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Publicada en 1985, "Maestros Antiguos" se desarrolla en torno a la figura de Reger, musicólogo de fama internacional y crítico del diario "The Times". A lo largo de 36 años, Reger ha acudido en días alternos a la misma sala del Kunsthistorische Museum de Viena, donde ha desarrollado su capacidad de observación hasta el punto de descubrir el defecto que invalida cualquiera de las consideradas obras máximas del arte, privándonos del asidero que supone su perfección justo en el momento en que se hace más necesario para nuestra supervivencia: «por muchos que sean los grandes ingenios y los Maestros Antiguos que hayamos tomado por compañeros, no sustituyen a nadie; al final nos dejan solos». Valiéndose de una amplia variedad de registros, la presente novela revela como pocas el universo propio de Thomas Bernhard (1931-1989), habitado por la soledad y la muerte.
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Seitenzahl: 317
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Thomas Bernhard
Maestros Antiguos
Comedia
Traducción de Miguel Sáenz
La pena corresponde a la culpa: ser privado de todo deseo de vivir, llevado al más alto grado de hastío vital.
Kierkegaard
No estando citado con Reger hasta las once y media en el Kunsthistorisches Museum, a las diez y media estaba ya allí para, como me había propuesto desde hacía ya bastante tiempo, poder observarlo por una vez, sin ser molestado, desde un ángulo en lo posible ideal, escribe Atzbacher. Como él tiene su puesto por las mañanas en la llamada Sala Bordone, frente a El hombre de la barba blanca de Tintoretto, en el banco tapizado de terciopelo en el que ayer, después de explicarme la llamada Sonata La tempestad, continuó su exposición sobre El Arte de la Fuga, desde antes de Bach hasta después de Schumann, como él puntualiza, cada vez más inclinado a hablar de Mozart y no de Bach, tuve que tomar posiciones en la llamada Sala Sebastiano; así pues, muy a mi pesar, hube de aceptar a Tiziano para poder observar a Reger ante El hombre de la barba blanca de Tintoretto, y por cierto de pie, lo que no era un inconveniente, porque prefiero estar de pie a sentado, sobre todo para observar a la gente, y de siempre observo mejor estando de pie que sentado y como, efectivamente, al mirar desde la Sala Sebastiano hacia la Sala Bordone, haciendo uso de mi mayor agudeza visual, pude tener por fin realmente una vista lateral completa, no estorbada siquiera por el respaldo del banco, de Reger, que ayer, sin duda gravemente afectado por la depresión atmosférica que se produjo la noche anterior, conservó todo el tiempo su sombrero negro en la cabeza, es decir, una vista de todo el lado izquierdo de Reger vuelto hacia mí, mi propósito de estudiar a Reger por una vez sin ser molestado tuvo éxito. Como Reger (con abrigo de invierno), apoyado en el bastón encajado entre sus rodillas, estaba, según me pareció, totalmente concentrado en el examen de El hombre de la barba blanca, no tenía que tener miedo alguno, en mi contemplación de Reger, de ser descubierto por él. Irrsigler (¡Jenö!), el vigilante de la sala, al que Reger conoce desde hace más de treinta años y con el que yo mismo (también desde hace más de veinte años) siempre he tenido, hasta hoy, buenas relaciones, fue advertido por un gesto mío de que, por una vez, quería observar a Reger sin ser estorbado, y cada vez que Irrsigler aparecía, con la regularidad de un reloj, hacía como si yo no estuviera allí, lo mismo que hacía como si Reger no estuviera allí, mientras él, Irrsigler, cumpliendo su misión, examinaba a los visitantes de la galería que, incomprensiblemente en aquel sábado de entrada gratuita, no eran numerosos, con su aire habitual, desagradable para todo el que no lo conozca. Irrsigler tenía esa mirada molesta que utilizan los vigilantes de los museos para intimidar a los visitantes de museos, los cuales son capaces, como es sabido, de todas las inconveniencias; su forma de entrar inesperada y totalmente silenciosa en cualquier sala, doblando la esquina, para echar una ojeada, resulta realmente repulsiva para todo el que no lo conozca; con su uniforme gris, mal cortado pero destinado a durar eternamente, que, sujeto por grandes botones negros, cuelga de su cuerpo delgado como de una percha, y con su gorra de chapa, hecha de esa misma tela gris, en la cabeza, recuerda más a los vigilantes de nuestros establecimientos penitenciarios que a un guardián de obras de arte empleado por el Estado. Irrsigler está, desde que yo lo conozco, siempre igual de pálido, aunque no esté enfermo, y Reger lo llama desde hace decenios cadáver que, desde hace treinta y cinco años, presta sus servicios al Estado en el Kunsthistorisches Museum. Reger, que visita el Kunsthistorisches Museum desde hace más de treinta y seis años, conoce a Irrsigler desde el día en que éste comenzó a prestar servicio y mantiene con