Imitación de Cristo y seguimiento de Jesús - Leonardo Boff - E-Book

Imitación de Cristo y seguimiento de Jesús E-Book

Leonardo Boff

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La Imitación de Cristo, después de la Biblia, es uno de los libros más leídos por cristianos y seguidores de otros caminos espirituales. Para los lectores del siglo xxi es una obra totalmente singular, pues data de finales del siglo xiv y se inscribe en la corriente espiritual llamada Devotio moderna, ampliamente difundida entre laicos y personas letradas de la época, que mantuvo gran influencia en la piedad cristiana posterior. Aunque la forma de interpretar el mundo de dicha corriente es ineludiblemente dualista y reduccionista, Tomás de Kempis poseía una mente libre, que no se dejó influenciar por ninguna corriente mística en particular. Para él lo importante era la experiencia espiritual del encuentro con Cristo y el desapego de uno mismo, que tanto llamó la atención de psicólogos como Sigmung Freud y C.G. Yung, e incluso del filósofo Martin Heidegger.

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Este texto de La imitación de Cristo es una nueva traducción realizada por Frei Tomás Bornmeier y Leonardo Boff a partir del manuscrito autógrafo de 1441, publicado por la TYPIS POLYGLOTTIS VATICANIS, ROMAE, en 1925.

Traducción del portugués: Óscar Madrigal

Diagramación: Carla Quevedo Yenque

© 2016 Ediciones Dabar, S.A. de C.V.Mirador, 42 Col. El Mirador 04950, México, D.F.Tel. (55) 5603 3630, 5673 8855 Fax: 56 03 36 74 e-mail: [email protected] www.dabar.com.mx

ISBN: 978-607-612-237-2

Impreso y hecho en México

Queda prohibida la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de esta publicación, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

Índice

Explicación introductoria

Libro primero

Capítulo ILa imitación de Cristo y el desapego de todaslas vanidades del mundo

Capítulo IILa humilde consideración de uno mismo

Capítulo IIILas enseñanzas de la Verdad

Capítulo IVLa prudencia en las acciones

Capítulo VLa lectura de las Sagradas Escrituras

Capítulo VILas pasiones desordenadas

Capítulo VIICómo resistir a la vana esperanza y a la presunción

Capítulo VIIIEvitar la excesiva familiaridad

Capítulo IXLa obediencia como expresión de libertad

Capítulo XEvitar la conversación irrelevante

Capítulo XILa paz y el esfuerzo por progresar

Capítulo XIICómo sacar provecho de las adversidades

Capítulo XIIICómo resistir a las tentaciones

Capítulo XIVCómo evitar los juicios temerarios

Capítulo XVDe las obras hechas por amor

Capítulo XVICómo convivir con los defectos de los demás

Capítulo XVIILa vida religiosa

Capítulo XVIIIEl ejemplo de los antiguos maestros espirituales

Capítulo XIXLas virtudes del buen religioso y de la buena religiosa

Capítulo XXDel gusto por la soledad y el silencio

Capítulo XXIEl arrepentimiento del corazón

Capítulo XXIIConsideraciones sobre la miseria humana

Capítulo XXIIIMeditación sobre la muerte

Capítulo XXIVDel juicio divino y el destino de los pecadores

Capítulo XXVLa conversión permanente en nuestra vida

Libro segundo

Capítulo I¿Qué es la vida interior?

Capítulo IILa entrega total

Capítulo IIIDe los seres humanos buenos y pacíficos

Capítulo IVMente abierta e intención pura

Capítulo VAutocrítica

Capítulo VILa alegría que produce una buena conciencia

Capítulo VIIAmar a Jesús sobre todas las cosas

Capítulo VIIILa íntima familiaridad con Jesús

Capítulo IXSobre la ausencia de consuelo

Capítulo XAgradecimiento por la gracia de Dios

Capítulo XIDel amor desinteresado a la cruz de Jesús

Capítulo XIIDel camino real de la santa Cruz

Libro tercero

Capítulo ILa comunicación íntima de Jesucristo con quien lo sigue fielmente

Capítulo IILa verdad habla al interior sin el estrépitode las palabras

Capítulo IIIEscuchar con humildad las palabras de Dios,aunque a veces no encuentren eco en nuestro interior

Capítulo IVDe la importancia de presentarse con verdady humildad ante Dios

Capítulo VLos efectos admirables del amor divino

Capítulo VIDe las pruebas del amor verdadero

Capítulo VIIDe la importancia de ocultar la graciabajo el manto de la humildad

Capítulo VIIIDe la estimación de uno mismo ante los ojos de Dios

Capítulo IXDios, la referencia definitiva de todo

Capítulo XDe cuán grato es servir a Dios en medio del mundo

Capítulo XIDe la importancia de examinar e integrarlos deseos del corazón

Capítulo XIIEl aprendizaje de la paciencia y la luchacontra las pasiones

Capítulo XIIIDe la obediencia y la humilde aceptación,a ejemplo de Jesucristo

Capítulo XIVDe la conveniencia de someterse a los secretos designiosde Dios para evitar la vanidad por el éxito

Capítulo XVCómo acoger e integrar nuestros deseos

Capítulo XVIEl consuelo genuino solo se encuentra en Dios

Capítulo XVIIPon todo en manos de Dios

Capítulo XVIIISoportar serenamente, como Jesucristo,las miserias temporales

Capítulo XIXTolerar las injurias es muestra de verdadera paciencia

Capítulo XXDe la importancia de reconocer nuestra fragilidady las miserias de esta vida

Capítulo XXIDescansar en Dios vale másque todos los bienes y los dones

Capítulo XXIIMemoria de los innumerables favores divinos

Capítulo XXIIILas cuatro cosas que dan la felicidad

Capítulo XXIVDe la importancia de no escudriñar en las vidas ajenas

Capítulo XXVDe la inalterable paz del corazón y el verdadero progreso

Capítulo XXVIDe cómo la grandiosa libertad interior se logra más fácilorando con humildad que estudiando con denuedo

Capítulo XXVIIEl amor propio es lo que más nos aleja del sumo Bien

Capítulo XXVIIIContra las malas lenguas

Capítulo XXIXDe la conveniencia de invocar a Diosy bendecirlo en los momentos de aflicción

Capítulo XXXDe la importancia de pedir el auxilio divinoy confiar en la restauración de la gracia

Capítulo XXXIDe la conveniencia de encontrar al Creadora través de las criaturas

Capítulo XXXIIDe cómo debemos renunciar a nosotros mismosy liberarnos por completo de la codicia

Capítulo XXXIIIEl corazón es inestable, pero la intención finaldebe estar dirigida a Dios

Capítulo XXXIVEl que ama, saborea a Dios sobre todo y más allá de todo

Capítulo XXXVEn esta vida no hay seguridad contra la tentación

Capítulo XXXVIContra los vanos juicios de la gente

Capítulo XXXVIILa libertad del corazón se gana a partir de la resignación pura e íntegra

Capítulo XXXVIIIDel buen comportamiento exterior yel socorro divino en medio del peligro

Capítulo XXXIXNo seas impaciente en tus afanes

Capítulo XLNadie es bueno en sí mismo; por eso,no hay razón de envanecerse

Capítulo XLIDel desapego de los honores terrenales

Capítulo XLIIDe la importancia de no buscar la paz en los demás

Capítulo XLIIICuidado con la ciencia pretenciosa y mundana

Capítulo XLIVDe la importancia de no dejarse seducirpor las cosas exteriores

Capítulo XLVNo hay que creer a todos ni descuidarse en las palabras

Capítulo XLVICuando te ofendan, mantén tu confianza en Dios

Capítulo XLVIIDe la conveniencia de soportar cosas gravespara lograr la vida eterna

