Gorakṣaśataka y Yogabīja - Goraksanatha - E-Book

Gorakṣaśataka y Yogabīja E-Book

Goraksanatha

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Beschreibung

Hablar de yoga nos lleva irremediablemente a pensar en posturas físicas. También en meditación. Pero, ¿qué relación existe entre una y otra cosa? Y la respiración, ¿qué papel juega en todo esto? En última instancia: el yoga, ¿busca unir, o separar el cuerpo y la mente? Parecería que la tradición de posturas yóguicas tiene su exponente más importante en el haṭhayoga, una tradición que se remonta a unos mil años atrás. Sin embargo, entre esa tradición y la práctica contemporánea de yoga existen muchas discrepancias y un sinfín de transformaciones que dan cuenta de la gran diversidad que el mundo del yoga siempre ha tenido. Este volumen presenta por primera vez a un público amplio Las cien estrofas de Gorakṣa (Gorakṣaśataka) y El germen del yoga (Yogabīja) en traducción directa del sánscrito al español. Son textos muy poco conocidos en nuestra lengua, pero cardinales en la evolución de esta corriente de yoga. Acompañados de un estudio muy riguroso, las dos obras servirán de apoyo invaluable para toda persona interesada en las prácticas y enseñanzas de esta fascinante tradición yóguica.

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Gorakṣanātha

Gorakṣaśataka y Yogabīja

Dos textos seminales de haṭhayoga

Traducción del sánscrito y ensayo introductorio de Adrián Muñoz

© 2023 Adrián Muñoz

© 2024 by Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

© Traducción del sánscrito al castellano de: Adrián Muñoz

Composición: Pablo Barrio

Diseño cubierta: Katrien Van Steen

Primera edición en papel: Marzo 2024

Primera edición en digital: Marzo 2024

ISBN papel: 978-84-1121-236-6

ISBN epub: 978-84-1121-267-0

ISBN kindle: 978-84-1121-268-7

Todos los derechos reservados.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

Sumario

PrefacioPRIMERA PARTE: ENSAYO INTRODUCTORIOLos yogas, el haṭha y los nāth-yoguisGorakṣanātha, autor legendarioEl sistema haṭha en los tratadosSEGUNDA PARTE LOS TEXTOSDos textos seminales del haṭhayogaLas cien estrofas de GorakṣaGorakṣaśatakaEl germen del yogaYogabījaBibliografíaNotas

Prefacio

No hay ya ciudad en el mundo que no se precie de tener no uno, sino varios estudios de yoga. De manera particularmente acentuada en el llamado mundo occidental, los centros y estudios de yoga pueblan los grandes y más acomodados barrios y vecindarios, sobre todo aquellos que acusan un estilo de vida cosmopolita, progresista y secularizado. No cabe duda de que el yoga parece haberse convertido en un artículo ineludible de las urbes modernas. A menudo, en conjunción con nociones de bienestar, salud integral y desarrollo personal, el yoga es ya inseparable del discurso sobre la espiritualidad secular en un mundo globalizado. Al mismo tiempo, se presenta como un eslabón con el pasado, con la tradición y con la India antigua, tierra que creó esta fascinante práctica.

El número de estilos de yoga crece exponencialmente y a veces de formas inverosímiles: yoga con gatos, perros, ovejas, risa, cerveza, cannabis, karaoke, heavy metal..., tan disímiles que parece haber muy poco que ayude a entender qué es eso de «yoga». En todo caso, basta echar un vistazo rápido por cualquier red social para comprobar que, en la actualidad, la gran mayoría de los estilos de yoga se corresponde con lo que muchos especialistas denominan «yoga postural», es decir, estilos que confieren un lugar principal a la destreza de asumir posiciones físicas (āsana) –a veces auxiliadas por ritmos respiratorios–, independientemente de los postulados filosóficos (o carencia de tales) que acompañen la práctica. En este sentido destacan vinyasa yoga, ashtanga yoga, iyengar yoga, bikram yoga, power yoga o hatha yoga, entre otros.

