Gotas de agua en sequedal - Ángel Moreno de Buenafuente - E-Book

Gotas de agua en sequedal E-Book

Ángel Moreno de Buenafuente

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En este libro el autor, sensible a la falta de tiempo de quienes, sin embargo, desean cultivar su espíritu, ofrece en treinta capítulos, de manera estructurada y concisa algunos de los textos bíblicos que más le han impactado, y después de un breve comentario contextualiza doblemente el pasaje, tanto con referencias a las Sagradas Escrituras como con citas de maestros espirituales, para culminar cada uno de los capítulos con una aplicación concreta y una cuestión abierta a que cada lector personalice el relato. El título, se hace eco de los tiempos de sequía y del beneficio del agua, aplicando la imagen en perspectiva de esperanza, como acontece cuando el sequedal recibe el regalo del cielo y el páramo se convierte en vergel. La profecía del rocío y de la lluvia que empapan la tierra y la hace germinar se convierte, en las actuales circunstancias, en ocasión propicia para observar los gérmenes alentadores, inspirados en la Palabra de Dios.

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Ángel Moreno, de Buenafuente

Gotas de aguaen sequedal

NARCEA, S.A. DE EDICIONES

Índice

Introducción

El regalo del Espíritu Santo

El silencio

La brisa

Éxodos

La zarza ardiente

María, la madre de Jesús

El misterio de la Encarnación

El pan cotidiano

La boda de Caná

Las sandalias

La samaritana

Zaqueo

a casa

El “hijo pródigo”

El buen samaritano

Tierra Santa

La cruz

La túnica

Plenitud humana

La cotidianidad

Eucaristía

Los cinco sentidos

Alabanza

La adoración

Oración

Acompañados

Bendecidos

Enviados

Habitados

La belleza

Introducción

Con alguna frecuencia, a lo largo de los años, cuando he compartido mis reflexiones sobre algunos textos bíblicos, me han preguntado dónde encontrar fuentes bibliográficas que expliquen las posibles concurrencias que se dan en ellos para saborear mejor el mensaje revelado.

No soy experto en Sagrada Escritura. Sin embargo, por los años de ministerio, en los que prácticamente he ofrecido una breve homilía diaria, enriquecida con lecturas de autores bien iniciados en el conocimiento de la Biblia, y sobre todo a la luz de los textos patrísticos y de los santos, he llegado a gustar, a veces con sobrecogimiento, el significado de las imágenes, vocablos, localización o cronología que ofrecen los distintos relatos sagrados.

De manera muy concentrada narro distintas secuencias, con la esperanza de que el lector pueda deleitarse más extensamente. Aporto un breve comentario al texto seleccionado, al que enriquezco con resonancias y correlaciones que avalan el comentario. Añado, a manera de testimonio, citas de distintos autores, que acreditan hasta qué extremo han sido afectados por la referencia bíblica y, con el deseo de acompañar en lo posible al lector, termino aplicando la reflexión a la vida de manera más concreta.

La selección de los textos es limitada. He tomado la medida de un mes, que bien podría haber sido de una cuarentena, pero creo que son suficientes ejemplos como gesto solidario con quienes desean acercarse a la Palabra de Dios, no solo para un estudio exegético, que es muy importante, sino para un alimento espiritual.

Los breves comentarios y aplicaciones han nacido de la meditación diaria de la lectura continuada que ofrece la Liturgia. Afloran los pasos que he dado por Tierra Santa y la escucha atenta de distintos comentarios que he escuchado a expertos y profesores de Sagrada Escritura y también resuenan algunas lecturas que hice, en muchos casos recomendadas por amigos.

¡Cuánto bien hace que quien ha disfrutado de un texto lo comparta, reseñe y comente! En mi caso aún he sido más agraciado, porque incluso muchos amigos me han regalado aquellos libros que intuían podrían gustarme.

Desde esta experiencia gratificante comparto de forma concentrada la luz que algunos pasajes, especialmente del Evangelio, me han regalado, y que en algunos casos han sugerido mayor acogida.

Este tiempo de sequías, y no solo por falta de lluvia, he querido interpretar los textos bíblicos desde una perspectiva de esperanza, y como acontece cuando el sequedal recibe agua y el páramo se convierte en vergel, así deseo que acontezca en el corazón del que se siente endurecido, seco, necesitado. La profecía del rocío y de la lluvia que empapan la tierra y la hacen germinar se convierte, en las actuales circunstancias, en ocasión propicia para observar los gérmenes alentadores, inspirados en la Palabra de Dios.