Capítulo XLVIIIDel día de la eternidad y de las angustias de esta vida

Capítulo XLIXDel anhelo de la vida eterna y de los bienes prometidosa quienes se esfuerzan

Capítulo LPon tus angustias en manos de Dios

Capítulo LICuando no puedas hacer grandes cosas,concéntrate en las tareas humildes

Capítulo LIINo te creas merecedor de consuelo, sino de castigo

Capítulo LIIIDios no concede su gracia a quienes se apegan a lo terrenal

Capítulo LIVLas dos lógicas: la de la naturaleza y la de la gracia

Capítulo LVLa corrupción de la naturaleza y la eficacia de la gracia

Capítulo LVIDe la importancia de renunciar a uno mismoy seguir a Cristo por la cruz

Capítulo LVIINo te desanimes si cometes algunas faltas

Capítulo LVIIIDe nada sirve especular sobre los designios ocultos de Dios

Capítulo LIX

Toda la esperanza y la confianza deben ponerseexclusivamente en Dios

Libro cuarto

Capítulo ICon cuánta reverencia debemos recibir a Cristo

Capítulo IIEn este sacramento se evidencia la enorme bondady el gran amor de Dios

Capítulo IIILa conveniencia de comulgar con frecuencia

Capítulo IVLos maravillosos beneficios de la comunión devota

Capítulo VLa dignidad del sacramento y del estado sacerdotal

Capítulo VIPreparación para la santa comunión

Capítulo VIIExamen de conciencia y formulación de propósitos firmes

Capítulo VIIIDel sacrificio de Cristo en la cruz y de su resignación

Capítulo IXOfrécete totalmente a Dios y ora por los demás

Capítulo XNo dejar de comulgar por un motivo insignificante

Capítulo XIEl cuerpo de Cristo y la Sagrada Escritura sonsumamente necesarios para la vida espiritual

Capítulo XIILa preparación esmerada para recibir la sagrada comunión

Capítulo XIIIAspira con todo el corazón a unirte con Cristoen el sacramento

Capítulo XIVEl ardiente deseo de recibir el cuerpo de Cristo

Capítulo XVLa gracia de la devoción es resultadodel humilde desapego de uno mismo

Capítulo XVIDile a Dios cuáles son tus necesidades y suplica su gracia

Capítulo XVIIEl amor ardiente y el efusivo deseo de recibir a Cristo

Capítulo XVIIIQue nadie pretenda escudriñar con curiosidad este sacramento, sino que se comporte como un humilde seguidor de Cristo y privilegie la fe sobre la razón

Libro quinto

Capítulo IDios no es la soledad del Uno, sino la comunión de los Tres

Capítulo IILa revelación es la total autoentrega de Dios

Capítulo IIILa familia divina asume a la familia humana

Capítulo IVEl misterio del mundo

Capítulo V¿Por qué se gestó la existencia en lugarde que prevaleciera la nada?

Capítulo VIEl gran florecimiento de la evolucióny el surgimiento de la vida

Capítulo VIIEl universo celebra el surgimiento de la vida humana

Capítulo VIIIEl Dios Trinidad aparece en medio de nuestra historia

Capítulo IXEl origen de Jesús, nuestro hermano y libertador

Capítulo XPadre nuestro y pan nuestro: el proyecto de Jesús

Capítulo XIEl suspiro de los pueblos: “venga tu Reino”

Capítulo XIIPerdona nuestras ofensas como también nosotrosperdonamos a los que nos ofenden

Capítulo XIIILa ética de Jesús: el amor incondicionaly la compasión sin límites

Capítulo XIVEl Reino y el anti-Reino: la ejecución del Mesías

Capítulo XVLa resurrección como la realización del Reino de Diosen la persona de Jesús

Capítulo XVIEl Cristo cósmico que colma y anima al universo

Capítulo XVIINo vivimos para morir; morimos para resucitar

Capítulo XVIIILos dos brazos del Padre: Jesucristo y el Espíritu

Capítulo XIXAma y cuida la Tierra, nuestra Madre

Capítulo XXLibera al pobre y al oprimido,que son nuestros Cristos crucificados

Capítulo XXIQuien tiene amor, lo tiene todo

Capítulo XXIILa amistad: una forma desinteresada del amor

Capítulo XXIIILa solidaridad empezando por los últimos

Capítulo XXIVEl cuidado necesario para salvaguardar la vida

Capítulo XXVLa cordialidad afectuosa

Capítulo XXVILa ternura que expresa y alimenta el amor

Capítulo XXVIILa importancia de integrar lo masculino y lo femenino

Capítulo XXVIIICarga tu cruz para alcanzar la resurrección.Aprende a convivir con las luces y con las sombras

Capítulo XXIXFuera de los pobres, no hay salvación

Capítulo XXXAprende a festejar y celebrar la vida

Capítulo XXXIEl objetivo: alcanzar la perpetua paz universal

Explicación introductoria

Nos hallamos ante uno de los libros más leídos y meditados del cristianismo occidental: La imitación de Cristo,de la autoría del venerable Tomás de Kempis (1380-1471).

Vida y obra del autor

Tomás de Kempis nació en Kempen, puerto de Krefeld, Alemania. Fue maestro de novicios de los Canónigos Regulares de San Agustín (Holanda) y falleció –con aura de santidad– en 1471, en el convento del Monte de Santa Inés (Agnietenberg, puerto de Zwolle, hoy Países Bajos), a los 91 años.

En su calidad de guía espiritual los jóvenes religiosos y de otras personas que lo buscaban, Tomás recopiló, a lo largo de 21 años, proverbios, máximas, textos de los Santos Padres, pasajes significativos de la Biblia y de otros escritos espirituales de la época. Finalmente, compendió y ordenó, con enorme coherencia interna, la totalidad de ese vasto material en cuatro libros (o partes) cuya redacción definitiva vería la luz en 1441.

La fama de esta obra se difundió a otros conventos, en donde era copiada y utilizada en la formación de las comunidades religiosas, numerosas en aquella época. Existen más de dos mil ediciones de Laimitación de Cristo. Tan solo en el Museo Británico se resguarda un millar de ellas.

La Biblioteca Real de Bruselas atesora un manuscrito de 1471. Se trata del único original firmado en estos términos: “Finalizado y completado en el año del Señor de 1471, por la mano del hermano Tomás de Kempis, en el monte de Santa Inés, puerto de Zwolle” (finitus et completus anno Domini m.cccc.xli per manus fratris Thome Kempis in monte Sante Agnetis prope Zwollis).

Contamos con muchas ediciones críticas de esta obra; en nuestro caso, decidimos tomar como guía la oficial, publicada por la editorial Typis Polyglottis Vaticanis, intitulada: Thomas à Kempis de Imitatione liber Quattuor ad codicem autographum exacta (Roma, Typis Polyglottis Vaticanis, 1925).

