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Gran parte de lo que se dice sobre el yoga es engañoso. Tomemos dos ejemplos: no tiene cinco mil años de antigüedad, como comúnmente se afirma, ni significa exclusivamente «unión». En el que es quizá el texto más famoso, los Yoga Sutras de Patañjali, el objetivo es la separación, aislar la conciencia de todo lo demás. Y la evidencia más temprana de la práctica se remonta a unos dos mil quinientos años. Los estudiosos hoy conocen mucho más sobre la historia del yoga, pero su investigación puede ser difícil de consultar y suele estar dirigida más a especialistas que a lectores generales. Historia del yoga ofrece una visión panorámica de la evolución del yoga desde sus orígenes más antiguos hasta el presente, de forma asequible a todo tipo de lectores. Se puede leer de manera cronológica o utilizarse como guía de referencia para la historia y la filosofía. Cada sección breve aborda un elemento, citando textos tradicionales y poniendo sus enseñanzas en contexto. La intención es mantener las cosas claras sin simplificar en exceso.
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Seitenzahl: 334
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Daniel Simpson
Historia del yoga
Textos, filosofía y prácticas
Traducción del inglés de Miguel Portillo
Título original: The Truth of Yoga
© 2021 by Daniel Simpson
© 2024 Editorial Kairós, S. A.
www.editorialkairos.com
© Traducción del inglés al castellano: Miguel Portillo
Revisión: Raúl Alonso
Composición: Pablo Barrio
Diseño cubierta: Katrien van Steen
Primera edición en papel: Abril 2024
Primera edición en digital: Abril 2024
ISBN papel: 978-84-1121-242-7
ISBN epub: 978-84-1121-269-4
ISBN kindle: 978-84-1121-270-0
Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.
A todos mis maestros, y a todos los que los inspiraron.
No dejaremos de explorar
y el fin de toda nuestra exploración
será llegar a donde empezamos
y conocer el lugar por primera vez.
T. S. Eliot, Cuatro cuartetos
Que juntos seamos protegidos,
que juntos nos alimentemos.
Que trabajemos juntos con vigor,
que nuestro estudio sea iluminador.
Que estemos libres de discordia. Om.
Paz, paz, paz.
Taittiriya Upanishad (2.1), traducida por Zoë Slatoff
Introducción
Buscar la verdad
Sobre este libro
¿Qué es el yoga?
Nota sobre el sánscrito
1. Yoga antiguo
Raíces antiguas
Ascetas y
tapas
Videntes y soma
Restricciones y ritual
Mantras místicos
Saludo al sol
Vedas y brahmanes
¿Es esto hinduismo?
Tiempo cíclico
Karma, renacimiento y liberación
Renuncia
El fin de los Vedas
Las primeras
Upanishads
Autorrealización
Ni esto ni aquello...
¡Guíame a la realidad!
Enfoque interiorizado
Rebobinar la creación
Respiración y consciencia
Om y unidad
Las semillas del yoga
2. Yoga clásico
¿Liberación encarnada?
Métodos épicos
Canto devocional
Dioses y yoguis
El sentido de la vida
Guerra y paz
Actuar con inteligencia
Ver con claridad
Perspicacia meditativa
El poder del amor
Bhakti
práctico
Visiones alucinógenas
Destino y libre albedrío
Encontrar nuestro camino
El que ve y lo visto
La red de la naturaleza
Sistemas hermanos
El yoga de Patañjali
¿De quién son los sutras?
Reducir el sufrimiento
Cambiar patrones
Primero no hacer daño
Ashtanga y asana
Atención concentrada
Ver la luz
Consciencia divina
Poderes mágicos
¿Espléndido aislamiento?
Teorías rivales
3.
Hatha yoga
Transformación
¿Qué es el tantra?
Gurús y dioses
Mantras tántricos
Imágenes místicas
Los seis elementos del yoga
El cuerpo yógico
Nadis
invisibles
Chakras imaginarios
El ascenso de la Kundalini
Geografía sagrada
Unir los opuestos
¿Qué es
hatha
?
Yoga para todos
El rey de los yogas
Un cuerpo de conocimientos
Práctica, práctica...
Posturas complejas
Remedios corporales
Acciones de limpieza
Respiración y bandhas
Mudras potentes
Sexo y yoga
Sonidos del silencio
4. Yoga moderno
Proliferación de posturas
Manuales ampliados
Cartillas de copiar-pegar
Eslabones perdidos
Inventos ocultos
Revivir la tradición
Orgullo nacional
Aspectos gimnásticos
Salud holística
Relajarse y revivir
Artes indígenas
Enfoque postural
Ajustes y apoyos
Métodos alternativos
Autenticidad frente a utilidad
¿Qué es apropiado?
Yoga de poder
Yoga terapéutico
Nuevas direcciones
Epílogo
Adaptación
Integración
Notas
Bibliografía
Agradecimientos
Cubierta
Portada
Créditos
Dedicatoria
Epígrafe
Sumario
Historia del yoga
Notas
Bibliografía
Agradecimientos
Cuando empecé a practicar yoga, sabía muy poco sobre su origen y sus objetivos. Ninguna de las dos cuestiones pareció importante. Me bastaba con que me calmase, me sintiese más contento y menos deprimido.
