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Publicada en 1970, «La Calera» evidencia la plena madurez del inconfundible estilo narrativo de Thomas Bernhard (1931-1989), caracterizado por la cadencia narrativa, el ritmo de la frase y la repetición constante. Centrado en los problemas de la soledad, la incomunicación, la autodestrucción y el fracaso, este relato cruel de cinco años de enclaustramiento en un «presidio de trabajo voluntario» del protagonista, Konrad, que culminan con el asesinato de su esposa paralítica, se teje alrededor de la angustia de una relación asfixiante en un entorno amenazador, de la ritualización de las conductas, de la fuerza de una lógica que conduce al irracionalismo y de la extrema lucidez de una mente al borde de la locura.
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Seitenzahl: 396
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Thomas Bernhard
La Calera
Traducción de Miguel Sáenz
Pero en lugar de pensar en el estudiomientras camino arriba y abajo, le dijo alparecer a Wieser, me pongo a contar lospasos, volviéndome medio loco.
... cuando Konrad, hace cinco años y medio, compró la Calera, lo primero fue adquirir un piano, que hizo colocar en su habitación, situada en el primer piso, se dice en Laska, no por amor al arte, según Wieser, el administrador de los terrenos de Mussner, sino para calmar sus nervios excesivamente fatigados por un trabajo intelectual de decenios, según Fro, el administrador de los terrenos de Trattner, con el arte, que él, Konrad, odiaba, no tenía lo más mínimo que ver su tocar el piano, improvisaba, según Fro y, según Wieser, tocaba como un aficionado todos los días su instrumento, a hora muy temprana y hora muy tardía, con las ventanas abiertas y el metrónomo en marcha...
... lo segundo fue al parecer, de un lado por miedo, y por pasión por las armas de fuego de otro, comprar un número bastante elevado de armas antiguas, pero de funcionamiento todavía preciso, de las marcas Wänzl, Vetterli, Gorosabel, Mannlicher, etcétera, del patrimonio del inspector forestal Ulrich, fallecido el año anterior, con las que Konrad, un tipo ya de antemano pusilánime de pies a cabeza (Wieser), que se había vuelto temeroso y receloso en grado creciente, sobre todo como consecuencia de los asesinatos, todavía no lejanos y todavía no aclarados, de los agricultores de Mussner y Trattner, quería proteger la Calera de ladrones y, en general, de los llamados elementos extraños...
... a su mujer, de soltera Zryd, casi totalmente inválida ya por decenios de tratamiento médico equivocado, que se había pasado la mitad de la vida clavada en una silla de ruedas francesa, especialmente construida para ella, y a la que ahora, como dice Wieser, nada puede hacer daño ya, le había enseñado Konrad, al parecer, el manejo de una carabina Mannlicher, que la, por lo demás, totalmente indefensa mujer tenía siempre escondida, amartillada y al alcance de la mano, detrás de su silla de ruedas, con esa arma la mató Konrad, en la noche del veinticuatro al veinticinco de diciembre, de dos tiros en la nuca (Fro) o de dos tiros en la sien (Wieser), súbitamente (Fro) o al cabo del infierno conyugal de los Konrad (Wieser). Él disparaba contra cualquier cosa que se moviera en las proximidades de la Calera, se dice en Laska y, como es sabido, cuatro años y medio antes, o sea, poco tiempo ya después de su llegada, le dio un tiro en el hombro izquierdo a Koller, un leñador y guardabosque que, después de su jornada, pasaba con morral y rastrillo por delante de la Calera y a quien Konrad tomó por un ladrón, siendo condenado como consecuencia a nueve meses y medio de presidio. Con ese motivo salieron a relucir las quince condenas anteriores de Konrad, en su mayoría por, así llamadas, injurias y por, así llamadas, lesiones graves y leves, se dice en Laska. Konrad cumplió su condena en el distrito judicial de Wels, en donde se encuentra encarcelado también ahora...
... salvo excepciones, interesados por su personalidad indudablemente excéntrica pero, al mismo tiempo, poco llamativa, todos le habían ido dando de lado, al parecer, poco a poco; por una parte, la gente quería su dinero; por otra, no quería tener nada que ver con Konrad. Yo mismo me encontré varias veces con Konrad en el camino de Lambach, y varias veces también en el camino de Kirchham, dos veces en el monte alto, y cada vez me vi enredado por él, al instante, en una conversación, más o menos despiadada, de carácter médico o político o sencillamente naturalista o medicopolítico o politiconaturalista o medicopoliticonaturalista, pero sobre esto más adelante...
... en Lanner se dice que Konrad mató a su mujer de dos tiros, en Stiegler que de un solo tiro, en Gmachl que de tres y en Laska que de varios tiros. Lo que es evidente es que hasta ahora, salvo los peritos judiciales, como cabe suponer, nadie sabe de cuántos tiros mató Konrad a su mujer...