Las cuatro partes que conforman el libro se basan en la corriente espiritual predominante en las postrimerías de la Edad Media y comienzos de la Moderna –para ser más precisos, hacia finales del siglo xiv–, y que prosperó en los Países Bajos. Se trata de la Devotio moderna (Devoción moderna), práctica que no se limitaba a los religiosos y religiosas de los claustros, sino que también se difundió extensamente entre los laicos y las personas letradas de la época, por ejemplo, el gran jurista Hugo Grotius. Laimitación de Cristo se inscribe dentro de este movimiento (consulte el minucioso estudio que hace al respecto Henrique Cristiano José Matos, en su libro Imitação de Cristo: caminho de crescimento espiritual, Belo Horizonte, 2014).

La Devotio moderna se caracteriza, fundamentalmente, por la búsqueda seria de la vida interior, centrada en el encuentro y en el diálogo con Cristo, con especial énfasis en su crucifixión, pasión y muerte. Esta espiritualidad separaba de forma tajante a Dios y el mundo, el espíritu y la materia, el tiempo y la eternidad, el interior y el exterior, la vida secular y la vida religiosa, con un marcado menosprecio del mundo, de sus atractivos y de sus placeres. Tales realidades, consideradas sospechosas, influirían en la piedad cristiana posterior. Es importante reconocer que Dios no quiso que lo amáramos únicamente a él, sino también a todas las criaturas, en particular a todos los seres humanos y, de manera especial, a los más miserables y olvidados entre ellos. No obstante, este tema ocupa un lugar muy escaso en el texto.

En esta forma de interpretar el mundo, resalta evidente e ineludiblemente el reduccionismo con que se entiende el mensaje de Jesús, algo que debe ser superado si queremos que los frutos de esta obra singular puedan alimentar de manera más adecuada la vida espiritual, vivida de modo personal y también en el ámbito secular, en donde habitan y trabajan las personas en sus diferentes estados. Tal es el propósito de nuestra adición, un quinto libro, centrado en el seguimiento del Jesús histórico, pero siempre dentro del espíritu del autor original.

Tomás de Kempis poseía una mente libre. Aun circunscrito en el espíritu de la Devotio moderna, no se dejó influenciar por escuela teológica alguna, ni por una tendencia mística en particular. Por el contrario, en su obra se hace evidente cierta distancia –así como un velado recelo– respecto de todo saber teológico o teórico y de cualquier revelación particular. Para él, lo importante es la experiencia espiritual del encuentro con Cristo, con su cruz, con su obediencia al Padre, con su humildad, con su misericordia, con el amor incondicional y con su pasión y crucifixión, a las que hizo frente con valentía.

En La imitación de Cristo,adquiere especial relevancia el tema del desapego de uno mismo y de todo aquello que le es caro al ego; tanto, que llamó la atención de psicólogos como Sigmund Freud y Carl Gustav Jung, e incluso del filósofo Martin Heidegger. En este punto se ubica la condición indispensable para alcanzar la libertad perfecta.

A pesar de este tipo de interpretación dualista de la realidad, Laimitación de Cristo ha sido siempre un manjar espiritual de excelencia, precisamente porque no hace hincapié en el análisis de la vida y obra de Jesucristo, sino en la imitación de las mismas a partir de una experiencia íntima y personal. Todo está tan concentrado en la figura de Jesucristo en esta obra, que rara vez se hace referencia a temas como la Santísima Trinidad, la Iglesia o los sacramentos. Únicamente el cuarto libro está dedicado por completo a la Eucaristía, y a cómo comulgar de forma digna y devota.

De acuerdo con las Escrituras y con la fe cristiana oficialmente reconocida a partir del Concilio Vaticano II (1962-1965), la teología actual ya no separa, sino que articula, estas realidades que Tomás de Kempis contrasta de modo tan radical. Hoy las entendemos como momentos diferentes del misterio de la creación y del único gran proyecto de Dios: su Reino de amor, solidaridad, fraternidad, compasión, perdón e ilimitada apertura al misterio divino. Ese Reino se concreta tanto en el espacio religioso como en el ámbito secular; se halla en permanente confrontación con el anti-Reino, que representa la negación de los valores del Reino.

En el espacio religioso,el Reino alcanza su realización en la forma de la fe explícita, de las celebraciones, de la vida sacramental, de la búsqueda de las virtudes eminentes, y de la santidad. Por lo que corresponde al ámbito secular, asume la forma de la ética, de la vivencia del amor, de la búsqueda de la justicia, de la compasión, del perdón, del amor y del servicio a los pobres y oprimidos. Estas son las dos vertientes a través de las cuales el Reino de Dios llega hasta nosotros y se hace realidad en la historia. No hay Dios sin mundo, ni mundo sin Dios, como no hay cielo sin tierra.

¿Por qué hemos decidido hablar del seguimiento de Jesús al lado de la imitación de Cristo? Porque ambos temas, elaborados en épocas distintas, se complementan y enriquecen mutuamente.

Al principio, esta obra no se llamaba La imitación de Cristo. En aquel tiempo se acostumbraba que los libros llevaran por título las primeras palabras mencionadas en ellos. Por consiguiente, al publicarse, esta obra se conoció como Quis sequitur me (quien va detrás de mí, quien me sigue), porque tal es su primera frase. Así pues, desde aquí resulta evidente la idea del seguimiento de Cristo. Solo tras la muerte del autor se impuso el título actual de La imitación de Cristo.

El Cristo de Laimitación de Cristo es aquel que habla al interior del ser humano, señalando los rincones oscuros, enalteciendo las partes luminosas, predicando el completo desapego de uno mismo, la humildad extrema –virtud particularmente enfatizada a lo largo de todo el texto– y la confianza irrestricta en Jesús y en el poder de la gracia divina. Es un Cristo que aconseja, advierte, critica y estimula la búsqueda permanente del camino que conduce a la dicha eterna, pasando por la cruz y el sufrimiento.

El Jesús del seguimiento es aquel que habla a las multitudes, a los pobres, a los pecadores; el que presenta un proyecto de total transformación, interior y exterior, de la realidad completa, para dar paso al Reino de Dios, comenzando por los pobres. Se trata del Jesús liberador, que abre nuevas perspectivas sobre la realidad que conocemos hoy, y nos invita a asumir el compromiso a favor de los últimos e invisibles por lo que se refiere a su dignidad y sus derechos.

Los puntos de inflexión son distintos, pero se trata siempre del mismo Jesucristo, del único, muerto y resucitado que nos acompaña en nuestra caminata espiritual, en el viaje rumbo a nuestros propios corazones y en el recorrido que hacemos por el mundo en dirección al Reino de Dios, el cual ya está en realización, pero cuya plenitud únicamente se concretará en la eternidad.

La singularidad de la imitación del Cristo de la fe

Profundicemos un poco en las características de cada uno de los caminos espirituales. El camino de la imitación de Cristo pone de relieve al Cristo de la fe y sus virtudes divinas: su entrega total al Padre, su humildad, su capacidad de soportar sufrimientos y vejaciones, su paciencia infinita y su amor incondicional hacia todos, pero en particular hacia aquellos que, despreciando las cosas del mundo, se entregan a él confiadamente.

Vivir estas virtudes a nivel personal, ha dado origen a una grandiosa espiritualidad, retratada en La imitación de Cristo. Cristo apela a la subjetividad y al corazón, con la intención de que la persona religiosa descubra todos los meandros de la maldad humana, pero también toda la amplitud de la gracia divina y de la actuación de Jesús, que confieren al fiel la posibilidad de conquistar un nivel más elevado en la vida espiritual.

