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Los cuatro relatos que recoge este volumen aparecieron en distintas publicaciones y no en un único libro como era la primera intención de Thomas Bernhard. Así se lo hizo saber a su editor alemán, Siegfried Unseld, en 1985. Pasados los años se ha cumplido el deseo de Thomas Bernhard. En estos cuatro relatos, condensa todos los principios narrativos y el pensamiento que articula su obra. La ironía, la provocación, la desmitificación, los equívocos, la irreverencia, las paradojas..., fluyen por los relatos para deleite del lector, al que en ocasiones descolocará y en otras provocará su sonrisa.
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Seitenzahl: 91
Veröffentlichungsjahr: 2012
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Thomas Bernhard
Goethe se muere
Relatos
Traducido del alemán por Miguel Sáenz
Cubierta
Nota del traductor
Goethe se muere
Montaigne. Un relato
Reencuentro
Ardía. Relato de viaje para un amigo de otro tiempo
Fuentes
Créditos
Thomas Bernhard publicó el relato que da título a este libro en el periódico Die Zeit, en 1982, y lo tituló Goethe schtirbt (no Goethe stirbt, cómo sería lo correcto). Más que utilizar una forma dialectal alemánica, parece servirse de ese recurso ortográfico para hacer blanco de su ironía, como ha dicho Michaela Schmitz, a dos tabúes alemanes a la vez: Goethe y la muerte. Dada la dificultad de trasladar esta ironía al español, hemos optado por titularlo simplemente Goethe se muere.
La mañana del veintidós, Riemer me exhortó a que, en mi visita a Goethe, fijada para la una y media, hablase por un lado en voz baja y por otro en voz no demasiado baja con aquel hombre, del que sólo se decía ahora que era el más grande de la nación y al mismo tiempo el más grande de todos los alemanes hasta la fecha, ya que, por una parte, oía unas veces con claridad francamente aterradora y otras no oía ya casi en absoluto, y no se sabía lo que oía ni lo que no oía, y, aunque al conversar con aquel genio en su lecho de muerte, que, más o menos inmóvil, miraba casi todo el tiempo hacia la ventana, lo más difícil era encontrar el volumen sonoro adecuado en el propio discurso, resultaba posible sin embargo, sobre todo con la mayor atención de los sentidos, encontrar en esa conversación que ahora, en realidad, sólo entristecía exactamente ese término medio apropiado para aquel espíritu, que de forma evidente para todos había llegado a su final. Él, Riemer, había hablado en los tres últimos días varias veces con Goethe, dos en presencia de Kräuter, al que, al parecer, Goethe había encarecido que permaneciera con él constantemente y hasta su último instante, pero una vez sin embargo solo, porque Kräuter, sin duda debido a un súbito malestar a consecuencia de la entrada de Riemer en la habitación de Goethe, había abandonado a éste precipitadamente, con lo que Goethe en seguida, como en los viejos tiempos, había hablado con Riemer de El dudar y el no dudar, exactamente como en aquellos primeros días de marzo en los que, según Riemer, Goethe había vuelto una y otra vez sobre ese tema, una y otra vez, y una y otra vez con la mayor viveza, después de, según Riemer, haberse ocupado a finales de febrero casi exclusivamente y al mismo tiempo como ejercicio matutino cotidiano con Riemer, por consiguiente sin Kräuter y por consiguiente sin aquella persona que acechaba la muerte de Goethe, calificada una y otra vez por Riemer de antiespíritu, del Tractatus logico-philosophicus y después de haber calificado el pensamiento de Wittgenstein, en general, de a la vez el más próximo al suyo y de sucesor del suyo; ya que el suyo, precisamente cuando se había tratado de decidir entre lo que Goethe había tenido que admitir y reconocer durante toda su vida como aquí y durante toda su vida como allá, había quedado en definitiva cubierto, si es que no totalmente oculto por el pensamiento de Wittgenstein. Goethe, al parecer, se había excitado tanto con el tiempo con ese pensamiento, que conminó a Kräuter a que hiciera venir a Wittgenstein, que, costase