La gran transformación - Leonardo Boff - E-Book

La gran transformación E-Book

Leonardo Boff

0,0

Beschreibung

La gran transformación que hoy está en curso es el paso de una economía de mercado, a una sociedad solo de mercado. Este paso transformó todo en mercancía, y lo que era sagrado y respetado como la vida, el agua potable, los órganos humanos, la conciencia y la verdad se han convertido en objeto de intercambio, de compraventa. Una sociedad así, exclusivamente de mercado, en la que la economía se convierte en el único eje estructurador de la vida social, somete a la política a sus dictados y envía al limbo a la ética. En esta sociedad lo que importa es el beneficio económico individual o corporativo, y generalmente este beneficio es alcanzado a costa de la devastación de la naturaleza y de la gestación perversa de desigualdades sociales. Existe sin embargo otra gran transformación en curso, la de la ecología, que es su opuesto dialéctico. Penetra en la conciencia colectiva humana el hecho de que el 90 por ciento de los daños a la naturaleza se debe a la actividad irresponsable e irracional de las elites del poder económico, político, cultural y mediático, que deciden por su cuenta el rumbo del mundo. Esta transformación de la conciencia ecológica nos urge a interrumpir el camino hacia el precipicio.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 283

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Título original: A grande transformação

Traducción: Cristina Díaz Padilla

Maquetación: Cynthya Alva Castelán

Diseño de portada: Cynthya Alva Castelán

Imagen de portada: iStockphoto©

© 2015 Ediciones Dabar, S.A. de C.V.

Mirador, 42

Col. El Mirador

04950, México, D.F.

Tel. (55) 5603 3630, 5673 8855

fax: 5603 3674

e-mail: [email protected]

ISBN: 978-607-612-240-2

Impreso y hecho en México

Contenido

INTRODUCCIÓN

La era de las amenazas y de las promesas globales

Primera parte

EconoMía

1. “Soy un técnico, pero tengo técnica solo dentro de la tecnica”

2. La sociedad de mercado: nuestro pecado original

3. Volamos a ciegas, pero sí hay una carta de navegación

4. Del ilusorio gen egoísta al carácter cooperativo del genoma humano

5. ¿Quién manda realmente en el mundo de hoy?

6. Una gobernanza global construida por los mercaderes

7. La economía verde: ¿el último asalto a la naturaleza?

8. El caso Brasil: ¿una empresa internacionalizada?

9. Ética y responsabilidad socioambiental de las empresas

10. Los pueblos originarios nos enseñan el “buen vivir”

Segunda parte

Política

1. El calendario de la evolución cósmica nos da esperanza

2. El estado natural de las cosas es la evolución, no la estabilidad

3. Articular el contrato natural con el contrato social

4. Constitucionalismo ecológico: el ejemplo de América Latina

5. La exigencia de revisar y reinventar conceptos

6. El cuidado como nuevo paradigma en las relaciones

7. La convivencialidad: una virtud que nos falta

8. La arrogancia: el vicio persistente de Occidente y de las Iglesias

9. El ateísmo ético purifica la religión y libera su verdadera misión

10. ¿Qué pensar del ser humano después de la Shoah?

11. El necesario rescate de la inteligencia emocional y espiritual

Tercera parte

Ecología

1. La Tierra, el gran pobre que clama por la liberación

2. La urgencia de enfrentar la sexta extinción en masa

3. ¿Acaso la Madre Tierra ya no nos quiere en su seno?

4. Sustentabilidad: tentativa de definición globalizante

5. Cinco “R” en contra del consumismo y a favor de la sustentabilidad

6. El respeto: fundamento de la ética, de los derechos humanos y de la naturaleza

7. ¿Qué es la vida? Comentarios sobre el aborto

8. Escuchar a la naturaleza: la lección de los pueblos originarios

9. ¿Qué pasa si la Tierra se libra de la especie humana?

10. Dios está dentro y fuera del proceso evolutivo

CONCLUSIÓN

La importancia de la espiritualidad y la religiosidad en la gran transformación

BIBLIOGRAFÍA

INTRODUCCIÓN

La era de las amenazas y de las promesas globales

Vivimos en la era de las grandes transformaciones. Entre las tantas que existen, destaco solo dos: la primera en el campo de la economía, y la segunda en el campo de la conciencia.

La gran transformación en la economía mundial

A partir de 1834, cuando se consolidó la revolución industrial en Inglaterra, comenzó a constituirse una gran transformación. ¿En qué consistió?