La tesis central se concentra prácticamente por completo en Cristo, fuente de toda gracia y de todo crecimiento espiritual. Influenciada por la espiritualidad de la época, la Devotio moderna preconiza una sumisión absoluta del fiel hacia Dios, haciendo hincapié en una radical insuficiencia humana en el camino espiritual y proponiendo restar, de forma explícita, importancia al mundo, a sus proyectos, a sus placeres y a sus posibilidades. Este concepto dio lugar a una acendrada dualidad: todo bien y toda salvación provienen de Dios y de Cristo, y todas las deficiencias y las maldades tienen su origen en el ser humano y en el mundo.

Esta interpretación de la realidad ocasionó una profunda dicotomía, misma que generó en los fieles una gran desconfianza respecto de los esfuerzos humanos, y un total desprecio hacia las cosas de este mundo. El amor exclusivo a Dios y a Jesús es el objeto único en donde el fiel enfoca su atención y sus anhelos de crecimiento espiritual.

Nuestra contribución consistió, a la luz de la doctrina oficial de la Iglesia (cuya más brillante expresión se consolidó en los textos del Concilio Vaticano II), en tratar de superar esa dualidad mediante el rescate del amor primordial a Dios y a Jesucristo, sin por ello descuidar el amor a la creación y a las posibilidades inherentes a la naturaleza humana, creada amorosamente por Dios.

No obstante las limitaciones señaladas, Tomás de Kempis comprendió, mejor que cualquier psicoanalista, los laberintos más oscuros del alma humana, las tentaciones derivadas del deseo y las angustias que producen; al mismo tiempo, señaló los caminos para hacerles frente, siempre con confianza exclusiva en la gracia de Dios, en la misericordia de Jesús, en el desapego absoluto de uno mismo, y en aprender a restar importancia a las cosas de este mundo.

Ahora bien, en el sexto capítulo del libro tercero, el autor hace un elogio del amor divino con tal profundidad, elegancia y entusiasmo, que nos remite a lo que sobre el mismo tema escribió san Pablo en la Carta a los corintios (cf. 1Co 13,1-13).

Tomás de Kempis siempre procura consolar al fiel imitador con el ejemplo de Cristo, principalmente haciendo referencia a su crucifixión y a su sufrimiento, y mostrándole la extraordinaria alegría que produce la intimidad con él, así como la enormidad de la perenne recompensa que le espera en la eternidad.

La singularidad del seguimiento del Jesús histórico

El camino del seguimiento de Jesús hace énfasis en el Jesús histórico, en su devenir y en su específico modo de ser cuando peregrinó entre nosotros. El Jesús histórico materializa al Cristo de la fe, originando así un mutuo enriquecimiento. En el Jesús histórico, lo que se valora son sus comportamientos respecto de las distintas situaciones concretas que enfrentó en la vida: su crítica a la ostentación religiosa y a la falsedad de la piedad oficial; su compasión entrañable hacia quienes sufren en este mundo; su opción por los pobres y los últimos en la escala social –primeros herederos de su Reino–; su libertad ante las tradiciones; especialmente, su conducta afectuosa hacia las mujeres, las amigas Marta y María, y la samaritana; la audacia de que hizo gala al frecuentar personas consideradas mala compañía, para demostrar que también ellas tienen a su alcance la gracia divina; su censura al poder y a cualquier tipo de ambición y jerarquización en las relaciones humanas; su valor al enfrentar las amenazas de muerte, las torturas y la ejecución en una cruz. Sobre todo, el hecho de que enardeció a las multitudes a partir de un mensaje liberador de todas las opresiones interiores y exteriores: el Reino de Dios. Jesús anunció la proximidad de ese Reino, y la conversión como forma de llevarlo a la realidad de nuestro mundo en cualquier momento.

En particular, la propuesta del seguimiento de Jesús subraya el hecho de que él participó de la condición humana concreta, la que todos vivimos cotidianamente. La Carta a los hebreos dice con toda claridad que fue “probado en todo igual que nosotros” (4,15), que también llevaba “el peso de su propia debilidad”, y que “aprendió en su pasión lo que es obedecer” (5,8).

San Pablo va todavía más lejos al aconsejarnos:

Tengan unos con otros las mismas disposiciones que estuvieron en Cristo Jesús: él, siendo de condición divina, no se apegó a su igualdad con Dios, sino que se redujo a nada, tomando la condición de servidor, y se hizo semejante a los hombres. Y encontrándose en la condición humana, se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte en una cruz (cf. Fil 2,5-8), castigo abyecto en aquella época. Jesús no se “avergüenza de llamarnos hermanos” (Heb 2,11), y en el juicio final aclamará a los miserables y afligidos con el nombre de “mis hermanos” (Mt 25,40).

Como consecuencia de su práctica libertadora y gracias a su doctrina innovadora, fue perseguido, encarcelado, torturado y ejecutado en la cruz. Su dolorosa muerte fue resultado de su vida, de su forma de comportarse y de su fidelidad al Padre, incluso cuando el precio terminara siendo su sacrificio en la cruz.

Su objetivo no fue crear una nueva religión y legiones de piadosos fieles. Lo que quería era crear un hombre y una mujer nuevos. Vino para enseñarnos a vivir como hermanos y hermanas, y para hacernos sentir como hijos e hijas queridos por Dios Padre. Tal es el camino de Jesús al que se hace referencia en el libro de los Hechos de los Apóstoles (9,2; 19,9; 23; 24,14;22), llamado también tradición de Jesús antes del surgimiento de los evangelios, que fueron escritos entre 30 y 40 años después de su ejecución en la cruz.

Jesús nos legó una forma de ser y un gran sueño, el Reino de Dios, hecho de amor, misericordia, perdón, fraternidad, tomando como punto de partida a los más humildes, a quienes les confiere la dignidad de saberse y sentirse hijos e hijas de Dios. El seguimiento de Jesús busca alcanzar, mediante la práctica y el compromiso, todos los beneficios del Reino que él predicó y encarnó.

El anhelo de conocer su práctica histórica tiene por propósito servirnos de inspiración para seguir sus pasos, tomando en cuenta las condiciones propias de nuestro tiempo, pero siempre en el mismo espíritu y con su misma actitud. En palabras de Jesús: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mc 8,34), pues “donde yo esté, allí estará también mi servidor” (Jn 12,26).

Seguir a Jesús implica asumir su causa, participar de sus riesgos y, eventualmente, aceptar el mismo destino trágico que él enfrentó.

La imitación y el seguimiento se complementan

Es a partir de este espíritu, que articula la imitación con el seguimiento, que fue traducido y complementado el libro La imitación de Cristo, de Tomás de Kempis, para enriquecerlo con el capítulo El seguimiento de Jesús, de mi autoría. En este sentido, hemos ido un paso más allá que san Francisco de Sales, quien desarrolló una edición de La imitación de Cristo aderezada con reflexiones y oraciones al final de cada capítulo (véase, en la edición que la editorial Vozes hizo de esta obra en 2009, la presentación del estudioso de la mística Faustino Teixeira, de la Universidad Federal de Juis de Fora). Ampliada y actualizada de esta forma, La imitación de Cristo seguramente seguirá generando los mismos frutos provechosos que ha producido a lo largo de siete siglos.