él una relación absolutamente amistosa. Me bastó un pequeñísimo soborno para asegurarme para siempre el banco de la Sala Bordone, así Reger una vez hace años. Reger ha establecido con Irrsigler una relación que, desde hace más de treinta años, se ha convertido para los dos en costumbre. Si Reger quiere, como ocurre no pocas veces, quedarse solo contemplando El hombre de la barba blanca de Tintoretto, Irrsigler cierra sencillamente la Sala Bordone a los visitantes, situándose sencillamente a la entrada y no dejando pasar a nadie. Reger necesita sólo hacer su gesto, e Irrsigler cierra la Sala Bordone, efectivamente, no vacila en echar de la Sala Bordone a los visitantes que hay en la Sala Bordone si Reger así lo desea. Irrsigler aprendió carpintería en Bruck del Leitha, pero renunció a la carpintería, ya antes de calificarse como ayudante de carpintero, para ser policía. No obstante, la policía rechazó a Irrsigler por incapacidad física. Un tío suyo, hermano de su madre, que era vigilante en el Kunsthistorisches Museum ya desde el año veinticuatro, le proporcionó el puesto en el Kunsthistorisches Museum, el puesto peor pagado pero el más seguro, como dice Irrsigler. También en la policía había querido entrar Irrsigler al fin y al cabo únicamente porque, en la profesión de policía, el problema del vestuario le parecía resuelto. Ponerse durante toda la vida la misma ropa y ni siquiera tener que pagar uno mismo esa ropa para toda la vida, porque la facilita el Estado, le había parecido ideal, y también lo había pensado así su tío que lo había metido en el Kunsthistorisches Museum, y al fin y al cabo, en lo que a ese ideal se refería, no había ninguna diferencia entre estar empleado en la policía o en el Kunsthistorisches Museum, pero en cambio el servicio en el Kunsthistorisches Museum no era comparable con el servicio en la policía, un servicio de mayor responsabilidad, pero al mismo tiempo, sin embargo, más fácil que el del Kunsthistorisches Museum, él, Irrsigler, no podía imaginarse. El servicio en la policía, al fin y al cabo, era a diario mortalmente peligroso, así Irrsigler, el servicio en el Kunsthistorisches Museum no. Por la monotonía de su profesión no había que preocuparse, le gustaba esa monotonía. Durante el día andaba de cuarenta a cincuenta kilómetros, lo que era más beneficioso para su salud que, por ejemplo, el servicio en la policía, en donde la ocupación principal consistía en estar sentado en un duro sillón de despacho durante toda la vida. Prefería vigilar a visitantes de museos que a personas normales, porque los visitantes de museos eran al fin y al cabo personas de nivel más alto, con sentido artístico. Él mismo había adquirido con el tiempo ese sentido artístico, y sería capaz en cualquier momento de dirigir una visita guiada por el Kunsthistorisches Museum, al menos por la pinacoteca, dice, pero no lo necesita. Al fin y al cabo, la gente no se entera de lo que se le dice, dice. Desde hace decenios los guías de los museos dicen siempre lo mismo y, naturalmente, muchas insensateces, como dice el señor Reger, me dice Irrsigler. Los historiadores de arte no hacen más que sepultar a los visitantes con su charlatanería, dice Irrsigler que, con el tiempo, ha adoptado palabra por palabra muchas frases, si no todas, de Reger. Irrsigler es el portavoz de Reger, casi todo lo que dice Irrsigler lo ha dicho Reger, desde hace más de treinta años Irrsigler dice lo que dice Reger. Si escucho atentamente, oigo a Reger hablar a través de Irrsigler. Si escuchamos a los guías, oímos sólo una charlatanería artística que nos ataca los nervios, la insoportable charlatanería artística de los historiadores de arte, dice Irrsigler porque Reger lo dice muy a menudo. Todas las pinturas son espléndidas, pero ni una sola es perfecta, así Irrsigler siguiendo a Reger. Al fin y al cabo, la gente sólo va a los museos porque le han dicho que un hombre culto tiene que visitarlos, no porque le interesen, la gente no tiene ningún interés por el arte, en cualquier caso el noventa y nueve por ciento de la Humanidad no tiene ningún interés en absoluto por el arte, así Irrsigler siguiendo a Reger palabra por palabra. Él, Irrsigler, había tenido una infancia difícil, una madre enferma de cáncer, muerta ya a los cuarenta y seis años, un padre infiel, borracho toda su vida. Y Bruck del Leitha es un pueblo tan feo como la mayoría de los pueblos del Burgenland. El que puede se va del Burgenland, dice Irrsigler, pero la mayoría no puede, están condenados a Burgenland perpetuo, lo que es por lo menos tan horrible como una cadena perpetua en Stein del Danubio. Las gentes del Burgenland son reclusos, dice Irrsigler, su patria es una penitenciaría. Ellos mismos se convencen de que tienen una patria muy bella, pero en realidad el Burgenland es insulso y feo. En invierno, las gentes del Burgenland se asfixian en nieve, y en verano son devoradas por los zancudos. Y en la