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Pablo López Raso, Catedrático de arte contemporáneo en la Universidad Francisco de Vitoria nos propone Insolente Belleza, un ensayo fruto de su experiencia en el desarrollo de la apreciación del arte contemporáneo en alumnos universitarios de grado y postgrado. El arte actual en España no goza de popularidad debido a su fama de excéntrico e incomprensible, pero lo cierto es que invita a una experiencia a la que todos deberíamos poder aproximarnos para enriquecernos de ella. Este libro ofrece ese acercamiento a través de una reflexión que nos ayuda a entender el cambio de mirada que nos exige un arte nuevo, cuya capacidad es la de asombrarnos precisamente a través de una belleza insolente, descarada e impertinente en su apariencia, pero a la vez profunda y significativa en su contenido, al que solo accedemos a través de una escucha de lo simbólico, y no desde la mera observación de lo formal. La escucha a la que nos invitan las diferentes dimensiones comunicativas que exhiben las obras de arte a través de la historia es un método eficaz para entender que la belleza -como el ser- se dice de muchas maneras, revelándonos que posee la capacidad de transformarnos, de despertar en nosotros cada una de las dimensiones que nos configuran como personas y nos provocan las preguntas de fondo acerca de nosotros mismos, de los demás, sobre el mundo que nos rodea, así como en torno a lo trascendente. Insolente belleza aspira en definitiva a ser una propuesta de apreciación práctica del arte que nos active como homo quarens, como buscadores del sentido a través de una experiencia estética ampliada.
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Seitenzahl: 424
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Insolente Belleza es un ensayo fruto de la experiencia de su autor en el desarrollo de la apreciación del arte contemporáneo para alumnos universitarios de grado y postgrado. El arte actual en España no goza de popularidad debido a su fama de excéntrico e indescifrable, pero lo cierto es que invita a una experiencia a la que todos deberíamos poder aproximarnos para enriquecernos de ella.
Las imágenes nos apelan al exhibir sus diferentes dimensiones comunicativas demostrando así que la belleza –como el ser– se manifiesta de muchas maneras. Para entablar diálogo con lo incomprensible proponemos una apreciación comparada que nos revele que la belleza no solo se siente, también se piensa. Penetrar en la obra artística nos transforma porque activa en nosotros una honda mirada que nos provoca preguntas de fondo sobre nosotros mismos, acerca de los demás y el mundo que nos rodea, así como en torno al misterio de lo trascendente.
Se invita al lector/espectador a hacer una reflexión que le ayude a entender el cambio de mirada que nos exige un arte nuevo, cuya capacidad es la de asombrarnos precisamente a través de una belleza insolente, descarada e impertinente en su apariencia, pero a la vez profunda y significativa en su contenido.
Todo aquel que sea capaz de poner en juego una contemplación valiente –activa y crítica– podrá comprobar que más allá del efímero deleite, toda obra de calidad nos brinda una experiencia estética ampliada que nos acerca a la verdad.
© 2024 Pablo López Raso
© 2024 Editorial DykinsonC/Meléndez Valdés, 6128015 Madrid (España)Ctra. Pozuelo-Majadahonda, km 1,80028223 Pozuelo de Alarcón (Madrid)Tel.: (+34) 91 544 28 69/46Fax: (+34) 91 544 60 40www.dykinson.com - [email protected]
© 2024 Editorial SindéresisCalle Princesa, 31, planta 2, puerta 228008 Madrid, Españawww.editorialsinderesis.com - [email protected]: Óscar Alba Ramos
© 2024 Editorial UFVUniversidad Francisco de VitoriaCtra. Pozuelo-Majadahonda, km 1,80028223 Pozuelo de Alarcón (Madrid)Tel.: (+34) 91 351 03 [email protected]
La obra de la portada es una instalación y su autor y título es: Tezi Gabunia. Put Your Head Into Gallery, 2015
Primera edición: diciembre de 2024ISBN Editorial UFV edición impresa: 978-84-10083-83-7ISBN Editorial UFV edición digital: 978-84-10083-84-4ISBN Editorial UFV edición EPUB: 979-13-87731-01-4Depósito legal Editorial UFV: M-28064-2024
Preimpresión: MCF TextosImpresión: Editorial Sindéresis
Este texto ha sido sometido a una revisión ciega por pares.
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Impreso en España – Printed in Spain
A Alba, Marta y Pablo
And you, Justine, ask me about the beauty… of course, you are a good example of it…
Agradecimientos
Prólogo. Prof. Dr. D. Francisco Bueno Pimenta
INTRODUCCIÓN
1. LA VOCACIÓN DEL HOMBRE POR LA IMAGEN
1.1. Cazador de sombras, recolector de imágenes
1.2. Las funciones antropológicas de la imagen
2. LOS ATRIBUTOS DE LA BELLEZA
2.1. Inmortal
2.2. Plural
2.3. Sagrada
3. ¿BELLEZA EN UN URINARIO? LA CUESTIÓN ESTÉTICA DEL ARTE ACTUAL
3.1. La revolución moderna: De la partitura al jazz
3.2. De lo estético a lo antropológico
3.3. El desencuentro entre el público y el arte contemporáneo en España
4. ¿QUÉ BUSCAMOS EN EL ARTE? EN TORNO A LA EXPERIENCIA ESTÉTICA
4.1. Fenomenología y hermenéutica: La manifestación sensible de la idea
4.2. Toda imagen precisa ser interpretada: Pensar para contemplar
4.3. ¿Guías o te guían?: El círculo hermenéutico y el pensamiento legislativo
4.4. Premisas para apreciar el arte: Curiosidad, silencio y escucha
5. ABRIR LA MIRADA: LA EXPERIENCIA ESTÉTICA REFORMULADA
5.1. Asombro: Emoción y conmoción
5.2. Apelación, escucha: Los temperamentos de la belleza como dimensiones comunicativas del arte (DCA)
5.3. Revelación: Desocultamiento del ser
6. BELLEZA Y SENTIDO: EL ARTE COMO HERMENÉUTICA EXISTENCIAL
6.1. Experiencia de artista: La creación. Entre el mito de Mercurio y de Saturno
6.2. Experiencia de objeto: La última pregunta. Cuando la obra me devuelve la mirada
6.3. Experiencia de espectador: Una mirada honda. La experiencia estética como vivencia de sentido
Apéndice
Bibliografía
Este libro aparece gracias al apoyo y confianza de muchos que, sin intervenir directamente en él, me han inspirado y dado fuerzas para llevarlo a término. Gracias a mis hijos, Alba, Marta y Pablo, por su amor y sonrisa incondicional, que alegra y da sentido a mi vida. Gracias a ellos también por disculpar todo el tiempo que este libro les haya arrebatado de mi compañía. Gracias a mis padres, Merce y Pepe, siempre ahí, en lo malo y en lo peor, igual que mi hermana, María Jesús, y Paul, siempre tan presentes a pesar de la lejanía física. Gracias a Justine, cuya belleza externa e interna ha cambiado mi vida; gracias también a su familia, Carol, Brian, Peter, Fiona…, por acogerme desde el primer día como uno más en tierras lejanas. Gracias a mis buenos amigos Carlos y Cristina, a los que los siento como parte de mi familia. Gracias a mi prima Nuria por su cercanía en los momentos difíciles. Gracias a Antonio López, gran artista y enorme persona, por regalarme el privilegio de ser su amigo y testigo de su genialidad.