EL REGALO DEL ESPÍRITU SANTO

“Jesús se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos»” (Jn 20, 19-23).

COMENTARIO

Gracias al aliento divino existe la creación, se colma de vida el universo, se reviste de belleza la naturaleza y la tierra se colma de bienes. Gracias al don del Espíritu Santo, que derramó el Resucitado sobre los apóstoles, tenemos el regalo sacramental de la misericordia divina, el abrazo entrañable de Dios, el perdón de nuestros pecados. El Espíritu Santo, enviado por Jesús, es quien nos lo recuerda y nos lo enseña todo; Él nos da el conocimiento teologal y sapiencial de las Escrituras.

Por la gracia del bautismo, don del Espíritu Santo, llegamos a ser familia de Dios, hermanos de Jesús, coherederos suyos. El Espíritu Santo es el Amigo del alma, el Huésped divino invisible, el dador de todos los carismas por los que la humanidad se enriquece y complementa: “quién profeta, quién evangelista, quién el don de curar, quién el don de enseñar…” (cf. 1Co 12, 8-11). Por el Espíritu Santo nos movemos hacia el bien, surge en la conciencia el deseo de paz, y nos hacemos sensibles para apreciar la bondad y la belleza que permanece en lo profundo de cada ser.

El Espíritu Santo es discreto, pacífico, doméstico, como la brisa suave y la luz que permite ver el brillo de la armonía, del orden y de la generosidad que hace de las personas artífices de lo mejor y nos enriquece para el bien común. A Él acudimos como punto de partida, para que nos ilumine en la percepción e inteligencia de los textos escogidos.

RESONANCIAS

Al invocar al Espíritu Santo, lo hacemos como al Espíritu Creador: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra estaba informe y vacía; la tiniebla cubría la superficie del abismo, mientras el espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas” (Gn 1, 1-2). Jesús nos lo promete como abogado: “Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad” (Jn 14, 16-26).

El Espíritu Santo será nuestro defensor frente a nuestros enemigos, y sobre todo, nos defiende de nosotros mismos. Gracias al Espíritu podemos llamar a Dios Abba, como lo hacen los niños pequeños con su papá. “Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios” (Rom 8, 15-16).

No es indiferente que la Biblia comience con la explícita mención del Espíritu (Gn 1, 1-2) y termine con la exclamación: “El Espíritu y la Novia dicen: «¡Ven!» Y el que oiga, diga: «¡Ven!». Y el que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratis agua de vida” (Apc 22, 17). Toda la revelación está abrazada por el Espíritu, Él es el inspirador de toda la Sagrada Escritura.

TESTIGOS

Jesucristo, cuando se presenta en la sinagoga de Nazaret, lee el texto del profeta Isaías: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Y me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, a los reclusos la libertad y a pregonar el año de gracia del Señor” (Isa 61, 2). Jesús “enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: 'Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy'” (Lc 4, 20-21).

San Pablo afirma: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rom 8, 26). San Ireneo llega a decir: “El Padre actúa por medio de sus dos manos, el Verbo y el Espíritu Santo. Las dos manos son iguales en fuerza y en valor. Las dos manos actúan conjuntamente. No son idénticas. Cada una produce una acción diferente, pero las dos se complementan y de ellas procede un resultado final”.

San Ambrosio, en su tratado sobre los misterios, exhorta: “Recuerda, pues, que has recibido el sello del Espíritu, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor, y conserva lo que has recibido. Dios Padre te ha sellado, Cristo, el Señor, te ha confirmado y ha puesto en tu corazón, como prenda suya, el Espíritu, como te enseña el Apóstol”.

Y la maestra espiritual, Santa Teresa de Jesús, enseña: “Paréceme a mí que el Espíritu Santo debe ser medianero entre el alma y Dios y el que la mueve con tan ardientes deseos, que la hace encender en fuego soberano, que tan cerca está. ¡Oh Señor, qué son aquí las misericordias que usáis con el alma! Seáis bendito y alabado por siempre, que tan buen amador sois” (CAD 5, 5). “Esto es algo misterioso y secretísimo, que sólo puede conocer aquel que lo recibe, y nadie lo recibe sino el que lo desea, y no lo desea sino aquel a quien inflama en lo más íntimo el fuego del Espíritu Santo, que Cristo envió a la tierra. Por esto, dice el Apóstol que esta sabiduría misteriosa es revelada por el Espíritu Santo” (San Buenaventura).