Los expertos en la materia han demostrado que todos estos estilos son –directa o indirectamente– derivaciones del haṭhayoga, una escuela originalmente india. Por cuestiones taxonómicas, conviene hacer una distinción entre las categorías hermanas de hatha yoga y haṭhayoga: la primera (en redondas) designa una estilo moderno y contemporáneo que se desarrolló y popularizó ya entrado el siglo XX, mientras que la segunda categoría (en cursivas y con diacrítico) se refiere a una escuela que fue desarrollándose en el continente surasiático más o menos entre los siglos XI y XVII. Esta segunda categoría es la que aparecerá de manera acentuada en este volumen, y a esta escuela pertenecen precisamente los textos sánscritos que se traducen en este libro. La escuela moderna suele depender más bien de manuales contemporáneos escritos por sus creadores e instructores (que, casi por regla general, han escrito en lengua inglesa).

Así pues, este libro ofrece dos obras originales de haṭhayoga en traducción directa del sánscrito al español. Será la primera vez que el Gorakṣaśataka y el Yogabīja lleguen a un público amplio en nuestra lengua, apoyados en una exégesis erudita que, sin embargo, pretende ser accesible. El libro consta de dos partes: en primer lugar, un ensayo introductorio y, en segundo, los textos en cuestión, presentados en traducción española y en sánscrito transliterado. El autor y los editores de este libro creemos en la importancia de que el público hispanohablante cuente con ediciones fiables y actualizadas de las obras originales de la literatura yóguica, pero sobre todo que esta oferta esté producida originalmente en español.

Aunque los lectores pueden ir directamente a la segunda parte del libro, donde se ofrecen las dos obras mencionadas, se sugiere consultar también la primera parte en su totalidad, pues brinda una exposición informada del haṭhayoga en sus fases formativas. En la segunda parte, además de las traducciones, se incluye una breve introducción a cada una de las composiciones, a modo de exégesis y a fin de reducir el número de notas explicativas, lo que puede hacer engorrosa la lectura de las fuentes directas. Sin embargo, hay cuestiones generales que no se discuten allí, sino en la primera parte, donde se describe de manera precisa el contexto literario, cultural y epistemológico en el que se inscriben estas obras. Esto permitirá al público entender cómo se ha ido desplegando la literatura yóguica, pero, de manera concreta, la referida al haṭhayoga.

Es importante indicar que aquí se sigue el método estándar de transliteración del sánscrito, el mismo que siguen las ediciones del Yogasūtra de Patañjali y de la Sāṃkhyakārikā de Īśvarakṛṣṇa, publicadas también por la editorial Kairós. Se ha decidido no agregar una «s» para pluralizar las palabras sánscritas (los āsana, las mudrā), a fin de evitar cierta artificialidad: si, por respeto filológico, se conservan las marcas diacríticas que reproducen la fonética original, así como el género gramatical de las voces sánscritas, resulta extraño pluralizar a la castellana. En el mismo tenor, uso minúscula para hablar de yoga, alejándome de la usanza inglesa o germana y basándome en que la palabra no es un nombre propio, sino común, perteneciente al mismo rango que meditación, método o ascetismo. Incluso alegando que se trata del nombre de una corriente religiosa/ascética en particular, tendríamos que seguir la misma norma castellana que estipula que debemos escribir romanticismo, idealismo, cristianismo o budismo en minúscula. Este volumen no incluye glosario y los términos más relevantes se discuten tanto en el estudio preliminar como en las notas introductorias a los textos. De todos modos, los lectores pueden recurrir al Diccionario del yoga (Villegas y Pujol, 2017) o a la Historia mínima del yoga (Muñoz y Martino, 2019) como herramientas de consulta y apoyo.

Antes de cerrar este prefacio, se hacen necesarias unas palabras de gratitud. Al equipo del Hatha Yoga Project (en especial a James Mallinson y Jason Birch) le agradezco el haberme invitado a participar en el taller de lectura que tuvo lugar en Portland, Oregon en septiembre de 2019. Allí tuve la preciosa oportunidad de intercambiar ideas con Alexis Sanderson, Dominik Wujastik, Somadeva Vasudeva, Lubomír Ondračka, Shaman Hatley, Seth Powell, Jacqueline Hargreaves, Michael Slouber y los propios Jim y Jason. La experiencia fue crucial para sumergirme en el Yogabīja y otros textos. Con Dominic Goddall y Borayin Larios tuve también la ocasión de platicar algunas cuestiones de esta literatura en una rápida visita que realicé a Chennai y Pondicherry, India, en septiembre-octubre de 2023. De manera particular quiero agradecer a mi editor, Agustín Pániker, quien no sólo depositó su confianza en este proyecto, sino que ha tenido una paciencia enorme para la concreción del mismo. Por último: gracias a todos los practicantes de yoga y asistentes a mis charlas y conferencias, porque su interés, en gran medida, me ha motivado a emprender esta aventura.

