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En Hungría 1956, Fernando Barral nos adentra, de una forma sencilla y amena, en los polémicos sucesos --por algunos llamados "insurrección" y, por otros, "revolución"-- acaecidos en ese país. El autor, de origen español y aún siendo niño, se había refugiado antes en Argentina y de ahí había sido deportado hacia Hungría por ser considerado "indeseable", gracias a sus ideas comunistas. En las escuelas húngaras se hace médico y, ejerciendo esta profesión, vive los acontecimientos del otoño de 1956. Quedan registradas en este libro sus experiencias de entonces, unidas al resultado de una concienzuda investigación, para, desde su perspectiva, darnos luz sobre lo ocurrido.
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Seitenzahl: 107
Veröffentlichungsjahr: 2016
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Título original: Hungría 1956
Edición: Ana Molina González
Diseño de colección y cubierta: Lilia Díaz González
Diseño interior: Yadyra Rodríguez Gómez
Realización: Enrique García Martin
Corrección: Pilar Mónica Jiménez Castro
© Fernando Barral, 2013
© Sobre la presente edición: Ruth Casa Editorial, 2013
ISBN 978-9962-697-55-8
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Mientras tantas personas apenas viven una, algunos viven varias vidas. Es el caso de Fernando Barral, el autor de este libro. Nació en Madrid en 1928, hijo de un escultor famoso, hombre de izquierda que participó en el asalto del pueblo al cuartel de la Montaña, capitán de milicias caído en diciembre de 1936. Niño refugiado en Marruecos en 1939, al que su mamá lleva por fin a Argentina, donde vive sus segundos once años; joven comunista, preso político y deportado por “indeseable” a Hungría, donde estudia medicina, se casa, aprende húngaro y vive otros once años. Un amigo de sus años argentinos, Ernesto Guevara, se entera de su paradero y le reclama que venga a Cuba. Llega en 1961 y se incorpora de lleno a la Revolución, ahora para toda la vida. El psiquiatra y sociólogo Barral es uno de esos sabios que son muy poco conocidos, pero hace dos años se presentó a los lectores con un libro apasionante: Mis vidas sucesivas. Recuerdos y destino de un niño de la guerra.
Ahora Barral nos trae otro empeño: rescatar la memoria de la primera etapa del proceso de uno de los países europeos –cada uno tan específico-- que quedó del lado de la Unión Soviética después de la Segunda Guerra Mundial, etapa que fue condensada en un evento sometido sucesivamente al escándalo y al olvido: Hungría 1956.
Para ser preciso, más de un olvido. En cuanto terminó la fase que siguió a los sucesos de 1956, el partido comunista y el gobierno que rigieron a Hungría implementaron una política que necesitaba ese olvido, y lo mantuvieron durante los treinta años siguientes. La URSS del XX Congreso del PCUS, del “deshielo” y del CAME, tenía una gran necesidad de que todos olvidaran aquellos hechos, y para los partidos que seguían su conducción a lo largo del mundo, la Hungría de 1956 era un tema de acusaciones, malestar y argumentos principistas, que era preferible olvidar. Fue entonces uno más de esos temas que parecían no haber existido. Aunque los imperialistas de Estados Unidos y Europa habían instigado y ayudado a la causa del anticomunismo en Hungría, y sintieron alegría durante el apogeo de la crisis húngara, frente a la decisión y la acción militar de la URSS se atuvieron al statu quo de la posguerra. Puestos entre la geopolítica y la actitud de “traidores” ante los reaccionarios, necesitaron reducir el provecho que le podían sacar en su propaganda de “guerra fría”, y someterlo pronto al olvido. Por otra parte, el eje de las confrontaciones revolucionarias se estaba trasladando al llamado Tercer Mundo y haciéndose muy agudo, lo que dejó en un lugar muy secundario los asuntos de las llamadas democracias populares de Europa.
