Hombres con corazón - Fina Sanz - E-Book

Hombres con corazón E-Book

Fina Sanz

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Beschreibung

Un grupo de hombres, pasados ya los 50  años, reflexionan sobre su vida. Hablan de sus sentimientos, de cómo se perciben a sí mismos física y  emocionalmente, cómo viven la espiritualidad, cómo han sido y son actualmente sus relaciones de pareja, amorosas o sexuales, y cómo viven su vida social. La narración pasa del adentro al afuera, de lo íntimo a lo social, y de lo social a lo personal y relacional. Hombres que se reúnen sin haberse conocido previamente, para hablar de su sentir; para aprender de la experiencia de escucharse y escuchar a otros, iguales y diversos. Esta experiencia parte de un "Proyecto de Reflexión para Hombres en  la Segunda Mitad de la Vida", coordinado por Fina Sanz, para dar voz a los hombres; a los hombres que quieren hablar de verdad, porque hablan desde el corazón.

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Fina Sanz

Hombres con corazón

© 2014 by Fina Sanz

© de la edición en castellano:

2015 by Editorial Kairós, S.A.

Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España

www.editorialkairos.com

Composición: Pablo Barrio

Diseño cubierta: Katrien Van Steen

Fotografía de la autora: Eva Mañez

Primera edición en papel: Febrero 2015

Primera edición en digital: Febrero 2023

ISBN papel: 978-84-9988-436-3

ISBN epub: 978-84-1121-155-0

ISBN kindle: 978-84-1121-156-7

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

Los beneficios de este libro irán destinados a los proyectos de cooperación de la Fundación Terapia de Reencuentro.

Sumario

Prólogo de Julián Fernández de Quero LucerónIntroducción1. Cambios físicos2. Cambios emocionales3. Sexualidad4. Espiritualidad5. Vida social6. Algunas reflexiones en torno a estos diálogosAgradecimientosDirecciones

Prólogo

Cuando mi admirada amiga Fina Sanz me llamó por teléfono para proponerme que le escribiera un prólogo al último libro que tenía en fase de borrador, acepté encantado por una simple razón: si está dentro de mis posibilidades, nunca le niego una petición a Fina. Mi admiración hacia ella se justifica en las tres virtudes que más valoro en las personas: la honradez, la coherencia y la constancia. A lo largo de su ya dilatada profesión, Fina ha sabido ser honrada, coherente y constante. Yo, que he seguido de cerca su caminar por la vida, doy fe de ello. Desde sus inicios, se propuso convertir en realidad el lema feminista de «lo personal es político», y así lo ha hecho. Como terapeuta, ha trabajado con la anécdota de lo concreto —una persona, un trauma, una conducta—, y como escritora, ha convertido la anécdota en categoría universal: el erotismo, el amor, la enfermedad, la terapia, el género son los grandes temas que surgen en sus libros a partir de la reflexión sobre lo concreto de las personas, de sus vidas, incluyendo su propia vida. Desligar lo personal de lo público en ella es imposible.

Su último libro, Diálogo de mujeres sabias, corrobora todo lo dicho. Reúne a un grupo de mujeres de mediana edad, las pone delante de una grabadora y les dice: «Tenéis que hablar de cinco temas desde vuestra propia experiencia». Y ellas se ponen a hablar de sexualidad, de espiritualidad, de sus cambios sociales, de los cambios en sus cuerpos y de sus emociones. Un cúmulo de experiencias y vivencias variopintas, entre las que resaltan destellos de sabiduría, esa sabiduría que produce la vida cuando ha sido vivida intensamente. En las múltiples presentaciones del libro que Fina ha realizado por todo el país, se la anima a escribir algo similar, pero donde quienes hablen sean los hombres. Ella, que siempre ha trabajado con una perspectiva integral de género (cuando todavía no se había teorizado acerca del tema) y en su Instituto de Terapia del Reencuentro había tratado lo mismo a mujeres que a hombres, aceptó el reto y se puso manos a la obra. Por un momento, llegó a sentirse como Diógenes con su farol, buscando al hombre. ¡Qué difícil resultaba encontrar a hombres que estuvieran dispuestos a hablar en grupo de sí mismos, sin hipocresías, ni tapujos ni medias verdades! Dos años intentándolo y nada. Los hombres hablan de deportes, de política, de economía, etc.; desde la razón, debaten, opinan, sentencian, con ardor guerrero y pasión si es preciso. Pero ¿hablar de sí mismos, de sus debilidades y fortalezas, de sus éxitos y fracasos, de sus emociones y de su sexualidad? Fina comprobó que lo tenía muy difícil, pero su coherencia y su constancia, al final, tuvieron su merecido premio. Logró reunir a siete hombres, cada uno de un padre y de una madre, es decir, muy variopintos: profesiones diversas, situaciones sociales distintas, orientaciones sexuales plurales, experiencias afectivas variadas… Solo les asemejaba la edad; era una condición impuesta por Fina. Se trataba de hombres en la segunda mitad de su vida; hombres que ya tenían una trayectoria pasada, un camino andado, y que, a la altura de los cuarenta, cincuenta o cerca de los sesenta años, se paraban durante cinco sesiones a reflexionar acerca de sus experiencias físicas, sexuales, emocionales, sociales y espirituales.