• Aplicación •

El Espíritu Santo, a través de sus mociones consoladoras, nos susurra la llamada vocacional identificadora de nuestra existencia como mejor proyecto de plenitud personal, si la seguimos generosamente. Por la acción del Espíritu Santo las materias del pan y del vino se transforman y se convierten en el Cuerpo y la Sangre del Señor, con lo que alimentar nuestra fe; y así, nos hacemos concorpóreos y consanguíneos de Cristo.

El Espíritu Santo nos consagra y nos hace sacramentos de la presencia divina, nos habita y nos convierte en templos suyos, identidad sagrada ante los demás, y para nosotros mismos.

Una actitud recomendada permanente es la de pedir la acción y la asistencia del Espíritu Santo en todo lo que se emprende, de manera especial a la hora de desear conocer la voluntad divina. La Iglesia, antes de iniciar sus tareas invoca al Espíritu Santo: “Ven, Espíritu Creador”. Él se derrama sobre las personas buenas de cada generación “y va haciendo amigos de Dios y profetas” (Sab 7, 27) que anticipan el modo mejor de vida para toda la sociedad. Una oración litánica es: “Ven, Espíritu Santo”.

¿Solicitas la ayuda y la asistencia del Espíritu Santo?

EL SILENCIO

“Cuando abrió el séptimo sello se hizo en el cielo silencio como de media hora” (Apc 8, 1).

COMENTARIO

El silencio interior no es huida asocial. No es aguante, ni represión o carencia, ni repliegue, introversión o angustia y depresión; tampoco es aislamiento, ensimismamiento o enfado. Por el contrario, el silencio es como la luz del alba, como la aurora. Es preludio, antesala y actitud previa; es expectación y anticipo; puerta, aventura, armonía interior, paz, belleza y calma.

El silencio es hondura y escucha, vaciamiento y acogida. Es posibilidad y apertura, capacidad de admiración, abismamiento, reconciliación y encuentro sereno consigo mismo; es como la brisa suave.

El silencio es blanco, significa riqueza interior, sensibilidad y respeto; es sagrado y se expresa ante el Misterio. Es fascinante e inagotable y se convierte en compañía. No se ve sino que se oye. Al sentirlo, sobrecoge; abraza y estremece, envuelve y es fecundo. La Palabra viene después del silencio. La vida es posible después de respirar el silencio. No hay música, palabra ni encuentro sin silencio. No hay liturgia, amistad, respeto, gratuidad, esperanza, reflexión ni éxtasis sin silencio. No hay abrazo, ni beso sin silencio.

No hay oración, conocimiento de sí y del otro, gusto de las cosas, ni apertura interior sin silencio. El silencio de Dios se percibe en la oración y en la naturaleza, no como ausencia, sino como posibilidad de permanecer ante Él por Él mismo.

Después de un tiempo preguntando al cielo, en el silencio se averigua la revelación de la identidad amorosa de Dios, pedagogía divina para alcanzar la sabiduría y comprender el sentido de los hechos desde la Palabra. El silencio se encuentra en las cosas cuando se las considera con respeto y delicadeza, con atención y sensibilidad. El orden, la limpieza y la estética, son amigos del silencio, y en nosotros mismos el silencio es fruto de la conciencia tranquila, de la relación enamorada con Dios, del dominio de las pasiones, de la higiene y del buen trato del cuerpo.

RESONANCIAS

La Palabra de Dios surge en el silencio: “Cuando un silencio en calma lo envolvía todo, tu Palabra todopoderosa se precipitó sobre la tierra” (Sb 18, 14-15). La actitud que corresponde al contemplativo es la que recomienda Moisés a los levitas: “Calla y escucha, Israel” (Dt. 27, 9). El contemplativo participa del don de Sabiduría: “El sabio guarda silencio hasta el momento oportuno (Ecle 20, 7). Y el monje entra en el silencio mayor: “Reflexionad en el silencio de vuestro lecho” (Sal 4, 5).

Quien vive en el desierto se enamora del Silencio. “Es bueno esperar en silencio” (Lm 3, 26). “El Señor está en su santo templo: ¡Silencio ante él toda la tierra!” (Hab 2, 20). “¡Silencio ante el Señor Dios!, pues se acerca el Día del Señor” (Sof 1, 7). “¡Silencio todo el mundo ante el Señor que se levanta de su morada santa!” (Zac 2, 17).