Como hemos mencionado, nuestro texto de referencia fue la edición crítica latina de la Typis Polyglottis Vaticanis, publicada por Angelus Mercati en 1925. En lengua portuguesa existen varias traducciones, por ejemplo, la del conde Affonso Celso (1860-1938), redactada en verso en 1898.Por su parte, la edición de J. I. Roquette cuenta con “reflexiones piadosas al término de cada capítulo” (Livraria Aillaud, París e Lisboa, s.d. y, después, Ave Maria de São Paulo). En 1910, monseñor Manuel Marinho publicó una traducción en Recife y Rio (bajo el sello Garnier). La traducción del padre Leonel Franca SJ (editorial José Olympio, 1944) es bastante buena.

Entre todas las anteriores, sobresale la traducción de fray Tomás Borgmeier, O.F.M., publicada por la editorial Vozes en 1920, y que tanto nos sirvió por su fidelidad y corrección, aun cuando posee el estilo propio de principios del siglo xx, distinto del contemporáneo. Por nuestra parte, hemos tratado de mejorar la comprensión de algunos textos y retrabajamos gran parte de los capítulos, actualizando el lenguaje y, sobre todo, planteando una visión teológica más incluyente y adecuada a la sensibilidad de la fe actual. El objetivo fue enriquecer el extraordinario mensaje espiritual de este libro singular.

Hace poco, el profesor de historia eclesiástica Henrique Cristiano José Matos, publicó La imitación de Cristo: camino de crecimiento espiritual (Editora o Lutador, Belo Horizonte, 2014). Con toda razón, este estudioso situó la obra dentro de la corriente espiritualista y mística de la Devotio moderna. Tradujo las principales partes de las cuatro secciones que conforman la obra, generando una muy bien estructurada recopilación de pensamientos sin alterar su versión latina.

En nuestro caso, guiados por el deseo de que el enriquecimiento fuera más allá del ámbito de la retórica, hemos añadido al final un quinto libro, inspirado en la Devotio moderna contemporánea, impulsada por el Concilio Vaticano II (1962-1965), por el magisterio papal de las últimas décadas, por el magisterio episcopal de la Iglesia latinoamericana (expresado en los importantes documentos de Medellín [1968], Puebla [1979] y Aparecida [2005]) y por la teología que de ahí se derivó, pensada a partir de la opción preferencial por los pobres, contra su pobreza y a favor de su vida y liberación. Nuestro trabajo se basa, asimismo, en la nueva visión del mundo (cosmología), derivada de hechos incontrovertibles generados por las ciencias de la vida y de la Tierra, en línea con la encíclica del papa Francisco, Laudato Si’. Sobre el cuidado de la casa común (2015). De esta manera, la Devotio moderna del siglo xvi se encuentra y se complementa con la Devotio moderna contemporánea de los siglos xx y xxi.

En la obra seguiremos, capítulo por capítulo y número por número, el texto latino de la edición crítica del Vaticano. Trataremos de conferirle una sensibilidad propia de la fe contemporánea, lo cual implica, necesariamente, un cambio de dirección en cuanto a los temas enfatizados y un ajuste a los giros lingüísticos más actuales; no obstante, nos ocuparemos siempre de que el texto sea comprensible y se apegue a la intención original de La imitación de Cristo. Así, las riquezas contenidas en este gran libro –aunque de pequeñas dimensiones– servirán de alimento a quienes buscan el agua pura de la espiritualidad cristiana en la imitación del Cristo de nuestra fe y en el seguimiento de Jesús de Nazaret, el Libertador, tal como vivió entre nosotros.

Leonardo Boff

Petrópolis, Brasil Pascua de 2016

Libro primero

Recomendaciones útiles para la vida espiritual

Capítulo I

La imitación de Cristo y el desapego de todas las vanidades del mundo

1. El que me sigue no caminará en tinieblas, dice el Señor (Jn 8,12). Estas son las palabras de Jesucristo, que nos invitan a seguir sus pasos y a imitar sus actitudes, si realmente queremos superar la ceguera del corazón. Tal es el nuestro gran propósito: entregarnos a la meditación de la vida de Jesucristo.

2. El mensaje de Jesucristo es superior al de todos los santos y las santas juntos. Quien vive de acuerdo con su espíritu, encontrará un maná escondido. Ocurre que muchos escuchan el evangelio con frecuencia, pero no sienten inclinación hacia la vida espiritual; la razón es que carecen del Espíritu de Cristo. Solo quien procura tomar como modelo de vida la existencia de Jesucristo, entiende y saborea su mensaje.

3. Si no eres humilde, ¿de qué te sirve hablar con erudición sobre el misterio de la Santísima Trinidad? Lo único que cosecharás es el desagrado de la misma Trinidad. La verdad es que no son las palabras elegantes las que hacen justo al ser humano; es la vida, caracterizada por las virtudes, la que nos hace agradables a Dios. Prefiero sentir el arrepentimiento en las entrañas, que saber definirlo. Podría saber de memoria la Biblia entera y conocer todas las corrientes filosóficas y las teorías científicas, pero ¿de qué me serviría todo ese cúmulo de conocimientos, si careciera del amor de Dios y de su gracia? ¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad! (Ec 1,2), si no nos enfocamos en Dios y en su servicio. La sabiduría suprema es esta: llegar al Reino de los cielos tras pasar por el mundo.

4. ¿Qué quiere decir la frase vanidad de vanidades? Vanidad significa buscar las riquezas fugaces y poner la esperanza en ellas. Vanidad es ambicionar honores y anhelar un estatus elevado. Vanidad es satisfacer todos los impulsos de la naturaleza y después verse afligido por un terrible vacío. Vanidad es ansiar una larga vida, sin esforzarnos porque esta sea buena. Vanidad es pensar exclusivamente en la vida actual y alejar del horizonte toda perspectiva de una existencia futura. Vanidad es perderse en lo fútil y pasajero, en lugar de procurar lo permanente y definitivo: la dicha eterna. Acuérdate con frecuencia del proverbio que dice el ojo no terminará de ver, el oído nunca terminará de oír (cf. Ec 1,8).

5. Por lo tanto, cuida que tu corazón no se extravíe en el amor a las cosas visibles hasta el punto de dejar de prestar atención a las invisibles. Si te vuelves su rehén, lo tangible ensuciará tu conciencia y provocará que pierdas la gracia de Dios.

Capítulo II

La humilde consideración de uno mismo

1. Todos tenemos el deseo natural de saber. Pero saber no es suficiente. Junto al saber debe estar el amor a Dios. Ante los ojos de Dios, son más valiosos los campesinos capaces de ver la Energía divina en la naturaleza, que el pensador soberbio que se limita a observar la trayectoria de las estrellas sin cultivar el cuidado de sí mismo. ¿Qué utilidad tendría conocer todo lo que hay en el mundo, si se carece de amor? ¿Me serviría de algo frente a Dios, que me juzgará con base en mis obras?

2. Refrena tu anhelo desordenado de saber, porque en él se esconde una buena dosis de desvío y decepción. A los científicos les agrada ser considerados sabios. Sin embargo, hay muchas cosas cuyo conocimiento poco o nada nos ayuda en la vida. Resulta insensato ocuparse de cosas que no tienen relación alguna con nuestra salvación. La abundancia de palabras no sacia el espíritu, pero una palabra correcta llena de oxígeno la mente, y una conciencia pura alimenta una gran confianza en Dios.