Ir a clase hacía que me absorbiese en adoptar formas complejas, distrayéndome de mi malestar con instrucciones extrañas. Me sentí conectado de nuevo con partes de mi cuerpo antes ajenas, desde el «montículo del dedo gordo del pie» hasta el «pecho de la axila». Disfruté flexibilizándome y respirando más libremente. Pero al cabo de un tiempo quería más. A algunos de mis profesores les gustaba citar textos, como la Bhagavad Gita y el Yoga Sutra. Pero, por lo que yo veía, tenían poco que ver con lo que hacíamos. Apenas mencionaban posturas y hablaban de conceptos que me costaba entender.
Después de imaginarme que los yoguis de las cuevas habían practicado lo mismo durante miles de años, me sentía confuso. Y cuanto más leía, menos me parecía entender. Había muchas versiones diferentes del yoga, y algunas de sus filosofías parecían contradictorias. Ya me había encontrado con esto en la práctica: cada método que probaba contaba con una idea rival que afirmaba ser la correcta. Sin embargo, la mayoría de los profesores decían que el objetivo seguía siendo el mismo, que se definía vagamente como unión, liberación o despertar. La mayoría de los textos antiguos decían que estos objetivos se alcanzaban renunciando al mundo. Eso no sonaba ni atractivo ni parecido a lo que uno hacía en una esterilla de plástico.
Con el tiempo, algunas cosas se fueron aclarando. Los libros populares a menudo difuminan las distinciones entre los diferentes sistemas, pero nunca ha existido el «único yoga verdadero». La práctica y las teorías detrás de ella han evolucionado, convirtiéndose en combinaciones de diversas maneras. Ninguna de ellas es «más verdadera» que las demás. Cada una tiene sentido en su contexto, pero no hay obligación de elegir un texto, o una forma de yoga, y seguir acríticamente lo que diga. Somos libres de ignorar lo que no nos parezca relevante. Pero eso hace que resulte importante saber lo que dicen las enseñanzas tradicionales y cómo las interpretamos.
En última instancia, el yoga es un sistema de práctica, no de creencias. No es necesaria una fe ciega, más allá de confiar en que puede valer la pena intentarlo. Cualquiera que lo haga puede comprobar por sí mismo si realmente funciona. Lo que esto signifique dependerá de las prioridades. Si nuestro objetivo es poner las piernas por detrás de la cabeza, hacer flexiones de manos o simplemente relajarnos, puede que no nos sintamos inclinados a leer textos antiguos. Sin embargo, si queremos indagar más profundamente, la filosofía tradicional puede ser muy útil. El objetivo de este libro es hacerla accesible a los practicantes modernos.
La mayoría de los enfoques del yoga mezclan ideas y técnicas de diversas fuentes. Hoy en día, cualquiera puede crear un híbrido similar, siempre y cuando reconozca que eso es lo que está haciendo. A continuación se resumen los temas que han influido en la práctica a medida que se desarrollaba.
Mucho de lo que se dice sobre el yoga es engañoso. Por poner dos ejemplos, ni tiene cinco mil años de antigüedad, como se asegura, ni significa «unión», al menos no exclusivamente. En el que quizá sea el texto yóguico más famoso, el Yoga Sutra, de Patañjali, el objetivo es la separación, aislar la consciencia de todo lo demás. Y la evidencia más antigua de la práctica se remonta a unos dos mil quinientos años. El yoga podría ser más antiguo, pero nadie puede probarlo.
La mayoría de las formas modernas de yoga enseñan secuencias de posturas con respiración rítmica. Este enfoque globalizado es prácticamente el mismo en Shanghái y San Francisco, con pequeñas variaciones entre los distintos estilos. Algunos de estos métodos son invenciones recientes, pero otros son antiguos. Como aparece descrito por el Buda y en las epopeyas índicas, entre otras fuentes, los ascetas utilizaban la práctica física para cultivar la autodisciplina, manteniendo posturas difíciles durante largos periodos. Otras posturas evolucionaron entre tanto, originalmente como calentamiento para la meditación sentada.
En los últimos años, los estudiosos han aprendido mucho más sobre la historia del yoga. Sin embargo, sus descubrimientos pueden resultar de difícil acceso. Las últimas investigaciones se publican en revistas académicas o en colecciones de artículos editados en bibliotecas universitarias. Aunque algunos de estos trabajos están ahora disponibles en línea, sus conocimientos se dirigen más a especialistas que a lectores en general. Este libro incluye muchos hallazgos nuevos, presentados en un formato diseñado para practicantes. El objetivo es poner de relieve ideas que los lectores puedan aprovechar para mantener vivas las tradiciones en el siglo XXI.
Ofrece una visión general de la evolución del yoga desde sus orígenes hasta la actualidad. Puede leerse cronológicamente o como guía de referencia histórica y filosófica. Cada breve sección aborda un elemento, citando textos tradicionales y contextualizando sus enseñanzas. Las fuentes de las citas traducidas figuran en notas al final del libro, junto con una bibliografía detallada. Mi intención es aclarar las cosas sin simplificar.
Lo que escribo ha surgido de mi labor docente en el Oxford Centre for Hindu Studies (Centro de Estudios Hinduistas de Oxford), en cursos de formación para profesores de yoga y en cursos en línea sobre textos y tradiciones. He tenido la suerte de estudiar con algunos de los principales investigadores más destacados del mundo en este campo, y obtener un máster por la SOAS (antigua Escuela de Estudios Orientales y Africanos) de la Universidad de Londres, sede del pionero proyecto Hatha Yoga. También soy devoto practicante y viajo con frecuencia a la India desde la década de 1990.
