Génesis del ideario franquista o la descerebración de España - Luis Negró Acedo - E-Book

Génesis del ideario franquista o la descerebración de España E-Book

Luis Negró Acedo

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Ciertos sectores mediáticos, políticos y académicos llevan tiempo intentando desterrar de los análisis teóricos de la historia de España la palabra fascismo. Como mucho se admite que en la inmediata posguerra el régimen resultante de la guerra civil, influido sin duda por Alemania e Italia, se facistizó, pero nunca llegó a convertirse en un sistema totalitario. Esta obra se adentra en aquella etapa negra y expone qué ideas sustentaron el primer franquismo y quiénes fueron los encargados de crearlas y exponerlas. A través del estudio de las tres revistas más influyentes 'Escorial', 'Revista de Estudios Políticos' y 'Arbor' se analiza la evolución ideológica del régimen desde el discurso falangista filonazi hasta la adaptación nacional-católica, una transformación camaleónica que no podía ocultar el fondo antiliberal y reaccionario del pensamiento franquista.

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Seitenzahl: 436

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Génesis del ideario franquista

O LA DESCEREBRACIÓN DE ESPAÑA

GÉNESISDEL IDEARIO FRANQUISTA

O LA DESCEREBRACIÓN DE ESPAÑA

Luis Negró Acedo

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© Luis Negró Acedo, 2014

© De esta edición: Publicacions de la Universitat de València, 2014

Publicacions de la Universitat de València

http://puv.uv.es

publicacions@uv.es

Ilustración de la cubierta: Edificio Central del CSIC (Madrid)

Maquetación: Inmaculada Mesa

Corrección: Pau Viciano

ISBN: 978-84-370-9534-9

ÍNDICE

PRÓLOGO, Francisco Espinosa Maestre

INTRODUCCIÓN

I. DEMOLICIÓN DE UNA IDEA DE LA CULTURA Y DE LA CIENCIA 23

1.  Asalto a la institución libre de enseñanza

2.  Marcelino Menéndez Pelayo, referencia cultural privilegiada

II. EL PENSAMIENTO NACIONALSINDICALISTA

ESCORIAL, REVISTA DE CULTURA Y LETRAS

1.  Editorial

2.  El hombre y la sociedad

3.  Lectura de la Historia

4.  Principios filosóficos de referencia

5.  Colaboradores liberales

6.  Los valores sociales del nacionalsindicalismo

III. ELABORACIÓN DEL IDEARIO FRANQUISTA

ESTRUCTURACIÓN DE LA REVISTA DE ESTUDIOS POLÍTICOS

1.  Sistema de ideas

2.  Forma de Estado

La falange en la nueva definición del estado

3.  Del nacionalsindicalismo al nacionalcatolicismo

4.  Modelo ideológico del hombre nacionalcatólico

5.  Tratamiento de la guerra civil

6.  Antiliberalismo

7.  Del Imperio a la Hispanidad

8.  Visón de la cultura

9.  El tomismo como filosofía de referencia

IV. EL TRIUNFO DEL NACIONALCATOLICISMO

LA REVISTA ARBOR, ALTAVOZ DEL CATOLICISMO TRIDENTINO

1.  Discurso de la iglesia

2.  Discurso filosófico

3.  Modelos y contramodelos

4.  Hispanidad e iberismo

5.  Interpretación de la historia

6.  España sin problema

V. COROLARIO

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE DE NOMBRES

PRÓLOGO

Ciertos sectores mediáticos, políticos y académicos llevan tiempo intentando desterrar de los análisis teóricos sobre nuestra historia reciente la palabra fascismo. Se acepta sin problema la existencia del fenómeno en la Europa de entreguerras, pero se tiene sumo cuidado en sacar a España de ese contexto. Como mucho se admite que en la inmediata posguerra el régimen resultante de la guerra civil, influido sin duda por Alemania e Italia, se facistizó. Hasta ahora, cuando buscábamos los orígenes de esta teoría, tomábamos por referencia al sociólogo Juan José Linz, que fue quien a comienzos de los años sesenta y desde eeuu, donde vivía, estableció que una cosa son los regímenes totalitarios como la Alemania nazi o la urss, y otra muy diferente los sistemas autoritarios como el español. Según Linz, el franquismo, a diferencia de los regímenes aludidos, nunca intentó imponer una ideología dominante, de ahí que, aun siendo autoritario, pudiese evolucionar hacia un sistema democrático. También mantuvo que incluso en sus peores momentos el régimen tuvo sus destellos liberales. Como era de suponer el franquismo acogió con gusto estas ideas y las divulgó. La Transición mantuvo este equívoco y los medios de comunicación, empezando por El País, las publicitaron, de forma que no resulta extraño que «contra la aparente dominación absoluta del fascismo en la posguerra», haya quien defienda «la subsistencia de la tradición liberal».1 O que se haya convertido en habitual la alusión a los «falangistas liberales», como si pudiera existir tal cosa.

Si el sistema resultante del golpe militar del 18 de julio y de la guerra civil consecuencia de su parcial fracaso no había sido fascista ni totalitario, ¿por qué no considerar que fue la propia evolución del régimen la que derivó hacia una supuesta situación predemocrática que sería la clave de la transición? Esto explicaría el éxito del proceso y daría sentido a acuerdos preconstitucionales de largo alcance como la Ley Electoral, el Concordato y la Ley de Amnistía; otros, como el pacto de silencio, serían tácitos. De esta forma, no solo era el futuro sino también el pasado el que quedaba atado y bien atado. Así se entiende que la derecha interpretara el movimiento en pro de la memoria histórica surgido a fines de los noventa como una ruptura del pacto de no mirar atrás, de no remover el pasado o, como se pudo leer no hace mucho en algún medio, de «no manipular la historia».2 En cualquier caso, la guerra de memorias de estos años acabó al gusto de la derecha permanente: con una Ley de Memoria que dejó de lado lo fundamental, una escandalosa maniobra para expulsar al juez Garzón de la carrera judicial, y una descarada y creciente negativa de los centros de poder controlados por el pp a acatar incluso la tímida normativa aprobada por la mencionada ley acerca de la eliminación de vestigios franquistas.

