Gobernar la ciudad - Juan Carlos Colomer Rubio - E-Book

Gobernar la ciudad E-Book

Juan Carlos Colomer Rubio

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Beschreibung

Esta obra propone un recorrido histórico por la gestión de la ciudad abordando la acción de gobierno de los mandatarios franquistas que la dirigieron en los últimos años del régimen. A partir de documentación inédita, la obra reconstruye la biografía y principales hitos de la labor municipal de Miguel Ramón Izquierdo, Vicente López Rosat o Adolfo Rincón de Arellano. ¿Qué les llevó a tomar determinadas decisiones que configuraron la historia de la urbe en épocas posteriores? ¿Qué papel jugaron en la transición a la democracia? o ¿cómo era su relación con sus conciudadanos? Gobernar la ciudad se convirtió en una prioridad para el franquismo en aspectos como el urbanismo, el peso creciente del asociacionismo vecinal o la gestión de las fiestas y conmemoraciones cívicas. Una labor política que permitirá entender, gracias a este volumen, la larga duración de la dictadura y también las bases sociales sobre las que se configuró.

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Seitenzahl: 451

Veröffentlichungsjahr: 2018

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GOBERNAR LA CIUDAD

ALCALDES Y PODER LOCALEN VALENCIA (1958-1979)

JUAN CARLOS COLOMER RUBIO

GOBERNAR LA CIUDAD

ALCALDES Y PODER LOCALEN VALENCIA (1958-1979)

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© Juan Carlos Colomer Rubio, 2017

© De esta edición: Publicacions dela Universitat de València, 2017

Publicacions de la Universitat de València

http://puv.uv.es

[email protected]

Maquetación: Inmaculada Mesa

Diseño de cubierta: Celso Hernández de la Figuera

Fotografía de la cubierta: Franco y Adolfo Rincón de Arellano, alcalde de Valencia, en junio de 1962

© Autor de la fotografía: José María Penalba Juliá

© Titular de derechos de la fotografía: José Vicente Penalba Salvador

Fotografías de las páginas 66, 121 y 190

© Autor: José María Penalba Juliá

© Titular de derechos: José Vicente Penalba Salvador

ISBN: 978-84-9134-264-9

A la memoria de mis abuelos: Manuel, Dolores, Francisco y MilagrosEsta historia es también suya

ÍNDICE

Índice de ilustraciones

Índice de tablas y gráfico

Abreviaturas utilizadas

 

PRÓLOGOde Josep Sorribes Monrabal

INTRODUCCIÓN

1. ORDENAMIENTO LEGAL Y EVOLUCIÓN POLÍTICA DE LAS INSTITUCIONES LOCALES FRANQUISTAS

La red institucional-provincial del franquismo

Los ayuntamientos: contexto histórico y marco legal

Evolución de la institución municipal en el franquismo: elecciones por tercios, renovación y problemáticas municipales

2. PODER LOCAL E INSTAURACIÓN FRANQUISTA DEL AYUNTAMIENTO DE VALENCIA (1939-1958)

«A la sombra de Aranda»: instauración de las corporaciones locales valencianas

«Cuando callan los hombres hablan las piedras»: la crisis de 1957

3. «UNA IZQUIERDA DEL RÉGIMEN»: ADOLFO RINCÓN DE ARELLANO Y EL AYUNTAMIENTO DE VALENCIA (1958-1969)

Valencia, 1958-1969: una ciudad en transformación

«Impasible el ademán»: orígenes y evolución de un hombre del régimen

Una gestión para ganar la absolución: modernidad y reacción más allá de la acción municipal (1958-1969)

Afines, indiferentes, opositores: descripción del arco municipal

SALTUV: un proyecto de empresa comunal en el franquismo

¡Qué no vuelva a repetirse! «El Plan Sur»

Un modelo turístico ¿diferente?: la urbanización de la Dehesa de El Saler

Las relaciones con «otros»: diputación y gobierno civil durante su mandato

Dimisión y deriva política posterior

4. CONTINUIDAD VERSUS RENOVACIÓN: LA ALCALDÍA DE VICENTE LÓPEZ ROSAT (1971-1973)

Continuidades y rupturas tras la crisis de 1969

Vicente López Rosat: del SEU a la alcaldía

Continuidad y renovación desde la municipalidad

Una máxima: la integración

El caso Ahumada: las elecciones municipales de 1971

Grandes proyectos

«El volem verd»

«El Saler per al poble»

Entre la lealtad y la ruptura: las relaciones con la superioridad

«Siempre he sido un falangista»: crisis del proyecto falangista en el consistorio municipal

Un nuevo alcalde valenciano, regionalista y gestor

5. «NO MOS FAREU CATALANS». EL REGIONALISMO DE RAMÓN IZQUIERDO EN EL FINAL DEL FRANQUISMO (1973-1979)

«Por amor a Valencia»: Miguel Ramón Izquierdo, un alcalde regionalista

Consistorio municipal y problemática social en el tardofranquismo

Proyectos para una ciudad en tránsito

Hablan los barrios

Interinidad de un equipo de gobierno

Logros y derrotas

La instrumentalización política de la fiesta fallera

Abril de 1979: ¿fin de ciclo y fin de una etapa?

6. «VIVÍAMOS TAN DEPRISA QUE NO VEÍAMOS EL PAISAJE»: LA VICTORIA SOCIALISTA EN 1979, TENSIONES Y RUPTURAS

Las elecciones de abril de 1979: candidatos, programas y cambio municipal

«Tu ciudad cambia con los socialistas»: la alcaldía de Fernando Martínez Castellano

Transición y corporación municipal en Valencia

EPÍLOGO

FUENTES Y BIBLIOGRAFIA

ÍNDICE BIOGRÁFICO DE ALCALDES Y CONCEJALES FRANQUISTAS

ÍNDICE ONOMÁSTICO

ÍNDICE DE ILUSTRACIONES

Ilustración 1.Fachada de la Casa Consistorial de Valencia

Ilustración 2.Adolfo Rincón de Arellano García (1910-2006)

Ilustración 3.Plan general de 1988

Ilustración 4.Proyecto de trazado viario del antiguo cauce

Ilustración 5.Sánchez Bella, el alcalde López Rosat y el presidente de la diputación, Perelló Morales, ante los planos de la urbanización de la Dehesa de El Saler. Febrero de 1971

Ilustración 6.Miguel Ramón Izquierdo (1919-2007)

Ilustración 7.Fernando Martínez Castellano (PSPV-PSOE) el día su investidura en 1979

Ilustración 8.Retirada de la estatua dedicada a Francisco Franco. Plaza del Ayuntamiento, 1983

ÍNDICE DE TABLAS Y GRÁFICO

Tabla 1.Número de concejales por número de población

Tabla 2.Alcaldes de Valencia durante la dictadura franquista (1939-1979)

Tabla 3.Relación de candidatos del tercio de representación familiar, elecciones de 1960

Tabla 4.Relación de candidatos electos por el tercio sindical y corporaciones, noviembre de 1960

Tabla 5.Composición del pleno tras las elecciones por tercios de noviembre de 1963

Tabla 6.Relación de candidatos del tercio de representación familiar, elecciones 1966

