Los laberintos de la vida cotidiana - Fina Sanz - E-Book

Los laberintos de la vida cotidiana E-Book

Fina Sanz

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Beschreibung

Fina Sanz, pionera en España y con un reconocimiento internacional, ha escrito ahora un libro conmovedor y determinante, lúcido y revelador acerca de una de las condiciones más inquietantes del ser humano: la enfermedad. En Los laberintos de la vida cotidiana,Fina Sanz analiza la enfermedad como un proceso laberíntico que hay que atravesar, entendiendo por "laberinto" un símbolo universal enfocado desde una perspectiva transpersonal de autoconocimiento. La autora revisa el concepto en el contexto sociocultural y aporta diversos ejemplos de conflictos laberínticos, relacionales e individuales, desde una perspectiva clínica. Finalmente, Fina Sanz se coloca como observadora de sí misma a lo largo de su propio proceso de enfermedad, hace una reflexión crítica de este proceso y aporta claves para mejorar la calidad de vida de cualquier persona que viva una enfermedad grave. Los laberintos de la vida cotidiana se dirige, no sólo a aquellas personas que atraviesan crisis laberínticas, en especial, una enfermedad grave, sino también a aquellas que las acompañan. El libro se dirige asimismo a profesionales de la Salud y, en general, a cualquier persona, profesional o no, que se interese por ciertos procesos internos de las situaciones laberínticas. Con este libro esperanzador tal vez encuentre el lector el hilo de Ariadna que lo ayude a salir de su laberinto personal.

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Fina Sanz

LOS LABERINTOS DE LA VIDA COTIDIANA

LA ENFERMEDAD COMO AUTOCONOCIMIENTO, CAMBIO Y TRANSFORMACIÓN

© 2001 by Fina Sanz y Editorial Kairós, S.A.

Primera edición en papel: Marzo 2002

Primera edición en digital: Febrero 2021

ISBN-10: 84-7245-517-3

ISBN-13: 978-84-7245-517-7

ISBN epub: 978-84-9988-058-7

ISBN kindle: 978-84-9988-897-2

Foto cubierta: Miguel V. Andrés

Composición: Pablo Barrio

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

AGRADECIMIENTOS

No es fácil plasmar en unas líneas mi agradecimiento a tantas personas queridas que en estos años han estado a mi lado. Hemos compartido momentos buenos y también dificiles.

En primer lugar quiero agradecerle a mi familia su apoyo y acompañamiento; en especial a mi hermana Tere, por su presencia.

A Consuelo Ruiz, Paloma Andrés, Pilar Blanco y Rosa Casado, por su ánimo y esperanza.

A Juan Luís García, entrañable amigo, que como otras veces, ha sido mi interlocutor y crítico en la discusión de cada una de estas páginas.

A Carlos Arango y a la Red de amigas/os de España y América Latina, que han supuesto un gran soporte afectivo.

A Pilar Acevedo, Concepción Núñez, Rigoberto León, Carlos Figueroa, Esther Casanova, Alejandra, Aurora y Marta Toledo, por hacerme partícipe de su tierra entrañable que es México. A Sara Olstein, Margarita Ripoll, Rachel Gutiérrez, Aglaete, Maribel Chalas, Juan Luis Alvarez, Norberto Inda, Pilar Olavarría, Marina Laski y Paola.

A Lluci y Miquel por su viaje laberíntico.

A la inmensa Amparo Cardaño por su gran corazón.

A Josep Vicent Ramón, Teresa Segarra, Violeta Mendoza, Erick Pescador y Jesús Gasent, compañeros y amigos, por su cuidado.

A Susi, mi gran colaboradora.

A Guillermo Ramos, por sus dibujos y por hacerme reír incluso en momentos en que no tenía demasiadas ganas.

A la médica Carmen Jiménez, por su comprensión, respeto, aportes y atención.

Al doctor Osadolor, Cañuelo, Hailiang y Alcaino.

A Tan Nguyen por sus consejos.

A Victoria Sau.

A las personas que participaron en el taller internacional de España y México, con las que he vivido tan buenos momentos.

A toda la gente que ha participado en talleres, clientes y amigos/as que de una u otra forma han colaborado en este libro aportándome fotos, sus dibujos –como Santos Perales que ha tratado de plasmar en dibujo algunos de mis sueños–, bibliografía o sugerencias, y tantas otras personas que me he encontrado en el camino durante estos años, amigas y amigos que me han hecho saber que están ahí, para lo que necesitara.

A quienes han apoyado la Fundación de Terapia de Reencuentro, en especial a Andrés e Inma.

A Salvador Pániker, con admiración y respeto.

