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La campaña llegó a su fin, los festejos de la noche de la elección han concluido y es entonces, en ese mismo instante, cuando comienza otra historia. Lo que se dijo queda atrás, las promesas electorales se transforman en ecos lejanos, las palabras se vuelan con el viento. Se hace urgente poner manos a la obra para afrontar con premura dos escenarios clave: la transición y los primeros cien días de gobierno. Gobernar, ese privilegio tan preciado que muchos buscan, finalmente será el trofeo para uno. Comunicar, en cambio, será la garantía de que ese gobierno pueda efectivamente construir poder en contextos signados por sociedades cada vez más exigentes, convulsas y agrietadas. Gobernicar. El kamasutra del poder es una radiografía del camino que se inicia el día del triunfo electoral, un trayecto donde todas las posiciones son válidas siempre y cuando el objetivo sea unir, en un solo concepto y de manera indisoluble, la política con la comunicación.
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Seitenzahl: 325
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Daniel Ivoskus
Portadilla
Legales
Agradecimientos
Introducción
Capítulo 1. La transición
El político en su propio Everest
El flash del triunfo en una foto
Nace un nuevo político
La campaña es permanente. Fin
El discurso del triunfo
El consultor, un “desinflador” de espuma
El día después de mañana: qué sucede cuando se termina la fiesta
El silencio del poder, ese aliado
Capítulo 2. Cien días
Los votos son míos, míos, míos
Tras la búsqueda del volátil encuentro
Cien días, una eternidad
Transiciones atomizadas
La consultoría en acción: piedra, papel o tijera
Lo que no se dice no es
Manos a la obra
Comprender, conmover, conversar: comunicar
Ah, pero los voceros
Cien días en la sien
La “muerte cruzada” y la debilidad del poder
La comunicación en su eje
Capítulo 3. Equipo de comunicación
Cada cual, cada cual, atiende su juego
La salud de la comunicación, ese cuerpo vivo
Los de la 4T
Tiktok, ¿Quién es?
Tiktok llegó para quedarse y los gobiernos toman nota de esto
El boom del Petro Barbie
Las diez ideas que optimizan la presencia del gobierno en Tiktok
Los perros del poder
Todo tuit es político
Los soldados de X
Entre kamikazes y otros guerreros troll
Facebook, el retiro de los pioneros
Los anfibios digitales en la construcción del poder
La influencia de los influencers
Capítulo 4. Opinión pública
You are the winner: competencias y habilidades
Mitos y enfermedades del poder
Auditar para no borrar con el codo
Gobierno
Tailor-Made
Investiga, investiga que algo quedará
Un dron siempre activo
Radar, radares, ¿Cuál es el mejor gobierno del mundo?
El barómetro de la política
¿En qué consiste radar?
Manos a la obra: ¿Cómo se construye este índice de riesgo político (IRP)?
El arte de gobernar (cuando lo que te sostiene es tu amenaza)
Entre grietas y murallas
Las grietas no se cierran con palabras
La grieta, esa muralla
Capítulo 5.
Gobernicar
, esa palabra
Todo se comunica
Comunicación y gobierno, esa perturbadora influencia
Dime cómo comunicas y te diré qué dices
El secreto de la valoración, expectativa e institucionalidad
Comunicar hacia adentro
Capítulo 6. Marca e identidad de gobierno
El nacimiento de una marca
La marca en el orillo: Experiencia Sael
Creatividad en acción
Intuición artificial
Capítulo 7. Marca y estrategia de gestión
A sus marcas, listos… ¡Ya!
Todo en su medida
la comunicación entra por los ojos
La electoralización de la comunicación oficial
Grageas de comunicación
La triple vía, siempre presente
Burbujas de poder
Mi adversario, mi espejo
Branding en la city
Decilo con memes
Capítulo 8. La construcción de una narrativa
Hablar por las redes o a las redes, esa es la cuestión
¿El poder maneja la información o la información maneja el poder?
El TEG de la política
Tips para una comunicación eficiente
Capítulo 9. Gestión de escándalos y distractores
Tirar la verdad a los leones
La política del tero
A todo político le llega su escándalo
Dime cómo lees y te diré cómo piensas
Como te ven, te tratan…
Sexogate
Elemental, mi querido Watson
Capítulo 10. Todo es crisis
Las crisis son los riesgos hechos realidad
Las crisis, esas batallas
El timón en el mar digital
Cómo involucrar a la gente: el experimento Suecia
Gobernar, ¿Es un mito?
No existe el triunfo cultural
HAcktivistas, los nuevos enemigos de la palabra
¿Cómo superar el caos?
Tabla de contenidos
Comienzo de lectura
Portada
Ivoskus, Daniel
Gobernicar / Daniel Ivoskus. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Galerna, 2024.
Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga ISBN 978-631-6632-12-8
1. Comunicación Política. I. Título.
CDD 320.014
©2024, Daniel Ivoskus
Coordinadora general: María de los Ángeles López
©2024, RCP S.A.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna, ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopias, sin permiso previo del editor y/o autor.