Mi agradecimiento a todos los que conforman la gran familia de la Universidad Francisco de Vitoria, que llevo disfrutando como mi casa desde su nacimiento en 1993. Especialmente quiero dar las gracias a su rector magnífico, Daniel, que hace honor al epíteto que merece como autoridad académica, y también a su esposa, Sonia, compañera desde los inicios de la universidad y ejemplo de humanidad y sensibilidad estética. Muchas gracias a todos los Legionarios de Cristo y al Regnum Christi por su valiosa labor espiritual que realmente cambia el mundo. Gracias al padre Florencio L.C. por su silenciosa y luminosa guía espiritual y a Paula Puceiro por transmitirme el amor de Cristo vivo y darme la oportunidad de servirle desde mi trabajo como docente, gestor e investigador. Gracias por su amistad y ejemplo a los padres Justo L.C. y Xavi L.C.
Debo agradecer también muy especialmente la excelente labor y apoyo prestado por el director de la editorial UFV, Isaac Caselles, para que este libro vea la luz, con la imprescindible ayuda de Fernando López Uribarri. Mi reconocimiento a la Facultad de Comunicación, a todos los PAS y a todos los profesores de Bellas Artes y de Diseño. Gracias a todas aquellas empresas y fundaciones encarnadas en excelentes personas que cuento como buenos amigos por haber sido apoyo e inspiración desde diversos proyectos: Muchas gracias a Bodegas Valduero y a la entrañable familia García: Carolina, Yolanda y Gregorio; a la Fundación AXA, a su Director General, Josep Alfonso y a su gerente, María José Ballestero; al Club Puerta de Hierro, con Borja Díez de Rivera y su mujer, Alejandra; al Diario de Burgos, con Gregorio, Esteban, Álvaro y Carlos.
Agradecimiento también a mis compañeros y amigos de la UFV: Humberto M. Fresneda, Javier Davara, Diego Botas, Clemente López, Victoria Hernández, Sheila Liberal, Ricardo Martínez Ontalba, Paloma Fernández, Isabel Vázquez, Miguel Ortega, Belén Mainer, Ana del Valle, Laura Zazo, Javier de la Rosa, Sonia Sánchez, Javier Redondo y Álvaro Abellán. Gracias a los amigos y colegas que han sido clave en mi trayectoria académica e investigadora como a los catedráticos José Manuel Losada, Salvador Antuñano, José Ángel Agejas, Pedro Saura, y Javier Cervera. También en este ámbito académico gracias a la inolvidable Irene Vázquez, Isidro Catela, Víctor Cortizo, Florentino Portero y Carmen Bellido. Amigos artistas y excelentes profesores: Roberto Campos, Mar Solís, Lidón Ramos, Eloy Segura, Virginia Puertollano, Ricardo Rolland, Maribel Castro, Eduardo Arroyo y Eduardo Zamarro, Eugenio Ampudia y otros artistas muy cercanos a la UFV como Daniel Canogar, Javier Viver. De la parte de comisariado, gracias a Javier Martín Jiménez y a Julieta de Haro.
Gracias a todos aquellos que han permitido que la propuesta de este libro se comunicara previamente en forma de conferencia: Pablo Delclaux desde la Conferencia Episcopal, Alberto de Zunzunegui navegando con Oceanosophia, María León y el resto de amigos «Kulturetas» que visitamos París igual que ya hice con Becas Europa; gracias a su Directora Carola Díaz de Lope. Celia Ollero del Real Club del Puerto de Santamaría, Álvaro Matud y Leticia Lombardero de la Fundación Tatiana. Agradecimiento también a profesionales ejemplares y excelentes personas como Íñigo Sáenz de Miera, Director de la Fundación Botín e Ignacio Sierra, Director general corporativo de TENDAM. También a Jesús Hernández, Director de Accesibilidad e Innovación de la Fundación ONCE y a Javier López López, Director de Provacuno.
Gracias muy especiales a todos los alumnos que han pasado por mi aula desde el curso 93-94, porque en el brillo de sus atentos ojos he encontrado siempre el estímulo de mi vocación. No puedo cerrar este espacio de agradecimientos sin dar también las gracias a mi hermano Pepe, a mi sobrina Mónica y a mi primo Kiko, a los que llevo en mi corazón, mi recuerdo y mis oraciones, aunque no estén ahora mismo presentes. Y gracias a Dios, sin el que nada tendría sentido, ni siquiera la belleza.
El catedrático López Raso, al titular este libro, de manera provocativa, como Insolente belleza: Una propuesta de apreciación del arte contemporáneo, resume magníficamente el contenido esencial de lo que el lector podrá ir descubriendo en la exégesis progresiva de sus páginas. La dificultad de comprensión que el arte contemporáneo, o arte de nuestro tiempo, en palabras de Camón Aznar, viene suponiendo desde comienzos del pasado siglo XX sigue sin estar resuelta. Por eso, entre otras razones, esta obra viene a contribuir, decisivamente, al esclarecimiento fundamentado del enigma de un arte que, más allá de lo formal, enérgicamente explorado a lo largo de la historiografía artística reciente, se adentra por los vericuetos de la compleja y poliédrica realidad de lo humano.
Si algo nos ha enseñado, lúcidamente, la investigación acerca de la realidad artística, desde diferentes perspectivas, es que la autonomía e interconexión entre historia del arte, estética y teoría de las artes es totalmente necesaria para afrontar el estudio del hecho artístico de cualquier época, civilización y cultura conocida. Pues bien, el autor de este libro, de manera rigurosa y científica, ha establecido objeto material, formal y método en su obra, considerando la belleza artística y el arte ―la creación contemporánea desde el punto de vista de su recepción― (p. 22) como núcleo del primero, la persona (p. 23) como específico del segundo y el tratamiento de las disciplinas señaladas como epicentro del método elegido.