PRIMERA PARTEENSAYO INTRODUCTORIO

Los yogas, el haṭha y los nāth-yoguis

El mundo del yoga

En el mundo del siglo XX y lo que va del XXI, el yoga ha ocupado un lugar cada vez más relevante. A raíz de la declaración del 21 de junio como el Día Internacional del Yoga, desde el año 2015 este se ha erigido como un «bien mundial» (Muñoz y Martino, 2019: 258-261). Luego, al comenzar la década de 2020, los estragos de sendentarismo, causados por el confinamiento debido a la pandemia por el SARS-CoV-2, sin duda contribuyeron a acentuar la necesidad de buscar métodos para distender y activar el cuerpo y, por extensión, recurrir al yoga. Resulta innegable que el yoga ya se cuenta entre las prácticas predilectas de quienes buscan un estilo de vida más saludable, conectar con su vida interior y experimentar una sensación de plenitud. Ahora bien, existe un número importante de estilos de yoga. Cada vez crece más y más, tanto que resulta engorroso hacerse una idea clara de qué conexiones hay entre unos estilos y otros, entre estos y la India, y entre todo ello y la literatura yóguica elaborada en suelo indio durante centurias.

Algo es seguro: un número considerable de los estilos que se practican en la actualidad se pueden caracterizar como «yogas posturales», o sea, estilos que confieren un lugar destacado a la técnica de las posturas corporales, llamadas āsana en lengua sánscrita. En términos muy generales, estos estilos guardan una relación relativamente directa con una corriente india llamada haṭhayoga (a su vez vinculada con –mas no idéntica con– el hatha yoga contemporáneo). Las líneas de conexión entre los estilos contemporáneos y aquel haṭhayoga surasiático, sin embargo, no son claras ni continuas ni obvias. No obstante, los practicantes de este estilo (aunque esto se aplica también para los seguidores de otras corrientes yóguicas) visualizan una larga línea que conecta el presente con el pasado remoto, transmitiendo una tradición inmutable. Esta conexión a veces ha servido para justificar, por ejemplo, el uso del cabello largo y el consumo de cannabis entre los hippies, algunos de los cuales podrían haber visto en ciertos yoguis la lógica que apoyaría esos hábitos (Liberman, 2008: 100, 106-107). Como expresan los expertos James Mallinson y Mark Singleton (2017: xxi), las expresiones del yoga globalizado en la modernidad establecen una relación harto compleja y recursiva con lo que podríamos denominar «yoga tradicional». Esto va de la mano con esa concepción romántica de un «yoga clásico», que podría querer decir muchas cosas según la óptica desde donde se hable. La mayoría de las veces, dentro y fuera de la India, asoma un discurso esencialista que se esfuerza por invocar un yoga puro y primigenio que no parece sustentarse en las evidencias textuales e históricas (Ferrández Formoso, 2020: 234).

En consecuencia, si uno repara en las fuentes en que se apoyan una buena parte de las prácticas modernas, se pueden constatar algunas cosas:

