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Ángel Moreno de Buenafuente

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Beschreibung

El acompañamiento espiritual es una mediación humana gratuita que ofrece la riqueza del contraste y el privilegio de expresar con palabras la propia conciencia. Especialmente dirigido a los que pasan por la prueba de la insatisfacción, este libro es una buena ayuda para todos los que quieren replantearse su vida de oración abandonando la mediocridad, y para los que buscan la dirección adecuada para llegar a una mayor amistad con Dios.

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Ángel Moreno, de Buenafuente

VOY CONTIGO Acompañamiento

NARCEA, S. A. DE EDICIONES

ÁNGEL MORENO, DE BUENAFUENTE ha publicado en esta colección:

A la mesa del Maestro.

Adoración

Alcanzado por la misericordia

Amor saca amor.

Los siete amores de Dios

A pie por el Evangelio.

Peregrinación contemplativa por Tierra Santa

Buscando mis amores.

Lectura sapiencial del Cuarto Evangelio

Como bálsamo en la herida.

La misericordia

Desiertos.

Travesía de la existencia

Eucaristía.

Plenitud de vida

Habitados por la Palabra.

Lectura sapiencial

Palabras entrañables.

Déjate amar

Te hablaré al corazón.

Lectura orante de la Sagrada Escritura

Voz arrodillada.

Relación esencial

Índice

Prólogo

Encrucijada

El acompañamiento espiritual.

La herida que no se cura.

«No juzgarás».

Tus ojos en Cristo.

Tentaciones

Falsas propuestas.

La introversión.

La mediocridad.

La apariencia.

El ascetismo.

La evasión.

La desesperanza.

Sentido de la tentación.

Conocimiento propio

Aceptación personal.

Soledad

Sube tú solo.

Respuesta personal

Fruto de la mirada divina.

«Levántate».

«Toma tu camilla».

«Echa a andar».

Retorno

La pedagogía de Dios.

Misericordia

La confianza.

La sabiduría de la experiencia.

Esperanza

Invitación.

Llamada

«Nada violento es estable».

Invitación

«Los ojos en Él».

Presencia interior

El maestro interior.

Transfiguración

Jesucristo.

Fíate de Jesús.

Transfigurado.

La imagen más bella.

Acompañamiento

Ora con la Biblia.

Tiempo gratuito.

Ofrenda de amor.

Oración

Oración en la prueba.

Liturgia

Ora con la Iglesia.

Pertenencia

¡Dios mío!

¡Señor mío y Dios mío!

Discernimiento

El buen camino.

Historia de salvación

El presente.

Los mojones del camino.

Las promesas.

Hitos del camino

Referentes.

Testigo

Busca enteramente al Señor.

Seguimiento

Resistencias de la naturaleza.

El rostro glorioso del Señor.

Fíate de Jesucristo.

Equipamiento

Envío.

Promesa

La promesa cumplida.

Tiempo ordinario

El tiempo más largo.

Oh Dios, por ti madrugo.

Como hijo de Dios.

Acompañado de Jesús.

Movido por el Espíritu.

Consejos finales

Sin más cargas que las debidas.

Santidad

La cima del camino.

La percepción de la santidad.

La apertura a la misericordia.

Bendición

Mira la salvación del mundo.

Prólogo

Aunque el Señor os dé el pan medido y el agua tasada, ya no se esconderá tu Maestro, tus ojos verán a tu Maestro. Si desviáis a la derecha o la izquierda, tus oídos oirán una palabra a la espalda: «Éste es el camino, caminad por él» (Is 30,21).

Saludo y dedicatoria

Amigo lector:

Quizá interpretes como atrevimiento u osadía por mi parte el ofrecimiento de las páginas que vas a leer, al asumir un ministerio que, si bien ejerzo cuando personas concretas acuden a pedirme una palabra, no significa que pueda arrogarme la misión de acompañarte a ti. Siempre se autentifica el ministerio si puedes responder: «Aquí estoy porque me han enviado», o «porque me han llamado.» Hoy obedezco a la intuición o llamada implícita que me hace tu posible estado de ánimo y que, sin embargo, no puedo objetivar. Mi deseo es de ayuda, no de intromisión.