En el paso de una economía de mercado a una sociedad de mercado. O, dicho de otra forma: de una sociedad con mercado a una sociedad solo de mercado. El mercado siempre ha existido en la historia de la humanidad, pero nunca hubo una sociedad exclusivamente de mercado, es decir, una sociedad que sitúa la economía como único eje estructurador de toda la vida social, sometiendo a ella la política y enviando la ética al limbo.

No se trata de cualquier tipo de mercado. Es el mercado que se rige por la competencia y no por la cooperación. Lo que importa es el beneficio económico individual o corporativo, y no el bien común de toda una sociedad. Generalmente este beneficio es alcanzado a costa de la devastación de la naturaleza y de la gestación perversa de desigualdades sociales.

El mercado debe ser libre y, por ese motivo, rechaza controles; considera al Estado como su gran obstáculo, pues –como sabemos– su misión es organizar mediante leyes y normas a la sociedad y al campo económico, así como coordinar la búsqueda del bien común. La gran transformación postula un Estado mínimo, limitado prácticamente a las cuestiones relacionadas con la infraestructura de la sociedad, con el fisco, cuya recaudación será lo más baja posible, y con la seguridad. El resto pertenece al mercado.

Todo puede ser llevado al mercado, desde el sexo hasta la Santísima Trinidad. De todo puede obtenerse ganancia. Hasta las cosas más sagradas, directamente vinculadas a la vida, como el agua potable, las semillas, los suelos y los órganos humanos, son objeto de compraventa y, como tales, susceptibles de acumulación. Ciertamente tienen un gran valor, pero no tienen precio. Por eso jamás deberían entrar en el circuito comercial del mercado.

El genio de la mercantilización general penetró en todos los sectores de la sociedad: la salud, la educación, el deporte, el mundo de las

artes y del entretenimiento, e incluso en sectores importantes de las reli-

giones y de las Iglesias. Estas incorporaron la lógica del mercado, la creación de una masa enorme de consumidores de bienes simbólicos, iglesias pobres en espíritu, pero ricas en medios para hacer dinero. No es raro que en el mismo complejo funcionen un templo y junto a él un centro comercial. Al final, se trata siempre de lo mismo: obtener ganancias, ya sea con bienes materiales o con bienes “espirituales”.

Quien estudió detalladamente este proceso avasallador fue un historiador de la economía, el húngaro estadounidense Karl Polanyi (1886-1964). Él acuñó la expresión La gran transformación al titular así un libro que escribió poco antes de concluir la segunda guerra mundial, en 1944. En aquel tiempo la obra no recibió especial atención. Hoy, cuando sus tesis se ven más y más confirmadas, se ha vuelto lectura obligatoria para quienes se proponen entender lo que está ocurriendo en el campo de la economía, con repercusión en todas las áreas de la actividad humana, incluida la religiosa.

Esa forma de organizar la sociedad alrededor de los intereses económicos del mercado escindió a la humanidad de arriba abajo, creando un abismo enorme entre los pocos ricos y los muchos pobres. Se gestó entonces una terrible injusticia social, con multitudes de personas dese-

chables, consideradas nulidades económicas, aceite usado que ya no le interesa al mercado, pues producen muy poco y consumen casi nada.

Simultáneamente, la gran transformación de la sociedad de mercado creó también una inicua injusticia ecológica. En el afán de acumular, fueron explotados de forma predadora bienes y recursos de la naturaleza, se devastaron ecosistemas enteros, se contaminaron los suelos, las aguas, el aire y los alimentos, todo ello sin consideración ética, social o sanitaria alguna.

La gran transformación supone que la Tierra es una especie de baúl de recursos, un emporio de productos y una banca de negocios. La fase actual está determinada por el capital especulativo, totalmente desvinculado de los procesos reales de producción. Si el valor del Producto Interno Bruto (pib) mundial es de más o menos 60 trillones de dólares, el del especulativo sería –según algunos cálculos– de algo así como 600 trillones de dólares. Un trillón quinientos billones de dólares circulan diariamente en los mercados especulativos, en busca de ganancias mayores e instantáneas, sin relación con el estado de la producción y el comercio de bienes y servicios.

Las consecuencias directas son el crecimiento de las ganancias de los capitales especulativos en detrimento de los capitales productivos, la precarización del trabajo y la expansión creciente de la pobreza.

Un planeta limitado, pequeño, viejo y enfermo, es incapaz de resistir un proyecto de esta naturaleza, que busque la acumulación ilimitada. Fue esto lo que derivó en un problema sistémico del que los economistas de este tipo de economía rara vez hablan: se alcanzaron los límites físico-químico-ecológicos del planeta Tierra. Ese hecho dificulta, si no es que impide por completo, la reproducción del sistema que parte de la suposición de una Tierra repleta de “recursos” (bienes y servicios, o “bondades” en la lengua de los indígenas).