ISBN 978-631-6632-12-8
Diseño de tapa: Cráneo Films
Digitalización: Proyecto451
A los colegas, profesionales, expositores y público que todos los años encuentran en la Cumbre Mundial de Comunicación Política las herramientas para formar equipos competitivos y fortalecer el gobierno y la comunicación.
Los consultores y especialistas entrevistados suman con sus conocimientos y prácticas los conceptos desarrollados en este libro. Con miradas diferentes pero basadas en la experiencia empírica de su profesión, contribuyen al debate y a la profundización de las ideas, dos elementos vitales y sustanciales de la comunicación política. A ellos, muchas gracias por su generosidad.
Alfonso, José Francisco, “Sael”
Córdoba, Gustavo
Courel, Juan
De Vengoechea, Mauricio
González, Braulio
Jozami, Mora
Méndez, Micaela
Riorda, Mario
Sarasqueta, Gogo
Suárez, Federico
Turienzo, Rubén
Vico, Daniel
Vilker, Shila
Vitelli, Catalina
Coordinación general: López, Ángeles
Agradecimiento especial a
Mahmud, Yamil
Hernández, Martha
Cancelare, Nicolás
En la Matrix políticase explicó todo el proceso que transforma a una persona en candidato, desde que toma la decisión de involucrarse en la vida política hasta que es elegido en una elección (o no).
QR VIDEO DE LA MATRIX.https://www.youtube.com/watch?v=f8_Gg9qEhd0&t=1786sFuente: Daniel Ivoskus
Gobernicarcontinúa ese proceso de transformación. En este caso, se trata de la continuidad en la construcción del poder luego de que el ganador de una elección comienza a cumplir su mandato.
Ese proceso comienza en el momento exacto en que se anuncia la victoria y no tiene fecha de vencimiento. El consenso popular, arcilla del poder, puede durar horas, meses, una gestión entera o nada. Todo depende de lo que ese líder haga, diga y actúe.
En ese minuto vertiginoso que sucede al éxito de una campaña, se desmoronan las promesas y se vencen los plazos de esta. Lo que se dijo, hizo y prometió ya no importa. Llegó el momento de gobernar. De hacer.
Ahí es donde el kamasutra del poder despliega las mil y una posiciones que el ganador de una elección encontrará en cada una de las etapas y los desafíos de su gobernanza. Posiciones que refrendarán su popularidad frente a los que lo votaron, a los que no lo votaron, a sus seguidores y a su propio equipo de gestión.
Será el momento de poner a prueba la destreza, la intuición y el conocimiento para que cada una de las posturas que adopte legitime y fortalezca su liderazgo.
El ejercicio del poder nunca es llano y, mucho menos, calmo. Y sobre ese terreno, sometido a inclemencias de la oposición, del contexto, del encuadre y de la narrativa, tendrá que agilizar y agudizar el instinto para gobernar. Esto implica creatividad y acción, la capacidad de adaptarse a distintos escenarios, a crisis, a escándalos y a presiones en forma permanente e intensiva.
La respuesta ante cada uno de los estímulos implica elegir qué posición y camino tomar para ser eficiente con los recursos disponibles.
Con ese espíritu nació Gobernicar. El kamasutra del poder, que sintetiza la acción pura de gobernar. Un nombre que apela a la fusión de dos conceptos vitales: el uso del poder (gobernar) y la necesidad de interactuar (comunicar). De esa unión nació gobernicar.Un neologismo que sintetiza el rol que el ganador de una elección tiene por delante, cuando, tras la victoria en las urnas, abandona el traje de “candidato” y se viste con el de “gobierno”.
El arte de gobernicar es el arte de transformar las promesas en hechos. Que todo lo que se dijo en campaña no decepcione en la práctica, porque la competencia es mucha y los exámenes se toman todos los días.
No es, vale aclarar, un examen de si cumple o no las promesas de campaña. No, eso ya queda superado en el instante mismo del triunfo. Se trata de construir un nuevo relato, sólido, que dé respuestas a los votantes y a los que se sientan convocados por el discurso, que transmita seguridad y genere expectativas para trabajar por un futuro mejor y posible. Es la comunicación y el ejercicio de un proyecto político que se cristaliza día a día, con cada decisión que se asuma. Un gobierno que se apoya y se dirige a sus votantes y a aquellos dispuestos a sumarse al proyecto y, así, ampliar la base de sustentación en la opinión pública.
Por esa razón, convertido en una actualización del kamasutra, pero del poder, estees un libro que se abre con enseñanzas, fórmulas, tips y descripciones para que esa nueva carrera —la de gobierno— sea transformadora, exitosa e inolvidable. Y con el menor margen de error posible.
Al fin y al cabo, el poder es, también, una expresión de la naturaleza humana. Es la confirmación taxativa de que aquel que gana una elección parte de un deseo profundo de involucrarse con el ciudadano también, sobre todo desde lo emocional.