A Agustín Paniker, director de la Editorial Kariós, por animarme a escribir este libro y confiar de nuevo en mí.

A todas y a todos, gracias.

SUMARIO

PRESENTACIÓN de Salvador PánikerINTRODUCCIÓN: Transitar caminosPRIMERA PARTE1. EL LABERINTO1. El símbolo del laberinto2. El lenguaje3. El espacio sagrado4. La danza sagrada5. Jardines y juegos6. Tipos de laberintos7. El sendero y el centro8. Fases del laberinto9. El viaje10. Mitos, leyendas, cuentos y narraciones11. Aliadas, aliados y monstruos12. La peregrinaciónSEGUNDA PARTE2. LOS LABERINTOS DE LA VIDA COTIDIANA1. Las situaciones laberínticas2. Los duelos3. Fases del laberinto3. LOS LABERINTOS EN LA TERAPIA DE REENCUENTRO (TR)1. El encuadre teórico de la TR2. Metodología del símbolo del laberintoTERCERA PARTE4. DENTRO DEL LABERINTO5. MÉXICO COMO ALTERNATIVA6. LA ESPERANZA DE AVANZAR EN EL CAMINO7. TERCER VIAJE A MÉXICO (ENERO DEL 2000)8. NUEVO CICLO9. VIAJE INTERCULTURAL: OCTUBRE DEL 200010. ¿SALIR DEL LABERINTO O EMPEZAR DE NUEVO?CUARTA PARTE11. ALGUNAS CLAVES PARA LA REFLEXIÓNEpílogoBibliografía

PRESENTACIÓN

Hacía mucho tiempo –tal vez desde que leí Gracia y Co raje de Ken Wilber– que no topaba con un texto tan honesto, conmovedor e inteligente como éste de Fina Sanz, Los laberintos de la vida cotidiana. La trama es fácil de resumir. Febrero/Marzo de 1999. A Fina Sanz le diagnostican una grave enfermedad y tras un proceso que la autora describe con minuciosa valentía, decide afrontar lo que la vida pueda traerle a partir de este momento; decide describir su enfermedad, escribirla, no ocultar su sombra. Comprueba entonces que cada ser humano es único y cada laberinto diferente.

¿Qué es un laberinto? Según Fina Sanz es «un espacio sagrado, un camino difícil, un recorrido desorientador que tiene, sin embargo, un sentido». Más adelante añade que nos ayudamos del concepto de laberinto para entender procesos internos y, muy especialmente, aquellos que se refieren a despedidas, duelos y cierres de etapa. Se trata, pues, de descubrir qué sentido tiene la enfermedad, una pregunta que todos nos hemos hecho más de una vez en la vida; qué sentido tiene una situación de crisis. Personalmente estoy convencido, lo mismo que la autora, de que la enfermedad tiene un sentido o, mejor dicho, que se lo podemos dar. Hace años yo mismo anoté en mi diario que «son de una enervante ingenuidad los seres humanos que desconocen la enfermedad; apenas se enteran de nada». Debí de escribirlo en alguno de mis frecuentes ataques de astenia. También escribí que la enfermedad es un recordatorio de que cuando uno se aferra a algo todo termina por derrumbarse. La enfermedad es, pues, un estímulo crítico, un obstáculo incitante. Recordemos las palabras que Teresa de Ávila dirige a sus monjas del Carmelo: «Si no os determináis a tragar de una vez la muerte y la falta de salud, nunca haréis nada». Yo añadiría: «nunca comprenderéis nada».

Pero Fina Sanz va más lejos y nos habla también del conocimiento y preparación para la muerte, pues «el prepararse para morir, el buen morir, es algo que desconocemos en nuestra sociedad». «No se habla de la muerte en nuestra sociedad –la muerte es un tabú– y por lo tanto la muerte no existe». Sabemos intelectualmente que hemos de morir, pero emocionalmente no lo asumimos: nos instalamos en la fantasía de vivir eternamente. Y sin embargo esta fantasía tiene un cierto fundamento, pues vivir eternamente es vivir en el presente, y ésta es también otra de las vivencias que encontramos en el libro de Fina Sanz. Vivir en el presente no significa dejar de hacer planes para el futuro; vivir en el presente es instalarse en lo cotidiano, en la hondura del día a día.

Quiere decirse –y ésta es una idea que he desarrollado en otro lugar– que quien vive en el presente diluye el temor a la muerte. Entonces, abolido el miedo a la muerte, neutralizada la angustia del tiempo lineal, cabe «dejarse ir», abandonarse a la realidad de cada instante, al Tao. Y no se trata de que el presente, el instante, sea breve y fugaz, sino de que el presente está fuera del tiempo, fuera de «la mancha y el hedor del tiempo», que decía el Maestro Eckhart. Diré más: tampoco hay que esforzarse por alcanzar el presente, pues en el presente estamos ya, y no existe ningún camino para llegar al lugar donde ya se está.