3. Cuantos más y mejores saberes acumules, mayor será el rigor con que Dios te juzgará, a no ser que hayas vivido con santidad. No quieras vanagloriarte por los conocimientos o las artes que te hayan sido enseñados; antes bien, acoge con temor lo que te fue comunicado. Si presumes de conocer y entender bien un gran número de cosas, acuérdate de que es mucho más lo que ignoras. No seas orgulloso y vigila tus pasos (Rom 11,20); mejor harás reconociendo tu ignorancia. ¿Cómo quieres que alguien se fíe de ti, cuando hay otros más enterados que tú y mejor versados en la ley? Si deseas saber algo que valga la pena, opta por mantenerte desconocido y menospreciado.

4. Esta es la mejor recomendación, y la más útil: conocerse a uno mismo y no tenerse en alta valía. La ausencia de presunción respecto de uno mismo equivale siempre a pensar favorablemente de los demás: ahí reside la mayor sabiduría y la más completa perfección. Si ves a alguien pecar públicamente o hacer algo grave, que eso no te lleve a pensar que eres mejor que él, porque ignoras durante cuánto tiempo perseverarás en el bien. Todos somos frágiles, y es recomendable que consideres que nadie lo es tanto como tú.

Capítulo III

Las enseñanzas de la Verdad

1. Dichoso aquel que se deja enseñar por la Verdad, no por las apariencias ni por lo que escucha decir por ahí, sino por la evidencia, tal cual es. Nuestros sentimientos y opiniones son proclives al engaño, y su alcance es corto. No te entregues a las cosas misteriosas, siempre oscuras, pues no seremos juzgados por ignorarlas. Por el contrario, a grandes alabanzas se hace acreedor quien se concentra en las cosas necesarias y provechosas para la vida. Rechaza la seducción de las curiosidades y las cosas dañinas. Aunque tenemos ojos, muchas veces no las vemos (cf. Jer 5,21).

2. ¿De qué sirve conocer a los filósofos y sus corrientes de pensamiento, si de estas no obtenemos sabias lecciones para la vida? Ponte siempre bajo el resguardo del Verbo eterno, y te verás libre de muchos problemas. De ese Verbo único proviene todo, y todo habla de él; es, asimismo, el Principio que nos habla (cf. Jn 8,25). Sin él, no hay quien pueda juzgar las cosas con rectitud. En él, todas las cosas son uno, todo se ve atraído por ese uno y todo se funde en él. Entonces el corazón encuentra tranquilidad, porque Dios lo pacifica. ¡Oh Dios de la Verdad, concédeme ser uno contigo en el amor eterno! Frecuentemente me agoto al leer y escuchar sobre tantas cosas. Pero en ti encuentro todo lo que quiero y anhelo. Que callen todos los sabios y eruditos. Que enmudezcan todas las criaturas. Háblame solamente tú.

3. Cuanto más concentrado y sencillo de corazón te muestres, más serán las cosas sublimes que comprenderás sin mayor esfuerzo, porque estarás bajo la acción de la luz de la inteligencia que viene de lo alto. No te dejes distraer por numerosas ocupaciones y desasosiegos. En lugar de ello, pon a Dios en el centro de todo, y despreocúpate. Para que esto funcione, conserva un espíritu puro, sencillo y siempre abierto. Si te fijas bien, son los afectos desordenados los que ocasionan perturbación e inquietud en el corazón. Las personas sensatas y maduras orientan sus acciones exteriores a partir de su interior. No permitas que las pasiones te hagan actuar de forma irresponsable. Más bien, sujétalas al arbitrio de la justa razón. ¿Existirá lucha más ardua que la de vencerse a uno mismo? Este es el gran desafío: derrotarnos a nosotros mismos, volvernos cada día más fuertes y, de alguna manera, progresar en el bien.

4. En esta vida, toda perfección se presenta mezclada con alguna imperfección; todas nuestras reflexiones están arropadas por las sombras. Más que basarse en los descubrimientos de la ciencia, el camino seguro para llegar a Dios pasa por el conocimiento humilde de uno mismo. Pero no rechaces la ciencia ni cualquier otro conocimiento de la realidad. La ciencia es algo bueno y es bien vista por Dios; sin embargo, siempre es preferible tener una conciencia recta y vivir virtuosamente. A pesar de ello, son muchos los que estudian con ahínco para saber, y no para vivir bien; tal es la razón de que se equivoquen con frecuencia y cosechen pocos frutos de provecho.

5. No es raro que invirtamos más tiempo y esfuerzo mental en discusiones irrelevantes y fútiles, que en observar las vidas ejemplares y reforzar las virtudes. Si tal hiciéramos, habría muchos escándalos menos en la sociedad, y también menos relajamiento en la vida espiritual de las iglesias y los monasterios. Tómatelo en serio: en el juicio final no se nos preguntará qué hemos leído, sino cómo hemos actuado; tampoco se nos juzgará por cuán elegantemente hemos hablado, sino por qué tan honestamente hemos vivido. Dime: ¿en dónde están ahora todos los maestros y grandes señores que recibían alabanzas cuando aparecían en público y enseñaban en las academias? Había otros que tenían muchos títulos y recibían pingües ganancias… ¿quién los recuerda? En vida parecía que valían mucho, pero ahora nadie habla de ellos.

6. ¡Ah, qué rápido pasa la gloria del mundo! Cuán fugaz y pasajera es. Aquellos que han dedicado su existencia a la ciencia, no habrán estudiado y aprendido en vano; cosecharán frutos eternos. No obstante, a quienes no la hayan utilizado para ser mejores y descubrir nuevas facetas del misterio de Dios, la ciencia no les servirá de nada. Quisieron ser grandes en lugar de humildes; por eso se evaporan en sus pensamientos (cf. Rom 1,21). Alcanza la verdadera grandeza quien consigue acumular mucho amor. Y también quien se considera pequeño y no se vanagloria en exceso por sus logros. El prudente resta importancia a todo aquello que solo es temporal y se concentra en conocer a Jesucristo (Fil 3,8). Ahora bien, el más sabio de todos es quien hace la voluntad de Dios y renuncia a la suya propia.

Capítulo IV

La prudencia en las acciones

1. No confíes en cualquier palabra ni creas en las primeras impresiones. Con cautela y naturalidad, sopesa las cosas a la luz de Dios. Por desgracia, nos fijamos más en lo que otros hacen mal que en lo que hacen bien. Esa es nuestra debilidad. Pero las personas prudentes no creen indiscriminadamente en todo lo que se les cuenta, porque conocen la fragilidad humana; saben que nos inclinamos al mal y estamos prestos a pecar con la palabra.

2. Gran sabiduría se evidencia al no actuar con precipitación, ni aferrarnos con obstinación a nuestras opiniones; sabio es también quien no cree en todo lo que le dicen, ni se apresura a contar a los demás lo que escuchó o sospecha.

3. Busca el consejo de las personas inteligentes y sensatas; es preferible aprender de quienes son mejores que nosotros, que obstinarnos en nuestras propias ideas. La existencia caracterizada por las virtudes hace que el ser humano aparezca sabio ante Dios, y conocedor de muchas cosas. En tanto más humildes seamos ante nosotros mismos y más abiertos estemos a Dios, más prudentes y tranquilos nos mostraremos en todas las situaciones.

