliemos nuestras miras a toda la comunidad, sin ignorar a las élites locales. Además, a la hora de aplicar la metodología propia de la historia de la vida cotidiana toma en consideración la clase social, el entorno familiar, el sexo o la edad de estas personas como factores configuradores de sus múltiples y plurales experiencias cotidianas.

En quinto lugar, los temas por los que se han interesado los historiadores de lo cotidiano han sido de una gran riqueza y diversidad. En el caso de los estudiosos de las dictaduras europeas del siglo XX que han aplicado los presupuestos teóricos de la Alltagsgeschichte, uno de los predilectos ha sido el de las actitudes sociopolíticas de la población. Esta cuestión aparece estrechamente vinculada al estudio de la cotidianeidad, al abrir la posibilidad de recuperar las variadas formas en que los hombres y mujeres que vivieron en dictadura experimentaron este sistema político. En otras palabras, abre al historiador la posibilidad de conocer la dictadura «realmente» vivida por la gente de a pie. Este libro se inserta en esta línea temática, englobando tanto los sentimientos de aquiescencia y conformidad que suscitaron las políticas más magnánimas del régimen franquista, como las prácticas de resistencia cotidiana protagonizadas por los disidentes o disconformes.

Sexto, la historia de la vida cotidiana resulta especialmente valiosa cuando se aplica a pequeñas escalas de análisis. Es por ello que aquí se asume la perspectiva de la historia desde lo local, un enfoque que emergió al calor del llamado «giro local» de principios de la década de los noventa ante la necesidad de descentralizar la historia dando mayor protagonismo al marco local, el ámbito de gestión más inmediato y en el que empiezan a construirse las identidades individuales, que no podía continuar siendo un mero reflejo de lo global.43 La adopción de este prisma permite hacer aportaciones de relevancia al conocimiento general sobre el franquismo: corroborar, desmentir o formular nuevas hipótesis de trabajo.44

Su aplicación resulta altamente pertinente para esta investigación por varias razones. En primer lugar, porque el microanálisis o «reducción de la escala de observación de los objetos con el fin de revelar la densa red de relaciones que configuraron la acción humana» ofrece la posibilidad de ampliar el zoom para captar la pluralidad y las sutilezas de las actitudes, comportamientos y percepciones de la «gente corriente», haciendo hincapié en lo social, lo cotidiano y lo cultural. Aunque presenta estrechas conexiones con la microhistoria, con la que comparte el interés por la «descripción densa», la historia desde lo local pone el foco en toda la comunidad, en lugar de tender a centrarse en un único individuo. En segundo lugar, porque introduce en el análisis «lo periférico, lo marginal, lo descentrado», que es precisamente donde se pone el acento. En tercer lugar, porque permite conocer y reconstruir con mayor nivel de profundidad el contexto espacial en que vivieron los sujetos históricos que analizamos.45 Finalmente, contribuye a revalorizar el a menudo olvidado mundo rural y a minar algunos de los tópicos que siguen pesando sobre él.

Ahora bien, no se trata de hacer historia local de un lugar, con lo que se correría el riesgo de caer en el localismo que tan solo resulta de interés para los nativos, sino de responder a preguntas historiográficas de interés general desde lo local. Para ello conviene mantener un equilibrio con las escalas regional, nacional e internacional mediante el recurso a análisis multiescalares que nos impidan perder la perspectiva. Se trata de casar lo micro o particular con lo macro o general de forma que podamos comparar los diferentes, similares o idénticos ritmos evolutivos, así como confirmar o desmentir procesos y tendencias generales. Este libro es, por lo tanto, una historia desde lo local que recurre a diversos casos como pretexto para analizar cuestiones de relevancia historiográfica.