Es en este contexto, en un país en el que una derecha que nunca ha roto con el franquismo acaba de recuperar el poder en plena marea neoliberal y con el capitalismo a toda máquina, en el que surge un trabajo como el de Luis Negró Acedo, profesor de Literatura Española en la Universidad de Caen, sobre los orígenes del ideario franquista. Para él se trata de volver a un territorio ya conocido desde que realizara su tesis sobre la literatura en los primeros tiempos del franquismo, parte de la cual vio la luz hace unos años.3 Ahora aplica su mirada crítica sobre la cultura y el pensamiento político de un período muy concreto, de 1939 a 1945, años que han sido borrados del discurso dominante –no se olvide que ahí están los terribles años del hambre, quizás el peor método de terror usado por el fascismo español contra los vencidos– y de las biografías de muchos personajes que alcanzaron su cenit en la etapa final de la dictadura y en los años siguientes. Tampoco el autor es ajeno a este blanqueo biográfico y a los avatares de cierta gente en la Transición, ya que a ello dedicó un magnífico trabajo sobre el diario de referencia en esos años titulado El diario El País y la cultura de las élites durante la transición (Madrid, foca, 2006). Sirva como ejemplo de esta práctica por parte de algunos miembros del mundo académico la biografía que el ya mencionado Jordi Gracia, profesor de Literatura de la Universidad de Barcelona, dedicó a uno de los principales elementos de Falange bajo el título La vida rescatada de Dionisio Ridruejo (Anagrama, Barcelona, 2008). La particularidad de este trabajo es que solo rescata la vida del líder falangista desde 1942, con lo cual nos priva de conocer su vida anterior, especialmente durante la República, el golpe militar y la guerra, y los años clave que van de 1939 a 1942.4

Luis Negró concentra su investigación en el análisis de tres revistas: Escorial, Revista de Estudios Políticos y Arbor. Para ello comienza por explicar las causas del desierto cultural del que se partió una vez que los vencedores dieron por concluida la destrucción de la Institución Libre de Enseñanza, cuya obra (la Junta de Ampliación de Estudios, el Centro de Estudios Históricos, la Residencia de Estudiantes, etc.) y patrimonio pasaron íntegramente al Opus Dei a través del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas). Paralelamente se acometió una purga sin precedentes del profesorado desde primaria a la universidad que acabó con la diversidad ideológica natural en cualquier colectivo humano, poniendo todo en manos del personal más conservador y reaccionario. Resulta evidente que lo que deseaba el sector católico y especialmente el Opus Dei era apropiarse de esa «poderosa fuerza secreta» que fue la Institución.

El repaso a Escorial pone en evidencia el carácter abiertamente fascista de sus colaboradores y la larga vida de muchos de los tópicos creados entonces. Personajes clave de la revista fueron Dionisio Ridruejo, director general de Propaganda entre 1938 y 1941, y Pedro Laín Entralgo. Respecto al primero, por más que luego cambiara, Negró nos pone en la pista de que su alejamiento del régimen en 1942 fue más por falta de fascismo que por falta de liberalismo. En Escorial pueden leerse las ocurrencias, por llamarlas de alguna manera, además de los citados, de Eugenio Montes, Alfonso García Valdecasas, Juan José López Ibor, Antonio Tovar, José Antonio Maravall, Gonzalo Torrente, Javier Conde... Estamos ante un selecto grupo representativo del fascismo español, partidarios del Estado totalitario y admiradores de Hitler. Un miembro del psoe como Ignacio Sotelo mantuvo a comienzos de los ochenta un pequeño debate con el historiador Herbert Southworth en el que afirmó, refiriéndose a Ridruejo y Tovar, que quien no hubiese comprendido que en esos años se podía ser fascista, inteligente y honrado es que no había entendido nada. Y todo porque Southworth había dicho que no entendía tanta loa a los fascistas mencionados y tanto olvido de honrados antifascistas como Juan Negrín.

Las referencias de los colaboradores de Escorial son Trento y Menéndez Pelayo; su misión, por mucho que la adornen, no era otra que justificar el franquismo de las formas más peregrinas. Los textos seleccionados por el autor muestran que la ideología de Falange era mera retórica dictada por las circunstancias de cada momento. También hubo colaboradores liberales pero todos tuvieron en cuenta la ideología de la revista. Ahí se fijan los tópicos históricos que tanto han durado, tales como la negación de la Ilustración (siglo XVIII) y del liberalismo (siglo XIX), y la exaltación de la España imperial (de los Reyes Católicos a Felipe II), de la que Franco vendría a ser continuador. Este uso de la historia se prolongará durante décadas. Del siglo XIX, por ejemplo, solo se salvarán la llamada Guerra de la Independencia, Fernando VII y la Restauración; el resto, las Cortes de Cádiz, el Trienio, las desamortizaciones, la Gloriosa y la Primera República, será borrado de los programas de enseñanza, como podemos atestiguar incluso quienes cursamos estudios de historia en la universidad de los años setenta. Tiene su explicación, ya que como nos recuerda Luis Negró, según uno de los colaboradores de la revista, hay hechos históricos que han de quedar fuera de la historia por motivos de orden público u orden ético.

Al igual que Escorial la Revista de Estudios Políticos, dirigida por García Valdecasas, quedó también bajo control de FET-JONS. El autor expone los contenidos y analiza su orientación ideológica, abierta a los diferentes grupos que apoyaban la dictadura. Parte de los colaboradores son los mismos de Escorial. De especial interés resulta el análisis que se realiza de los cambios que la realidad política europea va imponiendo al ritmo de la Segunda Guerra Mundial, cuyo punto de inflexión sería 1942 con el inicio de la decadencia nazi. Palabras que significaron una cosa, deben significar a partir de entonces otra o incluso lo contrario. Sería el caso de la palabra totalitario. Este ejercicio de cinismo político va en paralelo al abandono del fascismo y a la exaltación del catolicismo como elemento central de la sociedad y del Estado. Resulta asombroso comprobar, a medida que los fascismos se hunden, el esfuerzo que conocidos catedráticos de universidad se toman para demostrar que España no es lo que parece, sino la vanguardia de lo que ha de venir: una democracia y un Estado de Derecho. Estos cambios acarrean una redefinición general de ideas y conceptos que Luis Negró expone con singular agudeza, no exenta de cierta ironía en ocasiones. Son numerosos los textos que moverían a la risa si no fuera porque sabemos el contexto social, económico y político en que tal cúmulo de sandeces fueron escritas.

Está bien trazado el paso del Nacional Sindicalismo al Nacional Catolicismo y la insistencia en presentar a España como «reserva espiritual de Occidente» y modelo y solución para Europa. La presencia de los colaboradores católicos va en aumento y los efluvios fascistas van disipándose poco a poco. Al mismo tiempo, como la inicial «voluntad de Imperio» ha quedado en nada, el Franquismo vuelve sus ojos a Hispanoamérica en medio de una verborrea plúmbea sobre la Hispanidad que llega a convertirse en discurso habitual durante años. Negró capta las huellas del miedo que se apodera de la élite dirigente con el final de la guerra mundial. El régimen se queda sin sus apoyos nazi-fascistas y tiene que atender a dos frentes: el exterior, con la condena de la onu, y el interior, con la urgencia de ciertos sectores favorables a Franco en que se garantice el retorno a la monarquía. Esto se plasmará en la Ley de Sucesión de 1947.