Espero que este libro le resulte instructivo e inspirador.
La palabra «yoga» es difícil de definir. Viene de yuj, una raíz sánscrita que significa unir cosas, de la que el español obtiene «yugo». Según el contexto, «yoga» tiene docenas de significados, desde «un método» a «equipar a un ejército» uniendo carros. La mayoría de las descripciones de la práctica implican concentración, refinar la conciencia para ver a través de las ilusiones.
Los textos hablan principalmente del yoga como un estado interior, en el que la ausencia de pensamiento produce percepciones transformadoras. Si la consciencia no percibe más objeto que a sí misma, no somos quienes creemos ser. El fruto último de esta realización es la liberación del sufrimiento. Sin embargo, también hay otras metas en el camino, desde la búsqueda de beneficios materiales y poderes sobrenaturales hasta la renuncia a las posesiones y a la existencia mundana. En general, la mayoría de los enfoques logran un equilibrio entre la acción disciplinada y el desapego.
En la práctica, el yoga trata de nuestra relación con todo. Aunque no es una religión en sí, hunde sus raíces en las tradiciones religiosas de la antigua India. Los textos suelen enseñar técnicas yóguicas junto con metafísica y doctrina espiritual. El título de uno de los libros más populares sobre yoga, la Bhagavad Gita, significa el «Canto del Señor». Sin embargo, las enseñanzas sobre la práctica subrayan repetidamente que cualquiera puede llevarla a cabo, independientemente de que sea o no religioso.
El yoga es descrito a veces como una ciencia, pero sus efectos no son fáciles de medir. Dado que la práctica consiste en experimentos en uno mismo, sus resultados son subjetivos y es difícil establecer conclusiones más generales. Lo que funciona para una persona puede afectar a otras de forma diferente. Esta es en parte la razón de que existan tantos métodos. Por ejemplo, los textos dicen que el estado yóguico puede alcanzarse mediante el esfuerzo (hatha yoga), la acción desapasionada (karma yoga) o la devoción (bhakti yoga). Aparte de su objetivo común, cada una de estas disciplinas tiene una cosa en común: hay que practicarlas. Las palabras solo pueden desencadenar la búsqueda del conocimiento directo.
Por ello, los practicantes tradicionales pueden desconfiar de la filosofía del yoga y preferir encarnar lo que significa. Eso está muy bien, pero hoy en día pocos de nosotros compartimos los mismos objetivos básicos que los antiguos yoguis, que luchaban por liberarse del renacimiento. La mayoría de nosotros intentamos encontrar paz en respuesta a los retos de la vida, o explorar lo que nos impide sentirnos plenos. Las enseñanzas yóguicas pueden servirnos de guía, pero algunas de sus ideas pueden no coincidir con nuestras prioridades, y algunos aspectos de la tradición pudieran requerir de una reinterpretación a la luz de los conocimientos modernos.
Las adaptaciones siempre han formado parte del desarrollo del yoga. Aunque su objetivo último trasciende el tiempo y el espacio, siempre ha ido cambiando, inspirándose de diferentes tradiciones. Aun así, hay ideas básicas que hacen que una práctica sea yóguica y no otra cosa (como beber cerveza mientras uno se estira a medias, por citar una tendencia moderna). Al refinar la conciencia de la experiencia interior, el yoga es tanto un método como su resultado, como se describe en el comentario que acompaña al Yoga Sutra, de Patañjali (3.6):
«El yoga ha de ser conocido por el yoga,1 y el yoga mismo conduce al yoga.
Quien permanece firme en el yoga siempre se deleita en él».
El sánscrito es la lengua clásica de la literatura índica, incluidos los textos de yoga. Comparte un antepasado común con el latín y el griego, y es, por tanto, un primo lejano del inglés y otras lenguas europeas. La palabra sánscrita no hace referencia al lugar ni a las personas que lo hablan: samskrita significa «perfeccionado» o «bien formado».
Por lo que podemos deducir de los textos más antiguos, los sacerdotes védicos utilizaban una versión del sánscrito hace más de tres mil años. La precisión de sus rituales preservó las enseñanzas orales durante generaciones: fueron memorizadas antes de ser escritas, y los brahmanes modernos, cuyos cánticos recuerdan el sonido musical de la antigua India, siguen aprendiéndolas mediante métodos tradicionales.
La escritura más utilizada para escribir sánscrito es la devanagari, cuyo nombre significa «divina». Algunos de los sonidos representados por sus caracteres no tienen paralelo en español. Para clarificar los textos transcritos, a veces se añaden al alfabeto latino puntos y rayas denominados signos diacríticos. Como en realidad solo tienen sentido para los sanscritistas en ciernes, he optado por omitirlos y he adaptado algunas grafías para facilitar la lectura.
Como ejemplo, aquí tenemos el Yoga Sutra 1.2, de Patañjali, que define el yoga como un estado más allá de la mente. En devanagari, se lee:
Los lingüistas lo transcriben como yogaś cittavṛttinirodhaḥ, que suena como yogash chitta vritti nirodhaha. En general, las letras sh y ch se pronuncian juntas, como en «ship» y «chip». Todas las demás consonantes seguidas de h –incluidas th y ph, y la dh en este ejemplo– no se combinan. En su lugar, la h permanece muda, como en «huevo».