Un místico es alguien que sabe esto.

Un místico no aspira a la inmortalidad, porque es ya eterno en el presente.

Pero no quisiera mezclar aquí mis ideas con las de Fina Sanz. Ella se enfrenta con la enfermedad –su enfermedad– y decide extraerle el jugo a una situación límite. Su conclusión es que el laberinto tiene salida y que ella ha recorrido un gran trecho del mismo, y se siente más libre. Por el momento está poniendo su energía en la sanación. He aquí, pues, el testimonio de una psicoterapeuta que analiza su propio caso con honestidad e inteligencia. Es el caso de una entrañable mujer que a la hermosa edad de cincuenta años le planta cara al destino, se distancia sin hacerse fría, indaga en lo profundo de sí misma, escribe este libro. Esta precisa y admirable crónica.

SALVADOR PÁNIKER

INTRODUCCIÓN TRANSITAR CAMINOS

Febrero del 99. Me tomé una semana de descanso en un pequeño apartamento de la playa. Después de mi último libro estuve mucho tiempo sin deseos de escribir un nuevo texto, aunque sí redacté algunos artículos.

Fue un período de impasse en donde lo que necesitaba era nutrirme de nuevo, recibir más que dar, aprender, crear cosas nuevas, mirar, contemplar, escuchar... A veces me preguntaba: «¿Volveré a escribir de nuevo?». Ése es uno de los temores que surgen en el proceso de creación hasta que se consigue plasmar y materializar las ideas, los conceptos.

En esas minivacaciones algo se despertó en mí y deseé empezar a concretar los trabajos terapéuticos que había ido elaborando en los últimos años; tomé mi ordenador y me dispuse a estructurar algunos de los temas que irían presentando y ampliando, teórica y metodológicamente, la Terapia de Reencuentro.

Cuál sería mi sorpresa al ver que frente a la idea de escribir el guión de un libro me fueron surgiendo ¡cinco libros! ¡Qué suerte –pensé–, de nuevo volvería a escribir! Varios años de gestación me iban, por fin, a permitir articularlo. Me sentía excitada, contenta y agradecida hacia el Universo que me inspiraba, y hacia mí misma. Me sentí potente. Con ese ánimo volví a Valencia y lo comenté con mi amigo Juan Luis.

Juan Luis me ha servido de acicate y crítico en mis anteriores libros. Lo elegí para que hiciera ese papel, el cual aceptó encantado. De ese modo nos veíamos, tomábamos algo juntos, charlábamos y discutíamos. En las ciudades es difícil darse el tiempo para cosas sencillas y placenteras como es estar con nuestras amistades, así que a veces nos buscamos excusas para poder compartir. El debate con él me ayudaba a defender mis ideas, aclararlas, cambiar formas de expresión o ampliar contenidos. Era estupendo.

Aquel día estábamos merendando en una cafetería. Le hablé de las temáticas de los libros que tenía previsto redactar; me dijo muy convencido:

–Te falta uno.

–¿Cuál? –respondí con curiosidad.

–Uno acerca de la espiritualidad.

–No, ese tema –que incluye la muerte– hace relativamente pocos años que lo estoy trabajando. No me siento todavía preparada para escribir sobre ello.

Paradójicamente a los quince días de esta conversación me diagnosticaron una grave enfermedad que me exigía, quisiéralo o no, pensar y sentir acerca de las posibilidad de la cercanía de la muerte y a vivir unas experiencias externas e internas, psicofísicas, espirituales y relacionales, que me obligaban a posponer mis proyectos y priorizar esa nueva temática, que se presentaba en mi vida seguramente para algo.

En este proceso personal, que voy a ir describiendo, se verá que hay bastantes hechos aparentemente «casuales», azarosos, que seguramente tienen un sentido más allá de que lo podamos ver inmediatamente o con la distancia del tiempo. Son como “pistas” que suelen reconducir la vida si sabemos escucharlas.

Los primeros meses de la enfermedad –de estos dos años y medio– no sentí deseos de redactar. No soy una escritora metódica de dedicación diaria; al contrario, soy anárquica y sólo tomo el lápiz o el ordenador cuando me surgen las ideas, estoy inspirada o sencillamente siento dentro de mi cuerpo el impulso de exteriorizar y plasmar lo que tengo en mi interior y que clama por salir. A pesar de eso, a lo largo de ese tiempo fui guardando algunas notas más o menos extensas que, si bien no constituían un diario, sí recogían algunos datos que he ido considerando importantes del día a día, de lo que me ocurría y de lo que ocurría a mi alrededor.