De continuar por ese rumbo podremos experimentar, como ya lo estamos haciendo, reacciones violentas de la Tierra. Al ser un ente vi-vo que se autorregula, nuestro planeta trata de mantener su equilibrio reaccionando con eventos extremos, terremotos, tsunamis, tifones y un completo desajuste de los climas.

Esa transformación, por su lógica interna, se está volviendo biocida, ecocida y geocida. Destruye sistemáticamente las bases que sostienen la vida. La existencia corre peligro; como la especie humana ya no es beneficiosa para la Tierra, esta podría tender –no es del todo descabellado– a extirparla como si fuera una célula cancerígena.

La gran transformación en la ecología

En contrapartida, otra gran transformación, la de la ecología, está en curso, penetrando en la conciencia colectiva humana. Ella es su opuesto dialéctico. A medida que aumentan los daños a la naturaleza, afectando cada vez más a las sociedades y a la calidad de vida, crece también la conciencia de que cerca de 90 por ciento de los mismos se debe a la actividad irresponsable e irracional de los seres humanos, más específicamente, de las élites del poder económico, político, cultural y mediático, constituidas en las grandes corporaciones multinacionales que asumieron por su cuenta el rumbo del mundo. Tenemos que hacer, con urgencia, algo que interrumpa el camino hacia el precipicio. Como advierte la Carta de la Tierra, la disyuntiva es “formar una comunidad para cuidar la Tierra y cuidarnos unos a otros o arriesgarnos a la destrucción de nosotros mismos y la de la diversidad de la vida” (Preámbulo).

La ecología, fundada por Erns Heckel como ciencia dependiente de la biología en 1866, a partir de la crisis ecológica revelada por el informe que presentara en 1972 el Club de Roma bajo el título de “Los límites del crecimiento”, se volvió un tema central de la política, de las preocupaciones de la comunidad científica mundial, y de los grupos más despiertos e intranquilos por nuestro futuro común.

El centro de interés se desplazó: del crecimiento/desarrollo sustentable (imposible dentro de la economía de libre mercado) a la conservación de la vida en su totalidad. Primero debe garantizarse la sustentabilidad del planeta Tierra, de sus ecosistemas, de las condiciones naturales que posibilitan la continuidad de la existencia. Una vez garantizados estos requisitos previos, se puede hablar de sociedades sustentables, de desarrollo sustentable o de cualquier otra actividad que se quiera presentar con este calificativo.

A partir de entonces irrumpió una nueva conciencia acerca del estado perturbado de la Tierra, de la vida y de la Humanidad. La visión de los astronautas reforzó esa perspectiva. Desde sus naves espaciales o desde la Luna, se dieron cuenta de que Tierra y Humanidad forman una única entidad. No están separadas ni son realidades paralelas. La Humanidad es una expresión de la Tierra, su parte consciente, inteligente y responsable de la preservación de las condiciones que producen y reproducen sin cesar la existencia.

En nombre de esta conciencia y de esta urgencia surgieron los principios de responsabilidad (Hans Jonas), de cuidado (Boff y otros), de sustentabilidad (Informe Brundland), de interdependencia-cooperación (Heisenberg/Wilson/Swimme), de prevención/precaución (Carta de Río de Janeiro de 1992, de la onu), de compasión (Schoppenhauer/Dalai Lama) y el principio Tierra (Lovelock y Evo Morales).

La reflexión ecológica ganó en complejidad. No se le puede reducir únicamente a la preservación del medio ambiente. La totalidad del sistema mundo está en juego. Así surgió una ecología ambiental, que tiene como meta la calidad de vida; una ecología social, que procura un modo sustentable de vida (producción, distribución, consumo y tratamiento de los residuos); una ecología mental, que se propone criticar los prejuicios y las visiones del mundo que son hostiles a la vida, y formular un nuevo diseño civilizador con base en principios y valores que permitan una nueva forma de habitar la Casa Común; y, finalmente, una ecología integral, capaz de reconocer que la Tierra es parte de un universo en evolución, y que debemos vivir en armonía con el Todo, uno, complejo y cargado de propósito. El resultado es la paz.

De esa forma se creó una base teórica capaz de orientar el pensamiento y las prácticas amigables con la vida, y orientadas hacia un nuevo paradigma de relación con la naturaleza y la Tierra.

Así, se hace evidente que la ecología, más que una técnica de administración de bienes y servicios escasos, representa un arte, una nueva forma de relacionarse con la vida, con la naturaleza y con la Tierra.