TESTIGOS

Los maestros espirituales y contemplativos nos enseñan la actitud que corresponde a quien desea encontrarse con Dios: "El silencio junto con la sabiduría es la madre de la oración, libertad de la esclavitud, preservación del fuego, servidora del pensamiento... Es el artesano de la contemplación, progreso invisible, ascensión secreta... El amigo del silencio se aproxima a Dios, y entreteniéndose con Él en lo secreto, recibe su Luz" (San Juan Clímaco).

San Agustín confiesa que andaba buscando por fuera lo que llevaba dentro. El silencio permite el hallazgo y el encuentro con quien mora en nosotros más íntimo que nuestra propia intimidad. “Calle pues en nosotros la lengua maldiciente, la lengua blasfema, la lengua orgullosa y altanera, porque es bueno aguardar en este triplicado silencio la salud que viene de Dios, a fin de que así podamos decir: Habla, Señor, que tu siervo escucha" (San Bernardo). “En una noche oscura, con ansias en amores inflamada, ¡oh dichosa ventura!, salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada” (San Juan de la Cruz).

“Renazca en nosotros la valorización del silencio, de esta estupenda e indispensable condición del espíritu; en nosotros, aturdidos por tantos ruidos, tantos estrépitos, tantas voces de nuestra ruidosa e hipersensibilizada vida moderna.

Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento, la interioridad, la aptitud de prestar oído a las buenas inspiraciones y palabras de los verdaderos maestros; enséñanos la necesidad y el valor de la preparación, del estudio, de la meditación, de la vida personal e interior, de la oración que Dios sólo ve secretamente” (San Pablo VI, Nazaret, 5 de enero de 1962).

• Aplicación •

Son contrarios al silencio la extroversión, la locuacidad, la curiosidad, la evasión, el afán de noticias, la dispersión, el descontrol de la mente, la falta de ascesis, la frivolidad, el afán de protagonismo, el “ego falso”, el ruido, la falta de atención, la inconsciencia, la distracción, el vivir de forma acelerada, la pérdida de vida interior y de saberse habitado. Además, la falta de silencio propicia la ansiedad y la pérdida del motivo por el que permanecer en relación con el mundo interior.

En el desierto es necesario saber dominar los fantasmas. Un recurso sabio para combatir todas las imágenes que acuden es la escucha o lectura de los libros sagrados, en los que como provisión de pan y agua, se nos revela el amor de Dios. Conocer las Escrituras hace posible la experiencia de Elías, de Tobías, de Daniel, de los discípulos de Emaús, y propicia sentir la atracción del susurro, la presencia compañera del ángel de Dios, la fuerza del Espíritu y el corazón ardiente.

El salmista afirma: “Buscad al Señor y revivirá vuestro corazón”. La oración litánica ayuda a mantener la mente en silencio, repitiendo una jaculatoria, una invocación acompasada con la respiración, como hacen los hesicastas: “Jesús, Hijo de David, ten piedad de nosotros”. “Jesús, confío en ti”. Obedeciendo a la llamada, por el silencio nos adentramos donde Dios habla al corazón y lo enamora. Es en el seno donde se escucha la Palabra y llega a hacerse carne propia.

Jesús invita a ir a un lugar apartado y tranquilo. Ese lugar es dentro del corazón: “Venid los que estáis cansados y agobiados” (Mt 11,28) y sentiréis alivio, fuerza y descanso. “Vamos a un lugar apartado a descansar un poco” (Mc 6,31).

¿Amas el silencio? ¿Buscas y celebras tiempos de silencio?

LA BRISA

“«Sal y permanece de pie en el monte ante el Señor». Entonces pasó el Señor y hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebraba las rocas ante el Señor, aunque en el huracán no estaba el Señor. Después del huracán, un terremoto, pero en el terremoto no estaba el Señor. Después del terremoto fuego, pero en el fuego tampoco estaba el Señor. Después del fuego el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva. Le llegó una voz que le dijo: «¿Qué haces aquí, Elías?»” (1Re 19, 11-13).

COMENTARIO

Es frecuente proyectar sobre Dios nuestras formas de actuar. Muchos lo conciben como un ser vengativo, justiciero, un tanto matón y sádico, que vigila para sorprendernos en el momento oscuro. El ser humano, aunque sea creyente cristiano, convive con la identidad religiosa natural, y cabe que en él surjan los miedos y los temores ante Dios, producidos por la religiosidad antropológica, que anida en cada ser humano.