... la vista judicial fijada para el quince, sin embargo, arrojará luz sobre la oscuridad, con el tiempo, curiosamente, cada vez más oscura, que rodea al asesinato de la señora Konrad por su marido, si bien, como dice Wieser, sólo una luz jurídica...
... en contra de la suposición, en enero todavía difundida, de que Konrad se entregó por sí mismo después del llamado delito de sangre, hoy se sabe que no se entregó en absoluto, en Laska, donde ayer pude contratar enseguida tres de los nuevos seguros de vida, se dice que los gendarmes sólo lo descubrieron finalmente, después de buscarlo durante dos días, en el colector de estiércol líquido, totalmente seco y totalmente congelado, de detrás de la Calera. Se dice lo siguiente: los gendarmes, después de haber sido avisados por el, así llamado, mozo Höller del inquietante silencio de la Calera, forzaron su entrada en la Calera, descubriendo a la mujer asesinada en su silla de ruedas, de su marido, sin embargo, al que pudieron identificar inmediatamente, sin dificultad, como asesino de la señora Konrad, ni rastro. Registraron varias veces de arriba abajo, con la mayor minuciosidad, toda la Calera, finalmente también la casa adyacente habitada por Höller y finalmente los otros edificios de alrededor, y también las partes del bosque inmediatamente lindantes con la Calera, pero en vano. Hasta el segundo día no levantó Moritz, un ayudante de gendarme, las tablas podridas del colector de estiércol, encontrando debajo a Konrad, semihelado, que, en un estado de agotamiento total, como cabe imaginar, se dejó prender sin resistencia y llevar a la Calera y enseguida a la habitación del crimen, en la que, entretanto, la difunta señora Konrad había sido sustituida por un viejo saco de paja bajado del desván. Konrad, incluso antes de prestar declaración sobre los detalles del caso, pudo cambiarse de ropa, pero los gendarmes, dicen, le metieron prisa mientras se desvestía y vestía, porque querían llevárselo a Wels lo más rápidamente posible. Sólo cuando Konrad les indicó varias botellas de aguardiente que había en la habitación del crimen, animándolos a bebérselas, se tomaron de pronto su tiempo, dicen. Las botellas de aguardiente eran precisamente lo que necesitaban ahora, después de haber pasado tantas fatigas por Konrad y, al parecer, los gendarmes se bebieron en efecto por completo las cuatro o cinco o incluso seis botellas de aguardiente, en el coche celular, sin embargo, para poder bebérselas realmente por completo antes de llegar al distrito judicial de Wels, dieron al parecer, inmediatamente después de Sicking, un rodeo de sesenta o setenta kilómetros por Krems, de Sicking a Wels necesitaron al parecer dos horas y media, o sea, para un trayecto que hubieran podido cubrir en media hora escasa, dos horas y media, y en Wels, Konrad, porque como tenía puestas las esposas no podía agarrarse al coche celular, y probablemente porque uno de los gendarmes le dio un golpe, se cayó de cabeza del coche celular, sólo llevaba al parecer calcetines de lana grises porque, por falta de tiempo, como al parecer pretendieron los gendarmes, no le habían dado oportunidad de ponerse zapatos, los zapatos que llevaba Konrad cuando lo sacaron del colector estaban al parecer tan empapados del estiércol líquido, que pudieron, desde luego, quitárselos, pero no volvérselos a poner; no se le permitió ponerse otros zapatos, lo que quería decir ir a buscarlos a su habitación, por las prisas y, según Wieser, por la falta de humanidad de los gendarmes, con aquel frío intenso no se hubiera debido trasladar de ningún modo a Konrad sin algo en la cabeza, dice Fro, Konrad estaba en una edad en la que hasta el menor enfriamiento podía tener consecuencias devastadoras, incluso, en determinadas circunstancias, una pequeña corriente de aire en la nuca podía causarle la muerte, pero realmente era también ridículo, habida cuenta de la monstruosidad de lo ocurrido y, sobre todo, en vista del hecho de que Konrad había pasado más de dos días en el colector de estiércol con un frío intenso, sobre todo el cortante frío de la noche, sin sufrir, aparentemente, grandes daños por ello, preocuparse ahora, cuando al fin y al cabo llevaba otra vez ropa seca y relativamente abrigada, por el hecho de que sólo llevase calcetines de lana y no zapatos, en un principio, al parecer, Konrad les había pedido a los gendarmes que le trajeran de su habitación los pantalones de cuero que le llegaban a los tobillos, quería ponerse esos pantalones de cuero porque eran lo que mejor lo protegía de los enfriamientos, pero Moritz, el ayudante de gendarme, que bajó a la habitación de Konrad, no hizo caso de la petición de Konrad y, en lugar de con los pantalones de cuero, apareció con unos pantalones corrientes de loden de color gris-negro, con unos pantalones de loden y una chaqueta de loden, tiró al parecer las