Por entonces, la Coordinadora de la Red de Salud de Mujeres Latinoamericanas y del Caribe me pidió un artículo sobre sexualidad ¡No estaba yo para sexualidades en aquel momento! Pero sin embargo creí interesante cambiar la propuesta que me habían hecho y sugerirles un artículo en que transmitiese mi propia experiencia de salud/enfermedad a otras personas que quizás podrían estar sintiendo lo mismo, aisladas en su propia angustia, sin entender qué les estaba pasando, o no sabían cómo acompañar a la gente querida que se encontraba en ese trance.

Titulé el artículo: “Los laberintos de la vida cotidiana”,1 que fue presentado posteriormente y ampliado en las Jornadas de Psicología Transpersonal.2

La excelente acogida que esta presentación tuvo en ambos ámbitos me animó a desarrollarla ya en forma de libro. Dos años y medio de recorrido es muy poco tiempo cronológico; pero el tiempo se torna muy relativo en relación con la intensidad de las vivencias. Lo he vivido intensamente dando vueltas y más vueltas3 en un laberinto del cual todavía no he salido.

En ese discurrir he podido comprobar que no sólo a mí me pasaban cosas sino cómo todo ello repercutía en mi entorno, tanto en relación a la gente cercana como incluso a la lejana.

Eso me ha ido llevando a reflexionar acerca de que, más allá de las particularidades de cada vida, de cada persona –cada cual somos estrictamente únicas e individuales, por eso mi historia es personal–, más allá del tipo de desajuste de la salud que se tenga –no importa cómo se manifieste o qué nombre tenga–, el proceso de lo que se llama una enfermedad grave es muy similar en las personas y evoca, tanto en ellas como en las/os acompañantes, el sentido de la existencia, que nos resulta más o menos fácil o dificil de entender según el significado de vida y muerte de nuestra cultura y sociedad.

He querido presentar este libro dividido en varios apartados:

En la primera parte trato de enmarcar el tema del laberinto dentro del contexto simbólico y arquetípico de los laberintos; es una breve introducción acerca de este tipo de construcciones que nos han dejado las tradiciones culturales. Eso nos permite ver dichas construcciones materiales y entender el sentido espiritual que tenían.

En la segunda parte encuadro las situaciones difíciles y laberínticas cotidianas que cada cual puede reconocer en su propia vida, cómo se describen también en las sesiones clínicas de terapia individual o grupal, o qué elementos forman parte de ellas –los guiones de vida, los duelos, las emociones, etc.– y cómo he ido utilizando la metodología de los laberintos como uno de los instrumentos de mi trabajo.

En las situaciones laberínticas de nuestra vida hay ciertos aspectos comunes sea cual sea el tipo de laberinto en el que nos encontramos. Pero también hay características diferenciadoras; cada laberinto es diferente, tiene sus particularidades.

En el tercer apartado se concreta uno de esos períodos laberínticos: una enfermedad grave. Éste es el núcleo fundamental del libro. A través de una descripción autobiográfica de mi propio proceso, acotado a dos años y medio, trato de presentar qué es lo que me está ocurriendo en el afuera y en el adentro, cómo se vive esa experiencia por quien lo atraviesa, qué ocurre subjetivamente y en sus relaciones, etc., haciendo referencia a los elementos que han sido analizados en los capítulos anteriores.

Hay una cuarta parte en la que se recapitulan, a modo de resumen, algunos temas que han aparecido en la descripción de la tercera parte. Con ello trato de reflexionar acerca de determinados recursos de ayuda y autoayuda. Quizás aprendiendo a acompañar podremos en algún momento acompañarnos.

A partir de la tercera parte, en donde el desarrollo laberíntico que presento está escrito desde la experiencia personal, utilizo formas verbales en presente y en pasado. He deseado mantenerlo así tal y como me surgía dependiendo de cuándo escribí las notas y cómo vivo los acontecimientos cuando los rememoro al ponerlos en papel y traducirlos en un libro. Muchas cosas pasadas continúo sintiéndolas muy presentes y vivencias presentes pueden pasar fácilmente al pasado.

He escrito este libro como una manera de ayudarme, integrando todo lo vivido y tratando de aprender de mí misma, buscando claves a través de la distancia.

Quiero dedicar este libro a cuantas personas me han consultado acerca de sus experiencias relacionales, sexuales, emocionales o físicas, laberínticas. De ellas he aprendido mucho. Pero, sobre todo, quiero dedicarlo a aquellas personas que están atravesando una enfermedad grave, así como a sus familias y amistades.

