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Juan Valera y Alcalá Galiano; Cabra, 1824 - Madrid, 1905) Escritor y crítico español cuya obra se inscribe en una corriente esteticista opuesta al realismo naturalista. Político y diplomático, fue un hombre culto y refinado, cuyo hedonismo no estuvo desvinculado de sus numerosas aventuras amorosas e incluso de su tardío y desgraciado matrimonio con Dolores Delavart, a la que doblaba en edad. Se inició como teórico literario con Ensayos literarios (1844), libro que fue destruido casi en su totalidad, y con críticas y recensiones en diversos diarios y revistas españoles e hispanoamericanos.En éstos también escribió cuentos y novelas por entrega, pero su entrada definitiva en la narrativa se produjo tardíamente, cuando dio a conocer Pepita Jiménez (1874), la novela española más popular del siglo XIX, en la que, no obstante sus notas costumbristas y su temática amorosa de corte romántico, concretó literariamente sus posturas antirrealistas, sus inquietudes formales, y su voluntad de definir una prosa y un estilo depurados.Más tarde dio a conocer Las ilusiones del doctor Faustino (1875), publicada por entregas, El comendador Mendoza (1877), Pasarse de listo (1878), Doña Luz (1879), y tras un largo paréntesis y ya afectado por una progresiva ceguera, Juanita la larga (1896), también publicada anteriormente por entregas, y Morsamor (1899). Su dominio de una depurada técnica narrativa le permitió valerse de recursos expresivos que ampliaron los registros temáticos de sus novelas, consideradas en sí mismas "cuentos rosas" por algunos críticos.
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Veröffentlichungsjahr: 2017
Genio y figura
Juan Valera
-I-
En tres distintas y muy apartadas épocas de mi vida, peregrinando yo por diversos países de Europa y América, o residiendo en las capitales, he tratado al vizconde de Goivo-Formoso, diplomático portugués, con quien he tenido amistad afectuosa y constante. En nuestras conversaciones, cuando estábamos en el mismo punto, y por cartas, cuando estábamos en punto distinto, discutíamos no poco, sosteniendo las más opuestas opiniones, lo cual, lejos de desatar los lazos de nuestra amistad, contribuía a estrecharlos, porque siempre teníamos qué decirnos, y nuestras conversaciones y disputas nos parecían animadas y amenas.
Firme creyente yo en el libre albedrío, aseguraba que todo ser humano, ya por naturaleza, ya por gracia, que Dios le concede si de ella se hace merecedor, puede vencer las más perversas inclinaciones, domar el carácter más avieso y no incurrir ni en falta ni en pecado. El Vizconde, por el contrario, lo explicaba todo por el determinismo; aseguraba que toda persona era como Dios o el diablo la había hecho, y que no había poder en su alma para modificar su carácter y para que las acciones de su vida no fuesen sin excepción efecto lógico e inevitable de ese carácter mismo.
Los ejemplos, en mi sentir, nada prueban. De ningún caso particular pueden inferirse reglas generales. Por esto creo yo que siempre es falsa o es vana cualquier moraleja que de una novela, de un cuento o de una historia se saca.
Mi amigo quería sacarla de los sucesos de la vida de cierta dama que ambos hemos conocido y tratado con alguna intimidad, y quería probar su tesis y la verdad trascendente del refrán que dice: genio y figura, hasta la sepultura.
Yo no quiero probar nada, y menos aún dejarme convencer; pero la vida, el carácter y los varios lances, acciones y pasiones de la persona que mi amigo ponía como muestra son tan curiosos y singulares, que me inspiran el deseo de relatarlos aquí, contándolos como quien cuenta un cuento.
Voy, pues, a ver si los relato, y si consigo, no adoctrinar ni enseñar nada, sino divertir algunos momentos o interesar a quien me lea.
-II-
Hace ya muchos años, el vizconde y yo, jóvenes entonces ambos, vivíamos en la hermosa ciudad de Río de Janeiro, capital del Brasil, de la que estábamos encantados y se nos antojaba un paraíso, a pesar de ciertos inconvenientes, faltas y aun sobras.
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