El volumen analiza el mundo rural, el mayoritario en la España de la época,46 y se centra, sobre todo aunque no exclusivamente, en Andalucía Oriental. Frente al criterio estrictamente poblacional utilizado por el INE a la hora de discernir entre zonas urbanas y rurales, Cazorla Pérez propuso el empleo de un criterio mixto que considerase, no solo el número de habitantes, sino también su ocupación predominante. Sin embargo, más que en el tamaño o la actividad económica, sería conveniente introducir parámetros cualitativos como las formas de vida o la mentalidad de sus habitantes.47 Es indudable que durante el franquismo el mundo rural presentaba una serie de peculiaridades respecto al ámbito urbano. En este sentido, Veiga y Cabo apuntaron algunas de estas especificidades, como la prudencia, la cohesión de la familia y la comunidad, la desconfianza hacia el exterior, la importancia de la cultura oral, el faccionalismo y clientelismo o las estrategias basadas en las «armas de los débiles».48

Por último, uno de los principales obstáculos que han encontrado los investigadores para practicar la historia de la vida cotidiana ha sido el de las fuentes. Ello ha tenido que ver con las dificultades a la hora de dar con evidencias que recojan las vivencias de los hombres y mujeres de a pie, dado que su voz rara vez quedó reflejada en documentos oficiales, pues muchos ni siquiera eran capaces de leer y escribir. Además, constatar documentalmente las subjetivas percepciones cotidianas de la población no resulta sencillo, en tanto que prácticamente solo son accesibles para el investigador en aquellos casos en que se tradujeron en comportamientos concretos y acabaron registrados de algún modo. En general, las actitudes aquiescentes pueden ser rastreadas en las fuentes mediante las huellas documentales que dejaron los colaboracionismos –actas de denuncia–, mientras que aquellas de rechazo son recuperables a partir de las sanciones impuestas a las acciones de resistencia que quebrantaban las normativas. Sin embargo, acceder al «estado de opinión» más o menos favorable hacia las políticas de la dictadura, la mayor parte de las veces no exteriorizado ni colaborando ni resistiendo, resulta mucho más difícil.

Para soslayar estos obstáculos recurrimos a fuentes alternativas y muy diversas entre sí, susceptibles de complementarse mutuamente. La investigación que vertebra este libro se apoya en abundantes evidencias primarias, superando una de las quizá más recurrentes carencias de los trabajos centrados en las actitudes sociopolíticas, el desequilibrio entre un exceso de teorización y una escasa carga empírica. Algunas de ellas son fuentes tradicionales a las que se han lanzado nuevas preguntas, caso de las hemerográficas, estadísticas o (algunas de las) archivísticas. Otras resultan más originales, como las epistolares, las orales o los cuadernos escolares. Todas estas fuentes han sido tomadas con las debidas precauciones en tanto que fueron elaboradas en el contexto de un régimen que nunca garantizó las libertades individuales.

Respecto a las fuentes archivísticas, hemos estudiado la documentación procedente de una decena de archivos municipales andaluces. Tanto en estos como en los archivos provinciales de Málaga, Jaén, Almería y Granada –en esta última ciudad también el Archivo de la Real Chancillería– hemos consultado fuentes de carácter judicial como los expedientes instruidos por los juzgados de paz, los incoados por el inspector de abastos y otras autoridades locales por infracción de las ordenanzas municipales, los partes de la Guardia Civil o las denuncias formuladas por los guardias rurales de las HSLG. Al manejar esta documentación, mayoritariamente generada tras la denuncia de un agente de la autoridad o de un particular, hemos de tomar la precaución de considerar que muchas de aquellas acusaciones pudieran ser sencillamente falsas. Entre los archivos nacionales en los que hemos trabajado se encuentra el Archivo General de la Administración, donde hemos consultado sobre todo las memorias anuales enviadas por los gobernadores civiles, la documentación generada por la Obra Sindical del Hogar o el suculento fondo del Gabinete de Enlace. También el Archivo del Partido Comunista, donde recopilamos numerosas cartas remitidas a la emisora de radio La Pirenaica por los oyentes de las zonas rurales. Por último, los archivos internacionales, concretamente The National Archives (Londres, Reino Unido), donde accedimos a la documentación diplomática generada por el Foreign Office.