Capítulo V

La lectura de las Sagradas Escrituras

1. En las Sagradas Escrituras debemos buscar la verdad, no la elocuencia. Todo libro sagrado tiene que ser leído en el mismo espíritu con el que fue escrito. En las escrituras no debe preocuparnos la sutileza del lenguaje, sino aquello que nos edifica. Debemos sentir gusto tanto en la lectura de los libros sencillos y piadosos, como en los complejos y profundos. No tomes en consideración el prestigio del autor, y tampoco si cuenta o no con grandes habilidades literarias. Por el contrario, busca con amor la verdad pura que contienen los libros. Que no te preocupe quién habla, sino qué está diciendo.

2. Los seres humanos somos perecederos, pero la verdad del Señor es para siempre (cf. Sal 116,2). Sin hacer distingos, Dios nos habla a todos de diversas maneras. El problema es que, muchas veces, nuestra curiosidad perjudica la lectura que hacemos de los textos sagrados, porque queremos comprender y analizar lo que deberíamos asimilar simplemente, tal como está escrito. Si quieres sacar provecho de ellos, lee los textos con humildad, sencillez y fe, sin dar importancia al nombre del autor. Cuestiónate con buena voluntad y recibe en silencio las palabras de los santos y las santas; no dejes de escuchar las opiniones de las personas mayores, porque no hablan sin causa.

Capítulo VI

Las pasiones desordenadas

1. Siempre que deseamos algo de forma desesperada, la ansiedad nos domina. El orgulloso y el avaricioso nunca tienen sosiego; en cambio, el pobre y el humilde de espíritu viven llenos de paz. El que no se sabe controlar, pierde fácilmente su centro y se siente perdido ante las cosas pequeñas e insignificantes. La persona débil de espíritu, y que aún está algo inclinada a lo sensible, será propensa a dejarse guiar por los sentidos exteriores y le costará mucho trabajo liberarse de los apegos materiales. Cuando tenga que renunciar a ellos, por lo general se sentirá apesadumbrada; y cuando alguien le lleve la contraria, se irritará con facilidad.

2. Sin embargo, cuando esa persona alcanza lo que deseaba, no tardará en sufrir remordimientos de conciencia, por haber cedido a sus pasiones, lo que no contribuye en nada al logro de la tan ansiada paz. La verdadera paz del corazón es resultado de la capacidad de integrar las pasiones en lugar de entregarse a ellas sin más. Solo quien cultiva el fervor espiritual conoce la paz del corazón, un fruto vedado para el que descuida sus pasiones y se pierde en lo exterior.

Capítulo VII

Cómo resistir a la vana esperanza y a la presunción

1. Es insensato quien coloca su esperanza en los seres humanos o en las criaturas. Que no te avergüence ponerte al servicio de los demás por amor a Jesucristo, aun cuando al hacerlo se te considere como pobre en esta vida. No confíes en demasía en ti mismo; mejor pon tu esperanza en Dios. Entrega lo mejor de tu persona, que Dios aceptará tu buena voluntad. Más que en tus conocimientos y en la habilidad de otros, confía en la gracia divina, que eleva a los humildes y desprecia a los engreídos.

2. Si posees riquezas y amigos poderosos, no hagas alarde de ellos; mejor vanaglóriate de Dios, que lo da todo, incluso a sí mismo. Que la belleza y elegancia de tu cuerpo no sean motivo de vanidad; una pequeña enfermedad es suficiente para hacerte sentir frágil y perder la forma. No presumas de tus talentos y habilidades; a Dios no le agrada ese comportamiento, y él es el dueño de todos los bienes naturales que disfrutas.

3. No te creas mejor que los demás si no quieres que Dios te considere el peor, porque él conoce todo lo que hay en el ser humano (cf. Jn 2,25). Que tus buenas acciones no te envanezcan; recuerda que el juicio divino es muy distinto del juicio de los seres humanos. Hay una gran diferencia entre lo que le agrada a Dios y lo que los hombres encuentran justo. Tal vez haya algo bueno en ti, pero no olvides que otros pueden ser aún mejores. De esta forma, te mantienes humilde. Ningún mal te hará juzgarte por debajo de los demás; por el contrario, ponerte por encima de cualquier otra persona podría serte perjudicial. El humilde goza de paz permanente. En cambio, en el corazón del orgulloso reina la envidia y hay innumerables amarguras.

Capítulo VIII

Evitar la excesiva familiaridad

1. No abras tu corazón a cualquiera (Sir 8,19), mejor trata tus problemas con alguien dotado de sabiduría y de amor a Dios. Habla poco con las personas extrañas. No adules a los ricos ni busques aparecer mucho junto a los poderosos. Procura la compañía de los humildes y los sencillos, de los religiosos y de los prudentes; conversa con ellos acerca de asuntos que puedan enriquecerte. Evita la intimidad extrema con mujeres, pero inclúyelas en tus oraciones. Cultiva, más bien, una familiaridad profunda con Dios y con sus ángeles, y evita ser conocido por los hombres.

2. Debes amar a todos, pero no intimes con cualquiera. Suele ocurrir que, aunque una persona desconocida goce de buena reputación, su presencia no es agradable a los demás. A veces pensamos que con nuestra intimidad agradamos a los otros, y olvidamos que ellos podrían sentirse decepcionados al ir descubriendo nuestros defectos.

Capítulo IX

La obediencia como expresión de libertad

1. Gran cosa es vivir en obediencia y bajo la guía de un superior, renunciando a uno mismo. Resulta mucho más seguro obedecer que mandar. No son pocos los que obedecen más por necesidad que por amor; es por ello que sufren y murmuran con facilidad. A menos que se sujeten de todo corazón y por amor a Dios, nunca alcanzarán la libertad de espíritu. Irán de un lado a otro, pero solo hallarán reposo cuando se sometan humildemente a su superior. Muchos se engañan imaginándose en otros lugares o anhelando un cambio de situación.

2. Es cierto que a todos nos gusta actuar de acuerdo con nuestra propia forma de pensar, y nos acercamos más a quienes piensan de la misma manera. Sin embargo, si Dios está entre nosotros, de vez en cuando es preciso que renunciemos a nuestras opiniones para favorecer la paz. ¿Quién es tan sabio que lo sepa todo en absoluto? Así pues, no confíes excesivamente en tu opinión; mejor harás si escuchas de buena gana el pensamiento de los demás. Si tu parecer es correcto, pero renuncias a él por amor a Dios, para seguir el parecer de los otros, ganarás mucho con ello.

3. De hecho, muchas veces he escuchado que es mejor atender y acoger el consejo de los demás, que darlo. Bien puede ocurrir que la opinión de otra persona sea acertada; por otro lado, negarnos a hacer concesiones a los demás, aun cuando la razón y las circunstancias lo aconsejen, es señal de soberbia y obstinación.

Capítulo X

Evitar la conversación irrelevante

1. Aunque su intención sea buena, rehúye en lo posible las habladurías de la gente, porque alteran tu punto de vista sobre las cosas del mundo; si no lo haces, correrás el riesgo de sentirte desmoralizado y convertirte en rehén de la vanidad. ¡Ojalá hubiera guardado silencio en tantas oportunidades, en lugar de haber hablado con los demás! ¿A qué se deberá que nos gusten tanto la plática y el chismorreo, aun sabiendo que muchas veces nos pesará la conciencia cuando regresemos al silencio? Si encontramos tanto agrado en hablar, es porque a través de la plática pretendemos consolarnos mutuamente y desfogar el corazón, exhausto de cargar las más diversas preocupaciones. Nos complace hablar y pensar, ya sea en aquello que amamos y anhelamos, o en lo que nos contraría.