Quedamos en mi casa manchega un día y juntos estuvimos releyendo y comentando el borrador del libro. Y como me ocurrió con el de las mujeres sabias, me enganchó desde el primer párrafo. Los hombres hablan sin tapujos, libremente, a corazón abierto, y entre lo mucho que cuentan, surgen los destellos de la sabiduría que nace de la experiencia vivida. Me sentí plenamente identificado con ellos. Yo pertenezco, desde hace años, al movimiento de hombres igualitarios, grupos de hombres feministas que luchan por la igualdad a partir de sus propios cambios personales. El movimiento surgió de un grupo de hombres que decidieron reunirse para hablar de ellos mismos, de su educación patriarcal, de sus defectos machistas y de las posibilidades de cambiar. Mientras leía el libro, me imaginaba mis reuniones en el grupo de hombres Besana, en el que estoy integrado, y eran idénticas las situaciones. ¡Qué necesidad tenemos los hombres de abrirnos a los demás, de mostrarnos tal cual somos, de expresar el dolor, el miedo, la tristeza, la ternura, la ira! ¡Nos han manipulado tanto desde la niñez! Apenas llegados al mundo, nos presentan un modelo y nos dicen: «Este es el verdadero Hombre y tú tienes que llegar a ser como él». Y nos pasamos la vida en la ardua tarea de demostrar que somos hombres, como el del modelo, sin llegar nunca a conseguirlo. Como en el mito de Sísifo, escalamos la montaña llevando a cuestas la pesada roca de nuestra masculinidad y, cuando creemos que hemos conseguido llegar a la cima, la roca se despeña cuesta abajo y otra vez a retomar la tarea. Está científicamente argumentado que la mayor parte de las enfermedades y problemas de salud de los hombres están influenciados por un exceso de estrés producido por nuestro síndrome de masculinidad: toxicomanías, deportes de alta competición, accidentes de tráfico, enfermedades cardiovasculares, psicosis, accidentes laborales, etc. La pesada cruz de la masculinidad nos agobia, nos agota y, sin embargo, hay que seguir adelante. ¿Es posible arrojar esa cruz a la cuneta para seguir adelante libre de cargas, sin modelos de referencia, salvo uno mismo? Yo creo que sí, y la vía son los grupos de hombres que se reúnen a hablar de ellos, haciendo del grupo un espacio de intimidad y de confianza.

En el grupo organizado por Fina, la intención no es convertirlo en permanente, sino que el objetivo es que durante un tiempo hablen de cinco temas desde su experiencia personal. Y salen cosas curiosas, típicamente masculinas. Por ejemplo, respecto a los cambios físicos, todos coinciden en reconocer que los tienen, y tratan de asumirlos sin problemas, de aceptarlos y esforzarse en vivir una segunda juventud; así, al final de su reflexión, todos se sienten mejor. Hay como un afán por recuperar el tiempo perdido y vivir el momento, con optimismo, aunque la situación de paro de algunos de ellos pone en peligro esta actitud. Los leo y me veo reflejado. Yo también me he pasado la vida siendo solidario con el mundo, luchando por cambiarlo, centrándome en ayudar a los demás a costa de olvidarme de mí. Pero un cáncer en la segunda mitad de mi vida me hizo reflexionar y darme cuenta de que la solidaridad empieza por uno mismo, que para ayudar hay que autoayudarse, y que es importante darle importancia al día a día. También, cuando me miro en el espejo y veo mi barriga, intento no darle importancia, pero me fastidia. Estoy operado de próstata y también me preocupan las pérdidas descontroladas de orina. A los hombres nos cuesta hablar de estas cosas, y más aún decirlas delante de otros hombres; aunque hacerlo tiene un efecto liberador y reconfortante que los hombres del grupo de Fina reconocen al final de las cinco sesiones.