Por todo el mundo surgieron movimientos, instituciones, organismos, ong, centros de investigación, cada uno con su particularidad; algunos se preocupan por los bosques, otros por los océanos, algunos más por la preservación de la biodiversidad o por las especies en peligro de extinción, por los ecosistemas tan diversos, por el agua y los suelos, por las semillas y la producción orgánica. Entre todos estos movimientos vale destacar a Greenpeace, por su persistencia y valor para enfrentar, incluso poniéndose en riesgo, a quienes amenazan la vida y el equilibrio de la Madre Tierra.

La propia onu creó una serie de instituciones que buscan vigilar el estado de la Tierra. Las principales son el pnuma (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente), la fao (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), la oms (Organización Mundial de la Salud), la Convención sobre la Diversidad Biológica y, especialmente, el ippc (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), entre otras tantas.

En esta gran transformación de la conciencia opera una complicada travesía, necesaria para fundar un nuevo paradigma, capaz de transformar la eventual tragedia ecológico-social en una crisis pasajera que nos permitirá dar un salto cualitativo hacia un nivel más alto de relación amistosa, armoniosa y cooperativa entre la Tierra y la Humanidad.

Las grandes travesías

Es importante emprender las siguientes grandes travesías, la mayoría de las cuales ya está en curso:

del paradigma Imperio, vigente desde hace siglos, al paradigma Comunidad de la Tierra.de una sociedad industrial que depreda los bienes naturales y pone en tensión las relaciones sociales, a una sociedad que sustente toda la vida.de la Tierra entendida como medio de producción, a la Tierra vista como un ente vivo, llamado Gaia, Pachamama o Madre Tierra. de la era tecnozoica, que devastó gran parte de la biósfera, a la era ecozoica, en la cual todos los saberes y actividades son interdependientes para salvaguardar la vida en el planeta.de la lógica de la competencia regida por el ganar/perder y que pone las personas en contra unas de otras, a la lógica de la cooperación y del ganar/ganar, que congrega y fortalece la solidaridad entre todos.del capital material, siempre limitado y agotable, al capital espiritual y humano ilimitado, hecho de amor, solidaridad, respeto, compasión y cofraternización con todos los seres de la comunidad de la vida.de una sociedad antropocéntrica, separada de la naturaleza, a una sociedad biocéntrica, que se sienta parte esta y busque ajustar su comportamiento a la lógica del proceso cosmogónico caracterizado por la sinergia, por la interdependencia de todos con todos, y por la cooperación universal.

Ciertamente la gran transformación de la sociedad de mercado es peligrosa, pero aún más promisoria es la gran transformación de la conciencia, en la que triunfa el conjunto de visiones, valores y principios que más congregan personas y que delinean un futuro de esperanza para todos. Esa es, sin duda, la gran transformación de la conciencia que crecerá y se consolidará, ganando cada vez más espacios y generando más prácticas alternativas, hasta asumir la hegemonía de nuestra historia.

Hay un documento que merece ser citado por su alto valor de inspiración y como generador de esperanza. Se trata de la Carta de la Tierra, fruto de una vasta consulta entre los más heterogéneos sectores de las sociedades del mundo, desde los pueblos originarios y las tradiciones religiosas y espirituales, hasta notables centros de investigación. La deliberación fue especialmente alentada por Michail Gorbachev, Steven Rockfeller, el ex primer ministro de Holanda, Lubbers, Maurice Strong, subsecretario de la onu, y Mirian Vilela, una brasileña que coordinó los trabajos desde el principio y hoy mantiene el Centro en Costa Rica. Yo mismo formé parte del grupo y colaboré en la redacción del documento final. Después de ocho años de intensos trabajos y de encuentros frecuentes en varios continentes, surgió un escrito breve pero denso, que incorpora lo mejor de la nueva visión nacida de las ciencias de la Tierra y de la vida, en particular de la cosmología contemporánea. Ahí se trazan principios y se elaboran valores en el marco de una visión holística de la ecología, que pueden efectivamente apuntar hacia un camino promisorio para la humanidad presente y futura. Aprobada en 2001, la Carta de la Tierra fue asumida oficialmente en 2003 por la unesco como uno de los materiales educativos más inspiradores en el comienzo del nuevo milenio.