El autor estudia finalmente la revista Arbor, controlada por el Opus Dei y que verá la luz en 1944. Aquí entramos en el terreno del catolicismo integrista, con nombres como el ministro beato Ibáñez Martín, en cuyas manos se pone nada menos que la educación del país; el fraile López Ortiz y el sacerdote opusino José María Albareda, al que se coloca al frente del CSIC. Entre los colaboradores algunos de las revistas anteriores y numerosos curas.

La evolución ideológica de 1939 a 1945 queda claramente trazada por Luis Negró, que insiste con razón en que no estamos simplemente ante unas revistas orientadas hacia las élites franquistas que apenas ejercían influencia fuera de esos círculos. No, se trata de reflejar la deriva ideológica del franquismo inicial y de sus principales colaboradores, catedráticos bajo cuya influencia se formaron varias generaciones de universitarios y que, con la elección de algunos de sus colaboradores mediante cooptación, dejaron marcado el camino a seguir para otras cuantas promociones.

Y volviendo al principio, el trabajo desvela de dónde surgieron las ideas de Linz. Este, nacido en 1926, se formó en Falange, donde destacó, y con Javier Conde; de hecho llegó a colaborar en la Revista de Estudios Políticos. Es difícil no acordarse de él cuando se leen las asombrosas cabriolas mentales de la intelectualidad franquista para demostrar que España no había sido ni era un país totalitario. Luego demostrará haber aprendido la lección. La lectura del trabajo de Luis Negró alerta, como él mismo advierte, sobre la permanencia de algunas de las ideas y conceptos creados en aquella etapa en la España actual. Herencia de esas ideas son el desprecio por la política –terrible la frase de Franco: «Más sincera es la voluntad de un pueblo cuando lucha que cuando vota»–; la visión tópica y maniquea de nuestro pasado histórico, que se resiste a desaparecer, y la posición de la Iglesia española, con sus privilegios intocados y con tal omnipresencia en el espacio público y civil que cada día parece añorar más los tiempos del nacionalcatolicismo.

Hacía falta adentrarse en aquella etapa negra y recordarnos qué ideas sustentaron el primer franquismo y quienes fueron los encargados de crearlas y exponerlas. Sobre todo teniendo en cuenta que con ellas y con sus responsables se formó buena parte del personal que ocupará los centros de poder a partir de la Transición. Quizás esto explique algunas de las particularidades de nuestra democracia. De aquí el innegable interés del trabajo de Luis Negró.

FRANCISCO ESPINOSA MAESTRE

1 Jordi Gracia, La resistencia silenciosa, Barcelona, Anagrama, 2004, p. 23.

2La Gaceta, 9 de noviembre de 2011.

3 L. Negró Acedo, Discurso literario y discurso político del franquismo. La literatura como soporte y correa de transmisión de los postulados ideológicos de la dictadura (1936-1966), Madrid, foca, 2008.

4 Véase también L. Negró Acedo, «Dionisio Ridruejo: del fascismo a la democracia y de la democracia al panteón. O del buen uso de la historia», Pasajes, 34, invierno 2010-2011, pp. 111-126.

INTRODUCCIÓN

En el prólogo de La filosofía española en América, José Luis Abellán escribe que los pensadores españoles de los años 1920-1930 «estaban cambiando el panorama cultural de España», y se pregunta «¿qué hubiera pasado si no se hubiesen visto obligados a salir violentamente del país para no poder volver a integrarse en el mismo?»; la respuesta es inmediata: se trata, dice, de una «de las preguntas a las que no podemos ni queremos contestar».1 Se puede pensar que el verbo querer tiene solo la función de reforzar la imposibilidad de hacerlo, porque la primera parte de la proposición ha estipulado ya la inviabilidad de tal tarea. Por el contrario, a lo que sí queremos y podemos contestar es a las preguntas ¿cuál fue la andadura del pensamiento en España?, ¿cuáles fueron y cómo se desarrollaron y expresaron las ideas en el país, en el vacío que había causado el violento corte de la guerra civil?

Los estudios sobre la cultura española durante el franquismo suelen señalar, como punto de partida, el desierto cultural en el que se instaló el nuevo régimen; desierto de ninguna forma accidental o provocado por una catástrofe natural, sino, precisamente, resultado del violento asalto al poder que ese régimen había perpetrado, de la brutal destrucción no solo de todo lo que la Segunda República había representado para el país, sino de todo lo que, en la esfera de las ideas, estaba empezando a adquirir una cierta madurez. El hecho fue tanto más catastrófico cuanto que, entre el último tercio del siglo XIX y 1939, España había vivido uno de los períodos culturales más brillantes de su historia. Había que remontarse a los siglos XVI-XVII, al período conocido como la edad de oro, para encontrar una producción cultural del mismo calibre. La literatura, la filosofía, la pintura, el teatro, el cine o el debate a través de periódicos y revistas de las más variadas tendencias, tanto estéticas como ideológicas, se había situado en unas cotas nunca alcanzadas ni antes ni después de esos años, a pesar incluso de los siete años de la dictadura del general Primo de Rivera (1923-1930). Tal afirmación es difícilmente rebatible a la vista del número y la calidad de intelectuales y artistas que tuvieron que salir de España durante y al finalizar la guerra civil para poner a salvo sus vidas o su libertad, porque se habían puesto al lado de la República. Todo ello es sobradamente conocido, y no es nuestra intención aquí volver sobre el recorrido y las obras de esos hombres, tratados ya en numerosos estudios a partir de los años 1960, y en particular después de la muerte del dictador.2 Lo que sí nos interesa es ver más de cerca ese denominado desierto que, a nuestro parecer, ha sido más o menos voluntariamente deformado o desenfocado, cuando no interesadamente transformado en estudios y comentarios sobre ese período de la historia cultural de España. Para comprender lo que se piensa hoy en España, hay que examinar con cierto detenimiento el basamento sobre el que se apoyan, en mayor o menor medida, si no las ideas, sí la manera de pensar, de afrontar y de expresar esas ideas. Guste o no guste, esa forma de entender y de expresarse se ha fraguado durante los cuarenta años de una dictadura que persiguió por todos los medios, de preferencia violentos, cualquier actitud o idea que no entrara en sus moldes, y nadie puede salir indemne de ese largo atraso cultural, de censura de todo lo que no fuera pensar como quería el dictador y los grupos sociales que lo apoyaban, es decir no pensar. Tanto más cuanto que la enseñanza, a todos los niveles, estaba en manos de esos grupos. A partir de la escuela primaria y hasta la universidad, maestros y profesores iban a hacer grandes esfuerzos para apartar las mentes de sus alumnos todo lo que se saliera de esos moldes, elaborando un discurso del saber del que la actitud crítica estaba absolutamente desterrada.