Históricamente, la metodología depende de la transmisión de las enseñanzas de un maestro o un instructor a otro, remontándose al «inventor» del citado estilo, casi siempre en algún punto del siglo XX.Los textos indios clásicos que se encumbran como pilares de la práctica son sumamente escasos y, en ocasiones, se limitan al célebre Yogasūtra de Patañjali (circa siglos II-IV de nuestra era) y, si acaso, alguna mención rápida a las Upaniṣad o la Bhagavadgītā. No obstante, el componente «hatha» –entiéndase aquí postural– en cualquiera de estas fuentes es más bien nulo. En menor medida, se invoca otro texto: la Haṭhapradīpikā, comúnmente conocida como Haṭhayogapradīpikā, esta sí composición original de haṭhayoga.En términos reales, los manuales y la literatura publicados por el inventor del estilo en cuestión, así como su asociación, suelen ser la verdadera fuente para su metodología. El sustento en fuentes tradicionales indias es dudoso o poco concreto y el manejo de textos antiguos, fallido.Casi todos estos estilos exudan, en mayor o menor medida, la sensación de estar más cerca de la tradición y, por ende, de ser más legítimos.En las formas de yoga más populares, la práctica de āsana (posturas corporales) tiende a opacar cualquier otra técnica y se convierte en su factor de identidad primordial.

El panorama resulta vago y enredado, con mucho espacio para malentendidos y lugares comunes.

Para todos aquellos que han encontrado dificultad en entender la verdadera relación que existe entre la tradición de haṭhayoga, los āsana y los estilos modernos, este libro será especialmente atractivo. Sin duda, existe cierta perplejidad en lo que se refiere a las posturas mismas: ¿cuántas son y cuáles? ¿Por qué en otros estilos las formas de tal o cual postura son diferentes?1 La realidad es que, así como en la actualidad existen diversas formas de yoga, también en la India y a lo largo del tiempo ha habido distintos desarrollos, varios de los cuales no necesariamente son compatibles entre sí. De entrada, hay que desechar la idea romántica de que el yoga es Uno (en mayúscula, como para subrayar su misterio) y que sus raíces se pierden en los albores del universo y el tiempo.

Además, resulta poco satisfactorio pensar que toda la tradición postural depende de manera irrebatible de la Haṭhapradīpikā, que no es la única ni la primera composición sobre haṭhayoga. Sin embargo, esta es la composición haṭhayóguica que goza de mayor circulación y la que se ha traducido a varias lenguas europeas, con lo cual no es difícil hallar alguna edición comercial. Otros dos textos sánscritos que podrían competir en popularidad son: la Gheraṇḍasaṃhitā y la Śivasaṃhitā, pero ambos tratados circulan bastante menos que la otra obra y el primero es acaso más reciente, de modo que el vínculo de los yogas modernos con los orígenes y las fuentes más tradicionales de esta expresión yóguica son realmente tenues si solamente nos apegamos a estas obras. Cabe repetir que, si bien la Haṭhapradīpikā tiene cierta circulación en nuestra lengua, la Gheraṇḍasaṃhitā y la Śivasaṃhitā son un poco menos conocidas, a no ser por alguna traducción inglesa. Más adelante se brindará un panorama integral de la literatura haṭhayóguica.

Todas estas cuestiones han sido la motivación principal para preparar el presente volumen, que ofrece dos textos tempranos del sistema haṭhayoga fundamentales para su desarrollo, en traducción al español, directamente del sánscrito. No sé de otro libro que ofrezca algo similar; como he referido, las obras yóguicas que sin lugar a dudas circulan más en nuestra lengua son la Haṭhapradīpikā y el Yogasūtra, que no es en verdad un tratado de haṭhayoga ni de posturas. La otra fuente que se invoca con frecuencia para demostrar el saber yóguico es la Bhagavadgītā, una de las obras más traducidas a otras lenguas a nivel mundial. Sin embargo, no hay allí nada que nos ayude a entender realmente ni el haṭhayoga ni el yoga postural. Las dos obras que se ofrecen aquí son: el Gorakṣaśataka (Las cien estrofas de Gorakṣa) y el Yogabīja (El germen del yoga), atribuidas a la figura legendaria del yogui Gorakṣanātha. Hasta donde sabemos, estas parecen haber sido composiciones fundamentales para el auge del haṭhayoga en la India premoderna. Ya diré más acerca de ambas obras en la segunda parte.

A continuación, este ensayo introductorio discutirá aspectos importantes de la historia del haṭha, la figura legendaria de Gorakṣanātha y algunas características de la literatura hathayóguica, de modo que los lectores cuenten con un panorama integral y adecuado para valorar las dos obras seminales que se traducen.