Tabla 7.Candidatos elecciones por el tercio familiar de 1970

Tabla 8.Candidatos elecciones por el tercio familiar en 1971

Tabla 9.Composición del pleno tras las elecciones por tercios de noviembre de 1971

Tabla 10.Índice de participación en las elecciones de 1973

Tabla 11.Candidatos elecciones por el tercio familiar de noviembre de 1973

Tabla 12.Concejales elegidos por el tercio sindical y corporaciones en noviembre de 1973

Tabla 13.Composición del pleno durante la alcaldía de Miguel Ramón Izquierdo

Tabla 14.Resultado de las elecciones generales al Congreso de junio 1977 en el País Valenciano

Tabla 15.Resultados en Valencia, 3 de abril de 1979 (Partidos con representación)

Tabla 16.Reparto de delegados-concejales y partidos políticos. Valencia, abril de 1979

Gráfico 1.Evolución de la población de hecho de la ciudad de Valencia (1920-1980)

ABREVIATURAS UTILIZADAS

ADA

Archivo de la Democracia de Alicante

ADV

Archivo de la Diputación de Valencia

AFMC

Archivo personal de Fernando Martínez Castellano

AGA

Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares

AGV

Archivo de la Generalitat Valenciana

AMRI

Archivo personal de Miguel Ramón Izquierdo

AMV

Archivo Municipal de Valencia

ARV/F.RdeA

Archivo del Reino de Valencia-Archivo personal de Adolfo Rincón de Arellano García

BIM

Boletín de Información Municipal

FET-JONS

Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista

GAV

Grup d’Acció Valencianista

HMV

Hemeroteca Municipal de Valencia

INE

Instituto Nacional de Estadística

JCF

Junta Central Fallera

JONS

Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista

PCE

Partido Comunista de España

PSPV-PSOE

Partido Socialista del País Valenciano-Partido Socialista Obrero Español

SEU

Sindicato Español Universitario

UCD

Unión de Centro Democrático

UDPV

Unión Democrática del País Valenciano

URV

Unión Regional Valenciana

PRÓLOGO

Hace poco mi buen amigo Juan Carlos Colomer Rubio me hizo un ofrecimiento irrenunciable: prologar el libro (resultado de su tesis doctoral) que le iba a publicar en breve la Universitat de València. Yo conocía bien las andanzas intelectuales de Juan Carlos desde hacía años. Habíamos comentado con frecuencia, y sobre todo en el transcurso de tres excursiones memorables que hicimos mano a mano, algunos temas que estaban sobre el tapete desde la lectura de su tesis doctoral. Sabía también de su incansable dedicación a las tareas menos gratificantes de gestión cotidiana y lo mucho que aportaba a sus compañeros haciendo caso omiso de una evidencia que él mismo me comunicó en tono jocoso y en términos de refrán: «En comunidad no muestres tu habilidad». Tener habilidades notables de gestión e informática –como es el caso– conllevaba que el «por favor, Juan Carlos» fuera un sonsonete habitual. Hasta yo me he aprovechado alguna vez.

A pesar de sus «otras» preocupaciones y ocupaciones, Juan Carlos, a base de horas, esfuerzo y constancia ha sido capaz de, primero, elaborar una tesis sólida en cuya lectura no se huyó de la polémica (¡¡qué gusto!!) y, posteriormente, preparar un texto publicable que hiciera llegar al público interesado –no sólo ni necesariamente sólo a los «especialistas»– el resultado del esfuerzo.

Y aquí me tienen, convertido en prologuista por petición expresa del interesado que –siempre tan formal– insistía en que para él era «un honor». El honor –menudo palabro–, es, en todo caso, mío, y soy perfectamente consciente que el libro de Juan Carlos Colomer Rubio (Gobernar la ciudad. Alcaldes y poder local en Valencia (1958-1967)) hubiera tenido, de querer él, prologuistas mucho más avezados. ¿Me incapacita mi amistad para ejercer ese complicado oficio eventual? Sinceramente, lo ignoro, pero lo que sí que puedo asegurarles es que precisamente por mi amistad huiré de cualquier tentación hagiográfica y, con mis muchas limitaciones, echaré mano del baúl de la honestidad, cosa que procuro hacer haciendo caso a una frase de Mark Twain que no hace mucho me impactó: «Se tú mismo. Los demás puestos ya están ocupados». Procuraré ser fiel a mi daemon socrático.

Empezaré afirmando con voz alta y clara que el libro de Juan Carlos es una excelente noticia para los que nos dedicamos a la tan menospreciada «divulgación» de la no menos menospreciada «cuestión local» en el ámbito de València, su área metropolitana o ese País Valenciano que se resiste a traspasar el umbral de una región con fuerte personalidad como apunta mi buen amigo Ricard Pérez Casado en un libro reciente (Ser valencians. Ed. Balandra, 2017).

Una buena noticia en diferentes sentidos. No me resisto a no compartir con el lector, aunque no sea, ni de lejos, lo más importante, que al leer el libro no he podido contener un ¡¡Por fin!! Por fin tenemos un texto muy serio que nos habla de un período histórico crucial para entender nuestro presente. Llevamos –esa es al menos mi opinión– demasiado tiempo con la dichosa capitalidad de la Segunda República. No se me entienda mal. Tras tantos años de ominoso silencio era justo y necesario ejercer el derecho a la memoria de aquel breve y creativo tiempo que las armas se encargaron de yugular. El propio Juan Carlos Colomer ha participado y participa del esfuerzo, al igual que mi buen amigo Jose Azkàrraga que viene trabajando incansablemente desde hace muchos años en el contexto hostil de la Valencia de Rita Barberá. Nada menos que 24 años de activa oposición a la memoria histórica.

Era lógico que reverdeciera el interés y los estudios por aquella realidad republicana y que se valorara en su justa medida el hecho de haber sido capital de la Segunda República por un breve período, con todo lo que ello supuso. Fracasado el golpe en Valencia, quizá más por incompetencia de los golpistas de primera hora, Valencia «cayó» en el bando republicano y tuvo que ejercer de retaguardia y de sede del gobierno de Azaña en su éxodo de Madrid. Lo hizo con dignidad, mucho esfuerzo y demasiadas víctimas y desde aquí se irradiaron cultura y esperanzas.

Pero he dicho en su «justa medida» y eso es lo que ha fallado, En parte por la ley del péndulo y en parte por los réditos obtenibles y los no pocos oportunistas que siempre aparecen. Ha habido –siempre en mi opinión– una inflación de celebraciones, efemérides y libros, amén de algún que otro mobiliario urbano prescindible. Un exceso que además impide percibir con nitidez algunos elementos de sentido y calidad como la ruta republicana (¡¡cuántos paseos didácticos lleva Jose Azkárraga!!), la guía de la Valencia republicana, la labor realizada con los refugios, el plano catastral de 1944 que Tito Llopis y Luis Perdigón pusieron a nuestro alcance, la presencia de la arquitectura racionalista o la reciente magnífica exposición Tempesta de Ferro en el Ayuntamiento de Valencia.