Un tema especialmente difícil para los hombres son las emociones. Hay emociones que han sido etiquetadas como «masculinas», de las que los hombres presumen: la ira, la alegría, la temeridad, la osadía, el cachondeo. Ningún problema. ¿Quién no ha presumido ante los amigos de haberse enfrentado a un peligro o a una provocación con valentía o de haberse corrido una juerga hasta casi el coma etílico? El problema surge cuando se trata de hablar de la tristeza, la pena, el miedo, el pánico, el sufrimiento, el fracaso, la frustración. ¡Un Hombre nunca reconoce tener esas emociones! ¡Son cosas de mujeres! En el grupo de Fina se habla de estas emociones, los hombres reconocen que lloran muy a menudo, que se sienten muy decepcionados con la política, reconocen los complejos que interfieren en sus relaciones de pareja. Sienten que tienen las emociones a flor de piel y que les hace bien exteriorizarlas. Asumen que tenían el mandato de género de hacerse responsables de su familia, de su pareja, de sus hijos y, ahora, en la segunda mitad de la vida, reaccionan desde su individualidad: «Vivir para mí, vivir el presente, no responsabilizarme de nada». También reconocen que el paro implica una desvalorización como hombre, el depender económicamente de la pareja se lleva muy mal y hay que reaccionar frente a esto. Cuando se descubre esta capacidad de emocionarse sin corsés, la vida te cambia. Llorar viendo una película, enternecerse con los nietos, abrazar a los hijos, expresar tus temores a tu pareja, ¡lo que nos estábamos perdiendo!

Los cambios sexuales son evidentes: hay una reducción considerable de la promiscuidad, del sexo por el sexo, y una mayor inclinación hacia una monogamia más afectiva y sexualmente diversa. Todos reconocen que se masturban, pero también expresan que «follar por follar, me aburre». Quieren algo más, que les cuesta precisar por la separación inducida que hacen entre el sexo y el afecto. En la segunda mitad de la vida, cobra más importancia el vínculo afectivo que saltar de cama en cama, y se experimenta un gran alivio cuando se descubre que el mandato de género de ser siempre el activo, de tomar la iniciativa, de llevar la batuta, no hay por qué cumplirlo. Disfrutar de la pasividad, dejar que la pareja tome la iniciativa y conduzca el proceso es un placer que muchos hombres aún no conocen. También reconocen un temor: el de mirarse en el espejo y sentirse no deseables. Pero lo cierto es que todos somos objetos de deseo para alguien, al margen de nuestro físico.

En relación con la espiritualidad, todos coinciden en que no debe confundirse con la religión. Hay creencias variadas: la muerte, el vacío, los espíritus, la energía. Hay una necesidad de creer en algo, y las religiones se aprovechan de esa necesidad que tenemos las personas para implantar su mensaje de dominación. Se confunde la espiritualidad con la sensibilidad. Yo creo en la capacidad sensible del ser humano, en su proyección empática hacia el universo, en las posibilidades que genera de convertir la realidad en el arte de vivir. A eso lo llamo espiritualidad.

Por último, en cuanto a los cambios experimentados en su vida social, tienen conciencia de que se deben sobre todo al hecho de que mientras que en la primera etapa de la vida el trabajo era el eje en torno al cual giraba todo lo demás, ahora, en la actual segunda etapa, la ausencia de trabajo y el paro, aparte de generar frustración, depresión e indignación, son los que marcan sus relaciones sociales, como consecuencia del mayor tiempo libre. Reconocen que sus mejores relaciones las tienen con mujeres y no con hombres, se dan cuenta, asimismo, de que han aprendido a relativizar casi todo (a veces, se pasan), a poner límites a las relaciones, a no lanzarse a ciegas y a ser más tolerantes. Expresan cómo han cambiado las relaciones, las dependencias, las amistades. Dicen algo que me impacta: «A los hombres nos cuesta relacionarnos, hasta el punto de que nos supone un gran esfuerzo incluso llamarnos por teléfono». Totalmente de acuerdo. También hablan de las redes sociales y de cómo han fomentado otras formas de relacionarse, aunque dicen que hay que saber usarlas, sin excesos.

Al final, a modo de conclusiones, estos hombres reconocen que les cuesta definir qué es la segunda mitad de la vida y asumirla, que viven los procesos de manera diferente a las mujeres, porque los mandatos de género son distintos, saben de sus dificultades para expresar las emociones y la necesidad de trabajarlas a fondo. Hablan de la necesidad de educar en valores que no sean de género, sino humanos. Felicitan a Fina por la iniciativa que les ha permitido reunirse y se muestran partidarios de reunirse más veces y hacer partícipes a más hombres de la experiencia. Estoy de acuerdo con ellos. Muchas gracias, querida amiga, por ocuparte de nosotros. Realmente, lo necesitamos.