Reconozco que ha sido mi propia andadura y la pregunta que muchos han puesto en mis manos las que me han llevado a concretar los diferentes capítulos que componen el libro a modo de respuestas personalizadas y que, con tu libertad, puedes aceptar como ayuda en tu camino espiritual.

No quisiera pecar de paternalista ni entrometerme en tu conciencia, mas tampoco deseo evadirme, indiferente, de las dificultades con las que se encuentran quienes desean caminar por el sendero del seguimiento evangélico y necesitan, como sucede en el Camino de Santiago, la señal confirmadora de la dirección cierta, aunque la flecha señale a veces tramos empinados o angostos.

He escrito estas páginas pensando especialmente en los que pasan por la prueba. Hay muchas personas que viven faltas de una orientación y a veces es tanta su confusión, que ni se atreven a expresarlo. A ellas especialmente dedico mis consejos.

No todos los casos que necesitan o desean acompañamiento están comprendidos en las circunstancias dolorosas y negativas, de prueba o de confusión, mas sé que cuando más se agradece el vaso de agua es en el momento en el que se sufre la sed. Si tú eres una de estas personas, te ofrezco estas líneas con sincero respeto.

El proceso espiritual pasa por muchas etapas y quienes se deciden por el seguimiento de Jesús cabe también que se adentren en los espacios sublimes de la intimidad amorosa, ámbito al que no pretendo introducirme, pues la relación enamorada corresponde al secreto del rey. Me limitaré a quedarme en el umbral del palacio, en los atrios del templo, en alguna orientación sobre la oración.

Sé que en este tiempo se sufren dos dolencias generacionales, que corresponden a los adultos del último tercio del siglo XX por un lado, y a los más jóvenes del presente por otro. Los primeros, aunque crecieron de la mano de directores espirituales, confesores y maestros, han atravesado, en general, la edad adulta de manera autodidacta, y cuando, por los años vividos, les toca pronunciar las palabras entrañables y los principios de sabiduría para quienes les siguen en edad, les puede asaltar el pudor de ejercer un ministerio al que ellos mismos no han recurrido en su proceso de crecimiento y madurez, pues han sido independientes. Tienen a favor la estructura que se les ha inculcado en la infancia, adolescencia y juventud, la educación en valores y virtudes que les sirven de contraste y les proporciona objetividad, mas, a pesar de ello, no se acreditan como maestros y padres, como acompañantes y referentes por timidez o incapacidad. Los segundos, los más jóvenes, al haber crecido sin el acompañamiento inicial que introduce en los valores referenciales y presta los criterios objetivos, adolecen de subjetivismo y de individualismo, y muchas veces, su falta de referencia y capacidad interpretativa de los diferentes fenómenos, sobre todo emocionales y afectivos, a los que deben hacer frente a lo largo de su camino de crecimiento, los conduce a procesos muy adversos y dolorosos.

No deseo refugiarme en argumentos justificativos para no decir la palabra que se me pide. Si la pronunciara violentamente en algún foro donde no soy invitado, cabría la reacción lógica de resistirse a ella, mas al dejarla plasmada en estas hojas, siempre tienes salvado el derecho de tomarlas o de dejarlas.

Con profundo respeto por tu proceso personal, me atrevo con este libro a compartir contigo palabras que me he dicho a mí mismo y sé por propia experiencia que hacen bien. No son frases hechas o leídas, sino amasadas con lucha y oración. Acógelas desde la amistad y el acompañamiento espiritual que te ofrezco y, si vieras que no responden a tus preguntas, quizá te valgan para otros. Por tu parte, no dejes de buscar alguna referencia para contrastar tu forma de actuar.

Encrucijada

Vamos a volver al Señor, el que nos hirió, nos vendará (Os 6,1-2).