La Hidroeléctrica Itaipu Binacional, la mayor de su tipo en el mundo, tomó muy en serio las propuestas de la Carta de la Tierra, y sus dos directores, Jorge Samek y Nelton Friedrich, consiguieron involucrar en sus principios a 29 municipios que bordean al gran lago Itaipu –donde viven cerca de un millón de personas– y hacer, efectivamente, una gran transformación. Ahí se realiza con eficacia la sustentabilidad, y se aplican el cuidado y la responsabilidad colectiva en todos los municipios y en todos los ámbitos, lo cual demuestra que, incluso dentro del viejo orden, es posible gestar lo nuevo, porque las personas viven desde hoy lo que quieren para los demás.

Si concretamos el sueño de la Tierra, esta ya no estará condenada a ser lo que es ahora para la mayoría de las personas y de los seres vivos: un valle de lágrimas y un viacrucis de padecimientos. Por el contrario, puede ser transformada en una montaña de bienaventuranzas posibles ante nuestra sufrida existencia, y en una pequeña anticipación de la transfiguración del Tabor.

Que esto pueda ser soñado y que comience a ser puesto en práctica, es la motivación que guió la producción de este libro.

Leonardo Boff

Petrópolis, Brasil

Enero 1 de 2014

Primera parte

EconoMía

1. “Soy un técnico, pero tengo técnica solo dentro de la tecnica”

Hoy en día se dice con presunción que vivimos en la sociedad del conocimiento, en una especie de nueva era de las luces. Efectivamente, así es. Conocemos cada vez más sobre cada vez menos. El simple campesino debe obtener conocimientos sobre el suelo, acerca de su posible salinización, del riesgo de los pesticidas y de los transgénicos, de las varias y posibles hibridaciones entre plantas, pues de no ser así resultaría perjudicado o vería disminuir su producción. El conocimiento se especializó de tal forma que colonizó todas las áreas del saber. El saber generado en un año es mayor que todo el saber acumulado en los últimos 40 mil años.

Si bien por un lado eso trae innegables beneficios, por otro nos vuelve ignorantes respecto de muchas dimensiones de la vida y nos pone escamas sobre los ojos, impidiéndonos ver la totalidad, no como la proyecta el marketing, sino como fue configurada por la naturaleza.

Es precisamente el conocimiento especializado lo que terminapor reducir la realidad al tamaño del saber. De tanto analizar los árboles nos hemos olvidado de ver el bosque, del que aquellos son una expresión. La realidad siempre rebasa los conceptos y teorías que elaboramos sobre ella. En este sentido es importante recordar el concepto de Gödel sobre la implenitud de todo saber. No podemos alimentar la idea del pensamiento único, porque es limitante y encubre ciertas dimensio-

nes de la realidad. Lo que se exige es la alianza de los saberes, tan ardorosamente propuesta por Ilya Prigogine, premio Nobel de química por sus trabajos en termodinámica, y uno de los formuladores de la teoría del caos, de la complejidad y de las estructuras disipatorias de la entropía. En esta alianza participan los saberes tradicionales, de las hechiceras, de los curanderos que usan hierbas, de la medicina chamánica de los pueblos originarios; el saber cotidiano de la experiencia inmediata; el saber crítico transmitido por las escuelas, y el saber científico de las universidades y centros de investigación. Cada saber abre una ventana hacia lo real, desvelando ante nuestros ojos dimensiones escondidas. La articulación de estos saberes enriquece al ser humano, lo vuelve dialogal y humilde, abierto siempre al aprendizaje y al respeto por la realidad porque, en el fondo, no sabemos de verdad qué es y qué esconde.

Pero es menester señalar qué cosas importantes de la vida no caben en saber alguno, y tampoco en un esquema científico. ¿Cuánta ciencia hay en el amor apasionado de dos amantes? ¿Cuánta ciencia hay en la compasión humanitaria de la Madre Teresa de Calcuta, o de la religiosa francesa formada en la Sorbona que se internó en la selva amazónica para unir su destino al de una tribu indígena en extinción? Tales excelencias no caben en el paradigma de la ciencia, de la razón funcional e instrumental-analítica. Son, en cambio, expresión de la inteligencia cordial y sensible, que es la cuna de los valores y de aquello por lo cual vale la pena vivir y morir.

Lo que está en juego hoy es la totalidad del destino humano y el futuro de la biósfera. Desde un punto de vista objetivo, estamos pavimentando un camino que podría conducirnos al abismo. ¿Por qué este hecho brutal no está siendo vislumbrado por la mayoría de los especialistas, por los jefes de Estado ni por los grandes medios de comunicación que pretenden proyectar escenarios probables del futuro? Sencillamente porque casi todos ellos se encuentran enclaustrados en sus saberes específicos, en los cuales son muy competentes; su misma limitación les impide percibir los problemas globales que claman por solución.