Haṭhayoga y su contexto sociocultural

La historia del haṭhayoga está vinculada a la historia de una orden religiosa influyente en el subcontinente indio: el Nāth Panth, también conocido como Nātha Sampradāya. En realidad, el Nāth Panth se produce en medio de dos encarnaciones culturales: una sanscritizada y una vernácula (Lorenzen, 2002: 25), que es un rasgo distintivo de esta orden que la diferencia de muchos otros grupos religiosos. Nāth Panth es el nombre con el que se conoce actualmente a la orden de yoguis cuyo linaje se remonta hasta la figura proverbial de Gorakṣanātha, coloquialmente más conocido en su forma vernácula: Gorakhnāth o, simple y llanamente, Gorakh.

Esta figura legendaria constituye el centro de gravedad de la orden de los nāth-yoguis, de modo que estatuas suyas aparecen en cualquier templo yogui, además de efigies de varios de los dioses del hinduismo. Con todo, hay que tener en cuenta que el Nāth Panth no es una orden homogénea, sino que se subdivide en diversas sectas, que se dispersan por todo el subcontinente surasiático. Casi todas reconocen a Śiva como deidad principal y a gurús como Matsyendra y Gorakh como importantes agentes de la transmisión. Sin embargo, algunas de las sectas veneran más a algún otro yogui, con el cual se pueden identificar por razones historiográficas o simbólicas. No entraremos en ese enredo.

Personajes como Matsyendra, Gorakh, Jalandhar, Kanḥapā, Cauraṅgī y otros son homenajeados y emulados, aunque parte de sus méritos deriva del hecho de que hayan desarrollado tal o cual técnica yóguica, una noción que es más simbólica que histórica. Aun así, son figuras tutelares, ejemplares y venerables del panteón nātha, además de ser también personajes de un sinfín de cuentos folclóricos o leyendas que inundan la península índica. La presencia de estos cuentos folclóricos, en cuanto a su nivel hagiográfico, contribuye a expandir el impacto de la tradición haṭhayóguica. Aunque las leyendas de estos yoguis no describen ni enseñan técnicas específicas, sí que ponen de relieve el gran poder que los ascetas obtienen a raíz de su empeño yóguico, fruto de la práctica del tipo de métodos como los que exponen el Gorakṣaśataka o el Yogabīja.

Así, en buena medida, para entender la historia del haṭhayoga resulta provechoso tomar en consideración la orden de los nāth-yoguis, pues a ellos se les ha relacionado con el desarrollo del haṭha.2 Sin embargo, hay que ser cautos: no todos los textos nāth son obras de haṭha, ni todos los manuales de haṭha fueron compuestos por los nāth-yoguis. Durante mucho tiempo, los especialistas han atribuido la creación, el desarrollo y la diseminación del haṭhayoga a los nāth-yoguis. No obstante, varios estudios recientes han demostrado que, de hecho, la realidad histórica ha sido un poco más compleja. Es posible que las órdenes ascéticas de los Nāgas y los Dāśanamīs –también devotos de Śiva– hayan estado tan involucradas en la propagación del haṭhayoga como otros grupos ascéticos. Por otro lado, el auge del haṭha del siglo XVIII en adelante también se debió al hecho de que varias tradiciones lo adoptaron, como fue el caso de la corriente jaina de los terāpanthis (Mallinson y Singleton, 2017: xxi). Además, es importante tener en cuenta que los textos más antiguos de los cuales tenemos noticias y que versan sobre esta forma de yoga eran composiciones budistas. Este punto apenas se ha comenzado a explorar dentro de la academia, por lo cual no tenemos aún tesis concluyentes.

De todos modos, no se puede negar la enorme huella que los yoguis de la orden de Gorakh han dejado en la cultura índica en general. Sin lugar a dudas, esta impronta ha estado ligada a las facultades maravillosas que derivan de la práctica del yoga, además de que, en la jerga popular, a este yoga particularmente lo conocemos como haṭha. En virtud del haṭhayoga, los yoguis son poseedores de diferentes capacidades extraordinarias, unos poderes que los colocan por encima del común de los mortales, y, de hecho, los haṭhayoguis son inmunes a la mortandad. Hayan o no inventado el haṭha, sí parece que los nāth-yoguis impulsaron este sistema durante la época premoderna en la India, lo que les generó una buena cantidad de beneficios y donaciones por parte de reyes y potentados. De este modo, ganaron mucha popularidad y se convirtieron en un grupo religioso contra el que otras sectas y grupos religiosos tenían que competir a fin de obtener patronazgos. Asimismo, grupos más ortodoxos y simpatizantes de filosofías como el Vedānta –y a veces también de cultos vaiṣṇavas– desarrollaron un interés especial en este yoga y terminaron por adaptarlo y hacerlo aceptable para sus propias ideologías. De allí, surgieron las composiciones que conforman las Yoga Upaniṣads, redactadas hacia el siglo XVIII.