Esta publicación contiene, además, una virtud que no suele hallarse, habitualmente, en los estudios acerca del arte contemporáneo: la de romper con la resignada consideración de la incomprensión de este por parte del denominado gran público, viéndose esta reducida, solamente, a la propia de los expertos. En lógica coherencia con su pretensión, el profesor López Raso, desde su fértil labor como docente, en todos los ámbitos de la enseñanza universitaria, propone una teoría acerca de las dimensiones comunicativas del arte que, publicada en 2018, ejercita a lo largo de esta obra y, de manera especial, al abordar el capítulo cuarto.
A esto, han de unirse los resultados de sus investigaciones, publicadas en distintos artículos científicos a lo largo de más de treinta años. Las principales conclusiones de estos, así como las obtenidas a partir de las indagaciones, organizadas en torno al eje autor-obra-receptor, del observatorio permanente Dios en el Arte Contemporáneo, fundado en el año 2009 y dirigido por él desde entonces, van aflorando, dinámicamente, en el desarrollo estructurado que va construyendo al albur de los distintos capítulos. Esto constituye, en sí mismo, una novedad, pues realiza una hermenéutica del arte contemporáneo en la que las grandes preguntas en torno al mundo y a la peculiaridad de la condición humana se ven rescatadas y, a la vez, armonizadas desde la perspectiva de una razón abierta que busca el origen, fundamento y fin de la realidad, integrando la apertura en la trascendencia.
En la propuesta del catedrático López Raso parece resonar, igualmente, la idea del historiador de arte suizo Heinrich Wölfflin, quien estableció los principios del formalismo y, a su vez, afirmó en su obra Reflexiones sobre la historia del arte (1941) que, para lograr un análisis formal integral, es necesario captar el elemento espiritual. De ahí que el autor de este libro, mediante ejemplos contundentes, muestre el rescoldo de los interrogantes existenciales perennes, tan presentes en creadores y manifestaciones artísticas contemporáneas, como lo han estado, aunque de forma diferente, en las de todos los tiempos.
En lo referente a la estructura de Insolente belleza, esta expresa la necesidad que, frecuentemente, tiene el escritor de ordenar las ideas para sí mismo, ayudando al lector, de esta manera, en la aprehensión de aquellos conceptos y categorías centrales que quieren ser transmitidos. La presente se halla integrada por seis capítulos. El autor comienza con el análisis antropológico de la imagen, considerada un elemento específico del animal humano. Inspirado en las obras de grandes autores, como Ernst Cassirer o Hans Jonas, el catedrático López Raso propone un elenco de funciones que, otorgadas a la imagen, posibilitan el desarrollo de capacidades intrínsecamente humanas; a saber, narrativa, afectiva, estética y transcendente.
Tras esta primera indagación, el discurrir de la obra va fluyendo hacia el esfuerzo de síntesis en torno al poliédrico concepto de la belleza, tanto en sus atributos como en la difícil cuestión de si esta puede hallarse o no en las producciones artísticas contemporáneas; inspirado, de nuevo, por relevantes teóricos, como Tatarkiewicz. En concreto, la síntesis histórica que realiza sobre el concepto de belleza abarca desde el planteamiento griego, medieval y moderno hasta el encuentro con los artistas de Benedicto XVI en el 2009. Pero, sin duda alguna, la caracterización de aquella como perenne, plural y sagrada es la aportación singular del autor al debate siempre abierto sobre tan disputada categoría estética. Con razón, afirma el autor que «la belleza se revela como fenómeno misterioso que tiene repercusión en nuestra conciencia» (p. 38).
Los capítulos cuarto y quinto son el ámbito elegido por el autor para presentar el debate y propuesta acerca de la cuestión, quizá, más relevante del panorama contemporáneo artístico: la experiencia estética. Una investigación que ha venido copando el interés intelectual de los teóricos del arte y estetas desde mediados del siglo pasado. Nuevamente, pensadores como Heidegger, Dilthey, Dufrenne, Camón Aznar y, sobre todo, Gadamer, de especial relevancia en el pensamiento del catedrático López Raso, se constituyen en la base firme sobre la que construye su formulación teórica, haciéndola converger, al mismo tiempo, con la interpretación de la controvertida Fuente de Duchamp o las copias de detergente, Brillo boxes, del genial Andy Warhol.
La perspectiva de la belleza y el arte como hermenéutica de sentido se encuentra desarrollada en el capítulo sexto. Entretejiendo ideas procedentes de la historia del arte y de las investigaciones de la teoría de las artes, puesto el foco permanente tanto en las dimensiones comunicativas del arte, por él forjadas, como en su concreción en obras de arte señeras, el autor consigue plantear la pregunta del sentido trascendente de una manera tan lógica y propositiva que convierte este capítulo en el más novedoso de todos. Finalmente, el apéndice que cierra el libro constituye un auténtico ejercicio de análisis histórico, artístico y estético, que evidencia el resultado del esfuerzo pedagógico del autor, labrado a lo largo de su dilatada experiencia como docente universitario.
Necesariamente, ha de mencionarse que el presente libro está imbuido no solo de excelentes y muy seleccionadas referencias bibliográficas, sino que su uso, en el conjunto de la obra, es el resultado final del ejercicio analítico, crítico y creativo que el autor viene realizando desde hace tres décadas, lo cual otorga a estas un denotado valor de excelencia. Lo mismo podría decirse de las citas con las que se inicia cada capítulo y de las imágenes que ejemplarizan e ilustran todo el planteamiento nuclear de la teoría del profesor e investigador López Raso.
En conclusión, este libro constituye un valioso instrumento de ayuda para el espectador que se acerca a visionar obras de arte contemporáneo con la pretensión de alcanzar cierta compresión de razón y sentido. Y, a la vez, se convierte en imprescindible para los investigadores que persiguen aplicar un enfoque y método de razón abierta al estudio riguroso de la producción artística del siglo XXI y de sus precedentes en el pasado XX.
PROF. DR. FRANCISCO J. BUENO PIMENTADepartamento de HumanidadesUniversidad Francisco de Vitoria
«La meta ideal de la ciencia parece ser algo así como la competencia;la de las humanidades, algo parecido a la sabiduría»1.