Ahora nos enfrentamos al reto de traducir el sutra, cuya forma minimalista parece engañosamente sencilla. Algunas palabras tienen tantas definiciones que solo cobran sentido cuando se leen en su contexto. Otras no tienen equivalente en español, o únicamente pueden transmitirse mediante frases más largas. Como bromea Wendy Doniger, una destacada erudita: «Cada palabra sánscrita significa ella misma, su opuesto, un nombre de Dios y una postura en las relaciones sexuales».2
El acuerdo entre los traductores es difícil de alcanzar, como demuestran las interminables ediciones de los sutras de Patañjali, cuyos significados se han debatido durante siglos en los comentarios indios. Una versión reciente de la frase anterior, de Edwin Bryant, define el yoga como: «El aquietamiento de los cambiantes estados de la mente»3. Un siglo antes, James Haughton Woods lo definió como: «La restricción de las fluctuaciones de la mente».4 La última versión, del experto en Patañjali Philipp Maas, suena más intensa: «El yoga es la desconexión de los procesos de la capacidad mental».5
Para ilustrar lo que puede entenderse con la misma frase sánscrita, consideremos esta creativa interpretación de Kofi Busia, profesor de yoga desde los años setenta: «La plenitud consiste en ser y hacerse consciente».6
Rara vez hay versiones definitivas de los textos yóguicos. Lo más cercano que los estudiosos consiguen se llama edición crítica, que reúne tantos manuscritos supervivientes como sea posible, resolviendo discrepancias en sánscrito ocasionados por problemas como los errores de copia. Incluso con la mejor de las intenciones, las traducciones siguen siendo imprecisas, basadas en una mezcla de conocimiento e intuición. En cualquier caso, se dice que las ideas del yoga son imposibles de expresar con palabras, por lo que es inevitable perder parte de sus matices al traducirlas.
Las primeras descripciones escritas de la práctica yóguica aparecen en las Upanishads, junto con otras fuentes de la misma época. Sin embargo, también hay influencias más antiguas, como las ideas de los Vedas y las austeridades ascéticas. No está muy claro lo sucedido, pero los temas fundamentales pueden ser identificados.
Los orígenes del yoga son difíciles de precisar. La mayoría de las pruebas disponibles proceden de textos que ponen por escrito una tradición oral que comenzó mucho antes. Aparte de estas primeras composiciones, que dicen muy poco sobre las técnicas yóguicas, en realidad solo tenemos mitos y un puñado de fragmentos descubiertos por arqueólogos.
Por supuesto, podríamos entrevistar a practicantes modernos, que podrían contarnos lo que decían sus maestros, y lo que esos maestros decían que decían sus maestros, y así sucesivamente, sugiriendo un linaje que se remonta a tiempos prehistóricos. Sin embargo, nadie conoce con certeza su antigüedad. También podríamos afirmar que el yoga, como todo lo demás, nació del «vientre dorado» cósmico llamado Hiranyagarbha, como explica uno de los textos más antiguos.
Algunas de las primeras descripciones de técnicas físicas proceden del Buda, que se dice que las probó antes de su despertar hace dos mil quinientos años. Sus discursos mencionan sus estudios con ascetas yóguicos. No parecía impresionado1 por sus difíciles métodos, quejándose de que uno llamado «meditación totalmente sin respiración» le provocaba «fortísimos dolores de cabeza», mientras que intentar sobrevivir con una dieta minimalista hacía que la piel de su vientre le tocara la columna vertebral, produciéndole «sensaciones dolorosas, agudas y graves debidas a una tortura [autoinfligida]». Abandonando tales austeridades, buscó un camino intermedio entre la indulgencia y la restricción, preguntándose si «¿podría haber otro camino hacia la iluminación?» (Majjhima Nikaya I.237-251).
Los relatos índicos más antiguos ofrecen visiones místicas de la meditación profunda, sin decir mucho sobre cómo alcanzarla. Las primeras menciones del «yoga» en las tradiciones védicas se refieren a la vinculación de carros a animales –a menudo para luchar– o a descripciones de sacerdotes absortos en rituales. «Los sabios de la gran omnisciencia controlan su mente y dominan sus pensamientos»,2 dice el Rig Veda (5.81.1), el texto sagrado indio más antiguo, que según los estudiosos fue compuesto hace unos tres mil quinientos años. «El que conoce la ley ha ordenado las funciones ceremoniales. Grande es la alabanza de la divina Savitri».
Sin dejarse intimidar por tan crípticas referencias, hay quien sostiene que el yoga es más antiguo. La cifra ampliamente citada de cinco mil años se refiere a una civilización de la Edad de Bronce en el valle del Indo, que comerciaba con Sumeria y posiblemente con Egipto. Entre sus reliquias hay sellos de esteatita adornados con imágenes. Parecen etiquetas para bolsas de mercancías. La escritura en las imágenes sigue sin haber sido descifrada, pero puede haber tenido un significado ritual. Un sello muestra una figura rodeada de animales, aparentemente sentada con las rodillas abiertas. Como se asemeja a una postura de meditación, algunos lo llaman yoga. Sin embargo, en ausencia de cualquier descripción de su objeto, parece descabellado, sobre todo porque no apareció ningún otro registro de práctica sistemática hasta mucho más tarde.