Espero que este texto sirva de referencia para quienes, de manera profesional –psicoterapia, medicina, servicios sociales, sexología– o desde el voluntariado ejercen una tarea de ayuda o acompañamiento a personas con problemas graves de su salud.

Confío también que pueda ser útil para cualquier persona que desee aumentar su autoconocimiento.

Deseo que quienes lo lean encuentren claves para comprender, ayudar, perdonar o disfrutar más de la vida.

PRIMERA PARTE

1. EL LABERINTO EL LABERINTO EN EL AFUERA

En las ferias de mi infancia y adolescencia había laberintos de cristal. Jamás entré en ninguno. No sentía la excitación que parecía proporcionarles a otras personas. Me inquietaban; no me producía ninguna diversión ver a la gente dando tumbos sin encontrar la salida. Creo que nunca me ha gustado meterme en situaciones complicadas, pero la vida se encarga, de cuando en cuando, de colocarte en ellas.

Hace unos años, por motivos profesionales –y sin duda también personales–, me sentí interesada por la idea del laberinto y empecé a investigar sobre ello y a utilizarlo como una herramienta metodológica para que se comprendieran ciertos procesos internos que aparecen en los conflictos de la vida cotidiana. Muchas veces, como tantas otras personas, me había sentido atrapada, confusa, sin saber qué hacer ni qué camino seguir.

Cierto día «cayó en mis manos» un libro sobre laberintos. Me interesó. Empecé a dibujarlos tal y como proponía el autor. Comenzó a resultarme atractivo o divertido reproducir una técnica sencilla de construcción, como si con ello descubriera su secreto; sin embargo, el recorrerlos visualmente o con el dedo me generaba sensaciones corporales en el pecho, el plexo solar o el vientre como de opresión, de una cierta ansiedad que me era familiar. En situaciones conflictivas es fácil reconocerlas.

Eso me hizo refexionar acerca de las construcciones laberínticas en el afuera –las que podemos ver, las representaciones que nos han dejado las distintas tradiciones culturales– y en el adentro –los procesos internos laberínticos que atravesamos.

En el modelo de trabajo que realizo –Terapia de Reencuentro– uno de los ejes de investigación es el eje sociocultural. La comprensión del ser humano ha de ser entendida con un enfoque multidimensional que implique la interrelación entre el afuera y el adentro, y la interconexión entre el espacio sociocultural, el relacional y el espacio interior. Consideré que la expresión laberíntica como símbolo en el afuera y las vivencias interiores debían tener relación y que encontrar una metodología de trabajo con esa herramienta podría ayudar a las personas.

No conocía laberintos próximos para poder explorar, así que estuve pensando qué construcciones de nuestra tradición cristiana podrían representar algo similar a las construcciones laberínticas. Intuí que los calvarios y las ermitas podrían representar una sencilla experiencia laberíntica, no tanto por la complejidad de su trazado, que es muy simple, sino por ciertos elementos simbólicos similares. En prácticamente todos los pueblos de Valencia existen. Lo que se llama calvario es el camino que sube, más o menos empinado y normalmente con vueltas y revueltas, hacia la ermita, pequeña capilla que guarda el santo/la santa patrón/a, y que está situada en alguna montaña. Suele recorrerse un día al año, coincidiendo con la fiesta del santo/de la santa y forma parte de una actividad religioso-festiva comunitaria.

Me marché a varios pueblos para recorrer en soledad algunos de estos calvarios. Trataba de intuir cuál podría ser la experiencia profunda, qué se podía descubrir en ese tránsito si tomábamos conciencia de ello. Descubrí ciertos paralelismos entre los laberintos y las experiencias laberínticas que se viven en algunos momentos de la vida y que la gente expresa frecuentemente en las sesiones terapéuticas como: «parece que siempre estoy en el mismo sitio», «parece que avanzo, pero creo que retrocedo»...

Los calvarios forman parte de la tradición cristiana. A través de un sendero, habitualmente en forma de zigzag y bordeado de cipreses que enmarcan el camino, se rememora, a través de un Vía Crucis, el Calvario de Jesucristo: Pasión, Muerte y Resurrección. El camino debería hacerse en un estado meditativo de conexión espiritual y plegarias. Finalmente se alcanza la ermita4 dedicada a alguna entidad sagrada que, generalmente tiene la virtud de curar algunos males como la peste en la Edad Media, o problemas de la vista, de la garganta, etc. [Véanse FIGURAS 1-2.]

