Globalización y militarismo - Cynthia Enloe - E-Book

Globalización y militarismo E-Book

Cynthia Enloe

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Beschreibung

El militarismo no llega un día y se apodera de todo sin previo aviso: solo se adueña de una sociedad si se va consolidando de forma gradual. Y en cada paso de este proceso hay un elemento de género. En otras palabras, cada paso por el que se alimentan las ideas, los incentivos y las relaciones militarizadas depende de una determinada noción (reducida) de lo que es un «hombre de verdad», o (distorsionada) de lo que es una «buena mujer». Se puede resistir la militarización, se puede incluso revertirla, pero para ello es necesario arrojar una luz brillante y crítica sobre las operaciones cotidianas del patriarcado, y es necesario prestar atención a la vida diaria y a las relaciones íntimas. Éstas constituyen el verdadero núcleo de la vida política. ¿Por qué algunas mujeres jóvenes se sienten cautivadas por los hombres que visten de uniforme? ¿Están todas las madres, independientemente de cuál sea su origen étnico o racial, orgullosas de que sus hijos sirvan en los ejércitos? ¿Cómo hacen los gobiernos para que las mujeres de los militares se mantengan calladas? ¿Se pueden militarizar los derechos LGTBQ? ¿Consiguen las mujeres combatientes al empuñar las armas en nombre de la justicia social que el sexismo retroceda? ¿A quién le entra en la cabeza que los veteranos del ejército puedan ser los mayores defensores de la paz? ¿Qué nos pueden enseñar las mujeres que trabajan en las discotecas y prostíbulos cercanos a las bases militares sobre las masculinidades militarizadas? A estas y otras preguntas responde la autora en un texto de lectura obligada, no sólo para los y las interesadas en el feminismo, sino para los y las estudiosas de la seguridad, el conflicto y la paz, las relaciones internacionales y la geopolítica.

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ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

DEDICATORIA

PREFACIO PARA MIS LECTORES DE LENGUA ESPAÑOLA

PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN EN INGLÉS

1. PALABRAS PARA INVESTIGAR

2. LA «CURIOSIDAD FEMINISTA» Y EL MILITARISMO GLOBALIZADO

3. SEGUIR LA PISTA DE LA ZAPATILLA GLOBAL MILITARIZADA

4. ¿CÓMO SE MILITARIZA LA «SEGURIDAD NACIONAL»?

5. UNA MIRADA ATENTA A LAS MUJERES «EN» LAS FUERZAS ARMADAS

6. ESGRIMIR LA MASCULINIDAD EN ABU GHRAIB Y GUANTÁNAMO

7. DESMILITARIZAR TU ARMARIO. ¿LLEVAS «CAMUFLAJE»?

8. LA VIDA GLOBALIZADA DE LAS MUJERES JAPONESAS

CONCLUSIÓN. LO GLOBAL, LO LOCAL Y LO PERSONAL

AGRADECIMIENTOS

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

CRÉDITOS

AUTOR

Este libro está dedicado a

Ann, Spike, Jindy, Sandy, Marysia, Anne, Gillian, Kathy, Jane, Marianne, Judith, Kathy, Christine, Francine, Laura, Shirin, Susan, Cyndy, Lily, Terrell, Laura, Mary, Lisa, Aaron, Jacqui, Megan, Maya, Catia, Caron, Denise, Jill, Carol, Laura, Catherine, Deborah, Judith, Annica, Rekha, Meredith, Simona, Annick, Victoria, Dan, Kristen, Paul, Sandy, Inger, Torunn, Swati, Fumika, y a todas las intelectuales feministas que con su inteligencia y energía están transformando las Relaciones Internacionales.

PREFACIO PARA MIS LECTORES DE LENGUA ESPAÑOLA

El militarismo no llega un día y se apodera de todo sin haber lanzado avisos previos. El militarism

o solo se adueña de una sociedad —o de una empresa, partido político, movimiento social, escuela o familia— si se va consolidando de forma gradual.

Lo que he aprendido a lo largo de los años es que, en primer lugar, en cada paso del proceso de consolidación del militarismo hay un elemento de género. En otras palabras, cada paso por el que se alimentan las ideas, los incentivos y las relaciones militarizadas depende de una determinada noción (reducida) de lo que es un «hombre de verdad» o de una determinada noción (distorsionada) de lo que es una «buena mujer». Así que la segunda cosa que he aprendido —que me han enseñado con inteligencia las feministas desde Chile a Turquía pasando por Islandia— es que se puede resistir la militarización, se puede incluso revertir la militarización, pero para ello es necesario arrojar una luz brillante y crítica sobre las operaciones cotidianas del patriarcado.

Por decirlo de otra manera, si no prestamos atención constante al patriarcado —esto es, si no nos tomamos en serio las vidas de las mujeres diversas y ponemos a trabajar nuestra curiosidad feminista y antirracista— no seremos capaces de sopesar el verdadero coste del militarismo. Si no podemos sopesar su verdadero coste, entonces no podremos convencer a nuestros conciudadanos de la necesidad de poner freno o revertir la militarización de nuestras sociedades, comunidades u organizaciones.

Pero, ¡un momento! Antes de que deis un suspiro y cerréis el libro contrariados, dejadme que os asegure que el patriarcado, como el militarismo, no es un concepto ideológico abstracto. Más bien todo lo contrario. El patriarcado es un conjunto sorprendentemente inestable de ideas, historias, silencios, recompensas, castigos y relaciones que otorga privilegios a unos determinados tipos de masculinidad (por ejemplo, al soldado curtido, al pragmático experto en seguridad, al ingeniero de armas que no piensa en las heridas que estas provocan), al tiempo que recompensa unos determinados modelos de feminidad cómplice (por ejemplo, el tipo de feminidad que exhibe la esposa fiel, la secretaria silenciosa, el ama de casa agradecida por la protección que se le brinda). En las distintas sociedades militarizadas, estos privilegios van de la mano de la marginación o el castigo de aquellas personas que plantan cara a los mandatos de género. Darse cuenta de esto equivale a darse cuenta de que el patriarcado no es inevitable e imparable. Más bien al contrario. A menudo el patriarcado se muestra confuso; se encuentra con desafíos y resistencias.