En el tercer capítulo de este ensayo me enfocaré con mayor detalle en la metodología particular del haṭha y, para ello, me apoyaré en uno de los tratados que quizás más fama ha adquirido en los últimos 150 años: la Haṭhapradīpikā de Svātmārāma. Como se hará evidente a lo largo de todo el libro, la práctica del haṭhayoga es difícil de enmarcar en un solo cuadro, pero podemos afirmar que, en términos generales, sus metas esenciales son el perfeccionamiento del cuerpo vía una compleja red de técnicas de respiración controlada, apuntalada por otras técnicas subsidiarias, como algunas posiciones corporales.

En el tratado mencionado más arriba, se aclara que existen distintos tipos de yoga y que, en particular, el haṭha y el layayoga están al servicio de rājayoga (Haṭhapradīpikā 4.103). Como veremos, una idea similar aparece en el Yogabīja, que es un tipo de yoga que suele aparecer en otras fuentes afines: el kuṇḍalinīyoga, que no siempre es igual al yoga kundalini que se puede encontrar actualmente. Como apunté, la distinción entre las diversas formas de yoga resulta poco clara con bastante frecuencia; sin embargo, algunas veces da la impresión de que la diferencia radica en el énfasis que confieren a prácticas o terminologías específicas. Además, en ciertos casos, es posible ver la inserción de elementos novedosos. Aunque lo que debemos tener claro es que la terminología y la metodología que ofrece el haṭhayoga no es cien por cien compatible con el sistema de Patañjali, a pesar de compartir –limitadamente– un léxico.

Ahora bien, la relación que prevalece entre haṭhayoga y rājayoga suele ser ambigua, sobre todo porque, dentro de este tipo de literatura, los términos suelen cambiar de significación.3 Además, hay que tener en cuenta que, pese a la opinión popular, rājayoga no ha sido siempre equivalente al sistema de Patañjali, pues en sus aforismos no hay evidencias que apoyen la decisión de llamarle así. Casi con seguridad, fue Swami Vivekananda quien, a fines del siglo XIX, empezó a emplear la etiqueta de rājayoga para referirse a la filosofía de los Yogasūtra. Pero a lo largo de los siglos, el término se ha referido a distintos métodos, que muchas veces no tenían conexiones directas con la tradición de Patañjali, como lo ha analizado finamente Jason Birch (2013). Con todo, lo que sí suele perdurar es la nutrida interacción entre el rājayoga y el haṭhayoga, tanto como un esfuerzo combinado (será el caso de la Haṭhapradīpikā, por ejemplo) como en franca oposición (el caso de un texto añejo, el Amanaskayoga, o el mismo Vivekananda).

Sin embargo, para poder discutir con conocimiento de causa este tipo de cuestiones, es necesario recurrir a las fuentes originales de haṭhayoga, unas obras que fueron en su mayoría compuestas en lengua sánscrita a partir del siglo XI o XII. Las obras que se ofrecen en este volumen corresponden a los siglos XIII y XIV y se atribuyen al legendario Gorakh.

Tal y como subrayo continuamente en este libro, las técnicas de posturas corporales y de control respiratorio constituyen los pilares de la práctica haṭhayóguica, en especial las segundas. Sin embargo, vale la pena advertir que Patañjali ya había escrito sobre āsana, prāṇāyāma y samādhi, pues formaban parte de su programa óctuple. Los dos primeros métodos citados conformaban el inicio de la práctica, que debería conducir al tercero, ese «estado de concentración más profundo en el cual la mente se fusiona con el objeto de meditación» (Villegas y Pujol, 2017: 169). Recordemos que el sistema de Patañjali contempla los siguientes métodos o miembros: yama, niyama, āsana, prāṇāyāma, pratyāhāra, dhāraṇa, dhyāna y samādhi. Los dos primeros son externos y los tres últimos se conocen en conjunto como el «grillete» (saṃyama) que termina por aquietar por completo la mente, que es la finalidad de este sistema.