Sin embargo, cuando se acoge la revelación divina, y se tienen en cuenta las manifestaciones con las que Dios ha querido mostrarse, se deberá corregir, tanto la concepción sobre Dios como la reacción de miedo y de temor ante Él, suscitadas por imágenes terribles, como representan el huracán, el terremoto y el incendio. Para ello es necesario abrirse a la escucha de la moción consoladora, que se manifiesta como susurro, a manera de la brisa suave. El dios temible, sádico, vengativo y juez terrible, que imagina el hombre religioso, se presenta, según la revelación, como Dios de paz, dador de vida, compasivo, que libera de la esclavitud, y que ama a su criatura.

RESONANCIAS

Al comienzo de la creación, Adán y Eva, “cuando oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa” (Gn 3, 8), se escondieron. El pueblo de Israel ha grabado en su memoria el paso a pie enjuto del Mar Rojo: “Pero gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la tribulación. Apaciguó la tormenta en suave brisa, y enmudecieron las olas del mar. Se alegraron de aquella bonanza, y él condujo al ansiado puerto” (Sal 106, 28-30). Texto que profetiza la experiencia de los apóstoles en la travesía del Lago de Galilea: “¡Señor, sálvanos, que perecemos! Él les dice: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?». “Se puso en pie, increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma.

Los hombres se decían asombrados: “¿Quién es este, que hasta el viento y el mar lo obedecen?” (Mt 8, 25-27). La nube, la columna de luz y la brisa son metáforas que revelan la acción divina: “La presencia misteriosa del Señor toma forma a través de una suave brisa en el silencio del desierto” (Biblia de Jerusalén), fenómeno con el que se deja sentir el paso del Señor.

TESTIGOS

La hora de la brisa coincide con el atardecer, la hora del paseo de Dios por el jardín. La amada exclama en el Cantar: “Despierta, cierzo; acércate, ábrego; soplad en mi jardín, que exhale sus aromas. Entre mi amado en su jardín y coma sus frutos exquisitos” (Cant 4, 16).

Se ha fijado el atardecer como la hora de la brisa. “Aquel día, al atardecer, les dice Jesús: «Vamos a la otra orilla»” (Mc 4, 35). Los discípulos de Juan el Bautista señalan la hora del encuentro con Jesús, la hora décima, que en Oriente es ya el atardecer. A esa hora Jesús “se puso a la mesa con los Doce” (Mt 26, 20-21; Mc 14, 17).

San Juan de la Cruz se hace eco del momento en el que se oye la voz del amado: “Mi Amado, las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos” (Cántico 14), “Allí quedó dormido, y yo le regalaba y el ventalle de cedros aire daba” (San Juan de la Cruz, Noche oscura del alma).

• Aplicación •

Si se ha vivido la hora de la brisa, el rizado de las aguas, la calma, el sentimiento sereno y amoroso, la relación orante y sentida; si se recuerda el instante emocionado, la experiencia providente, el paseo cálido bajo la luna llena y se han contado las estrellas en un paseo amistoso; si en algunos momentos la fe ha sido tangible, el Tú divino cercano, la fuerza intuitiva solidaria y ha habido coincidencia de los ánimos, ¿por qué la brisa se torna huracán, se ennegrece el horizonte, es de noche, y se encrespan las olas?

¿Por qué se siente el vértigo, se asoma el riesgo de hundimiento, el miedo a la zozobra, la tentación de desespero?

¿Dónde quedó la orilla amable, el paseo vespertino enamorado, la efusión del gozo, la fecundidad de la tarea? Es momento de parar la mente, de impedir que se socave el ánimo, de esperar, sin razones, el alba, de creer que tras la tormenta, llega la calma.

Es momento de no agigantar las sombras, de no adelantar la quiebra, de confiar en la Palabra, de quedar quieto o de caminar a tientas.

No hay talismán que asegure la proximidad del momento de rayar el alba, ni de que se confirme la razón de la esperanza cierta. Pasan los días, las horas, cabe la guerra, el odio y la venganza, en espera de la paz, del perdón, y de la calma. Solo queda arriesgar el corazón y confiar en quien, aunque parece que duerme, tiene poder para convertir el huracán en brisa.