ERWIN PANOFSKY
Ante la insolente belleza que nos puede suscitar el arte contemporáneo, podemos reaccionar de dos maneras: o bien rechazarla desde la indiferencia o el desprecio, o bien reconsiderar que quizá tenga algo de valor que aportarnos. Todo aquel que desee prosperar en la segunda opción debe asumir un cambio de actitud. La creación artística que desconcierta, que incluso escandaliza, precisa de un espectador caracterizado por su madurez, apertura y espíritu crítico. Nuestra propuesta pretende empoderar a esa persona inquieta intelectualmente que busca un crecimiento personal a través del arte.1
Este libro no es un manual de autoayuda para aquellos que quieren entender el arte contemporáneo en diez lecciones. El diálogo con lo incomprensible solo es posible si se está dispuesto a asumir que diálogo significa tener la capacidad de preguntar y escuchar. Para lo primero, se necesita la curiosidad del turista que planifica su viaje; para lo segundo, la creatividad del jugador que sabe interpretar el movimiento de su oponente. El arte contemporáneo ha hecho algo más que cambiar las reglas del juego; en realidad, ha cambiado el juego. Ahora, cada artista despliega ante los espectadores un tablero nuevo cuyas reglas desconocemos, pero a la vez promete una aventura.
Si el arte fuera comida, deberíamos decir que estamos más cómodos con los platos conocidos —que sabemos suculentos— que con una nueva elección de la carta. Disfrutamos de una experiencia previsible, siempre saboreamos lo mismo. El arte desde las vanguardias, aunque parezca que quiere amargarnos, realmente a lo que nos invita es a experimentar nuevos sabores. Insolente belleza propone abrir la mirada a la diversidad de expresiones que la belleza formula a través de las creaciones contemporáneas. Reivindica el valor que la imagen tiene en nuestro desarrollo como personas y en el de nuestra comunidad como civilización. La imagen nació para representar mundos visibles e invisibles y, en ese desarrollo funcional desde lo análogo hasta lo mágico, adquirió la conciencia de generar belleza: asombro y enamoramiento de la forma materializada en mensaje. No todas las imágenes crean en nosotros esa experiencia estética tan sugerente, solo las más brillantes adquieren esa distinción que, convencionalmente, denominamos arte, y es a estas, precisamente, a las que nos referiremos por su poder transformador de la persona.
Reivindicar el valor y las grandes posibilidades que poseen las imágenes artísticas se enfrenta a una cuestión problemática, que no es otra que la incapacidad que el arte último tiene para dialogar con el espectador medio. Al admitir el desencuentro existente entre el público y el arte contemporáneo en España,2 establecemos uno de los objetivos de este libro, que no es otro que propiciar la comunicación entre las partes. La experiencia de impartir clases de Arte Contemporáneo en el ámbito universitario de grado y posgrado me ha enfrentado a la cuestión diariamente desde hace años. No se trata de analizar aquí el problema de la recepción del arte, sino de proponer una posible clave que contribuya a cambiar una situación evidente. Este libro nace de la investigación, pero no tiene un propósito teórico, sino absolutamente práctico: propiciar el reencuentro con una belleza que, para unos, se perdió con la modernidad y, para otros, es un debate inexistente. Unos lo hacen desde la nostalgia de modelos estéticos ya superados; los otros, desde el cenáculo de los teóricos del arte actual.
[1] René Magritte. La reproducción prohibida (retrato de Edward James, 1937). Museo Boijmans Van Beuningen (Róterdam). Fuente: Web del museo. https://bit.ly/40j7Bh8
Nuestro libro va dirigido a un espectador nunca anónimo, sino a una persona con las inquietudes que genera tener identidad, poseer una memoria, unos sentimientos y una inteligencia, que busca la verdad con un espíritu crítico dispuesta a aceptar jugar con las reglas nuevas del arte último. Todas las personas aspiramos a superar nuestras limitaciones en vez de asumirlas. El espectador desea preguntarse por ciertas manifestaciones artísticas aparentemente incomprensibles porque ignora qué preguntas debe formular y formularse ante lo absolutamente extraño.
Nuestra propuesta de apreciación del arte pretende, fundamentalmente, ser una herramienta de interpretación (hermenéutica) que ayude a vivir la experiencia estética de manera plena, como experiencia de belleza ampliada que transforma y desarrolla a la persona, al poner en diálogo el arte con la filosofía y la teología. La vocación del hombre por la imagen se relaciona con su vocación análoga por conocer el mundo y la verdad; e incluso va más allá de lo filosófico: rozar lo metafísico que nos hace intuir lo absoluto, al Dios escondido en la bella y oscura poesía de san Juan de la Cruz o al que toma forma en los misteriosos lienzos de Friedrich o Rothko. La experiencia estética posee algo de experiencia mística o religiosa, porque es una vivencia que nos ayuda a trascender, a salir de nosotros mismos para conocer de manera misteriosa ciertas cosas que no alcanzamos a entender con la simple lógica con la que nos movemos habitualmente. La profesora e historiadora del arte Jane Dillenberger lo explicaba así:
Siempre he enseñado que, dentro de las grandes obras de arte, tenemos la visión del artista encapsulado de alguna manera. Y cuando realmente nos rendimos a la imagen y contemplamos detenidamente lo que estamos viendo, es posible que participemos realmente en esa visión. Ese es un momento de éxtasis, una experiencia que nos saca de nosotros mismos; eso es lo que significa el éxtasis, estar fuera de uno mismo. Y para mi ese es un gran momento religioso.3
Para facilitar ese encuentro entre el espectador y lo incomprensible que para él posee la creación contemporánea, proponemos un nuevo enfoque de la experiencia estética para que el público entienda que tiene la oportunidad de dialogar con las obras de arte más actuales. En tiempos en los que las redes sociales están en auge y las imágenes no solo son vehículo de comunicación, sino de entretenimiento, se corre el peligro de eliminar la experiencia del arte de la cultura que nos une a todos, pues la avalancha de estímulos visuales puede suponer una indeseable nivelación del valor de las imágenes. Postulamos una revalorización de la imagen artística estableciendo una reformulación del acceso a la experiencia estética.
Observando la vocación que el hombre ha expresado a lo largo de la historia por la imagen y su atracción natural por la belleza, creemos que el modelo tradicional de experiencia estética —más intuido que real— no puede operar con éxito desde que Duchamp propuso la revolución del arte conceptual, o desde que la Bauhaus planteó que lo útil puede ser bello. «Contempla y entenderás», parece decirnos tanto la tradición como el sentido común, y sin embargo tal planteamiento ya no puede aplicarse ni a una silla creada en la Bauhaus ni mucho menos a un urinario bautizado como Fuente por Duchamp en 1917 [9].