Por eso, por el exceso y la no justa medida, bienvenido sea un libro como el de Juan Carlos que, ¡¡por fin!!, nos hace mirar a otro período trascendente y del que todavía sabemos bien poco. Algún trabajo sobre los grupos de la posguerra, algunos estudios sobre el plan de 46 y el Plan Sur, algún trabajo sobre la arquitectura autárquica y los grandes proyectos no ejecutados, algún análisis de los proyectos especulativos de la Valencia del desarrollo. Muy poco, aunque meritorio, y mucho trabajo por hacer.

Pero con el libro de Juan Carlos Colomer ya sabemos bastantes cosas más y ese es su mérito principal. Y lo sabemos por su esfuerzo y su buen oficio de historiador. Ya entendemos mucho mejor la red institucional del franquismo y la importancia del poder local, la supeditación jerárquica, compatible con la existencia de diferentes «familias» (ahora les llaman «sensibilidades») y el juego entre Falange, el ejército, la Iglesia, los tradicionalistas, los monárquicos y el Opus.

El libro es tan rico en documentación y matices que resumirlo es un esfuerzo estéril y una inútil pasión. No caeré en la trampa por respeto al autor y al lector. El volumen se centra en el periodo 1957-1979 y ello nos permite disfrutar del análisis de la disidencia tolerada pero hasta cierto punto (la crisis de 1957); de la figura clave del «jefe» Rincón de Arellano, una personalidad poliédrica llena de matices a pesar de su coherencia falangista, su intento de situarse a la «izquierda del régimen» y su prédica de la revolución pendiente y de la ciudad falangista; el continuismo de Lopez Rosat no exento de alguna sorpresa como la famosa encuesta sobre barrios depauperados de 1973 que le costó el «malhumor» del «poncio» Oltra Moltó (Altra Multa como le llamaba la izquierda en la Transición) y, last but not least, la figura clave del regionalista/blavero Miguel Ramón Izquierdo, último resistente del tardofranquismo, prudente y escurridizo (cuenta la leyenda que llevaba cinturón y tirantes de tan prudente que era) y personaje clave para entender la «batalla de Valencia» junto con Attard, Abril, Martorell, Broseta y personajes secundarios pero eficientes como Giner Boira o Pascual Lainosa,

El libro ofrece mucho, mucho más y por ello me abstendré de todo detalle. Los «perfiles» están muy conseguidos, se analiza por primera vez la dinámica y resultados de la democracia orgánica local (los famosos tercios, que no de Flandes). Se constata también el, al menos, relativo esfuerzo por adaptar lo inadaptable, la democracia orgánica a los cambios sociales que se iban produciendo, sobre todo a partir del Plan de Estabilización de 1959 (los famosos cursos en Peñíscola, desde 1960 a 1976 sobre los «problemas políticos de la vida local» de sabor ligeramente reformista...).

Es el libro de Juan Carlos un magnífico libro que podríamos «tejuelar» como de historia política (aunque trasciende y mucho la etiqueta porque, por ejemplo, la historia urbanística está bien presente) y que tiene el gran mérito no sólo de utilizar fuentes documentales «internas» al régimen (siempre complicadas de obtener) sino, además, de «meterse en la piel» de los protagonistas lo cual le permite «entender» (que no justificar) los resortes de la acción y la naturaleza de las pugnas. Por decirlo alto, claro y breve, un gran libro.

Quizá algún lector pueda estar pensando a estas alturas que la loa es excesiva. Lamento defraudarle. No lo es, pero en aras a la honestidad de la que hablaba al principio, reconozco que, además de divertirme y aprender mucho con la lectura del libro, me he quedado con hambre, con bastante hambre. El libro es un magnífico aperitivo que cumple la función inaplazable de divulgar lo que ha supuesto tantas horas de estudio e investigación. Juan Carlos es joven, muy joven (con mis 66 cumplidos, le doblo en edad) y tiene mucho más que ofrecernos si la tediosa «carrera universitaria» y su proverbial dedicación a resolver problemas de los compañeros y de la institución no le distraen en exceso.

Sin salirme, al menos en demasía, del período que ha elegido estoy deseoso, por ejemplo, de que persevere en una buena biografía de Rincón de Arellano sobre la que hemos hablado mucho y en la que tiene como guía la magnífica biografía que Ramir Reig escribió sobre Blasco Ibáñez.

El personaje, Rincón de Arellano, poliédrico y lleno de matices como ya he apuntado, se lo merece. Y conviene poner a la luz la diferencia entre la teoría y la praxis de su «ciudad falangista» puesto que la segunda está llena de errores, admitiendo la dificultad de hacer frente a la vez a los destrozos de la riada y al alud inmigratorio. Pero queda mucho por saber del Plan Sur, de la megalomanía de El Saler, del destino previsto para el viejo cauce del Turia (aquello de «lo que los afanes comunitarios demanden»), de las operaciones especulativas realizadas al socaire de un Plan General (el de 1966) aprobado bajo su mandato. También su pretendido izquierdismo requiere quizá más datos biográficos y comprobar si su ideario falangista era tan naïf como parece. Urge la biografía y solo Juan Carlos Colomer puede abordarla con rigor.

Puestos a pedir, el primer franquismo, el de 1939-1952 (hasta el acuerdo de las bases y el Concordato), del que también habla el libro, se presta a mayor profundización. Y, como no hay dos sin tres, el crucial período de 1975-1981 está también esperando los buenos oficios de Juan Carlos. El libro es un magnífico punto de llegada, pero los que estamos inoculados por el virus (el autor ya está con todo derecho en el club), tenemos la mala costumbre de convertir los puntos de llegada en puntos de salida. Estoy seguro que el futuro nos deparará más alegrías de la mano de Juan Carlos Colomer. De momento, mi más sincera enhorabuena.

JOSEP SORRIBES MONRABAL

INTRODUCCIÓN

En el centro de la ciudad de Valencia, cercano a la estación del Norte, podemos observar un gran edificio sede del gobierno municipal de la ciudad. Esta construcción, rematada por dos amplias cúpulas de color rojo cobrizo y fuertes columnas, se sitúa en la parte lateral de la plaza del Ayuntamiento constituyéndose como uno de los edificios más importantes de la urbe. En su fachada destacan cuatro esculturas que remiten a las virtudes cardinales que deben guiar todo acto de gobierno: la justicia, la prudencia, la fortaleza y la templanza. La obra queda rematada por un alto torreón coronado con un enorme reloj. Esta edificación, conocida como la Casa Consistorial, invita a detenerse y mirar a caminantes, turistas y curiosos.

Esta obra arquitectónica de principios del siglo XX, superpuesta a elementos de épocas anteriores, fue diseñada por el arquitecto Carlos Carbonell y parece aguantar estoicamente el paso del tiempo. Desde su inauguración en 1930 ha presenciado el devenir de la Segunda República, una Guerra Civil que dejó marcas de metralla en su base, una dictadura franquista que gobernó férreamente la ciudad desde sus despachos y las vicisitudes de un proceso democratizador que inauguró la democracia actual. Y este edificio, testigo silencioso de toda una larga trayectoria histórica: Valencia en el siglo XX, calla, observa y permanece. Su historia es la de sus gobernantes y la de la ciudad que administró y gobierna.

Con esta pequeña reflexión inicial pretendemos introducir este trabajo de investigación sobre un tiempo y un lugar: la historia de la ciudad de Valencia, especialmente de sus alcaldes y del poder local que ostentaron durante el tardofranquismo y los inicios de la Transición.