primavera y el otoño, las gentes del Burgenland no hacen más que patear en su propia suciedad. En toda Europa no hay país más pobre ni más sucio, así Irrsigler. Los vieneses convencen siempre a las gentes del Burgenland de que el Burgenland es un país hermoso, ya que los vieneses están enamorados de la suciedad del Burgenland y de la estupidez del Burgenland, porque consideran románticas esa suciedad del Burgenland y esa estupidez del Burgenland, porque, a su estilo vienés, son perversos. Al fin y al cabo, el Burgenland, salvo el señor Haydn, como dice el señor Reger, no ha producido nada, así Irrsigler. Vengo del Burgenland no quiere decir al fin y al cabo otra cosa que vengo de la penitenciaría de Austria. O del manicomio de Austria, así Irrsigler. Las gentes del Burgenland van a Viena como a la iglesia, dijo. El mayor deseo de las gentes del Burgenland es entrar en la policía vienesa, dijo hace unos días, yo no pude porque soy demasiado débil, por incapacidad física. Pero después de todo soy vigilante en el Kunsthistorisches Museum y también funcionario público. Al atardecer, después de las seis, dice, no encierro criminales sino obras de arte, encierro los Rubens y el Bellotto. A su tío, que entró ya al servicio del Kunsthistorisches Museum inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, lo habían envidiado todos en su familia. Cuando, cada tantos años, lo visitaban en el Kunsthistorisches Museum, los sábados o domingos de entrada gratuita, lo seguían, totalmente intimidados, a través de las salas de los grandes maestros y admiraban sin cesar su uniforme. Naturalmente, su tío fue pronto también inspector y llevaba la estrellita de latón en el reverso del uniforme, así Irrsigler. De respeto y admiración, ellos, cuando los guiaba por las salas, no entendían nada de lo que les decía. La verdad es que no hubiera tenido sentido explicarles el Veronés, así Irrsigler hace unos días. Los hijos de mi hermana admiraron mis zapatos flexibles, así Irrsigler, mi hermana se detuvo ante el Reni, precisamente ante ese pintor, el de peor gusto de todos los pintores aquí expuestos. Reger aborrece a Reni, de modo que también Irrsigler aborrece a Reni. Irrsigler ha adquirido ya una gran maestría en la apropiación de frases de Reger y habla ya casi perfectamente con el tono característico de Reger, pienso. Mi hermana me visita a mí y no el museo, dijo Irrsigler. A mi hermana no le interesa en absoluto el arte. Sus hijos, sin embargo, se asombran de todo lo que ven cuando los llevo por las salas. Ante Velázquez se detienen y no quieren irse, dijo Irrsigler. El señor Reger nos invitó a mí y a mi familia un día al Prater, dijo Irrsigler, el generoso señor Reger, un sábado por la tarde. Cuando su mujer vivía aún, dijo Irrsigler. Yo estaba allí de pie observando a Reger, que seguía absorto en la contemplación de Elhombre de la barba blanca de Tintoretto, como queda dicho, y veía al mismo tiempo a Irrsigler, que al fin y al cabo no estaba en la Sala Bordone, mientras me contaba la historia de su vida, es decir, las imágenes de Irrsigler de la semana anterior al mismo tiempo que a Reger, que se sentaba en el banco de terciopelo y, como es natural, no se había dado cuenta aún de mi presencia. Irrsigler ha dicho que, ya desde muy pequeño, su mayor deseo había sido entrar en la policía vienesa, ser guardia. Nunca había deseado tener otra profesión. Cuando tenía veintitrés años, le certificaron en el cuartel de Rossau incapacidad física, y realmente se le hundió el mundo. Sin embargo, en ese estado de la mayor desesperanza, su tío le consiguió el puesto de vigilante en el Kunsthistorisches Museum. Había venido a Viena sólo con una pequeña bolsa raída, al piso de su tío, quien le dejó vivir con él cuatro semanas, y luego él, Irrsigler, se mudó a una habitación subalquilada en el Bastión del Mölk. En esa habitación subalquilada había vivido doce años. Los primeros años no había visto absolutamente nada de Viena, ya muy de mañana, hacia las siete, estaba en el Kunsthistorisches Museum y a la tarde, después de las seis, volvía otra vez a casa, su comida del mediodía había consistido en todos esos años sólo en un bocadillo de salchicha o de queso, que se comía con un vaso de agua del grifo en un pequeño vestuario que había detrás del guardarropas público. Las gentes del Burgenland son las menos exigentes, yo mismo, al fin y al cabo, trabajé con gentes del Burgenland en diversas obras y me alojé con gentes del Burgenland en diversas barracas de obras, y sé lo poco exigentes que son las gentes del Burgenland, sólo necesitan lo más imprescindible y ahorran realmente hasta fin de mes el ochenta por ciento de su salario, e incluso más. Mientras estudiaba a Reger y lo observaba también realmente de forma minuciosa, como nunca lo había observado antes, veía a Irrsigler conmigo hacía una semana en la Sala Battoni, mientras yo lo escuchaba. El marido de una de sus