2. Por desgracia, es frecuente que tal actividad resulte estéril y frustrante. La razón es que ese alivio exterior es muy perjudicial para el consuelo interior y divino. Así pues, es imperioso velar y orar para no desperdiciar ociosamente el tiempo. Si tienes autorización de hablar y hacerlo es oportuno, exprésate acerca de cosas edificantes. Los malos hábitos y la negligencia que nos impide progresar espiritualmente, contribuyen en gran medida a que hablemos en demasía. Los coloquios devotos sobre asuntos espirituales contribuyen mucho al crecimiento espiritual, sobre todo cuando las personas se reúnen en nombre de Dios y comparten los mismos pensamientos y sentimientos.

Capítulo XI

La paz y el esfuerzo por progresar

1. Si evitáramos las intrigas e inmiscuirnos en asuntos ajenos que no nos conciernen, podríamos gozar de mucha paz. ¿Cómo puede conservar la paz quien se entromete en problemas ajenos, busca relaciones fuera de su entorno y, en consecuencia, pierde el contacto consigo mismo? Dichosos los sencillos, porque tendrán paz a raudales.

2. ¿A qué se debe que tantos hombres y mujeres espirituales hayan logrado alcanzar un alto grado de perfección y contemplación? A que supieron controlar sus deseos y eso les permitió concentrarse por completo en Dios; y porque, al ser libres, pudieron examinar su interioridad profunda. Nosotros, sin embargo, damos demasiada importancia a nuestras emociones, y nos entregamos excesivamente a cosas irrelevantes. Rara vez conseguimos someter nuestros vicios; no ardemos en deseos de progresar cada día. Debido a ello, el desinterés y la indolencia se apoderan de nosotros.

3. Si estuviéramos completamente muertos a nosotros mismos y pudiéramos alcanzar una gran libertad interior, irrumpiría en nuestro ser el gusto por las cosas espirituales y nos sería concedido disfrutar la dulzura de la contemplación celestial. El mayor impedimento para ello reside en la incapacidad de dominar nuestras pasiones y deseos desordenados, y en nuestra renuencia a prestar atención al camino que nos señalan las personas espirituales. Como carecemos de fuerza interior, nos desanimamos por completo y terminamos por buscar gratificaciones meramente humanas.

4. Si nos esforzáramos por mantenernos firmes en la lucha, como soldados valientes, no cabe duda de que veríamos descender hacia nosotros el auxilio divino. Porque, si confiamos en su gracia, Dios está siempre listo para ayudarnos. La contienda solo puede conducirnos a la victoria. Si pensamos que el progreso espiritual se deriva exclusivamente de la observancia exterior, nuestro esfuerzo será de corta duración. Arranquemos de raíz nuestros vicios, y de esta manera, liberados, gocemos de la paz interior.

5. Si cada año nos propusiéramos extirpar uno solo de nuestros vicios, pronto alcanzaríamos la perfección. Sin embargo, lo cierto es que tendemos a pensar que éramos mejores y teníamos una vida más pura al inicio de nuestro recorrido espiritual. Nuestro fervor y aprovechamiento tendrían que aumentar todos los días, pero nos damos por satisfechos si conservamos aunque sea un poco de nuestra devoción original. Si hubiéramos puesto más empeño desde el principio, ahora encontraríamos todo más fácil y agradable.

6. Nos cuesta dejar de lado los viejos hábitos, y todavía más ir en contra de nuestros deseos. Pero, ¿cómo vencer los obstáculos realmente importantes, si no logramos imponernos a los que son pequeños e insignificantes? Si te interesa evitar mayores dificultades, resiste desde el principio a las inclinaciones nocivas y a los malos hábitos. ¡Ay, si supieras cuánta paz y alegría les darías a los demás al vivir como se debe, seguramente te ocuparías más de tu progreso espiritual!

Capítulo XII

Cómo sacar provecho de las adversidades

1. Es bueno enfrentar crisis y adversidades de vez en cuando, porque nos hacen pensar, nos purifican y nos recuerdan que nuestra situación en este mundo nunca es segura, así que no debemos confiar por completo en ella. También es bueno entrar en contacto con personas que opinen distinto de nosotros, que nos juzguen con severidad y hasta de forma malintencionada, aun cuando nuestras acciones e intenciones hayan sido correctas. Todo ello nos invita a ser humildes y a no envanecernos. En tales circunstancias, despreciados y difamados, entendemos que solo podemos confiar en el testimonio interior de Dios.

2. Porque los seres humanos debemos apoyarnos tan fuertemente en Dios, que sea innecesario mendigar el consuelo de los demás. Si nuestras intenciones son buenas, cuando los malos pensamientos nos atormenten sentiremos con más facilidad la necesidad de Dios. La verdad es que, sin él, nadie puede hacer bien alguno. Quien no lo tiene, vive triste, gimiendo y llorando por las tribulaciones que padece. Seguir viviendo le causa tedio, y anhela que llegue la muerte para liberarse de este mundo y reunirse con Jesucristo (cf. 2Cor 1,9; Fil 1,23). Comprende entonces que aquí no puede existir seguridad absoluta ni paz duradera.

Capítulo XIII

Cómo resistir a las tentaciones

1. El simple hecho de vivir en este mundo, implica que no estamos exentos de trabajos y tentaciones. En el libro de Job (7,1) se nos dice: Una lucha es la vida del hombre sobre la tierra. Así pues, cada cual debe guardarse de las tentaciones con celo y oración, para no dar espacio a las ilusiones del demonio, que nunca duerme y ronda como león buscando a quién devorar (1Pe 5,8). Nadie es tan perfecto ni tan santo que no se vea asaltado, de vez en cuando, por tentaciones. No existe persona alguna que sea totalmente inmune a ellas.

2. Por más molestas y graves que se presenten, las tentaciones resultan muy útiles, porque nos obligan a ser humildes, a purificarnos y a aprender. Todas las personas espirituales atravesaron numerosas crisis y tentaciones, y crecieron gracias a ellas. Quienes no las enfrentaron, terminaron derrotados y considerados poco aptos. Aunque una situación nos parezca perfecta, o creamos haber hallado el lugar más solitario, ni la una ni el otro están libres de tentaciones y dificultades.

3. En tanto ser vivo, nadie es totalmente inmune a las tentaciones, porque su origen está en nosotros mismos: la situación decadente en la que nacimos. Apenas vemos el fin de una tentación o crisis, y ya está surgiendo la siguiente. Y siempre hemos de enfrentarlas con sufrimiento, porque perdimos el don de la felicidad que gozamos en el principio. Muchos tratan de huir de las tentaciones, solo para toparse enseguida con otras. Pretendiendo escapar no es como las venceremos; únicamente la perseverancia, la paciencia y la humildad genuina permiten que seamos más fuertes que todos nuestros enemigos.

4. De nada sirve tratar de evitar las ocasiones exteriores, si antes no arrancamos las raíces. Si no nos ocupamos de ello, las tentaciones no tardarán en volver, creando una situación aún peor. Pero si confías en Dios, las vencerás poco a poco, con paciencia y dedicación, y con más facilidad que utilizando la violencia o confiando solo en tu propio esfuerzo. Cuando tengas una tentación, no te retraigas; busca el consejo de alguien de confianza. No te muestres duro con quien haya sido tentado; mejor bríndale tu apoyo, tal como te gustaría a ti ser apoyado.

5.