Ilustración 1. Fachada de la Casa Consistorial de Valencia.

Los ayuntamientos españoles en la época contemporánea tuvieron un gran papel como gestores de las ciudades que iban creciendo en un contexto de crecimiento y transformaciones económicas. Regulados a partir del establecimiento del sistema constitucional de Cádiz en 1812, el sistema municipal español se expandió por el territorio bajo las líneas de autoridad del ejecutivo central, con una limitada capacidad administrativa y una elección de los cargos impuesta por el Estado. Los municipios actuaban con una vocación de control y gestión del espacio urbano. Aquí resultaron fundamentales en el desarrollo político y en este ámbito, con frecuencia, eran la primera y única referencia política de los ciudadanos. Estas líneas maestras que regularon la vida del municipio liberal no se vieron cuestionadas a lo largo de la primera mitad del XIX. Así, hubo que esperar a la corta experiencia de la Primera República para que se configurase un modelo autónomo y verdaderamente democrático de ayuntamiento que fracasó por la corta duración de esta experiencia política. Con la restauración monárquica, se volvió al modelo liberal anterior y las sucesivas leyes municipales tan sólo abordaron aspectos técnicos y no acometieron los dos grandes desafíos impuestos por la corta experiencia republicana: la elección de los alcaldes, por un lado, y la autonomía financiera de los ayuntamientos, por otro. Tras la crisis de 1898 se intentaron nuevas vías de reforma municipal, como la experiencia de las mancomunidades, truncadas por la dictadura de Primo de Rivera.

La única experiencia intensa de cambio por lo que respecta a la evolución de la institución municipal fue la Segunda República que introdujo la elección libre de los alcaldes, recuperó el sistema de mancomunidades y la posibilidad de la participación popular en la administración municipal. Una auténtica experiencia liberalizadora en la trayectoria administrativa del ayuntamiento que desapareció por el golpe militar de julio de 1936.1

Con la victoria de Franco en la Guerra Civil, el ayuntamiento sufrió lo que algunos autores han denominado una conversión o refundación de su funcionamiento y estructura para asemejarlo a otros modelos externos como el de la propia Italia fascista.2 Esta refundación, que simplemente consistía en una involución de la liberalización de la institución con la aplicación de novedades de otras realidades políticas, se basó en tres aspectos fundamentales. En primer lugar, el régimen franquista recuperó el esquema de homogeneidad del sistema liberal, derogando el sistema de mancomunidades, y eliminó cualquier procedimiento representativo para establecer un nuevo principio jerárquico, algo que nunca había sucedido en la historia de la institución. El alcalde y los concejales dependerían directamente del gobernador civil y éste del propio ministerio de la Gobernación. Un esquema jerárquico matizado a partir de la elección por tercios desde 1948 pero que consiguió perpetuarse hasta el final de la dictadura. En segundo lugar, el franquismo dotó de una fuerte preeminencia al alcalde frente al resto de la corporación y, lo que es más importante, un peso de la propia ciudad en el propio organigrama franquista. No olvidemos que el municipio fue incluido dentro de los pilares de la democracia orgánica. La dictadura otorgó a las ciudades un marco normativo –la Ley de Bases de Régimen Local de 1945–que reguló su funcionamiento hasta prácticamente la Transición y trazó una red de intervención institucional, desde el Gobierno central hasta las diferentes provincias, que facilitó el control y dominio de la población. El ayuntamiento, sobre el cual el ciudadano de a pie no tenía ningún tipo de vigilancia directa ni posibilidad de fiscalización, reforzó su peso como principal centro de poder local y su máximo mandatario, el alcalde, se convirtió en la representación directa de Franco. En tercer lugar, para el nombramiento de puestos de confianza, fue fundamental el ministerio de la Gobernación, que cooptó a todo un personal afín para la ocupación del poder en estas instituciones. Un personal que para ocupar un puesto de poder a partir de 1939 debía haber apoyado la victoria del ejército sublevado, así como militar en el partido único: FET-JONS. Sin olvidar que muchos de estos militantes lo eran por su apoyo a la victoria y no tanto por la creencia en las líneas políticas e ideológicas del partido impulsado por José Antonio Primo de Rivera.

En definitiva, con el modelo franquista municipal se rompía con una línea de renovación llevada a cabo por los gobiernos democráticos de la república y se resolvía, para la lógica de los sublevados, un auténtico problema: la contradicción que podía suponer el poder del Estado encarnado en Franco y el poder de los diferentes municipios. Así, limitando el poder municipal al máximo se podía romper con esta supuesta contradicción.

El peso de la municipalidad en la política franquista fue, a todas luces, incuestionable.3 Por tanto, con este trabajo planteamos cómo se configuró y se ejerció este poder en estas instituciones por parte de una minoría plenamente identificada con el franquismo y de qué manera ese poder político se relacionó con los sucesivos gobiernos del régimen franquista y, especialmente, en la Transición. Para ello optamos por un caso local, la ciudad de Valencia, que permite ampliar los estudios sobre los apoyos y evolución del régimen franquista con los que contamos en la actualidad.4

Estos trabajos que estudian al mundo local o municipal están abriendo un camino nuevo que enriquece nuestro conocimiento sobre lo ocurrido en la dictadura.5 En primer lugar, estudiar lo que sucedió en las ciudades, especialmente en el marco cronológico que proponemos para la ciudad de Valencia –1958-1979–, permite comprender el largo desarrollo de las políticas franquistas que explican el propio mantenimiento de la dictadura. Los alcaldes, conectados directamente con las acciones de los sucesivos gobiernos, administraron los recursos provenientes del Estado y gestionaron las políticas públicas en nombre del régimen. En segundo lugar, la propia ideología del alcalde al frente del consistorio, por el peso del mismo en la administración municipal, marcó las políticas públicas puestas en marcha y condicionó, por tanto, la propia evolución de la ciudad. Además, en pocas ocasiones pensamos la esfera local como un ámbito con una cierta autonomía en este proceso, con sus propias dinámicas y con capacidad de determinar las decisiones a nivel regional o nacional. Es cierto que en muchas ocasiones los pactos, acuerdos o leyes que surgieron a escala nacional sirvieron de marco de referencia ante el que reclamar el cumplimiento de determinadas políticas, pero esto no debe restar valor a muchas acciones autónomas llevadas a cabo en los municipios o en las zonas rurales cuyas lógicas, en ocasiones, escapaban a la mera reproducción de los comportamientos a escala estatal por parte del mando político. Los propios ayuntamientos y, en especial, los alcaldes que los presidieron, ¿fueron participes activos del sistema u observadores pasivos del mismo? El espacio local puede aportar las respuestas. Así, el relato escrito del franquismo o de la transición a la democracia realizado desde Madrid puede no coincidir con lo observado si desplazamos nuestra atención a la periferia.

A partir de lo planteado, el presente trabajo pretende una serie de objetivos fundamentales:

Por un lado, proporcionar un conocimiento, con fuentes que hasta ahora no habían sido exploradas, de los alcaldes y del ayuntamiento de la ciudad de Valencia en el tardofranquismo y los inicios de la Transición. Para ello se ha intentado responder a las siguientes cuestiones: ¿qué tipo de élite política lo dirigió? ¿Cómo se planteó y llevó a cabo el ejercicio del poder que ostentaba? Así, se ha estudiado un periodo donde hubo cambios en el modo de gobernar la ciudad en función de la personalidad, las ideas de cada uno de los mandatarios y de las circunstancias políticas internas de Valencia y externas del régimen de Franco.