En los inicios de mi carrera como politóloga, algunos de mis mentores me apremiaron a pensar los temas que se escriben con mayúsculas. Estaban convencidos de que tendría éxito en el mundo académico si me convertía en una sólida analista de la «Seguridad Nacional» y la «Geopolítica». Tendría que dejar las familias, los matrimonios, los centros de trabajo, la cultura popular, e incluso las fuerzas policiales en manos de los sociólogos y los antropólogos. Pero resulta que este acabó siendo un mal consejo. Si lo hubiera seguido, no habría conseguido hacerme con la caja de herramientas feminista necesaria (ni siquiera con una caja de nivel principiante) para ahondar en cómo y cuándo y por qué la militarización avanza, o se detiene en su camino.

De forma gradual descubrí que, para rastrear la dinámica de interdependencia existente entre las operaciones del militarismo y el patriarcado, es necesario prestar atención a la vida diaria y a las relaciones íntimas. Estas constituyen el verdadero núcleo de la vida política. De ahí mi convencimiento de que, si no me detenía a mirar eso que para algunos son «fragmentos nimios» de la vida política, nunca podría comprender una supuesta «perspectiva general» de esta. Por ello debí empezar a hacer preguntas que ni yo misma había esperado preguntar: ¿quién ha decidido que es atractivo ponerse un top con estampado de camuflaje? ¿Por qué algunas mujeres jóvenes se sienten cautivadas por los hombres que visten de uniforme? ¿Están todas las madres, independientemente de cuál sea su origen étnico o racial, orgullosas de que sus hijos sirvan en los ejércitos? ¿Cómo hacen los gobiernos para que las mujeres de los militares se mantengan calladas? ¿Se pueden militarizar los derechos LGTBQ? ¿Consiguen las mujeres combatientes al empuñar las armas en nombre de la justicia social que el sexismo retroceda? ¿Hay una agenda política progresista detrás de los llamados a que las mujeres se unan a filas, incluso a las misiones de paz de la ONU? ¿A quién le entra en la cabeza que los veteranos del ejército puedan ser los mayores defensores de la paz? ¿Qué nos pueden enseñar las mujeres que trabajan en las discotecas y prostíbulos cercanos a las bases militares sobre las masculinidades militarizadas? ¿Quiénes son los héroes en los libros de texto escolares?

Os imagino leyendo estas páginas con un bolígrafo en la mano para subrayar —bueno, lo de subrayar solo si se trata de vuestro propio libro—. Espero que seáis lectores y lectoras activos que escribís vuestras propias reacciones a lo que encontraréis aquí, vuestras propias preguntas, y, lo mejor de todo, vuestros propios planes de investigación futuros. No estaréis leyendo esto desde un lugar que flota por encima de la Tierra, sino en un tiempo y un lugar dados. Si leéis esto desde España, os encontráis en un país en el que casi el 13 % del ejército son mujeres que participan en misiones de mantenimiento de la paz internacionales. Si leéis esto desde Chile, os encontráis en medio de un debate nacional sobre la redacción de una nueva constitución para la era posPinochet. Si estáis leyendo estas páginas desde México, estáis rodeados de respuestas militarizadas del Estado a los cárteles de la droga también militarizados.

No obstante, en cualquier lugar donde os encontréis leyendo estas páginas y evaluando su utilidad, sois parte de una sociedad donde florece un vibrante movimiento de defensa de las mujeres que se resiste al acoso sexual, a la violencia contra ellas y a la negación de sus plenos derechos. En todos los lugares en los que estéis leyendo estas páginas, estaréis tomando vuestras propias decisiones diarias; decisiones que, o bien alimentarán la militarización de género, o bien la revertirán.

Estoy convencida de que al dar forma cuidadosa a vuestros pensamientos y al hacer vuestras propias investigaciones feministas, nos haréis a todos y a todas más inteligentes.

Cynthia Enloe

Cambridge, Massachusetts

Diciembre de 2021

PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN EN INGLÉS

Todos los que escriben un libro (o un artículo, un trabajo de clase, un blog o un guion) lo hacen dentro de un determinado tiempo histórico. Es decir, cuando una de nosotras escribe, lo hace dentro de un remolino particular de acontecimientos, relaciones, ideas y tendencias apenas advertidas. Reconocer esto no significa que los textos de una persona queden instantáneamente «desfasados», sino que los enriquece. Más importante aún, ser consciente del lugar que una ocupa en la historia enriquecerá la experiencia de quienes lean sus escritos. Ocultar esas circunstancias es un perjuicio para los lectores.

Me siento a escribir esta nueva edición de Globalización y militarismo en un momento especial de la evolución de la globalización, del militarismo y del feminismo y de la dimensión de género que los atraviesa. Se trata de un momento de la historia mundial hipermilitarizado, en donde los civiles en países supuestamente pacíficos sienten temor ante la posibilidad de actos de terror, así como de grupos enteros de personas a los que imaginan como amenazas. Es una época en la que los conflictos armados que proliferan por tierra y aire en innumerables regiones obligan a cientos de miles de mujeres y hombres a embarcarse en peligrosos viajes para escapar de esa violencia a bordo de frágiles embarcaciones y con los pies llenos de ampollas.

Este es un momento en el que, sorprendentemente, algunas sociedades continúan estando muy militarizadas: por ejemplo, Rusia, Estados Unidos, Sudán, Israel, Egipto, Siria, Afganistán, Irak e India. Otras sociedades se están militarizando o remilitarizando: por ejemplo, Turquía, Japón, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Yemen, Yibuti, China, México y Francia. Al mismo tiempo, sin embargo, es un momento en el que algunas sociedades están dando pasos importantes, aunque a veces de forma vacilante, hacia la desmilitarización: Myanmar (Birmania), Colombia, Canadá e Indonesia. Entre las naciones menos militarizadas del mundo hoy en día se encuentran Islandia, Costa Rica y Samoa.

La época actual también se caracteriza porque cada vez más personas están discutiendo las posibles conexiones entre la dinámica globalizadora, las creencias y los valores del militarismo, y las complejas ideas que impulsan al feminismo.

Por ejemplo, hoy más gente que nunca se pregunta: ¿está el feminismo globalizándose de verdad, o sigue siendo un conjunto de ideas con raíces locales y meramente culturales? Del mismo modo, más gente que nunca se pregunta: ¿se está globalizando el militarismo de una manera tan desenfrenada que aquellos que han aprendido lecciones clave de procesos de construcción de la paz exitosos apenas pueden seguir el ritmo? Y, ligado a estas dos preguntas: ¿puede alguna sociedad revertir con éxito la dinámica militarizadora si no se toma en serio el funcionamiento del patriarcado?