bisabuelas procedía del Tirol, y de ahí el apellido Irrsigler. Había tenido dos hermanas: la menor había emigrado a América en los años sesenta con un ayudante de peluquero de Mattersburg, y había muerto allí de nostalgia, a los treinta y cinco años. Tenía tres hermanos, que hoy trabajaban todos en el Burgenland como peones. Dos de ellos, como él, vinieron a Viena para entrar al servicio de la policía, pero no fueron admitidos. Y para el servicio en el Museo era absolutamente necesaria al fin y al cabo cierta inteligencia. De Reger había aprendido mucho. Había personas que decían que Reger estaba loco, porque sólo un loco podía ir durante decenios, un día sí y otro no, salvo los lunes, a la pinacoteca del Kunsthistorisches Museum, pero eso no lo creía, el señor Reger es un hombre inteligente, instruido, así Irrsigler. Sí, le había dicho yo a Irrsigler, el señor Reger no es sólo un hombre inteligente e instruido, sino también famoso, al fin y al cabo estudió música en Leipzig y Viena y ha escrito críticas musicales para el Times y escribe todavía hoy para el Times, dije. No es un escritor corriente, dije, un charlatán, sino un musicólogo en el sentido más propio de la palabra, y tiene toda la seriedad de una gran personalidad. No se puede comparar a Reger con todos esos charlatanes de suplementos musicales como los que diariamente difunden aquí en los diarios su porquería charlatana. Reger es realmente filósofo, le dije a Irrsigler, filósofo en todo el sentido del concepto. Desde hace más de treinta años, Reger escribe sus críticas para el Times, esos pequeños artículos filosóficomusicales que un día, sin duda, aparecerán recopilados en un libro. La estancia en el Kunsthistorisches Museum es indudablemente uno de los requisitos para que Reger pueda escribir para el Times como escribe para el Times, le dije a Irrsigler, no me importa que Irrsigler me comprendiera o no, probablemente Irrsigler no me comprendió en absoluto, pensé y sigo pensando lo mismo ahora. Que Reger escribe sus críticas musicales para el Times no lo sabe en Austria nadie, todo lo más lo saben unas cuantas personas, le dije a Irrsigler. Podría decir también que Reger es un filósofo privado, le dije a Irrsigler, prescindiendo del hecho de que era una tontería decirle eso a Irrsigler. En el Kunsthistorisches Museum encuentra Reger lo que no encuentra en ninguna otra parte, le dije a Irrsigler, todo lo importante, todo lo útil para su pensamiento y su trabajo. La gente puede calificar el comportamiento de Reger de demente, pero no lo es, le dije a Irrsigler, aquí en Viena y en Austria no se repara en Reger, le dije a Irrsigler, pero en Londres y en Inglaterra y hasta en los Estados Unidos se sabe quién es Reger y de qué eminencia se trata en el caso de Reger, le dije a Irrsigler. Y no olvide esa temperatura ideal de dieciocho grados Celsius que reina en el Kunsthistorisches Museum durante todo el año, le volví a decir a Irrsigler. Irrsigler se limitó a asentir con la cabeza. Reger es una personalidad muy estimada en todo el mundo de la musicología, le dije ayer a Irrsigler, y sólo aquí, en su patria, nadie quiere saber nada de ello, al contrario, aquí, donde se encuentra en su casa, Reger, que ha dejado muy atrás a todos los demás en su especialidad, a toda esa repulsiva chapucería provinciana, es odiado, lo mismo que es odiado en su Austria patria, le dije a Irrsigler. Un genio como Reger es aquí odiado, le dije a Irrsigler, sin consideración a que Irrsigler no había entendido nada de lo que yo quería decir al decirle que un genio como Reger era aquí odiado, y sin consideración a si realmente resultaba acertado hablar de Reger como de un genio, un genio científico, incluso un genio humano, pensaba, lo es Reger sin duda. El genio y Austria no se llevan bien, dije. En Austria hay que ser una mediocridad para tener derecho a hablar y ser tomado en serio, un hombre de chapucería y de mendacidad provinciana, un hombre con una cabeza absolutamente de Estado pequeño. Un genio, o incluso un intelecto extraordinario, es asesinado aquí a la corta o a la larga de una forma humillante, le dije a Irrsigler. Sólo personas como Reger, que se pueden contar con los dedos de una mano en este país horrible, soportan esa situación de humillación y de odio, de opresión y de ignoración, de bajeza general enemiga del espíritu que reina en Austria por todas partes, sólo personas como Reger, que tienen un magnífico carácter y realmente una inteligencia aguda e insobornable. Aunque el señor Reger tiene con la directora de este museo una relación que no es nada mala y aunque conoce bien a esa directora, le dije a Irrsigler, ni en sueños se le ocurriría pedir a esa directora nada referente a él o a este museo. Precisamente cuando el señor Reger tenía la intención de comunicar a la dirección, lo que quiere decir a la directora, el mal estado de la tapicería de los bancos de las salas, para inducirla