Por tanto, en segundo lugar, se rescata un estudio de los alcaldes también como gestores de la ciudad, vinculando estrechamente su personalidad ideológica con las políticas concretas de administración municipal. El alcalde no se entiende sólo como mero gestor, sino como una figura que está ampliamente relacionada con su posición ideológica y política dentro del régimen. Aquí, la introducción del estudio biográfico resulta fundamental para delimitar bien los perfiles ideológicos divergentes de la élite al frente del ayuntamiento. Ello ha permitido destacar dos fases en la propia evolución del régimen municipal franquista de la ciudad de Valencia. Por un lado, analizaremos el proyecto propiamente falangista de gestión urbana del municipio de Adolfo Rincón de Arellano y seguido por su sucesor Vicente López Rosat. Durante la puesta en marcha de este proyecto, la ciudad experimentó la transformación demográfica y urbana más importante de su historia en el siglo XX. A las etapas de gestión municipal de estos dos alcaldes, le siguió una etapa de gobierno encabezada por Miguel Ramón Izquierdo, alcalde formado en las políticas del Movimiento en la inmediata posguerra y cuya gestión distó de las líneas básicas de las políticas precedentes, impulsando un fuerte regionalismo esencialista que marcó, como veremos, todo el proceso transicional valenciano. Por tanto, la vinculación estrecha que marcamos entre alcaldes, percepción ideológica y gestión municipal constituyen una novedad en el presente estudio.

En tercer lugar, este trabajo rastrea especialmente lo que ha sido considerado como años fundamentales en los municipios españoles: de 1977 a 1979. Nuestro punto de partida es que en este marco cronológico las corporaciones municipales que no habían sido elegidas democráticamente compartían su espacio de gestión con un Gobierno y un parlamento democrático a escala nacional. Y esa convivencia no fue fácil ni mucho menos sencilla, condicionando, a nuestro parecer, las políticas locales y la propia democratización. Los años que transcurrieron desde las elecciones democráticas de junio de 1977 hasta la convocatoria de las primeras elecciones municipales de abril de 1979 tendrán especial relevancia en nuestro trabajo ¿Cómo se desarrolló el proceso de democratización que permite entender la celebración de las primeras elecciones municipales en abril de 1979? ¿Qué tipo de papel tuvieron los alcaldes en este proceso democratizador? ¿Qué situaciones vivió el consistorio municipal en ese bienio?

Por último, comprendemos el espacio ocupado por el ayuntamiento como una institución no alejada de otras instituciones locales, especialmente del gobierno civil, del cual dependía, y de la diputación con la cual trabajó en cuanto a representación de los consistorios y gestora de muchos de los servicios públicos provinciales. Por tanto, rastrearemos con especial interés las relaciones establecidas desde la institución municipal con otras instituciones locales y estatales.

Para poder lograr los objetivos propuestos y enunciados anteriormente, dos han sido las elecciones que hemos tomado para su consecución. Por un lado, la acotación cronológica no es nada casual pues queda delimitada por el acceso a la alcaldía de Adolfo Rincón de Arellano en 1958 tras los sucesos de la riada del Turia a su paso por la ciudad, hasta el acceso al poder del PSPV-PSOE tras las primeras elecciones democráticas municipales de abril de 1979. El trabajo, por tanto, se abre con el inicio de la alcaldía de uno de los gobernantes más influyentes de la dictadura en el ámbito provincial, para pasar a analizar su propia herencia en las políticas locales posteriores. Los años que abren y cierran la presente investigación constituyen una parte de la historia valenciana poco trabajada que resulta fundamental si queremos comprender la evolución y crisis política de todo el entramado institucional franquista.

Por otro lado, circunscribir el objeto de estudio a la ciudad de Valencia tampoco es casual. Optamos por este espacio por el propio vacío historiográfico presente en torno al poder local en los años señalados.6 En él prestaremos especial interés al caso de la localidad, cuya complejidad y características peculiares resultan altamente reseñables. Nos centraremos en la evolución política de determinados personajes, en especial los alcaldes del período y que tuvieron en la municipalidad el principal ámbito de acción política. Estos alcaldes, tres en el período cronológico propuesto para la urbe (1958-1979), tuvieron especial relevancia en su acción de gobierno concreta y transmitieron con ella su propia idea de régimen. Por ello, la investigación se ha llevado a cabo separando por alcaldías los diferentes capítulos, dado que el peso político de cada alcalde resultó fundamental. Cada uno, bajo su largo o corto mandato, llevó a cabo una serie de políticas que, unidas a su concepción del régimen y su formación política, moldearon la ciudad.

Siguiendo los objetivos planteados, hemos optado por la estructura siguiente. El primer capítulo está dedicado a la configuración legal de la institución municipal en el franquismo, sus principales características, el papel de los alcaldes y las problemáticas concretas de gestión a las que se tuvieron que enfrentar. A esta parte le siguen, los capítulos correspondientes al análisis de las tres alcaldías que protagonizaron el final del franquismo en la ciudad. A un análisis biográfico de cada alcalde, le seguirá un estudio de sus políticas públicas, la composición de su gobierno y las relaciones con otras instituciones. Ello permitirá llegar a una serie de conclusiones que se aportan al final del trabajo. Junto con ello aportamos un apéndice biográfico de los concejales y alcaldes que complementa lo narrado en los capítulos de la investigación.

Por último, este estudio se ha podido elaborar gracias a la combinación y selección de las más variadas fuentes documentales y la aportación de información por parte de testigos del proceso. Una multitud de fuentes que abren la puerta a cuestionamientos e investigaciones futuras que sin duda vendrán a completar los vacíos existentes sobre la larga dictadura en territorio valenciano.7

Finalmente, sirva este párrafo final para agradecer la ayuda inestimable de tantas personas que han permitido el desarrollo de esta investigación fruto de la tesis doctoral que defendida en julio de 2014 en la Universitat de València. Este trabajo de doctorado fue evaluado positivamente por un tribunal formado por la Dra. Teresa Carnero Arbat y los Drs. Álvaro Soto Carmona y Martí Marín Corbera. Agradezco inestimablemente su ayuda y sugerencias que han sido tenidas muy en cuenta en su adaptación en forma de libro. Debo agradecer también el gran apoyo del director de aquella tesis, Dr. Pedro Ruiz Torres, que confió en esta investigación desde sus inicios, la dotó de coherencia y la sustentó con sus sabios consejos y palabras. También estoy plenamente agradecido por los consejos, recomendaciones, palabras y apoyos de los profesores universitarios: Dr. Ricard Camil Torres Fabra, Dr. Antonio Calzado Aldaria, Dr. Josep Sorribes Monrabal, Dr. Joan del Alcázar Garrido, Dr. Ferrán Archilés Cardona, y de las conversaciones privadas con algunos protagonistas de los hechos narrados, especialmente Fernando Martínez Castellano y Ricard Pérez Casado. El apoyo incondicional de compañeros de Departamento durante mi contrato predoctoral, investigadores contratados en Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia y en otras universidades españolas y extranjeras, pasados y presentes, fue realmente inmerecido. Prefiero no nombrarlos y culpo a la memoria, mala y selectiva, que me llevaría a dejarme a alguno sin citar. Me quedan muchas amigas y muchos amigos por recordar y que, estoy seguro, han estado en la base de esta investigación. Se verán identificados en las páginas que siguen, a todos y a todas, gracias de corazón.