El consenso de los estudiosos es claro: el yoga comenzó entre ascetas en el norte de la India, más allá de la corriente principal de una religión védica que estaba vinculada a las tradiciones del Asia central. Emigrantes que se llamaban a sí mismos arya (una palabra que significa «noble» y que es también el origen del nombre de Irán) organizaron elaboradas ceremonias centradas en el fuego. Eran nómadas con caballos y ganado, y se aventuraron hacia el este a través de la llanura gangética en busca de pastos. Los Vedas son odas a sus dioses, que describen formas de preservar el orden cósmico y la prosperidad comunitaria.
Sin embargo, algunas ideas de los Vedas inspiraron a los primeros yoguis. Los cantos védicos son ricos en metáforas. Como el fuego era la boca de los dioses, ofrecerle comida y otros dones sacrificiales preservaba un estado auspicioso. Un himno rinde homenaje a la mantequilla clarificada, una oblación que aún se vierte sobre las llamas sagradas. Describe visiones místicas que suenan casi yóguicas (Rig Veda 4.58.11):
«El universo entero está puesto en tu esencia,
en el océano, en el corazón, en la vida.
Déjanos ganar tu ola melosa que es traída
a la faz de las aguas mientras fluyen juntas».3
Algunas de las primeras descripciones sobre la práctica física proceden de extranjeros. Poco después de la época del Buda, Alejandro Magno invadió la India. Los historiadores griegos4 describen cómo su ejército vio a «quince hombres de pie en diferentes posturas, sentados o tumbados desnudos» bajo el sol abrasador del Punjab. Otro hombre, que vino a visitar a Alejandro «estaba de pie sobre una pierna, con un trozo de madera de tres [pies] de largo levantado con ambas manos. Cuando se le cansaba una pierna, cambiaba a la otra, y así continuó todo el día».
Si pasar horas en el equivalente de la «postura del árbol» suena excesivo, prueba con doce años. Las austeridades tradicionales a menudo se llevan a cabo durante este período de tiempo. Algunos practicantes nunca se sientan, duermen desplomados en un columpio; otros se mantienen sobre una pierna o con un brazo en alto. Un ejemplo reciente es Amar Bharti, un asceta que apareció en la televisión en documentales y programas menos reverentes, como An Idiot Abroad (Un idiota en el extranjero). Al final de su vida, en 2019, su brazo derecho había estado extendido desde la década de 1970, y parecía estar pegado por encima de su cabeza. Nudoso y demacrado, parecía bloqueado en su lugar por un hombro torcido, con las uñas como virutas de madera ennegrecidas.
La automortificación reduce el apego al cuerpo. Cuando se les pide que lo expliquen, los yoguis utilizan el lenguaje de la devoción. Puran Puri, un indio del siglo XVIII, mantuvo ambos brazos en alto durante décadas. Cuando un funcionario británico le preguntó por qué, respondió que solo Dios lo sabía. Sus reflexiones sobre su decisión eran prosaicas, sin hacer referencia a los beneficios: «Es necesario ser muy abstemio en la comida y dormir durante un año, y mantener la mente centrada, es decir, ser paciente y resignarse a la voluntad de la divinidad –dijo–. Durante un año se soporta un gran dolor, pero durante el segundo menos, y la costumbre reconcilia a la parte; el dolor disminuye en el tercer año, después del cual no se siente ningún tipo de malestar».5
El relato de Puri describe dieciocho penitencias clásicas, de entre las que eligió la opción de «brazos en alto», urdhva bahu. Otra es la llamada «cinco fuegos», que implica estar «inmerso en el humo del fuego por todos lados, y teniendo, en quinto lugar, el sol en lo alto». Algunos practicantes indios todavía lo hacen, sentándose en anillos de estiércol de vaca humeante durante el verano. En la fase final, equilibran una olla de estiércol sobre sus cabezas. El término técnico para las austeridades es tapasya, que viene de tapas, que significa «calor». Esto simboliza el fuego védico, que los ascetas interiorizan. El celo de su esfuerzo es alquimia disciplinada, manipulando la materia para abrir la mente a verdades más elevadas. El dios védico Agni personificaba el fuego, y era adorado al amanecer y al atardecer en el ritual agnihotra, cuyas llamas se vincularon al sol, la fuente de la vida.
El cultivo de tapas es parte integral del yoga. En los Yoga Sutras, de Patañjali (2.43), se dice que su ardor es purificador. Al alejarse de las exigencias del cuerpo y de los estímulos sensoriales, los ascetas se preocupan menos por los deseos y las aversiones. Esto facilita la concentración en el interior y en el infinito.
Según la tradición india, las palabras de los Vedas fueron reveladas a sabios místicos o rishis. Los cantos védicos son una grabación fiel de lo que oyeron, hasta el tono de cada sílaba sánscrita.
Como los propios Vedas lo describen, «los sabios formaron el habla con su pensamiento, tamizándolo como se tamiza el grano a través de un tamiz [y] cuando pusieron en marcha el primer principio del habla, dando nombres, su secreto más puro y perfectamente guardado fue revelado a través del amor» (Rig Veda 10.71).6 El lenguaje se personifica como Vach, la voz del cosmos, que «se revela a alguien como una esposa amorosa que, bellamente vestida, revela su cuerpo a su marido». Encantados por la presencia de esta diosa, los rishis la canalizaron en versos.
La mayoría de sus obras son cantos de alabanza, que combinan instrucciones de ritos sagrados con historias de dioses. El más popular de ellos es Indra, un guerrero que empuña un rayo; otros representan el cielo, la tierra, el tiempo y el sol. Hubo dos deidades menores que cobraron importancia en textos posteriores: Vishnu, el preservador, y Rudra, el feroz dios de las tormentas, que tiene poderes curativos y más tarde se revela como una forma de Shiva. Rudra es «el sabio que vuela»7 con el «pelo trenzado», que a veces se ata en un nudo de rastas como los sadhus yóguicos que aún vagan por la India moderna (Rig Veda 1.114).