Ahora bien, en Haṭhapradīpikā tanto āsana como prāṇāyāma ocupan un espacio mucho más extenso que en el Yogasūtra. Esto revela que los sistemas yóguicos de Patañjali y de Svātmārāma son diferentes, pese a compartir algunos términos. Después de todo, es entendible que dentro de la cultura yóguica existan términos comunes, así como también hay palabras comunes a diversas disciplinas deportivas (fútbol, boxeo, tenis, hockey) cuyas reglas y naturaleza de aditamentos pueden ser completamente distintas (árbitro, saque, cuadrilátero, cancha, guantes, portería).

La naturaleza y meta del yoga

En la actualidad, la palabra «yoga» suscita de inmediato la imagen de una persona en alguna posición corporal, a menudo compleja. A veces, la posición va de la mano de alguna práctica meditativa. En todo caso, como motivo común se encuentra la técnica de āsana o postura física. Como he indicado anteriormente, āsana es sin lugar a dudas el aspecto más distintivo del yoga en la época moderna y contemporánea; pero no es central en todas las formas de yoga (piénsese, por ejemplo, en bhaktiyoga, el método de la devoción), ni tampoco es una técnica fundamental, imperturbable, revelada divinamente.

Entre los yogas clásicos, por así llamarlos, hallaremos comúnmente ejercicios basados en āsana, en el haṭhayoga o en las formas inspiradas en este. Esto es así porque el haṭhayoga, a diferencia de otros desarrollos yóguicos más filosóficos, posee un cariz mucho más físico y menos reflexivo. Aquí cabe considerar que la práctica de āsana queda claro que ha evolucionado con el paso del tiempo, ya que se ha convertido en un desarrollo técnico más que en un descubrimiento místico perdido en los albores de la historia. El término «yoga» puede y debe entenderse como sustantivo, como una palabra técnica y no como nombre de un sistema. «Yoga» es una voz que, si por un lado acusa una polisemia inmensa, por el otro invita a pensar en la posibilidad homonímica, como lo expresó en alguna ocasión el especialista Mark Singleton (2019), es decir, que varias cosas más o menos distintas se llaman todas «yoga», por eso el mar de confusiones.

Ciertamente, se trata de un asunto complejo. El especialista James Mallinson ha rebatido los argumentos de algunos estudiosos (en especial de David White), según los cuales no podemos llamar «yóguicas» a las prácticas vagamente semejantes a técnicas yóguicas que anteceden al robustecimiento del yoga como un sistema o conjunto de métodos específicos. El aparente defecto en el argumento de White es que hubo una especie de yoga puro y primigenio, por ejemplo, la técnica de uncir la carroza de un guerrero, tal y como se explica en los textos braḥmaṇa y se desarrolla profusamente en las epopeyas indias, sobre todo en el Mahābhārata. En efecto, la etimología de la palabra «yoga» sugiere las ideas de unir, pegar, atar, y todas las posibilidades semánticas aparecen en las voces derivadas y asociadas con la raíz yuj, de donde viene yoga.

Sin embargo, parece que, a ojos de Mallinson, algunas hipotéticas prácticas tempranas son, en verdad, yóguicas o pueden denominarse como tales. Entonces, ¿quiere decir esto que, en efecto, existía algún «yoga védico», incluso antes de la composición de las upanishads? Sería exagerado aseverar tal cosa.

David White y James Mallinson encarnan dos perspectivas opuestas y, a mi juicio, no deberíamos estar obligados a escoger una u otra. Por un lado, es muy probable que no existiese una sola forma de yoga primigenio que pudiera dictar una canonicidad única del yoga, es decir, discriminar entre lo que es y no es yoga. A partir de los datos que ofrece White y de la evidencia suministrada por Mallinson y otros estudiosos, parece factible que hubiera entendimientos del yoga distintos pero simultáneos, desde épocas tempranas, no solo la yunta de carrozas o la conjunción de esferas celestes.