Y lo que es más importante, este trabajo no hubiera sido posible sin mi cariño hacia la ciudad que me vio nacer, hacia sus pequeñas calles, plazas y lugares recorridos cuya historia condicionó mi vida y mi profesión. Sirvan también estas últimas palabras de dedicatoria emotiva y sincera a mis padres, protagonistas indirectos de lo narrado, mis hermanos, grandes compañeros de viaje, y mis abuelos: Manuel, Dolores, Francisco y Milagros, que vivieron este siglo XX, observaron el edificio municipal y protagonizaron una historia que ahora es toda suya. Cualquier error u omisión es responsabilidad del que escribe, como no podía ser de otro modo.

1 Para una evolución de la institución municipal en la época contemporánea, véase J. Tusell Gómez y D. Chacón: La reforma de la administración local en España (1900-1936), Madrid, Instituto de Estudios Administrativos, 1973.

2 Esta afirmación sigue lo señalado por Martí Marín en M. Marín Corbera: «Institucions i càrrecs territorials franquistes: una refundació», L’Avenç: revista d’història i cultura, 197 (1995), pp. 19-21. Sobre el caso italiano véase T. Baris: Il fascismo in provincia. Politica e società a Frosione (1919-1940), Bari, Editori Laterza, 2007.

3 Véase E. Nicolás Marín: Instituciones murcianas en el franquismo (1939-1962), Murcia, Editora Regional, 1982; G. Sánchez Recio: Los cuadros políticos intermedios del régimen franquista, 1936-1959. Diversidad de origen e identidad de intereses, Alicante, Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 1996; M. A. Del Arco Blanco: «‘Hombres nuevos’. El personal político del primer franquismo en el mundo rural del sureste español (1936-1951)», Ayer, 65 (2007), pp. 238-239 y J. Sanz Hoya: La construcción de la dictadura franquista en Cantabria: instituciones, personal político y apoyos sociales (1937-1951), Santander, Universidad de Cantabria, 2009, pp. 21-57.

4 Junto con ello, no debemos olvidar las propias características de la transición a la democracia donde la renovación de los consistorios municipales se produjo tardíamente si lo comparamos con la aprobación de las leyes y reformas conducentes a la liberalización política –la Ley para la Reforma Política de 1976 o la propia Constitución Española de 1978–. Así, los ayuntamientos, sin legitimidad democrática y dirigidos por una élite proveniente de la dictadura, compartían espacios con avances y reformas propias del proceso democratizador.

5 Tenemos algunas excepciones como las siguientes: E. Nicolás Marín: «‘La Transición se hizo en los pueblos’. La vida política en Murcia (1968-1977)», en R. Quirosa-Cheyrouze Múñoz (coord.): Historia de la Transición en España. Los inicios del proceso democratizador, Madrid, Biblioteca Nueva, pp. 251-267; M. Marín Corbera: Els ajuntaments franquistes a Catalunya: política i administració municipal, 1938-1979, Lleida, Pagès, 2000; M. Larraza: «El ayuntamiento pamplonés en el tardofranquismo», en VV.AA.: Actas del Congreso ‘La transición de la dictadura franquista a la democracia’, Barcelona, CEEFID, 2005, pp. 68-79; F. López Agudín: «Los ayuntamientos de la Transición», Tiempo de Historia, 72 (1980), pp. 64-73; R. Quirosa-Cheyrouze Múñoz y M. Fernández Amador: Poder local y transición a la democracia en España, Granada, CEMCI, 2010; O. Martín García: Albacete en Transición: el Ayuntamiento y el cambio político, 1970-1979, Albacete, Instituto de Estudios Albacetenses, 2006; M. C. Martínez: «Fin del régimen franquista e inicio de la Transición en la Diputación de Córdoba: 1972-1979», en VV.AA.: La transición a la Democracia en España. Historia y Fuentes Documentales, Albacete, ANABAD, 2004, Edición On-line; J. Ponce Alberca (coord.): Guerra, franquismo y Transición. Los gobernadores civiles en Andalucía (1936-1979), Sevilla, Centro de Estudios Andaluces, 2008; C. Sánchez Fernández y J. Ponce Alberca: «Difficult Years in the ayuntamientos, 1969-1979. The Transition to Democracy in Spanish Municipalities», Bulletin for Spanish and Portuguese Historical Studies, Volume 36, Issue 1 (2011); D. Encinas Rodríguez: El Ayuntamiento de Valladolid en la Transición (1973-1987). Política y gestión, Valladolid, Universidad de Valladolid, 2008 (Tesis doctoral inédita).

6 Algunos ejemplos destacables: R. C. Torres Fabra: Camp i política: La Falange en una comunitat rural valenciana (La Ribera baixa), Catarroja, Afers, 2005; A. Calzado Aldaria y R. C. Torres Fabra: Un silenci extens. El franquisme a la Ribera Baixa (1939-1962), Valencia, Diputación de Valencia, 1995; D. Simeón Riera: Impasible el ademán. Franquisme i societat a una comunitat rural valenciana. Xàbia, 1939-1953, Xàbia, Ajuntament de Xàbia, 1998; P. Payá López: La implantación del franquismo en Elda. Poder local y actitudes económicas, Elda, Alborada, 2000. En la provincia de Alicante se desarrolló, paralelamente al trabajo sobre poderes locales, un estudio de los procesos electorales franquistas y donde encontramos a autores como Roque Moreno o Francisco Sevillano.

7 Debemos destacar la documentación presente en el Archivo de la Democracia de Alicante (ADA), Archivo de la Diputación de Valencia (ADV), el Archivo personal de Fernando Martínez Castellano (AFMC), el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares (AGA), el Archivo personal de Miguel Ramón Izquierdo (AMRI), el Archivo personal de Adolfo Rincón de Arellano García (ARV/F.RdeA), el Archivo Municipal de Valencia (AMV) o la Hemeroteca Municipal de Valencia (HMV). Además, la investigación se ha beneficiado de entrevistas realizadas a líderes y protagonistas del periodo, entre otros, Ricard Pérez Casado y Fernando Martínez Castellano.

1. ORDENAMIENTO LEGAL Y EVOLUCIÓN POLÍTICA DE LAS INSTITUCIONES LOCALES FRANQUISTAS

El estudio de la articulación del poder local durante el franquismo es, por tanto, esencial para un mejor conocimiento de la propia estructura piramidal de la dictadura. Pero, a su vez, favorece la comprensión de los mecanismos de control y coacción de la sociedad por parte de las élites políticas.1

El aparato político franquista consideró que para la construcción del nuevo Estado era fundamental crear un aparato institucional fuertemente jerarquizado que pudiera gestionar la depuración de cargos afines al sistema precedente y organizar las bases de la nueva realidad sociopolítica. Las instituciones locales constituían el primer órgano desde el cual el régimen proyectaba su imagen pública y la población podía identificarse con ellas gracias a las mejoras urbanas y políticas públicas que se iban realizando. A lo largo de este capítulo vamos a describir el uso, reforma y construcción de estas instituciones locales franquistas para ver su evolución en el tardofranquismo en los capítulos posteriores. También analizaremos las problemáticas que planteó su articulación y construcción en contacto con la población que decían representar.