Y no se trata de adaptar las reglas del juego a las novedades del artista para que todo encaje. Se trata, más bien, de analizar el vínculo que la imagen tiene con la persona, por qué es tan importante para su existencia, por qué no podemos vivir sin belleza o por qué la experiencia estética nos transforma. Detrás de todas estas preguntas encontramos siempre al hombre, por lo que la propuesta precisa, necesariamente, de un enfoque antropológico para entender que apreciamos el arte —incluso en sus más provocadoras expresiones— si lo hacemos no desde prejuicios estéticos heredados, sino desde las múltiples y ricas dimensiones que nos constituyen como personas. La cuestión en debate en la experiencia estética gira en torno al ya proverbial «¿qué significa?», cuando en realidad el planteamiento debería ser, más bien, «¿a cuál de mis dimensiones apela?».
Entendemos, también, que el arte no es literatura y, por tanto, no pretende contarnos una historia, sino referirnos una manera distinta a la lógica de entender la realidad para acercarnos a la verdad, bien sea desde nuestra dimensión espiritual, intelectual o emocional. Redefinimos los modos de ser de la belleza desde la dimensión humana apelada: una belleza monumental, una insolente y otra domesticada. Proponemos una nueva secuencia fenomenológica para acceder a la experiencia estética que parte de una premisa: entender qué parte de nosotros es apelada, para finalmente acceder a la contemplación, entendida como revelación.
Superada la modernidad que veía en la experiencia del arte un fin en sí mismo, podría originarse un nuevo enfoque en el que las diversas formas en las que acontece la belleza sustituyeran la tradicional actitud pasiva del que mira por una más activa, en la que el contemplador asumiera que la obra lo interpela desde su aparente silencio; más allá del desinteresado placer estético, autorreferencial, que nos evade del mundo. Nuestra propuesta es, precisamente, la contraria: entender el arte como un despertar al ser, a la conciencia de existencia, como una vivencia, esto es, una experiencia significativa que acaba formando parte de la vida: «En la experiencia estética se origina la vivencia de algo que propiamente no hemos vivido, pues nos toca directamente el curso de nuestra vida. Esa vivencia, además, presenta unos rasgos de plenitud, de comprensión de sentido y de libertad, superiores a las vivencias ordinarias».4
Para la labor planteada, proponemos un modelo de apreciación abierta, libre de toda rigidez normativa e independiente del intelectualismo que actualmente puebla el debate profesional de ciertos expertos, para lo que nos fundamentamos en la filosofía hermenéutica de Hans-Georg Gadamer, que profundiza en el valor semántico de las imágenes como medio de asimilación del mundo. Evitamos el análisis en profundidad del complejo problema de la recepción del arte contemporáneo en este libro, pues nos desviaría del sentido divulgativo que precisa la apreciación del arte contemporáneo, así como de las épocas restantes, injustamente incomprendidas en muchas ocasiones.
La persona que escruta una imagen espera una satisfacción de esta tan inmediata y directa como clara y explícita, y, aunque las apariencias visibles suelen tranquilizar sus expectativas, lo cierto es que las propuestas de unas vanguardias ya centenarias siguen sorprendiendo por su incomprensible formulación. Una de las primeras cosas de las que se da cuenta el que quiere obtener una experiencia del arte es de que se hace necesario cambiar la actitud pasiva por una activa más abierta y dialogante. Pero el lenguaje desenmascara nuestra vana intención; ser espectador es poseer la actitud expectante, del que espera a que lo que tiene enfrente le diga o haga algo. Pero lo cierto es que no solo el arte contemporáneo, sino el arte de todos los tiempos, rechaza al espectador pasivo, con prejuicios, y precisa delante a una persona que podríamos denominar interrogadora o dialogante.
Como docente de Arte Contemporáneo, vengo observando desde hace años como el problema de la recepción del arte no reside realmente en la modernidad de la obra. El espectador puede afirmar que le gustan más Las Meninas de Velázquez [10] que la polémica Fuente de Duchamp [9], pero lo cierto es que no entiende ninguna de las dos obras. De la primera puede decir que es un prodigio en capacidad técnica del pintor a la hora de representar de manera naturalista el mundo; de la segunda, que no entiende como un urinario puede estar en la historia del arte. En ambos casos, se ha quedado en la superficie visible de la cosa, sin entender que las imágenes creadas, al igual que las escritas, tienen un nivel denotativo —básico y literal— y otro connotativo —profundo y simbólico—. Y es del segundo nivel de donde se obtiene el tesoro transformador que es la experiencia estética.
El origen de la obra que presentamos está en el ejercicio de repensamiento de una disciplina universitaria como es la historia del arte para posibilitar la apreciación de las creaciones contemporáneas no solo como materia de estudio, también como experiencia transformadora de la persona que es el alumno. Es fruto de una labor investigadora y docente desde 1993 sujeta a la actualización continua del conocimiento compartido con la comunidad científica. Una labor que se inspira en la reivindicación de una nueva mirada sobre la realidad que la Universidad Francisco de Vitoria hace a la sociedad. Hemos pretendido que el rigor intelectual —expresado en numerosas citas de autoridades— no esté reñido con el espíritu divulgador que pretende este libro. La indudable clave para tener éxito en nuestra empresa reside en activar el interés del alumno por lo que estudia, y en este caso también en despertar el del lector o espectador en la ardua tarea de penetrar en la obra que contempla.
El objeto material de nuestra propuesta, es decir, la materia general que estudia, es la creación contemporánea desde el punto de vista de su recepción. Propone analizar la obra de arte contemporánea teniendo en cuenta su intención comunicativa, por lo que reivindicamos la definición de obra de arte que establece Fernández Arenas por su certero sentido: «Una obra de arte, sería, por tanto, un producto original elaborado por el hombre artificialmente con la intención de comunicar algo».5
La materia formal, es decir, la perspectiva desde la que enfocamos el estudio, es la persona. A través de modos de ser de lo estético asociados a las dimensiones de la persona, mediante un enfoque de realismo antropológico inspirado en el personalismo y el humanismo cristiano, nuestra propuesta coloca al hombre como centro mismo de la creación contemporánea. La vocación de este modelo no pretende un antropocentrismo que encierre al ser humano en limitaciones inmanentistas; más bien, es la comprensión o producción del arte a través del hombre, a través de sus dimensiones espiritual, intelectual y afectiva. Tal y como propone Dufrenne desde una óptica de realismo filosófico, se trataría de reivindicar un humanismo estético desde un enfoque hermenéutico, que brinde al espectador la posibilidad de penetrar en la obra de arte.