prendas, ropa interior, camisa, calcetines de lana y también un pañuelo, a los pies de Konrad, y le ordenó que se cambiase a toda velocidad. El gendarme Halbeis, que entretanto había empujado a Konrad con la culata del fusil contra la esquina del escritorio, aparentemente Halbeis creía capaz de resistirse al totalmente indefenso y, como se expresa Fro, totalmente indiferente Konrad, le llamó al parecer varias veces asesino a Konrad, lo que al parecer indujo al juez del distrito, que nada más entrar en la habitación del crimen oyó la palabra asesino de labios de Halbeis, a observar que no incumbía a los gendarmes calificar entonces a Konrad de asesino. Los gendarmes, sin embargo, no se atuvieron a esa, como dice Wieser, acertada exhortación, sino que llamaron una y otra vez a Konrad asesino, incluso estando todavía el juez presente, aparentemente, el juez de distrito no se dio cuenta de que los gendarmes seguían llamando a Konrad asesino, aunque les había prohibido llamar a Konrad asesino. Por otra parte, el gendarme auxiliar Moritz, totalmente en contra del reglamento, enderezó al parecer a la señora Konrad, completamente hundida en su silla de ruedas y cuya cabeza, al parecer, había quedado totalmente destrozada por el disparo o los disparos de la carabina Mannlicher, y precisamente en un instante en que Neuner, el inspector de la gendarmería, había abandonado por un instante la habitación del crimen, probablemente, supone Wieser, para hablar con Höller, que en ese momento estaba en el vestíbulo de arriba, a fin de obtener información de aquel hombre, que era quien mejor conocía la Calera, o sea, inmediatamente después de descubrirse el delito de sangre, porque temía que el pesado cuerpo de la mujer, por un desplazamiento de peso cada vez mayor, pudiese salirse de pronto de la silla y caer al entarimado. El juez de distrito llamó a Moritz, por ese suceso marginal, chapucero aún inexperimentado. Al parecer, al redactor local Lanik, uno de los peores personajes imaginables, se le negó la entrada en la Calera. Wieser habla también de la muñeca destrozada de la señora Konrad, prueba de que ella se tapaba la cara con las manos cuando se produjo el disparo. Fro utiliza una y otra vez la palabra irreconocible y dice ininterrumpidamente inundada de sangre...
... en Laska se dice que Konrad trató primero de arrastrar a la muerta desde su cuarto hasta el vestíbulo superior para, desde allí, tirarla por la ventana que daba al agua, como todos los que matan a alguien, también Konrad, al darse cuenta de la monstruosidad (Wieser), creyó poder deshacerse de su víctima, y qué parecía más indicado que arrastrar el cadáver por el vestíbulo hasta la ventana y, al final del vestíbulo, en unión de algún objeto grande de hierro o de piedra, como dice Fro, dejarlo caer sencillamente por la ventana, para ello le hubieran venido muy bien a Konrad dos bloques de mármol colocados bajo la ventana que daba al agua, originalmente destinados a soportar el dintel de la puerta pero luego, sin embargo, no utilizados con ese fin por el anterior propietario de la Calera, el primo de Konrad, Hörhager, porque Hörhager se decidió por unos soportes de toba y no de mármol, él, Fro, estaba convencido de que, en el curso del proceso, se hablaría todavía de los dos bloques de mármol, pero Konrad, al parecer, se había dado cuenta pronto de que no podría arrastrar el cadáver hasta la ventana que daba al agua, para ello estaba realmente demasiado débil y, probablemente, de pronto se dio cuenta también de que sería absurdo tirar a la muerta al agua por la ventana, porque hasta un criminalista mediocre hubiera descubierto en el plazo más breve ese método, calificado por Wieser de realmente torpe, para deshacerse de la víctima del crimen, al principio los criminales creían siempre que tenían que hacer las cosas más absurdas para borrar los hechos, y qué hubiera sido en aquel caso más absurdo que tirar a la señora Konrad por la ventana, aproximadamente hacia la mitad del vestíbulo superior, Konrad había renunciado, al parecer, a su propósito de arrastrar a la muerta hasta la ventana que daba al agua y tirarla por ella, posiblemente tampoco quiso ya, de pronto, eliminar el cadáver, como sospecha Fro, y al parecer volvió a arrastrar hasta su habitación a la mujer, que sangraba cada vez más y, haciendo acopio de todas sus fuerzas, la volvió a colocar en su silla, como ha demostrado la reconstrucción de los hechos, el propio Konrad confesó al parecer que, en sus esfuerzos para colocar otra vez a la muerta en la silla, se le resbaló varias veces de los brazos, cayendo al entarimado, más de una hora necesitó, al parecer, para poner en la silla aquel cuerpo inerte y pesado de mujer, que se le escurría una vez y otra. Cuando por fin tuvo a la muerta en la silla, estaba tan agotado, al parecer, que se desplomó junto a la silla...