No actúan como describió con humor Álvaro de Campos (Fernando Pessoa): “Soy un técnico, pero tengo técnica solo dentro de la técnica; fuera de eso soy loco, con todo el derecho de serlo” (Lisbon Revisited, 450). Pero entendamos bien el sentido de la frase. El de la voz puede ser más que técnico, alguien más allá de los esquemas dominantes y, por eso, loco, pero loco con un pensamiento único. Como dirá más adelante: “tengo en mí todos los sueños del mundo” (Tabaquería, 456), por lo que, al hallarse encerrado en sí mismo, está libre de las insatisfacciones de lo real. Cuando la técnica está presente en todos los ámbitos y constituye el único elemento de la realidad, los sujetos acaban por convertirse en idiotas especializados, porque cerraron las ventanas a otros paisajes y se privaron de la creatividad, que vive de sueños, visiones y utopías.

¿Qué grandes centros de análisis mundial pudieron prever, en la década de 1960, el cambio climático de los años 80 y 90? ¿Qué analistas económicos acreedores al premio Nobel vislumbraron la crisis económico-financiera que devastó a los países súper opulentos en 2008? Todos eran eminentes especialistas en su campo limitado, pero idiotizados en las cuestiones fundamentales.

Por lo general ocurre así: solo vemos lo que entendemos. Como los especialistas entienden nada más un segmento de la realidad que estudian –la economía, por ejemplo– terminan viendo únicamente esa parte, y quedan ciegos para el resto. El saber es cartesiano y está dividido en compartimentos; cambiarlo echaría por tierra hábitos científicos consagrados y toda una visión de mundo. Por eso prefieren continuar en el mismo camino ya recorrido. Si no andamos trayectos nuevos, nunca dejaremos la marca de nuestros pasos.

Es ilusoria la independencia de los territorios de la física, de la química, de la biología, de la mecánica cuántica, de la nueva cosmología, etcétera. Todos los territorios y sus saberes son interdependientes, una función del todo, como lo dejó claro la teoría de la complejidad y la propia física cuántica a la manera de Heisenberg o a la de Bohr.

De esta percepción nació la ciencia del sistema-vida y del sistema-Tierra. De ella se derivó también la teoría de Gaia, que concibe a la Tierra como una súper entidad viva. No se trata de un tema New Age, sino del resultado de una minuciosa observación científica de cómo la Tierra articula su base física, química, ecológica y energética de forma tan sutil que siempre es productora y reproductora de vida en su inmensa diversidad. Especialmente la vida microscópica, que representa 95 por ciento de toda la existencia. Sólo 5 por ciento de la vida es visible y detectable por nuestros sentidos.

Esa comprensión de la Tierra viva ofrece la base para políticas globales de control del calentamiento global. Podría ocurrir incluso que, debido a la negligencia humana para hacer frente al proceso de degeneración de la vitalidad de la Tierra, esta tienda, para sobrevivir, a reducir la biósfera o hasta a disminuir el número de organismos vivos, incluyendo a los seres humanos. En otras palabras, como somos demasiado destructivos para su integridad y depredamos a las demás especies orgánicas, ya no seríamos bien recibidos por la Madre Tierra.

En ese sentido fue emblemática la cop-15, una conferencia mundial sobre el cambio climático celebrada en Copenhague bajo la organización de la onu en 2005. Como nuestra cultura es, en gran medida, víctima del vicio de la atomización de los saberes y de la división de los problemas, lo que predominó en las negociaciones y en los discursos de los jefes de Estado fueron intereses parciales y privados de los países. No consideraron a la Tierra como un todo; por el contrario, discutieron problemas tangenciales, como los niveles de presencia de CO2 en la atmósfera, los niveles de inversión necesarios para disminuirla, los costos de las transferencias de tecnologías y otros temas afines.

La cuestión central era otra: ¿qué destino queremos para la totalidad que es nuestra Casa Común? ¿Qué podemos hacer colectivamente si deseamos garantizar las condiciones necesarias para que Gaia continúe siendo habitable no sólo para nosotros y para otros seres vivos, sino también para las futuras generaciones?

Esos son problemas globales que trascienden nuestro paradigma de conocimiento especializado. La vida no cabe en una fórmula, ni el cuidado en una ecuación de cálculo. Para captar ese todo es necesaria una lectura sistémica, en conjunto con la razón cordial y sensible, pues es este tipo de razón el que nos hace captar los problemas y nos lleva a la acción. Como sabiamente decía Blaise Pascal, la razón muestra toda su potencialidad constructiva si viene articulada con la raison du cœur, con la razón del corazón. Por lo tanto, la razón científica debe dejarse impregnar por la sensibilidad del corazón y amalgamarse con ella. Entonces será una ciencia con conciencia y altamente benéfica para una captación más completa de lo real. De ahí que necesitemos leer emotivamente los datos fríos de la ciencia, para que puedan conmovernos y movernos a acciones necesarias.