JULIÁN FERNÁNDEZ DE QUERO LUCERÓN

Miembro fundador de la Fundación Sexpol

Miembro de la Asociación de Hombres para la Igualdad de Género (AHIGE)

Introducción

¿Qué sienten, qué piensan y cómo viven los hombres su segunda mitad de la vida?

Este libro forma parte de un proyecto que realicé para la Fundación Terapia de Reencuentro1 (FTR), que se inició con un grupo de reflexión de mujeres en la segunda mitad de la vida, y que dio lugar al libro Diálogos de mujeres sabias.2 Con este proyecto se quería dar visibilidad al sentir de las mujeres que, en ese periodo, socialmente están «invisibilizadas». Queríamos hacerlas presentes, darles visibilidad y rescatar sus voces, que, con el avance de la edad, se vuelven más sabias.

Pero… ¿y los hombres? ¿Qué sienten, qué piensan los hombres en ese mismo periodo? Porque, si bien los hombres tienen mayor presencia y visibilización social, no se sabe muy bien qué les ocurre porque no hablan de ello. Se escuchan poco a sí mismos, se reúnen poco o nada con sus iguales para comentar temas personales. Cuando se juntan entre ellos, suelen hablar de temas «masculinos»: deporte, trabajo, negocios o mujeres…, pero no suelen comunicar sus sentimientos, lo que les preocupa íntimamente. Por una parte, a veces no hablan porque no saben lo que sienten; por otra, porque cuando lo saben, les avergüenza contarlo, porque los mandatos de género los «obligan» a estar continuamente seguros, a ser fuertes, a mostrarse duros…, y temen reconocer que en determinados momentos no se sienten así, pero no se suelen animar a contarlo por el temor de no sentirse escuchados ni comprendidos por otros hombres, que a su vez tienen las mismas dificultades.

Siendo como soy una profesional feminista, siempre he tratado de incentivar el autoconocimiento y unas relaciones humanas más placenteras, autónomas y justas. Por ello he trabajado con mujeres y hombres en la consulta, pero también en los grupos y en los másteres de formación, donde he procurado que, al margen de las opciones sexuales, edades o currículos, hombres y mujeres traten de comprender los procesos humanos y sus determinantes sociales, de género y experienciales, que les hacen vivir frecuentemente en la desconfianza, el miedo y el sufrimiento. Animo a que busquen cómo generar aquellos cambios personales que favorezcan las relaciones equitativas, saludables y de buen trato entre hombres y mujeres, entre las personas que vivimos en este mundo.

Tras las presentaciones del libro de Diálogos de mujeres sabias, varias cosas me animaron a investigar acerca de lo que les ocurre a los hombres en este periodo vital.

Por una parte, el agradecimiento de muchos hombres que asistían a las presentaciones, dado que —según comentaban—, gracias a los testimonios del libro, habían podido entender mejor a las mujeres cercanas: sus compañeras, parejas, madres o amigas. Por lo tanto, pensé que también podría ser útil para las mujeres conocer qué piensan y sienten los hombres.

Por otra parte, un amigo muy querido, psicólogo jubilado y docente universitario de una universidad colombiana, después de haber leído el libro, no solo nos felicitó a las participantes del grupo, sino que al hilo del texto quiso compartir con todas nosotras, a través de una larga carta muy emotiva, su propio sentir y sus vivencias en ese periodo de edad. Me ha parecido interesante aportar esta carta, porque, a pesar de ser latinoamericano y un poco más mayor que los hombres que participan en este libro, muestra muchos puntos similares a lo que ellos han compartido.

[…] me siento motivado por el texto, y sobre todo por la sabiduría y valentía de sus autoras, a compartir algunas cosillas de mi propia cosecha:

Con respecto a los cambios físicos, soy un hombre de 62 años de edad que estuve acostumbrado a realizar actividades deportivas (footing y natación) a lo largo de mi vida profesional como docente universitario y que ahora no puedo realizar frecuentemente porque el footing me produce hinchamiento de las rodillas y he tenido que mermar significativamente el ejercicio físico. Por ahora, estoy haciendo actividades más suaves como talleres de chi-kung y de taichi, y continúo con la natación. El cambio de vida se inició con el proceso de la jubilación, en que he dejado de trabajar las ocho horas diarias en la universidad, y ahora solo trabajo esporádicamente en algún curso de alguna universidad. Esto me cambia la situación de disponibilidad de centros deportivos y horarios dentro de la jornada de trabajo. Por otra parte, me ha sido diagnosticado un cáncer de próstata, el cual he venido tratando con medicinas alternativas y complementarias, y después de dos años me he decidido a entrar al quirófano, por lo que estoy en un tratamiento preparatorio para la cirugía. Esto también ha implicado cambios físicos, debido a las dietas, primero vegetariana, luego dieta de jugos crudos y, finalmente, una dieta crudívora que mantuve durante seis meses y me llevó a una flacura significativa que ya ha sido superada por abandono de la dieta hace tres meses.

Los cambios emocionales que han acompañado este nuevo periodo de mi vida han sido enormes, ya que no solamente he cambiado el mundo del trabajo por el mundo de estar en casa, sino que este cambio se ha visto reforzado por el trabajo personal de exploración de todo aquello relacionado con el tema del cáncer, como los conflictos de la infancia y los vínculos familiares, la revisión y transformación de mis relaciones afectivas, lo que produjo una ruptura con una amiga con quien conviví por treinta años, acumulando rutinas de complicidad no dialogada que terminaron en desavenencias cotidianas y finalmente en conflicto personal. Así como la revisión de la herencia trans-generacional relacionada con los cánceres heredados por la línea materna. Todo ello implicó un trabajo de autoexploración y autocuestionamiento que, acompañado con las demás terapias, me llevó al aislamiento de las demás amistades y relaciones sociales, encontrándome con un nuevo ritmo de vida casero donde poco a poco fui abandonando los condicionamientos tradicionales de la vida cotidiana y adoptando nuevos ritmos que aún son inestables y no me han permitido todavía definir un nuevo estilo de vida. Todo esto ha estado acompañado de múltiples emociones relacionadas con elaboración de duelos, por el trabajo, por los amigos, por la soledad, y de nuevos aprendizajes para asumir mi soledad y enfrentar la situación.

Con respecto a la sexualidad, sí que es cierto que me encuentro en una nueva situación. No solamente por el bajo nivel de energía sexual que acompaña a esta edad, sino porque puedo decir que me encuentro viviendo en cuerpo de hombre fenómenos que ustedes describen como propios de la menopausia. El caso es que el tratamiento preoperatorio que me han asignado consiste en una terapia hormonal de inhibición de la testosterona, que tiene como efecto principal la bajada de la libido con la consecuente inapetencia sexual y que tiene como efecto secundario la presencia de fuertes calores. Entonces, con frecuencia me dan unos subidones3 de calor que me llevan a identificarme con las descripciones hechas en el texto. ¡Lástima que aquí en Colombia no hay abanicos!

Respecto a la espiritualidad, he tenido que pasar por una crisis de emergencia espiritual, que en algunos textos se describen como «la noche oscura del alma», donde he tenido que aprender a estar en soledad sin salir corriendo, después de abandonar todas las rutinas y apoyos con que contaba en mi estilo de vida pasado. Esto ha estado acompañado de perturbaciones en el sueño, en que duermo unas pocas horas al comienzo de la noche y después me veo enfrentado a estar relajado hasta la hora del amanecer.

Finalmente, con respecto a la vida social, siento que me encuentro en una situación donde es necesario replantearme mi estrategia de relación con las personas, debido al periodo de aislamiento que se ha incrementado por dos años y que no veo superable hasta que no me realice la cirugía y entre en una nueva situación física. Creo que necesito un cambio radical de estilo de vida y que ahora estoy en stand by, en suspenso.

Espero encontrar en un futuro cercano la manera de salir nuevamente a la vida social y relacionarme de nuevas maneras.

Este es el panorama en que me encuentro y que me animo a compartir. De todas maneras, es enormemente significativo el aporte que sus experiencias hacen a los lectores como yo. Y me uno al clamor que emergió en el último capítulo sobre las preocupaciones frente al periodo de finalización de la vida, donde las personas se encuentran solas frente a la llegada de la vejez, y la necesidad de una forma más amable de envejecer y enfrentar el posible deterioro físico, así como las posibles situaciones de invalidez que llevan a la probabilidad de ser dependientes del cuidado de otros. Me solidarizo con estas preocupaciones y con la importancia de encontrar fórmulas eficaces y amables de resolver este problema.

Esta carta me animó a pensar —ingenuamente— que la lectura de los Diálogos de mujeres sabias podría motivar a otros hombres, de manera similar a mi amigo, a verbalizar sus experiencias.