Al escribir esta nueva edición y al tenerla entre sus manos los lectores, nos unimos a una conversación global. Nosotros no empezamos la conversación, y no la terminaremos. Es una conversación intensa porque su contenido es importante. Si formulamos con pereza preguntas demasiado simples o sacamos conclusiones interesadas, pondremos en peligro la vida de mujeres y hombres a los que apenas conocemos.

CAPÍTULO 1

PALABRAS PARA INVESTIGAR

El mundo actual destaca históricamente por su nivel de militarismo globalizado. Es decir, el mundo en el que vivimos ahora se distingue de las épocas en las que vivieron nuestros padres, abuelos y bisabuelos por el número de ejércitos nacionales que existen (casi 200) junto con el número cada vez mayor de milicias armadas ilegales y ejércitos insurgentes (muchos tolerados por algunos representantes de los Estados), además del creciente número de fuerzas policiales locales y nacionales que ahora están militarizadas y el de empresas de seguridad privada que han entrado en escena.

Esto, sin embargo, es solo la punta del iceberg de la militarización que caracteriza al mundo actual. A este cóctel militarizador hay que añadir la multiplicación de empresas (privadas y estatales) que producen y venden armamento, o que obtienen beneficios de la venta de bienes y servicios a las fuerzas militares estatales y privadas. La lista resultante es larga: fabricantes de equipos de defensa, agencias de publicidad, empresas de comida rápida, fabricantes de ropa, laboratorios de ingeniería e investigación científica, empresas de transporte, arrendadores, empresas farmacéuticas, empresas de software informático.

A esta ya potente mezcla hay que añadirle el alcance cada vez mayor de los medios de comunicación que presentan historias de guerra patriótica o de aventura y heroísmo militar. Añadamos a cada padre, madre, novia, marido o esposa que actualmente se enorgullece (o depende económicamente) de un soldado o miliciano. Y no dejemos de lado a los votantes. Cada mujer o cada hombre que emite su voto libremente por un determinado partido o candidato porque ese partido o candidato se muestra a favor de un ejército más fuerte o de respuestas militarizadas a las crisis actuales (por ejemplo, la llegada de refugiados o trabajadores inmigrantes) está poniendo su grano de arena para alimentar la militarización.

A pesar de ser poderosos y estar globalizados, los procesos de militarización no avanzan sin encontrar resistencia. El nivel y la diversidad de esa resistencia es también un rasgo distintivo del mundo actual: la proliferación de grupos pacifistas locales y transnacionales, el lanzamiento de programas universitarios de estudios sobre la paz, la difusión de movimientos objetores en países en los que todavía existe el servicio militar obligatorio, la multiplicación y la creciente diversidad de los premios Nobel de la Paz, el número creciente de candidatos electorales que se presentan con plataformas que defienden la reducción de los presupuestos militares y la desmilitarización de las fuerzas policiales, la creciente atención de muchas agencias de las Naciones Unidas para prevenir y poner fin a los conflictos armados. Todo esto también marca nuestra época actual.

Para entender este mundo militarizado —para apoyarlo a sabiendas o para criticarlo con eficacia y, posiblemente, también desafiarlo—, es necesario equiparse con ideas relevantes y fiables y habilidades que una pueda poner en práctica en sus propias investigaciones. Algunas de las ideas más valiosas tienen la forma de conceptos.

Los conceptos son herramientas y deben ser útiles. El valor de cada concepto se mide por lo que revela. Si cualquier concepto que se ofrece oculta más de lo que revela, o distorsiona más de lo que aclara, no es un concepto útil.

Si un concepto se perfecciona y se pone a prueba con realidades desordenadas, puede convertirse en una herramienta que nos permita elaborar explicaciones fiables sobre el funcionamiento del mundo.

Para investigar las dinámicas de género que subyacen a la globalización de las ideas y prácticas militaristas, hemos creado determinados conceptos. Estos son ampliamente utilizados hoy en día porque han arrojado luz sobre patrones que, de otro modo, habrían quedado en la sombra. Tomemos, por ejemplo, el concepto de «feminidades».

Feminidades: Se refiere a las múltiples maneras de imaginar cómo las niñas y mujeres piensan o se comportan, o deberían pensar y comportarse. Esas imaginaciones comprenden ideas sobre la feminidad. Las normas de género y expectativas sobre la feminidad varían en función de estereotipos ligados al estatus, la etnia, la raza o la clase. Por ejemplo, la mujer que emplea a una trabajadora doméstica y la mujer que es empleada pueden estar sometidas a presión para ser «femeninas», pero se espera que las dos mujeres expresen su feminidad de maneras muy diferentes. Con frecuencia esto se debe a ideas ampliamente compartidas sobre la clase y a presunciones raciales y étnicas sobre cómo debe pensar y comportarse un determinado tipo de mujer.

Las personas que tienen como labor socializar, formar, controlar e incluso recompensar a una niña o a una mujer por un modo particular de comportamiento esgrimen todo tipo de nociones sobre la feminidad en frases como: «¡Las chicas no juegan a ese juego!» o «¡Una mujer respetable no iría a ese sitio!» o «¡Qué niña tan buena que ayuda a su madre a lavar la ropa!».

Sin embargo, el conjunto de ideas acerca de lo que constituye la «verdadera» feminidad ha sido objeto de múltiples cuestionamientos. La observación de las feminidades en una comunidad cualquiera y en un momento cualquiera requiere estar atenta a las formas de resistencia, tanto evidentes como sutiles. Por ejemplo, ¿qué chicas insisten en practicar deportes con los chicos? ¿Qué mujer toma la palabra en una reunión pública a pesar de las burlas misóginas a las que es sometida?

El movimiento transgénero de la época actual se ha basado en esta concepción de las feminidades como algo irreal e injustamente limitador.

Los análisis feministas tienen especial desconfianza del concepto de feminidades precisamente porque esas ideas —y la aplicación de esas ideas— han servido para sostener sistemas de poder opresivos y hoy siguen ejerciendo poderosas restricciones sobre la vida de mujeres diversas. En muchas sociedades contemporáneas ser una mujer convencional significa disfrutar de la propia dependencia, no buscar la autonomía, avergonzarse en silencio si se sufre una agresión sexual, y no reclamar derechos.