... inmediatamente después del hecho, declaró al parecer, había corrido por toda la Calera, como si se hubiera vuelto definitivamente loco, de arriba abajo y de abajo arriba, y cuando, al detenerse, se apoyó en el borde de la ventana que daba al agua, en el vestíbulo de arriba, se le ocurrió la idea de tirar a la muerta por la ventana que daba al agua. Por las huellas de sangre de toda la Calera se sabía exactamente, al parecer, cómo y por dónde recorrió Konrad la Calera, sus declaraciones, que no fueron difíciles de comprobar, eran al parecer exactas, Fro dice también que Konrad no tenía ninguna razón para no decir la verdad, eso era precisamente, dice, lo característico de Konrad, el que, en su vida, fuera siempre lo que se llama un fanático de la verdad, y también ahora. En Gmachl se ha dicho que Konrad le disparó a su mujer a sangre fría desde atrás, se cercioró de que su víctima estaba realmente muerta, y se entregó al instante. En Laska se ha dicho también que la cabeza de la señora Konrad quedó destrozada por un tiro en la sien izquierda. Cuando se habla de la sien, se dice alternativamente la derecha o la izquierda. En Lanner se ha dicho también que Konrad mató a su mujer con un hacha, y que sólo cuando la había matado ya con el hacha, le disparó con la carabina Mannlicher, de ello se deducía que, en el caso de Konrad, se trataba de un loco. En Laska se dijo que Konrad le puso a su mujer la carabina Mannlicher en la nuca, y no apretó el gatillo hasta pasados uno o dos minutos, ella supo, al sentir el cañón en la nuca, que la iba a matar, y no se defendió. Probablemente, se dice en Stiegler, él la mató por deseo de ella, cuya vida era sólo atroz y, cada día, un tormento mayor aún que el anterior, y era una buena cosa que la pobre, como se la llamaba casi siempre y en todas partes, hubiera muerto. Konrad, sin embargo, después de haber matado a su mujer, hubiera debido matarse él, dicen, porque ahora le esperaba el horror de una reclusión sin duda perpetua en un establecimiento penitenciario o un manicomio...
... pero un hombre que mata a un allegado, dice Fro, está muy lejos de toda lógica...
... al parecer el juez del distrito les dijo a los funcionarios de la gendarmería que lo rodeaban que el cerebro de la muerta, que yacía en el suelo, le recordaba, por su consistencia y color, el queso de Emmental, dice Wieser. Höller confirma esa afirmación. Acerca de Konrad, el juez del distrito dijo, al parecer, que presentaba pelos cancerosos de Schridde, etcétera...
... realmente, Konrad escondió al parecer durante semanas, en la habitación de su mujer, un hacha, un hacha de leñador totalmente corriente, él, Konrad, no mató a su mujer con esa hacha, dice Höller, sino a tiros, el hacha estuvo durante semanas, detrás de la silla de ruedas, en el borde de la ventana, llenándose allí de polvo. Como hora de los hechos se supone las tres de la mañana, pero se habla también de otras horas, así, en Lanner se dice una y otra vez que Konrad mató a su mujer a las cuatro de la mañana, en Laska que a la una, en Stiegler que a las cinco de la mañana y en Gmachl que a las dos. Nadie, tampoco Höller, oyó ningún disparo. Aun cuando él mismo, dice Wieser, calificaba la Calera de Sicking de único lugar que le resultaba todavía posible, para él, Konrad, Sicking se convirtió en realidad, poco a poco y en los dos últimos años, según Fro, con rapidez francamente maligna, en una fatalidad, de una forma de la que, en el fondo, tenía conciencia del modo más letal, en un solo fracaso deprimente, Wieser dice, con su estilo tan patético: en una tragedia. En cambio, él, Konrad, lo había intentado ya todo muy pronto y lo había hecho todo también para lograr la posesión de la Calera que, de hecho, había pertenecido siempre a la familia de Konrad pero, por una captación de herencia, como le confió una vez al parecer Konrad a Fro, pasó entre las dos guerras mundiales a manos del sobrino de Konrad, Hörhager, conseguir comprar la Calera fue durante tres y hasta cuatro decenios el sueño de Konrad, sueño que, eso hay que decirlo, decía Fro, cada vez más difícilmente, pero sin embargo de pronto, de la noche a la mañana, como dice Wieser, se pudo realizar, Konrad había jugado ya desde su infancia con la idea de establecerse un día en la Calera, dice Fro, desde su más temprana juventud tuvo el plan de trasladarse un día a la Calera y vivir en ella, se propuso ya pronto tomar posesión de aquellos viejos muros, pasarse el resto de su vida en el, como el propio Konrad le dijo una vez al parecer a Fro, aislamiento absoluto de Sicking, de la forma intensa que, para él, se había convertido cada vez más en una necesidad, y sobre todo, siempre sobre la base de su propia cabeza que, efectivamente, le seguía obedeciendo todavía por completo, pero el precio