En los últimos veinte años ha regido otro olvido más general: el que pretende que todas las experiencias anticapitalistas del siglo XX fueron intrínsecamente perversas o, en el mejor caso, erróneas. El objetivo principal de esta empresa, que está muy bien organizada, se ha ido trasladando del olvido de datos o recuerdos a la eliminación del pasado, a que las mayorías no tengan que olvidar, porque no han llegado a saber nada. La expresión “Hungría 1956” no debe producirles efecto alguno.[2] Pero los que en Cuba defendemos la necesidad de que triunfe el socialismo, y los millones de latinoamericanos que se han puesto en marcha, comprendemos que es indispensable rescatar la memoria de todas las experiencias e ideas anticapitalistas y socialistas, como parte de esos empeños. Estamos obligados a sacar las cuentas de nuestras historias, a aprovechar las lecciones que nos brindan todas ellas, a heredar las glorias, los sacrificios, las derrotas, las victorias, los males, las tradiciones y los saberes de las revoluciones, y abolir la dominación espuria, las mezquindades y las mentiras en nuestro campo, porque el socialismo que necesitamos no puede ser primitivo ni pequeño.
Este libro muestra de manera muy clara que ningún proceso social es simple, que la dicotomía blanco – negro no permite comprender las actuaciones de los seres humanos y que el análisis social no puede ser sustituido por calificativos que operen como insultos o elogios. Dentro de esos parámetros indispensables, nos presenta los cambios sociales, las formas políticas y la sobredeterminación por otro país que sucedieron durante el ensayo de socialismo en la Hungría de los años cuarenta y cincuenta. Veinticinco años de dictadura y fascismo, y siglos de explotación y opresión, debían ser barridos y borrados en pocos años, pero los métodos al alcance de los dirigentes estaban viciados por su adscripción a la URSS de aquellos años, por lo que eran sumamente autoritarios y llegaban a apelar a crímenes contra sus propios compañeros. En la práctica ejercieron el poder como grupos, y como tales contendieron, no se labraron una legitimidad propia y dependieron de las decisiones del gobierno soviético.
Es muy improbable que la conciencia política predominante en el pueblo húngaro en la inmediata posguerra fuera proclive al socialismo. La correlación de fuerzas dada por la presencia soviética fue lo decisivo, pero los procesos políticos y sociales que son presentados en este libro implicaron una modificación progresiva a favor de la asunción del socialismo, y las vivencias del autor muestran aspectos realmente positivos de la vida bajo el nuevo régimen. Sin embargo, mi impresión es que el pueblo era objeto, y no sujeto del proceso, y en los once años transcurridos entre la liberación y la reforma agraria de la primavera de 1945 y la tragedia del otoño de 1956 vivió la formación, la consolidación y el deterioro de ese nuevo régimen, pero sin ser movilizado políticamente y sin posibilidad de participar efectivamente en sus estrategias y sus decisiones. Las imposiciones ideológicas despreciaron o subestimaron al nacionalismo, que a la hora de la crisis pudo ser contrapuesto al socialismo.
En 1953-1956, la URSS vivía el inicio de cambios notables en su forma de gobierno, y eso afectaba sus decisiones respecto a los dirigentes y las políticas en los países de su campo. Esto influyó mucho en los acontecimientos de 1956. Pero en Polonia, después del trágico incidente de Poznan en junio de 1956, se introdujeron cambios en un ambiente pacífico. Las causas de la evolución y el desenlace tan sangriento de la crisis en Hungría hay que buscarlas en el país mismo, y no en sus condicionamientos.
En vez de conformarse con brindarnos un testimonio de sus vivencias de Hungría, Fernando Barral emprendió una búsqueda de fuentes muy diversas, como puede apreciarse en la bibliografía, y el resultado es una combinación muy atrayente que reúne la narración de los recuerdos de un joven refugiado extranjero –comunista, pero procedente de las antípodas-- que comparte su vida con este pueblo y resulta testigo del evento histórico, con una enumeración de hechos que arrojan luz sobre el proceso histórico y estimulan a conocer más acerca de él. Con ponderación, el autor incluye valoraciones suyas.
Barral nos aporta con este libro una fuente muy valiosa para la memoria histórica de las luchas de los pueblos, y una obra de testimonio e historia de gran calidad y lectura amena.
Fernando Martínez Heredia
[1] Ediciones La Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2010.
[2] Quedan de guardia los materiales que deben encontrar los curiosos y los interesados. Llenos de lugares comunes o mejor elaborados, su finalidad es influir o reforzar el desprecio al socialismo, o desinformar. Naturalmente, una minoría de especialistas maneja los hechos y las valoraciones diferentes que existen sobre aquellos eventos. En otro plano, un ejemplo de aproximación a aquel proceso histórico desde una militancia política puede leerse en Eva Lang: “La contrarrevolución de 1956 en Hungría y la actual propaganda anticomunista”, en Revista Comunista Internacional, Atenas, edición española, Madrid, no. 2, diciembre de 2011, pp. 57-66.