Otro personaje védico se hace eco de estos temas. El keshin es un «asceta de pelo largo» que «navega por el aire» como si cabalgara el viento controlando su respiración. Junto con Rudra, «lo revela todo, para que todos puedan ver el sol» (Rig Veda 10.136).8 Le ayuda una droga sin nombre, que parece provocar fuertes alucinaciones. Otros himnos saludan a una sustancia similar conocida como soma, «la dulce bebida de la vida», que era aclamada como un dios. Como declara uno de los rishis tras tomar un poco: «Inspira buenos pensamientos y alegre expansividad hasta el extremo» (Rig Veda 8.48).9
Nadie sabe a ciencia cierta lo que era el soma, pero desempeñó un papel importante en la vida védica. Un himno venera las piedras que fueron utilizadas para exprimir el jugo de los tallos de las plantas, antes de ser mezclado con leche o agua (Rig Veda 10.94). El brebaje resultante recuerda un poco a la ayahuasca, la bebida psicodélica de los chamanes amazónicos. Fuera lo que fuera el soma, era difícil obtenerlo cuando la cultura védica se extendió hacia el este. Otras sustancias fueron usadas como sustitutos, y las ofrendas se volvieron más importantes que el consumo. Con el tiempo, el significado del soma fue reinterpretado. A veces se sugiere hoy en día que representa la trascendencia, por lo que no se bebía nada sino pura consciencia.
Independientemente de que los rishis estuvieran «colocados», dejaron algunas palabras que expanden la mente. Un himno sobre la creación está plagado de paradojas (Rig Veda 10.129).10 Dice que el mundo puede haberse «formado a sí mismo, o tal vez no», mientras que el deseo «fue la primera semilla de la mente» y «los dioses vinieron después, con la creación de este universo». Esto se atribuye a una fuente conocida como «Quién», y a veces «Uno». En otras palabras, el cosmos tuvo turbios comienzos: la forma fue precedida por el pensamiento, y la conciencia insufló vida a la materia.
Las drogas desempeñan papeles ambiguos en la práctica yóguica. Uno de los sutras de Patañjali (4.1)11 dice que unas «hierbas» sin nombre producen poderes místicos (al igual que las austeridades, el canto de mantras, la meditación y tener buena suerte por una vida anterior). Muchos ascetas indios fuman cannabis sin parar, que consideran un regalo de Shiva, cuyo nombre significa «el auspicioso». El objetivo no es drogarse, aunque obviamente lo hacen, sino separarse del mundo y de las normas convencionales. Sin embargo, su hábito puede convertirse en un apego en sí mismo. Para los practicantes, esto es irrelevante, mientras vean más allá de la mente.
Los renunciantes prosperaron al margen de la sociedad védica. Entre ellos estaban los vratyas, jóvenes solteros que tomaban votos de celibato para llevar a cabo un sacrificio en invierno fuera de las aldeas, matando vacas valiosas como ofrenda a los dioses por un año prospero. Se les permitía transgredir, merodear en bandas para asaltar a las tribus vecinas y robar ganado.
Al igual que los ascetas guerreros de siglos más recientes –que luchaban como mercenarios y se resistían a la ocupación–, los ratyas combinaban lo violento y lo sagrado, proporcionando una válvula de escape para la exuberancia juvenil. También canalizaban la energía hacia el interior para cultivar poderes y utilizarlos en rituales.
Los Vedas dicen que un vratya podía dominar su aliento para ser uno con el cosmos. Un himno proclama: «Homenaje a la respiración», y la denomina prana, la fuerza vital que lo anima todo. «La respiración es el señor de todo, tanto de lo que respira como de lo que no», explica el texto: «En la respiración está todo establecido» (Atharva Veda 11.4).12
Otro pasaje da una idea temprana de la respiración yóguica (Atharva Veda 15.15-17).13 Enumera siete formas de respiración ascendente (algo confusamente, también llamada prana), siete respiraciones descendentes (apana) y siete que impregnan todo el cuerpo (vyana). Se dice que el vratya las visualiza en relación con su entorno, a partir de cinco elementos básicos (tierra, agua, fuego, viento y espacio) hasta el sol, la luna, las estrellas, el paso de las estaciones y todas las criaturas. Su hálito también está vinculado a las ofrendas sacrificiales.
En una notoria ceremonia védica llamada el «gran rito» (mahavrata), una prostituta sedujo a un joven vratya. Y como parte de otro ritual importante –el ashvamedha o «sacrificio del caballo– tenía que simular tener sexo con el cadáver del animal. Al igual que las prácticas tántricas poco ortodoxas siglos más tarde, estos despliegues de contención abandonada crearon poder desdibujando los límites. La hasta entonces energía reprimida del vratya célibe se liberaba, con la idea de que fertilizaría el suelo. Desde la perspectiva védica del bienestar comunal, cuanto menos restringida era esta actuación, mejor.
Por extrañas que nos puedan sonar a nosotros ahora, estas prácticas trataban de preservar un equilibrio cósmico. Sobre la base de los antiguos cultos a la fertilidad, consideraban el cuerpo como el universo en un microcosmos. Si el tapas transformador estaba vinculado al sol, entonces la actividad sexual ritualizada podría mantenerlo en ascenso.