Algún tiempo después viajé a San Francisco (California) y quedé gratamente sorprendida cuando, “por casualidad”, pude ver que en una de las iglesias de la ciudad habían reproducido sobre el suelo el laberinto de la catedral de Chartres (Francia), sin duda uno de los más conocidos del mundo cristiano de la Edad Media. Gente de todas las edades se descalzaba, entraba al laberinto y lo recorría en una actitud de meditación. Por supuesto, yo me di mi tiempo para recorrerlo asimismo y experimenté algunos fenómenos perceptivos similares al recorrido de los calvarios. Aunque el laberinto era más complejo, aparecían también determinados temores y ciertas sensaciones similares: «parece que no avanzo», «parece que he vuelto al mismo sitio». [FIGURA 3.]

A partir de ahí empecé a diseñar una metodología de trabajo-hablaré más de ello en el próximo capítulo– con estos temas para elaborar ciertos procesos internos que se viven como caóticos, confusos, a los que no se les ve la salida; así como para entender procesos de evolución personal, situaciones de crisis y la enseñanza que se nos ha legado en las diferentes tradiciones acerca de los procesos de transformación.

Pero ¿por qué el laberinto? ¿qué es un laberinto?

Un laberinto es un símbolo universal que aparece en todas las tradiciones culturales y períodos históricos, desde la prehistoria a la actualidad. Por lo tanto algo tiene que decirnos como una expresión del ser humano transpersonal. [FIGURA 4.]

El laberinto es un espacio sagrado, un camino difícil, un recorrido desorientador que tiene, sin embargo, un sentido espiritual. Puede ser una representación muy simple, tal y como puede verse esculpido sobre las piedras en los petroglifos gallegos o en pinturas rupestres. [FIGURAS 5 y 6.]

O pueden ser construcciones muy complejas y diversas como las que aparecen en el interior de las pirámides egipcias o en la estructura de palacios o iglesias, que aparecen en culturas tan distintas como la egipcia, la maya o la griega. [FIGURA 7.]

1. EL SÍMBOLO DEL LABERINTO

¿Qué simbología tienen los laberintos ?

Hay diversos tipos de laberintos y muchas interpretaciones de su sentido simbólico. Previsiblemente cada cultura y en cada momento histórico han podido ser utilizados para fines distintos. Iremos hablando de ello a lo largo de este capítulo.

Una de las interpretaciones que podemos darle es la relación con el cuerpo de la Madre Tierra. Las cavernas tuvieron una función religiosa en el paleolítico. La caverna «transformada ritualmente en laberinto, era a la vez teatro de las iniciaciones y lugar donde se enterraba a los muertos», por lo que entrar en un laberinto simbolizaba, en los rituales de iniciación o los funerarios, el retorno místico a la Madre.5

El diseño del laberinto no es el de un camino recto ni directo. Implica vueltas y encrucijadas que favorecen la desorientación y el perderse.

Rivera Dorado,6 citando a Plinio, hace hincapié en que el laberinto, en la época clásica, era considerado «emblema de un mundo al revés, donde están custodiados misterios y verdades superiores. Por lo tanto, según los casos, puede ser paradigma de los cielos o de los infiernos; expresión de una lógica opuesta a la humana».

2. EL LENGUAJE

El laberinto, como dice Gernot Candolini,7 puede considerarse como parte de un lenguaje oculto e incomprensible, que, sin embargo, todos conocemos.

Muchas veces miramos lo que está a nuestro alrededor pero no lo vemos. No entendemos en qué nos puede ayudar, qué nos quieren decir quienes los construyeron y qué es lo que transmite el propio laberinto con su lenguaje enigmático y su energía a través de los tiempos.

Una de las formas en que hemos podido mantener esa conexión es a través del lenguaje verbal. Con metáforas –«estoy en un callejón sin salida»– manifestamos, mediante la fuerza que tiene el símbolo del laberinto, determinados conflictos.

¿Por qué esa atracción por el tema a través de los siglos? ¿Por qué el ser humano ha sentido la necesidad de construir laberintos? ¿Quiénes en su vida cotidiana, desde edades tempranas, en momentos de confusión o de conflicto, o incluso como una especie de meditación, de mente en blanco, o hasta de aburrimiento, no han dibujado laberintos o representaciones laberínticas de este estilo?

Si, el laberinto tiene una fuerza que atrae, es la fuerza de la imagen arquetípica que reside en el inconsciente de cada cual y en el inconsciente colectivo; es un un modelo que sirve para expresar o representar algo.

Dibujos de laberintos espontáneos.