posiblemente a tapizar de nuevo esos bancos, los bancos fueron tapizados de nuevo; y con un gusto excelente, le dije a Irrsigler. No creo, le dije a Irrsigler, que la dirección del Kunsthistorisches Museum sepa que el señor Reger, desde hace más de treinta años, viene un día sí y otro no al museo para sentarse en el banco de la Sala Bordone, no lo creo. Al fin y al cabo, se hubiera hablado de ello sin duda en algún encuentro de Reger con la directora, que yo sepa, la directora no sabe nada de ello porque el señor Reger nunca ha hablado de ello y porque usted, señor Irrsigler, siempre ha guardado silencio sobre ello, porque el señor Reger desea que guarde silencio sobre el hecho de que Reger, desde hace más de treinta años, un día sí y otro no, salvo los lunes, visita el Kunsthistorisches Museum. La discreción es su punto más fuerte, le dije a Irrsigler, pensé, mientras contemplaba a Reger, que contemplaba El hombre de la barba blanca de Tintoretto y que a su vez era estudiado por Irrsigler. Reger es una persona excepcional y a las personas excepcionales hay que tratarlas con cuidado, le dije ayer a Irrsigler. Que nosotros, es decir Reger y yo, viniéramos al museo dos días seguidos resultaba impensable, le dije ayer a Irrsigler y, sin embargo, precisamente hoy, porque Reger lo deseaba también precisamente, he venido de nuevo, por qué razón está Reger hoy ahí no lo sé, pensé, pronto lo sabré. Irrsigler se ha asombrado también mucho al verme hoy, porque sólo ayer le dije que quedaba excluido que yo pudiera venir dos días seguidos al Kunsthistorisches Museum, lo mismo que había quedado excluido hasta ahora para Reger. Y ahora estamos los dos, tanto Reger como yo, otra vez hoy en el Kunsthistorisches Museum, en el que estuvimos nada más que ayer. Eso debía de haber irritado a Irrsigler, pensé, pienso. Que es posible equivocarse alguna vez y, por consiguiente, volver a venir al Kunsthistorisches Museum al día siguiente, pensé, pero, reflexioné, sólo que se equivoque Reger solo o que yo solo me equivoque en eso, pero no que los dos, Reger y yo, nos equivoquemos en eso. Reger me dijo ayer expresamente, vuelva aquí mañana, todavía oigo cómo me lo dice Reger. Pero Irrsigler no oyó nada naturalmente ni sabía nada y, como es natural, se ha asombrado de que Reger y yo estemos hoy otra vez en el museo. Si Reger no me hubiera dicho ayer, vuelva aquí mañana, no hubiera venido hoy al Kunsthistorisches Museum, posiblemente no hasta la semana próxima porque, a diferencia de Reger, que realmente viene un día sí y otro no al Kunsthistorisches Museum, y eso desde hace decenios, yo no vengo un día sí y otro no al Kunsthistorisches Museum, sino sólo cuando tengo ganas y humor para ello. Y, si quiero ver a Reger, la verdad es que no tengo que venir necesariamente al Kunsthistorisches Museum, sólo tengo que ir al Hotel Ambassador, al que al fin y al cabo va siempre después de dejar el Kunsthistorisches Museum. En el Ambassador, al fin y al cabo, me encuentro con Reger, si quiero, diariamente. En el Ambassador tiene su rincón de la ventana, a saber la mesa situada junto a la llamada Mesa de los Judíos, que está ante la Mesa de los Húngaros, que está detrás de la Mesa de los Árabes, cuando se mira a la puerta del vestíbulo desde la mesa de Reger. Naturalmente, voy mucho más a gusto al Ambassador que al Kunsthistorisches Museum, pero, cuando no puedo esperar a que Reger vaya al Ambassador, voy hacia las once al Kunsthistorisches Museum para encontrarme con él, mi padre espiritual. La mañana la pasa Reger en el Kunsthistorisches Museum, la tarde en el Ambassador, hacia las diez y media va al Kunsthistorisches Museum, hacia las dos y media al Ambassador. Hasta el mediodía, la temperatura de dieciocho grados del Kunsthistorisches Museum es la que le resulta agradable, por la tarde se siente mejor en el cálido Ambassador, donde la temperatura es siempre de veintitrés grados. Por las tardes no pienso ya tan a gusto ni tan intensamente, dice Reger, y entonces puedo permitirme el Ambassador. El Kunsthistorisches Museum es su lugar de producción espiritual, así él, el Ambassador es, por decirlo así, mi máquina de tratar los pensamientos. En el Kunsthistorisches Museum me siento expuesto, en el Ambassador protegido, así él. Esa contraposición, Kunsthistorisches Museum-Ambassador, es lo que mi pensamiento necesita más que nada, la exposición por un lado, la protección por otro, la atmósfera del Kunsthistorisches Museum por una parte y la atmósfera del Ambassador por otra, la exposición por un lado y la protección por otro, mi querido Atzbacher; el secreto de mi pensamiento se basa, dijo, en que paso las mañanas en el Kunsthistorisches Museum y las tardes en el Ambassador. Y qué puede haber más contradictorio que el Kunsthistorisches Museum, es decir, la pinacoteca del Kunsthistorisches Museum, y el Ambassador. He convertido el Kunsthistorisches Museum en costumbre intelectual, exactamente