Históricamente, el objetivo más globalizado de la protesta contra las restricciones de los estándares de la feminidad ha sido la presunción, antes muy extendida y compartida tanto por muchas mujeres como por la mayoría de los hombres, de que era poco femenino para una mujer votar en las elecciones de su país. Las activistas del movimiento por el sufragio femenino en países tan diferentes como Gran Bretaña, Brasil y Filipinas hacían campaña no solo por el derecho al voto, sino para cambiar las ideas establecidas sobre la feminidad, especialmente la idea de que, para seguir siendo aceptablemente femenina, una mujer debía permanecer cerca de su casa y confiar la opinión sobre asuntos públicos a su padre o a su marido (Seager, 2009).

En el siglo XXI, quizá el objetivo de la protesta que más se ha globalizado ha sido la presunción de que los maridos tienen el derecho masculinizado de usar la violencia contra sus esposas y que una mujer «femenina» guardará silencio sobre esa violencia, al imaginar que ella misma es la culpable de las agresiones de su marido. El hecho de que la «violencia doméstica» sea un término común en muchos foros nacionales e internacionales es una prueba de que esta presunción tan arraigada se está poniendo en tela de juicio, aunque los actos de violencia de género sigan sucediendo con frecuencia desenfrenada.

Para comprender plenamente cómo la dinámica de género puede dar forma a los procesos de la globalización, hay que explorar el funcionamiento no solo de las feminidades sino también de las masculinidades. Hoy en día, parece que se necesita una extraordinaria voluntad política para dirigir la atención hacia las masculinidades, porque eso requiere cuestionar a los hombres no solo en su papel de banqueros, políticos, deportistas o soldados, sino como hombres. La mayoría de los responsables públicos evitan hacerlo.

Masculinidades: Se refiere al conjunto de ideas de género sobre cómo deben pensar y comportarse los niños y los hombres. En otras palabras, la masculinidad es un conjunto de ideas sobre cómo un chico auténtico o un «hombre de verdad» debe relacionarse con los demás y con el mundo en general. La masculinidad, sin embargo, no es singular, porque las concepciones sociales acerca de la supuesta hombría genuina suelen variar según las presunciones sobre el estado civil, la clase, la etnia y la raza.

Por ejemplo, muchas personas (mujeres y hombres) pueden aceptar ciertos comportamientos varoniles cuando los practican los soldados rasos («los chicos son chicos») que les parecerían escandalosos si los realizaran oficiales varones de más edad. Asimismo, las relaciones coloniales y neocoloniales entre los hombres han estado, y siguen estando, plagadas de nociones controvertidas sobre la hombría. Los hombres homosexuales y transexuales se cuentan entre quienes han desafiado más directamente las nociones comunes sobre lo que son los estándares de la masculinidad.

El género no es estático ni monolítico, sino que evoluciona con el tiempo. En las últimas décadas, nosotras hemos aprendido a prestar atención al género cuando impulsa un proceso de cambio social, y no siempre un proceso de cambio social positivo.

Feminización: Se refiere al proceso de imponer la idea de que cualquier cosa está «naturalmente» o «especialmente» alineada con las mujeres, las niñas o las supuestas cualidades de la feminidad. Cualquier cosa puede ser feminizada: ser empleado de banca, la enseñanza en el jardín de infancia, el llanto, el cuidado de los soldados heridos, ser la vicepresidenta de recursos humanos, coser zapatillas de deporte para el consumo global.

En una sociedad patriarcal, aquellas personas y actividades que se imaginan como feminizadas tienen un estatus más bajo, menos respeto e influencia, y reciben menos remuneración que las que se imaginan masculinizadas. En muchos países, entre los roles más comúnmente feminizados están la enfermería, coser ropa en una fábrica textil, ensamblar aparatos electrónicos en una planta de ensamblaje de ordenadores, la enseñanza primaria, el trabajo doméstico remunerado, cuidar (con poca o ninguna remuneración) de niños o ancianos, ser secretaria.

En una sociedad patriarcal, algunos hombres pueden tratar de menospreciar o desacreditar a sus rivales masculinos al presentarlos como femeninos.

Masculinización: Se refiere al proceso de promover cualquier cosa como «naturalmente» o «especialmente» alineada con los hombres, los niños o la virilidad. En países que podrían parecer muy diferentes, muchos de los mismos roles están masculinizados: ser soldado, practicar deportes de contacto de manera profesional, ser profesor de ciencias naturales, dirigir películas de Hollywood, gestionar una fábrica, presidir un tribunal superior, pilotar aviones de reacción, obtener beneficios excepcionales como empresario, ascender a un alto cargo religioso, y elaborar las estrategias de seguridad nacional de un Estado.

Todo lo que ha sido masculinizado puede ser desmasculinizado. En una organización o sociedad patriarcal, este proceso de desmasculinización hace que un determinado rol social pierda su antiguo prestigio, su influencia política y su recompensa. Por ejemplo, en muchos sistemas gubernamentales actuales, donde antes no se nombraba a ninguna mujer para formar parte del gabinete de gobierno, ahora los líderes masculinos piensan que los ministerios de medio ambiente y de educación son «apropiados» para las mujeres, precisamente porque los líderes políticos no se toman en serio el trabajo de esos departamentos. Un ejemplo clásico que las historiadoras feministas han explorado es el empleo en banca. En la primera época de la banca, ser empleado de esta se consideraba un trabajo totalmente «masculino». Hoy en día, en la mayoría de las sociedades industrializadas, ser empleado de banca ha perdido su prestigio y, por lo tanto, ahora hay muchas más mujeres en esos puestos. Sirva este ejemplo para ilustrar que los procesos de masculinización y feminización deben ser observados con atención, sociedad por sociedad, a lo largo del tiempo. Como nos recuerdan las investigadoras feministas, esos procesos suelen determinar quién puede ejercer el poder y quién puede convertirse en objeto de ese poder.

Con estos cuatro conceptos (feminidades, masculinidades, feminización y masculinización) en nuestra caja de herramientas, estamos listas para probar suerte en el análisis de género. No será fácil.