LA RED INSTITUCIONAL-PROVINCIAL DEL FRANQUISMO

La dictadura militar de Franco –por medio de estas instituciones locales– facilitó el reencuentro de los diversos poderes locales, abanderados por la ideología nacionalcatólica que legitimó los contenidos contrarrevolucionarios del nuevo régimen.2

El ámbito de la institución provincial devino fundamental y su ordenación fue clave una vez el bando franquista iba avanzando y conquistando posiciones en el territorio durante la Guerra Civil. La eliminación de cualquier vestigio de la realidad republicana fue el objetivo clave que se marcó para establecer, sobre aquellos rescoldos, la «nueva realidad franquista». Así se presentó una legislación adaptada a las nuevas formas de ejercicio del poder que seguía un doble objetivo: por un lado, acabar con cualquier tipo de representación democrática institucional y, en segundo lugar, buscar y cooptar un personal político que fuera leal a los principios fundamentales del Movimiento, subordinado al poder central y que sirviera de manera «fiel» y «desinteresada» al Caudillo.

En definitiva, esta red de instituciones locales resultó fundamental para dotar al nuevo sistema político de una base de dirección nueva que le aportase una mayor legitimidad. Ahora estábamos ante una nueva realidad donde había que hacer las cosas de manera diferente a la etapa política republicana. Así se impulsó un proyecto político monolítico, depurador y centralizador que se concretó en un cambio en los mecanismos para acceder al control de los centros donde se hacía la política. Terminar, por tanto, con el sistema electoral precedente y el control de acceso era, para la lógica del franquismo, la mejor forma de cerrar el paso a reivindicaciones democráticas del pasado. Ahora, la sumisión y la subordinación en sus manifestaciones más puras y el hieratismo más rígido en el ejercicio del poder marcaron la propia evolución de las instituciones provinciales y locales del régimen.3

Ante esta nueva realidad, ¿cuáles eran las ventajas de obtener un puesto en la administración local que tenía, por tanto, escaso margen de maniobra y unos presupuestos que las atenazaban? Las circunstancias que acompañaron a la guerra, primero, y a la victoria, después, generaron una serie de bienes e influencias muy preciadas y, en torno a ellas, se hilaron nuevas adhesiones y lealtades. Así, las viejas relaciones de poder se reformularon y las antiguas clientelas se reconstruyeron en torno a los que estaban a punto de ganar la guerra en abril de 1939. Ocupar un puesto en una institución provincial generaba, por tanto, un bien de influencia valioso sobre el entorno inmediato y de conexión con la superioridad lo que podía ser utilizado en beneficio del interesado o de los administrados que él considerase. Además, estas nuevas redes clientelares giraban en torno a los mandatarios locales quiénes tenían capacidad de maniobra para decidir puestos y cargos locales, favorecer a determinadas familias y empresas y, en definitiva, primar unos intereses frente a otros.

Con el franquismo, todos los principales cargos que aquí señalamos serían ocupados por nombramiento directo y superior estableciéndose una relación de confianza y dependencia de arriba a abajo que sólo podía ser desquebrajada en la misma dirección, incluso en el supuesto de una dimisión o en una destitución fulminante.4 Esta jerarquización que caracterizaba al régimen franquista, como base para el mantenimiento de la homogeneidad política, es el hilo explicativo de la limitación de las atribuciones municipales, último peldaño de este sistema jerárquico. En este contexto, la figura del alcalde era, más bien, la de un delegado gubernamental que la de un representante del municipio ante otras instancias de poder. Pese a ello, la figura pública del máximo representante municipal ganó peso en la dictadura convirtiéndose en el verdadero líder local franquista junto con el gobernador civil. Este hecho presentó una continuidad cronológica ya que cuando se realizaron, a partir de 1948, las elecciones municipales por tercios, el principal administrador consistorial nunca dejó de ser designado por el gobernador, como también sucedió con el presidente de la diputación.5

LOS AYUNTAMIENTOS: CONTEXTO HISTÓRICO Y MARCO LEGAL

El ayuntamiento se había constituido como una institución relevante a partir de la Constitución de Cádiz. Centro del poder local, los administradores del consistorio habían gozado de poderes de gestión y delegación de la autoridad superior en toda la época liberal y esa autoridad local era fundamental para los administrados. El peso político del alcalde dentro del consistorio es lo que fue variando a lo largo de toda evolución histórica española, así como su designación.

El texto legal clave de regulación de esta institución en el franquismo fue la Ley de Bases de Régimen Local aprobada el 17 de julio de 1945. Su redacción tuvo lugar en la fase de reordenación, fijación legal y revisión estatal que caracterizó a los años centrales de la década de los cuarenta y que se inició con la aprobación de la Ley de Creación de las Cortes Españolas en 1942. En este sentido, durante esa etapa también fueron promulgados el Reglamento Provisional de las Cortes (1943), el Fuero de los Españoles (1945), la Ley de Referéndum (1945) y la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado (1947).

Los principios recogidos en la Ley de Bases de Régimen Local de 1945 y que afectan al ayuntamiento permanecieron vigentes hasta lo momentos finales de la dictadura, si bien en los años siguientes se elaboraron otros textos referidos a la vida municipal de carácter complementario que no modificaron la base de la ley que rigió la institución durante el régimen franquista.6

En la ley de 1945 se estableció que los ayuntamientos –como las diputaciones– eran corporaciones públicas de fines económico-administrativos encargadas del gobierno y la dirección de los intereses peculiares de su territorio y que debían actuar bajo la dirección ministerial sin sobrepasar un estricto marco competencial. De esta manera, la actividad de cada consistorio quedaba limitada al desarrollo de las tareas de urbanismo, conservación del patrimonio, aprovechamiento de los bienes comunales, salubridad, higiene, abastos, transportes, instrucción, cultura, beneficencia, policía, concursos y exposiciones, ferias, mercados, fomento del turismo y cualquier otra obra o servicio que respondiera «a las aspiraciones ideales de la corporación». Con ello se limitó las atribuciones políticas de los municipios sin pensar que muchas de estas atribuciones también eran una manera de expresión política indirecta. El nombramiento de director general de esta institución –el alcalde–, cabeza de partido y principal autoridad, no se dejó al azar:

A través del nombramiento de los primeros ediles, el Gobierno estatal se aseguraba el control del poder e influencia que aquéllos tenían, de acuerdo con un sistema en el que toda autoridad se convierte en subordinada de la superior de la que depende por entero. De este modo se justificaba, en un primera etapa amplia, la unión en la misma persona de la Presidencia de la Corporación Municipal y la Jefatura Local de Falange Española, algo que ejemplificaba la articulación de la maquinaria centralista del Estado a través de la adhesión a Franco.7

Así, los ayuntamientos en el franquismo tuvieron un fuerte carácter unipersonal. El poder recayente en la figura del alcalde era total, en él se encontraba las funciones de presidente del consistorio, jefe de la administración local y delegado gubernamental en el término. Su nombramiento dependía directamente del ministro de la Gobernación en las capitales y en los municipios de más de 10.000 habitantes. En el resto de poblaciones, su nombramiento dependía del gobernador civil. Con ello se conseguía un doble objetivo: por un lado, lograr el principio de jerarquía infalible sobre el que se articulaban los órganos de poder en el franquismo y, por otro, eliminar el principio de representatividad logrado en etapas anteriores. Su designación formaba parte de la lógica dictatorial: directamente nombrado por Franco, a partir de sus delegados –los gobernadores civiles–.