lo mismo que el Ambassador. La calidad de mis críticas para el Times, en el que, por cierto, colaboro desde hace ya treinta y cuatro años, dijo, se basa realmente en que visito el Kunsthistorisches Museum y el Ambassador, el Kunsthistorisches Museum una mañana de cada dos, el Ambassador, todas las tardes. Sólo esa costumbre me ha salvado después de la muerte de mi mujer. Mi querido Atzbacher, sin esa costumbre estaría ya también muerto, dijo ayer Reger. Todo hombre tiene necesidad de una costumbre así para sobrevivir, dijo. Y, aunque sea la más demencial de las costumbres, la necesito. El estado de ánimo de Reger parece haber mejorado, su forma de hablar es otra vez la misma de antes de la muerte de su mujer. Sin duda dice que, ahora, ha superado el llamado punto muerto, pero durante toda su vida sufrirá por haber sido dejado solo por su mujer. Una y otra vez dice que durante toda su vida estuvo en el error de creer que él dejaría a su mujer, que él moriría antes que ella,porque la muerte de ella se produjo de una forma muy súbita, todavía unos días antes de la muerte de ella estaba firmemente convencido de que ella lo sobreviviría; ella era la sana, yo era el enfermo, así, con esa idea y en esa creencia vivimos siempre, dijo. Nadie ha estado nunca tan sano como mi mujer, ella vivía una vida de salud, mientras que yo siempre he llevado una existencia de enfermedad, efectivamente, una existencia de enfermedad mortal, dijo. Ella era la sana, ella era el futuro, yo era siempre el enfermo, yo era el pasado, dijo. Que un día tuviera que vivir sin mujer y realmente solo nunca se le había ocurrido, no era un pensamiento para mí, así él. Y si ella muere antes que yo, moriré yo después, en lo posible deprisa, había pensado siempre. Ahora tenía que superar por un lado el error de que ella moriría después de él, lo mismo que el hecho de que, después de la muerte de ella, él no se había matado y por consiguiente no había muerto después, como se había propuesto. Como yo supe siempre que ella lo era todo para mí, no podía, como es natural, pensar en seguir existiendo después de ella, mi querido Atzbacher, me dijo. Por esa debilidad humana y realmente indigna de un ser humano, por esa cobardía, no he muerto después de ella, dijo, no me he matado después de su muerte, me he vuelto por el contrario, según me parece ahora (¡así él ayer!), fuerte, a veces me parece en los últimos tiempos como si fuera más fuerte que nunca. Me importa ahora la vida todavía más que antes, lo crea usted o no, estoy realmente aferrado a la vida con el mayor desenfreno, así él ayer. No quiero admitirlo, pero vivo todavía con más intensidad que antes de la muerte de ella. Evidentemente, he necesitado más de un año para poder pensar siquiera ese pensamiento, pero ahora pienso ese pensamiento sin reparo alguno, así él. Pero lo que me deprime tan extraordinariamente es al fin y al cabo el hecho de que una persona tan receptiva como era mi mujer, con toda la monstruosa sabiduría que yo le había transmitido, haya muerto, es decir, se haya llevado consigo al morir esa monstruosa sabiduría, eso es lo monstruoso, esa monstruosidad es mucho más monstruosa aún que el hecho de que haya muerto, dijo. Metemos e introducimos cuanto tenemos en una persona así y ella nos deja, se nos muere, para siempre, así él. Y a eso se añade aún loinesperado, el hecho de no haber previsto la muerte de esa persona, ni por un momento había previsto la muerte de mi mujer, la consideraba como si tuviera una vida eterna, nunca había pensado en su muerte, dijo, como si ella fuera a vivir realmente con mi sabiduría hasta la infinitud en calidad de infinitud, así él. Realmente una muerte precipitada, dijo. Aceptamos a una persona así para la eternidad, ése es el error. Si hubiera sabido que ella se me moriría, hubiera actuado de manera completamente distinta, pero no sabía que se me moriría y me precedería, y actué de una forma totalmente absurda, como si ella fuera a existir infinitamente hasta la infinitud, mientras que ella no estaba hecha en absoluto para la infinitud sino para la finitud, como todos. Sólo cuando amamos a una persona con un amor tan desenfrenado, como yo amaba a mi mujer, creemos realmente que vivirá eternamente y hasta la infinitud. Nunca hasta ahora ha tenido él, sentado en el banco de la Sala Bordone, el sombrero puesto, y lo mismo que el hecho de que me hubiera citado hoy en el museo me inquietaba, porque ese hecho es realmente de lo más insólito, según pensaba, que me puedo imaginar, el hecho de que, en el banco de la Sala Bordone, conserve el sombrero en la cabeza es de lo más insólito, por no hablar de una serie de otros hechos insólitos en ese contexto. Irrsigler había entrado en la Sala Bordone y, yendo hacia él, había susurrado algo al oído de Reger, para volver a salir inmediatamente después de la Sala Bordone. Sin embargo, lo comunicado por Irrsigler no había tenido en