Frente a Nietzsche, cuando denuncia que detrás de todo deseo de encontrar la verdad se oculta una voluntad de poder, reivindicamos la voluntad de sentido propuesta por Viktor Frankl, por creer que la persona es un Homo quaerens, un buscador esperanzado de preguntas últimas, y que para esa labor el arte es un medio privilegiado. Ahí es donde reside el paradójico poder del auténtico arte: nos lleva más allá de la propia imagen para ahondar en la humanidad que nos hace personas, lo que nos vincula con la corriente personalista impulsada por Mounier y seguida por otros filósofos, como Maritain, Marcel o Guardini, que se define así: «Llamamos personalista a toda doctrina y a toda civilización que afirma el primado de la persona humana sobre las necesidades materiales y sobre los mecanismos colectivos que sustentan su desarrollo».6
Frente al objetivismo o el subjetivismo, el planteamiento superobjetivo que proponemos integra a la persona en todos sus planos, la mejora, perfeccionándola, y la abre al otro y a lo trascendente. El giro que hemos comprobado que ha tenido lugar en el arte actual —esto es, de lo estético a lo antropológico, de la experiencia de lo sensible a la transmisión de lo conceptual— debe entenderse, en nuestra opinión, como una oportunidad para reivindicar, precisamente, el protagonismo que adquiere el hombre como pregunta formulada que ha de ser respondida. Pero colocar a la persona en el centro de la manifestación o recepción del arte contemporáneo implica entender al artista como testigo y representante de las múltiples inquietudes y esperanzas que protagonizan la existencia humana:
El artista vuelve a ser el mediador entre algunos ideales irrenunciables (verdad, libertad, belleza) y los frágiles seres humanos, pero no porque adoctrine desde una falsa armonía que no suscribe, sino porque —partícipe del desgarramiento— asume la zozobra con coraje a la vez que se vuelca en comprender sin juzgar.7
Penetrar en la diversidad de las dimensiones con las que el arte se comunica con nosotros nos ayudará a relacionarnos y a entender la realidad con asombro renovado; a reflexionar sobre el otro, sobre lo contingente que puebla nuestro existir, y a replantearnos nuestra ensimismada interioridad [1]. La vocación del hombre por la imagen es también su vocación por el diálogo con el misterio, la apelación por lo existencial, tal y como afirma Alfonso López Quintás en estas dos citas consecutivas: «La experiencia artística nos da torrentes de luz para descubrir la articulación interna de otras experiencias humanas más difícilmente accesibles».8 «El contacto del espectador con el arte tanto a lo largo de su historia como con el más actual puede convertir a la experiencia estética […] en modo comprometido de inmersión existencial análogo al que se adquiere mediante la ética, la metafísica o la religión».9
El primer capítulo parte de una premisa esencial para el desarrollo de nuestra propuesta: la vocación del hombre por la imagen desde sus orígenes más remotos. Cómo la singularidad del Homo sapiens sapiens expresa su naturaleza simbólica a través de lo representado y cómo lo diferencia claramente tal actividad del entorno animal en el que nace. Para esta reflexión, ha sido necesario elaborar una antropología de la imagen que exhibiera el sentido y consecuencias que la imagen ha tenido en la configuración del hombre que se pregunta por el sentido de la existencia más allá del mundo de las manifestaciones físicas. La conclusión es que la imagen está especializada para satisfacer todos y cada uno de los ámbitos existenciales del hombre, desde lo narrativo hasta lo afectivo, desde lo estético hasta la expresión de lo trascendente.
El segundo capítulo es un monográfico sobre la cuestión de la belleza, un elemento clave en el arte y esencial en la existencia de las personas; sin embargo, puede suscitar un debate polémico cuando se relaciona con la creación más actual. Analizar la historia de las manifestaciones de la belleza, así como las diferentes reflexiones que esta ha generado en filósofos y pensadores a lo largo del tiempo, nos ayuda a proponer tres atributos que ayudan a definir su naturaleza, plural y misteriosa.
El arte conmueve, y tal afirmación contiene dos efectos opuestos que la experiencia estética puede llegar a ejercer sobre el espectador: es emoción, pero también puede ser conmoción. Ese es el poder del arte, aparentemente complejo, aparentemente contradictorio, y en la actualidad, absolutamente controvertido a ojos de buena parte de la sociedad española.
El tercer capítulo se adentra en la singularidad de las manifestaciones artísticas contemporáneas para acercarnos tanto a un contexto como a unas atribuciones que el arte exhibe desde la modernidad de las vanguardias que hacen de la llamada creación contemporánea una región de la cultura generalmente bajo sospecha de incomprensibilidad. De hecho, nuestra propuesta surge del contrasentido observado en una sociedad de la información que no termina de identificarse con su momento cultural, más por desconocimiento (ausencia de formación) que por falta de calidad de las obras. De ahí la necesidad de emplear un enfoque hermenéutico que facilite el diálogo y conocimiento de una creación a la que se denuncia por haber abandonado la belleza y la claridad en su significado.
Admitir los problemas de recepción del arte actual será preciso para llegar a una conclusión relacionada con la necesidad de un cambio de actitud en el espectador consistente en la inversión de la secuencia tradicional en la que la contemplación trabaja: ¿nos debemos maravillar ante la obra para poder entenderla o, más bien, debemos primero entender para poder maravillarnos con lo contemplado? Tales cuestiones serán reflexionadas y justificadas desde unos fundamentos teóricos, partiendo de la premisa de la inversión del modelo fenomenológico tradicional.
En este sentido, el cuarto capítulo invita a reflexionar sobre lo que buscamos en el arte y cómo nos ayudan tanto la fenomenología como la hermenéutica a penetrar en la experiencia estética. Reivindica actitudes necesarias para llevar a cabo un cambio como espectadores: aspirar a transformar nuestra mirada en una herramienta de apreciación que no solo permita penetrar con éxito en la obra, sino que, en sí, se constituya como elemento enriquecedor de nuestra visión crítica del mundo.
El capítulo quinto propone una nueva forma de dialogar con la obra para obtener la experiencia estética fundamentada en conocimiento de la diversidad de dimensiones que nos ofrece la obra artística: dimensiones comunicativas del arte (DCA). La premisa clave de la que partimos para este planteamiento es que la belleza manifestada en ciertas obras de arte —como Aristóteles decía análogamente del ser— también se puede decir de muchas maneras, constituyéndose en una rica y diversa variedad de modos de ser de lo estético. Si nuestro espíritu es realmente dialógico, y no tanto dialéctico, tal cosa se debe traducir en una comprensión constructiva de las aportaciones que el arte contemporáneo pueda hacer a la persona. El ser de la belleza no tiene límites, y es en esa amplitud donde exploraremos su diversidad.