Análisis de género: Analizar una cosa es desmontar sus distintos elementos para explicar por qué la cosa es como es. Por lo tanto, para analizar la campaña de las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016 —o las campañas electorales de 2015 en, por ejemplo, Turquía, Canadá o Myanmar—, el análisis tendrá que considerar a todos los actores relevantes de la campaña (candidatos, donantes, medios de comunicación, votantes) y cómo las relaciones establecidas entre unos y otros alumbraron el resultado político que se produjo. Del mismo modo, para analizar la guerra de varios años en Siria tendremos que clasificar a todos los actores y cómo la dinámica de sus relaciones hizo que aumentara la violencia sufrida por los civiles sirios, y, al mismo tiempo, dificultaron de manera insoportable el fin de la violencia y el alcance de una apariencia de paz. Para analizar cualquier cosa (tu familia, un departamento de policía, el trato a los refugiados, la industria de la moda, el calentamiento global) se requiere observación cuidadosa a lo largo del tiempo, y averiguar cuáles son los elementos cruciales que determinan tanto las causas como las consecuencias.

Llevar a cabo un análisis de género serio implica vigilar y registrar las ideas y las prácticas de las mujeres y los hombres, y de los niños y las niñas sobre las masculinidades y las feminidades. La analista de género se mantendrá atenta a cualquier proceso (exitoso o fallido) de feminización o masculinización. La analista de género, sin embargo, reconoce que las feminidades y masculinidades son múltiples y fluidas y que, por lo tanto, vivir como mujer o ser hombre puede adoptar múltiples formas, a menudo no convencionales. Sin embargo, al trabajar como analista de género, una es consciente de que en muchas circunstancias hay presiones ejercidas por determinados actores para imponer ciertas normas sobre la masculinidad y la feminidad y, de esta forma, convertir las prácticas de género en algo irrealmente rígido.

Además, la analista de género siempre siente curiosidad por saber cómo funcionan las ideas y las prácticas de la raza y del racismo, de la etnicidad y del etnocentrismo, y de la clase y del clasismo. Cada una opera en un determinado tiempo y lugar, ya sea para reforzar o diluir, o incluso subvertir las ideas y prácticas de las masculinidades y las feminidades. Por lo tanto, una analista de género siempre está en guardia para no tratar a todos los hombres o a todas las mujeres como homogéneos en sus ideas, acciones o experiencias. No hay duda de que partir de premisas perezosas que homogeneizan a hombres y a mujeres produciría análisis poco fiables.

Para analizar cualquier guerra, cualquier elección, cualquier proceso político, cualquier familia, industria o institución, la analista de género siempre comienza preguntando: «¿Dónde están las mujeres?» y «¿Qué mujeres en particular encontramos allí?». Luego, sigue preguntando: «¿Dónde están los hombres?», «¿Qué hombres en concreto?». Y después vienen las preguntas: «¿Quién hizo qué para colocar a esas mujeres aquí y a esos hombres allí?» y «¿Quién se beneficia de que esos hombres estén ahí y esas mujeres aquí?», así como «¿Quién es el más desfavorecido por este acuerdo de género?». La analista de género trata entonces de encontrar las respuestas a las preguntas: «¿Qué piensan estas mujeres de estar aquí, y esos hombres de estar allí?», «¿Cómo lo afrontan?» y «¿Cuándo se resisten?».

Es decir, la analista de género no puede limitarse a ser una observadora; ser una analista de género requiere que una también se convierta en alguien que escucha de forma atenta. La analista de género se interesa mucho por los que parecen tener poca influencia, así como por los que ejercen un poder notable. Solo revelando las relaciones de género entre los que tienen y los que no tienen poder se pueden obtener explicaciones valiosas.

La analista de género, además, no puede permitirse el lujo de prestar atención durante un ratito. Siempre hay que plantear estas duras preguntas a lo largo del tiempo. El análisis de género no es muy útil si se trata de una instantánea en un momento, ya que es probable que oculte tanto las causas profundas como las consecuencias a largo plazo relacionadas con el género. Se trata entonces de ponerse rápidamente manos a la obra y no detenerse.

A medida que una se convierte en una analista de género más hábil, se mostrará precavida al escuchar cómo se cuelan alegremente en el lenguaje de los analistas categorías sin género como «ejecutivos del sector minero», «negacionistas del cambio climático», «miembros del consejo de ministros», «tropas para el mantenimiento de la paz», «trabajadoras de la industria textil», «milicianos», «conductores de todoterrenos», «niños», «élites de la política exterior», «trabajadoras domésticas», «fabricantes de armas», «refugiados» o «negociadores de acuerdos de paz».[1] Nunca se sabrá hasta qué punto las dinámicas de género que conforman cualquiera de estos grupos influyen en sus actitudes y comportamiento hasta que no se rasque la superficie y se investigue explícitamente las dinámicas de género dentro de cada una de estas categorías engañosas.

Convertirse en una analista de género conscientemente feminista implica comprometerse con desvelar las relaciones de poder implícitas en cada dinámica de género, de cada transformación de género. Ciertamente, se pueden llevar a cabo análisis de género desde una óptica no feminista, pero esto no resulta muy útil si se espera que el análisis se convierta en base para crear un cambio efectivo.

Solo cuando se haya desarrollado la capacidad del análisis de género se podrá determinar si —y por qué— la sociedad, la escuela, el lugar de trabajo, el partido político o el movimiento social funcionan como un patriarcado. Los patriarcados tienen muchas formas, pero todos marginan a las mujeres y potencian ciertos tipos de masculinidad. Ser capaces de saber si una comunidad u organización es patriarcal es necesario para rastrear las causas y las consecuencias del militarismo localizado y globalizado.

Patriarcado: Por muy variadas que sean las comunidades y organizaciones patriarcales en el mundo actual, comparten un rasgo: cada una es un sistema de relaciones desiguales sostenido por creencias y actitudes particulares que, en conjunto, privilegian ciertas formas de masculinidad sobre todas las formas de feminidad, aunque algunas mujeres sean «colocadas en un pedestal» para poder ser admiradas. Cualquier sociedad, organización, movimiento o familia se convierte en patriarcal cuando sus miembros adoptan estos tipos de relaciones, prácticas, creencias y actitudes que atentan contra la feminidad, y ofrecen todos los privilegios a la masculinidad. El patriarcado no está «pasado de moda», sino que se adapta fenomenalmente bien a todos los contextos. Se actualiza constantemente, modernizado por quienes más se benefician de él. Algunos patriarcados pueden incluso parecer «modernos». Por ejemplo, las esferas más elevadas de muchas empresas de alta tecnología de Silicon Valley están notoriamente masculinizadas. Por eso los patriarcados han demostrado ser tan sostenibles.