Desde el final de la dictadura, y sobre todo durante la transición, una gran mayoría de los estudiosos de la cultura española a partir de la guerra civil presentaron una visión del «desierto cultural» de la postguerra que puede calificarse al menos de confusa, cuando no de claramente interesada para limar asperezas con vistas a un paso «sin rupturas», que era la dirección que las clases dominantes tomaron para pasar de la dictadura a la democracia. Para efectuar así ese paso, había no solamente que silenciar bastantes desmanes del franquismo, sino «reinterpretarlos» –puede leerse tergiversarlos– según la obligatoria actitud del paso de uno a otro sistema sin rupturas; y entre esos hechos estaban los de la cultura; o mejor, los de la destrucción de la cultura que emprendió, concienzuda y violentamente el franquismo. Pero el silencio y la tergiversación, que, en su momento, fueron aceptados por las oposiciones políticas o intelectuales, como único medio para hacerse visible ante el país y poder más tarde conquistar el poder, sin perjuicio de volver después sobre el pasado, se ha ido convirtiendo para los medios de difusión de ideas, en la versión oficial y considerada como inmutable de los hechos.

Esa versión, a la que hemos tenido que enfrentarnos en repetidas ocasiones cuando hemos tratado de analizar esa época de la cultura española, nos ha llevado a pensar que sería saludable sacar a la luz el contenido de eso que se ha dado en llamar el desierto cultural de la postguerra civil en España. Los estudios existentes sobre el proceso de desculturación que emprendió el franquismo una vez destruida la Segunda República, encaminados a sacar a la luz las diferentes corrientes que formaban el conglomerado ideológico del franquismo, han llegado a distinguir los diversos componentes sociales y culturales de los grupos que compartieron el poder durante la dictadura. Actualmente, se conocen bien las líneas generales de evolución ideológica del régimen impuesto a los españoles por el general Franco, que pueden resumirse en escasos puntos fundamentales, diferentemente calificados según iba evolucionando el mundo occidental en el que estaba inmerso. Nuestra intención es examinar el contenido del discurso franquista, ahora en el ámbito de las ideas, como en otro lugar hicimos con el de la producción novelística.3 Se tratará, pues, de analizar los soportes más importantes en los cuales aparecen expresadas las ideas que debían guiar la sociedad que el franquismo quería controlar, de precisar cómo se expresan en ellos esas ideas y cuál es su contenido concreto. Si logramos con ello esclarecer lo que hay tras conceptos como nacionalsindicalismo o nacionalcatolicismo, ampliamente empleados en los libros que estudian el franquismo en sus comienzos, sin pararse mucho en definir con exactitud o en desentrañar lo que esos conceptos contienen, habremos contribuido por un lado a deshacer algunos equívocos, interesados o no, que de forma cada vez más insidiosa suelen servir para referirse a la historia reciente de España, y por otro a ayudar a los estudiantes que, en universidades españolas y extranjeras, afrontan ese período de la historia de España sin saber demasiado bien qué quieren decir esos términos. Lo que para los que vivimos un período importante de la vida bajo el franquismo era evidente, o lo es para los que se especializan en la historia política o cultural de ese período, no lo es para los que, afortunadamente para ellos, no lo vivieron y quieren saber sin llegar a la especialización, o deben saber para poder comprender cómo es posible que, en noviembre 2010, en una visita a España, el papa Benedicto XVI no parezca encontrar objeción para declarar que está preocupado por «el laicismo agresivo» que existe en España; y para que las cosas queden claras, vincule tal afirmación con lo que él llama el anticlericalismo de la Segunda República.4

Los estudios sobre el franquismo han convertido en casi una regla metodológica la división de la dictadura en los diferentes períodos temporales que corresponden, no a los cambios en la orientación política del régimen, sino a su adaptación a la marcha de la historia en Occidente, lo que permite una mejor comprensión de las aparentes variaciones del discurso del poder sin que este cambiara fundamentalmente nada en su línea política. Así, del apoyo claro a las potencias del Eje durante la Segunda Guerra Mundial, se pasará a un discurso pseudoliberal para acercarse a las democracias que habían vencido a Alemania e Italia en 1945. En su libro Pensamiento español 1939-1973,5 Elías Díaz sigue más o menos ese esquema para estudiar la evolución de las ideas hasta principios de los años 1970, incluyendo en él las producciones culturales del exilio republicano. El presente estudio quedará circunscrito al período 1939-1945; en primer lugar porque no se tratará del pensamiento español, sino del pensamiento o de las ideas franquistas, tal como aparecen expresadas en los órganos culturales puestos en circulación, y, por supuesto, controlados por el Estado; además, porque consideramos que si se puede hablar del pensamiento del franquismo, este se fraguó en esos años; los valores a los que continuamente se refirió el poder y los hombres e instituciones en los que se apoyaba, los esquemas mentales e incluso la retórica empleada para expresarlos, desembarazada de algunos tics claramente fascistas de los primeros tiempos, fueron siempre los mismos hasta la muerte del dictador. La verdadera tarea de pensar en España, lo que podríamos calificar, con propiedad, de ideas, se situaron siempre fuera y en contra del espacio oficial, y hasta mediados de los años 1960 no empezaron a poder expresarse más o menos públicamente y más o menos tímidamente. Es muy revelador que el único libro producido y publicado en España entre 1940 y 1945, señalado como importante por Elías Díaz, en el estudio a que nos hemos referido, sea la Historia de la filosofía (1941), de Julián Marías, filósofo católico situado al margen del entramado oficial –con el que colaborará ocasionalmente–, y que una de las características de ese libro, fuera, según el autor, que para elaborarlo tuvo que pensar.6

En la escuela, en la Universidad, y en la producción cultural sostenida por el poder o que se desarrollaba en su círculo, las ideas, hasta la muerte del dictador, siguieron siendo fundamentalmente las elaboradas en los años que van del final de la Guerra Civil a la terminación de la Segunda Guerra Mundial. Bastaría recorrer las intervenciones y discursos del dictador a lo largo de los años, para darse cuenta de la repetición ad nauseam de los mismos principios, que flotan en un mar de retórica sin relación con ninguna realidad o ni siquiera con ninguna lógica que no fuera la de la retórica misma que los estructuraba. Los dos párrafos que siguen, pertenecientes a dos discursos del general Franco, pueden servir de ilustración de nuestro propósito. El primero pertenece al comienzo de la dictadura, el segundo, al último del dictador, algo más de un mes antes de su muerte:

Salamanca, junio de 1938.