Vatsiaiana, el religioso brahmán, lo supo ya en el año 300 d. C, cuando escribió el famoso Kamasutra. Este, paradójicamente, no incluía ninguna ilustración sobre posturas sexuales, sino que es un compendio que explica la unión erótica entre un hombre y una mujer también en un contexto político y de evolución social. En el período Gupta, uno de los más poderosos de la India, la mujer tenía un rol secundario y “de poca utilidad” y, en ese sentido, el libro la reivindica como artífice poderosa del placer y el deseo, lo que lo hace enraizadamente político, abriendo un nuevo rol y un nuevo medio para ejercer el poder en la mujer.
Gobernicar también es un acopio de aforismos y sugerencias que permite a quien ganó una elección contar con las herramientas de la modernidad, la tecnología que transforma la comunicación y el escenario donde transcurre su gestión.
El arte de amar del Kamasutra y el arte de construir el poder de Gobernicar están unidos en ese punto. Destierra tabúes y plantea todas las posturas y direcciones que incluye transitar los áridos caminos de la gobernanza.
Cada gobierno tiene su propia y auténtica naturaleza. Sobre ella se erigirá el andamiaje (caótico, desordenado, sinuoso la mayoría de las veces), en el que el gobierno mostrará las primeras cartas de un juego cuyo final permanece incierto, sea cual sea la magnitud del triunfo.
Un ganador que gobernica aplica las dosis exactas, oportunas y acertadas de “gobierno” y “comunicación” en cada uno de sus actos.
Desde la palabra valida su gobierno y viceversa. Siempre con un sentido orientado al consenso, en la construcción de un relato abierto a los que validaron su triunfo y adhieran a él. Un discurso que nunca es “universal” porque el opositor es, por definición, alguien que no se siente interpelado y, por lo tanto, no adhiere a esa narrativa. Solo escucha —y participa— quien quiera oír.
Cada posición que adopte el gobernante, entonces, es una señal de poder o de debilidad. Depende de él transmitir una u otra. No solo hacia afuera (la sociedad), sino también hacia adentro, es decir, su propio equipo de trabajo. La sinergia con el equipo es fundamental. Coordinar las acciones hará el mensaje más coherente y la gestión más eficiente.
Hacia afuera, también. La relación entre el gobierno y los ciudadanos es una versión amplificada de la conducta de dos personas: hay encuentros (consenso), rechazos (grietas), pase de facturas (auditorías), celos (rivalidad), roles (gobernanza), familia (equipo de comunicación, gabinetes), confrontación (opinión pública), peleas (disenso).
Finalmente, todo es poder y comunicación, todo se resume en la convivencia de un espacio y un tiempo determinado donde las fuerzas se miden en cada acción y cada reacción.
El kamasutra del poder es el TEG de la política. Un tablero —virtual y analógico— donde se desarrolla el ejercicio de un gobierno, sea de un presidente o de un intendente. Encontrar y analizar las mil posiciones que adopta para hallar el mejor camino hacia la consolidación del poder, el fortalecimiento de la identidad y el aumento de los niveles de aprobación, lo que le permitirá seguir en el juego (una reelección o sucesión), perder (dejar lugar a otra fuerza) o abandonar (como tantas veces pasa en la vapuleada Latinoamérica, cuyos presidentes no terminan el período para el que se los votó).
Es un libro que desglosa en cada acto de poder la fuerza centrífuga y centrípeta que ejerce la comunicación.
Gobernicar es una herramienta imprescindible para aquel que aspira a ejercer el poder o tuvo la oportunidad de probarlo. Un libro pensado, dedicado y orientado a todos los que buscamos profesionalizar el concepto de política y la forma de ejercerla. Más en estos tiempos de sociedades líquidas, donde el timón del relato debe ser lo suficientemente fuerte para anclar el mensaje y tan laxo que permita irradiarlo en territorios analógicos y virtuales. Ese es el rol de los comunicadores, politólogos, candidatos, periodistas y académicos cada vez que se debaten los cambios en busca de una democracia más fuerte y estable.
Gobernar y comunicar son dos acciones que no se pueden separar ni dividir en el ejercicio de una gestión. Quieran o no, lo elijan o no, van juntas. Ambas se solidifican aún más para que la meta más ambiciosa de todo político llegue a buen puerto: la administración, ejecución y liderazgo en un gobierno. Como el Kamasutra, escrito hace mil setecientos años, revaloriza los actores y los estimula a descubrir un sinnúmero de escenarios donde el hombre se trasciende a sí mismo a través de sus obras y sus palabras.
Cuando la victoria en una elección transforma al candidato en gobierno.
Cuando se abren las puertas para el ingreso al gobierno mientras se cierran para el que se va y comienza la transición.
Cuando en los primeros cien días se revelan los primeros desafíos, en un escenario controvertido y multifacético.
Cuando todos —votante y opositores— exigen respuestas y el deseo y la decepción conviven en un mismo grito.
Cuando colapsan las crisis y aparece el escándalo.
Cuando hay ruidos en la comunicación y el horizonte acaba por cerrarse frente a la realidad.
Cuando la habilidad y la destreza son puestas a prueba en cada instante.
Cuando la realidad muta y cada posición obliga a un equilibrio nuevo.