El acompañamiento espiritual

Paradójicamente, en un tiempo en que impera el individualismo y los autodidactas, se retorna a la mediación del acompañamiento espiritual, se busca al maestro, al amigo testigo, al acompañante que pueda decir una palabra de sabiduría, o al menos sea referencia de sentido en medio de tantos impactos especulativos que intentan captar la voluntad de la persona por motivos económicos, ideológicos, políticos...

El acompañamiento espiritual es una mediación humana gratuita, favorable en un marco de libertad, empatía y trascendencia, y, si asumes su limitación, que es la de toda respuesta de quienquiera que te acompañe, te ofrece la mano tendida, la riqueza del contraste, el privilegio de expresar con palabras tu conciencia. Aunque puede afrontarse desde referencias distintas —antropológicas, psicológicas, sociológicas—, es esencial recurrir a la dimensión teologal. Así, en cualquier circunstancia te sabrás comprendido, perdonado, amado y esto sólo se da mediante la palabra sacramental o la referencia a la fe.

La experiencia te deja comprobar constantemente el límite de las respuestas humanas, sea por su temporalidad, sea por la insatisfacción que te producen, pues quien te las da parece incapaz de hacerse cargo de cuanto te sucede. Mi palabra, aunque desea mantenerse en el ámbito de tu intimidad, también tiene su limitación. La lucha que debes mantener permanentemente es para no ceder ante la tentación de escepticismo frente a todos los demás y apoyarte en la ayuda que se te da o se te ofrece para expresar tu alma, contrastar tu búsqueda y compartir tus hallazgos.

Si en algún momento acudes a la mediación del acompañamiento, no te quedes únicamente en narrar los hechos, en su posible recuerdo doloroso y humillante. Asume tu identidad de barro, reconoce tu debilidad, discierne el consejo que recibes y si la persona a quien recurres es sacerdote, ábrete a recibir el perdón y, una vez más, podrás comenzar de nuevo.

La herida que no se cura

Es posible que en algún momento, al percibir tu debilidad, sufras la tentación del desánimo y hasta sospeches que no crees, sentimientos que te insinúan de forma sutil abandonar la lucha y la instancia a cualquier mediación, aunque intuyes que, si dejaras entrar en tu corazón la insidia, iniciarías un camino desolador y destructivo. Llegas a experimentar tanta impotencia, que te parece que no hay más salida que sucumbir derrotado. Incluso, con algo de crueldad, aceptas el juicio y la condena inmisericordes de tu historia.

Es normal que te desorientes cuando, después de un tiempo, vuelves a caer en los mismos errores, al sufrir el rebrote virulento de lo que te parecía superado. No es extraño que cuando se te impone en primer plano tu pobreza, que te hace palpar lo más bajo de ti mismo y de tus heridas reabiertas, que despóticamente intentan paralizarte con el espectro de lo irremediable, te veas inclinado al desprecio, al desaliento, a la tristeza, a la huída, al abandono...

Vives circunstancias desconcertantes, en las que por un lado te asaltan desengaño, vergüenza y miedo, hasta quizá se asoma el halago del mal, y por otro, la justificación y hasta la invitación a asumir como normal lo que sabes que es dañino. En tal encrucijada, deseo ofrecerte algunas notas para tu discernimiento. Así, al menos, no te hundirás por desorientación y falta de sentido.

Te deseo que tu itinerario sea siempre un camino acompañado, aunque la compañía la experimentes únicamente en el secreto de tu corazón, que se convierta en iniciación en la sabiduría, y que mis palabras te sirvan de ayuda para comprender posibles procesos de otros que se acercan a ti.

«No juzgarás»

Si no sufres en tu propia carne el dolor de la quiebra del deseo más noble o del proyecto responsable, pero vives junto a quienes descubres débiles, no te vuelvas intransigente, ni juzgues de manera despiadada a los que pasan por el momento de creer que el mejor camino es el abandono de la lucha, la independencia de todo parámetro objetivo, el individualismo relativista, y piensan que la solución de todos sus problemas sería alcanzar algún equipamiento, mantener cierta relación afectiva, vivir con mayor libertad, consentirse lo que les dicta el sentimiento.