Proclamamos al mundo nuestra verdad, y éste no quiso o no pudo oírla, apagadas nuestras voces por el rugido fiero e inhumano de los Frentes Populares, de los agentes comunistas y de los ofuscados demócratas que han ayudado a los rojos de España, no tanto por amor a su causa, cuanto por odio a nuestro pueblo: Frente a nuestras verdades de la guerra y a la verdad de nuestra política social y de nuestra justicia, prevalecieron las falsas apelaciones a la democracia y los toques a rebato de las Internacionales.7

Madrid, 1 de octubre de 1975.

Gracias por vuestra adhesión y por la serena y viril manifestación pública que me ofrecéis en desagravio a las agresiones de que han sido objeto varias de nuestras representaciones y establecimientos españoles en Europa que nos demuestran una vez más, lo que podemos esperar de determinados países corrompidos que aclara perfectamente su política constante contra nuestros intereses. [...].Todo obedece a una conspiración masónica izquierdista en la clase política en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social, que si a nosotros nos honra, a ellos les envilece.8

En esos principios debía quedar enmarcada la producción intelectual aspirante a ser reconocida oficialmente de una forma o de otra. La salida del rectorado de las universidades de Madrid y Salamanca de Pedro Laín Entralgo y Antonio Tovar, en 1956, por haberse apartado ligeramente de la línea del poder, son muestras lo suficientemente significativas de ello; tanto más cuanto que ni los dos hombres, ni su obra, eran lo que se pudiera llamar intelectuales enfrentados al sistema; todo lo contrario, habían contribuido a su elaboración. Casi diez años después, el franquismo daría otra muestra de lo que debían ser las ideas en España, de cómo se debía pensar: en 1965, serían apartados de sus cátedras de la universidad de Madrid José Luis López Aranguren, Enrique Tierno Galván y Agustín García Calvo, estos ya más claramente opuestos a la dictadura. Y, por si no quedara claro, el texto de un intelectual del franquismo, catedrático de la Universidad de Madrid, escrito en 1974, apenas un año antes de la disolución de la dictadura, despejaría cualquier duda al respecto. En el prólogo del tomo IX de Las mejores novelas contemporáneas, 1935-1939, colección editada por Planeta, el catedrático de la Universidad de Madrid, Joaquín Entrambasaguas, escribe:

[...] los tradicionalistas, aquellos héroes del pensamiento español, en perpetua y noble guerra desde tantos años antes –vida y luz del claudicante y pródigo siglo XIX, que siguió a 1808 frente al repugnante liberalismo de izquierdas y derechas; con los [...] monárquicos [...] y con aquellos muchachos de Acción Católica [...] [y] otras agrupaciones animadas del mismo espíritu salvador de Dios y de España [...] que habían de constituir el fermento del Movimiento Nacional y hacerlo triunfar bajo la égida del Caudillo Francisco Franco.9

Así, en el ámbito político, las ideas debían apartarse del liberalismo que había producido el siglo XIX; el texto anterior es solo una muestra de lo que el régimen repitió durante cuarenta años, por boca o pluma de todos sus representantes, empezando por el primero de ellos. España, decía Franco, se ha «separado de los patrones políticos estilo liberal, tan siglo XIX», ya que «el fracaso experimental reiterado descartaba las soluciones de constitucionalismo habituales a partir del [ese] siglo».10 La filosofía, por su parte, no debía apartarse del dogma católico, lo que la alejaba de todo el pensamiento moderno producido en Occidente desde el siglo XVII, es decir desde el concilio de Trento, que era el referente absoluto de la Iglesia católica durante el franquismo, y que, siendo el catolicismo el horizonte insuperable del régimen (parafraseando a Sartre), era también el límite que el pensamiento debía tener siempre presente.

Intentaremos trazar aquí un panorama, lo más amplio posible, de las ideas que van a querer rellenar el vacío producido por el derrumbamiento de la Segunda República y el exilio de sus representantes intelectuales más conspicuos, del pensamiento que va tratar de poblar el desierto cultural producido por la llegada al poder de una dictadura de origen fascista. Buscaremos ese pensamiento en los principales soportes en que se expresó, y en algunas de las obras de los intelectuales más representativos de lo que se llamó el nacionalsindicalismo, es decir el fascismo español, y del nacionalcatolicismo: la Acción Católica y el Opus Dei. Y esos soportes son: la revista Escorial, órgano del grupo de intelectuales falangistas que tuvo en sus manos el Servicio Nacional de Propaganda; la Revista de Estudios Políticos, órgano del Instituto de Estudios Políticos, controlado también por FET y de las JONS, y la revista Arbor, portavoz del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en manos de la facción autoritaria del catolicismo español, Asociación Católica de Propagandistas (acndp) y Opus Dei.

1 José Luis Abellán, Filosofía española en América (1936-1966), Madrid, Ediciones Guadarrama, 1967, p. 15.

2 Ver, por ejemplo, José Luis Abellán, Filosofía española en América (1936-1966), antes citado, o los seis volúmenes de El exilio español de 1939, Madrid, Taurus, 19746-1978, obra dirigida por el mismo José Luis Abellán, por solo citar algunas.

3 Cf. Luis Negró Acedo, Discurso literario..., op. cit.

4El País, 6 de noviembre de 2010.

5 Elías Díaz, Pensamiento español 1939-1973, Madrid, Editorial Cuadernos para el Diálogo, 1974.

6 Julián Marías, Una vida presente. Memorias 1, Madrid, Alianza Editorial, 1988-1989, pp. 298-299.

7 Discursos y mensajes del jefe del Estado, <http://www.generalisimofranco.com>.

8 Este discurso puede encontrarse en la Hemeroteca Internet de los diarios abc o Van-guardia, por ejemplo.

9 Joaquín Entrambasaguas, prólogo a Las mejores novelas contemporáneas (1935-1939), tomo IX, Barcelona, Editorial Planeta, 1974, p. XIV.

10 Francisco Franco, Discursos del 31 de diciembre de 1951 y de 1958.

I.  DEMOLICIÓN DE UNA IDEA DE LA CULTURA Y DE LA CIENCIA

Antes de entrar a analizar las ideas en las que empezó a asentarse el franquismo, nos parece imprescindible mostrar los métodos que, como obligatorio preámbulo a la elaboración de esas ideas, emplearon los hombres del régimen para borrar, sería más apropiado decir aniquilar, las ideas que habían sostenido la Segunda República y que, a su vez, esta había intentado llevar a la práctica e incluso, en algunos casos, institucionalizar.