En cuanto a las fuentes orales, contamos con una muestra de alrededor de treinta informantes procedentes de diversos municipios de Andalucía Oriental. Este tipo de fuentes proporcionan la subjetividad imprescindible para el estudio de las percepciones bajo la dictadura que, lejos de suponer un lastre, constituye una virtud. Además, complementan y suplen parcialmente las carencias de las fuentes documentales en las que las mujeres, por ejemplo, quedan infrarrepresentadas, abriendo la posibilidad de dar voz a quienes tradicionalmente no la han tenido.49 A la hora de escoger a los sujetos entrevistados se ha tratado de mantener el equilibrio entre sexos, pero también entre generaciones, clases sociales y grado de implicación política durante el periodo de estudio, factores que condicionaron la forma en que experimentaron sus vidas cotidianas. El procedimiento seguido ha sido el propio de las historias de vida, entendiendo la entrevista como una conversacion flexible y fluida entre entrevistador y entrevistado en la que este último narra las cuestiones más significativas de su vida. Para ello se ha partido de un cuestionario previamente preparado a modo de guion orientativo. Una vez realizada la entrevista, se ha procedido a su transcripción teniendo siempre presente la necesidad de deconstruir el testimonio.50 Por supuesto, estas fuentes no están exentas de las limitaciones y deficiencias inherentes a todas las fuentes históricas, pero basta con ser conscientes de las «trampas» de la memoria –distorsiones o recuerdos a medida en función de la experiencia vivida y los cambios identitarios experimentados por el sujeto– y de que estas también pueden y deben de ser interpretadas para que ello no represente un obstáculo insalvable.

En este sentido, aunque algunos se refieren a la historia como el conocimiento objetivo por oposición al conocimiento subjetivo representado por la memoria, a la que atribuyen un menor grado de rigurosidad y cientificidad,51 lo cierto es que ambas son formas complementarias de representar el pasado que se construyen socialmente.52 Incluso hay quienes niegan esta distinción, arguyendo que ambas son «actos de rememoración y reunión de evidencias».53 En el diálogo que se establece entre las fuentes escritas, «acabadas y limitadas», y las fuentes orales, «abiertas y vivas», existen puntos de confluencia y de divergencia, potenciaciones y contradicciones.54 La importancia de estas últimas residiría «no tanto en su observación de los hechos, sino en su desviación de ellos, en cuanto permite que la imaginación, el simbolismo y el deseo emerjan. Y estos pueden ser tan importantes como las narraciones factualmente ciertas».55 La dialéctica recuerdo-olvido no está desprovista de intencionalidad, sino que responde a unos determinados anhelos y necesidades tanto individuales como colectivas. Así, en palabras de Thelen, «en un estudio sobre la memoria, lo importante no es hasta qué punto un recuerdo encaja exactamente con un fragmento de la realidad pasada, sino por qué los actores históricos construyen sus recuerdos de una cierta forma en un momento dado».56 El análisis de la memoria resulta de gran utilidad para desentrañar la relación entre los recuerdos y el posicionamiento ideológico-político de los sujetos en el pasado.57 La memoria y la desmemoria nos ofrecen importantes pistas acerca de las actitudes sociopolíticas de los individuos, pudiendo leerse en clave de conformidad o disconformidad hacia el «Nuevo Estado» franquista. Como explicara Alessandro Portelli, uno de los historiadores que con mayor éxito ha trabajado con fuentes orales,

el distanciamiento entre el hecho (acontecimiento) y la memoria no se puede atribuir al deterioro del recuerdo, al tiempo transcurrido, ni quizás a la edad avanzada de algunos de los narradores. Sí puede decirse que nos encontramos delante de productos generados por el funcionamiento activo de la memoria colectiva, generados por procedimientos coherentes que organizan tendencias de fondo.58

3. «NI BLANCO NI NEGRO». LA PALETA DE GRISES DE LAS ACTITUDES SOCIOPOLÍTICAS DE LA POBLACIÓN HACIA LA DICTADURA FRANQUISTA

Los estudiosos de las actitudes han tendido a agruparse en la tendencia de quienes priman los procesos represivos y los comportamientos resistentes, de un lado, y en la de quienes dan prevalencia a las actitudes de consenso y a las prácticas colaboracionistas, de otro. Sin embargo, este libro presta atención a todo el espectro actitudinal, entendiendo que no se trata de dos esferas desconectadas, sino de un continuo. Además, adoptamos un marco cronológico que abarca las distintas etapas de la dictadura, con la indiscutible ventaja que ello entraña a la hora de atender a la evolución del sentir popular hacia el régimen de Franco.59 Asimismo, y a diferencia de lo que ha ocurrido con otras propuestas de clasificación, tratamos de ir más allá del esquema teórico aplicándolo a un caso real y concreto, la historia de vida de una mujer del mundo rural malagueño.