En tercer lugar, en un centro de mayores de un pueblo de Madrid, en el que presentábamos el libro, uno de los asistentes mayores se levantó y propuso en voz alta lo que muchos otros me habían dicho en los pasillos: «A ver cuándo escribe un libro igual, pero sobre los hombres». A lo que yo le respondí: «En cuanto se reúnan en grupo, me avisan y yo voy». Pero nunca me avisó nadie.

No ha sido una tarea fácil convocar a un grupo de hombres para hablar de estos temas. Muy al contrario que cuando convoqué al primer grupo de mujeres, que estaban muy disponibles.

Posteriormente, se han venido reproduciendo estos grupos de mujeres desde la FTR. Siempre hay mujeres dispuestas a reunirse, hablar y escucharse sobre lo que les ocurre.

Con los hombres fue diferente: no aparecían. Fui difundiendo la idea entre hombres —y mujeres— que consideraba que estaban en ese periodo de la vida y podían sentirse interesados, y también para que pudieran hacer llegar la información a otros. Tanto en España como en México.

Al cabo de dos años, decidí hacer una convocatoria abierta a través de la página de la FTR, que tiene un espacio permanente de hombres, «Espai d’homes» («Espacio de hombres»), con su propia dinámica. Preferí hacerla abierta para que pudiera ser leída por muchas personas y para que cualquier hombre interesado pudiera asistir.

Acudieron varios, a quienes entrevisté para explicarles en qué iba a consistir el grupo —«Grupo de reflexión para hombres en la segunda mitad de la vida»— y la metodología.

La metodología sería la misma que se utilizó con el grupo de mujeres: cinco sesiones durante cinco miércoles seguidos, de dos horas de duración cada una para hablar de «qué cambios estoy notando en esta segunda mitad de la vida a nivel físico, emocional, sexual, espiritual y social». En cada sesión se abordaría uno de esos temas. Se hablaría en círculo, por orden, uno detrás de otro. Cada cual hablaría el tiempo que necesitara. Al acabar el primer círculo, la primera ronda, se daría otro turno de palabra, en esta ocasión, sin orden, para que pudiera hablar quien deseara volver a intervenir.

No se interrumpiría, no se juzgaría ni criticaría, ni se entraría en debate. Se respetaría la voz y el sentir de cada uno de los hombres, y se escucharía a todos, se estuviera de acuerdo o no, atentamente y con respeto.

Se utilizaría la grabadora para registrar las sesiones, y la grabadora la tomaría quien tuviera la palabra.

Lo registrado, luego transcrito, constituiría material de investigación para la FTR. Yo estaría presente para enunciar el tema que se iba a tratar y marcar el inicio y el fin de la sesión, pero en esta ocasión permanecería en silencio el resto del tiempo (con el grupo de mujeres fui una participante más).

Con esta propuesta se pretendía facilitar un espacio donde los hombres pudiesen encontrarse entre sí, escucharse a sí mismos y a los demás y atreverse a hablar con sinceridad y desde el corazón y las emociones. Por otra parte, también me interesaba ver si había ciertas características comunes entre los hombres de esta edad, lo cual podía ser interesante para ellos mismos, y quizás también favorecer una mayor introspección y capacidad de escucha para otros hombres, y una mayor comprensión de su sentir, para las mujeres, al poder entenderlos mejor y poder apreciar las similitudes y diferencias entre ambos sexos.

Finalmente, participaron siete hombres,4 de los cuales conocía a tres porque habían asistido a mis grupos hacía unos 30 años, más o menos. Ninguno de los siete se conocía entre sí, y tuvieron el primer contacto en la primera sesión, donde no hubo presentación previa. Algunos hombres prefirieron guardar el anonimato de ciertos ámbitos de su vida, otros creyeron que dar a conocer determinados aspectos de sus vidas podía condicionar la escucha de los demás; de modo que fuimos conociendo la vida y sentires de estos hombres conforme fueron deseando compartirlos a lo largo de las sesiones.

Una de las preguntas que me hice y de las dudas que me surgieron era si, en este caso, mi presencia —aunque silenciosa— podía condicionar la dinámica del grupo. Sin embargo, opté por estar, como una forma de recoger lo expresado —para lo cual conté con la ayuda de la grabadora— y también para poder hacer en algún momento, con posterioridad, algunos comentarios a los participantes, atendiendo no solo a lo dicho, sino también a los silencios, los tonos de voz, la emoción en el discurso, etc.; es decir, tener en cuenta también el lenguaje del cuerpo.