Hablar de Budapest es hablar sobre sus puentes, que atraviesan el Danubio en distintos puntos de la ciudad. Cada uno tiene su personalidad y su historia que contar; cada uno tiene su nombre: nombres patrióticos, como el Petöfi, y nombre de mujer, como el Erzsébet. La Isla Margarita tiene dos puentes que la cruzan: el puente Margarita por el sur y el Árpad por el norte; y así podríamos seguir.
Algunos de estos puentes desempeñaron un papel significativo en el desenvolvimiento de la última insurrección húngara: la de octubre de 1956. En la descripción de esta, se hace mención al primer puente que cruzaron los estudiantes sublevados, al puente Szabadság (que significa, ¡oh, casualidad!: Puente de la Libertad). En mi vida personal los puentes de Budapest no significaron mucho.
Hungría sí significó mucho para mí: salvé la vida y terminé la carrera universitaria. Como médico de barrio conocí muchas personas y muchas situaciones. Me permitió conocer algo de lo que se gestaba en aquel otoño de 1956, inolvidable para mí, pero insuficiente para escribir un libro. Fue necesario investigar, y en este camino nos topamos con personas que eran portadoras vivas de sus relatos. A ellos va dedicado este libro.
Llegamos a Hungría en tren procedente de Viena. Veníamos de la Prisión de Villa Devoto, en Buenos Aires, donde éramos los tres únicos españoles que había deportado el primer Gobierno de Perón, por la aplicación de la Ley 4144. Esta ley establecía la deportación al país de origen de los extranjeros “indeseables”. Su aplicación correspondía a la Policía Federal. De los tres, yo era el único comunista, de la Federación Juvenil Comunista de la Argentina; los otros dos no tenían militancia política alguna. Habían sido recogidos en una redada por varias provincias del país, en la que apresaron a decenas de personas cuyo único vínculo político era el haber prestado en alguna ocasión ayuda monetaria. Una de las víctimas de esta redada era un viejo orate que se pasaba el día canturreando una marcha de los guerreros Yidish (de Palestina), y que se hallaba completamente fuera de la realidad.
Mis dos compañeros de viaje se llamaban Enrique y Eutimio, y físicamente eran lo opuesto el uno del otro: Enrique era regordete, de buen humor; Eutimio, en cambio, era delgado y pálido, siempre estaba con una guitarra al hombro, pero jamás le oímos tocar más que una única melodía.
En las negociaciones con el gobierno español, las organizaciones democráticas fueron posponiendo la fecha de la partida hacia España. Hubo un hecho que decidió nuestro destino: un compañero de celda nuestro, paraguayo, fue deportado a su país. La dictadura de Strossner lo fusiló apenas llegó. A partir de este momento, las organizaciones democráticas y de derechos humanos comprendieron que era vital nuestro rápido asilo político en un país socialista.
De ahí la elección de Hungría, único país que mostró su disposición de recibirnos. Hubiéramos preferido ir a Checoslovaquia, una nación más conocida en Occidente; mas no importaba, íbamos eufóricos, estábamos en libertad y nos dirigíamos a un país socialista: la meca de los revolucionarios. No sabíamos su idioma, y solo contábamos con un diccionario de bolsillo que no entendíamos. Era un país completamente desconocido.
De nuestra provincia de origen (Córdoba), fuimos conducidos en jeep militar hasta un campo de aterrizaje perdido en las Pampas. Íbamos secuestrados y, cuando nos dirigíamos a nuestro incierto destino vigilados por policías, ya creíamos que nos iban a matar. Pero no, nos montaron a un avión de carga, encadenados al asiento. Seguíamos sin saber adónde nos llevaban. Dos horas más tarde, el avión aterrizó en un aeropuerto militar de Buenos Aires. Al pie de la escalerilla nos esperaban tres automóviles grandes rodeados de policías, que nos condujeron sonando sirenas a la tenebrosa Sección Especial para la Represión del Comunismo, conocida en todo el país por su historial de torturas y al menos un asesinato. El más famoso de los torturados fue un joven llamado Ernesto Bravo.