3.1 Clasificación de las actitudes sociopolíticas de la población

Que solo espero el fallo justo y leal de la justicia de Franco, como demostrativo de mi acrisolada conducta y honradez sin tacha (…) Por la España nueva que con tanto ardor defendió aquel héroe y mártir fundador de un credo nuevo por el que dio su vida. ¡JOSÉ ANTONIO! ¡¡¡PRESENTE!!! Y por los que cayeron defendiendo la libertad y el honor de España, con la gloriosa camisa azul, a cuyo Partido en la Sección Femenina milita mi referida hija, y como mujer Española ruego a V.E. y exijo a la ley se me haga JUSTICIA a secas para que resplandezca la verdad, y se me devuelva a mi hijita, alegría de mi casa y consuelo de estos humildes viejecitos que si algún pecado cometieron en su vida fue ser siempre trabajadores, católicos, querer mucho a esa chiquilla que su ausencia nos va a enterrar y adictos siempre a los postulados de FALANGE y con ella a Franco y ESPAÑA (…) ¡Saludo a Franco! ¡Arriba España!60

El fragmento forma parte de la carta enviada por la vecina de Almería Adela Trillo al gobernador civil de su provincia el 23 de junio de 1950. En ella la mujer suplicaba que permitiera la vuelta de su ahijada, apartada del matrimonio después de que la arrendadora de la habitación que tenía alquilada la denunciase por inmoral y escandalosa al utilizar presuntamente la alcoba para la práctica clandestina de la prostitución. Sus exaltaciones de José Antonio Primo de Rivera y de Francisco Franco o sus apelaciones al rol de «mujer española modelo de esposa y de madre» que le correspondía asumir en la Nueva España parecen apuntar hacia un uso inteligente del lenguaje del poder. Mediante el recurso a sus mismas referencias religiosas, patrióticas y de género la remitente esperaba conseguir la gracia de la autoridad.61 Pero ¿era toda esta retórica mera impostura e instrumentalización del discurso del régimen o había sido, aunque fuera parcialmente, interiorizada? Si Adela había sido realmente convencida y, tal y como aseguraba, confiaba en la justicia de Franco, ¿a través de qué discursos y políticas fue conquistada para la causa de la Nueva España?

Como han puesto ya de manifiesto diversos investigadores, las actitudes sociales y políticas fueron heterogéneas y dinámicas. Es por ello que no pueden estudiarse a partir de esquemas dicotómicos reduccionistas que obvian la multiplicidad de factores que conforman la «opinión popular» –cuya existencia bajo regímenes que no garantizan la libertad de prensa resulta discutible– con respecto a las diferentes políticas puestas en marcha por el régimen franquista en sus distintas etapas.62 En esta línea, y frente al modelo binario del blanco o negro, apostamos por una explicación en escala de grises que atienda a los sutiles matices existentes entre el extremo de la adhesión y el de la oposición. Las actitudes sociopolíticas de la población fueron plurales e incluso a veces contradictorias. Un mismo sujeto pudo albergar simultáneamente diversas actitudes respecto a diferentes ámbitos de expresión del poder dictatorial, aceptando unos aspectos y rechazando otros. Y al tiempo, experimentar una evolución actitudinal paralela a la que sufrió la esencia del régimen. La conformación de las actitudes hacia el franquismo se debió a factores tanto materiales como ideológicos y estuvo en función de cuestiones tan diversas como el bando en el que el individuo se implicó durante la Guerra Civil, sus distintos y cambiantes intereses o el peso que concedió en cada momento a sus también múltiples y mutables identidades (familiar, de clase, de género, religiosa o generacional).63

En efecto, el carácter escurridizo de las percepciones ciudadanas impide que podamos referirnos a ellas como compartimentos de límites perfectamente definidos o que podamos hallar una pauta explicativa válida para todo el periodo. Ahora bien, es posible reconocer ese carácter caleidoscópico inherente a las actitudes sin por ello tener que renunciar a su sistematización y definición precisa. Evidentemente, ninguna de las categorías analíticas diseñadas por los investigadores sociales interesados en el estudio de las actitudes será capaz de recoger todos los matices de la subjetividad individual. De hecho, más que ajustarse a la perfección a estas categorías, las actitudes sociopolíticas «reales» de la gente se situarían en los intersticios existentes entre ellas. Pero, como señalara Primo Levi, para explicar y comprender es necesario en cierto modo simplificar, aunque ello entrañe el riesgo de que esa simplificación sea confundida con la realidad, siempre compleja.64