En principio, ese era el objetivo de convocar un grupo de reflexión. No me comprometí, en ningún momento —y eso lo explicité— a que de esas conversaciones pudiera salir algún libro; entre otras cosas, porque nunca se sabe a priori de qué se va a hablar, ni si eso puede resultar interesante para otras personas, o se pueden obtener y devolver claves de autoconocimiento.

Sin embargo, a medida que los encuentros se iban dando, fui apreciando el nivel de sinceridad y honestidad de esos hombres, que superaron sus miedos iniciales a hablar ante desconocidos, a la posible rivalidad en el discurso entre hombres por el ego, por mantener una imagen social o, sencillamente, por lo que les suponía aceptarse a sí mismos en la segunda mitad de la vida.

Personalmente, considero que ha sido un privilegio haber estado presente y haber escuchado las heridas emocionales, miedos, ilusiones y alegrías de estos hombres, que me han conmovido, como conmueve escuchar cuando se habla con el corazón.

Tras las cinco sesiones y transcribir lo que allí ocurrió, he considerado que esta debía ser una parte complementaria sobre lo que sienten y piensan las mujeres, y ahora los hombres, en la segunda mitad de la vida. Y que lo dicho, sin ser generalizable —todas y todos somos personas particulares y diversas—, sí aporta datos para la reflexión personal, relacional y social. En este caso, para los hombres; los hombres que no se escuchan, los hombres que no tienen la posibilidad de estar hablando con iguales de lo que les sucede, les preocupa o ilusiona, y hablarlo sinceramente, y con esa misma sinceridad, ser escuchados.

También puede ser importante para las mujeres escuchar qué les pasa a los hombres, hombres que muchas veces no hablan, no comunican sus emociones, no saben…

Creo que el poder escucharnos con buena voluntad ayuda a la comprensión de los procesos humanos, las dinámicas personales y de los miedos que tenemos y las defensas que nos ponemos.

Curiosamente, todos los que participaron se animaron a hacerlo porque se lo había sugerido una compañera, la pareja, una amiga, una hija… Mujeres. Mujeres que los quieren y que pensaron, seguramente, que al igual que para ellas había sido bueno hablar y conocerse para cambiar y ver el mundo y relacionarse de otra forma, también podría ser interesante para ellos. Y ellos dieron el paso. Para todos fue un reto. Nunca habían hablado así, no habían estado en un grupo de hombres, o en un grupo con estas características. Y son hombres diferentes: casados, divorciados, de diferentes opciones sexuales, con pareja, sin pareja, con distintos estudios y profesiones, con diferentes experiencias de vida…, lo que ha enriquecido mucho, a pesar de ser un grupo pequeño.

Estos grupos no son terapéuticos, son grupos de reflexión; sin embargo, generan cuestionamientos y, por lo tanto, cambios. Las mujeres se sintieron menos aisladas, relativizaron lo que consideraban problemas, se sintieron comprendidas y, a pesar del poco tiempo —tan solo cinco sesiones—, se crearon lazos de solidaridad y a veces de amistad. Creo que para los hombres ha supuesto una experiencia parecida.

Pero todos, finalmente, han sentido, al igual que yo y que Agustín Pániker, de la editorial Kairós, que sus voces y sus vivencias podrían servir, solidariamente, a otros. Tan solo para reflexionar.

Mi más sincero agradecimiento a estos hombres por atreverse a exponerse, por permitirnos escuchar sus voces —hemos mantenido el anonimato cambiando los nombres y algunos datos identificables— para que otros puedan utilizar sus experiencias, contrastarlas y adquirir mayor conocimiento.

Estos son los hombres tal y como se han querido presentar para este libro:

ARMANDO: Me dedico a lo artístico-creativo, siempre como autónomo. Me considero una persona independiente y siempre he pensado que la vida era algo diferente a tener y alimentar una cuenta corriente. Amo la verdad y no me encuentro cómodo entre lo conveniente.

HUGO: En estos momentos de mi vida estoy llegando a la conclusión de que, hoy por hoy, he alcanzado ya el grado de madurez que se adquiere cuando una persona se hace mayor. Me siento seguro de mí mismo y he encontrado, al fin, mi sitio en el mundo: profesión, familia, vocación… O al menos he dejado de buscar el estatus social que pensaba que podía alcanzar. Estoy cansado de luchar conmigo mismo y con los «elementos» y tengo ganas de disfrutar con lo conseguido hasta ahora.