3. EL ESPACIO SAGRADO

El laberinto forma parte de los espacios sagrados; podríamos decir que en sí mismo constituye un espacio sagrado. Hablamos de espacio sagrado como opuesto a profano. Existen muchos lugares naturales de la Tierra que el ser humano ha identificado como sagrados. A este contacto o acercamiento a lo sagrado Mircea Eliade lo denomina “hierofanía”. Dice este autor: «al manifestar lo sagrado, un objeto cualquiera se convierte en otra cosa sin dejar de ser él mismo, pues continúa participando del medio cósmico circundante. Una piedra sagrada sigue siendo una piedra; aparentemente (con más exactitud desde un punto de vista profano) nada le distingue de las demás piedras. Para quienes aquella piedra se revela como sagrada, su realidad inmediata se transmuta, por el contrario, en realidad sobrenatural».8

Ciertos lugares fueron considerados como sagrados a través de los tiempos: bosques, cuevas, montañas, ríos... Algunos de esos lugares, como las cuevas, formaban parte de túneles o subterráneos laberínticos que estaban en el interior de la Madre Tierra. La Madre Tierra ha simbolizado en la antigüedad la vida (la que permite nacer las semillas, alimentarnos), la muerte (cuando morimos volvemos a la tierra), la transformación (todo se recicla) y el conocimiento.

Algunos de esos lugares eran sagrados porque parece ser que allí se experimentaba cierta energía –posiblemente había corrientes telúricas–, diversas sensaciones y percepciones que permitían un efecto “especial” sobre la persona,9 una apertura de la conciencia. Según Devereux10 «había en el pasado una actividad humana conspicua que reconocía el valor del lugar, del espacio sagrado: una preocupación por la interacción de la psique y el entorno». «Lo sagrado –continúa diciéndonos– es importante en los antiguos lugares sagrados porque lleva aparejadas zonas de la conciencia que han quedado anuladas en la conciencia contemporánea.»

Los laberintos surgieron fundamentalmente como espacio sagrado donde se pudiera conectar con otras dimensiones espirituales o de la conciencia, como el contacto con sus dioses o como un lugar de iniciación, de experiencias difíciles que permitieran entender el proceso de vida y muerte.

El espacio sagrado es el espacio del misterio. Algo ocurre en el laberinto que es misterioso. De ahí su fuerza, su atracción y su temor. No tiene una lógica racional. Hay que trabajar con la intuición. Hay una parte que podemos entender, y otra que no, que es misteriosa, por eso prevalece esa atracción y temor al mismo tiempo.

4. LA DANZA SAGRADA

El movimiento de búsqueda del laberinto tiene cierto paralelismo a una danza.

Las danzas sagradas rituales tienen un simbolismo de unión con la divinidad. «Los místicos han sopesado la idea de que el final de la espiral es asimismo un comienzo, o la idea de que la espiral conduce fuera de este mundo.»11 Así podemos verlo en las danzas de los derviches giróvagos.

Hay en el mundo danzas rituales para celebrar las cosechas, los matrimonios, o acontecimientos importantes de la comunidad.

Las formas de danza más antiguas están muy relacionadas con el laberinto. «Las danzas circulares y en espiral constituyen el tipo más puro de las danzas de veneración, porque ponen un énfasis estricto en el centro y la creación del espacio interior.»12

La espiral es una imagen de la evolución del universo y «simboliza el movimiento que describe el espíritu y muestra la relación del círculo y su centro. Todas las danzas laberínticas imitan el viaje de los muertos: el camino tortuoso representa el deambular del alma».13

Una de las danzas más conocidas en relación al laberinto es la danza de Geranos o danza de la Grulla –ave acuática–. Rememora el recorrido que hizo Teseo a través del laberinto y nos ayuda a entender la relación que existe entre «el laberinto y su Señora, la Diosa Pájaro de la Prehistoria».14 El laberinto, que es una representación más compleja del doble meandro, debió haber sido un símbolo del culto a la diosa. Una tablilla de Knossos, descifrada por Palmar (1965), «nos informa que el laberinto debió de haber sido un símbolo de la morada o “palacio” de la “Señora del Laberinto”.15

La danza griega de Geranos tuvo una gran influencia en las danzas eclesiásticas del cristianismo primitivo. Durante la Edad Media había danzas que se celebraban en los laberintos de las catedrales (vg. en la catedral de Auxerre).16

5. JARDINES Y JUEGOS

Frente a esa dimensión sagrada, misteriosa e iniciática, el laberinto se vulgarizó, se hizo profano, perdió su carácter de ritual sagrado y se empezó a utilizar en juegos y jardines.