Nos referiremos en particular a la Institución Libre de Enseñanza, ya que representó, tanto desde el punto de vista de las ideas como desde el de la práctica de la enseñanza, una de las instituciones más representativas de la Segunda República, que siempre proclamó la educación de los españoles como una de sus prioridades, y por ello la más odiada en los medios intelectuales conservadores. Los furibundos ataques a la Institución y a sus hombres que llevaron a cabo los medios reaccionarios, ya durante la República y, sobre todo, cuando se acabó la guerra civil, ayudan a comprender mejor los métodos de persecución de la dictadura de todo lo que no estuviera, de cerca o de lejos, de acuerdo con sus principios, al mismo tiempo que ponen de manifiesto las ideas en que se apoyan estos métodos; ideas que se expresan con brutal simplicidad en esos ataques, y que luego aparecerán desarrolladas, envueltas en una retórica apropiada, en las producciones culturales franquistas.

1.  ASALTO A LA INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA

La Institución Libre de Enseñanza aparece en 1876, creada por Francisco Giner de los Ríos, después de haber sido excluido de su cátedra en la Universidad de Madrid, por haberse negado a someterse a lo dispuesto en el Decreto del 26 de febrero de 1875 sobre disciplina académica. En aplicación de dicho decreto, una circular del ministro de Fomento, Manuel de Orovio, recomienda a los rectores de las universidades que eviten la enseñanza de doctrinas religiosas que no sean las del Estado. La recién estrenada Restauración monárquica en la persona de Alfonso XII, y el gobierno de Cánovas del Castillo, cabeza del partido liberal-conservador, artífice de la restauración, justificaba esta decisión arguyendo que,

cuando la mayoría y casi totalidad de los españoles es católica y el Estado es católico, la enseñanza oficial debe obedecer a este principio, sujetándose a todas sus consecuencias. Partiendo de esta base, el Gobierno no puede consentir que en las cátedras sostenidas por el Estado se explique contra un dogma que es la verdad social de nuestra patria.1

No solo Giner, sino otros catedráticos como Emilio Castelar, Nicolás Salmerón (presidentes estos de la Primera República) o Gumersindo Azcárate, que pertenecían o habían pertenecido al círculo de los entonces llamados krausistas, serían excluidos de sus cátedras y reflexionarían con Giner sobre la creación de la Institución, cuya finalidad debía ser la de «armonizar la libertad que reclama la investigación científica y la función del profesor, con la tutela que ejerce el Estado»2 sobre la educación, sustrayéndola a esa tutela.

La Institución, que en principio estaba destinada a los estudios universitarios, se dedicó luego principalmente a los estudios secundarios y primarios y fue adquiriendo cada vez más influencia en los medios liberales, abiertos no solamente a las ideas que venían de Europa, sino a sus métodos de enseñanza, como las excursiones didácticas, la observación directa de la naturaleza, etc. A principios del siglo XX, la Institución afirmará su influencia en las elites del país, y logrará introducirse en los organismos e instituciones estatales. De lado ya las ideas de Krause, alrededor de las cuales se habían ido formando los hombres que habían fundado la Institución, su tarea iba a centrarse, en el primer tercio del siglo XX, en la formación de las elites liberales llamadas a dirigir el país y a modernizarlo. En 1907, un real decreto crea la Junta de Ampliación de Estudios, que será considerada como la heredera del espíritu de la Institución. En la primera mitad de 1910, la Junta va a promover la creación de dos organismos que tendrán también una importancia capital en el ámbito de la ciencia, de la educación y de la cultura del país: en marzo aparece el Centro de Estudios Históricos, y en mayo la Residencia de Estudiantes. La labor de los institucionistas se completará durante la Segunda República con la creación, en 1931, de las Misiones Pedagógicas, encargadas de la difusión de la cultura por los lugares más retirados e incultos de España. Las misiones fueron obra de Manuel Bartolomé de Cossío, ligado a la Institución Libre de Enseñanza desde sus comienzos en 1876, primero como alumno y luego como profesor, y serían completadas por La Barraca, la compañía de teatro dirigida por Federico García Lorca, creada también en 1931, siendo ministro de Instrucción Pública Fernando de los Ríos, sobrino del fundador de la Institución y educado en ella.

El desarrollo de las ciencias, del pensamiento y, en general de la cultura llevado a cabo por los institucionistas en la España del primer tercio del siglo XX, era y es lo suficientemente conocido como para que no tengamos que volver sobre ello. Y no solamente en los medios intelectuales o especializados, sino en el gran público; basta decir que el primer director de la Junta de Ampliación de Estudios fue Ramón y Cajal, premio Nobel de Medicina 1906; y todo el mundo sabe que Federico García Lorca, Luis Buñuel y Salvador Dalí, tres artistas universales, fueron pensionistas la Residencia de Estudiantes, creada también por los institucionistas.

Toda esa labor, comenzada a finales del siglo XIX, alcanzaría una suerte de esplendor con la Segunda República, cuyos dirigentes, algunos de ellos institucionistas, la facilitarían y apoyarían. El resultado de la guerra civil va a acabar brutalmente con todo ello; los directores, profesores y colaboradores que no murieron en la contienda o fueron encarcelados, estuvieron obligados a exiliarse o fueron apartados de toda actividad si se quedaron en España. Los organismos e instituciones, así como sus locales, pasaron a depender del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, organismo que Franco puso en manos del Opus Dei. Las ideas que los institucionistas querían poner en práctica estaban en las antípodas de lo que el franquismo pretendía imponer, y por ello serían perseguidas y denigradas como le serían todas las opiniones políticas, religiosas o sindicales que no estuvieran en la línea del régimen salido de la guerra civil. Así, el ámbito de la educación, en manos de una clase media cultivada y en su mayoría liberal, en la que se habían extendido fácilmente las ideas de los institucionistas, será el blanco privilegiado de un régimen cuya tarea principal era arrancar de raíz toda idea que apartara al país de lo que para ese régimen eran sus esencias, es decir el catolicismo como único y obligatorio marco ideológico. Según el Estado salido de la guerra civil, contra esas esencias se habían levantado, desde el siglo XIX, los hombres de la Institución Libre de Enseñanza, y la Segunda República había intentado destruirlas instaurando el laicismo a todos los niveles del Estado, en particular en la enseñanza. Una de las primeras tareas del nuevo Estado sería revisar la educación, desde la primaria hasta la universidad para, anulando todo lo que había hecho la República en ese ámbito, adaptarla a los nuevos principios. El Boletín Oficial del Estado del 11 de noviembre de 1936 no permitía ninguna duda al respecto.