Las relaciones patriarcales a menudo se ven reforzadas por el funcionamiento del racismo y la desigualdad de clases, aunque el patriarcado puede estar arraigado incluso en los grupos más homogéneos, las familias más pobres y las comunidades más marginadas. Es decir, ninguna comunidad está automáticamente exenta de poder convertirse en patriarcal. Las analistas feministas negras y las anticoloniales han insistido en que, para tratar de entender la vida de las mujeres y de los hombres, se debe explorar la interacción entre el género, la clase, la raza y la etnia de forma simultánea.

Los movimientos e instituciones que promueven el capitalismo y el militarismo son los que podrían parecer más propensos a adoptar —e incluso a apreciar— las ideas y prácticas patriarcales. Sin embargo, incluso los que promueven el antimilitarismo, la liberación nacional y los derechos de los trabajadores pueden volverse profundamente patriarcales cuando sus líderes se obstinan en adoptar ciertas ideas sobre la superioridad de determinadas formas de hombría y sobre la irrelevancia del comportamiento abusivo hacia las mujeres. La conciencia de esta posibilidad ha inspirado a las defensoras de los derechos de las mujeres a escudriñar los movimientos y organizaciones aparentemente progresistas. Es precisamente ese escrutinio el que debilita la sostenibilidad del patriarcado.

Ahora podemos recurrir a conceptos que se investigan habitualmente sin mucha curiosidad por el género. Comencemos con uno de los conceptos más utilizados hoy en día, una idea empleada para hacer visible un proceso de transformación social con múltiples ramificaciones: la globalización.

Globalización: Es el complejo proceso (que suele durar décadas, aunque de vez en cuando solo unos pocos años) por el que cualquier práctica, idea o cosa se generaliza en todas las regiones del mundo y sobrepasa las fronteras estatales. Los croissants se han globalizado, al igual que las «películas de acción», el sushi, el rifle Kalashnikov, el sufragio femenino, los drones, tuitear, la cirugía estética y la ropa informal de camuflaje.

Hoy en día, se suele pensar que el beneficio capitalista es el principal motor de la globalización. Pero otras fuerzas, como los gustos de los consumidores, los estereotipos y las ansiedades de género, los temores homofóbicos y xenofóbicos, y las leyes y pesadillas antiterroristas también pueden globalizarse a través de las redes sociales electrónicas, las alianzas interestatales, así como el proselitismo ideológico y religioso. El deseo de obtener beneficios es ciertamente importante, pero, por sí mismo, no explica lo suficiente cómo y por qué determinados procesos de globalización funcionan como lo hacen hoy en día. Tratar de entender con certeza lo que impulsa la globalización —y las fuerzas que se resisten a ella o la frenan— sin plantear cuestiones de género y sin llevar a cabo un análisis de género es probablemente inútil.

Un tema principal en los debates sobre la globalización (sus beneficios, costes y consecuencias) ha sido la movilidad de las empresas manufactureras de un país a otro. La conclusión analítica generalizada ha sido que los ejecutivos de las empresas siempre están buscando mano de obra barata y que los representantes de muchos gobiernos nacionales están más que dispuestos a ofrecer la mano de obra barata de sus propias sociedades al mejor postor. Sin embargo, «mano de obra barata» es un concepto problemático. Por lo tanto, se debe prestar atención no solo a lo que revela, sino a lo que oculta.

Mano de obra barata: Ninguna mano de obra es intrínsecamente «barata», sino que resulta abaratada por alguien. Debe haber alguien (normalmente un número de personas coordinadas) que realiza acciones específicas para que la mano de obra de los trabajadores acabe estando mal pagada o siendo prescindible. Por lo general, son los empresarios los que actúan más directamente para abaratar el trabajo de sus empleados. Sin embargo, lo más frecuente es que los empresarios requieran la cooperación de las autoridades para abaratar el trabajo de sus empleados. Las autoridades en cuestión animan a los empresarios a suprimir los salarios de los trabajadores o hacen la vista gorda cuando los empresarios llevan a cabo estas acciones. Pueden hacerlo por su afán de obtener ingresos del Estado o por su temor a que los trabajadores se organicen de forma independiente, o a cambio de sobornos. Los consumidores son cómplices del abaratamiento de la mano de obra de los trabajadores en la medida en que no se interesan por las condiciones en las que se fabrican los productos que compran. Entre las medidas más comunes adoptadas por los empresarios para abaratar la mano de obra se encuentran:

esgrimir estereotipos de género, étnicos y raciales (normalmente de forma combinada) incluyendo la presunción de que, supuestamente por su origen étnico o racial, ciertos trabajadores son «naturalmente» buenos en solo ciertos trabajos mal pagados y no son dignos de formación o promoción, así como suponer que las trabajadoras solo trabajarán por dinero hasta que se casen o, aunque trabajen después de casarse, no son «cabezas de familia» y, por tanto, solo obtienen «ingresos complementarios»;la aplicación de prácticas de empleo opresivas, como la obligación de hacer horas extras obligatorias, cuotas de producción poco realistas, acoso sexual, recortes salariales punitivos, condiciones de trabajo inseguras y contratación de matones para golpear a los empleados que expresan su desacuerdo;devaluar ciertas habilidades, tratándolas como algo «natural» para esas trabajadoras y, por lo tanto, no merecedoras de recompensa;prohibir o cooptar la organización de mujeres y hombres en el lugar de trabajo para evitar que esas organizaciones actúen de forma independiente en favor de los intereses de los trabajadores, onegarse a reconocer los derechos laborales nacionales e internacionales de las mujeres y los hombres.

Por lo tanto, el de «mano de obra barata» es un concepto de valor muy cuestionable que oculta más de lo que revela. Un concepto mucho más útil, un concepto que las feministas utilizan ahora para criticar las economías políticas globalizadas, es el de «mano de obra abaratada» o «trabajo abaratado».

La época actual ha estado marcada no solo por los procesos de globalización y por el abaratamiento de la mano de obra, sino también por los estallidos de conflictos armados violentos desde Ucrania y Siria, hasta el Congo, Palestina, Irak, Yemen, Libia, Egipto, Nigeria y Sudán del Sur. También ha sido una época en la que ha resultado extraordinariamente difícil crear una paz duradera en países tan diferentes como Colombia, México, Guatemala, Malí, Somalia, Myanmar, Irlanda del Norte y Bosnia. Al mismo tiempo, la fabricación y el comercio mundial de armamento sigue creciendo, y muchos gobiernos que no están oficialmente «en guerra» encuentran, sin embargo, atractivo aumentar su gasto militar. Como resultado, mucha más gente recurre al concepto de militarismo para explicar este fenómeno del siglo xxi en sus tres vertientes.