Cuando todo eso sucede es porque el poder se despliega en toda su magnitud.
Ese, exactamente, es el momento de Gobernicar.
Los alpinistas más intrépidos tienen una obsesión: trepar al techo del universo. La mayoría lo sueña, muchos lo intentan y solo algunos (lo más osados) lo logran. Pero absolutamente todos comparten esa fantasía tan anhelada de llegar a conquistar el Everest, sacar la foto al infinito desde el cénit, ser dueños del planeta por un instante.
La montaña más alta del mundo es hostil con sus ocasionales huéspedes. Se defenderá de ellos con avalanchas, cascadas de hielo, grietas poderosas que se deben atravesar con escaleras, retaceando el aire (hay que atravesar la zona de la muerte, después de los cinco mil metros sobre el nivel del mar, un lugar que provoca delirios en los alpinistas por la falta de oxígeno), con tormentas de nieve y escombros resbaladizos. Un arsenal de la naturaleza para amedrentar al hombre y mantener intacto su imperio de piedra y viento.
Los deportistas saben que el desafío es inmenso, y los que se atreven mantienen durísimas jornadas de entrenamiento para estar a la altura, literalmente, de la compulsa. No siempre llega el mejor ni el más fuerte. Después de años de entrenamiento físico y psicológico, si tienen la oportunidad, les llevará hasta dos meses escalar los 8.848 metros para llegar a la cumbre de la colosal montaña ubicada en el límite entre Nepal y China. El que lo logre marcará récords universales y superará límites propios.
El premio mayor es llegar. Una vida de sacrificios y renuncias, varias pruebas fallidas, deseos de abandonar y de redoblar la apuesta, asfixias y calambres, noches de frío e incomodidad, incertidumbre plena: el alpinista pasa por todos los estados de ánimo para alzarse con el trofeo mayor: ver el mundo desde el techo. Dominar la naturaleza, doblarle el brazo al resto de la humanidad.
Pero la cumbre no es sino una cúpula de hielo. No mide más que la mesa de un living comedor a la que se llega gateando prácticamente y con el último hilo de aire (que a esa altura es envasado porque el cuerpo no soporta esa altura sin oxígeno suplementario).
En siete minutos y medio, la gloria se deshace. El ahogo, el pánico ante la inmensa soledad que abruma, el cansancio, los cincuenta grados bajo cero que atenazan los dedos. El cuerpo se edematiza, entumece, congela, se corta. Los vientos en la cima despeñan piedras a trescientos kilómetros por hora. Y el alpinista siente, en el momento más soñado de su travesía, donde la naturaleza es impiadosamente soberana, que se queda sin aire. Si no tiene tubo de oxígeno (cinco, por lo menos), morirá en unos minutos. Con máscaras (que le tapan la vista), extenderá la agonía unas pocas horas más. Lo más urgente que se debe hacer cuando se llega a la cima del Everest es sacarse una foto y bajar.
El alpinista y el político tienen mucho en común. La perseverancia, el esfuerzo, la concentración, el tesón, la ayuda de otros, los tramos de “muerte” de una campaña, los problemas aluvionales, la concentración, la energía y el deseo de llegar son algunos tópicos que comparten.
Ya en Matrix política. La construcción del candidato desarrollamos con minuciosa descripción cómo es la “escalada” de un político cuando “se convierte” en candidato. Se describió la importancia del entrenamiento, de los equipos que acompañan, los infinitos pormenores que la asedian. Comparamos esos meses a los de una carrera de cien metros (para dar un ejemplo más “terrenal”) —la más exigente de las pruebas de atletismo— donde la velocidad y la fuerza serán indispensables para llegar.
¿Llegar? ¿A dónde? A ganar. Para eso se compite. La cima para los deportistas, la elección para los políticos.
NotasAl igual que un alpinista, el político atraviesa duras pruebas antes de llegar a la cima. El desafío es inmenso, y el entrenamiento, feroz. No siempre llega el mejor ni el más fuerte, sino el que más persevera y tiene claro el camino.
El veredicto de las urnas es tan categórico como el viento de la montaña. El candidato también entrena duro para sortear las propias grietas y las “zonas de la muerte” que toda campaña implica. “El candidato vivirá una experiencia fascinante y de final incierto. Conocerá el precio de la fama y el desprecio de la traición. Vivirá en la piel el aplauso de los momentos de reconocimiento y morderá los nudillos de bronca, miedo y desilusión cuando el enemigo avance”. Así culmina Matrix política(1) el proceso fatigoso de una campaña.
Si el candidato triunfa, habrá escalado su propio Everest. Y, al igual que el alpinista, debe tener mucho cuidado de no quedarse en la cima demasiado tiempo: él también puede tambalear si no acepta que el triunfo es apenas un instante (glorioso, pero instante al fin) de toda la carrera.
Edmund Hillary, el primer hombre que puso su pie en la cumbre del Everest, el 29 de mayo de 1953, comprendió enseguida que la verdadera proeza fue el viaje, el trayecto, no el destino.