Por otro lado, no parece demasiado sensato llamar a algo con un término que no se empleaba originalmente en ese sentido. Para ejemplificar: sería como llamar francés a un individuo que habitaba la costa mediterránea en el siglo V antes de nuestra era. No había todavía ningún país llamado Francia y esa hipotética persona no se designaría a sí misma como francesa. ¿Por qué habría de hacerlo? Desde luego, la antigua colonia de Massalia es el antecedente de Marsella y, por tanto, una parte importante de la historia de Francia, del mismo modo que el himno 10.136 del Ṛgveda (donde aparece un asceta de largos cabellos y que controla los vientos) es un antecesor del yogui, pero no es todavía un yogin.

Algo similar sucede con el término āsana. Se trata tanto de una palabra genérica como de un término técnico. La postura de un cuerpo en una escultura, ¿necesariamente y de manera inequívoca es una prueba de que se trata de la representación iconográfica de una técnica yóguica que figura en fuentes textuales? No me lo parece y habría que ser más cautos. Algunas esculturas y tallas en madera o piedra están acompañadas de descriptores o de evidencias epigráficas, pero la gran mayoría, no. Estimo que es riesgoso (aunque seductor) ceder a la tentación de aseverar que una práctica tardía tenía lugar en épocas remotas. Se corre el riesgo de caer en esencialismos, y ya sabemos lo peligrosos que son los esencialismos de todo tipo.

Aunque recientemente algunos estudiosos (ya muy pocos, para ser francos) todavía han tratado de defender la noción de que un famoso sello de la arcaica civilización de Harappa (circa 3000-1700 antes de la era común) representa, de hecho, a una figura yóguica, para la mayoría de los especialistas ello sigue siendo muy objetable. Si no llegamos a descifrar los caracteres en este y otros sellos de la época, habremos de permanecer en la ignorancia. Después de todo, en un tiempo en que no había ni sillas ni divanes, la manera más natural de sentarse en el suelo era justamente como la que se muestra en el llamado «sello del proto-Śiva», sobre todo si no existe ninguna inscripción o referencia cruzada que, de manera contundente, identifique esa imagen como un yogui. Tampoco hay pruebas de que haya habido una relación o transición directa entre la civilización del Valle del Indo y la posterior cultura védica, lo que cancela aún más la hipótesis del proto-Śiva y la arcaica longevidad del yoga (cf. Muñoz y Martino, 2019: 23-27).

Parte de esta discusión pasa por reflexionar sobre la palabra haṭha. Parece una obviedad que no requeriría de nuestra atención, pero, de hecho, implica varias dimensiones de entendimiento. Ciertamente, la traducción literal de la palabra es «esfuerzo», y es así como muy a menudo se traduce haṭhayoga: el yoga del esfuerzo y esto tiene sus bemoles. Como ha demostrado Jason Birch (2011: 531), los textos más tempranos de haṭhayoga nunca usan la palabra haṭha para referirse a métodos difíciles, enérgicos o que requirieran de mucho esfuerzo, que no es lo mismo que decir que tales métodos no existan. Esto conduce a la posibilidad de que habría que entender haṭha como la suma mística de las sílabas ha + ṭha, un tema al que volveré más adelante. Este sería un significado esotérico: aunque Birch no favorece su antigüedad, se inclina por la tesis de que el esfuerzo se refiere al empeño con el que hay que forzar los alientos de manera que circulen por donde el yogui desea (2011: 534-538).

En efecto, el dominio de vientos y aires es el sine qua non del haṭhayoga, como se enfatizará una y otra vez en este libro. Los métodos para lograr el control respiratorio reciben mucho espacio y consideración por los autores de la literatura haṭhayóguica. De esto se desprende que las posturas corporales no poseen un sitio hegemónico en este sistema, es decir, que el haṭhayoga (a diferencia del hatha yoga de hoy en día), si bien constituye un yoga físico (en oposición al pātañjalayoga o el bhaktiyoga), no es tan marcadamente postural. Detengámonos un momento en esto.

Resulta sensato afirmar que āsana