Se trata –decía– de impulsar una revisión total y profunda en el personal de Instrucción Pública, trámite previo a una organización radical y definitiva de la enseñanza, extirpando así de raíz esas falsas doctrinas que con sus apóstoles han sido los principales factores de la trágica situación a que fue llevada nuestra Patria.3

A partir de este decreto se crearían comisiones de depuración para todos los niveles de la enseñanza, encargadas de examinar los expedientes de maestros, profesores y catedráticos de todas las ciudades y pueblos de España, y de proceder a su apartamiento de la docencia si procedía. La Comisión de Cultura y Enseñanza, encargada de esta depuración, estaba presidida por José María Pemán, y bajo ella se ampararían una serie de comisiones, entre la cuales se encontraba la Comisión A, que es la nos interesa aquí particularmente. Esta comisión, encargada del personal universitario, se establecería «en Zaragoza, con el catedrático de aquella Universidad Antonio de Gregorio Rocasolano de presidente y el catedrático de la Universidad de Madrid Cándido Ángel González-Palencia Cabello de secretario».4

Pero los encargados de la depuración debieron pensar que la educación llevada a cabo por los organismos del Institución Libre de Enseñanza había dejado en la sociedad rasgos demasiado difusos y fuertes para poder suprimirlos solamente con la represión de los profesores que la pusieron en práctica. En 1940, aparece el libro Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza,5 compuesto por artículos de la pluma de catedráticos de universidades e institutos de segunda enseñanza, en el cual se intenta desprestigiar, por todos los medios posibles, a los hombres y a los organismos creados o inspirados por los institucionistas. Desde el insulto personal a la acusación de sectarismo y de corrupción, se vierte sobre ellos –habría que decir se vomita– todo el odio que esos profesores sentían, desde hacía tiempo, por las ideas defendidas y llevadas a la práctica por los herederos de la Institución Libre de Enseñanza.

El análisis de tal libro nos parece doblemente interesante en el contexto del presente estudio. Por una parte, es una expresión, bastante brutal y directa, del radicalismo de la dictadura contra todo lo que se saliera del marco de sus ideas, y por otra, muestra, con una claridad meridiana porque desprovista de la retórica en que se envolverán en los soportes que analizaremos a continuación, las ideas de base en que el franquismo se apoyó durante cuarenta años.

Para que la tarea de demolición alcanzara su fin, para que no quedara ningún rastro sin denigrar, había que comenzar por el principio; el primer artículo, firmado por Miguel Artigas, director general de Bibliotecas y Archivos, director de la Biblioteca Nacional y académico, hace una síntesis del origen, las ideas y la historia de la Institución. El marco es, pues, el siglo XIX, pero, antes, el autor recuerda donde hay que buscar, y encontrar, lo que él, y con él el franquismo, ha decidido que son las esencias de España, a las que hay que volver para «reconquistar» el país: «La unidad de creencias de España, que, como otras, era previa e indispensable en los últimos años del siglo XV y XVI, para llegar a la unidad nacional».6

He aquí la idea matriz alrededor de la cual girará todo el entramado ideológico del franquismo: España, la verdadera España es la de los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II. Todo lo que vino después es o bien decadencia, con los llamados Austrias Menores del siglo XVII, o bien disolución de esas esencias con la monarquía borbónica y, sobre todo, con los Ilustrados. El siglo XIX será la desembocadura de todos esos males, como aclara Artigas: «en las famosas cortes de Cádiz se manifestó un modelo ostensible y elocuente que si se había ganado la guerra, el espíritu de la revolución había a su vez ganado no pequeña parte de los hombres que representaban la Nación». Ese es el mal por excelencia según el texto, el espíritu de la Revolución francesa del que va a derivarse el liberalismo, el nuevo sistema político que se fue imponiendo, con pasos hacia atrás y hacia adelante, durante ese siglo en toda Europa, incluso si en España la clase portadora de ese sistema de ideas, la burguesía, nunca fue lo suficientemente sólida o fuerte para llegar a implantarlo con todas sus consecuencias.

Sin embargo, los avances del liberalismo harían posible la aparición de un grupo de intelectuales, todos ellos vinculados a la Universidad de Madrid, que, agrupados alrededor de Julián Sanz del Río, desarrollarían las ideas del filósofo idealista alemán Karl Christian Friedrich Krause. Julián Sanz del Río trae esas ideas de sus estudios en Alemania y en Bélgica, e intenta ponerlas en práctica en el contexto de la España de mediados del siglo XIX, desde su cátedra de Filosofía del Derecho en la Universidad de Madrid. Refiriéndose a ello, Artigas dice: «el krausismo, poco brillante, y opaco en comparación con los de Hegel y Kant [...], tuvo Sanz del Río y tuvieron sus discípulos, la desdicha de exponerlo en un lenguaje abstruso y bárbaro». Y algunas líneas más adelante, la filosofía de Krause es calificada de «indigesta». No es este el lugar de analizar las ideas de Krause, de abrir una polémica sobre la validez o invalidez de la filosofía krausista, ni de calibrar su comparación con los mucho más conocidos Hegel y Kant; lo que queremos señalar es la agresiva descalificación del autor del artículo de una filosofía, sin otro argumento que su descalificación, que se extiende a la incapacidad de expresarla de sus adeptos. Aunque si seguimos leyendo vamos a encontrar el porqué de la nocividad de tal filosofía. «Este sistema –se lee– más que como contenido filosófico, tuvo importancia porque en torno suyo [...] se agruparon los disidentes, los que no aceptaban el Catolicismo como creencia y como norma de vida».

Nos topamos aquí con el núcleo del que se nutre no solamente todo el razonamiento del autor del texto, sino, como tendremos ocasión de ver, todas las ideas que elabora el franquismo. La conducta, las ideas y su aplicación, los actos o los proyectos de los hombres y de los grupos sociales no son buenas o malas por la mayor o menor coherencia de su contenido, por su rigor lógico o por sus resultados en la sociedad o en la realidad, sino con relación al catolicismo; a nadie le está permitido apartarse de él so pena de condena absoluta, de descalificación sin contemplaciones. Para los hombres que escriben estos artículos, hay que temer esa condena por encima de todo. Volvemos aquí a la pena de excomunión que empleaba la Iglesia católica para deshacerse de todo lo que le estorbaba apartándolo de la comunidad, y, si no bastaba, encarcelándolo o suprimiéndolo en la hoguera. El franquismo reproduce el sistema «excomulgando» a los hombres que no quieren adaptarse a sus esquemas ideológicos, perfectamente enmarcados en el catolicismo más ortodoxo, desterrando, encarcelando o fusilando a los que se muestren demasiado reacios a sus principios.