Militarismo: No se trata de una idea simple. Más bien, es un concepto que se refiere a un complejo conjunto de ideas que fomentan los valores militares tanto en los asuntos militares como en los civiles. En conjunto, el paquete de ideas que conforma el militarismo también justifica las prioridades e influencias militares en los asuntos culturales, económicos y políticos.

Entre las ideas que forman parte del paquete del militarismo están:

la creencia en que los hombres son protectores naturales y que las mujeres deben agradecer la protección masculina;la creencia en que los soldados merecen un elogio especial por las contribuciones a sus países;la creencia en que las jerarquías de mando son una parte natural de la sociedad;la creencia en que en los asuntos humanos es natural tener enemigos;la valoración de la fuerza física sobre otros modos de interacción humana para resolver las diferencias;la idea de que cualquier país sin un ejército estatal no es un Estado plenamente «maduro».

Hay muchas pruebas que demuestran que no todo el mundo piensa que el militarismo es natural o valioso. Por ejemplo, los ciudadanos de Islandia y Costa Rica han decidido que sus países no necesitan ejércitos. Por lo tanto, para investigar cómo es que solo algunos individuos, algunos grupos y algunos países parecen adoptar este paquete distintivo de ideas, mientras que otros no lo hacen, los observadores han elaborado un segundo concepto complementario, la militarización.

Militarización: Es el proceso social, político y psicológico por el que cualquier persona, grupo o sociedad absorbe, de forma gradual, las ideas y las prácticas resultantes del militarismo. Tanto las mujeres como los hombres pueden militarizarse, aunque normalmente se militarizan de formas bastante diferentes, ya que las ideas militaristas están profundamente impregnadas de supuestos y valores de género. Entre las cosas que pueden militarizarse están: las lecciones de historia de una escuela; el papel de la «buena esposa»; las aspiraciones de un padre para su hijo; el presupuesto anual de un gobierno; los rituales de una fiesta nacional; la opción de un votante en las elecciones; la estrategia de una empresa civil para generar beneficios; y, el sentido de la vida de un pueblo.

La militarización suele requerir que se tomen decisiones específicas; por ello, no es inevitable. Sin embargo, revertir un proceso de militarización casi siempre requiere de un serio replanteamiento de las ideas sobre la feminidad y la masculinidad.

Desmilitarización: Este también es un proceso gradual. Desmilitarizar una cosa requiere hacerla menos dependiente de los valores militarizados o de la aprobación de los militares por su valor, su influencia o su sensación de bienestar. Entre las muchas cosas que pueden desmilitarizarse están: la seguridad nacional, las candidaturas políticas, los programas escolares, el matrimonio, el significado del patriotismo, los estándares de la masculinidad, la posición de un país en los asuntos mundiales y los beneficios de una corporación.

En el mundo actual, uno de los conceptos más difíciles de desligar de su anclaje militarizado ha sido la seguridad nacional. Mujeres y hombres decididos a avanzar en la desmilitarización, local y globalmente, han tenido que emplearse a fondo con nociones alternativas de la seguridad nacional y con aquellos que parecen tener más interés en mantener un concepto de seguridad nacional profundamente militarizado.

Seguridad nacional: Este es el supuesto objetivo de los funcionarios del Estado cuando diseñan políticas para proteger a sus ciudadanos de posibles daños. En la práctica, quienes codifican la seguridad nacional (legisladores, funcionarios, agentes de inteligencia, miembros del gabinete de gobierno, jueces, asesores académicos, comentaristas de los medios de comunicación), suelen dar menos prioridad a la seguridad de la nación en su diversidad —esto es, a la colectividad de la población civil— y más a los intereses más estrechos del Estado.

La seguridad no tiene por qué estar militarizada. La seguridad nacional podría medirse por el número de ciudadanos que tienen acceso a alimentos con un adecuado aporte nutritivo y a una vivienda digna. Alternativamente, también se podría medir la seguridad nacional por el grado de confianza que los miembros más pobres de la sociedad tienen en los responsables públicos y sus instituciones.

Cuando la seguridad nacional como concepto se militariza, las amenazas parecen magnificarse, los enemigos parecen multiplicarse, el secreto se justifica más fácilmente, las intrusiones del Estado en la vida de los civiles son más fáciles de racionalizar y las cesiones de derechos civiles pueden legitimarse. Además, cuando la seguridad nacional se militariza, el espacio en el que tiene lugar la elaboración de la política de seguridad nacional se convierte en un ámbito especialmente masculinizado de los asuntos del Estado, un ámbito al que no parece pertenecer nadie que se imagine que es femenino.

Ningún concepto es sagrado. Ningún concepto debe ser cincelado en piedra. Cualquier concepto que merezca la pena es vibrante, siempre sujeto a reevaluación y a nuevas interpretaciones. Por tanto, para ser fiable, cualquier concepto debe ser constantemente aplicado, probado, evaluado y refinado. El próximo investigador o investigadora movido por la curiosidad feminista puede ofrecer mejoras que hagan que ese concepto sea más útil para todas nosotras.

[1]. La afirmación de la autora tiene sentido en el idioma original en el que, al no existir el género gramatical, se hace necesario recurrir al adjetivo male (hombre) o female (mujer) si se quiere marcar el género de las categorías aludidas. Al contar con marca de género gramatical en castellano, en la traducción de este fragmento hemos optado por el género socialmente dominante como, por ejemplo, en «ejecutivos del sector minero» o «trabajadoras de la industria textil». [N. de la T.]

CAPÍTULO 2

LA «CURIOSIDAD FEMINISTA» Y EL MILITARISMO GLOBALIZADO

Desarrollar la «curiosidad» implica explorar, cuestionar y negarse a dar algo por sentado. Una no siente curiosidad por las cosas que da por sentadas. Por ejemplo, la mayoría de nosotros —a no ser que estemos muy resfriados o hayamos empezado a ir a clases de yoga— no sentimos mucha curiosidad por la respiración. La mayoría de nosotros, la mayoría de las veces, no le prestamos mucha atención a las sequías prolongadas ni al deshielo del casquete polar ártico.