Muestra de ello son algunas de las interesantes propuestas de clasificación de las actitudes sociopolíticas realizadas por investigadores especializados en el estudio de las dictaduras europeas del periodo de entreguerras. En este sentido, sobresale la gradación que realiza Detlev Peukert de los comportamientos disidentes en la Alemania nazi. El historiador alemán toma en consideración la medida en que estas acciones fueron visibles y tuvieron un impacto público, así como el grado en que existió una voluntad de desafiar al régimen. A partir de estos parámetros establece una escala que comienza con la disconformidad ocasional y privada, y continúa con los actos de rechazo, la protesta abierta y, finalmente, la resistencia política.65

En lo referente a la dictadura franquista, destacan las clasificaciones realizadas por historiadores como Ismael Saz o Jordi Font para los ámbitos valenciano y catalán, respectivamente. El primero distinguió entre el consenso activo al que aspiraron los regímenes fascista y nazi mediante la movilización de las masas, y el consenso pasivo propio de otros sistemas dictatoriales como el franquista. Por su parte, Font explicó, a partir de fuentes orales, que en las comarcas del Alt y el Baix Empordà las «formas de convivir» bajo el franquismo, lejos de ser rígidas, se caracterizaron por la variabilidad y la mutabilidad. Concretamente, distinguió entre adhesión sin condiciones, adhesión con divergencias político-morales, pasividad condescendiente o indiferencia aprobatoria, desmovilización política y social, oscilación de la condena político-moral al acomodamiento y, finalmente, disentimiento.66

Más recientemente Óscar Rodríguez, que ha estudiado sobre todo el mundo rural de Andalucía Oriental, ha elaborado otra propuesta de clasificación de las actitudes ciudadanas hacia la dictadura que tomamos como punto de partida aquí. El autor las agrupa en tres esferas: consentimientos, disconformidades y zonas grises, que vendrían a llenar el vacío existente entre las dos primeras. Dentro de los consentidores el autor distingue a su vez entre resilientes (quienes se adaptaron), consentidores pasivos y adeptos. En el grupo de los disconformes, por su parte, los habría habido resistentes, disidentes y, en menor número, opositores. Asimismo, Rodríguez reconoce que entre aquellos que albergaron actitudes de resiliencia y asenso los hubo que puntualmente expresaron tanto disidencia como resistencia.67

GRÁFICO 1

Clasificación de las actitudes sociopolíticashacia el régimen franquista y evolución aproximadade las de Encarnación Lora Jiménez (1940)

Fuente: Testimonio de Encarnación Lora Jiménez (1940), entrevistada en Teba (Málaga) el 16 de junio de 2016. Elaboración propia.

Si observamos el gráfico 1 comprobamos que los dos extremos corresponden al blanco de la adhesión y al negro de la oposición, las posturas de los dos grupos convencidos, los franquistas incondicionales y los antifranquistas netos. Entre los extremos blanco y negro se dibuja una amplia zona en distintas tonalidades de gris, una gradación que oscila entre la aceptación y el rechazo plenos. Así, las «zonas grises» no constituyen una única actitud social, sino todo el espectro de actitudes posibles entre los extremos de la adhesión y la oposición que oscila entre el consenso y la disconformidad. En esta gama cromática se encontraban quienes interiorizaron en gran medida los mensajes de despolitización del régimen, buscaron la «normalidad» perdida con la Guerra Civil y centraron sus esfuerzos en sobrevivir replegándose en el ámbito privado del hogar. Su número fue en aumento a partir de la década de los cincuenta, cuando iba quedando atrás la posguerra y se iba diluyendo paulatinamente la polarización sociopolítica.68

Esta gama cromática intermedia que se oscurece paulatinamente arranca con el «consenso» que logró establecer el franquismo con aquellos que, aun no formando parte del régimen, se sintieron plenamente identificados con él. No obstante, la cuestión de su existencia bajo las dictaduras ha suscitado un importante debate historiográfico, al haber sido puesta en duda o rechazada por algunos autores que entienden que no es posible que los individuos cuyas trayectorias vitales transcurren bajo estructuras autoritarias abriguen libremente este sentimiento.69 En efecto, como señalara Paul Corner, la mayor parte de la gente no pudo elegir libremente sus actitudes, precisamente por lo cual estas requieren de un análisis diferenciado del que se haría en el caso de las democracias.70