No es nuevo establecer cierta clasificación de lo que venimos en denominar dimensiones comunicativas del arte (DCA). El filósofo e historiador Wladyslaw Tatarkiewicz ya sugirió el siglo pasado una clasificación parecida formalmente a la que aquí proponemos. Partió tanto de la intención del artista como del efecto psicológico que este causaba sobre el espectador, determinando tres posibles efectos: deleite, emoción y choque. Los conceptos, aun siendo muy similares a los que utilizamos, difieren en el concepto y la finalidad que nosotros les concedemos. Tatarkiewicz asume la naturaleza jerárquica entre las dimensiones, pues establece que el deleite (lo sensible) es superior estéticamente a la emoción y al choque; nosotros, en cambio, proponemos la equivalencia de las dimensiones entendidas no como grados, sino como órdenes. Además, Tatarkiewicz muestra un claro escepticismo ante las propuestas del arte moderno, cuando para nosotros, precisamente, las DCA son un medio eficaz para dialogar con el arte actual. Pero la diferencia fundamental es que nuestra hermenéutica establece vínculos con la formación integral de la persona, que se siente apelada en sus dimensiones personales por la obra contemplada, entendiendo, por tanto, la experiencia estética como medio, y no como fin en sí misma. Más recientemente, François Cheng también estableció sus propios modos de ser de lo bello, aunque, al igual que Tatarkiewicz, no los entiende en su vinculación con la formación de la persona.10
[2] Caspar D. Friedrich. Niebla (1807). Museo Belvedere (Viena). Fuente: Wikimedia Commons.
El capítulo sexto cierra, a modo de conclusión, todo el recorrido argumental. Nos invita a trascender la visión moderna del arte como fin en sí mismo, a entender que las diferentes manifestaciones de la belleza despiertan en nosotros ideas que facilitan el encuentro con el sentido en los tres ámbitos en los que se materializa el arte: artista, obra y espectador. De esta manera, nuestra propuesta de apreciación del arte contemporáneo no aspira, únicamente, a ser una mirada sobre la creación como actividad y producto humano, sino como producto transformador de la persona, que, gracias a la exposición al arte, adquiere una honda mirada que define una actitud vital que, aunque desencadenada e inspirada en el encuentro con los diferentes modos de ser de la belleza, es aplicable a la experiencia y juicio de la realidad en todas sus dimensiones. Un mirar metafísico que invite a nuestro espectador o hermeneuta a reconsiderar de manera renovada y profunda el diálogo con todo lo que lo rodea: desde él mismo, pasando por el otro, hasta llegar a la posibilidad de la trascendencia del ser. Nuestra propuesta de apreciación del arte pretende conducir al espectador, de manera natural, a una apertura a la pregunta por el sentido de la existencia. Seguró hace una reflexión crítica acerca de lo deseable que sería recuperar la mirada metafísica en nuestro tiempo. Sentimos la siguiente cita como una invitación para proponer su recuperación a través de la apreciación del ser de la belleza:
Hablar hoy día de metafísica parece algo anacrónico, y más de analogía. Algo hay de una condescendencia social con el olvido del ser, no cabe duda, pero no todo se resuelve en una «culpa ajena». Si la metafísica y sus problemas se han vuelto irrelevantes es porque la forma de plantearlos no responde a ninguna inquietud real. Por eso la necesidad de un pensamiento metafísico adecuado y sensible a lo que hoy nos empuja a pensar es apremiante.11
La inspiración de Gadamer y su hermenéutica filosófica será fundamental para presentar estas dimensiones comunicativas del arte como método eficaz, impulsando la propuesta que el filósofo alemán planteó en su día: entablar diálogo con lo otro, desde la apertura y el respeto debido al interlocutor, al que se escucha sin imponerle silencio ni prejuicio, con amabilidad y con inteligencia, pues de una conversación con lo nuevo siempre podemos salir enriquecidos.
Desde un punto de vista epistemológico, la hermenéutica filosófica gadameriana nos asegura un acercamiento a la verdad gracias a una postura intelectualmente honesta que, además de abrir la conciencia al fenómeno, investiga el contexto. De esa contemplación de las obras de arte, surge un encuentro con la totalidad de la realidad, que paradójicamente no tiene lugar en nuestra vida llena de experiencias y conocimientos fragmentarios, que tienden a dispersarnos del deseado encuentro con la verdad. Guardini (como Heidegger y Las botas de campesino de Van Gogh [19], que más adelante comentaremos) define el arte, precisamente, como esa intensa experiencia de la comprensión del todo:
Toda obra de arte auténtica, aun la más pequeña, lleva adherido el mundo; un ámbito conformado, lleno de contenidos de sentido, en que se puede penetrar mirando, oyendo, moviéndose. Ese ámbito está estructurado de otro modo que el de la realidad inmediata. No solo es más justo, más hermoso, más profundo, más vivo que el de la vida diaria, sino que tiene una cualidad propia: la cosa y el hombre están abiertos en él.12
La belleza no puede estar limitada a esquemas clásicos ni caer en un esteticismo elitista o en prejuicios contra lo innovado. Si el gran atributo que los pensadores de todas las épocas han coincidido en observar en la belleza es el de su luminosidad (esplendor), no podemos dejar de asociar esta con la capacidad intemporal del arte para renacer cada día con apariencia diferente, conservando su deslumbrante esencia. De manera análoga con la que Benedicto XVI invitaba a ensanchar los horizontes de la razón poniendo en diálogo las ciencias particulares con la filosofía y la teología, nosotros proponemos plantear el ensanchar la comprensión y conocimiento de los horizontes de la belleza13 para dar a conocer el poder transformador de la imagen en las personas.