A pesar de todo esto, conservo una costumbre que creo que nunca dejaré de tener: la necesidad de seguir aprendiendo y creciendo a nivel intelectual y personal. Y la necesidad de transmitir la experiencia y los conocimientos adquiridos tanto a mi familia, a mis hijas, como, en un ámbito más intelectual, a la sociedad en general.

Por todo ello, estoy cada vez más convencido de que he entrado, definitivamente y de manera satisfactoria, en la segunda mitad de mi vida.

JORGE: Estoy casado y tengo una hija de 33 años y un chaval de 9. Cuando mi mujer me comentó el nuevo proyecto de Fina y el título, me interesó enseguida, por lo de la segunda mitad de la vida.

Hace un año sufrí una grave enfermedad, y aunque parece estar controlada, para mí y los míos ha sido muy difícil y ha supuesto un cambio de rumbo en mi vida.

Del trabajo hecho en el grupo estoy muy satisfecho. Desde el punto de vista personal, con los compañeros ha sido muy agradable. Como aprendizaje, compartir las vidas y problemáticas de otras personas me ha hecho relativizar mi propia situación y acelerar el proceso de duelo en el que me encuentro.

Me encanta este proyecto de plasmar lo allí hablado en un libro, y me siento orgulloso de formar parte del mismo.

PABLO: Entré en este mundo de la unión de dos personas en el amor hace ya más de medio siglo.

Aunque muy obediente y atento a las «instrucciones» recibidas, siempre había alguna pregunta que contestar, alguna vía distinta que surgía, y así fui andando muy poco a poco por sendas que me condujeran al autoconocimiento.

He ido siguiendo las «instrucciones» recibidas en la medida en que he podido y con muchos conflictos, tanto por querer respetar esas instrucciones como por querer andar por otros caminos distintos a los indicados. Las preguntas que han surgido en mi interior me han llevado a andar un camino de autoconocimiento y de destrucción de esas «instrucciones».

Tal es el milagro de la vida que quise unirme a una gran persona, siempre querida y amada, y de esa unión vinieron al mundo dos preciosas criaturas, ahora ya adultas, inteligentes, respetuosas, cuidadosas del mundo, con ilusiones y con mucha vida, a las que respeto, amo y admiro, y con las que estoy unido por un hilo solo visible para nosotros.

Disfruto con la música, la lectura, la contemplación de la naturaleza, y sus olores, el calor del sol en un día de invierno y la brisa suave en la cara. Vivo con entusiasmo mi trabajo, las conversaciones con los amigos, el estudio de los filósofos, de los maestros, de los sabios.

Me gustan las cosas sencillas, lo pequeño, lo fácil, el silencio, el reposo, el retiro, la meditación. Trato de conocerme, o tal vez de encontrarme, de ser.

PEP: Me llamo Pep, tengo 54 años, así que estoy, diríamos, en la infancia de mi segunda parte de la vida, y como tal me siento. Procuro disfrutar, aprender de todo lo que me rodea, aplicando solo la experiencia a lo más imprescindible. No sé si está bien o mal, si es responsable o no, pero es el planteamiento que he decidido para este momento de mi vida, del cual disfruto en cada instante, en contra de lo que creía en mi juventud.

Después de los 50, queda todo por hacer, aprender y disfrutar.

ROSENDO: Soy maestro y un «aprendiz de la vida». Vivo con mi pareja desde hace 34 años y comparto con ella desde hace 22 a nuestra hija, con una enfermedad grave y una intensa vitalidad.

He vivido intensamente cada momento hasta donde el miedo me ha dejado, un miedo que a veces me ha protegido y otras me ha paralizado.

Tengo tres hermanos. Es decir, mi madre ha criado a cinco hombres —cuatro hijos y mi padre—. Cada vez me parezco más a mi madre, «por fuera y por dentro», como dice ella. Quizá es ese lado femenino, que cada vez valoro más.

A los 17 años sobreviví a un accidente que me cambió el rumbo y me hizo valorar la importancia del cuerpo, aunque, paradójicamente, no he sido muy deportista, pero intento cuidarme. Escribí mucho entonces y ahora, en la segunda mitad de mi vida, estoy pensando en recuperar esa afición. Revalorizar mi adolescencia con mi experiencia.

En la segunda mitad de mi vida sigo cuidando y disfrutando de mi cuerpo, investigando en el masaje —que doy y recibo—, notando que ya tengo algunas «piezas caducadas», es decir, observando el deterioro en algunas partes de mi cuerpo.

Intento disfrutar de cada momento que me regala la vida, incluso en mi trabajo docente, con el sentido del humor y la creatividad heredada de mis padres.