Tenemos que desarrollar urgentemente la capacidad de sumar, de interactuar, de relacionar, de repensar, de rehacer lo que fue deshecho, y de innovar. Este desafío va dirigido a todos los especialistas, para que se convenzan de que la parte sin el todo no es parte, y el todo sin las partes no es el todo. A partir de la articulación de todos estos saberes rediseñaremos el panorama global de la realidad a ser comprendida, amada y cuidada. Esa totalidad constituye el contenido principal de la conciencia planetaria, de una era –esta sí– de mayor luz, de la nueva Ilustración que nos libera de la ceguera que tanto nos perjudica y encubre la grandeza del mundo natural y humano.

2. La sociedad de mercado: nuestro pecado original

Normalmente, las sociedades se asientan sobre el siguiente tripié: la economía, que garantiza la base material de la vida humana para que sea buena y decente; la política, por medio de la cual se distribuye el poder y se estructuran las instituciones que hacen funcionar la convivencia social con justicia y equidad; la ética, que establece los valores y normas que rigen los comportamientos humanos para que haya equilibrio y paz, y se resuelvan los conflictos sin recurrir a la violencia. Por lo general la ética va acompañada por un aura espiritual que responde al sentido último de la vida y del universo, exigencia propia del espíritu humano que, a decir verdad, está siempre presente en la agenda de nuestra existencia.

Estas instancias se entrelazan en una sociedad funcional, pero siempre en este orden: la economía obedece a la política, y la política se somete a la ética.

Sin embargo, a partir de la revolución industrial ocurrida en el siglo xix, más precisamente desde 1834, en Inglaterra la economía comenzó a separarse de la política y a soterrar a la ética. Surgió entonces una economía de mercado; en otras palabras, todo el sistema económico comenzó a ser dirigido y gobernado únicamente por el mercado, libre de controles y de cualquier imperativo ético.

Aquí reside el pecado original que llevó a la sociedad entera a recorrer un camino desviado que terminaría por mercantilizarlo todo, hasta las cosas más sagradas y la propia vida. Nadie vio mejor ese proceso que Karl Marx, quien en 1847 lo describió así en su libro La miseria de la filosofía:

Por último, llegó un momento en que todo lo que los hombres habían venido considerando como inalienable se hizo objeto de cambio, de tráfico y podía enajenarse. Es el momento en que incluso las cosas que hasta entonces se transmitían pero nunca se intercambiaban, se donaban pero nunca se vendían, se adquirían pero nunca se compraban, tales como virtud, amor, opinión, ciencia, conciencia, etcétera, todo, en suma, pasó a la esfera del comercio. Es el tiempo de la corrupción general, de la venalidad universal, o, para expresarse en términos de economía política, el tiempo en que cada cosa, moral o física, convertida en valor monetario, es llevada al mercado para ser apreciada en su más justo valor.

Correspondía a Karl Polanyi demostrar con detalle cómo se llegó a esta monetarización y mercantilización general de la sociedad de mercado.

La marca registrada de este mercado no es la cooperación, sino la competencia, que se extiende mucho más allá de la economía e impregna todas las relaciones humanas. Más aún: de acuerdo con Karl Polanyi, se creó un nuevo credo “totalmente materialista [que] proclamaba que todos los problemas humanos podrían ser resueltos por medio de una cantidad ilimitada de bienes materiales” (La gran transformación, Campus, 2000, p. 58). Este credo es asumido todavía hoy con fervor religioso por casi todos los economistas del sistema imperante y, en general, por las políticas públicas.

A partir de ese momento, la economía funcionaría como el único eje articulador de todas las instancias sociales. Todo pasaría por la economía, concretamente, por el pib. Quien estudió a detalle este proceso fue el filósofo e historiador de la economía ya mencionado, Karl Polanyi, de ascendencia húngara y judía, y más tarde convertido al cristianismo de vertiente calvinista. Nacido en Viena, desarrolló su actividad en Inglaterra y después, bajo la presión macarthista, entre Toronto (Canadá) y la Universidad de Columbia (Estados Unidos). Polanyi demostró que “En lugar de que la economía se vea marcada por las relaciones sociales, son las relaciones sociales las que se ven encasilladas en el interior del sistema económico” (p. 77). Entonces ocurrió lo que él llamó la gran transformación: de una economía de mercado se pasó a una sociedad de mercado. Dicho de otra forma: de una sociedad con mercado se pasó a una sociedad únicamente de mercado.