El Veda más antiguo incluye un elogio a la naturaleza que se recita mucho en la India moderna (Rig Veda 3.62.10). Es conocido como Gayatri, el ritmo poético al que se ajusta, pero también lleva el título de Savitri, nombre que designa el poder creador del sol.
Cuando se enseña como mantra, comienza con «Om», el sonido de la unidad en todo, seguido de otras tres palabras místicas (bhur, bhuvah y svah) que se refieren al cosmos. Junto con el resto del verso, celebran al sol por facilitar la vida con calor y luz. Esta perspectiva reverencial también puede iluminar la sabiduría interior, recordándonos nuestra dependencia de las fuerzas naturales.
Los tradicionalistas védicos cantan estas palabras en tres tonos bajos, pero hoy en día también se cantan con otras melodías:
om bhur bhuvah svah
tat savitur varenyam
bhargo devasya dhimahi
dhiyo yo nah prachodayat
«Cielo, tierra y todo lo que hay entre ellos.
Que contemplemos el poder radiante
de la divina luz y energía del sol;
que esto inspire nuestro entendimiento».14
Otro mantra popular que procede de los Vedas invoca la inmortalidad (Rig Veda 7.59.12). Rinde homenaje a Shiva como conquistador de la muerte (mrityumjaya), que en textos posteriores se convierte en una metáfora de la consciencia.
om tryambakam yajamahe sughandhim pushti vardhanam
urvarukam iva bandhanan mrityor mukshiya mamritat
«Adoramos al Shiva de tres ojos,
cuya dulce fragancia nutre nuestro crecimiento.
Al igual que el fruto del pepino se desprende de su tallo cuando madura,
libéranos del apego y de la muerte; no nos alejes de la inmortalidad».15
El mantra Gayatri y versos similares son formas védicas de saludos al sol. Ninguno de ellos describe la gimnasia que implican esas palabras en el yoga moderno. La mayoría dan gracias por la energía solar, representada como «el alma de todo lo que se mueve o no se mueve» (Rig Veda 1.115).16
Aunque el sol se personifica como Surya, los dioses relacionados tienen rasgos solares, como Savitri, la fuerza creadora del mantra Gayatri, y Pushan, que impulsa al sol por el cielo. Arka y Mitra también son sinónimos de Surya. Algunos cantos utilizados en el yoga postural citan estos nombres, junto con otros. Muchos de ellos aparecen también en el Adityahridayam, un himno de la epopeya Ramayana, que otorga poderes al dios Rama para luchar contra un demonio.
Equiparar el sol a la fuerza interior forma parte de una herencia milenaria: «La luz que brilla por encima de este cielo, por encima de todo», dice la Chandogya Upanishad (3.13.7).17 «Es la misma que esta luz que está aquí dentro de la persona». Durante mucho tiempo se ha ofrecido agua, comida y flores a las divinidades solares, acompañadas de reverencias y postraciones. Pero el primer registro textual de acciones secuenciales llamadas «saludos al sol» data de principios del siglo XX. El rajá de Aundh, un estado principesco indio, era un entusiasta de la forma física que escribió un libro titulado Surya Namaskars. En él enseñaba una serie de posturas para cultivar la fuerza, que el rajá había aprendido de su padre. A todas las escuelas en su reino se les dijo que la enseñaran.
Los profesores de yoga adoptaron el término para enfoques afines, combinando movimientos físicos centrándose en la respiración y, a veces, el canto de mantras sánscritos. La mayoría de los sistemas de yoga incluyen su propia versión del saludo al sol, con variaciones en las posturas, las transiciones y cánticos. La docena siguiente es muy escuchada:18
om mitraya namah
Saludos a Mitra, el amigo de todos.
om ravaye namah
Saludos a Ravi, el resplandeciente.
om suryaya namah
Saludos a Surya, que estimula la acción.
om bhanave namah
Saludos a Bhanu, la presencia iluminadora.
om khagaya namah
Saludos a Khaga, que atraviesa el cielo.
om pushne namah
Saludos a Pushan, que da fuerza y nutre.
om hiranya garbhaya namah
Saludos a Hiranyagarbha, la fuente cósmica.
om marichaye namah
Saludos a Marichi, el señor del amanecer.
om adityaya namah
Saludos a Aditya, hijo de la diosa eterna.
om savitre namah
Saludos a Savitri, la energía creativa.
om arkaya namah
Saludos a Arka, quien merece ser alabado.
om bhaskaraya namah
Saludos a Bhaskara, que todo lo ilumina.
El significado de veda es «conocimiento». Proviene de la misma raíz sanscrita que avidya, que es el malentendido que resuelve el yoga. Sin embargo, los textos védicos más antiguos no enseñan ninguna técnica; la mayoría se centra en mitos, invocaciones a los dioses y pautas ceremoniales.
Los teólogos clasifican los Vedas como shruti, que significa «lo escuchado» o revelado divinamente, en contraposición a lo compuesto por seres humanos. Otros textos sagrados se denominan smriti, o «recordado», lo que implica que tuvieron autores y, por tanto, menos autoridad. El Rig Veda, o «libro de alabanzas», es el texto más antiguo y consta de más de mil himnos.