Bien sabes que el apremio de la conciencia asfixia, el sometimiento a las estructuras subleva, la soledad afectiva no se soporta, la inestabilidad emocional humilla, la experiencia de debilidad o necesidad no agrada y el fracaso engendra rechazo incluso hacia uno mismo.

Es posible que quien atraviesa por alguna de estas circunstancias busque la solución de sus problemas y se permita actuar sin reflexionar, y ante el tramo de soledad humana, o el sometimiento a disciplina o jerarquía, o en cualquier otra angostura, encuentre la huída de la forma de vida como algo razonable y liberador, y crea que el arreglo consiste en echarse en manos del ofrecimiento halagador más inmediato. No lo justifico, sólo te digo que no lo juzgues. Y lo mismo te digo si eres tú quien siente semejantes impulsos: no te juzgues.

Reconozco que a pesar de la comprensión o paciencia, la lógica de una salida de emergencia, avalada quizá hasta por algún dictamen profesional comprensivo, tiene el riesgo de no resolver de raíz el problema. Si no se ilumina el acontecimiento desde una perspectiva teologal y creyente, la solución no alcanza a todo el ser.

Dios no desea la destrucción de la naturaleza, no puede contradecirse a sí mismo y crear algo destinado al aniquilamiento. Él no quiere la muerte del pecador ni desprecia al que por inconsciencia o subjetivismo toma un camino diferente al de la obediencia a su llamada primera. En su bondad, cabe el ofrecimiento renovado que cambia el camino del exilio en experiencia de sabiduría, en cántico de liberación, y la prueba, en tiempo de gracia.

Ten por seguro que la plenitud posible de cada persona, su paz mayor y su felicidad máxima, dependen de la relación que mantenga con la voluntad divina. Sólo a la luz del querer de Dios y con el ser abierto a su misericordia, se encuentra el itinerario liberador por el que poco a poco se alcanza la cima de la madurez, la satisfacción íntegra, la serenidad personal. Tú puedes ser en vez de juez, mediación testimonial para que quien busca de manera equivocada la felicidad a la que toda persona está llamada reencuentre el sendero.

Tus ojos en Cristo

Aunque mis palabras se dirigen de manera especial a los que pasan por la prueba de la insatisfacción, si tú vives horas luminosas en las que la sensibilidad religiosa, la generosidad del corazón, la claridad en el discernimiento definen tu estado de ánimo, no te compares con otros. Las etapas de tu camino no tienen por qué parecerse a las de quienes van junto a ti, pero no sientas nunca desprecio hacia el que veas menos generoso y no da el salto definitivo a la radicalidad.

Pon tus ojos en Cristo, mira que va delante, Él es el único modelo en quien fijar la mirada y el único, sobre todo, por quien dejarse mirar hasta el fondo del ser. En este ejercicio también se descubre que Jesús siempre fue compasivo, animó a los débiles y perdonó a los pecadores.

No dudes en entregarte del todo. Y si nunca llegas a sentirte perfecto, es señal de que vas por buen camino.

Tentaciones

Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo (Mt 4,1).

Falsas propuestas

Para que puedas tomar la dirección adecuada, deseo trazarte un pequeño mapa en el que te señalo los lugares de riesgo en el camino. Aunque te los enumere sucesivamente, en la práctica pueden aparecer de forma simultánea, y no sólo una vez, sino de manera cíclica. Nunca se debe estar seguro de que la meta se ha alcanzado para siempre.

No creas que por poner nombre a las diferentes situaciones se resuelven, mas el principio de curación y tratamiento de una enfermedad es conocerla. Un posible error en el dictamen de la dolencia puede producir una intervención fatal o la convivencia con algo dañino.