Condenados por sus ideas, los krausistas van a serlo por su actuación para llevarlas a la práctica en la enseñanza, lo que justificará la persecución no solo de las ideas sino de los hombres de la Institución, en el momento en que se escribe el artículo. Artigas recorre, de forma apresurada e interesada, algunos acontecimientos históricos del siglo XIX, diciendo que «en 1865 se formó expediente a Sanz del Río y a alguno de sus discípulos, entre ellos a Giner de los Ríos». En realidad los acontecimientos que los llevarían a esos expedientes y a ser apartados de las cátedras comenzarían en 1867, cuando contestando a una campaña promovida por progresistas y demócratas exiliados contra la monarquía española, las autoridades académicas firmaron un texto que les fue dirigido por el Ministerio de Fomento «reiterando el testimonio solemne de su adhesión a los principios fundamentales de esta monarquía secular y a la persona excelsa de V. M., protectora de las ciencias y de las artes».7 Muchos profesores, entre los cuales se encontraban los krausistas, se negaron a firmar y se les abrió expediente. A esos hechos se refiere Artigas, añadiendo: «pero vino la revolución del 68, volvieron a sus cátedras, y entonces se legalizó la más amplia libertad de enseñanza, y, es claro, en nombre de ella se persiguió a las doctrinas que sus contrarios profesaban». Evitando entrar en las polémicas y luchas que se desencadenaron con el triunfo de la revolución de 1868, diremos que, en la nueva situación, los krausistas ocuparon puestos relevantes en la administración de la educación, y que, desde ellos, intentaron reformarla basándose en particular en un principio para ellos fundamental: la libertad de cátedra. Se legisló sobre esa libertad, así como sobre la libertad de enseñanza, referida a los establecimientos docentes no costeados ni administrados por el Estado, lo que también favorecía a los colegios religiosos. De todas formas, la reforma no daría muchos frutos y esa pretendida persecución de las doctrinas de sus contrarios, a la que alude Artigas, no debió ser muy efectiva, ya que, inmediatamente, se levantaron públicamente voces para contestar la citada legislación, que en algunas universidades no fue aplicada. Desde la Universidad de Barcelona, un escrito, fechado en enero de 1869, proclama que «la libertad de la ciencia y la independencia de su magisterio..., jamás debería convertirse en salvoconducto para enseñar errores, y la misma libertad debe quedar subordinada a las leyes eternas de Dios». Y en la de Granada, el Claustro de profesores escribe, ese mismo mes, que la enseñanza debe asentarse «sobre la moral y la religión, principio fundamental de todo progreso y cultura».8

Avanzando en el tiempo, después de haber descalificado a Sanz del Río, a su filosofía y, a pesar de lo que se afirma en el artículo, a sus no muy afortunados intentos de puesta en práctica, Artigas va a atacar al más notable y conocido de sus discípulos, que no podía dejar de desacreditar individualmente, por ser el fundador de la Institución Libre de Enseñanza: Francisco Giner de los Ríos, hombre calificado siempre de nefasto por su «desprecio o poco aprecio a la cultura tradicional», es decir a la cultura basada en el catolicismo.

Contra la «influencia difusa» que esas ideas estaban teniendo en la sociedad española, se había levantado el que para el franquismo será una suerte de gigante intelectual capaz de demostrar con su sabiduría esas ideas; una especie de genio benéfico, como en los cuentos, que sirve además de escudo, o de muralla defensiva contra todo lo que no sea el catolicismo: Marcelino Menéndez y Pelayo, a la obra «ingente» del cual, según Artigas, «es preciso volver ahora [1940] para tomar pie y alientos en la presente cruzada patriótica» (tendremos ocasión de volver sobre tal obra).

El texto sigue constatando la influencia de los institucionistas en la sociedad española, quienes, según el autor, «con sutiles y engañadoras artes han hecho cundir un indiferentismo religioso que ha asfixiado el pensamiento español, con ciencia importada sin espíritu español ni católico». Aquí la acusación roza el ámbito de la brujería –sutiles y engañadoras artes–, lo que se ajusta bien a los métodos inquisitoriales que empleaba el franquismo contra sus enemigos. Y el artículo termina con «casi habían ahogado el alma España. Que ahora anhela respirar aires que la tonifiquen». Para combatir esa influencia difusa y suprimir todo lo que pueda suponer un obstáculo a la respiración de la que habla Artigas, se escriben las alrededor de 250 páginas de los 19 artículos que siguen, cuya agresividad y despropósito está en relación directa con la dificultad de erradicarla, porque ha llegado a lo más profundo de la cultura.9

Delimitado así el ámbito en que se estructura y desarrolla el institucionismo, cada uno de los trabajos que siguen va a tomar un aspecto o una parcela de ese ámbito para intentar, más que destruirlo, porque el resultado de la guerra civil ya ha acabado con sus organismos y sus hombres, desacreditarlos ante los grupos sociales cultivados del país, en particular en la universidad, ya que la mayoría de los firmantes de los artículos son catedráticos y profesores. Entre ellos encontramos al presidente y al secretario de la Comisión de Depuración universitaria establecida en Zaragoza: los catedráticos Antonio de Gregorio Rocasolano, y Cándido Ángel González-Palencia Cabello.

Rocasolano, vicepresidente, además, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, colabora con dos artículos; el primero, «La Táctica de la Institución»,10 es en realidad el preludio del segundo. Como para Artigas, para Rocasolano la labor de la Institución estaba «dirigida a desarticular nuestra propia cultura, atacándola en su base religiosa», y ello, dice, desde el Ministerio de Instrucción Pública, creado a principios del siglo XX, donde los institucionistas se habían introducido y desde donde regían la educación, aplicando una política partidista. En la pluma de un hombre encargado de dirigir la depuración de los profesores universitarios que no pensaran como quería la dictadura que había resultado de la guerra civil, la congruencia de tal afirmación es difícilmente aceptable; pero nos encontramos ante un sistema de ideas en el que lo primordial no es pensar o expresarse con la más mínima coherencia, o dentro de las normas básicas de la honestidad intelectual; la solidez de las afirmaciones no necesita ningún tipo de prueba, están refrendadas por la «verdad suprema de la religión católica»: todo lo que no está dentro de esa verdad es error, luego el ataque a ese error se hace forzosamente desde la verdad. Rocasolano continúa por ese camino, adentrándose ahora en la acusación de corrupción. Durante la República, escribe, la Institución «llegó a ser la entidad que, sin responsabilidad legal de gestión, disponía de todos los resortes de mando de la enseñanza», lo que le permitía, para el reclutamiento de profesores, realizar «oposiciones vergonzosas [...] con apariencia de legalidad», distribuir entre sus partidarios «cargos en congresos científicos, relaciones culturales, etcétera», y todo ello, «abonado copiosamente por el Presupuesto Nacional». Y a grandes males grandes remedios, parece decirnos el autor: «tales actuaciones hubieran producido males irreparables a nuestra Patria, si no se realiza el Gloriosos Levantamiento militar, salvador de España».