Como consecuencia, nació un nuevo sistema social nunca antes visto, donde no existe la sociedad, solo individuos compitiendo entre sí, un concepto que Reagan y Thatcher repetirían hasta el cansancio. Las cosas cambiaron por completo, pues todo, absolutamente todo, se volvió mercancía. Cualquier bien será llevado al mercado para negociarse con la intención de obtener un lucro individual: productos naturales, manufacturados, bienes sagrados, ligadas directamente a la vida, como el agua potable, las semillas, los suelos, los órganos humanos. Polanyi no deja de señalar que esto es “contrario a la sustancia humana y natural de las sociedades”. Pero fue lo que triunfó, sobre todo en la posguerra. El mercado es “un elemento útil, pero subordinado a una comunidad democrática”, dice Polanyi. El pensador está en la base del modelo de la “democracia económica”.

Polanyi no tuvo mucha aceptación en su tiempo, pues su postura iba contra la economía floreciente en boga. Su interés fue siempre este: asociar la economía a la sociedad y a la cultura. En su libro póstumo e inconcluso, La sustancia del hombre: el lugar de la economía en la historia y en la sociedad, publicado en 1977, se puede ver claramente la búsqueda de esta articulación.

Hoy Polanyi se ha vuelto un clásico, cuyos ecos se pueden percibir hasta en los discursos del papa Francisco. Los desastrosos efectos sociales y ecológicos de la mercantilización de todas las cosas, particularmente de los bienes y servicios de la naturaleza, nos obligan a repensar el lugar de la economía en el conjunto de la vida humana, en especial si tomamos en consideración las limitaciones de la Tierra.

¿Es responsable llevar adelante un tipo de sociedad de mercado que se rige por el individualismo más feroz, por la acumulación obsesiva e ilimitada, y por el vacío de todos los valores sin los que no hay sociedad que pueda considerarse humana: la cooperación, la solidaridad, el cuidado de unos hacia otros, la protección de la biodiversidad, el amor y la veneración a la Madre Tierra, la admiración del universo, la atención a la conciencia que nos incita a nuestro bien y al de los demás, y la apertura al llamado de lo Trascendente?

Cuando una sociedad como la nuestra, entorpecida por su craso materialismo, se vuelve incapaz de sentir al otro como otro, y lo ve únicamente como eventual productor y consumidor, está cavando su propio abismo. Lo que dijo Noam Chomsky en Grecia (22/12/2013) vale como una alerta: “Aquellos que lideran la carrera hacia el precipicio son las sociedades más ricas y poderosas, con ventajas incomparables, como Estados Unidos y Canadá. Justo lo contrario de lo que la racionalidad prediciría, aparte de la loca racionalidad de la ‘democracia capitalista realmente existente’”.

Ahora podemos refutar la idea según la cual There is no Alternative (tina: no hay alternativa), usada siempre por el sistema imperante para impedir cualquier cambio y hacer más de lo mismo utilizando esa fórmula como justificación. Efectivamente, cambiamos o pereceremos –debe haber una alternativa–, porque nuestros bienes materiales no nos salvarán. Si sucumbimos, será el precio letal que pagaremos por haber entregado nuestro destino a la dictadura de la economía, transformada en lo único importante, en una especie de “dios salvador” para todos los problemas.

La gran transformación se convirtió en la gran perversión.

3. Volamos a ciegas, pero sí hay una carta de navegación

Todos somos pasajeros en la única nave espacial-Tierra. Pero las condiciones del viaje no son iguales para todos: un pequeño grupo de millonarios y poderosos reservó la primera clase, de un lujo escandaloso; otros, suertudos, viajan en la clase económica, y reciben una cantidad razonable de comida y bebida. El resto de la humanidad, millones de personas, viajan junto al equipaje, padeciendo un frío de decenas de grados bajo cero, desesperadas, medio muertas de hambre y de sed. Golpean las paredes de los de arriba, gritando: repartimos lo que tenemos en esta única nave espacial o, en un momento dado, se terminará el combustible y poco importarán las diferencias de clase, todos moriremos.

¿Pero quién los escuchará, si todos se muestran impasibles, saturados de consumismo?

Metafóricamente, esta es la situación real de la Humanidad. A decir verdad, estamos perdidos en un vuelo a ciegas. ¿Cómo llegamos a esta situación que juega con la muerte?

Transitamos por dos modelos de producción y de utilización de los bienes y servicios naturales para atender las demandas humanas. Ambos fracasaron. No vale la pena entrar en detalles. El sistema del socialismo real