incesantemente aumentado por su sobrino Hörhager y los continuos síes y noes de su sobrino, en lo relativo a la venta de la Calera, los continuos cambios de opinión que a él, Konrad, le parecían francamente sádicos, de su sobrino, que a cada instante aseguraba que vendería la Calera, pero luego, de pronto, no quería saber nada de vendérsela a Konrad, que una y otra vez amenazaba con vender desde luego la Calera, pero no a Konrad, y luego prometía otra vez que sólo le vendería la Calera a Konrad, que un día le daba a Konrad la seguridad de venderle la Calera, y al día siguiente le retiraba esa seguridad o de repente, una y otra vez, no quería saber ya nada de la seguridad dada a Konrad, ese constante querer vender y no querer vender, el incesante aumento del precio, en verdad no justificado por nada (Fro), de día en día la Calera tenía un precio más alto, siempre un precio cada vez más alto, agotaban a Konrad, pero no hubiera sido él mismo si, a pesar de las y, sobre todo, a pesar de todas esas, como al parecer decía, resistencias inhumanas, no hubiera logrado finalmente poseer la Calera y se hubiera trasladado a la Calera. Sin embargo, mientras se puede decir por lo tanto con certeza, dice Wieser, que Konrad lo hizo todo durante decenios para lograr en definitiva y finalmente la posesión de la Calera y, con una tenacidad cada vez más despiadada, impulsó y persiguió y, un día, realizó efectivamente ese plan, su mujer que, y eso está en relación con su invalidez y su parálisis, mientras vivió en la Calera no vio a ningún ser humano, salvo Höller, el panadero, el deshollinador, el peluquero, el médico municipal y la costurera, la señora Konrad, de la que se dice que era sin duda inválida, pero de gran belleza, la señora Konrad, pues, lo intentó todo y lo hizo todo también para no tener que ir a la Calera, él, su marido, dice Wieser, sólo pensó siempre, como era natural, en su estudio, para el que la Calera le pareció siempre ideal, ella, sin embargo, temía, ya en la época en que su marido comenzó a pensar regularmente en la Calera, en efecto, con una habitualidad luego cada vez más apasionada, sin que ella lo tomara entonces apenas en serio, como al parecer decía ella una y otra vez más tarde, que su vida, ya bastante triste, desembocaría, al realizarse el propósito de su marido de trasladarse a la Calera, en una existencia más o menos horrible, lo que efectivamente, como hoy se sabe, resultó cierto; ella quiso volver a Toblach, al pueblo de sus padres y a la casa de sus padres, pero volver a Toblach sólo hubiera significado para él renunciar definitivamente a su estudio y, por consiguiente, también a la finalidad de su existencia, y luego, también para su mujer, en verdad hermanastra de Konrad, sólo la total aniquilación deliberada de su existencia, y por añadidura en el extranjero, porque la dependencia de su mujer de él era la más completa que cabe imaginar, dice Wieser, y en cualquier caso sólo tenía siempre un efecto mortal el volver finalmente a casa de los padres en el pueblo de los padres y en la región de los padres, a lo que se llama un puerto de salvación, por desesperación y desconcierto y en un último esfuerzo vital y, por consiguiente, por doble desesperación y doble desconcierto, porque, sencillamente, no se sabe encontrar otra salida y porque se sabe, sencillamente, que no hay ya otra salida, que no puede haber otra salida. Realmente, su mujer guardó siempre el recuerdo de Toblach, al parecer, como el puerto de salvación más ideal entre todos los puertos de salvación, de ese Toblach ideal entre todos, continuamente contrapuesto al, para ella, horrible Sicking, al que temía. Pero los dos fueron precisamente a Sicking, él, dice Fro, se salió con la suya, ella odió siempre la Calera, lo intentó siempre todo para disuadirlo de la idea de ir a la Calera, al principio trató de convencer al sobrino de él, Hörhager, para que no vendiera la Calera o, en cualquier caso, no se la vendiera a Konrad, luego intentó sobornar al sobrino de Konrad, le ofreció al sobrino, dice Fro, una suma hasta de seis cifras para el caso de que no vendiera la Calera a Konrad sino a otro, finalmente amenazó a Hörhager, lo coaccionó y advirtió alternativamente y lo amenazó, pero todo ello no sirvió de nada, dice Fro, Konrad se salió con la suya, como siempre y en todo caso se salió con la suya, como dice Fro. Y los cinco años y medio que estuvieron los Konrad en Sicking le probaron a él, Konrad, según manifestación de Wieser, que su decisión y su falta de piedad para salir de un mundo para él, desde hacía ya decenios, sin utilidad y sin atractivo, como siempre le había parecido, constantemente como un mundo por completo enemigo de la Historia y que no se movía del sitio, e ir a la Calera en aras de su estudio y, por ello, de la existencia