Te describo algunas propuestas falsas que podrías escuchar en tu interior cuando percibes la debilidad, que quizá te inviten a justificar tu comportamiento o a convivir de manera fatalista contigo mismo. Ante ellas debes estar muy atento porque se presentan con gran sutileza y con piel de cordero, pero se convierten en lobos feroces que devoran lo más noble de tu identidad personal y te apartan de la vocación esencial que tienes de ser feliz, en la medida de lo posible.

La introversión

En el paso a paso de la vida ordinaria, a pesar de tener claro el horizonte al que te diriges y discernida la vocación, quizá te sobreviene el cansancio de la lucha, al no alcanzar la meta que deseas en el tiempo que te has propuesto. No se puede estar permanentemente exigiendo una respuesta heroica y ante tal impotencia, te asalta la tentación de encerrarte en ti mismo para evitar el conocimiento público de tu estado de ánimo y desafección personal.

Cuando te aíslas, aun como reacción aparentemente honrada, te apartas del designio divino, pierdes la referencia a la tierra nativa que son las manos de Dios y la Historia de Salvación concreta, corres el riego de convertirte en solitario, sin gozar del acompañamiento prometido por Jesús ni de la ayuda de los demás.

El encerramiento, la desgana y la apatía son algunos de los peores enemigos de la vida espiritual. Los padres del desierto luchaban denodadamente contra ellos; a veces recurrían incluso a deshacer la labor recién terminada, con tal de no ceder y ahogarse en lo que se llama acedía, o melancolía y tristeza de espíritu.

En esos casos, no haces nada malo, pero te asfixias en tu fanal narcisista, porque te castigas rompiendo con las relaciones más legítimas y plenificadoras: la relación trascendente y la relación con tus semejantes, en las que puedes encontrar mucha ayuda. Al margen de Dios y del prójimo, sucumbes en tu propia desafección. Si éstas son tu dolencia y tentación, ten cuidado, porque puedes dañarte y quedar obsesionado por algo que al compartirlo, o se soluciona, o se te hace más llevadero.

La mediocridad

Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca (Ap 3,15-16)

Al constatar tu fragilidad espiritual, tal vez percibas una voz aparentemente razonable que te sugiere que coexistas con ella. A fin de cuentas, la naturaleza humana es de barro, contingente. No se puede vivir en contra de todos. El ambiente, la cultura, el sentir de muchos ofrecen la respuesta de la tolerancia como posibilidad de subsistencia. Subjetivamente, cabe el argumento: «No hay mayor referente que uno mismo, el propio sentimiento, con el que se debe convivir». Además, no es bueno obsesionarse ni caer en la hipersensibilidad. Parece que es mejor la normalidad, entendida como manera de vivir amoldado a las circunstancias propias y del entorno, que una actitud inconformista.

El riesgo del fundamentalismo religioso, las ideologías dogmáticas, los comportamientos radicalizados pueden favorecer tu reacción de tolerancia y de convivencia con la mediocridad. Mas, aunque las propuestas parezcan razonables, sabes que aceptarlas te produce desazón y descontento, si encubren falta de coherencia. Todo se soporta sin alegría ni elegancia. Te entregas al «qué más da» o «al no hay más remedio». Tu alma se encoge, la pedagogía de la comprensión no te da aliento fascinante, aunque sea permisiva. La herida no se cura justificándola. Convives con ella, pero tienes conciencia de desgracia, de haber sido señalado con el estigma de la debilidad permanente. Te vuelves resentido, un tanto desengañado, caes en frustración. Reconócelo, no estás hecho para la mediocridad.

Si es ésta tu dolencia, comunica tu lucha, acude a alguien en quien puedas encontrar a la vez acogida y orientación.

La apariencia

«Parece que quería concertar estos dos contrarios —tan enemigo uno de otro— como es vida espiritual y contentos y gustos y pasatiempos sensuales» (Santa Teresa de Jesús, Vida 7,17).

Si la introversión te asfixia y el pacto con la mediocridad no te suscita gozo interior, otra salida, al menos desde el punto de vista social, que se te presenta