No tengo yo noticias de deleite y satisfacción más grandes que reconocer que también le es dado al hombre crear valores imperecederos, y que eternamente quedamos unidos al Eterno mediante nuestro esfuerzo supremo en la tierra: mediante el arte.14
STEFAN ZWEIG
La íntima relación que el hombre ha mantenido con la imagen desde sus más remotos orígenes, sondeables desde el Paleolítico, muestran que esta fue herramienta para dar sentido a sus expectativas de incansable buscador. El hombre, al hacerse sedentario durante el Neolítico, tuvo que dotarse de una organización social que impulsó el nacimiento de las primeras civilizaciones. En ellas, la imagen cumpliría un cometido simbólico fundamental para convocar a las fuerzas invisibles, homenajear al poder político y celebrar las hazañas de héroes olímpicos. Al analizar la historia del arte, caemos en la cuenta de que la imagen cumplió una tarea fundamental, al contribuir a una determinada visión del mundo en cada momento de la evolución cultural de la humanidad.14
Tomando como referente fundamental la concepción de Homo pictor de Hans Jonas, pretendemos demostrar que, desde la visión de este autor, se hace posible proponer la imagen como medio para el desarrollo integral de la persona, pues en ella residen cuatro funciones cruciales en su humanización. La capacidad simbólica de la imagen satisface los objetivos que persigue el hombre en todos los órdenes de su existencia: el relato, los afectos, el asombro ante lo bello y el diálogo con lo sobrenatural. Está a su lado desde el nacimiento hasta la muerte, configurándose como compañera leal de viaje. La esencia de la imagen es la comunión en torno a una información, una experiencia o una emoción. Materializar una imagen, bien tomada del mundo de los fenómenos o, como propone Lewis-Williams en su ensayo La mente en la caverna, con la intención de compartir imágenes mentales con el resto de la comunidad.
1.1. Cazador de sombras, recolector de imágenes
El desarrollo de la mente simbólica en el hombre tiene el objetivo de compartir o comunicar sueños, recuerdos.15 Aunque Lewis aboga por la imagen mental que determinados miembros de la tribu en estados alterados de conciencia comparten con el grupo, debemos replantear la situación, barajando el asombro que debía de generar el espectáculo de las sombras en el interior de la caverna. Tal espectáculo accidental consistiría en la proyección de sombras de los propios moradores, cuando no las sombras realizadas como juego o como semejanza a través de movimientos corporales o de las manos sobre el abrigo rocoso. La emulación de animales o de ubicaciones naturales singulares (árboles, montañas, ríos…) debió de ser responsable del primer encuentro del hombre con la imagen, como ente espectral distinto a los objetos y fenómenos habituales y con vida en forma de movimiento cambiante. Una realidad distinta y fascinante.
[3] Mano en negativo y puntos en la cueva de Pech Merle (25 000 años aprox., Francia). Fuente: Wikimedia Commons.
Chamanes o no, carácter mágico o mental, lo cierto es que las imágenes que estos Homo sapiens contemplaban durante su existencia precisaban ser retenidas como memoria colectiva. No se trataría tanto de contornear la sombra estática proyectada de una figura humana, tal y como refiere Plinio el Viejo,16 como de intentar emular sobre el muro la sombra que danza producida por el fuego, vibrante y efímera, que no permite ser delineada y que, por tanto, precisaría de una labor de recreación posterior. La propia naturaleza sagrada que el fuego debía de poseer para estas personas o la proverbial vinculación que la sombra establece con el alma de lo proyectado —tal y como desarrolla Stoichita en su Breve historia de la sombra—17 convertía a esta en una especie de fuente de experiencias visuales distintas a las reales, que necesariamente debían ser retenidas y almacenadas como posibles revelaciones divinas. La labor ritual de seleccionar y representar lo valioso de la experiencia de esas sombras danzantes recaería sobre miembros responsables de plasmar de manera indeleble tal visión. No cabe duda de que los más hábiles y certeros en representar la efímera sombra de lo sagrado prosperarían y acabarían reconocidos por toda la comunidad como especialistas en tal labor.
El cazador-recolector se nos presenta en esta hipótesis como cazador-creador, exhibiendo una particularidad exclusivamente humana que lo convierte en un depredador, pero no solo de animales, también de imágenes. En ellas, es muy probable que se diera una fusión entre lo visto u observado a través de los sentidos y lo imaginado o intuido ante las sombras proyectadas por el fuego sagrado. Se aúnan, así, dos capacidades superiores del hombre: análisis y observación del mundo de los fenómenos, pero fusionadas con la imaginación.
Hans Jonas denomina transanimal al tipo de desarrollo de esta habilidad expresiva cuyo resultado es la imagen, algo que debemos considerar una facultad peculiarmente humana e impulsada por el poder eidético de un hombre que, en el desarrollo de una mente simbólica, es capaz de dominar su cuerpo, no para saciar sus instintos, sino para expresar con delicada finura o tosquedad la representación. Adquiere la libertad de sus instintos porque adquiere el control sobre sí mismo y sobre el soporte donde ejecuta sus contornos de animales sagrados. Propone que es en la producción de imágenes donde el hombre se realiza como ser libre, dueño de su destino, mediante el desarrollo de unas facultades superiores y que la finalidad última de la capacidad icónica en el hombre no es otra que la búsqueda de la verdad:
La elaboración de imágenes por parte de los primeros hombres era un tipo primitivo de esfuerzos activos en pos de la verdad que, dada su cercanía al suelo nutricio de la percepción, precedían a la persecución de la verdad por parte del pensar bajo la forma de la «teoría». La actualización de la facultad de contemplar la forma abstrayendo de su presencia efectiva, que tiene lugar en la elaboración de imágenes, es por tanto la primera expresión de la libertad positiva que debe completar a la negativa a fin de que la experiencia de la verdad adquiera toda su plenitud.18
Jonas propuso en 1961 el término Homo pictor para reivindicar la singularidad del atributo humano de creador de imágenes como differentia specifica entre el hombre y los restantes seres animales.19 La característica fundamental por la que nos diferenciamos de lo no humano es nuestra capacidad de producir, captar y utilizar imágenes, ese misterioso poder consistente en producir una cosa que se asemeja imperfectamente a su referente. Para demostrar su singularidad dentro del reino animal, propone una situación sugerente: unos viajeros espaciales llegan a nuestro planeta buscando algún rastro de hombre. Jonas explica lo que estos extraterrestres podrían deducir al encontrar imágenes:
Por tanto, cuando a nuestros investigadores les salgan al paso representaciones por medio de imágenes, sean perfectas o toscas, podrán estar seguros de que han descubierto algo más que criaturas con una cierta peculiaridad en su comportamiento («especie E con las costumbres a, b, c…, entre las que se cuenta la de “hacer imágenes”»). Podrán estar seguros de haber descubierto (a) los autores de aquellos parecidos seres que gozan de la libertad espiritual y corporal que denominamos humana y que también dan nombres a las cosas, esto es, que poseen el lenguaje. Podrán estar seguros de que les será posible comunicarse con ellos.20
El Homo ‘que sabe’ (sapiens) y el Homo ‘que hace’ (faber) se fusionaron para que surgiera el Homo pictor