de ambos, y de hecho no a una Calera sólo alquilada, sino legítimamente comprada por ellos, porque, en efecto, Hörhager le ofreció al parecer a Konrad alquilarle la Calera, de la forma acostumbrada, por doce o incluso por veinticuatro años, lo que Konrad rechazó siempre terminantemente, como dice Wieser, porque eso concordaba totalmente con su carácter, y que su decisión, pues, y su falta de piedad habían sido la decisión y la falta de piedad acertadas. De vez en cuando, le dijo al parecer Konrad a Fro, en los primeros años en Sicking, la palabra y la idea de Toblach surgían todavía con bastante frecuencia en la cabeza de su mujer, siempre sólo la palabra Toblach, dice Fro, jamás Tobiacco, esa idea de su infancia la había perseguido a menudo, durante horas, en su cabeza y finalmente en su habitación y luego, siempre también, en toda la Calera, pero cada vez con menor frecuencia, le dijo Konrad al parecer a Fro. En el, así llamado, Kaltmarkt, Konrad le dijo al parecer a Wieser, hace sólo un año, que parecía como si, de repente, Toblach no apareciera ya, de repente la idea de Toblach no desempeñaba ya ningún papel, su mujer había renunciado a Toblach, según le parecía a él y, al renunciar a Toblach, había renunciado a sí misma, él se daba cuenta. Ella había estado siempre en contra de Sicking, le dijo al parecer Konrad a Fro, siempre en contra de la Calera y, por consiguiente, en contra siempre también de él mismo, en contra de su estudio y por consiguiente, pensándolo con consecuencia hasta el fin, en contra de él mismo. Desde el principio mismo de pensar en Sicking, ella había traído a Toblach a colación, al parecer, en contra de Sicking. En definitiva, ella había estado por costumbre en contra de la Calera, por costumbre en contra de su estudio, por naturaleza, pues, en contra de su estudio, en contra de El oído. De repente, Toblach, sencillamente, no existía ya, dijo al parecer Konrad, y: hay que saber esto, mi mujer, al fin y al cabo, nunca ha tenido otra cosa que Toblach y, en el fondo, tampoco hoy tiene otra cosa que Toblach. Naturalmente, Sicking era un presidio, le dijo Konrad a Fro, y en efecto, decía, ya desde el exterior daba la impresión de un presidio, un correccional, un establecimiento penitenciario, una cárcel, esa impresión había estado oculta durante siglos, dijo al parecer Konrad, oculta por cosas de mal gusto, él, sin embargo, había puesto de relieve otra vez plenamente esa impresión, la había puesto de relieve despiadadamente. Reforzaban esa impresión sobre todo las rejas de las ventanas, que él, inmediatamente, en cuanto compró la Calera, hizo empotrar en los gruesos muros, esas rejas funcionales, como se expresó al parecer Konrad, he hecho arrancar las rejas de adorno y empotrar rejas funcionales, dijo al parecer Konrad, los gruesos muros y las rejas metidas en esos gruesos muros sugieren en seguida un presidio. Las molduras que, antes de comprar él la Calera, había aquí y allá por toda la Calera, signos de dos siglos de mal gusto, las hizo quitar él, así le dijo Konrad a Wieser, inmediatamente todas las molduras, en gran parte las desgajó de los muros con sus propias manos y las desgarró, destrozó y despedazó desde los muros, y las desgajó y destruyó y desmenuzó y desgarró, y no sustituyó por ninguna otra moldura todas aquellas molduras desgajadas y desgarradas. La Calera estaba totalmente libre de adornos, le dijo al parecer Konrad a Fro. Y también los caminos, dijo al parecer, que llevaban a la Calera, y realmente, como se podía ver en seguida, sólo había un camino pedregoso que llevara a la Calera, los había cubierto de un macadán tosco. Todo simplificado. Lo que le importaba era, al parecer, devolver la Calera a su estado original, sin cuidarse de las opiniones. Matorrales altos, pero ninguna especie de arbustos ornamentales. A Wieser: él, Konrad, no había sido al fin y al cabo jamás lo que se llama un aficionado a la Naturaleza, un fanático de la Naturaleza, un masoquista de la Naturaleza, en absoluto un chalado por las plantas, y la Naturaleza, más exactamente, la Naturaleza exterior, sólo le había hecho siempre asustarse de sí mismo, o sea de la naturaleza de Konrad, jamás lo había admirado, el sentimiento del llamado encanto de la Naturaleza no era más que una perversión. Tampoco era amigo de los animales, porque tampoco era amigo de los hombres, no era tampoco amigo de los animales porque era él mismo, lo que debía decirse al respecto, por consiguiente sería erróneo, decía, creer que era amigo de los animales, verdad era que se ocupaba ininterrumpidamente de la Naturaleza y que ninguna otra ocupación llenaba su cerebro, pero no era, decía, y precisamente por razón de ese ocuparse ininterrumpidamente de la Naturaleza, un amigo de la Naturaleza, en efecto, muy al contrario, era, de