La victoria duró poco: a los quince minutos de haber llegado, tuvo que iniciar el descenso.
En el minuto siguiente al triunfo, se desmonta el escenario y queda el candidato a solas con su nueva montaña mítica: el poder.
Cuando los resultados de una elección son favorables, el ganador subirá a un escenario y agradecerá la victoria. Ese fugaz y (generalmente) frenético momento condensa el cansancio demoledor de la campaña previa, con sus inciertos y especulativos guarismos, sus guerras verbales (y no verbales), las encuestas fallidas, los pronósticos agoreros, los triunfalismos prematuros, las noches de vigilia, la gastritis y el insomnio, las fake news capciosas, la estrategia que durante meses marcó hasta el menú del almuerzo del candidato con la euforia del triunfo, los espaldarazos y abrazos que se replican hasta el infinito, los fogonazos de los ojos del mundo, la urgencia por armar equipos, por sostener un ideario, por negociar acuerdos.
NotasLo más urgente cuando se llega a la cima —de una montaña o de una elección— es “sacarse la foto” y bajar, antes de empezar a perder el oxígeno.
En ella, el pasado y el futuro se comen al presente.
Será un flash, la imagen con la que ingresará al podio de la historia. La primera firma de una hoja en blanco que anuncia otra etapa, con un nuevo entrenamiento y otro desafío, que es la construcción del ejercicio del poder.
En la noche del triunfo, ya no será posible hablar como un candidato. Las urnas hacen añicos las promesas y las convierten en plan de gobierno. Por lo tanto, cada palabra dicha en el podio de la victoria ya no la llevará el viento, sino que será un anuncio real de lo que vendrá. Y cada palabra será sometida a examen porque el que escucha es juez y parte.
El oxígeno de la victoria, como el de la montaña, también es escaso y, en esta oportunidad, no es posible conseguirlo envasado. Por lo tanto, la noche de la victoria deberá ser precisa, certera y rápida. No hay lugar para festejos desmedidos porque el electorado no regala los votos, los cotiza con su apoyo con la misma rapidez con que los desvaloriza.
El regodeo del triunfo es un mal común a todos los candidatos. Desde la lógica de la psicología es comprensible: se invirtieron muchos recursos humanos, monetarios, logísticos, estratégicos y financieros para llegar hasta esa foto del ganador: es fácil caer en el triunfalismo.
Puede ser a concejal o presidente, a gobernador o líder de un centro estudiantil, pero tener la mayoría de los votos en una contienda electoral es el trofeo mayor, la meta anhelada, la legitimación celosamente buscada. Si hay un aplauso para el asador, ¿por qué no los merecería, entonces, el dueño de los votos?
¿Llegó la hora de relajarse? Sí, pero no por mucho tiempo. El guiño triunfal, el cotillón, la parafernalia de los festejos deben estar a la altura de las circunstancias.
Es el momento estelar, la irrupción en escena del “hombre nuevo” que ya nada tiene, ni quiere tener, del (repentinamente) aniquilado candidato.
El viejo traje del afiche de campaña quedó sepultado y rasgado en el momento en que se conoció el escrutinio final. El que perdió se va a casa. El que ganó se reconvierte: otro rol, otro discurso y otra realidad.
NotasEl político trepa a su propio Everest. Después del rigor de una campaña, del sacrificio de perseverar, de concentrarse, la cumbre es el último mojón del candidato… y el primero del gobernante.
Paradójicamente, ese momento tan traumático y desestabilizador está asociado a un festejo. Todo ocurre mientras alrededor vitorean, aplauden y aclaman al triunfador.
Cuando el búnker de campaña se llena de cánticos de barricada y aplausos (a veces hasta con globos, serpentinas y fuegos artificiales), de brindis y abrazos replicados en espaldas sudorosas; cuando se relaja la espera y se acerca a los militantes en una interminable seguidilla de vítores; cuando se llega a la noche del júbilo después de un día extremadamente tenso y angustiante, exactamente en ese momento comienza un proceso álgido e innovador, adusto, serio y con efecto inmediato sobre los ciudadanos: la construcción del poder.
NotasEn el minuto siguiente al triunfo, se desmonta el escenario y queda el candidato a solas con su nueva montaña mítica: el poder.
El día del triunfo termina la campaña. No dura ni un minuto más. Se cierra con llave la estrategia que llevó al poder a un funcionario público y queda inutilizada.
La comunicación política se reconvierte y regenera, se transforma. Como en las mesas de póquer, hay que barajar de nuevo: el discurso, las figuras que rodean al ahora ganador, los conceptos y la estrategia cambian radicalmente.
En esto disiente (2) el estratega colombiano Mauricio de Vengoechea, (3) para quien “la campaña es permanente”, y afirma que el hecho de ganar no implica olvidar todo lo que se dijo, pensó, hizo y sostuvo antes.
El colega Mario Riorda (4) sostiene lo contrario y directamente habla de reseteo de la comunicación: “La campaña es finita y tiene punto de llegada. La comunicación política es de ciclos cortos; en cambio la gubernamental es largoplacista por esencia y no tiene punto de llegada”.