Un tema importante que delinearemos aquí es la «curiosidad feminista»: ¿cómo desarrollarla?, ¿qué es lo que la distingue? Descubriremos qué es lo que una curiosidad feminista puede revelar sobre el funcionamiento de la globalización y la militarización —y los vínculos entre ellas— que de otro modo pasaríamos por alto. En otras palabras, se trata de una empresa muy práctica y realista.

El desarrollo de un nuevo tipo de curiosidad no es solo académico. Requiere energía. Es político. Es cultural. Es personal. Insistir en plantear preguntas sobre cosas que otras personas dan por sentadas puede ser un acto político.

La curiosidad feminista es una herramienta crucial para dar sentido a los vínculos entre dos de las tendencias más potentes del mundo: la globalización y la militarización.

Como cualquier «-ización» (por ejemplo, la industrialización, la urbanización), tanto la globalización como la militarización son en realidad procesos de transformación con muchas capas. Por ejemplo, resulta posible recomponer, paso a paso, la secuencia de decisiones estratégicas seguidas por el régimen nazi en los años 1930 para transformar la conciencia de muchos alemanes de a pie. Las técnicas publicitarias y el cine popular desempeñaron un papel fundamental (Koonz, 2003). Por tanto, habrá que observar las tendencias de la globalización y la militarización a lo largo del tiempo, y habrá que vigilar varios niveles a la vez: observar los cambios de los individuos al mismo tiempo que se presta atención a los cambios que se producen en las comunidades locales, las instituciones públicas, las empresas y las sociedades enteras. Es una gran tarea. El uso de la curiosidad feminista debería ayudarnos a todos a hacerlo de forma más realista y con resultados más fiables.

La globalización es el proceso por el que cualquier cosa (la industria cinematográfica, la producción de verduras, la aplicación de la ley, la banca, la profesión de enfermería, la educación superior, el sentido de identidad de un individuo, los derechos humanos, el activismo medioambiental o un movimiento de mujeres) se vuelve gradualmente más interdependiente y coordinada a través de las fronteras nacionales. Los enfermeros, generalmente mujeres, emigran de Filipinas a los hospitales de Nueva York; los productores de Hollywood hacen películas con poco texto y mucha acción masculina para atraer a multitud de espectadores en China; los agricultores chilenos producen arándanos que se consumen en pleno invierno en Toronto; los ejecutivos de empresas mineras canadienses, en su mayoría hombres, se anticipan a un acuerdo de paz en Colombia para poder ampliar sus operaciones en este país desgarrado por la guerra.

O pensemos en la globalización del caucho. La primera vez que me pregunté de dónde procedía el caucho de los neumáticos de mi coche fue cuando era estudiante de posgrado realizando una estancia durante un año en Malasia, con el objetivo de entender las tensiones étnicas dentro del complejo sistema educativo de esta antigua colonia británica. Mi pequeño apartamento, sin embargo, estaba en una nueva urbanización a las afueras de la capital, en un terreno recuperado de una plantación de caucho. Así que, además de la política educativa, empecé a reflexionar sobre el caucho. Había árboles de caucho justo delante de mi puerta trasera. A primera hora de la mañana observé a los caucheros trabajando, haciendo cortes en forma de medialuna en la corteza moteada de los esbeltos árboles, y luego colocando debajo de los nuevos cortes pequeñas tazas en las que el tesoro del árbol del caucho, el látex líquido blanco, gotearía. De pie, bajo la luz tropical de primera hora de la mañana, pensé en los neumáticos de mi VW Escarabajo. Pero creo que no me di cuenta de que lo que tenía delante era la globalización en plena acción.

Porque fueron los científicos británicos hace un siglo los que llevaron a hurtadillas árboles de caucho desde Brasil hasta sus famosos jardines botánicos de Kew en Inglaterra, desarrollaron una variedad comercial de árboles de caucho, los trasplantaron en su entonces colonia británica de Malaya, en el sudeste asiático, y contrataron a miles de trabajadores migrantes indios para explotar el látex blanco que fluía de estos delgados árboles en sus vastas plantaciones. El resultado: Dunlop, una empresa británica que explotaba plantaciones de caucho en Malasia, se convirtió en una potencia internacional cuando el desarrollo de la industria automovilística hizo que los neumáticos de caucho fueran esenciales para el transporte moderno en todo el mundo. La empresa estadounidense Firestone también utilizó Liberia y la francesa Michelin utilizó Vietnam para desarrollar sus negocios mundiales de neumáticos y caucho. Y otras empresas estadounidenses emblemáticas como Singer, fabricante de las famosas máquinas de coser, desarrollaron conscientemente estrategias de mercadotecnia global a principios del siglo xx (Domosh, 2006). Así que las tendencias globalizadoras (en la ciencia, el control político, la migración laboral, la comercialización de productos) no son nuevas. Lo que sí es nuevo es la escala y la amplitud de las tendencias globalizadoras que se han desplegado desde finales del siglo xx y acelerado en el siglo actual.

A menudo, la globalización se utiliza como una etiqueta abreviada para referirse a la expansión mundial de las organizaciones empresariales capitalistas y los flujos de tecnología, mano de obra y capital diseñados para aumentar los beneficios de esas empresas. De la misma manera, entonces, la antiglobalización se utiliza para referirse al movimiento social de muchos sectores inspirado en las críticas a esa tendencia globalizadora capitalista. Pero es más útil entender que la globalización puede ocurrirle a todo, no solo a las empresas que buscan beneficios y a sus productos y empleados. De hecho, el movimiento antiglobalización, con sus redes difusas, pero a menudo eficaces, de activistas medioambientales o contra la explotación laboral, defensores de la democracia y de la cultura local, es en sí mismo un resultado importante de las tendencias globalizadoras: los activistas de Nigeria intercambian ahora información y lecciones estratégicas con personas de Canadá, Gran Bretaña e India.

Por otra parte, es cierto que no todo el mundo entra en la globalización con los mismos recursos: no todo el mundo puede permitirse viajar en avión; no todo el mundo tiene fácil acceso a Internet; no todo el mundo tiene laboratorios científicos o créditos bancarios al alcance de la mano; no todo el mundo tiene el mismo acceso al inglés, la lingua franca cada vez más dominante de la comunicación globalizada; no todo el mundo puede discutir sus problemas internacionales en privado mientras se toma un cóctel con un senador.

La militarización