la forma más inquietante, como es natural, para su mujer, alguien que odiaba de forma francamente apasionada a la Naturaleza y por consiguiente, conclusión a la que había que llegar, alguien que odiaba a las criaturas. A Fro: paredes desnudas, funcionalidad. Estrategia de autolesión. Cefaloeconomía catastrófica. A Wieser: puertas bien cerradas, bien acerrojadas, ventanas bien enrejadas, todo bien cerrado y bien acerrojado y bien enrejado. En efecto, ¡antes las puertas de la Calera sólo tenían unas cerraduras de picaporte totalmente corrientes!, exclamó al parecer Konrad, ¡imagínese, unas cerraduras de picaporte totalmente corrientes! Ahora, sin embargo, unos maderos pesados, profundamente embutidos en los muros, aseguraban las puertas de la Calera. Pesados maderos profundamente embutidos en los muros, le dijo Konrad al parecer a Wieser, que hay que correr o descorrer con fuerza, como es natural, dada la humedad que aquí reina, siempre con fuerza. El factor seguridad era, decía, el más importante factor de todos. Primero, le dijo Konrad al parecer a su mujer, dice Wieser, tenían que asegurarse contra el mundo exterior, del que por fin habían escapado, por consiguiente, tenían que poner inmediatamente rejas en las ventanas y cerrojos en las puertas y, efectivamente, le dijo Konrad a Wieser, inmediatamente después de su traslado, y ya al día siguiente de haber desembolsado el inaudito, increíble incluso, precio de compra, los Konrad se habían trasladado a la Calera y habían hecho poner rejas en todas las ventanas y cerrojos en todas las puertas, y poner también cerrojos en las puertas interiores de la Calera, pesados cerrojos y pesadas rejas, al principio, el herrero, al parecer, dijo al parecer Konrad, se negó a poner unas rejas tan pesadas, y el carpintero se negó a poner unos cerrojos tan pesados, pero finalmente el herrero, porque Konrad fue inflexible y le prometió un precio muy alto, puso las pesadas rejas, y el carpintero puso los pesados cerrojos, realmente, el herrero que puso las pesadas rejas y el carpintero que puso los pesados cerrojos movían dubitativamente la cabeza, al parecer, al hablar de Konrad, pero finalmente los argumentos de Konrad los convencieron a los dos, el herrero y el carpintero, y hoy, al parecer, tanto el herrero como el carpintero están orgullosos de su trabajo, el herrero orgulloso de las pesadas rejas, que puso con la mayor precisión siguiendo las instrucciones de Konrad, y el carpintero orgulloso de los pesados cerrojos que, siguiendo instrucciones igualmente precisas de Konrad, puso con precisión. Y para que las gentes que, sin ser deseadas ni invitadas, como era su costumbre, pasaban una y otra vez por delante de la Calera, no pudieran mirar dentro de la Calera, le dijo al parecer Konrad a Wieser, necesitaban, él y su mujer, arbustos altos, y Konrad le dijo al parecer a su mujer, necesitamos arbustos altos alrededor de la Calera, arbustos altísimos, y al parecer encargaron inmediatamente a Suiza arbustos altos, mejor, altísimos, y los hicieron transportar a Sicking y plantar de forma experta. Hoy, le dijo al parecer Konrad a Wieser hace dos años, la Calera está totalmente segura, no se la descubre, no se la ve y, cuando se la descubre y cuando se la ve, dijo al parecer Konrad, recuerda Wieser, no se puede entrar en ella de ningún modo. Los arbustos altos han crecido tan alto, mi querido Wieser, que nadie puede echar ya una ojeada a la Calera, en efecto, no se ve la Calera hasta que se está inmediatamente delante, así le dijo Konrad a Wieser, lo que quiere decir cuando se está sólo a un metro o a medio metro delante, pero entonces no se la ve bien, porque sólo se está a un metro o a medio metro delante. En efecto, sólo se podía llegar a la Calera por el este, y eso era extraño, el que sólo se pudiera llegar a la Calera por el este, pero también, por otra parte, no era nada extraño, le dijo Konrad al parecer a Wieser, por una parte era extraño, por otra no tenía nada de extraño, todo era por una parte extraño y por otra nada extraño en absoluto, Wieser se acuerda muy bien de esos extraños por aquí y extraños por allá, por el norte, sin embargo, la Calera limitaba de forma ideal, como también por el oeste, con el agua, y por el sur, de forma ideal, con la pared rocosa. En invierno, sin embargo, a menudo no se podía llegar ni siquiera por el este a la Calera, como la Calera no era ya ninguna calera, la máquina quitanieves no llegaba ya hasta la Calera, a una calera muerta y abandonada, sencillamente, no llega ya ninguna máquina quitanieves, le dijo Konrad al parecer a Wieser, ningún trabajador, ninguna cal,ninguna máquina quitanieves, dijo al parecer, para un solo Konrad inútil y para su mujer, una Konrad igualmente inútil, no llega la máquina quitanieves, la máquina