NotasEl placer de la victoria es efímero. Es fácil caer en el triunfalismo, pero difícil salir de él.
Para Riorda, el discurso del triunfo marca el quiebre entre una comunicación y otra y cita ejemplos claros y concretos que demuestran que gobiernos que han tenido un 70 u 80 por ciento de popularidad terminaron sin nada de consenso para gobernar. “La campaña gubernamental trabaja en la necesidad de instalar un rumbo a largo plazo, de legitimarlo. Es una palabra más audaz, ambiciosa y potente que el consenso”, diferencia Riorda.
En realidad, la campaña permanente o el discurso de quiebre son dos formas de definir lo central que es la comunicación política en todo el proceso electoral, que, como un loop interminable, se compone de campañas, triunfos/derrotas, ejercicios de poder y vuelta a empezar. Cambian los escenarios, las ideologías, los nombres, los discursos, pero la comunicación, la “mochila de oxígeno” que permite a un candidato llegar a la cima del poder, es siempre el recurso vital que un candidato tiene. Y un gobierno también.
Parafraseando a ambos, se podría decir que una campaña permanente exige, oportunamente, cambiar de estrategia.
La comunicación política en el ejercicio del gobierno cobra un protagonismo vital. Se sienta en la “mesa chica”, decisoria del poder.
No transmite: genera información. En línea directa con el presidente (gobernador, intendente o quien sea la cabeza de esa victoria), el consultor político revaloriza su rol.
NotasLa comunicación no es democrática. El líder debe ser contundente, preciso y dueño de las palabras.
Tiene la responsabilidad de “pinchar” las burbujas del poder, la presión de los que compulsan por un cargo. Con el as de la victoria, las jugadas políticas son más audaces y, por lo tanto, más peligrosas. Así como en la campaña el rol del consultor era posicionar al candidato para que obtenga la mayor cantidad de votos posibles, en el ejercicio de gobierno su prioridad es mantener la imagen del ganador en su cenit.
Es la aprobación popular, finalmente, lo que da al líder su sustentabilidad.
El rol del consultor político ya no es el de respetar la estrategia y las tácticas que llevan a un candidato a ganar, sino el de guiar esa sintonía que se articula entre el gobernante y sus ciudadanos. Ordena, dirige, centraliza y traduce qué, cómo, cuándo y dónde decirlo.
La campaña será permanente, pero en la noche del triunfo hay que desensillar hasta que aclare. Y ahí iniciar una nueva travesía.
Esa, la del triunfo, es la primera transición, y sucede en un instante.
Obviamente, el tenor de ese pase campaña-a-gobierno- dependerá de las circunstancias. No es lo mismo cuando el ganador implica la alternancia en el poder (cuando se vence a un candidato de sesgo opuesto al oficialismo) que una reelección o un cambio de nombres dentro del mismo partido gobernante.
VIDEO EL REGRESO DE LA DEMOCRACIA.https://www.youtube.com/watch?v=7tL4TqLX0h0Fuente: Televisión Pública
Quizás en la reciente historia argentina la transición más traumática haya sido la protagonizada por Raúl Alfonsín, en 1983, quien tuvo la tarea de reinstalar la democracia y sepultar la dictadura que dejó a oscuras la libertad y la Argentina durante siete años. Todo —desde cada escritorio de la administración pública hasta acompañar a cada uno de los gobiernos provinciales y municipales— recayó en él, sin contar la centena de funcionarios públicos que hubo que nombrar en direcciones, secretarías y otras oficinas públicas.
Además de instalar un gobierno, hubo que refundar la democracia, el regreso de los políticos a la gestión, la apertura de registros públicos, la reconversión institucional a la libertad de la vida cívica. No fue la transición de un gobierno, sino de la institucionalidad plena.
Los agobiantes problemas económicos y los resabios de una guerra que aún dolía en todo el cuerpo social no fueron suficientes frenos para ese “mareo” triunfal.
En todos los casos, en menor o mayor medida, hay que buscar puntos de diferenciación política. Se-pararse del candidato y mostrar un discurso innovador. Admitir que todo lo que hasta unas horas antes era potencial o predictivo ahora es concreto, real y palpable.La construcción de un candidato admite probabilidades, suposiciones y promesas. La construcción de poder no.
Por eso, en el escenario del triunfo no hay lugar para actores secundarios. Si quien fuera jefe de campaña ya no tiene un rol claro en el ejercicio de gobierno, no debería subir al estrado de la victoria: su protagonismo terminó, también, con el último voto emitido.
Los que estén allí arriba, en el púlpito del triunfo, secundando al ganador en la foto de la victoria, la que al otro día será portada de todos los diarios, ya son parte del poder que gobierna. Lo mismo sucede con las palabras: cada una debe ser reflejo de un pensamiento de poder real. Las promesas se las llevó el viento de la campaña y ahora hay que hacerse cargo de la realidad.
Tan definitivo es lo que se diga esa noche que marcará la agenda política que se abrirá a la mañana siguiente.