En la época romana, el tema del laberinto aparece en diversos lugares, como en los frescos, los suelos, o como motivo decorativo en la cerámica. En la Edad Media adquieren un sentido diferente –el camino que lleva a Jerusalén– y se representan en las entradas de algunas iglesias.

A partir del Renacimiento se van diseñando en los jardines, adquiriendo un sentido más profano y estético. En Italia (s. XI), en Inglaterra (s. XVI) o en Francia, se diseñaban jardines laberínticos. Al principio eran de poca altura, más o menos a la altura de la rodilla, pero posteriormente se hicieron también más altos, como el de los jardines de Versalles, diseñados por Perrault en 1667.17

El sentido que adquiría el jardín en estas épocas era, además del estético, para estimular determinados estados anímicos. A veces se trataba de favorecer estados de reflexión, de meditación, de tranquilidad y sosiego; mientras que en otros casos se pretendía el efecto contrario: generar sorpresa, miedo o confusión.18

También, en algunos casos, tuvieron un sentido erótico, utilizándose ese espacio para encuentros y juegos amorosos.

Los laberintos se fueron incorporando también en los juegos de salón, de mesa, o infantiles, como “la rayuela” o como el juego de la oca, en donde se avanza y retrocede continuamente; o en ferias y parques de atracciones o como juegos gráficos de entretenimiento.

Actualmente algunas ciudades incorporan recorridos laberínticos como estímulo de diversión (Barcelona, Budapest). [FIGURA 8.]

El juego de la oca y tres en raya.

La rayuela.

Jardín de Coyoacán (México).

6. TIPOS DE LABERINTOS

Hay muchos tipos de laberintos:19 Los hay muy sencillos como por ejemplo las espirales, aunque hay quienes las consideran pseudolaberintos porque no hay opciones que tomar, sólo hay un sendero; simplemente es un camino largo. Pero hay otros más complejos en donde el sendero inicial de entrada se divide en varios senderos y hay que elegir. Es el debate entre lo racional y lo irracional: ¿cuál será el sendero adecuado?, ¿a dónde me llevará este camino: a la salvación o a la muerte?, ¿qué voy a encontrarme en este recorrido? ¿quién/quiénes puede/n aparecer?, ¿cuáles podrían ser los peligros?

Hay laberintos unidimensionales, bidimensionales, tridimensionales. Los hay hacia arriba, en dirección ascendente, como los zigurats, los hay hacia abajo en los subterráneos de ciertas construcciones o en los túneles y grutas. Los hay redondos, cuadrados... los hay simétricos (de ahí también su relación con los mandalas [FIGURA 9]: representación del cosmos que se utiliza para la meditación y el encuentro con el propio centro espiritual)20 y asimétricos; los hay con un centro que hay que alcanzar, o con varios centros –o pseudocentros que llevarían al principal–, o incluso sin centro (podría ser un laberinto como puro juego de entrada y salida). Podríamos decir que las variaciones de diseño son infinitas.

Generalmente, en los laberintos clásicos, a partir de una cruz van surgiendo círculos que acaban formando un camino entrelazado. Conduce hacia dentro y hacia fuera, siempre es de entrada y de salida y se dirige finalmente hacia el centro. Allí se encuentra el punto de regreso y el mismo camino conduce de nuevo al exterior.21

Humberto Eco22 agrupa los laberintos en tres modelos fundamentales:

a) Laberinto “univiario”: corresponde al laberinto clásico. Tiene una vía, un sendero y, aunque parezca muy complicado, es como un ovillo con dos cabos; se entra por una parte y se sale por la opuesta.

b) Laberinto “manierista”: es un laberinto difícil porque puede hacernos volver continuamente sobre nuestros pasos. Si pudiéramos deshacerlo no nos saldría un hilo, como en el univiario, sino una estructura de árbol con muchas ramificaciones, y solamente una lleva a la salida.

c) Laberinto “rizoma” o “red infinita”, donde cada punto se conecta con los demás, extendiéndose al infinito, como si fuera «un libro en el que tras cada lectura se altera el orden de las letras y se produce un texto nuevo».

7. EL SENDERO Y EL CENTRO

Los elementos más característicos del laberinto son: el sendero o camino que hay que recorrer y el centro, el lugar que hay que alcanzar, la meta que hay que conseguir y que supone aparentemente el objetivo del laberinto, adonde hay que llegar y desde donde habría que salir. Sin embargo, hay que destacar la importancia del sendero; es el recorrido que se hace, la actitud que se mantiene en el trayecto, lo que genera unas transformaciones internas, que culminan al llegar al centro y salir del laberinto. Llegar al centro supone que has tenido que hacer un viaje, haber realizado el difícil camino de transformación personal, de transformación de la conciencia.