quitanieves no se justificaba para ellos, y por consiguiente no llegaba la máquina quitanieves, la máquina quitanieves, como a él, Konrad, se le ocurrió entonces, no llegaba desde hacía años, desde que su sobrino Hörhager no estaba ya en la Calera, sólo hasta el mesón, Hörhager desempeñaba varias de las llamadas funciones municipales, por consiguiente, cuando alguien desempeñaba funciones municipales podía contar también con que la máquina quitanieves llegaría hasta él, pero yo, dijo Konrad al parecer, no desempeño ninguna función municipal, ya la palabra función la odiaba, decía, nada odiaba más profundamente que la palabra funcionario, que le daba siempre asco al oírla, de todas formas, dijo Konrad al parecer, como odiaba a los hombres, odiaba también, como era natural, a los funcionarios, porque hoy, al fin y al cabo, todo hombre es funcionario, todos eran funcionarios, decía, todos funcionaban, ya no hay hombres, Wieser, sólo hay funcionarios, por eso no puedo oír ya la expresión funcionario, la palabra funcionario me da ganas de vomitar, pero mi sobrino Hörhager era, como es natural, funcionario, funcionario municipal, y hasta un funcionario, y un funcionario municipal por añadidura, llega la máquina quitanieves, ¡hasta ahí llega, hasta un funcionario!, exclamó Konrad al parecer, hablando con Wieser, por un viejo necio como yo y por una vieja necia e inválida como mi mujer no llega la máquina quitanieves, y qué fácil le sería a la máquina quitanieves, le dijo Konrad al parecer a Wieser, dar la vuelta en la Calera, pero, sencillamente, no llega ya hasta la Calera. ¡Una vejación invernal!, exclamó Konrad al parecer, varias veces. ¡Una vejación invernal! Wieser dice que, durante más de una hora, Konrad calificó una y otra vez de grotesco el hecho de que la máquina quitanieves municipal sólo llegase hasta el mesón, pero ya no hasta la Calera. En Sicking, dijo, todo era grotesco, ya se podía mirar en Sicking lo que se quisiera y desde donde se quisiera, que sólo se veía algo grotesco. Pero el que la máquina quitanieves no llegase ya hasta la Calera sino sólo hasta el mesón suponía también para la señora Konrad una ventaja, afirmó Konrad al parecer: nadie llega ya hasta nosotros abriéndose paso por la nieve profunda. En ese aislamiento y apartamiento completos, decía, había, como era natural, tranquilidad. El hecho, dice Wieser, de que en el invierno reinase en la Calera una tranquilidad absoluta lo entusiasmó al principio a él, Konrad, en la Calera. Ese pensamiento lo perseguía, el pensamiento de que en la Calera hubiera una tranquilidad completa en invierno no lo dejó tranquilo al parecer a él, Konrad, durante decenios. Con ese pensamiento estuvo a menudo cerca, al parecer, de volverse loco. ¡A la Calera!, pensaba al parecer una y otra vez, ¡a la Calera!, ¡a la Calera!, mientras que su mujer no pensaba más que en: ¡volver a Toblach, volver a Toblach!, pero la obediencia de su mujer era, al parecer, de lo más extraordinario. A causa del saliente rocoso no se oía al fin y al cabo nada de la serrería, dijo al parecer Konrad una y otra vez, a decir verdad, a él, Konrad, los ruidos de la serrería, decía, no le importaban nada, no le habían importado nunca nada, lo mismo que no le importaba su propia respiración, los ruidos de la serrería no le importaban nada, decía, porque siempre habían estado ahí, nunca había pensado: ¡estás oyendo una serrería, no puedes pensar!, porque siempre había vívido y pensado, decía, en la proximidad de serrerías, por una u otra razón siempre en la proximidad de serrerías, porque dondequiera que habitase, decía, habitaba siempre en la proximidad de una y hasta de varias serrerías, su familia y todos sus parientes, como también los parientes de ella, habían tenido siempre por lo menos una serrería. Y el mesón, le dijo al parecer a Wieser, estaba tan lejos de la Calera que no oía nada del mesón. Lo mismo que no oigo nada de la serrería a causa del saliente rocoso, tampoco oigo nada del mesón a causa del saliente rocoso, dijo al parecer. Cuando más ruido había en el mesón, aquí en la Calera, decía, no se oía nada. A veces había aludes, dijo Konrad al parecer, cantos rodados, hielo, agua, oía pájaros, caza, viento. Como casi no se oía nada en absoluto, decía, en la Calera, especialmente cuando se tenía un oído tan insólitamente sensible como el suyo, se adquiría un oído especialmente fino. Todo lo que se oía, decía, lo mismo que todo lo que no se oía, le agudizaba a uno el oído en la Calera. Esa circunstancia, como era natural, resultaba muy útil para su estudio, decía, que no por casualidad trataba del oído, al fin y al cabo, el título del estudio era Eloído. El que ellos, los Konrad, estuvieran allí, le dijo Konrad al parecer a Wieser, era algo calculado teniendo en cuenta su estudio El oído.