Y lo que no se diga en ese momento, probablemente, ya no se podrá decir más.
“El día que se gana la elección se comienza a ejercer el poder”, dice categóricamente la consultora Catalina Vitelli. (5) Esto excede los protocolos, las investiduras e incluso a la institucionalidad. Sucede, sencillamente, porque el ganador “deja de ser una candidato para ser una figura pública”. Una alquimia interesante que se produce en horas y a la que Vitelli aconseja no perder de vista.
La figura pública que asume es, en esa noche de victoria, vocero y protagonista, el sucesor y el dueño de las palabras. Vitelli afirma que debe tener esa fuerza impregnada en cada una de las sentencias que emita. No hay margen para el error.
“La figura pública que asume debe ser contundente en sus palabras y asumirlas. Si cada uno empieza a hacer su juego, si cada uno de los que cobran protagonismo sale a hablar, la comunicación se desordena”.
Acá es donde el silencio juega su carta más valiosa. Quién hable esa noche, la noche del triunfo, colocará la piedra fundamental del nuevo andamiaje de poder.
La segunda transición comienza su recorrido el primer día de gestión. La alternancia en el poder dependerá de la inteligencia, la seriedad y la responsabilidad con que el gobierno saliente y el entrante puedan intercambiar agenda.
No es tiempo de confrontar ideas ni de debatir visiones de país: es hora de abrir cajones, mostrar papeles, saldar cuentas, hacer inventarios, tiempo de renuncias y nombramientos, reuniones “inteligentes” o encontronazos con heridos políticos que continúan con sus zarpazos letales.
Esto comienza exactamente el día después del discurso de la victoria. Más allá de los tiempos constitucionales de jura de poder y atributos, cada acción del “elegido” será una política de Estado.
Pero los que se van todavía están. Y su rol será vital para que la gestión saliente tenga una epicrisis no traumática.
Ambos —gobierno entrante y saliente— no solo son responsables del “humor social” de los días siguientes a una elección, sino que, consciente o inconscientemente, son artífices de la fortaleza o debilidad de las instituciones públicas.
La democracia se alimenta de estos momentos. O se debilita.
El traspaso de un gobierno a otro exige mucho más que definiciones políticas. Ahí es donde la consultoría tiene un rol clave y necesario, como ya se explicará más adelante. Pero esa transición es, sobre todo, burocrática, administrativa, ejecutiva y hasta ¡edilicia!
En países como Argentina, donde no hay una ley que regule este proceso, los peligros acechan en cada pasillo del poder. Al no tener marco legal que lo contenga, el traspaso depende, básicamente, de la buena voluntad de las partes. Así, si hay inventarios “perdidos”, informes que demoran, arqueos que no cierran, fondos que no llegan y otros artilugios (que se dicen administrativos, pero son políticos), deben resolverse (o no) en el tiempo que queda entre el día de la elección y la asunción formal del poder.
Esas tres o cuatro semanas y hasta dos meses de convivencia (según lo que estipule la ley electoral de cada país) pueden llegar a ser un calvario, similar al que provocaría la llegada de una nueva pareja a la casa del recién divorciado. La pelea por un florero puede convertirse en una batalla campal.
Sí, el poder lo construyen los hombres y mujeres, y el ser humano tiene debilidades, celos, envidias, arrogancia y otros atributos que se trasladan, inevitablemente, a su gestión.
No hay transición que no sea tensa. El que se va quiere llevar consigo la gloria que busca el que llega. Todo lo que está bien se minimiza, y lo que está mal se exacerba. Lo único que se reparte equitativamente son las culpas y los reproches.
Las famosas herencias, la tentación de endilgar al gobierno saliente la culpa de todos los males habidos (y también futuros), las denuncias por mala praxis política, las acusaciones sostenidas son parte de los artilugios para que la historia sea leída discrecionalmente.
Pero, ¡ojo!, todo lo que se diga será usado en contra de ambos. El juego de acusaciones opera como un corsé que cada vez aprieta más a la ciudadanía y genera un chaleco de fuerza que oprime al político.
El clima de agobio forma una nube de esmog sobre ese firmamento diáfano de la nueva gestión.
Y, en ese contexto, la emergencia es un arma que puede apuntar la cabeza del que se va pero dispararle al que entra.
El alpinista que llegó a la cima del Everest y el político que llegó a la cumbre de una elección se sienten, por un momento, amos del universo, los dueños del fuego. Los Prometeo que conquistaron el Olimpo.
Pero los semidioses son seres mitológicos y no hay forma de reencarnar en ellos. La historia se escribe desde el llano y hacia ahí hay que dirigirse, lo más rápido posible, para que la altura no los maree.
NotasTodas las transiciones son tensas. El que se va quiere llevarse la gloria que busca el recién llegado y lo único que se reparte en partes iguales son las culpas.
Abraham Lincoln, quien fuera presidente de los Estados Unidos entre 1861 y 1865, dijo que “hay momentos en la vida de todo político que lo mejor que puede hacer es no despegar los labios”.