lo que costase, lo trajera de Inglaterra a Weimar, por todos los medios y tan pronto como fuera posible, y efectivamente, Kräuter había podido convencer a Wittgenstein para que visitara a Goethe, de forma curiosa, precisamente ese día veintidós; Goethe había tenido ya a finales de febrero la idea de invitar a Wittgenstein a Weimar, según Riemer ahora, y no sólo a primeros de marzo, como afirmaba Kräuter, y había sido Kräuter quien había sabido por Eckermann que Eckermann había querido evitar por todos los medios el viaje de Wittgenstein a Weimar, a casa de Goethe; Eckermann había contado a Goethe cosas tan desvergonzadas sobre Wittgenstein, según Kräuter, que Goethe, entonces todavía en plena posesión de sus fuerzas y, como es natural, también de las físicas y diariamente todavía en condiciones de ir a la ciudad, es decir, de dejar por completo el Frauenplan para ir hasta cerca de la casa de Wieland, pasando por la casa de Schiller, según Riemer, que Goethe prohibió a Eckermann decir nada más sobre Wittgenstein, ese hombre digno del mayor respeto, como al parecer dijo Goethe literalmente a Eckermann que los servicios que él, Eckermann, le había prestado a él, Goethe, hasta entonces y de hecho siempre, resultaban nulos de pleno derecho en aquel día y aquella hora, la más triste de las horas de la historia de la filosofía alemana, él, Eckermann, por su vileza al desacreditar a Wittgenstein ante él, Goethe, se había hecho imperdonablemente culpable ante él y debía dejar al instante la habitación; al parecer, Goethe dijo la habitación, muy en contra de su costumbre, porque sólo llamaba siempre a su alcoba la cámara, de repente, según Riemer, había arrojado a la cabeza de Eckermann la palabra habitación y Eckermann se había quedado allí un momento totalmente mudo, no había podido decir palabra, según Riemer, y había dejado a Goethe. Quería quitarme lo que es más sagrado para mí, dijo Goethe al parecer a Riemer, él, Eckermann, que me lo debe todo, al que se lo he dado todo y que no sería nada sin mí, Riemer. Goethe, después de haber dejado Eckermann la cámara, había sido a su vez incapaz de decir palabra, al parecer sólo repetía la palabra Eckermann, realmente tantas veces que a Riemer le pareció que Goethe estaba a punto de volverse loco. Sin embargo, Goethe se había repuesto luego rápidamente y había podido hablar con Riemer, ni una palabra más sobre Eckermann pero sí sobre Wittgenstein. Para él, Goethe, era la felicidad más alta saber que estaba en Oxford su más próximo allegado, separado sólo por el Canal, según Riemer, quien precisamente al contarlo me pareció de lo más digno de crédito y no, como siempre, exaltado e inverosímil; de repente, el relato de Riemer tenía la autenticidad que normalmente echaba siempre en falta en sus relatos, Wittgenstein en Oxford, dijo Goethe al parecer, Goethe en Weimar, un feliz pensamiento, querido Riemer, quién puede apreciar lo que vale ese pensamiento salvo yo, que soy el más feliz de los hombres con ese pensamiento. Riemer subrayó una y otra vez que Goethe había dicho varias veces el más feliz de los hombres. Refiriéndose a Wittgenstein en Oxford. Cuando Riemer dijo en Cambridge, Goethe dijo al parecer Oxford o Cambridge, es el pensamiento más feliz de mi vida, y esta vida ha estado llena de los pensamientos más felices. De todos esos pensamientos felices, el pensamiento de que Wittgenstein existe es el más feliz para mí. Riemer, al principio, no había sabido cómo establecer una relación entre Goethe y Wittgenstein, y había hablado con Kräuter, pero éste, lo mismo que Eckermann, no había querido saber nada de una visita de Wittgenstein a Weimar. Mientras que Goethe, como sé por manifestaciones que él mismo me hizo, quería ver a Wittgenstein tan pronto como fuera posible, Kräuter decía continuamente que Wittgenstein no debía venir antes de abril, marzo era la peor de las épocas, el propio Goethe no lo sabía, pero él, Kräuter, lo sabía, Eckermann, en muchos aspectos, no se había equivocado al intentar apartar a Goethe de Wittgenstein, lo que naturalmente era