Reger, al menos contemplado desde fuera, ningún efecto; Reger, después de lo comunicado por Irrsigler, había permanecido sentado en el banco exactamente igual que antes de lo comunicado por Irrsigler. No obstante, me preocupaba lo que Irrsigler podía haberle dicho a Reger. Sin embargo, dejé inmediatamente de pensar en lo que Irrsigler podía haber dicho a Reger y observé a Reger, oyendo al mismo tiempo cómo me decía: La gente viene al Kunsthistorisches Museum porque es algo que se debe hacer, por ninguna otra razón, incluso vienen de España y Portugal hasta Viena y vienen al Kunsthistorisches Museum, para poder decir en casa, en España y Portugal, que han estado en el Kunsthistorisches Museum de Viena, lo que sin embargo es ridículo, porque el Kunsthistorisches Museum no es el Prado ni tampoco el Museo de Lisboa, de eso dista mucho el Kunsthistorisches Museum. Al fin y al cabo, el Kunsthistorisches Museum no tiene ni siquiera un Goya y no tiene ni siquiera un Greco. Veía a Reger y lo observaba, escuchando al mismo tiempo lo que me había dicho por la mañana. El Kunsthistorisches Museum no tiene ni siquiera un Goya, ni siquiera un Greco tiene. Naturalmente, puede renunciar al Greco, porque el Greco no es un pintor realmente grande, primerísimo, dijo Reger, pero no tener ningún Goya, para un museo como el Kunsthistorisches Museum, es algo francamente mortal. Ningún Goya, dijo, eso es muy propio de los Habsburgos, que al fin y al cabo, como sabe, no tenían ningún sentido artístico, oído para la música sí, pero ningún sentido artístico. A Beethoven lo escucharon, pero no vieron a Goya. No querían tener a Goya. A Beethoven le concedían la libertad del bufón, porque la música no les resultaba peligrosa, pero Goya no podía venir a Austria. Bueno, los Habsburgos tenían exactamente el dudoso gusto católico que tiene su asiento en este museo. El Kunsthistorisches Museum es exactamente el dudoso gusto artístico de los Habsburgo, esteta, repulsivo. De cuántas cosas hablamos con personas que no nos importan lo más mínimo, dijo, porque necesitamos oyentes. Necesitamos oyentes y un portavoz, dijo. Durante toda la vida deseamos un portavoz ideal pero no lo encontramos, porque el portavoz ideal no existe. Tenemos un Irrsigler, dijo, y sin embargo buscamos todo el tiempo un Irrsigler, el Irrsigler ideal. Convertimos a una persona totalmente simple en portavoz y, cuando hemos convertido a esa persona totalmente simple en portavoz, buscamos otro portavoz, otra persona apropiada para ello, para portavoz nuestro, dijo. Después de la muerte de mi mujer tengo al menos a Irrsigler, dijo. Irrsigler, como todas las gentes del Burgenland, sólo era un zoquete del Burgenland antes de encontrarme a mí, dijo Reger. Necesitamos un zoquete como portavoz. Un zoquete del Burgenland es un portavoz completamente apropiado, dijo Reger. Compréndame bien, aprecio a Irrsigler, al fin y al cabo lo necesito ahora como un bocado de pan, lo he necesitado durante decenios, pero sólo un zoquete como Irrsigler es utilizable como portavoz, dijo Reger ayer. Naturalmente, explotamos a un zoquete así como ser humano, dijo, pero por otro lado, precisamente porque lo explotamos, hacemos de semejante zoquete un ser humano, al hacerlo nuestro portavoz y meter en él nuestros pensamientos, desde luego de forma bastante desconsiderada al principio, hacemos de un zoquete del Burgenland, como era Irrsigler, un ser humano del Burgenland. Al fin y al cabo, antes de tropezar conmigo, Irrsigler no tenía por ejemplo ni idea de música, de ningún arte, en el fondo de nada, ni siquiera de su propia tontería. Ahora Irrsigler está más avanzado que todos esos charlatanes historiadores de arte que vienen aquí un día tras otro y atruenan los oídos a la gente con su imbecilidad de historiadores de arte. Irrsigler está más avanzado que todos esos puercos habladores de historia del arte, que todos los días, con su charlatanería, destruyen para toda la vida a docenas de clases de estudiantes a las que van empujando delante de sí. Los historiadores de arte son los verdaderos aniquiladores del arte, dijo Reger. Los historiadores de arte parlotean de arte hasta que, a fuerza de parlotear, lo matan. Los historiadores de arte matan el arte a fuerza de parlotear. Dios mío, pienso a menudo, sentado aquí en el banco, cuando los historiadores de arte pasan empujando a sus desvalidos rebaños, qué pena todos esos seres humanos, a los que precisamente esos historiadores de arte apartarán del arte, los apartarán para siempre, dijo Reger. La ocupación de los historiadores de arte es la peor ocupación que existe, y un historiador de arte charlatán, y al fin y al cabo sólo hay historiadores de arte charlatanes, debiera ser expulsado a latigazos, expulsado del mundo del arte a latigazos, dijo Reger, debieran ser expulsados del mundo del arte todos los historiadores de arte, porque los historiadores de arte son los verdaderos aniquiladores