Ese momento aplica perfectamente para la transición entre un gobierno saliente y uno entrante. En esos días que van desde la coronación del triunfo hasta la asunción formal del poder, el mejor aliado es el silencio.
El traspaso de poder es delicado y requiere concentración y tiempo que involucra no solo a quien resultó ganador sino a todo su grupo. Cada área, cada responsable de equipo, cada despacho de poder se abre para que salgan unos y entren otros.
Es hora de rendir cuentas.
Si fueron reelectos, como fue el caso de Carlos Menem o de Cristina Kirchner en Argentina, en 1995 y 2011 respectivamente, esa transición no es más que un “maquillaje” de gestión, con movidas simbólicas y cargos que ratifican el rumbo o lo cambian, pero sin generar conflictos externos. La transición es continuidad, en realidad. Eso no quiere decir que todo fluya: al contrario, las reelecciones son mojones refundacionales donde no falta el agite y la redefinición política de cargos, estrategias, hombres y mandatos.
Si el resultado marcó un cambio de nombre pero continúa bajo el mismo paraguas ideológico, ya es más movida. Más que transición, es una sucesión y los niveles de conflicto dependen de cuán cerca esté el nuevo gobernante del viejo.
Pero cuando la victoria implica un cambio radical de gobierno, con nuevos actores y viraje ideológico, ahí sí las transiciones se transforman en caos. Casi sin excepción.
Ya desde el minuto cero es así: como caprichosos berretines de niños, muchos presidentes salientes se empacaron y no asistieron a la jura de su sucesor. Lo hizo Jair Bolsonaro en Brasil, quien no quiso ni mirar como Lula da Silva se ponía la banda presidencial el 1 de enero de 2023. Nunca se sacó la foto protocolar del apretón de manos entre ambos mandatarios.
VIDEO EL INCÓMODO SALUDO ENTRE CRISTINA Y MACRIhttps://www.youtube.com/watch?v=-XU3-TqcimAFuente: La Voz
El mismo plantón hizo Donald Trump a Joe Biden en el 2021. “Ahí le dejo el gobierno”, le dijo el millonario al flamante presidente, tirando sobre la mesa, simbólicamente, las llaves de la Casa Blanca.
En esa línea actuó Cristina Kirchner en 2011, cuando se negó a traspasar la banda al presidente electo Mauricio Macri. Finalmente la recibió del titular del Senado, Federico Pinedo, quien tuvo su breve instante de fama al actuar, por unas horas, de presidente.
En otros países, como República Dominicana, Perú y Bolivia, la alternancia en el poder provocó chispazos desde el primer día. En agosto del 2020, Luis Abinader tuvo una brevísima ceremonia de asunción en Santo Domingo. Danilo Medina, el presidente saliente, anunció que no acudiría a la investidura y, citando el COVID como responsable de esa decisión, entregó la banda en un acto privado y se fue sin escuchar el discurso de su rival político. Ah, pero fue por la pandemia.
En 2011, Alan García no fue al traspaso de Ollanta Humala en Perú. En 2018, fue Humala la que no asistió a la ceremonia del presidente Pedro Pablo Kuczynski, dejando en evidencia que los caprichos y desaires no tienen ideología ni patria.
Como continuidad, transición o quiebre, los cambios de banda siempre son momentos de construcción democrática. Son ideales para reforzar la institucionalidad y el marco político que dará vida —o continuidad— a un gobierno.
Los protagonistas, los políticos y sus equipos son ensambladores de poder, los artífices de la democracia poniendo reglas de juego de una partida que jugarán ellos mismos.
Su comportamiento, su destreza e idoneidad se ponen en juego en toda su magnitud. Ya no están los faroles poderosos de los votos iluminando y exponiendo sus decisiones, pero sí los de la opinión pública, que acompañará, con relativa distancia, este proceso.
Los juegos políticos de esta primera etapa son cruciales para el tablero que se desplegará después. Es clave saber qué, cómo y cuándo ensayar cada jugada.
1- Matrix política. La construcción del candidato. Ivoskus, Daniel, Ed. Galerna
2- Todas las afirmaciones citadas a continuación y hasta el final del libro corresponden a consultores y especialistas convocados para participar de este libro. Son experiencias y fuentes que fueron tomadas como inspiración y los textuales les corresponden.
3- Mauricio de Vengoechea asesoró a más de dieciocho candidatos a presidente, entre ellos al venezolano Leopoldo López y la segunda vuelta electoral de Guillermo Lasso en Ecuador. Su compañía De Vengoechea & Associates es una de las líderes del mundo hispano. Es autor del libro 7 herramientas para apagar una crisis de gobierno, publicado por Lemoine Editores en Colombia y Siglo XXI Editores en México
4- Mario Riorda es consultor y trabajó para más de cien candidatos. Entre sus últimas publicaciones se destacan: Cualquiera tiene un plan hasta que te pegan en la cara. Aprender de las crisis, Cambiando. El eterno comienzo de la Argentina, Comunicación gubernamental en acción: narrativas presidenciales y mitos de gobierno, Comunicación gubernamental 360.
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