absurdo, según me dijo Kräuter, porque Goethe no se había dejado apartar nunca de nada por Eckermann, pero Eckermann tenía siempre un instinto seguro, según me dijo Kräuter cuando pasábamos precisamente por delante de la casa de Wieland; Eckermann, en ese día dudoso, el día en que Goethe, de forma inconfundible, había reclamado a Wittgenstein la venida en persona de su sucesor, por decirlo así, había ido demasiado lejos; él, Eckermann, había sobrestimado sencillamente ese día las fuerzas, las fuerzas físicas y psíquicas de Goethe, lo mismo que sus propias competencias, y Goethe, a causa de Wittgenstein y de nada más, se había separado de Eckermann. Un intento de las mujeres de abajo (¡que estaban en el vestíbulo!) de disuadir a Goethe de su propósito, convertido ya en decisión firme, de echar realmente a Eckermann para siempre a causa de Wittgenstein, lo que naturalmente no podían comprender las mujeres, fracasó, durante dos días, como me consta, Goethe rehusó toda visita femenina a la cámara, precisamente Goethe, le dije a Riemer, que no fue capaz de pasar un solo día sin mujeres mientras vivió; al parecer, Eckermann estaba con las mujeres abajo en el vestíbulo, desconcertado, como dijo luego Kräuter, y las mujeres lo asediaban, por decirlo así, para que atribuyera el asunto al mal estado general de Goethe y no se lo tomara totalmente en serio, en cualquier caso no tan seriamente como se lo tomaba Eckermann en aquel momento, y una de las mujeres, ya no sé cuál de las muchas que había en el vestíbulo, subió a ver a Goethe para interceder por Eckermann, pero fue imposible hacer cambiar de opinión a Goethe, que al parecer dijo que ninguna persona en el mundo lo había decepcionado de forma tan hiriente como Eckermann, y que no quería volver a verlo jamás. Ese jamás de Goethe había podido oírse aún con frecuencia en el vestíbulo, incluso cuando hacía tiempo que Eckermann había salido de la casa de Goethe, sin que luego, efectivamente, se le volviera a ver. Nadie sabe dónde está Eckermann hoy. Kräuter ha hecho investigaciones, pero todas esas investigaciones han resultado inútiles. Incluso hizo intervenir a la gendarmería de Halle y de Leipzig y, según Riemer, también a Berlín y Viena comunicó Kräuter la desaparición de Eckermann, según Riemer. Realmente, Kräuter, según Riemer, había intentado aún varias veces disuadir a Goethe del pensamiento de hacer venir a Wittgenstein a Weimar, y la verdad es que no era seguro, según Kräuter, que Wittgenstein viniera realmente a Weimar, aunque Goethe, el más grande de los alemanes, lo invitara, porque el pensamiento de Wittgenstein hacía en todo caso vacilar esa seguridad, según Kräuter literalmente, y él, Kräuter, según Riemer, había puesto en guardia a Goethe de forma sumamente prudente contra la venida de Wittgenstein a Weimar, no había actuado de forma tan torpe ni realmente confiada como Eckermann, que en el caso de Wittgenstein había ido sencillamente demasiado lejos, porque se había sentido seguro en el asunto, ya que no sabía que, en lo referente a las ideas y pensamientos de Goethe, nunca y en ningún caso se podía estar seguro, lo que probaba que Eckermann, hasta el final, no pudo deshacerse de la estrechez de espíritu que por el propio Eckermann conocemos, según Riemer, pero ni siquiera Kräuter consiguió disuadir a Goethe de hacer venir a Wittgenstein a Weimar. A un espíritu así no se le envía un telegrama, dijo Goethe al parecer, a un espíritu así no se le puede invitar sencillamente de forma telegráfica, había que enviar a un mensajero de carne y hueso a Inglaterra, dijo Goethe al parecer a Kräuter. Al parecer, Kräuter no dijo nada a eso y, como Goethe estaba decidido a ver a Wittgenstein cara a cara, como dijo entonces Riemer patéticamente, porque, al parecer, Kräuter lo dijo exactamente de esa forma patética, Kräuter, por difícil que le resultara, tuvo que someterse finalmente al deseo de Goethe. Goethe dijo al parecer que, si hubiera tenido mejor salud, habría viajado por sí mismo a Oxford o Cambridge para hablar con Wittgenstein sobre El dudar y el no dudar,