del arte y no debiéramos dejar que los historiadores de arte aniquilasen el arte en calidad de aniquiladores del arte. Cuando escuchamos a un historiador de arte, nos ponemos malos, dijo, al escuchar a un historiador de arte vemos cómo el arte del que parlotea es aniquilado, con la charlatanería del historiador de arte el arte se atrofia y es aniquilado. Millares, incluso decenas de millares de historiadores del arte destruyen el arte con su parloteo y lo aniquilan. Los historiadores de arte son los verdaderos asesinos del arte, si escuchamos a un historiador de arte, participamos en la aniquilación del arte, allí donde aparece un historiador de arte, el arte es aniquilado, ésa es la verdad. Por eso apenas he odiado en mi vida nada con odio más profundo que a los historiadores de arte, dijo Reger. Escuchar a Irrsigler cuando explica un cuadro a un ignorante es una verdadera alegría, dijo Reger, porque, en situación de explicar una obra de arte, nunca es charlatán, no es un charlatán, sólo un modesto ilustrador e informador, que deja abierta al espectador la obra de arte, no se la cierra con su charlatanería. Eso, con el paso de decenios, se lo he enseñado a él, Irrsigler, cómo se deben explicar las obras de arte en calidad de contemplación. Pero naturalmente, todo lo que Irrsigler dice es mío, dijo entonces Reger, como es natural no tiene nada propio, pero sin embargo lo mejor de mi cabeza, aunque sea aprendido de memoria, resulta útil en todos los casos. Las llamadas artes plásticas son para un musicólogo, como soy yo, de la mayor utilidad, dijo Reger, cuanto más me concentro en la musicología y, realmente, cuanto más me pierdo en la musicología, tanto más insistentemente me ocupo de las llamadas artes plásticas; y a la inversa pienso que para un pintor, por ejemplo, es del mayor provecho dedicarse a la música, es decir, que quien se ha propuesto pintar durante toda su vida realice también durante toda su vida estudios musicales. Las artes plásticas completan de forma maravillosa las musicales, y las unas son siempre buenas para las otras, dijo. No podría imaginarme en absoluto mis estudios de musicología si no me ocupara de las llamadas artes plásticas, especialmente de la pintura, dijo. Realizo mi ocupación musical tan bien porque al mismo tiempo, y con no menos entusiasmo ni menos intensidad en general, me ocupo de la pintura. No en vano vengo desde hace más de treinta años al Kunsthistorisches Museum. Otros van por la mañana a una taberna y se toman tres o cuatro vasos de cerveza, yo me siento aquí y contemplo a Tintoretto. Una locura quizá, como debe de pensar usted, pero no puedo evitarlo. Para uno, su costumbre favorita durante decenios es tomarse tres o cuatro vasos de cerveza en una tasca por las mañanas, yo voy al Kunsthistorisches Museum. Uno se da hacia las once de la mañana un baño completo para poder superar el obstáculo del día, yo vengo al Kunsthistorisches Museum. Y si además tenemos un Irrsigler, estamos bien servidos, dijo Reger. Realmente, desde la infancia nada he aborrecido más que los museos, dijo, aborrezco por naturaleza los museos, pero probablemente vengo aquí desde hace más de treinta años precisamente por esa razón, me permito ese absurdo sin duda espiritualmente condicionado. Como sabe, la verdad es que no vengo a la Sala Bordone por Bordone, ni siquiera por Tintoretto, aunque considere El hombre de la barba blanca como una de las pinturas más espléndidas que se hayan pintado nunca, vengo a causa de este banco de la Sala Bordone y de la influencia ideal de la luz en mi talante, realmente por las relaciones ideales de temperatura, precisamente en la Sala Bordone, y por Irrsigler, que sólo en la Sala Bordone es el Irrsigler ideal. Y en verdad nunca aguantaría en la proximidad, por ejemplo, de Velázquez. Por no hablar de Rigaud y Largillière, de los que huyo como de la peste. Aquí, en la Sala Bordone, tengo las mejores posibilidades para meditar, y si alguna vez tuviera ganas de leer algo aquí en el banco, por ejemplo a mi querido Montaigne o a mi quizá más querido aún Pascal o a mi mucho más querido aún Voltaire, como ve, mis escritores queridos son todos franceses, ni uno solo alemán, podría hacerlo aquí de la forma más agradable y más útil. La Sala Bordone es tanto mi sala de pensar como de leer. Y si alguna vez tengo ganas de un trago de agua, Irrsigler me trae un vaso, ni siquiera me hace falta levantarme. A veces la gente se asombra cuando ve que aquí, sentado en el banco, leo mi Voltaire bebiéndome además un vaso de agua clara, se maravillan, sacuden la cabeza y se van, y es como si me creyeran un loco con libertad especial de bufón concedida por el Estado. En casa, desde hace años, no leo ya libros, pero aquí, en la Sala Bordone, he leído ya cientos de libros, pero eso no quiere decir que haya leído de cabo a rabo todos esos libros en la Sala Bordone, en mi vida he leído un solo libro de cabo a rabo,