Los requisitos necesarios para poder optar a una alcaldía eran, como en la mayoría de las otras instituciones, ser español, tener más de 25 años de edad y «reunir las debidas condiciones de idoneidad, competencia y arraigo en la localidad», una expresión tan genérica e indeterminada que no significaba en la práctica ninguna limitación a la discrecionalidad nominativa. Además, quién ostentaba el cargo no cobraba por ello, enfatizando la idea de servicio a la patria y al Caudillo, aunque en los municipios mayores la Corporación podía asignarle a su presidente una cantidad fija para los gastos de representación que no podía exceder del 1% del presupuesto ordinario de ingresos. Esta circunstancia explica que la mayoría de ediles y alcaldes continuase con su profesión ordinaria anterior mientras las obligaciones relativas al cargo se lo permitiesen.8

Según quedaba definido en la Base Decimocuarta de la Ley de Régimen Local de 1945, al alcalde le correspondían las siguientes atribuciones que enumeramos a continuación:

1) Convocar, presidir, suspender y levantar sesiones y dirigir las deliberaciones, pudiendo decidir los empates con voto de calidad.

2) Publicar, ejecutar y hacer cumplir los acuerdos adoptados cuando no mediase la causa legal para su suspensión.

3) Dirigir e inspeccionar los servicios y obras municipales, los de la policía urbana y rural y de subsistencia, dictando los bandos y disposiciones convenientes.

4) Decidir la incoación de expedientes disciplinarios y la suspensión previa de funcionarios designados por la Corporación, el nombramiento y la sanción de los empleados que usasen armas y de los sometidos a la legislación de trabajo.

5) Reprimir y castigar las faltas de desobediencia a su autoridad y las infracciones de las ordenanzas y reglamentos municipales.

6) Ordenar los pagos y rendir cuentas de la administración del patrimonio municipal y de la gestión de los presupuestos.

7) Representar judicial y administrativamente al ayuntamiento y a sus establecimientos dependientes.

8) Presidir las subastas y concursos para ventas, arrendamientos, suministros y toda clase de servicios y obras municipales, así como todas las demás facultades de gobierno y administración no reservadas expresamente a la Corporación.

A esta funciones debemos añadir las que se emanaban de su posición como delegado de poder del Gobierno en la provincia: hacer cumplir las leyes gubernativas, mantener el orden y proveer a la seguridad pública e individual, cuidar de que se prestasen con exactitud los servicios y cargas impuestas por el Estado, adoptar personalmente y bajo su responsabilidad las medidas que considerasen necesarias en caso de gravedad producida por epidemia, trastorno de orden público, guerra, inundación o cualquier accidente análogo.

Como vemos, el alcalde franquista detentaba la totalidad del ejercicio del poder en su municipio desde los puntos de vista político y administrativo, a excepción de las atribuciones expresamente conferidas a otros organismos. Resultaba el máximo exponente del régimen a escala municipal o, en otras palabras, el último eslabón de la cadena centralizadora. Destacó, sobre cualquier otra consideración, su carácter de delegado gubernativo, algo que no se modificó a lo largo de todo el régimen, incluso con la nueva ley de 1975. En este sentido, en 1977, cuando todavía se mantenía la organización de los ayuntamientos impuesta por la dictadura, se afirmaba lo siguiente:

La ley de 1945 ‘fabrica’ un alcalde para hacer tanto a nivel municipal como, sobre todo, estatal en la localidad [...] El alcalde es poder [...] El alcalde es el instrumento a través del cual el Estado va a realizar su política a nivel municipal, quedando cualquier otra consideración totalmente relativizada; a la vez que las formas jurídicas de este órgano –presidencia del ayuntamiento, jefatura de la Administración Municipal, delegación gubernativa– son meras coberturas de ese poder actuante desde instancias externas al municipio.9

Pero lo cierto es que las amplias atribuciones que le fueron otorgadas por la legislación franquista propiciaron una profunda inflexión en el contenido esencial del concepto de alcalde, hasta el punto que puede considerarse como el giro más importante de los operados en la evolución interna de la institución en su historia desde los comienzos del constitucionalismo. En efecto, la dictadura concedió a los primeros ediles un sentido general que les equiparaba a los corregidores de los pueblos en su versión decimonónica, cuya principal función fue la de facilitar la intervención central y su control sobre los ayuntamientos. Paralelamente a ello, su poder era también equiparable al de los gestores en un estado de excepción. Ambas características se concentraron en los alcaldes de la ciudad de Valencia una vez la autoridad central iba perdiendo entidad y entrando en crisis terminal. Asimismo, la ley estableció, en la línea con la propia esencia del régimen, la duración indefinida del cargo, circunstancia que nuevamente recibió las críticas de ciertos sectores críticos dentro del régimen que apostaban por una limitación de mandato. Los ceses eran decididos por el ministro de la Gobernación «por razones de interés público» creando un grado de incertidumbre y discrecionalidad que favorecía el control de poder central y una lealtad ciega de sus delegados municipales.

Además del alcalde, los ayuntamientos franquistas estaban compuestos por un número de concejales proporcional al conjunto de residentes en el término municipal correspondiente. La escala utilizada, expresada a continuación, favorecía a los municipios menores donde la relación edil/vecinos era más representativa que en las poblaciones mayores (tabla 1).

TABLA 1

Número de concejales por número de población

Pero lo cierto es que estos ediles tenían escasa capacidad de decisión política y resultaban, más bien, delegados de los alcaldes en determinadas barriadas o asuntos municipales por él establecidos. La última decisión en todos los aspectos de la vida municipal era competencia del alcalde, principal administrador de las prebendas y sobre el que recayó la última responsabilidad de gobierno. Aunque esta realidad fue así durante todo el régimen, lo cierto es que la elección de estos concejales fue utilizada como una forma de establecer los principios de la democracia orgánica que éste propugnaba. Así, a partir de 1948 hasta 1973, se sucedieron elecciones municipales por tercios para renovar a parte de los concejales, siendo las del tercio familiar, como veremos a continuación, fundamentales para entender la evolución y composición diversa de los consistorios del franquismo.

EVOLUCIÓN DE LA INSTITUCIÓN MUNICIPAL EN EL FRANQUISMO: ELECCIONES POR TERCIOS, RENOVACIÓN Y PROBLEMÁTICAS MUNICIPALES

Las elecciones por tercios constituyeron, desde 1948, una cita clave para entender la relativa renovación municipal del franquismo. Llama la atención, por tanto, los escasos estudios sobre estos procesos electorales consecuencia clara de la ausencia de documentación relevante sobre el tema en archivos locales o estatales.10