Los sacerdotes que recitaban estos versos se conocen como brahmanes, pero también tienen títulos que denotan sus funciones. El hotri es el recitador jefe del sacrificio del Rig Veda. Es asistido por el adhvaryu, que organizaba el fuego y preparaba las ofrendas, y por otros subordinados. Más tarde, Vedas posteriores incluían una gama más amplia de deberes y más cantos melódicos por parte del udgatri, el sacerdote principal del Sama Veda.
La asignación de los brahmanes como maestros de ceremonias tiene respaldo védico. Como narra un himno, los dioses cortaron un hombre en partes para crear el mundo, junto con las cuatro principales clases sociales. El sol fue hecho de sus ojos, y la luna de su mente, mientras que «su boca se convirtió en el Brahmán; de sus brazos se hizo el Guerrero, de sus muslos, el Pueblo, y de sus pies nacieron los Siervos» (Rig Veda 10.90.12).19
Este versículo se ha utilizado para justificar el sistema de castas, incorporando numerosos subgrupos de clases inferiores. En su momento, no era más que una idea sobre la estructura social. Aun así, los sacerdotes védicos tenían mayor estatus. Solo los brahmanes podían pronunciar los sonidos que hacían funcionar los rituales, y estas ceremonias se hicieron más complejas a medida que los nómadas se asentaban, formando estados. Sus gobernantes, en busca de buena fortuna, patrocinaron más sacrificios, y estas elaboradas actuaciones necesitaron de más brahmanes, cuyas funciones se hicieron más especializadas.
Los himnos del Rig Veda fueron remezclados y ampliados en el Sama Veda (libro de cantos) y el Yajur Veda (libro de rituales) hace unos tres mil años. Otra colección de la misma época, el Atharva Veda, debe su nombre a un brahmán. Su amplio contenido incluye conjuros para curar enfermedades, revertir desgracias, y paralizar a los enemigos.
Cada uno de los Vedas se divide también en categorías. A medida que con el paso de los siglos, las «colecciones» originales (samhitas) necesitaron comentarios suplementarios. Como estos se referían a los deberes de los sacerdotes, fueron titulados brahmanas, el sánscrito para los brahmanes. También había aranyakas explicativos, o «textos del bosque», solo para la contemplación y la recitación. Las partes finales de los Vedas, las místicas Upanishads, son más filosóficas, incluidas algunas de las primeras enseñanzas sobre el yoga.
Hasta hace relativamente poco, «hindú» era una etiqueta geográfica utilizada por los persas. Se refería al pueblo que vivía al este del río Indo, una zona conocida en sánscrito como sindhu, y para los árabes como al-Hind. Los imperialistas británicos tomaron prestado el nombre en el siglo XVIII y llamaron al norte de la India «Hindustán», o tierra de los hindúes.
En el siglo XIX, el significado se había reducido: los hindúes eran la mayoría india cuya religión no era el islam, el cristianismo, el sijismo o el jainismo. Al clasificar el «hinduismo» como las doctrinas de los sacerdotes brahmanes, los eruditos coloniales tradujeron los textos para ayudarse a subyugar a los nativos mediante leyes tradicionales. Muchos hindúes adoptaron los nuevos términos para parecer más modernos frente a los intentos de conversión de los misioneros. Esto reforzó la identidad colectiva mientras presionaban por la independencia.
Los académicos utilizan una palabra diferente para la antigua religión que procede de los Vedas: brahmanismo. Se basa en el nombre de sus sacerdotes, con un eco subyacente de la unidad cósmica identificada como Brahman en las Upanishads. A medida que se desarrollaron, las tradiciones brahmánicas se dividieron en sectas que comunicaban sus enseñanzas a través de numerosas deidades. Cada una representaba la verdad última de formas diferentes, pero en general los dioses pueden considerarse portales hacia el infinito. Los más populares son Shiva, las encarnaciones de Vishnu (como Krishna y Rama) y las manifestaciones de la Diosa, junto con Hanuman –el dios mono compañero de Rama– y Ganesha, el elefante que elimina los obstáculos.
Aunque los yoguis indios suelen ser devotos de dioses concretos, su objetivo último es un estado informe de pura consciencia, que trascienda el pensamiento y la visión personal del mundo. Esta percepción liberadora tiene poco que ver con el ritual sacerdotal. Originalmente, los ascetas buscaban acceder a ella en solitario, retirándose de la sociedad y de la religión védica. Sin embargo, a medida que las enseñanzas yóguicas se hicieron más populares a través de los siglos, también se incluyeron en los textos brahmánicos, lo que sugiere que el yoga fue predominante desde el principio.
En general, los hindúes son eclécticos y diversos. Algunos dicen que todas las deidades son iguales y que cada una encarna cualidades a las que se puede aspirar. Otros llaman a su dios elegido el Ser Supremo y consideran al resto versiones inferiores. Algunos textos explican que lo divino está en el interior, mientras que otros afirman que solo existe en un plano aparte. Las tradiciones populares también se combinan con el panteón hindú. Persisten los ritos de fertilidad y las ofrendas a dioses a los que solo se puede apaciguar viendo sangre. Al igual que el propio yoga, la religión se adapta absorbiendo ideas, que hace que parezcan ortodoxas.
Para enfatizar la cohesión hindú, muchos en la India llaman ahora a su religión sanatana dharma, que significa una forma «eterna» de verdad. Aunque la expresión se encuentra a veces en textos antiguos, puede tener distintos significados. Por ejemplo, del libro de leyes brahmánicas Manu Smriti (4.138):20